Óscar Contardo's Blog, page 125
July 22, 2017
El espectro del malestar
El ex Presidente Sebastián Piñera ha sacado de la chistera una propuesta muy singular: crear un tejido de medidas para proteger a la clase media de los peligros de retroceso derivados de lo inefable. Clase media es hoy la mayoría del país, y una gran parte de esa mayoría llegó hasta allí hace muy poco y está expuesta a perder tal logro con un mínimo cambio en sus condiciones de vida.
Esto es exactamente lo que estuvo haciendo la Presidenta Michelle Bachelet en su primera administración, cuando desarrolló la “red de protección social”, por la cual probablemente será mejor recordada. La dejó incompleta, por supuesto, porque una red como esa es tan amplia, que en cierto modo siempre está abierta a nuevas necesidades. Eso fue antes de que ella misma decidiera que todo eso era muy largo, muy poco y muy lento y se embarcara en un proyecto más “estructural”.
Este último proyecto construyó la Nueva Mayoría y también la destruyó: hizo el ciclo completo. La raíz intelectual de esa destrucción se encuentra 19 años atrás, cuando el primer informe de desarrollo humano del PNUD vino a alimentar la primera discrepancia importante dentro de la entonces Concertación, la que enfrentó a “autoflagelantes” con “autocomplacientes”. En forma resumida, los primeros eran los que creían que lo que hacía la Concertación era poco y lento, mientras que los segundos estimaban que el rumbo y el ritmo eran correctos. Los gobiernos de Frei y de Lagos no dieron protagonismo a los “autoflagelantes”, pero su herencia regresó encarnada en plenitud en la Nueva Mayoría.
Durante todo ese período, el PNUD ha mantenido la idea central del informe de 1998, aunque ya han pasado casi dos décadas. Esa idea sostiene que en Chile existe un alto malestar social y una tensión subyacente que podría estallar en algún momento, todo ello debido a la desigualdad. Como ha hecho notar Eduardo Engel en estas mismas páginas, a pesar de que todas las formas de medición indican que Chile ha logrado reducir la desigualdad, el PNUD ha conservado su tesis inicial con una tenacidad sin requiebros (y con un tono parecido al de “un fantasma recorre Europa…”). El PNUD ha llegado a ser con la desigualdad como un instituto de medicina especializada: sólo diagnostica una enfermedad. Su último reporte se llama, cómo no: Des-iguales. Y es un bestseller.
Ya en 1998, José Joaquín Brunner -uno de los líderes intelectuales de los “autocomplacientes”- puso en duda ese diagnóstico y vio en los estudios en que se basaba “un cuadro matizado y complejo de percepciones y opiniones”, con “un señalamiento claro y concordante de problemas prioritarios, los cuales tienen que ver, principalmente, con acceso a servicios esenciales y con las condiciones de vida en la esfera privada”. La palabra clave aquí es “complejo”. La complejidad de los asuntos sociales siempre aconseja huir de las explicaciones sencillas.
Pero, al revés de eso, en 2013 la candidata presidencial Michelle Bachelet hizo el tránsito conceptual desde la inseguridad, pasando por el malestar, hasta el enojo. La sociedad chilena sería una sociedad enojada. Y esto, dijo, “se manifiesta como desconfianza en las instituciones”. Hay que recorrer un largo y enrevesado camino psicológico para igualar la desconfianza con el enojo. Pero así se hizo, y esa fue la base intelectual de la Nueva Mayoría.
A la larga, el predominio de esa interpretación está en la base de la destrucción de la Nueva Mayoría. La causa inmediata, desde luego, es la decisión de la DC de separar aguas en la candidatura presidencial. Pero el motivo de fondo de la DC, que comparten dirigentes o grupos que han perdido la hegemonía de sus partidos, como es el caso del laguismo, es la discrepancia sobre el ritmo, los alcances y los énfasis que se imponen al proceso de reformas sociales, decisiones que parten de un supuesto sobre el estado de la sociedad.
Las tesis del PNUD, con sus silenciosos pero extensos implícitos, terminaron por dinamitar al único grupo con peso político que podía hacerse cargo de ellas con cierta simpatía, aunque también -todo hay que decirlo- con bastante poco espíritu crítico.
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Nuestras mujeres olvidadas
A pesar de haber elegido Presidenta, en dos oportunidades, a una mujer, casi ninguna universidad chilena es dirigida por una rectora; el número de ministras de la Corte Suprema es mínimo; los esfuerzos de las distintas administraciones por tener un gabinete paritario no han sido exitosas; ninguna empresa de peso es dirigida por una mujer; ningún canal de televisión tiene una directora; las actrices ganan menos que sus colegas hombres en las telenovelas del momento, y en el Parlamento el porcentaje de mujeres está muy por debajo de la paridad.
Ante este cuadro desolador, no es sorprendente que las mujeres se sientan desplazadas. Esto se hizo patente durante el debate del proyecto del aborto por tres causales. Un número enorme de mujeres de distintas tendencias doctrinarias han comentado que el rechazo a esta (tímida) iniciativa por parte de la derecha y de un contingente de la Democracia Cristiana refleja la desconfianza que estos individuos sienten por ellas.
Muchas mujeres aseveran, con razón, que se trata de sus vidas, sus cuerpos, su futuro y, por tanto, de su decisión. El que el aborto sea despenalizado no significa, desde luego, que nuestras mujeres vayan a abusar de este derecho. Al contrario, todo sugiere que esa prerrogativa será usada en forma sabia y con enorme mesura.
Pero el maltrato no está restringido al tema legislativo y legal. También está presente en la vida diaria, y en la manera en cómo nuestra historia es transmitida a través del tiempo. La “historia oral” del país, aquella basada en anécdotas y leyendas que van siendo traspasadas de generación en generación, ha tendido a ignorar el rol de muchas de nuestras mujeres.
Una de las chilenas olvidadas es Clara Saint, una muchacha que a una temprana edad le hizo una enorme y desinteresada contribución al mundo del arte. Gracias a Clara, el ballet y la danza cambiaron radicalmente en 1961. Su acción también causó una crisis política y diplomática de envergadura, y tuvo un importante efecto en la forma en que se desarrolló la Guerra Fría durante la década de los 60. Y, sin embargo, prácticamente nadie en Chile sabe de su existencia.
El bailarín que saltó a la libertad
Rudolf Nureyev fue uno de los mejores bailarines en la historia del ballet. De origen tártaro, nació en la Unión Soviética en 1938, y hacia el final de los años 50 ya se había transformado en un mito en el mundo de la danza.
En 1960, el famoso ballet Kirov inició una larga gira por los países de Occidente, y entre sus bailarines, el que causaba mayor expectativa era, justamente, Nureyev. Sus actuaciones en París fueron descollantes y los críticos lo llenaron de alabanzas. Después de cada función el joven Rudy (como lo conocían sus amigos) se volcaba a la noche parisina sin ninguna restricción, y con un nuevo grupo de amigos deambulaba de boite en boite, de bar en bar, de cabaret en cabaret. Llegaba a su hotel a la madrugada, y nuevamente esa noche volvía a danzar maravillosamente. Los comisarios políticos del Kirov empezaron a hostigarlo y a prohibirle sus escapadas nocturnas. Pero Rudy no les hizo caso, y siguió con una vida en que combinaba el vértigo y el escándalo con la danza y las actuaciones sublimes.
Tres días antes de que el Kirov de dirigiera a Londres para una serie de presentaciones, el más alto funcionario de la KGB en el ensamble -un tipo llamado Vitaly Strizhevsky- decidió que Rudy no sería de la partida. Al llegar al aeropuerto le dijo que en vez de ir a Londres viajaría a Moscú, donde bailaría en una función para altos dignatarios en el Kremlin.
Una emboscada
Nureyev de inmediato entendió que se trataba de un castigo y una emboscada, y sintió que jamás volvería a viajar a Occidente. Se desesperó y trató de convencer al director de que lo dejase ir al Reino Unido. La respuesta fue un no rotundo. El próximo avión a Moscú salía tres horas después del vuelo a Londres. Esas tres horas lo salvaron, y su salvadora fue nada menos que Clara Saint.
Varios de sus amigos franceses, compañeros de farras y festejos, habían ido a despedirlo al aeropuerto de Le Bourget. Cuando Rudy supo lo que le aguardaba, les pidió que lo ayudaran, pero nadie se animó. Todos pertenecían al pequeño mundo de la danza y no querían enemistarse con el establishment soviético. De pronto, y cuando todo parecía perdido, alguien tuvo la idea de llamar a Clara, quien a pesar de su corta edad tenía amplios contactos en los círculos políticos franceses. Había sido novia del hijo de André Malraux, quien unos meses antes había muerto en un accidente automovilístico en la Rivera, manejando el auto de Clara.
Lo más importante para Rudy fue que Clara era una mujer valiente.
Al llegar al aeropuerto lo encontró en el bar, rodeado por tres agentes de la KGB. Preguntó si podía despedirse y, al verla tan joven y delgada, tan inofensiva y frágil, le dijeron que estaba bien. Nureyev le dijo que lo estaban reteniendo contra su voluntad y que quería exiliarse.
De inmediato, Clara buscó a la policía del aeropuerto y les explicó la situación. Le dijeron que Nureyev era quien debía pedir asilo; sólo entonces podían actuar y protegerlo. Clara les dijo que los agentes no se despegaban de él ni por un segundo, y que no le permitirían dirigirse a la pequeña oficina. Entonces, y gracias a su insistencia, el jefe de la policía de Le Bourget decidió que dos de sus hombres de civil irían al bar y pedirían café. Todo lo que Rudy tenía que hacer era acercarse a ellos y decirles que quería quedarse en Francia.
Clara regresó al bar y con su mejor cara de inocencia pidió hablar con él. Los agentes volvieron a decirle que estaba bien. Le habló al bailarín al oído, le explicó la situación y le dio un beso en cada mejilla. Nureyev se puso de pie y con lentitud, sin apuros ni nerviosismos, dio los seis pasos que lo separaban de la barra y de los policías. Al llegar, los agentes de la KGB ya convergían sobre él. Pero era tarde. Les dijo a los franceses cuál era su voluntad y lo llevaron a la prefectura. Al cabo de una hora había iniciado su exilio.
Mirado desde una perspectiva fría, todo fue muy simple. No hubo ni las carreras, ni los saltos de murallas, ni las persecuciones en el tarmac de los que habló cierta prensa sensacionalista en ese año 1961. Fueron seis pasos y un puñado de palabras. Eso fue todo. Luego una nueva vida al otro lado de la valla. Pero este episodio fue esencial para crear conciencia sobre el yugo bajo el que vivían los artistas e intelectuales en la Unión Soviética y el resto del mundo comunista.
Clara Saint no es nuestra única mujer olvidada. Hay más, muchas más. Y eso es horrible. Quizás alguno de los candidatos a la Presidencia tendrá la visión de fomentar, dentro de su programa de cultura -si es que alguna vez llegan a tener programa de cultura-, un proyecto que busque recuperar y recordar las contribuciones de tantas mujeres en tantas esferas durante tantos años. Mujeres a las que hemos olvidado. Pioneras en las ciencias, pioneras en la aviación, en el deporte, en las artes plásticas y la literatura, en la diplomacia, en la educación, en la defensa del medioambiente, en el mundo de las organizaciones no gubernamentales, en los esfuerzos por lograr la paz en el mundo, en la academia internacional y en tantas otras esferas. Lo merece el país, lo merecen estas mujeres hoy olvidadas, lo merecen nuestras hijas y, desde luego, nuestros hijos y nietos también.
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En lo salvaje yace la preservación del mundo
En la primera entrevista que Douglas Tompkins trató el tema de su ideología, la ecología profunda, me dijo que Henry David Thoreau representaba para él “una figura seminal”. La admisión no tenía nada de espectacular, por cierto, puesto que en Estados Unidos Thoreau es venerado hace décadas como el padre del movimiento conservacionista. El asunto iba por otro lado: en Walden, el más famoso de sus libros, Thoreau afirmaba lo siguiente: “No hay olor tan fétido como aquel que emana de la bondad infectada. Es humano, es divino, es putrefacto. Si supiera con certeza que un hombre viene a mi casa con la intención consciente de hacerme el bien, saldría corriendo por mi vida”. Thoreau incluso se mofaba de un filántropo imaginario que viajaba hasta la lejana Patagonia para esparcir su bondad. Tompkins, un tipo inteligente, se rió con ganas y esquivó el golpe con astucia y arrojo (en el año 2001 su situación era tambaleante en Chile): “Thoreau era irónico. Cínico en su manera de apreciar el concepto de amabilidad humana. Quizás ésa sea la actitud chilena ante lo que estamos haciendo. Puede que aquí sean más thorovianos de lo que yo pensaba”.
El miércoles se cumplieron 200 años del nacimiento de Thoreau. La conmemoración pasó bastante inadvertida entre nosotros. Y como no hay un pensador más atrayente que Thoreau, más provocador, más simple, más sabio (sus arengas en contra del trabajo son notables; el ensayo Desobediencia civil debiera ser lectura obligatoria en los liceos y colegios), para mí es evidente que su relativa invisibilidad se debe a que casi todos sus libros han sido pésimamente traducidos. De tanto en tanto, las trasnacionales dejan caer versiones repletas de españolismos. Y, claro, nadie aquí tiene tiempo que perder en una lectura que suena demasiado ajena. Alguien debiera hacer algo, al menos con Walden, o la vida en los bosques, esa obra maestra que Thoreau publicó sin pena ni gloria en 1854.
En 1845 Thoreau se retiró a vivir a un bosque cerca de Concord, su pueblo natal en Nueva Inglaterra, a orillas de una laguna llamada Walden. El propósito del joven -tenía 28 años- era meditar acerca de la paradójica situación de la humanidad. Discípulo y jardinero del filósofo Emerson, quien siempre lo miró a huevo, Thoreau intentaba demostrar en carne propia que mientras menos trabajara el hombre, mayores serían los beneficios para él y su comunidad. Al bosque llegó con lo puesto y un hacha prestada, que le sirvió para construir la diminuta cabaña que habitó por los siguientes dos años. Durante ese tiempo vio a muy poca gente pero escribió mucho. Sus confidentes -así lo expresó- fueron los árboles, las bestias, los pájaros y los peces. Y si bien hay chismosos que aseguran que de vez en cuando nuestro hombre bajaba a pueblo para que su mamá le lavara los calzoncillos, lo cierto es que Walden es uno de los más hermosos tratados sobre la contemplación que se han escrito.
Tres años antes de publicar Walden, Thoreau dio una conferencia en el Lyceum de Concord que hoy en día es famosa. El tema que trató fue la relación entre Dios, el hombre y la naturaleza. Las palabras con que cerró su arenga ayudaron a preservar millones de hectáreas de bosque nativo en el mundo. Los maravillosos parques nacionales de Estados Unidos, por dar un ejemplo, constituyen uno de los legados más vistosos de nuestro hombre. En Los bosques de Maine (1864), Thoreau habló por primera vez de “reservas nacionales”. El concepto fue atesorado por el gran naturalista John Muir, quien propuso en 1890 al Congreso estadounidense una ley que salvaguardara la zona que llegaría a convertirse en el Parque Yosemite, el primero de su especie. Más cerca de nosotros, cabe suponer que sin el chispazo inicial de Thoreau gente como Douglas Tompkins jamás hubiese llegado a proteger lo nuestro. Un mes después de la muerte de Thoreau, en mayo de 1862, The Atlantic publicó el ensayo Caminar, y allí, en un párrafo destacado, figura la frase que hizo historia: “En lo salvaje yace la preservación del mundo”.
Hace 17 años, la cofundadora de Burt’s Bees comenzó a comprar la tierra del estado de Maine por la que su ídolo, Thoreau, había alguna vez caminado. Y cuando adquirió la cantidad suficiente, cerca de 35 mil hectáreas, la donó al gobierno. Poco antes de concluir su presidencia, Barack Obama decretó la protección de esos mismos bosques, los bosques de Katahdin. Así pasaron a ser el más reciente parque nacional de Estados Unidos (en 2016 se festejó el centenario de la creación del Servicio de Parques Nacionales de ese país). La inspiración thoroviana sigue promoviendo la preservación del mundo. Aunque la depredación, claro está, también cuenta con sus paladines: la administración de Donald Trump está estudiando en este minuto la posibilidad de permitir la tala y la caza en Katahdin.
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El Perú encalla
El Perú es una buena prueba de que el progreso, esa noción que inauguró la era moderna a partir del siglo XVIII en política (en las ciencias lo había hecho un siglo antes), no es rectilíneo ni está predeterminado. Porque si un país latinoamericano parecía, en las últimas dos décadas, haber despegado de forma definitiva y haberse constituido en modelo para la región, ese era el Perú, pero de un tiempo a esta parte ha dado un paso lateral o quizá sea mejor decir un paso atrás.
Cualquiera que eche un vistazo a lo que allí sucede concluirá que su clase política está entre las más devaluadas de América Latina: todo en ella parece una astracanada, una representación lúdica hecha para entretener a la galería. No habita en ella, con honrosas excepciones, un sentido de lo que importa ni una capacidad para confinar sus enconos dentro de límites razonables y consolidar los avances notables que el país había realizado en términos políticos y económicos.
El Presidente Kuczynski cumple un año de gobierno y parece que cumpliera 10 o 15 por el esfuerzo desgastante que él y su gabinete ministerial deben hacer cada día para sobrevivir al ambiente asfixiante en el que tienen que maniobrar. El gobierno recibe, con aire de desconcierto, un embate cotidiano de los partidos políticos, la prensa, ciertas instituciones de la sociedad civil y hasta organismos estatales en los que sus adversarios han colado “topos” como si se tratara de un gobernante ilegítimo o de un enemigo del Perú.
El resultado de todo esto es el agravamiento del clima en el que se desarrolla la vida política, institucional y, en parte, económica. Ese clima ya estaba afeado por cuatro factores antes de intensificarse el asedio reciente contra el debilitado gobierno.
Un factor era la parte baja del ciclo de las materias primas, que afecta a buena parte de América Latina, pero especialmente a países como el Perú, cuya dependencia es desproporcionadamente alta (como otros países dependientes de materias primas, muchas industrias no necesariamente vinculadas a ellas se ven menguadas por la reducción del dinamismo que supone atravesar la parte baja del ciclo).
El segundo factor es el entrampamiento que tiene paralizados proyectos de inversión, muchos de ellos vinculados a la infraestructura, por cerca de 20 mil millones de dólares. Ese entrampamiento viene de la ineptitud burocrática, la judicialización de la vida política, el caos que es la descentralización inaugurada a inicios del nuevo milenio y la inseguridad jurídica por los constantes vaivenes normativos de las últimas administraciones.
Un tercer factor que de por sí complicaba las cosas era la naturaleza, que se ensañó hace unos meses, mediante el fenómeno bautizado “Niño costero”, con algunas regiones del Perú pero muy particularmente con la costa norte, una de las zonas de mayor empuje empresarial de los nuevos tiempos.
Por último, el caso “Odebrecht”, que afecta a varios gobiernos anteriores y sólo tangencialmente a este, había dado recientemente pie a una incertidumbre que en nada ayudaba a reconstruir la confianza necesaria para que los “espíritus animales” se pusieran en marcha. La caza del jabalí, antes que la búsqueda de la verdad y la justicia, es lo que ha prevalecido a raíz de las revelaciones de la corrupción peruana vinculada a las empresas brasileñas.
Este era el contexto en el venía operando Kuczynski, con paciencia y buen humor, durante meses. Pero a todos los factores mencionados hay que sumarles, desde hace algunas semanas, con pequeños respiros tácticos que nada cambian hasta ahora, la campaña destructiva que ha llevado a cabo el fujimorismo, la fuerza que controla el Congreso y que tiene a varios de los principales medios de comunicación muy cerca, para hacer fracasar al nuevo gobierno. Desde que la alianza entre los seguidores del dictador Odría y el Apra frustró el primer gobierno de Fernando Belaunde en los años 60 (y propició en cierta forma el golpe del general Velasco), no se veía algo igual. Tumbar ministros, revertir medidas ejecutivas, coludirse con personajes de la Contraloría empeñados en paralizar proyectos, convalidar escuchas ilegales sin ninguna importancia real, amenazar a los adversarios, devaluar el lenguaje político y hacer un populismo de derechas camuflado bajo sofismas morales parece ser lo primordial para la oposición fujimorista y sus aliados, el Apra y una parte de Acción Popular, el antiguo partido de Fernando Belaunde.
La razón es fácil de entender. El fujimorismo estaba a las puertas del poder el año pasado cuando su candidata obtuvo alrededor de 40% de los votos en la primera vuelta y el actual Presidente apenas la mitad de ese respaldo. Durante la campaña de la segunda vuelta, sin embargo, como tantas veces en las últimas dos décadas, las fuerzas democráticas, que cubren un espectro que va de la izquierda a la centroderecha, se movilizaron para cerrarle el paso con éxito y otorgar el triunfo a Kuczynski. El fujimorismo colaboró intensamente con sus adversarios, hay que decirlo, por tener en puestos prominentes a un personaje investigado por la DEA por lavado de dinero y a un sujeto sin escrúpulos que manipuló audios para tratar de torcer el testimonio de un testigo de la DEA en coordinación con un programa de televisión nostálgico de los años de Vladimiro Montesinos.
La composición del nuevo Congreso, sin embargo, refleja el resultado de la primera vuelta, no de la segunda, pero de un modo desproporcionado, por obra del sistema electoral imperante. Así, los herederos y seguidores del ex dictador obtuvieron 73 de 120 escaños, es decir tres cuartas partes del Congreso. Aunque han perdido dos parlamentarios por el camino, hay que sumarle a esa bancada el voto de los apristas y, sorprendentemente, de una parte de Acción Popular, que tampoco perdona a Kuczynski haberlo desplazado de la segunda vuelta.
La representación parlamentaria de Kuczynski, para colmo, suma apenas la sexta parte del Congreso, carece de un liderazgo claro y hay en ella algunos náufragos de otras aventuras políticas que restan bastante más de lo que suman.
El gabinete de Kuczynski, compuesto por técnicos del mejor nivel en gran parte, se ha visto impotente para impedir que el Congreso se lleve de encuentro a varios de sus ministros a pesar de contar con armas legales y constitucionales contundentes para asegurar la gobernabilidad. Una de ellas es la posibilidad de plantear una cuestión de confianza ante la posibilidad de que un ministro sea censurado, haciéndola extensiva a todo el gabinete. Si la oposición les negara la confianza a dos gabinetes seguidos, el Presidente podría disolver el Congreso y convocar nuevas elecciones parlamentarias.
Esta opción era un clamor entre las fuerzas democráticas responsables de haber impedido el regreso del fujimorismo al poder en las últimas dos décadas cuando la oposición tumbó al ministro de Educación, que venía del gobierno de Ollanta Humala y gozaba de un sólido prestigio. El Presidente hubiera recibido el apoyo masivo de una ciudadanía indignada con la labor vengativa del fujimorismo, además de que el aura de triunfo da siempre a un Presidente recientemente electo una ventaja en las urnas. Pero para evitar confrontaciones e inestabilidad, Kuczynski prefirió sacrificar a su ministro. El resultado fue que el fujimorismo le ganó la moral al Poder Ejecutivo y ha acabado con varios ministros más desde entonces, le ha bloqueado o frustrado distintas iniciativas y le ha impuesto a figuras de debatibles credenciales democráticas en instancias estatales desde donde se dedican a hacer política menuda en lugar de ocuparse de sus funciones.
El rol de la prensa supérstite de la década negra de los años 90 ha sido especialmente nefasto, sirviendo de caja de resonancia al fujimorismo en lugar de tratar de frenar esta campaña lesiva para el país y abonar en favor de un mejor clima institucional y económico. Con pocas excepciones y a veces con hipocresía, muchos medios o periodistas que estuvieron cerca del fujimorismo tratan a Kuczynski como si fuera Belcebú a pesar de que tienen coincidencias con él en materia de orientación económica.
El impacto de este clima enrarecido ha dañado la economía, que este año no crecerá mucho más de 2%. La inversión privada, que está en caída desde 2014, ahora se ha estabilizado, pero eso sólo significa que este año crecerá en el mejor de los casos 0,5%. Ciertos sectores vitales para la demanda interna, como la construcción, están ya en recesión.
Para reanimar al capital privado, Kuczynski ha intentado sacar adelante alguno de los proyectos emblemáticos que requieren concesiones del Estado al sector privado o distintas modalidades de colaboración, como asociaciones público-privadas. Todos los intentos se han visto frustrados por el sabotaje de la oposición, al que la impericia política de un gobierno de técnicos que carece de grandes reflejos defensivos no ayuda precisamente a obtener victorias en ningún frente.
Naturalmente, viendo la debilidad del Presidente, un sector del fujimorismo ha vuelto a la carga para tratar de forzar a Kuczynski a indultar al ex dictador Alberto Fujimori, preso (en unas instalaciones cómodas en comparación con las cárceles comunes) por graves violaciones de los derechos humanos, secuestro agravado y corrupción. Otro sector del fujimorismo, vinculado a la hija de Fujimori que fue candidata presidencial, prefiere que el ex gobernante no salga por ahora de la cárcel porque teme que le arrebate el partido y en las próximas elecciones construya una lista parlamentaria con sus favoritos. El hermano de la ex candidata, también congresista, junto con una parte minoritaria de la bancada fujimorista, tiene en cambio como prioridad absoluta sacar al padre de la cárcel, a diferencia de la hija, cuyo propósito inmediato es destruir a Kuczynski y llegar al poder.
Esta división, que la prensa peruana exagera más de la cuenta, añade leña a fuego, enviando a los agentes económicos señales de caos, imprevisibilidad y confrontación disuasorias para la inversión. Como si no hubiera ya bastante incertidumbre en el hecho de que varios ex presidentes están en problemas (Alejandro Toledo está prófugo y el gobierno intenta extraditarlo, Ollanta Humala y su mujer están en la cárcel mientras se los investiga, aunque podrían salir en libertad muy pronto, y Alan García no parece enteramente libre de riesgos), el presidiario Fujimori sigue enrareciendo la política peruana. Kuczynski gana algo de tiempo, mientras tanto, entregando a un grupo de médicos la responsabilidad de evaluar la salud de Fujimori antes de tomar una decisión sobre el indulto, que jurídicamente resulta harto dificultoso.
La política peruana se empeña en seguir impidiendo la consolidación de las instituciones y de dar a la vida económica y social un marco estable y previsible. A pesar de los mejores esfuerzos de Kuczynski.
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Tejado de vidrio
NO SÉ qué molesta más. La apatía de Enel o la foto de Lavín en el Hotel Ritz donde alojó a algunas familias afectadas por el corte de luz. Que la empresa eléctrica no estuvo a la altura, es un hecho de la causa. Lo reconocen ellos mismos. Pero, que hay mucho aprovechamiento político de todo esto, también es cierto.
Enel tiene razón al decir que ninguna empresa puede estar preparada para un evento que sucede cada 50 años. Pedirle aquello sería irracional. Pero también es claro que el tiempo de reacción superó todos los límites. Para qué hablar de su nula estrategia de contención de la situación. Porque la nevazón estaba súper anunciada. Se dice que los daños que provocaron la caída de árboles fueron superiores a los del terremoto del 2010, pero la diferencia es fundamental: ese fue un evento inesperado. El de ahora, por el contrario, era esperado, por lo que hubo tiempo para prepararse mejor. No hay excusas para ello. Y Enel pagará la cuenta de aquello, en términos de imagen y eventuales multas y demandas.
Pero dicho lo anterior, el tema de la luz no da para sacar muchas conclusiones más. Aquí lo que está en cuestión es la capacidad de una empresa para enfrentar crisis, que es importante, pero nada más. Y habrá que proceder al respecto. Por eso, está bien la indignación, pero todo debe tener una proporción.
En el caso del gobierno esto es claro. Dicen que toda empresa que entrega servicios básicos debe actuar con responsabilidad. Y tienen razón. Pero la cosa es que esa es una vara que parece que no corre para ellos. Por ejemplo, esta misma semana se informó que la lista de espera en los hospitales, por primera vez, se acerca a los dos millones de casos. Y nadie dice nada.
¿Qué es peor? ¿Estar una semana sin luz, o esperar 400 días para una operación? La comparación no pretende justificar a Enel, pero digamos las cosas como son: si nos queremos poner exigentes, seamos consecuentes. El gobierno tiene mucho tejado de vidrio para andar tirando piedras a granel.
También resulta curioso, por decir lo menos, que algunos temas escalen a nivel de escándalo público y otros no. Porque, en el caso de la salud, nadie dice nada. Y lo peor es que, a diferencia de la luz, que es un tema que hace crisis pocas veces, el de la salud es permanente. Siempre es así. Es como si siempre dos millones de personas estuvieran por más de un año sin luz. Y nunca se ha visto a un alcalde llevar a los enfermos a una clínica privada para solucionar el problema.
Algunos dicen que hay una diferencia fundamental. Que a las empresas privadas se les paga por entregar el servicio, mientras el Estado no cobra o subsidia, por ejemplo, la salud o la educación. Bueno, ese es otro error. Al Estado le pagan todos los chilenos mediante impuestos cada vez mayores. Nada es gratis. Ni siquiera la tan debatida gratuidad universitaria. Por algo se subieron lo impuestos para financiarla. Visto de esta manera, las exigencias deben ser las mismas para todos. Entonces, seamos duros con Enel, pero también con todos aquellos que prestan servicios, sean los privados o el Estado. Y veamos de paso quién está más al debe en todo esto.
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Un nuevo dinamismo económico
EL BAJO desempeño de la economía chilena durante los últimos años vuelve a poner al crecimiento en el centro de las preocupaciones. Son muchas las razones que pueden invocarse para explicar su fuerte caída. Por de pronto, es un hecho que la coyuntura internacional ha sido desfavorable. Pero, esa explicación no basta.
Desgraciadamente, este gobierno ha confirmado que la economía sigue siendo el Talón de Aquiles de las fuerzas progresistas. Con una tasa de crecimiento promedio por debajo del 2%, su desempeño se compara muy desfavorablemente con la tasa superior al 5% obtenida por el gobierno anterior.
La previsión inicial con que se inauguró el actual gobierno apuntaba a una tasa del orden del 4%. El gran programa de reformas definido por el gobierno no incorporó medidas importantes para asegurar el dinamismo de la economía en un entorno internacional que iba a ser menos favorable. Fue un grave error que hoy se paga caro. Era evidente que un programa de reformas estructurales profundas iba a generar tensiones e incertidumbre. Era imprescindible compensarlas con propuestas que facilitaran y abrieran nuevos espacios de inversión.
La izquierda y el progresismo han insistido con razón en que el crecimiento no basta para resolver los problemas sociales. Está demostrado que tasas de crecimiento altas pueden incluso profundizar los niveles de desigualdad y producir un deterioro grave en el medio ambiente. Crecimiento no es igual a desarrollo.
Un alto crecimiento no es suficiente para generar progresos que alcancen a la mayoría de la población. Es, sin embargo, una condición indispensable. El bajo crecimiento afecta negativamente el empleo y los salarios reales, debilita las finanzas públicas y hace mucho más difícil el combate en contra de la pobreza.
La recuperación del crecimiento debe ocupar un lugar muy relevante en la agenda del próximo gobierno. Éste es el punto fuerte de la candidatura del expresidente Piñera. Sin embargo, hasta donde se conocen, sus propuestas para conseguirlo son poco novedosas. No se condicen con la aceleración del cambio tecnológico y la emergencia de una nueva economía.
El impacto de las nuevas tecnologías es brutal. La digitalización, la robotización, el big data, la inteligencia artificial producen transformaciones disruptivas. Todo está cambiando: el consumo, la distribución, las formas de producir, el funcionamiento de los mercados; las empresas aparecen y desaparecen a gran velocidad; las estructuras de costos sufren cambios abruptos y alteran radicalmente la competencia.
Es fundamental insertarse en ese proceso. La innovación es crucial. No podemos seguir produciendo lo mismo y de la misma manera. Hay que avanzar en la transformación productiva. Para ello no basta con una macroeconomía ordenada. Se requiere una estrategia orientada por una visión de futuro concordada entre los diferentes actores. El mercado no provee esa visión. El Estado es insustituible. Hay que generar una articulación virtuosa entre Estado y mercado, una alianza estrecha entre sector público y sector privado que ponga en el centro la innovación y el desarrollo productivo. Para cumplir ese papel el Estado tiene que modernizarse para ejercer un liderazgo participativo y persuasivo, ágil y eficaz, no burocrático. Con el actual no se llegará muy lejos. No pueden existir dudas acerca de la importancia de recuperar el crecimiento. El debate es cómo hacerlo y para ello hay que comenzar innovando en las propuestas. Gran desafío para la centroizquierda.
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Reforma agraria
NO SE entiende cómo van a montar un “Museo de la Democracia” si existe escaso acuerdo respecto a la historia contemporánea. Lo hemos estado viendo a propósito de los cincuenta años de la ley 16.640. A nadie se le ocurriría objetar el carácter democrático de dicha ley; con todo, es posible sostener que la reforma agraria y sus consecuencias fueron fatales para la institucionalidad política. Por tanto, uno se pregunta si convendrá que a procesos democráticos, traumáticos para la sociedad aunque legalistas, se les eleve a alturas sacrosantas. No hay museo que no sea un tanto santurrón; ¿Significará eso que se insistirá en un cuento, a pesar de todo, feliz?
La reforma agraria puso fin a la hacienda sin tenerse en cuenta que, de hecho, se estaba erradicando: nada menos que una de las pocas estructuras sociales en este páramo perdido del mundo. La más estable y menos contenciosa, habiendo prevalecido 300 años en un país en que nada persiste tanto tiempo (la república lleva a duras penas 200). Lo cual no importó mayormente. Para el mesianismo imperante, se trataba de alcanzar un mundo mejor sacrificando lo que fuese necesario. Y vaya qué destino nos deparó esta lógica: un país intencionalmente revolucionado aunque ninguno de sus artífices, beatos y fóbicos, biempensantes y anti-elitarios, admitiera su responsabilidad, inconfesos sus propósitos, y ni qué decir respecto al desenlace desastroso consiguiente.
Los parteros de la reforma agraria y de lo que vino después -la DC y la UP- jamás concedieron que lo suyo atentaba a la institucionalidad legada. Por eso su insistencia en autocalificarse de “reformistas” o respetuosos de las vías chilenas, distinguiéndose de extremismos foráneos, castristas desde luego. A lo sumo, una agenda supuestamente progresista a tono con los tiempos (revolucionarios por cierto). Hipócrita, sin embargo, toda vez que ese reformismo se hizo acompañar de chantaje (la derecha debiendo apoyar a Frei el 64) y agitación campesina, a fin de lograr intenciones radicales posando de técnicas. De ahí que se descartara cualquier aporte económico que pudieran tener estos predios manejados por sus legítimos dueños, primando criterios de superficie (fin del latifundio y redistribución de tierras que no ocurrió), y no tardara en confirmarse que este asalto a la propiedad respondía sobre todo a un afán de destruir el ascendiente político de la derecha y hacerse del voto campesino (fin del inquilinaje). Que la derecha dejara de creer en la institucionalidad pareció hasta conveniente. Que el experimento significara regresiones (clericalismo, uso de fuerza para resolver conflictos, y eliminación de contrapesos políticos) tampoco importó.
Primó una lógica falaz -“si no nos hacemos nosotros de la revolución, otros la harán”- típica del progresismo, impidiéndoles comprender que la revolución, confesa o no, una vez desatada, no es de nadie. Pues, bien, hablemos de democracia, pero en serio: de cómo a las democracias desde adentro se las implosiona/revoluciona… liquida.
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Responsabilidad compartida
EL COLAPSO del abastecimiento eléctrico de miles de hogares santiaguinos con la nevazón de julio, agravando condiciones que ya se presentaran con lluvias torrenciales en junio, con una reposición del suministro compleja y excesivamente lenta, enfureció a la población, que crecientemente depende del suministro eléctrico para su vida diaria.
No es claramente aceptable que aún haya clientes sin suministro, a una semana del evento.
Lo sucedido es en parte responsabilidad de las mismas empresas distribuidoras eléctricas, que se vieron sobrepasadas por estos eventos, con una infraestructura que no está preparada para recibir nieve, de más de 30 centímetros en los barrios altos de la ciudad.
La nieve hizo colapsar mecánicamente muchas redes, principalmente por árboles que cayeron, arrastrando redes eléctricas completas. Recorrer las calles del oriente de la ciudad ofrecía vistas de avenidas con enormes árboles en el suelo, arrancados de sus raíces, entremezclados con postes y conductores eléctricos.
Sin embargo, hay que advertir que, dado el esquema de remuneración de las empresas distribuidoras, no es posible pedirles que estén preparadas para responder a un evento extremo como éste, que sucede cada 40 años. Se requerirían muchísimos más recursos que los incorporados en la tarifa para responder ante una condición extrema como ésta. La capacidad de reparar daños, a través de cuadrillas en terreno, queda totalmente superada con una contingencia como ésta, incluso cuando solicitaron cuadrillas de apoyo de otras distribuidoras (se recibió auxilio de CGE y Chilquinta).
Donde sí las empresas distribuidoras respondieron mal, Enel en particular, fue en su muy débil respuesta a sus clientes y la ausencia de información clara y oportuna.
No es justificable que habitantes de Santiago reclamen a la compañía, sus reclamos sean recibidos -aunque no siempre- y no haya habido respuesta en cinco días.
Si se hubiera advertido oportunamente a los clientes de la severidad de los daños y que las reparaciones podrían extenderse en el tiempo, éstos habrían enfrentado mejor la incertidumbre resultante, tomando medidas alternativas ante la severidad de la situación.
Otra falla, aunque no de exclusiva responsabilidad de las distribuidoras, es la de la poda de árboles. Claramente una mejor y oportuna poda en el otoño, junto con la identificación de árboles peligrosos, muy cercanos a la red, ayudaría a limitar el daño.
La poda que en efecto se remunera es muy limitada, no se asignan recursos para prepararse para eventos extremos, tan poco probables. Además, esta materia es responsabilidad compartida con municipalidades y el Ministerio de Obras Públicas (MOP).
Acciones como sacar árboles bajo la red o botar árboles peligrosos son trabajos que no podría ejecutar la distribuidora por su cuenta.
Idealmente se debiera tener, bajo los conductores eléctricos, una franja limpia de unos cinco metros, sin árboles grandes, pero probablemente ni la población ni las municipalidades estarían dispuestas a ello.
Finalmente, soterrar las redes eléctricas completas podría ser una solución, eliminando los posibles impactos en las líneas aéreas, pero esto implicaría aumentar las inversiones en más de cinco veces, con los consecuentes incrementos de tarifas, que no se justifican en una economía como la nuestra.
Soterrar parcialmente la distribución en algunos barrios de la capital se demostró como una solución parcial, y de hecho no evitó cortes de suministros, pues a menudo igual se dañaron los tramos aéreos.
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Humanizar el modelo energético
LA ENERGÍA es un tema que habitualmente se aborda desde un punto vista técnico y económico, y es natural utilizar el lenguaje de la ingeniería, el mercado y la regulación, en la normalidad y en la emergencia ¿Cuál es el monto de las compensaciones? ¿Cuánto arriesgan las empresas en multas? ¿Quién es responsable de podar los árboles? ¿Cuánto costaría soterrar el tendido eléctrico? Y las respuestas se formulan en función de conceptos y cifras técnicos: kW/h; dólares por kilómetro de tendido; costo de racionamiento; horas de no suministro, etc.
Pero para explicar la frustración de una madre que no puede preparar comida caliente a sus hijos, el lenguaje técnico no alcanza. Y noticias como que las empresas podrían sufrir millonarias multas poco ayudan a aliviar la desazón de no poder calefaccionar la casa en una de las semanas más frías de los últimos años.
Pareciera que existe una desconexión entre lo que la energía representa para las personas y la conceptualización de la respuesta que hemos construido como sociedad.
El sector energético se ha desarrollado de manera notable, desde las prioridades iniciales de cobertura y costo, hasta la sostenibilidad que se discute hoy. Estos pilares han creado un mercado eléctrico maduro, pujante y siempre en renovación.
La energía se ha vuelto una de las actividades con mayor inversión en nuestra economía, incluso superando a la minería en el año 2015. Sin embargo, la última nieve en Santiago nos recuerda que cuando nuestro modelo de desarrollo energético falla, lo puede hacer de manera igualmente espectacular.
Si el problema de fondo no es el viento, ni la nieve, ni el cable aéreo (en Punta Arenas, que no tiene red soterrada, estarán diciendo: “¡Ah, estos santiaguinos no saben lo que es nieve!”), y si no estamos dando las soluciones para que la ciudadanía se sienta realmente protegida, entendida y dignificada, quizás es necesario buscar inspiración en otras áreas de la sociedad.
La iniciativa Wehab (ONU 2002) establece que “aunque la energía no es una necesidad humana básica, es crítica para la satisfacción de todas las necesidades”. Por su parte, el acceso a la energía eléctrica “se encuentra bien establecido dentro del marco de referencia de los Derechos Humanos” (The Human Right to Access Electricity, S. Tully, 2006), como atributo implícito el derecho a un desarrollo sostenible y vivienda adecuada, o en forma explícita, en el contexto de eliminar la discriminación contra la mujer. Se ha probado que las mujeres y los niños son los más afectados ante la carencia de suministro eléctrico.
El acceso al suministro eléctrico es fundamental para el desarrollo y la dignidad de la persona y su carencia no debiese entenderse como la simple falta de un bien de consumo, que puede ser compensado después.
Entender el suministro eléctrico dentro del marco de los derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas, que todos los estamentos de la sociedad deben respetar y promover, pareciera ser una distinción mínima en un mercado que se encuentra altamente tecnificado. Pero nos permite -y también obliga- diseñar soluciones orientadas de forma explícita y empática con la ciudadanía y su bienestar final, redirigiendo nuestro accionar hacia un enfoque más proactivo que reactivo.
Así, por la sola existencia de un mercado y el sector privado, la sociedad no puede renunciar a su deber de proteger el acceso no discriminatorio y la seguridad de suministro eléctrico, tanto en la planificación de la operación y el desarrollo, como en la respuesta a emergencias y situaciones críticas.
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¿Es inminente la transición venezolana?
Hemos visto en los tiempos modernos transiciones democráticas sorprendentes, pero parece que Venezuela podría estar cerca de aportar una nueva variante. La oposición organizó, con la hostilidad del gobierno de Nicolás Maduro, un referéndum para impedir la convocatoria a una Asamblea Constituyente encargada de reemplazar la actual Constitución y acabar con todos los contrapesos democráticos.
No hace falta imaginación para darse cuenta de lo difícil que era, bajo un régimen brutal que ha matado a 100 manifestantes y detenido a miles más en los últimos 100 días, montar una infraestructura ilegal que permitiera a millones de venezolanos votar mientras eran hostigados por los paramilitares (”colectivos” en el newspeak chavista).
Pero votaron masivamente. Aunque la oposición sólo pudo habilitar una quinta parte de los centros de votación utilizados normalmente, 7.200.000 personas acudieron a las urnas para rechazar una segunda Cuba. La violencia esporádica organizada por los matones del gobierno tuvo como testigos a un grupo de ex presidentes latinoamericanos que aceptaron ser observadores del referéndum (Vicente Fox, Andrés Pastrana, Laura Chinchilla, Miguel Ángel Rodríguez y Tuto Quiroga).
La oposición preguntó a los venezolanos si rechazan la Asamblea Constituyente, si las fuerzas armadas deben hacer cumplir la constitución actual y si debe haber una renovación de las autoridades. El 98% votó “Sí”. Los siete millones de votos que respaldaron a la oposición opacan abrumadoramente a los cuatro millones de votos que aprobaron la actual Constitución en 1999 y los cuatro millones y medio que respaldaron las enmiendas constitucionales que otorgaron poderes adicionales a Hugo Chávez en 2009.
El voto simbólico es también una reivindicación de los esfuerzos de la oposición por obligar al gobierno a aceptar el referéndum revocatorio el año pasado. El régimen nunca lo permitió y, para colmo, canceló las elecciones regionales previstas. El respaldo a la oposición en el referéndum del domingo pasado indica que los instintos de Maduro estaban acertados en 2016: el dictador habría sido abrumadoramente revocado.
Hay signos de debilidad en el régimen de Maduro. Recientemente, colocó a Leopoldo López, el preso político más prominente, bajo arresto domiciliario después de tenerlo varios años confinado en una prisión militar donde fue torturado. Varios chavistas, especialmente la fiscal general Luisa Ortega, han roto filas con Maduro y denunciado sus planes de establecer un régimen totalitario. Ya hay oficiales de policía y militares que expresan su abierta oposición al régimen.
El referéndum organizado por la oposición el pasado fin de semana marca un fascinante contraste con otras transiciones a la democracia liberal (si este resulta ser el desenlace, algo todavía por verse). El chileno Augusto Pinochet también dejó el poder después de un referéndum, ¡pero lo organizó él! En Polonia, el gobierno, agotado por las huelgas generales convocadas por Solidaridad, abrió finalmente negociaciones con el famoso sindicato de Lech Walesa a finales de los años 80. En Hungría, se abrió una grieta entre dos facciones comunistas que condujeron a un cambio de régimen. En Rumanía, el dictador Ceaucescu fue capturado y ejecutado. En la Unión Soviética, la burocracia comunista produjo a Gorbachov, un reformista que fue superado por las fuerzas que él desató: cuando las facciones retrógradas trataron de volver atrás, otros líderes reformistas, en particular Boris Yeltsin, lo impidieron y el resto es historia.
Nunca antes habíamos visto lo que ha sucedido en Venezuela: una oposición que monta un referéndum exitoso en defensa de la Constitución dictatorial contra la hostilidad de una dictadura que piensa que su propia Constitución ya no es suficiente para garantizar su perpetuidad. ¿Es este el principio del fin del chavismo?
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