María López Villarquide's Blog, page 4
March 27, 2025
A Real Pain
A Real Pain. Jesse Eisenberg, 2024
«Jópin» y «Uch»Tengo un compañero en la oficina que es polaco, el primer viaje al extranjero que hice en mi vida fue a Cracovia y el tema de mi tesis doctoral fue la obra de Roman Polanski: absolutamente nada más me relaciona con Polonia, sin embargo, esta semana hablé con mi compañero sobre cómo se pronunciaban dos nombres que, durante años, estuvieron muy presentes en mi vida: Chopin y Łodz y recordé varias cosas, entre ellas esta película que vi hace unas cuantas semanas.
Durante los 82 minutos que dura A Real Pain no dejan de sonar las melodías del romántico Frédéric Chopin (Varsovia, 1810 – París, 1849). La película introduce así una presencia melancólica constante que se pega a los oídos del espectador.
La sensibilidad a veces opera caprichosa y se manifiesta en aquellos a quienes no percibimos dignos de dejarse conmover con facilidad, porque no son discretos, ni silenciosos (así es como tendemos a imaginar a los seres sensibles). Los protagonistas de esta historia no lo son, especialmente Benji Kaplan (Kieran Culkin) que llena todo el espacio que ocupa en cada plano (y se queda corto).
En aquel viaje que hice a Cracovia para visitar a una amiga filóloga que siempre me explicaba cómo pronunciar correctamente el nombre de la escuela en donde había estudiado Roman Polanski («Uch») y el del compositor de las piezas que conforman el ballet Las sílfides («jópin»), visitamos un campo de concentración, una parada necesaria dentro del tour que realizan los protagonistas de la película y que en mi caso no estaba planificada y, por supuesto: tampoco disfruté.
Nadie disfruta esa visita, claro, pero la forma en que reacciona cada uno cuando regresa a su vida después de haber visto un lugar así es muy variable y eso esta película también lo refleja.
A Real Pain, además de abordar los rencores entre dos primos que estuvieron muy unidos pero a quienes la vida los ha alejado, repasa los mecanismos del prejuicio que todos practicamos con la premisa de esa suerte de «terapia de grupo» que son los viajes organizados, que condenan a quienes participan en ellos a integrarse tal y como son, sin trampa y sin escapatoria.
Por eso me gustaron tanto su comienzo y su final circulares y me pareció tan triste y tan bonita, por la lección que da acerca de cómo creemos que nos ven y cómo nosotros vemos a los demás sin tener ni idea de lo que está pasando.
February 6, 2025
Los colores de nuestros recuerdos
Los colores de nuestros recuerdos. Michel Pastoureau. Trad. y notas de Laura Salas Rodríguez. Cáceres: Periférica, 2017
Un color terribleLlevo más o menos dos meses sin acudir a la peluquería para teñirme las canas y no porque esté considerando la opción de dejarme el pelo así, sino porque mi peluquera está de baja y no me atrevo a cambiar. Si «el pelo lo es todo», como decía la protagonista de Fleabag, yo añadiría que su color también.
Acepto mi aspecto actual de perro pastor alemán con tres tonos diferentes entre el cuero cabelludo y los primeros centímetros del nacimiento, no pasa nada, vivo tranquila y en paz con mis prójimos pero fantaseo con el momento en que decida ¿por qué no? tal vez cambiar y verme de otro color.
Se habla mucho últimamente de las «paletas» de colores que nos definen; al parecer, con una correcta elección cromática nos podemos ver más guapos, más saludables y mejor iluminados. Bien escogidos: los colores que nos rodean, nos recubren y nos maquillan nos hacen sentir mejor y se nos percibe más atractivos.
Sea cierto o no, este ensayo de Michel Pastoureau (París, 1947) no dice nada al respecto; Los colores de nuestros recuerdos no tiene nada que ver con un estudio psicológico de cómo nos puede hacer sentir un color u otro, ni tampoco analiza los efectos visuales de la elección de una determinada paleta para la indumentaria sino que expone ejemplos extraídos de las experiencias personales del propio Pastoureau quien, por cierto bien podría haber titulado el libro Los colores de mis recuerdos, puesto que son los suyos y no los nuestros los que en él se reflejan.
Como historiador medieval (asesoró el trabajo de documentación de la película El nombre de la rosa y vivió obsesionado con Ivanhoe durante décadas) Michel Pastoureau se dedica a contar historietas, a veces traídas por los pelos de la publicidad y otras fruto de la más absoluta casualidad, situaciones vividas en relación al peso del color en uno u otro objeto.
Al comienzo de la obra profundiza en curiosidades relativas a la aparición de los pantalones vaqueros y el texto llama la atención pero, según avanza y enlaza una batallita con otra, por momentos pierde mi interés (el mío, que vivo enfrascada en posibles opciones para colorear mis canas).
Además de la ropa, Los colores de nuestros recuerdos trata también la presencia del color en los medios de comunicación y de transporte: semáforos, líneas de metro… plantea posibles motivos por los cuales asociamos lo malo con lo rojo y lo bueno con lo azul y explica que el auténtico color del misterio es el verde (venenos, juegos, esperanzas: el verde lo contiene todo) y a ratos da la sensación que sus únicos referentes son aquellos que derivan de la cultura francesa. Eso aburre.
Me gusta que hable del oro, del uso del recubrimiento dorado en el arte para dar movimiento y volumen a las superficies y no para encarecer la obra, como podríamos imaginar sin tener ni idea: el oro refleja la luz y es imposible capturarlo en una fotografía. Me gustan ese tipo de aseveraciones.
Siempre es bonito descubrir que alguien ha dedicado su vida a estudiar algo y, en el caso de Michel Pastoreau, se trata del color y el impacto que tiene en nuestras sociedades: es capaz de hablar de colores sin mostrarlos y la curiosidad le ha valido el punto de partida para cientos de páginas de conjeturas.
Yo sigo sin saber qué me haré en el pelo, pero he estado entretenida.
January 15, 2025
The Retreat
The Retreat. Aharon Appelfeld. London: Quartet Books, 1985
Si yo fuera ricaAyer fui a recoger un paquete a casa de una mujer a quien no conozco. Una amiga me pidió que le hiciera ese favor puesto que el paquete era suyo y ella se encuentra temporalmente en el extranjero así que accedí sin problemas, porque a las amigas se les hacen los favores y punto.
La mujer en cuestión es hija de una de las artistas más famosas de los últimos cuarenta años en España y sentí curiosidad sincera por acercarme al edificio junto a cuyo portal reluce una placa conmemorativa a la sazón. Llegué allí y el bedel, que deduje que iba a ser mensajero en nuestro intercambio de mercancía, se encontraba agachado y reparando con aceite el mecanismo de uno de los ventanucos inferiores. Me saludó amable e inmediatamente se puso en pie para preguntarme cómo me llamaba, mientras frotaba las manos con una bayeta y esparcía su untuosa suciedad por muñecas y codos.
-Disculpe pero es que esto mancha muchísimo ¿le importaría coger usted misma los sobres? Son esos de allí, si se asoma los verá.
Efectivamente, sobre la mesa de lo que me pareció un despacho muy cuco, el portero tenía dos sobres que en seguida reconocí por el logo de la marca de joyas de mi amiga. Los metí en mi bolso y, antes de despedirme, sostuve la puerta al hombre para que pasara: con el pringue no lo vi capaz de agarrar ninguno de los lustrosos pomos de aquel portal tan cargado de nobleza y abolengo pero, para mi sorpresa, él no hizo más que agachar la cabeza e insistir para que fuera yo quien pasara delante, usando su espalda y sus pies para aguantar el peso de la puerta de hierro, no precisamente ligera.
El servilismo.
La novela The Retreat de Aharon Appelfeld, al igual que Katerina (comentada en su momento por estos lares) retrata los conflictos del contraste social, cultural y sobre todo económico entre judíos y gentiles y, si aquella otra abordaba las consecuencias esta se adelanta a los acontecimientos terribles del dominio nazi durante las Segunda Guerra Mundial.
No ha sido fácil leerla, a pesar de su brevedad: no me ha resultado cómodo el estilo minimalista de una narración fría, que demanda mucho más del lector de aquello que ofrece. La historia sigue a un grupo de personas que, por diferentes motivos, se reúnen en una especie de retiro en una montaña que no es mágica, para deshacerse de todo aquello que los vincula a su condición de judíos, en 1937, con todo lo que sabemos y anticipamos que va a suceder.
The Retreat habla de complejos, comparaciones, frustraciones y miedos infundados. Para cuando el lector ha llegado a acomodarse en la problemática de un personaje como Lotte, una actriz venida a menos que o reconoce su caída en desgracia y se lleva mal con su familia, la novela salta a otro completamente distinto y cuyos motivos para estar en el retiro no tienen nada que ver. El propio artífice de la institución, Balaban, pasa de ser un mercachifle curioso que los enreda a todos para que se unan a esa secta de renovación a una suerte de mártir con final poco afortunado (como lo tienen todos los mártires).
El desenlace, los dos o tres últimos párrafos del libro son desoladores.
No sé: no me ha gustado.
Comentando la lectura con otra amiga me dijo que ella, en su momento, hace más de treinta años, había tenido también dificultades para alcanzar el final de este libro y es que a las amigas no solo hay que hacerles favores: siempre hay que hacerles caso.
January 9, 2025
Ciento volando
Ciento volando (Arantxa Aguirre, 2025)
El reposoHace unos meses un amigo me pidió que escribiera un texto sobre la relación entre su trabajo como escultor y el mundo de la danza. Abrumada, emocionada y agradecida como Lina Morgan accedí a su petición. No fue difícil encontrar elementos a los cuales asirme para expresar lo que sus piezas me sugieren: porque las he visto a menudo expuestas dentro y fuera de su taller, porque él nos las ha explicado a sus amigos y porque también he asistido a parte del proceso creativo de las mismas en alguna ocasión.
La obra de Chillida, en cambio, me era prácticamente desconocida. En 2019 trabajé en la documentación de una exposición para la cual propuse relacionar su pieza Homenaje a la mar III (1984) con la instalación audiovisual Swell (2000) de Patricia Piccinini. Ambas me pareció que establecían un diálogo entre la materia y el espacio para reconstruir el océano, una con un bloque de alabastro desbastado en su interior y la otra con pantallas que proyectaban una animación sintética digital. En cualquier caso aquel proyecto no vio la luz del todo y mi relación con Chillida no volvió a establecerse hasta ayer, gracias a Arantxa Aguirre.
Ciento volando es un bello documental sobre el reposo, el sosiego, la tranquilidad y el sentido inmóvil de la obra monumental (y también gráfica) de Eduardo Chillida. A través de los ojos y de la voz de Jone Laspiur el espectador se enfrenta a los paisajes marítimos y rocosos, los jardines y los comentarios de familiares y especialistas para descubrir qué contienen sus bloques de metal oxidado y de piedra desgastada por los cuatro elementos naturales. En la pantalla, unas manos entrenadas para el trato delicado y protegidas con guantes de algodón pasan las páginas de un libro del artista; sus grabados, sus tintas espesas y oscuras contrastan con la luz que atraviesa la ventana de la habitación en donde se ha rodado esa escena. Se habla de la luz negra, de esa otra luz diferente a la que ilumina las obras clásicas, las esculturas griegas que cautivaban al artista, la luz del movimiento, tal vez y al espectador se le brinda la oportunidad de comprender por qué esa luz negra del viento y el mar del País Vasco es, en definitiva, la luz que se vierte sobre las esculturas de Chillida.
Suenan las notas al piano de Bach y un petirrojo picotea curioso y delicado en alguna secuencia de un documental tan hermoso como relajante que se detiene en observar el paso del tiempo, tal vez el único movimiento que a Chillida debía interesarle.
December 20, 2024
Trilogía balcánica de Olivia Manning
La gran fortuna (Trad. Eduardo Jordá. Barcelona: Libros del Asteroide, 2020) La ciudad expoliada (Trad. Concha Cardeñoso. Barcelona: Libros del Asteroide, 2022) y Amigos y héroes (Trad. Concha Cardeñoso. Barcelona: Libros del Asteroide, 2023).
Marta cibelinaSi habitualmente no leo trilogías (y habitualmente, últimamente, la verdad es que no leo casi nada) es porque requieren una atención y tiempo considerables, elementos que no me han sobrado a lo largo de este 2024. Adentrarse en lo que se sabe que van a ser tres tomos de cualquier historia es siempre un reto («¿Abandonaré tras el primero y me perderé el desenlace definitivo?», «¿Y si los leo por separado y en otro orden?», «¿Por qué tres?», «¿Por qué no seis?»). En el caso de la trilogía balcánica de Olivia Manning los tres tomos saben a poco y, por suerte, se completan con otros tres más que de momento yo todavía no he leído (la trilogía del Levante).
En cuanto me he visto liberada del confinamiento estudiantil hace unas pocas semanas, al igual que los depredadores, agazapados en las sombras del bosque, he saltado sobre estas tres novelas y me he dedicado a ellas con atención. Nada les falta y nada les sobra, constato.
Una pareja que aprende a conocerse, un mundo que se viene abajo en sus estructuras sociales, una forma de aplaudir las relaciones humanas, la bondad y la maldad, con ejemplos en los cuales todos nos reconocemos y una extraña forma de dar explicación al sinsentido del conflicto bélico. Muy interesante.
Harriet Pringle alucina con el cretino de su esposo desde que ambos ponen un pie en Bucarest, recién casados, en septiembre de 1939 con la Segunda Guerra Mundial burbujeante al fondo. A partir de ahí sucede lo que le puede suceder a cualquier pareja joven que emprende una vida en el extranjero, en otro idioma y con otra cultura: personas nuevas, costumbres extrañas, desconfianza, gratitud… y la guerra.
A lo largo de las tres novelas, Olivia Manning retrata los detalles y las curiosidades de esos personajes que irrumpen en la nueva cotidianeidad de Harriet, los buenos y los malos y entre todos compone una historia de descubrimiento personal, de la protagonista y también del lector que va con ella y aprueba (o no) cada una de sus decisiones.
La gran fortuna, La ciudad expoliada y Amigos y héroes se centran el las diferentes etapas de crisis del matrimonio y se apoya en aquellos aspectos externos que, inevitablemente, influyen en el clima de tensión de cualquier pareja: la frustración laboral, el miedo a la pérdida, las relaciones con los amigos, los enemigos, los amantes… y la guerra. La Segunda Guerra Mundial palpita desde el comienzo y obliga a los Pringle a tomar algunas de las decisiones más complejas de su existencia.
Además de los Pringle, la trilogía balcánica cuenta con un aliciente para el lector y es que va a conocer al personaje de Yakimov para no olvidarlo nunca: su apetito constante por la mejor gastronomía, su inconsistencia y su ignorancia lo ayudarán a comprender que la aristocracia es, en realidad, una actitud ante la vida, una forma de respirar ajena al tiempo y al dinero que a veces bien puede encarnarse por un abrigo de piel de marta cibelina que en otra época perteneciera al Zar de Rusia.
November 13, 2024
Small Things Like These
Small Things Like These. Claire Keegan, London: Faber & Faber, 2021.
Papel de sedaHay unos cuantos aspectos del mundo del pasado reciente (de mi pasado, del de hace más de treinta años) que añoro especialmente, con particular pena. Uno de ellos es el hecho de que ya nadie envuelve nada en ningún establecimiento. Las tiendas son espacios de autoselección en donde alguien paga para que otro le permite llevarse a casa algo a cambio, pero ya no hay rollos de papel de seda, o de estraza, ni siquiera hay cuartillas a la derecha del vendedor pisadas por el soporte de celo o fixo descansando sobre el mostrador (¿hay mostradores acaso?) delicadas piezas de celulosa prensada, material para proteger aquello que uno compra, aquello que se lleva a casa tras haberlo seleccionado.
Añoro ese aspecto del pasado.
Detalles así son los que vuelven el recuerdo una sustancia cálida con la que nos tapamos cuando el presente nos da frío (y menudo frío últimamente).
Esta breve novela de Claire Keegan (Wicklow, Irlanda, 1968) también trata de ello, pero no exclusivamente.
Small Things Like These denuncia la hipocresía. Cómo una generosa dosis de conciencia puede golpearnos en un momento dado y provocar que presente y pasado se choquen. Proyectamos en otros nuestras propias experiencias y mezclamos memoria y empatía. Tal vez nada tiene que ver pero todo nos confunde.
Aquello que deberíamos hecho y que no hicimos puede traer consecuencias desastrosas para algunos y seguro que la culpa para nosotros . Por eso, a veces, es mejor no mirar y seguir adelante como si nada.
El protagonista de Small Things Like These no es un santo pero está descrito como un buen hombre: trabajador, buen padre de sus cinco hijas y buen esposo de su dulce esposa. Furlong reparte carbón y está sucio durante todo lo que dura esta historia, pero se frota bien las uñas con agua, cepillo y jabón. Ese gesto lo aleja del resto: se ensucia y luego se lava. Se ensucia y luego se lava hasta que un día decide no lavarse.
Una novela que avanza de recuerdo en recuerdo, de observación en observación. Small Thins Like These crece con los detalles, con lo insignificante: aquello que determina dónde está el bien y dónde el comienzo del mal.
November 10, 2024
En el vientre de la ballena
En el vientre de la ballena. Ensayo sobre la cultura. Diego Moldes. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2022.
Hace falta valorAunque Diego Moldes (Pontevedra, 1977) lo niega en varias ocasiones a lo largo de este contundente texto, lo cierto es que él sí es una persona culta, con amplios conocimientos sobre un variado espectro de materias pero al contrario que otros que alardean de mucho más, él es modesto. Diego se despierta una mañana tras haber tenido un sueño extraño y luego escribe sobre él. Hasta aquí, si no todos, al menos unos cuantos autores de relatos, novelas y ensayos podríamos haber intentado hacer algo parecido, pero él además, se lanza a enviar correos a gente para contárselo y a todos les plantea las mismas dos preguntas («¿Qué es la cultura?» y «¿En qué se diferencia la cultura del siglo XX a la del siglo XXI?»). Con las respuestas compone un tercio de un ensayo, lo junta con una serie de densas reflexiones sobre arte, historia y humanismo, le pone a todo un título relacionado con ese sueño inicial que lo llevaba a una playa en donde se topaba con un enorme cetáceo muerto y tachán: En el vientre de la ballena.
No sé lo que opinarán otros pero yo la iniciativa la veo atrevida.
Diego Moldes saca su ensayo adelante con una carta de presentación que evidencia gran curiosidad y seguridad en sí mismo.
En el vientre de la ballena es un texto cargado de datos, algunos muy sorprendentes y otros más divulgativos, de los que le pueden sonar a todo el mundo o que nunca nadie se hubiera planteado. Está lleno de enumeraciones, de listas, da nombres y apellidos de personas que han contribuido con sus aportaciones al conglomerado creativo que es, en suma, la cultura desde los orígenes de la humanidad hasta hoy. Cita a George Steiner muchas veces y se da de cabezazos contra la «algoritmización» de la vida inteligente otras tantas muy a su pesar, como si no le gustara pero debiera rendirse a la evidencia.
También regresa al cine en no pocas ocasiones, porque Diego es de formación cinematográfica, profundo conocedor del universo particular de Alejandro Jodorowsky y, al igual que las cabras, termina por regresar a su monte particular: ejemplos y citas, bibliografía sobre análisis textual y películas para explicar influencias.
Se detiene en el Eclesiastés y hace una parada importante: oh, vanidad de vanidades ¿acaso nada sea tan importante? Dice Diego que es uno de sus libros preferidos y yo recuerdo a un profesor que nos leía este fragmento en clase con gotitas de sudor en la nariz. De pronto yo misma vuelvo al cine (sí, yo también como las cabras) y evoco la película ROMA de Adolfo Aristaráin con guiño a la temida intrascendencia del escritor.
Me quedo con una de sus afinadas observaciones y ahí me detengo. Que cada uno se lleve para sí lo que más le convenga porque todos somos parte de esta cultura que nos define (por mucho que a Oscar Wilde le molestara la limitación consecuente al hacerlo):
«… jamás el hombre ha leído y escrito más que en la actualidad. Otra cosa es la forma de lectura, fragmentaria y superficial, o de escritura, igualmente carente, en su mayor parte, de profundidad y detenimiento. Escribimos casi como pensamos, pero pensamos poco lo que escribimos antes de hacerlo…» .
[Moldes, Diego. En el vientre de la ballena. Ensayo sobre la cultura. p. 252]
November 1, 2024
Madrid, chica Almodóvar
Madrid, chica Almodóvar. Exposición en Centro de Cultura Contemporánea de Conde Duque. Hasta el 17 de noviembre 2024
Lo que a nadie le importaEsto que escribo por aquí no le va a interesar a nadie pero a mí me apetece contarlo. Antes de venir a vivir a Madrid yo ya estaba obsesionada con la ciudad y es muy posible que la culpa la tenga Pedro Almodóvar.
Aunque a nadie le importe, cuando tenía ocho años vi Mujeres al borde de un ataque de nervios en VHS y nunca nada, jamás, volvió a ser lo mismo. Los zapatos de Pepa se deslizaban en un apartamento a dos alturas y balcón con vistas imposibles donde también era posible criar gallinas y conejos y yo soñaba con ello. Mi ASMR de entonces eran las cremalleras de los bolsos, las teclas del teléfono rojo al marcar el número prohibido, los portazos, un cuchillo con el que se cortan tomates para un gazpacho cuajado de orfidales y también se rajan los dedos de Pepa. Por culpa de Pedro Almodóvar llené mi casa de papelitos amarillos adhesivos con mensajes que nadie necesitaba leer y fui la niña más feliz del planeta con un teléfono de plástico brillante que mi padre trajo a casa porque en la oficina iban a tirarlo. Desgasté las teclas.
Me obsesioné con los contestadores automáticos, las maletas, las salas de doblaje…
Fui Pepa mucho antes de entender lo que le estaba pasando a la mujer a la que interpretaba Carmen Maura (la mejor, siempre).
Tal vez no exista nada menos relevante para quien vaya a leer este texto, pero antes de Mujeres al borde de un ataque de nervios yo no había oído nunca el Capricho español de Korsakov, no sabía por qué podía ser gracioso burlarse de una mujer dormida con «cara de virgen» que gime en sueños o dejar entrar en tu casa a tres terroristas chiítas por el simple hecho de que vinieran con tu novio. Yo tenía ocho años y llevar cafeteras italianas colgando de las orejas me parecía algo fascinante, aunque ahora me parezca algo «horroroso, horroroso».
En los textos de las paredes de la sala 1 del Conde Duque leo que Susan Sontag le dijo una vez a Pedro Almodóvar que la escena de la manguera en La ley del deseo es un icono del cine y a la altura de la del respiradero del metro de La tentación vive arriba. No sé si es cierto y tampoco me importa: no ha habido noche de verano madrileño en que no haya recordado esa escena, inverosímil y refrescante. Eterna.
También se explica en otro cartel que de niño, en su pueblo, cada vez que en su casa recibían los catálogos de Galerías Preciados Pedro Almodóvar fantaseaba con los grandes almacenes como quien imagina un museo que poder visitar algún día. Así me sentía yo también con sus chicas al borde de un ataque de nervios, por eso el día que tuve una entrevista de trabajo en una oficina de la calle Almagro y reconocí el edificio por el que se lanzaban zapatos a mí se me humedecieron los ojos.
Porque a nadie le importa, pero a mí el cine de Pedro Almodóvar me ha encajado los recuerdos, al menos los de cuando tenía ocho años, que son muy anteriores a todo lo que el director hizo después.
La exposición puede verse hasta el 17 de noviembre. Corred.
October 13, 2024
The Substance
The Substance. Coralie Fargeat, 2024
Código de conductaPara preservar la belleza y la juventud todo es cuestión de cuidado y perseverancia, nos dicen: se invierte tiempo y dinero, se toma el control y se gana. Ayer vi The Substance, una película que me habían vendido como ejemplo de ciencia-ficción terrorífica, se atrevían a decirme que de «denuncia y muy feminista» pero lo que me encontré fue una mamarrachada hortera y zafia de la serie más Z posible y que infravalora bastante a sus espectadores.
Una mujer que ha vivido de su físico no puede seguir ejerciendo su profesión a partir de los cincuenta años, le dice a Elisabeth Sparkle su jefe Harvey, un tipo que no sabe usar una servilleta y parece que tampoco ha comido marisco en su vida porque mastica las cabezas de langostino embadurnadas de salsa mayonesa y luego va por ahí abrazando a sus colegas, como si nada. Ella entonces toma una decisión y vende su alma al diablo, más o menos.
The Substance encadena primeros planos grotescos de los villanos de la historia, los hombres, con miradas frente al espejo de la víctima para dejar bien clarito que en esos momentos reflexiona intensamente sobre su situación vital. Subraya, insiste y transcribe como un anuncio de la teletienda lo que sucede en la trama. Que nadie se pierda.
Por suerte en los últimos diez minutos todo se vuelve gore y gracioso, la película deja de tomarse en serio, comienza a reírse de su estupidez y termina con algo de dignidad y mucho kétchup.
No solo «emosido engañado» con The Substance: también lo somos con el mensaje que ya flotaba en el ambiente antes de entrar a verla y sigue descargando sobre nosotros mucho después: que cuidarse para estar bella está bien pero ojito, que no se nos vaya la pinza. Muy bien por el sacrificio físico en dietas y gimnasio para tener un cuerpo perfecto (no hay nada malo en «cuidarse», claro que no). Si toda la película se empapa de la estética dorada, negra y embutida de Jean-Paul Gaultier, si Elisabeth Sparkle se aplica un labial de Charlotte Tilbury en uno de los planos reflexivos ante el espejo y Sue se calza unas botas de suela roja con pinta de ir firmadas por Christian Louboutin no es casualidad: es publicidad de Puig, que ha comprado las marcas.
Que el patriarcado perverso (y bastante idiota) utilice y explote el cuerpo de la mujer para su recreo durante el ratito que dura la juventud, según The Substance, es lo reprobable, pero que una mujer aspire a la belleza para ser querida y, entre otros sueños, tenga el de consumir los productos de moda y cosmética más caros del mercado, símbolo de estatus y éxito no sólo es cosa buena sino que una película como esta, además, defenderá.
Chicas, pórtense bien.
Y no, esto no es Cronenberg ¿estamos locos?
September 8, 2024
Nostalgia de otro mundo
Nostalgia de otro mundo. Ottessa Moshfegh. Trad. Inmaculada C. Pérez Parra. Barcelona: Alfaguara, 2022
Incidencia puntualCompleto la lectura de todo lo que se ha publicado de Ottessa Moshfegh con los relatos contenidos en Nostalgia de otro mundo. Ya no me queda nada y tampoco hay nada más a lo que pueda enfrentarme ahora mismo por falta de tiempo, concentración y causas diversas.
Me llega, pero no me sobra.
Uno de los personajes en uno de estos relatos siente esa nostalgia de lo desconocido a la que se refiere el título, esa añoranza de otra existencia, de otro mundo. Al leerlos todos se atraviesa una sensación que ya es familiar para quienes hemos leído a la autora, la de la extrañeza y la repulsión que son, sin embargo, tan atractivas. En las historias de Ottessa Moshfegh queremos a aquellos que nos caen mal y suscribimos las ocurrencias más bizarras porque ¿por qué no? Quienes las tienen no están tan equivocados, o no al menos en la ficción creada por la autora, en ese otro mundo suyo donde lo más interesante es siempre lo más censurable.
He leído Nostalgia de otro mundo en un par de semanas de viajes en tren de cercanías: relatos de ida y vuelta, de espera por retrasos causados por incidencias ajenas a la Compañía, puntuales y que se estimaban en más de quince minutos, de pruebas de megafonía, de avisos de llegada de trenes sin parada para, por favor, no acercarse a las vías. En cada uno de esos viajes y esas esperas yo abría mi libro y me encontraba con narradores de cinismo insultante, personajes que después de alardear de su estatus social de pronto se morían, otros que espiaban a sus vecinas o se obsesionaban con personas poco recomendables.
Añoro yo también otro mundo en el que poder descubrir a Ottessa de nuevo. Lo echo de menos y, por si acaso, no me acerco a las vías.


