Lola Ancira's Blog, page 52

November 26, 2015

Los que hablan a gritos - Josemaría Camacho (Presentación en FIL Guadalajara)



Tendré el placer de presentar el libro de cuento Los que hablan a gritos de Josemaría Camacho en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el próximo sábado 28 de noviembre en el stand E15 a las 17:00 hrs.
Será un gusto estar de nuevo en esa bella ciudad y asistir, además, todos los días a la Feria.
¡Allá nos vemos!




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Published on November 26, 2015 08:13

November 25, 2015

El pájaro azul - Rubén Darío (cuento)




"El pájaro azul", cuento de Rubén Darío (escritor y diplomático nicaragüense, 1867-1916), fue escrito en 1886  y se publicó en su libro Azul... dos años después, libro con el que se consolidó como escritor y gran exponente del modernismo.
El color azul ha significado, a lo largo de la historia, tristeza, y se relaciona con la nostalgia, la melancolía y la depresión. No hay mejor ejemplo de lo anterior que este cuento de Darío.

Es imposible no mencionar también el poema que Charles Bukowski publicó en 1992 (dos años antes de su muerte): "Bluebird", uno de mis favoritos. Pueden leerlo completo y ver su video animado en este enlace. Existe también una versión del poema leído por Tom O'Bedlam, un personaje que suele prestar su encantadora y fuerte voz para leer poemas en Youtube.
Darío, con su pájaro azul en la cabeza, y Bukowski, con el suyo en el corazón, revelan uno de los padecimientos más frecuentes de los escritores.

...there's a bluebird in my heart thatwants to get out
but I'm too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody's asleep.






Ilustración de Ryan Milner basada en el poema de Charles Bukowski "Bluebird".

Y ahora, el cuento.
El pájaro azul
París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos -pintores, escultores, poetas- sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.


En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro amado pájaro azul.
El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamaba así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura...
-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente...
* * *
Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta.
De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Nini, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.
Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo! ¡bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!
* * *
Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas.
Entre las piedras preciosas, el zafiro. De las inmensidades, el cielo y el amor: es decir, las pupilas de Nini.
Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad.
* * *
A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba, y al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, casi llorando, pedía un vaso de ajenjo y nos decía:
-Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad...
* * *
Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de razón.
Un alienista a quien se le dio noticias de lo que pasaba, calificó el caso como una monomanía especial. Sus estudios patológicos no dejaban lugar a duda.
Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.
Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Normandía, comerciante en trapos, una carta que decía lo siguiente, poco más o menos:
"Sé tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese modo, no tendrás de mí un solo sou. Ven a llevar los libros de mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscritos de tonterías, tendrás mi dinero."
Esta carta se leyó en el Café Plombier.
-¿Y te irás?
-¿No te irás?
-¿Aceptas?
-¿Desdeñas?
¡Bravo Garcín! Rompió la carta y soltando el trapo a la vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal no recuerdo:
¡Sí, seré siempre un gandul, lo cual aplaudo y celebro, mientras sea mi cerebro jaula del pájaro azul!
* * *
Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió charlador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva, y comenzó un poema en tercetos titulados, pues es claro: El pájaro azul.
Cada noche se leía en nuestra tertulia algo nuevo de la obra. Aquello era excelente, sublime, disparatado.
Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fresca, países brotados como por la magia del pincel de Corot, rostros de niños asomados entre flores; los ojos de Nini húmedos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que sin saber cómo ni cuándo anida dentro del cerebro del poeta, en donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar abre las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos al cielo, se arruga la frente y se bebe ajenjo con poca agua, fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.
He ahí el poema.
Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo, muy triste.
* * *
La bella vecina había sido conducida al cementerio.
-¡Una noticia! ¡una noticia! Canto último de mi poema. Nini ha muerto. Viene la primavera y Nini se va. Ahorro de violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema. Los editores no se dignan siquiera leer mis versos. Vosotros muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epílogo debe titularse así: "De cómo el pájaro azul alza el vuelo al cielo azul".
* * *
¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas en el alba y pálidas por la tarde; el aire suave que mueve las hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con especial ruido! Garcín no ha ido al campo.
Hele ahí, viene con traje nuevo, a nuestro amado Café Plombier, pálido, con una sonrisa triste.
-¡Amigos míos, un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte; decidme adiós con todo el corazón, con toda el alma... El pájaro azul vuela.
Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos con todas sus fuerzas y se fue.
Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando. Musas, adiós; adiós, gracias. ¡Nuestro poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!
Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los parroquianos del Café Plombier que metíamos tanta bulla en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la habitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!
Cuando, repuestos de la primera impresión, pudimos llorar ante el cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo el famoso poema. En la última página había escritas estas palabras: Hoy, en plena primavera, dejó abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul.
* * *
¡Ay, Garcín, cuántos llevan en el cerebro tu misma enfermedad!
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Published on November 25, 2015 20:03

November 22, 2015

Mastodonte – Jaime Reyes



Mastodonte (Nieve de Chamoy, 2015, formato digital) es la segundo novela de Jaime Reyes (escritor mexicano, 1976).
Mastodonte se forma con una pluralidad de voces, tramas y tiempos intercalados: un anciano que con dificultad se recuerda niño; una hermosa adolescente que transmuta de amante decidida en fugitiva enajenada con delirio nihilista; un coloso (un hombre, un animal extinto) que conoce a fondo su propósito en este mundo. Mastodonte es una máquina de destrucción que a su vez se aniquila a sí misma, e incluye distintas definiciones profesionales e instructivos cortazarianos para la técnica y ejecución del golpeo. 
A lo largo de la novela, ciertas incógnitas suspicaces y afirmaciones contundentes crean una sensación de desesperanza con la que el protagonista muestra a la perfección que se puede sobrevivir. El Mastodonte se mueve en dos escenarios, la “realidad” y Shanghai, aquella ciudad como un sueño, como la perfección pues, como bien lo sabe, “En los sueños transita mejor la verdad.”. Su mismo nombre se convierte, al igual que sus lamentos, en un mantra para él, en una afirmación de salvación, en una pretendida libertad.
El Mastodonte está extraviado en el realidad pero eso no mengua su brutalidad; es bestial, es un gran monstruo infernal. La sexualidad, la violencia y el dolor de los personajes es tan explícito que todas las páginas despiden una sensación de delirio, misma que debe imperar en la mente de ese animal sin temores y de la cual sólo se puede deshacer momentáneamente a través de las drogas duras. La muerte de su hermano bajo circunstancias inciertas se convirtió en el perfecto catalizador para el nuevo y mortal propósito de su vida: eliminar a otros de este incierto juego.
Reyes incluye a lo largo de toda la obra un playlist en Spotify (al que se puede acceder a través de enlaces dentro del texto) que aparece completo en las últimas páginas. Anthema, Ministry, Porcupine Tree, Opeth, Nine Inch Nails, Type O Negative, Mastodon, Tool, Daft Punk, Slayer y VNV Nation, entre otros géneros musicales en su mayoría de metal, son las “drogas auditivas” que forman parte de esta bestia construida con letras. Como lo afirma su autor en una entrevista para Excélsior, “Mastodonte fue concebido desde la música y para la musicalidad.”. Entre las diferentes voces narrativas que utiliza, contundentes frases de canciones como Live together, die alone, aparecen como apéndices necesarios que subrayan sus principales temáticas: la soledad, el dolor, la rabia, la furia, la indignación y el abandono.  Incluso la misma portada tiene reminiscencias musicales: el título y los colores refieren a dos bandas mencionadas en el playlist.
En Mastodonte, la melodía lo es todo: “En el fondo la música. En el aire la música.” La música, el sexo y los estupefacientes de toda índole son usados como una falsa expiación momentánea, una inmerecida redención.
Pero no sólo las bandas cobran protagonismo, también lo hacen cantautores como Fiona Apple, M. I. A., P. J. Harvey o Cat Power en una alucinada orgía de aberraciones que convierten a las divinidades en simples mortales.
Usaré una de las frases de mi canción favorita del playlist, Flowers, de Rozz Williams, que refleja a la perfección la historia del Mastodonte: This is my favourite sad story, Forget me not or I'll forget myself. Como bien lo afirma el autor, el Mastodonte es “Un animal torpe hace mucho tiempo extinto. Un paréntesis olvidado de la biología y de la historia. Una presa fácil para el tiempo y la evolución de las especies.”.
Pueden leer una parte de la novela en este enlace, comprarlo directamente en la página de la editorial y saber cómo se escucharía con el siguiente booktrailer:





Para finalizar, transcribo las mejores frases de la novela:
“Su casa se veía arruinada. Cansada. ¿Y cómo hace un hombre para que las cosas adquieran el estado de su espíritu?” p. 17
“La ira y la sangre eran otro tipo de droga tan adictiva como el opio y la heroína y las prostitutas.” p. 23
“Pero la felicidad, incluso en los sueños, es cosa que caduca pronto y que apesta al tercer día. Felicidad. Qué maldito nombre tienes.” p. 24
“Esa vida paralela lo salvó muchas veces de desmoronarse. Hasta que lo venció el tiempo. Y la verdad. Y entonces se derrumbó.” p. 34
“Cada domingo el niño vestía su traje de soledad hasta llegado el mediodía.” p. 38
“El animal buscaba venganza. Lo confundió todo. Se volvió idiota.” p. 43
“La vida siempre fue simple. La memoria lo complicó todo.” p. 52
“¿Qué fue primero, la música o la tristeza?” p. 58
“¿Cuánta tristeza puede soportar el cuerpo de un hombre?” p. 65
“La bestia comienza a parecerse a un hombre.” p. 79
“Lo que sucede al interior de mi mente es una enfermedad.” p. 85“Huyó con su soledad.” p. 94
Mi vida es una larga lista de gente diciendo adiós.” p. 105
“El Mastodonte tenía de su lado la serenidad para estar siempre un paso adelante de su ¿enemigo? El Leviatán estaba en el infierno. Tenía la forma del Mastodonte.” p. 115
“¿Y cómo sabe un hombre cuando el odio ha sido suficiente?” p. 122
“La bestia en comunión con el cosmos. Algo telúrico. Sangriento.” p. 124
“Su mente se fugó. Su cuerpo también.” p. 129
“Afuera el frío. Adentro la bestia. El vértigo.” p. 140
“Estamos extraviados. Perdidos. Siempre lo estuvimos.” p. 147
“Le dio un propósito para vivir. Matar.” p. 172
“En el cuarto de entrenamiento el saco para golpear se balancea como el péndulo que da orden y mueve al mundo.” p. 179
“Alguien escribió antes sobre mi destino. Es el grito desesperado de un otro que intenta ser yo. ” p. 184
“Busca que su lamento se convierta en un mantra.” p. 183

“La mano izquierda está rota. El libro también. ¿Qué es necesario reparar primero?” p. 194
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Published on November 22, 2015 13:12

November 21, 2015

Irreverencias maravillosas: La afinidad con lo singular






El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a los espectáculos dedicados a exhibir seres humanos con algún tipo de anomalía física como un entretenimiento para las masas basados en lo desconocido y lo aterrador: los freak shows

Pueden leer la versión completa del texto directamente en la revista, en este enlace



La afinidad con lo singular


We’re all pretty bizarre. Some of us are just better at hiding it, that’s all.                                                                           John Hughes


EL MIEDO, LA reacción natural frente a una amenaza o peligro, es una de las emociones más elementales. Lo fuera de lo común o extraordinario resulta interesante porque pone en duda los paradigmas, expone lo oculto y muestra lo que generalmente no es bien recibido porque provoca un cambio en la forma usual de percibir la existencia.

Freak Show, la cuarta temporada de la popular serie televisiva American Horror Story, que salió al aire en octubre de 2014, acerca a la actualidad una actividad que estuvo en boga hace dos siglos, los freak shows. Debido a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, a los avances científicos y médicos que lograron esclarecer los problemas de los «fenómenos» y a factores económicos, este tipo de espectáculos fueron disminuyendo, pero gracias a los efectos especiales podemos tener la experiencia cercana de un freak show en Florida en la incipiente década nuclear, la década de los 50.

Aunque los primeros freak shows (funciones de entretenimiento protagonizadas por seres humanos con anomalías congénitas, enfermedades irremediables o trastornos genéticos) se presentaban mucho antes del siglo XIX, ganaron popularidad gracias al empresario y político Phineas Taylor Barnum, quien inició su trayectoria en Nueva York en 1834 con un espectáculo de variedades llamado Barnum’s Grand Scientific and Musical Theater. Posteriormente adquirió el gran Scudder’s American Museum, cuyo nombre cambió por el de Barnum’s American Museum, que destinó para la exhibición de algunas de sus estrafalarias creaciones, que presumía como reales, y a exponer rarezas humanas, instaurando así el primer freak show permanente. Gracias a múltiples carteles y textos redactados por él mismo y de las artimañas con las que engañaba a su audiencia, logró aumentar considerablemente su popularidad. Como resultado, un sinnúmero de personas asistían a sus presentaciones, que no eran más que grandes embustes para recaudar miles de dólares. Incluso su museo tenía muchas más visitas que el Museo británico.


Fuente: New York Public Library for the Performing Arts Aquel reducido espacio era un sitio donde la gente «diferente» ganaba protagonismo y encontraban una forma para sustentarse, pues usualmente eran sacrificados al nacer o excluidos en orfanatos o manicomios, a pesar de que en ocasiones poseían una gran inteligencia y diversos dotes. Quienes trabajaban con Barnum lo hacían por voluntad propia e incluso varios llegaron a tener familias y una vida mucho más plena, pues por lo general sus posibilidades de desarrollo eran mínimas. La ignorancia e ingenuidad de la sociedad permitía que Barnum se beneficiara económicamente, y su repertorio era tan basto como excepcional. Tres décadas y tres incendios severos más tarde, se vio obligado a clausurarlo.

Sabernos seguros, advertir que hay cierto espacio que divide el estrado de los espectadores crea cierta inmunidad necesaria para sentirnos a salvo. En el caso de American Horror Story, la pantalla es el salvoconducto que nos permite presenciar el horror sin exponernos, saciar nuestras ansias de terror sin tomar ningún riesgo, volver más de 60 años en el tiempo y acudir a un espectáculo que significaba una de las pocas distracciones en Jupiter, un pequeño y aislado pueblo costero.
Algunos de los personajes de American Horror Story: Freak Show  La mayor parte del elenco de la película FreaksLos freak shows confrontaban a la audiencia con sus propios estándares sobre lo diferente y lo anormal, imponiendo cierta aceptación o tolerancia, incluso quizá cierto entendimiento hacia lo «diferente». American Horror Story supera lo anterior llevando al espectador a presenciar la vida privada de estos «fenómenos», que es mucho más próxima de lo que se pudiera pensar. Las estrellas de los freak shows eran, a pesar de sus diferencias, tan humanos (o incluso más) que sus espectadores, como lo demuestran El hombre elefante (David Lynch, 1980) y Fenómenos (Freaks, Tod Browning, 1932), dos ejemplos cinematográficos que representan a la perfección la ambivalencia sentimental y los prejuicios que suscitaban estos espectáculos ante el público. A través de la exposición de las tribulaciones de los protagonistas, la empatía y la aflicción suplantan las sensaciones de desagrado y el temor del espectador, logrando reconocer en aquellos seres singulares a congéneres admirables.~

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Published on November 21, 2015 17:49

October 31, 2015

La doble trampa mortal - Roberto Arlt (cuento)

Roberto Arlt



"La doble trampa mortal" es un cuento de Roberto Arlt (escritor argentino, 1900-1942) sobre el enfrentamiento pasivo de dos espías que describe y confronta la seducción e inteligencia de uno de los personajes con el compromiso profesional del otro en el contexto de los inicios de la  Década infame en Argentina.
Su novela más conocida es El juguete rabioso (1926). A los 30 años comenzó a escribir teatro y tres años más tarde escribía también para su columna “Aguafuertes porteñas”, donde describía a la sociedad porteña y sus textos se caracterizaban por una marcada mordacidad, e incluso alguna vez dijo que "el hombre es una bestia triste a quien sólo los prodigios conseguirán emocionar. O las carnicerías.".
Entre los escritores que podrían considerarse como sus sucesores de encuentra César Aira y Ricardo Piglia, quien ha afirmado que Arlt fundó la novela moderna.



La doble trampa mortal


He aquí el asunto, teniente Ferrain: usted tendrá que matar a una mujer bonita.
El rostro del otro permaneció impasible. Sus ojos desteñidos, a través de las vidrieras, miraban el tráfico que subía por el bulevar Grenelle hacia el bulevar Garibaldi. Eran las cinco de la tarde, y ya las luces comenzaban a encenderse en los escaparates. El jefe del Servicio de Contraespionaje observó el ceniciento perfil de Ferrain, y prosiguió:
—Consuélese, teniente. Usted no tendrá que matar a la señorita Estela con sus propias manos. Será ella quien se matará. Usted será el testigo, nada más.
Ferrain comenzó a cargar su pipa y fijó la mirada en el señor Demetriades. Se preguntaba cómo aquel hombre había llegado hasta tal cargo. El jefe del servicio, cráneo amarillo a lo bola de manteca, nariz en caballete, se enfundaba en un traje rabiosamente nuevo. Visto en la calle, podía pasar por un funcionario rutinario y estúpido. Sin embargo, estaba allí, de pie, frente al mapa de África, colgado a sus espaldas, y perorando como un catedrático:
—Posiblemente, usted Ferrain, experimente piedad por el destino cruel a que está condenada la señorita Estela; pero créame, ella no le importaría de usted si se encontrara en la obligación de suprimirlo. Estela le mataría a usted sin el más mínimo escrúpulo de conciencia. No tenga lástima jamás de ninguna mujer. Cuando alguna se le cruce en el camino, aplástele la cabeza sin misericordia, como a una serpiente. Verá usted: el corazón se le quedará contento y la sangre dulce.
El teniente Ferrain terminó de cargar su pipa. Interrogó:
—¿Qué es lo que ha hecho la señorita Estela?
—¿Qué es lo que ha hecho? ¡Por Cosme y Damián! Lo menos que hace es traicionarnos. Nos está vendiendo a los italianos. O a los alemanes. O a los ingleses. O al diablo. ¿Qué sé yo a quién? Vea: la historia es lamentable. En Polonia, la señorita Estela se desempeñó correctamente y con eficiencia. Esto lo hizo suponer al servicio que podía destacarla en Ceuta. Los españoles estaban modernizando el fuerte de Santa Catalina, el de Prim, el del Serrallo y el del Renegado, cambiando los emplazamientos de las baterías; un montón de diabluras. Ella no sólo tenía que recibir las informaciones, sino trabajar en compañía del ingeniero Desgteit. El ingeniero Desgteit es perro viejo en semejantes tareas. Con ese propósito, el ingeniero compró en Ceuta la llave de un acreditado café. Estela hacía el papel de sobrina del ingeniero. El bar, concurrido por casi toda la oficialidad española, fue modernizado. Se le agregaron sólidos reservados. Un consejo, mi teniente: no hable nunca de asuntos graves en un reservado. Cada reservado estaba provisto de un micrófono. Consecuencia: los oficiales iban, charlaban, bebían. Estela, en el otro piso, a través de los micrófonos, anotaba cuanta palabra interesante decían. Este procedimiento nos permitió saber muchas cosas. Pero he aquí que el mecanismo informativo se descompone. El ingeniero Desgteit encuentra con su cabeza una bala perdida que se escapa de un grupo de borrachos. Supongamos que fueron borrachos auténticos. Mahomet "el Cojo", respetable comerciante ligado estrechamente a la cabila de Anghera, cuyos hombres trabajaban en las fortificaciones, es asaltado por unos desconocidos. Estos lo apalean tan cruelmente, que el hombre muere sin recobrar el sentido. Y, finalmente, como epílogo de la fiesta, nos llega un mensaje de la señorita Estela. . . ¡Y con qué novedad! Un incendio ha destruido al bar. Por supuesto, toda la documentación que tenía que entregarnos ha quedado reducida a cenizas.
El teniente Ferrain movió la cabeza.
—Evidentemente, hay motivos para fusilarla cuatro veces por la espalda.
El señor Demetriades se quitó una vírgula de tabaco de la lengua, y prosiguió:
—Yo no tengo carácter para acusar sin pruebas; pero tampoco me gusta que me la jueguen de esa manera. Estela es una mujer habilísima. Naturalmente, ordené que la vigilaran, y ella lo supone.
—¿Por qué presume usted que ella se supone vigilada?
—Son los indicios invisibles. Se sabe condenada a muerte, y está buscando la forma de escaparse de nuestras manos. Por supuesto, llevándose la documentación. Ahora bien; ella también sabe que no puede escaparse. Por tierra, por aire o por agua, la seguiríamos y atraparíamos. Ella lo sabe. Pero he aquí de pronto una novedad: la señorita Estela descubre una forma sencillísima para evadirse. He aquí el procedimiento: me escribe diciéndome que siente amenazada su vida, y de paso solicita que un avión la busque para conducirla inmediatamente a Francia; pero nos avisa (aquí está la trampa) que en Xauen la espera un agente de Mahomet "el Cojo" para entregarle una importantísima información. ¿Qué deduce usted, teniente de ello?
—¿Intentará escaparse en Xauen?
El jefe del servicio se echó a reír.
—Usted es un ingenuo y ella una mentirosa. La información que ella tiene que recibir en Xauen es un cuento chino. Vea, teniente.—El señor Demetriades se volvió hacia el mapa y señaló a Ceuta.—Aquí está Ceuta.—Su dedo regordete bajó hacia el Sur.—Aquí, Xauen. Observe este detalle, teniente. A partir de Beni Hassan, usted se encuentra con un sistema montañoso de más de mil quinientos metros de altura. Nidos de águilas y despeñaperros, como dicen nuestros amigos los españoles. Después de Beni Hassan, el único lugar donde puede aterrizar un avión es Xauen. Ahora bien: el proyecto de esta mujer es tirarse del avión cuando el aparato cruce por la zona de las grandes montañas. Como ella llevará paracaídas, tocará tierra cómodamente, y el avión se verá obligado a seguir viaje hasta Xauen. Y la señorita Estela, a quien sus compinches esperarán en Dar Acobba, Timila o Meharsa, nos dejará plantados con una cuarta de narices. Y nosotros habremos costeado la información para que otros la aprovechen. Muy bonito, ¿no?. . .
—El plan es audaz.
El señor Demetriades replicó:
—¡Qué va a ser audaz! Es simple, claro y lógico, como dos y dos son cuatro. Más lógico le resultará cuando se entere de que la señorita Estela es paracaidista. Lo he sabido de una forma sumamente casual.
El teniente Ferrain volvió a encender su pipa.
—¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Poco y nada. Usted irá a Ceuta en un avión de dos asientos. El aparato llevará los paracaídas reglamentarios; pero el suyo estará oculto, y el destinado al asiento de ella, tendrá las cuerdas quemadas con ácido; de manera que aunque ella lo revise no descubrirá nada particular. Cuando se arroje del avión, las cuerdas quemadas no soportarán el peso de su cuerpo, y ella se romperá la cabeza en las rocas. Entonces usted bajará donde esa mujer haya caído, y si no se ha muerto, le descarga las balas de su pistola en la cabeza. Y después le saca todo lo que lleve encima.
—¿Con qué queman las cuerdas del paracaídas?
—Con ácido nítrico diluido en agua. ¿Por qué?
—Nada. El avión se hará pedazos.
—Naturalmente. Ahora, véalo al coronel Desmoulin. Él le dará algunas instrucciones y la orden para retirar el aparato. Tendrá que estar a las ocho de la mañana en Ceuta. Le deseo buena suerte.
El teniente Ferrain se levantó y estrechó la mano del jefe de servicio. Luego tomó su sombrero y salió. Ambos ignoraban que no se verían nunca más.
El teniente Ferrain llegó a las ocho de la mañana al aeródromo de la Aeropostale, piloteando un avión de dos asientos. Miró en derredor, y por el prado herboso vio venir a su encuentro una joven enlutada. La acompañaba el director del aeródromo. Ferrain detuvo los ojos en la señorita Estela. La muchacha avanzaba ágilmente, y su continente era digno y reservado. Algunos ricitos de oro escapaban por debajo de su toca. Tenía el aspecto de una doncella prudente que va a emprender un viaje de vacaciones a la casa de su tía.
El director del aeródromo hizo las presentaciones. Ferrain estrechó fríamente la mano enguantada de la muchacha. Ella le miró a los ojos, y pensó: "Un hombre sin reacciones. Debe ser jugador".
Quizá la muchacha no se equivocaba; pero no era aquel el momento de pensar semejantes cosas de Ferrain. El aviador estaba profundamente disgustado al verse mezclado en aquel horrible negocio. El mecánico se acercó al director, y éste se alejó. Estela, que miraba las plateadas alas del avión reposando como un pez en la pradera verde, volvió sus ojos a Ferrain.
—¿Ha estado usted con el señor Demetriades?
—Sí.
—Supongo que estará enterado de todo.
—Me ha dicho que me ponga por completo a sus órdenes.
—Entonces iremos primero a Xauen, y luego tomaremos rumbo a Melilla.
—¿Sus documentos están en orden?
—Por completo... ¿Conoce usted Xauen?
—He estado dos veces.
—De Xauen podemos salir después de almorzar. Esta noche cenaremos juntos en París. ¿Conforme?
—¡Encantado!
—¿Cuándo salimos?
—Cuando usted diga.
—Me pondré el overol, entonces.—Ya ella se marchaba para la toilette del aeródromo con su bolso de mano; pero bruscamente se volvió. Sonreía, un poco ruborizada, como si se avergonzara de una posible actitud pueril. Dijo:—Teniente Ferrain, no se vaya a reír de mí ¿Tiene usted paracaídas?
Ferrain permaneció serio.
—Puede usar el mío, si quiere. Yo jamás he necesitado de ese chisme. —Es que soy supersticiosa. Hoy he visto un funeral. Y la primera inicial del paño fúnebre era la letra "E".
Ferrain la miró sorprendido:
—¡Es curioso! Yo me llamo Esteban. ¿Por quién sería el augurio? . . .
La espía no sonrió. Un poco desconcertada, observó a Ferrain, y luego balbuceó:
—¡Es curioso!
Ferrain miró el cielo azul de la mañana recortándose sobre las montañas verdosas, y replicó:
—Tendremos un viaje serenísimo. No se preocupe.
Ella, con ágiles pasos, marchó a enfundarse en su overol.
Ferrain se dirigió a su aparato. A medida que transcurrirían los minutos, el disgusto por su misión aumentaba su volumen sombrío. ¿Cómo se había dejado atrapar por aquel Demetriades? Algunos mástiles se alejaban del dique hacia Gibraltar. Ferrain pensó con envidia que en los puentes irían pasajeros dichosos. Cierto es que esa noche cenaría en París. ¡Cuántos sacrificios costaba un ascenso! De modo que esa hipócrita, con su aspecto de mosquita muerta, había hecho asesinar a Desgteit y a Mahomet "el Cojo"? ¿Qué aventuras la habrían conducido al Servicio de Contraespionaje? De haber estado en sus manos, borraría a Ceuta del mapa. Miró con rabia al mecánico, que terminaba de llenar el tanque de nafta. Algunos pájaros saltaban en la hierba; más allá, los portones de cine de un hangar se abrían lentamente. Y él, por esa mala pécora. . .
Sonriendo, con su bolso de mano, apareció la señorita Estela. Evidentemente, era elegante. Ella lo envolvió en su aterciopelada mirada azul, que escapaba de sus pupilas abiertas como abanicos. Ferrain apartó los ojos de ella. Acaba de representársela destrozada en un roquedal, las entrañas derramándose entre los dientes rotos. La señorita Estela, cruzándose de brazos frente a él, dijo:
—¡Lista!
Ferrain se acercó penosamente al aparato. Ella caminaba a su lado alargando el paso y charloteando como una colegiala maliciosa.
—¿Cómo está el señor Demetriades? ¿Siempre paternal y cínico? Supongo que le habrá contado...
Ferrain la miró desafiante:
—¿Contado qué?
—Nuestras dificultades.
Ferrain cortó en seco:
—Usted perdone. El señor Demetriades me ordenó que la buscara a usted, y que eludiera toda conversación confidencial respecto al servicio.
La respuesta de Ferrain fue oportuna y adecuada. Estela pensó: "Este imbécil teme que le estropee la foja con algún chisme", y acto seguido cambió de conversación y de tono:
—¿Cree usted que habrá elecciones en España?
Ferrain la soslayó:
—Posiblemente. . . Se habla de la chance del bloque popular. ¿Cree usted en esa ensalada?
Ferrain sonrió eficiente:
—El bloque es un disparate. Gil Robles gobernará a España. La CEDA es el único partido serio. Electoralmente, el bloque popular está condenado al fracaso. Azaña es un literato.
Habían llegado al avión. Subió Ferrain, y el mecánico la ayudó a Estela. Ella recogió el paracaídas y se cruzó el correaje bajo las axilas.
Ferrain la miró, y aunque estaba muy lejos de tener deseos de sonreír, no pudo evitar que una sonrisa extraña, dubitativa, le encrespara los labios. E insistió en su pregunta:
—Pero, ¿usted cree en ese chisme?—Luego, sin esperar que ella le contestara, apretó el botón del encendido. La hélice osciló como un élitro de cristal, y el motor tableteó semejante a una ametralladora. La máquina se deslizó por la pradera y brincó ligeramente dos veces. Luego quedó suspendida en la atmósfera, cuando Estela bajó la cabeza, las torres de la catedral estaban abajo. En los patios con palmeras se veían algunos monjes que levantaban la cabeza.
Aparecieron los caminos asfaltados, el mar; a lo lejos, entre neblinas sonrosadas, el ceniciento peñón de Gibraltar; la costa de España se recortaba adusta en el azul del Mediterráneo. Durante pocos minutos el avión pareció seguir a lo largo de la mar; pero la costa desapareció y avanzaron sobre crecientes bultos de montañas verdes. Por los caminos zigzagueantes avanzaban lentos camiones. Grupos de campesinos moros eran ostensibles por sus vestiduras blancas. El avión ganó altura, y la costra terrestre, más profunda y sombría, apareció desierta como en los primeros días de la creación.
A pesar de que lucía el sol, el paisaje era siniestro y hostil, con la encrespadura de sus montes y la oquedad verde botella de los valles.
Una congoja infinita entró en el corazón de Ferrain. Vio que Estela la mano en el bolso y estuvo allí buscando algo. Finalmente, extrajo una petaca morisca, y le ofreció un cigarrillo. Ferrain no aceptó. Ella fumaba y miraba las profundidades. Ferrain sentía que un infortunio inmenso se aplastaba sobre su vida, descorazonándole para toda acción. Hubiera querido decirle algo a esa mujer, escribírselo en la pizarra; pero una fuerza fatal dominaba su voluntad; tras él estaba el servicio, el destino así aceptado de servir en la absoluta disciplina, y el tiempo, como una brizna cargada de hielo de muerte, corría a través de sus pulmones ansiosos.
Más bultos de montañas se renovaban en el confín. Abajo, la tierra, como en los primeros días de la creación, mostraba riachos salvajes, entre verticales y resquebrajaduras de bosques titánicos y cordones de una primitiva geología.
Parecían estar situados en el centro de un inmenso globo de cristal, cuya costra verde se levantaba por momentos hacia sus rostros, como removida por un aliento monstruoso.
Estela miró su reloj pulsera. El corazón de Ferrain comenzó a golpear como el hacha de un leñador en un pesado tronco. Avanzaban ahora hacia un valle que dilataba su pradera entre dos cordones de cerros amarillentos. Allí abajo, casi al confín, se veía arder una hoguera. Estela tocó el hombro de Ferrain, y le señaló la dirección opuesta a la hoguera. Muy lejos, a ras de tierra, se distinguían los cubos blancos de un caserío. Era el poblado de Beni Hassan.
Ferrain volvió la cabeza, resignado. Adivinó el movimiento de Estela. Cuando quiso lanzar un grito, ella saltaba al vacío. Tan apresuradamente, que sobre el asiento se le olvidó el bolso.
La mujer caía en el vacío semejante a una piedra. Verticalmente. El paracaídas no se abrió. Ferrain hizo girar maquinalmente el aparato para ver caer a la mujer. Ella era un punto negro en el vacío. El paracaídas no se abrió. Luego ya no la vio caer más. Estela se había aplastado en la tierra.
Ferrain, temblando, apagó el encendido del motor. Aterrizaría en aquella pradera. Involuntariamente, su mirada se volvió hacia el bolso que Estela había olvidado sobre el asiento. Iba a extender la mano hacia él, cuando de allí escapó una llamarada. La explosión de la bomba, oculta en el bolso, y que Estela había dejado para asegurarse la retirada, desgarró el fuselaje del avión, y el cuerpo de Ferrain voló despedazado por los aires.
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Published on October 31, 2015 16:00

October 30, 2015

El confeccionador de deseos - Aniela Rodríguez





El confeccionador de deseos(Ficticia, 2015) es el primer libro de cuento publicado de Aniela Rodríguez (escritora mexicana, 1982), y fue acreedor al Premio Chihuahua de literatura 2013.
* Esta reseña estará en pausa por un par de días, pero espero publicarla pronto aquí acompañada de una grata noticia.
Su primer libro publicado fue de poesía, y pueden leer algunos poemas en este enlace
La revista digital La hoja de arena publicó su cuento “Rot in hell, Holmes”, que forma parte de este libro, y está disponible aquí
Incluso pueden leer el entrañable texto que escribió Gabriel Liceaga para la presentación de El confeccionador en el Distrito Federal en el Centro Cultural Elena Garro el pasado 26 de agosto en este enlace
El libro lo pueden adquirir en Librerías Gandhi, y también pueden comprarlo en línea directamente con la editorial.
Transcribo a continuación mis frases favoritas de todos los relatos:
Interludio
“…el mundo está cansado...” p. 16
“Sus ojos, capulines inseguros, parecen darse cuenta del miedo que se te va trepando como una cosquilla dolorosa.” p. 18
“…un error de principiante, ese estado donde despertar no es más que una segunda forma de estar dormido.” p. 19
“…uno necesita sentirse a veces lastimado para recordar que sigue vivo.” Ibídem

Omisión de una caída
“…poco a poco comenzó a sentir cómo las piernas le temblaban y se le iba desmoronando la poca cordura que tenía.” p. 24

Las paredes del grito
“…la sepultaron un día de marzo cuando era difícil mirar al piso sin sentir que se quebraba." p. 27
“…y sé que entonces tal vez tenga que irme directito al infierno, a quemar cada uno de mis pecados que se extienden en una lista infinita…” p. 33

Historia de un diluvio
“Sufrirá de hidrofobia prácticamente desde su nacimiento, al concebir al vientre materno como una cascada desmedida donde los más valientes sobreviven y los cobardes terminan llegando a este mundo.” p. 36
“A lo largo de su vida, el paciente aprenderá que la mayoría de las veces que está contento, también estará triste.” p. 37
“Su malestar, con el paso del tiempo, se transformará en un monstruo degenerativo comiéndole las tripas.” Ibídem
“El onanismo, al retratar una de las transgresiones más discretas y horrorosas del ser humano, jamás será una opción a ser considerada.” p. 38

Spleen del fugitivo
“Ojalá pudiera escribirte canciones, Miso, y así la vida no te llevaría por la inconstante suerte de sentirte desalmado.” p. 42
“La fortaleza tiene la cara rajada.” p. 42 (como todo lo que lucha y queda marcado)
“…la carne quemada desprendía el olor siniestro de la muerte en vida.” p. 46

El hilo más delgado
“…dicen que usted trajo todas las tristezas a este pueblo.” p. 54
“…si él pudiera amar dejaría de ser malvado…” p. 58

El tercer ojo de Dios
“…entendí que dentro de las tripas ya nos crecía un monstruo que jamás íbamos a poder enmudecer.” p. 66
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Published on October 30, 2015 19:31

October 29, 2015

Proyecto Lights out



Tengo el placer de anunciarles que formaré parte del proyecto Lights out con mi cuento inédito "Área 51". Lights out reúne literatura, ilustraciones, manipulación digital y la esencia de un programa emblemático y clásico que marcó generaciones y que continúa siendo atractivo para los amantes del misterio con terroríficas insinuaciones.



Mi perfil en Lights out



Pruebas de impresión de "Área 51"


Lights out es un homenaje a la misteriosa y fascinante serie televisiva norteamericana de la década de los 60 The Twilight Zone (La dimensión Desconocida), el libro se titulará Desolación y será publicado en noviembre del año en curso. Cada cuento será una adaptación de un capítulo específico y juntos formarán una colección que girará en torno a la soledad.
Pueden conocer un poco más sobre el proyecto en su galería en Behance, en este enlace.


Portadilla tentativa de Desolación


Portada tentativa de Desolación



Contraportada tentativa de Desolación


El episodio que me asignaron fue "Stopover in a Quiet Town"  ("Parada en un pueblo silencioso"), que salió al aire del 24 de abril de 1964 y fue el número 30 de la quinta temporada, que inicia con la voz del narrador articulando la siguiente frase:

Bob and Millie Frazier, average young New Yorkers who attended a party in the country last night and on the way home took a detour. Most of us on waking in the morning know exactly where we are; the rooster or the alarm clock brings us out of sleep into the familiar sights, sounds, aromas of home and the comfort of a routine day ahead. Not so with our young friends. This will be a day like none they've ever spent – and they'll spend it in the Twilight Zone.






The Twilight Zone, "Stopover in a Quiet Town" Season 52015 Lights out project 
The Twilight Zone, "Stopover in a Quiet Town" Season 52015 Lights out project
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Published on October 29, 2015 18:29

October 21, 2015

Irreverencias maravillosas: La era de la catástrofe

Loomis Dean, 1955 - Life Magazine


El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a la historia de la era atómica, el periodo más devastador que ha experimentado el planeta. 

Pueden leer la versión completa del texto directamente en la revista, en este enlace.


La era de la catástrofe
Now, I am become Death, the destroyer of worlds.Robert Oppenheimer

“Einstein’s Monsters” by the way, refers to nuclear weapons, but also to ourselves. We are Einstein’s monsters, not fully human, not for now.Martin Amis, Einstein’s Monsters
ESTE AÑO ES el aniversario número 70 de la era atómica, que inició con la Prueba Trinity en 1945 al sur de Nuevo México, en la base militar Campo de Misiles de Arenas Blancas, y constó en detonar la primera bomba atómica en el planeta. Menos de un mes después, «Little Boy» destruyó casi la totalidad de la ciudad de Hiroshima (donde quedaron marcadas algunas siluetas de personas y objetos en la arquitectura del lugar), y tres días después la bomba «Fat Man» impactó Nagasaki. Ambas ocasionaron cientos de miles de muertes, y actualmente la radiación sigue cobrando víctimas.
Figura de un hombre que estaba sentado en las escaleras del edificio el día del ataque
Detonación de la primera bomba atómica en el Proyecto Trinity
Todo inició en 1939, tan sólo un mes antes de que iniciara la Segunda Guerra Mundial, cuando Einstein alertó a Roosevelt sobre la posibilidad de la creación de cierto tipo de bombas muy poderosas utilizando uranio y elementos similares para crear una reacción nuclear en serie. De lo anterior surgió, en 1942, el Proyecto Manhattan en Nuevo México, en el que el físico Robert Oppenheimer tuvo un papel esencial. Los meses que tardaron en hacer la prueba fueron los necesarios para adaptar el lugar seleccionado, y eligieron las primeras horas del 16 de julio de 1945 para detonar el dispositivo. El resultado superó por mucho lo especulado, ese día se constató lo mismo un avance tecnológico que un retroceso a la barbarie.

Carta de Albert Einstein al presidente Franklin D. Roosevelt, 08/02/1939; Biblioteca Franklin D. Roosevelt Library, Nueva York.
Actualmente, éste es uno de los lugares más contaminados por radioactividad en el país, y la última prueba realizada en aquel sitio se llevó a cabo en 1992, tras un año de que finalizara la Guerra Fría. 5 años después, reanudaron las pruebas bajo tierra, experimentos que terminaron en 2011 debido al disgusto social. Allí se realizaron la mayor parte de las pruebas, que fueron más de mil en total, y sus devastadores resultados se reflejaron en las poblaciones cercanas y dos ciudades aledañas: un aumento drástico en las muertes por leucemia y la aparición de diferentes tipos de cáncer, entre ellos el de tiroides. Durante la década de 1950, se difundieron una serie de documentales que informaban a la sociedad sobre los posibles riesgos de un ataque nuclear y que mostraban las medidas de seguridad recomendadas, siendo uno de los más populares The house in the middle (1954). 


Se llevaron a cabo más de 50 operaciones militares para probar armas nucleares entre 1945 y 1992 en sitios como el océano Atlántico, el Pacífico, Alaska, Nevada, Colorado y Mississippi. Específicamente, en el desértico Emplazamiento de Pruebas de Nevada, al noroeste de Las Vegas, durante la Operación Tetera (1955) se realizaron 14 detonaciones de bombas atómicas. El lugar construido para tales efectos fue llamado Survival Town, que forma parte del Área 51, designada también como Dreamland, y apareció en la película Kalifornia (Dominic Sena, 1993). Constaba de edificaciones de diferentes materiales y tamaños en las que se distribuyeron alimentos enlatados y empaquetados junto con cientos de familias representadas por maniquíes de tiendas departamentales con ropas de diversos materiales, suponiendo que así podrían analizar los efectos de las bombas tanto en los objetos como en los seres humanos. Miles de espectadores veían estas explosiones a distancias nada seguras, y la revista Life publicó una serie de fotografías de Loomis Dean con los resultados de dichas pruebas.
 (1 of 2) Marzo 15, 1953. 

(2 de 2) Tras la detonación, Marzo 17, 1953

Emplazamiento de Pruebas de Nevada, 1955
Emplazamiento de Pruebas de Nevada, 1955
A propósito de estos lugares, Celebration es un pequeño poblado construido en Florida que emula las grandes calles principales de Disneyland, sus casas y edificios fueron construidos simétricamente y manifiestan una perfección buscada con ahínco, y fue el escenario de la película The Truman Show (Peter Weir, 1998). En Nagoro, un pueblo en Japón, debido a la migración a las grandes ciudades, la mayoría de sus habitantes ha desaparecido, por lo que una diligente mujer se ha dedicado a poblarlo de nuevo con muñecos rellenos de paja. La realidad distorsionada de estos sitios rompe los arquetipos para un habitante, y es precisamente esto (fuera de las razones que lo han provocado) lo que los vuelve tan fascinantes.
Celebration, Florida
Nagoro, Japón
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Published on October 21, 2015 18:27

September 30, 2015

"Remedio para melancólicos" - Ray Bradbury (cuento)





"Remedios para melancólicos", cuento de Ray Bradbury, fue publicado en 1960 en un libro homónimo.
En el relato, una angustiada familia trata de encontrar el antídoto que cure a su hija de una rara afección que la tiene condenada al sufrimiento, intentando y probando una inmensidad de posibilidades para lograr aliviarla, creando así un relato mordaz que retrata a la perfección a una sociedad incauta.


Remedio para melancólicos

-Busquen ustedes unas sanguijuelas, sángrenla -dijo el doctor Gimp.
-Si ya no le queda sangre -se quejó la señora Wilkes-. Oh, doctor ¿qué mal aqueja a nuestra Camila?
-Camila no se siente bien.
-¿Sí, sí?
El buen doctor frunció el ceño.
-Camila está decaída.
-¿Qué más, qué más?
-Camila es la llama trémula de una bujía, y no me equivoco.
-Ah, doctor Gimp -protestó el señor Wilkes-. Se despide diciendo lo que dijimos nosotros cuando usted llegó.
-¡No, más, más! Denle estas píldoras al alba, al mediodía y a la puesta de sol. ¡Un remedio soberano!
-Condenación. Camila está harta de remedios soberanos.
-Vamos, vamos. Un chelín y me vuelvo escaleras abajo.
-¡Baje pues, y haga subir al demonio!
El señor Wilkes puso una moneda en la mano del buen doctor.
El médico, jadeando, aspirando rapé, estornudando, se lanzó a las bulliciosas calles de Londres, en una húmeda mañana de la primavera de 1762.
El señor y la señora Wilkes se volvieron hacia el lecho donde yacía la dulce Camila, pálida, delgada, sí, pero no por eso menos hermosa, de inmensos y húmedos ojos lilas, la cabellera un río de oro sobre la almohada.
-Oh -Camila sollozaba casi-. ¿Qué será de mí? Desde que llegó la primavera, tres semanas atrás, soy un fantasma en el espejo: me doy miedo. Pensar que moriré sin haber cumplido veinte años.
-Niña -dijo la madre-, ¿qué te duele?
-Los brazos, las piernas, el pecho, la cabeza. Cuántos doctores, ¿seis? Todos me dieron vuelta como una chuleta en un asador. Basta ya. Por Dios, déjenme morir intacta.
-Qué mal terrible, qué mal misterioso -dijo la madre-. Oh, señor Wilkes, hagamos algo.
-¿Qué? -preguntó el señor Wilkes, enojado-. ¿Olvídate del médico, el boticario, el cura, ¡y amén! Me han vaciado el bosillo. Qué quieres, ¿qué corra a la calle y traiga al barrendero?
-Sí -dijo una voz.
Los tres se volvieron, asombrados.
-¡Cómo!
Se habían olvidado totalmente de Jaime, el hermano menor de Camila. Asomado a una ventana distante, se escarbaba los dientes, y contemplaba la llovizna y el bullicio de la ciudad.
-Hace cuatrocientos años -dijo Jaime con calma- se ensayó, y con éxito. No llamemos al barrendero, no, no. Alcen a Camila, con cama y todo, llévenla abajo y déjenla en la calle, junto a la puerta.
-¿Por qué? ¿Para qué?
-En una hora desfilan mil personas por la puerta -los ojos le brincaban a Jaime mientras contaba-. En un día, pasan veinte mil personas a la carrera, cojeando o cabalgando. Todos verán a mi hermana enferma, todos le contarán los dientes, le tirarán de las orejas, y todos, todos, sí, ofrecerán un remedio soberano. Y uno de esos remedios puede ser el que ella necesita.
-Ah -dijo el señor Wilkes, perplejo.
-Padre -dijo Jaime sin aliento-. ¿Conociste alguna vez a una hombre que no creyera ser el autor de la Materia Médica? Este ungüento verde para el ardor de garganta, aquella cataplasma de grasa de buey para la gangrena o la hinchazón. Pues bien, ¡hay diez mil boticarios que se nos escapan, toda una sabiduría que se nos pierde!
-Jaime, hijo, eres increíble.
-¡Cállate! -dijo la señora Wilkes-. Ninguna hija mía será puesta en exhibición en esta ni en ninguna calle...
-¡Vamos, mujer! -dijo el señor Wilkes-. Camila se derrite como un copo de nieve y dudas en sacarla de este cuarto caldeado. Jaime, ¡levanta la cama!
La señora Wilkes se volvió hacia su hija.
-¿Camila?
-Me da lo mismo morir en la intemperie -dijo Camila- donde la brisa fresca me acariciará los bucles cuando yo...
-¡Tonterías! -dijo el padre-. No te morirás. Jaime, ¡arriba! ¡Ajá! ¡Eso es! ¡Quítate del paso, mujer! Arriba, hijo, ¡más alto!
-Oh -exclamó débilmente Camila-. Estoy volando, volando...
De pronto, un cielo azul se abrió sobre Londres. La población, sorprendida, se precipitó a la calle, deseosa de ver, hacer, comprar alguna cosa. Los ciegos cantaban, los perros bailoteaban, los payasos cabriolaban, los niños dibujaban rayuelas y se arrojaban pelotas como si fuera un tiempo de carnaval.
En medio de todo este bullicio, tambaleándose, con las caras encendidas, Jaime y el señor Wilkes transportaban a Camila, que navegaba como una papisa allá arriba, en la cama-berlina, con los ojos cerrados, orando.
-¡Cuidado! -gritó la señora Wilkes-. ¡Ah, está muerta! No. Allí. Bájenla suavemente...
Por fin la cama quedó apoyada contra el frente de la casa, de modo que el río de humanidad que pasaba por allí pudiese ver a Camila, una muñeca Bartolemy grande y pálida, puesta al sol como un trofeo.
-Trae pluma, tinta y papel, muchacho -dijo el padre-. Tomaré nota de los síntomas y de los remedios. Los estudiaremos a la noche. Ahora...
Pero ya un hombre entre la multitud contemplaba a Camila con mirada penetrante.
-¡Está enferma! -dijo.
-Ah -dijo el señor Wilkes, alegremente-. Ya empieza. La pluma, hijo. Listo. ¡Adelante, señor!
-No se siente bien -el hombre frunció el ceño-. Está decaída...
-No se siente bien... Está decaída... -escribió el señor Wilkes, y de pronto se detuvo-. ¿Señor? -Lo miró con desconfianza.- ¿Es usted médico?
-Sí, señor.
-¡Me pareció haber oído esas palabras! Jaime, toma mi bastón, ¡échalo de aquí! ¡Fuera, señor, fuera!
Ya el hombre se alejaba blasfemando, terriblemente exasperado.
-No se siente bien, y está decaída... ¡bah! -imitó el señor Wilkes, y se detuvo. Pues ahora una mujer alta y delgada como un espectro recién salido de la tumba, señalaba con un dedo a Camila Wilkes.
-Vapores -entonó.
-Vapores -escribió el señor Wilkes, satisfecho.
-Fluido pulmonar -canturreó la mujer.
-¡Fluido pulmonar! -escribió el señor Wilkes, radiante-. Bueno, esto está mejor.
-Necesita un remedio para la melancolía -dijo la mujer débilmente-. ¡Hay en esta casa tierra de momias para hacer una pócima? Las mejores momias son las egipcias, árabes, hirasfatas, libias, todas muy útiles para los trastornos magnéticos. Pregunten por mí, la Gitana, en Flodden Road. Vendo piedra perejil, incienso macho...
-Flodden Road, piedra perejil... ¡más despacio, mujer!
-Opobálsamo, valeriana póntica...
-¡Aguarda, mujer! ¡Opobálsamo, sí! ¡Que no se vaya, Jaime!
Pero la mujer se escabulló, nombrando medicamentos.
Un muchacha de no más de diecisiete años, se acercó y observó a Camila Wilkes.
-Está...
-¡Un momento! -el señor Wilkes escribía febrilmente-. Trastornos magnéticos, valeriana póntica.
-¡Diantre! Bueno, niña, ya. ¿Qué ves en el rostro de mi hija? La miras fijamente, respiras apenas. ¿Bueno?
-Está... -la extraña joven escudriñó profundamente los ojos de Camila y balbuceó-. Sufre de... de...
-¡Dilo de una vez!
-Sufre de... de... ¡oh!
Y la joven, con una última mirada de honda simpatía, se perdió en la multitud.
-¡Niña tonta!
-No, papá -murmuró Camila, con los ojos muy abiertos-. Nada tonta. Veía. Sabía. Oh, Jaime, corre a buscarla, ¡dile que te explique!
-¡No, no ofreció nada! En cambio la gitana, ¡mira su lita!
-Ya sé, papá.
Camila, más pálida que nunca, cerró los ojos.
Alguien carraspeó.
Un carnicero, de delantal ensangrentado como un campo de batalla, se atusaba el mostacho fiero.
-He visto vacas con esa mirada -dijo-. Las curé con aguardiente y tres huevos frescos. En invierno yo mismo me curo con este elixir...
-¡Mi hija no es una vaca, señor! -el señor Wilkes dejó caer la pluma-. ¡Tampoco es carnicero, y estamos en primavera! ¡Apártese, señor! ¡Hay gente que espera!
Y en verdad, ahora una inmensa multitud, atraída por los otros, clamaba queriendo aconsejar una pócima favorita, o recomendar un sitio campestre donde llovía menos y había más sol que en toda Inglaterra o en el Sur de Francia. Ancianos y ancianas, doctos como todos los viejos, se atropellaban unos a otros en una confusión de bastones, en falanges de muletas y de báculos.
-¡Atrás! ¡Atrás! -gritó, alarmada, la señora Wilkes-. ¡Aplastarán a mi hija como una cereza tierna!
-¡Fuera de aquí!
Jaime tomó los báculos y muletas y los lanzó por encima de la multitud, que se alejó en busca de los miembros perdidos.
-Padre, me desmayo, me desmayo -musitó Camila.
-¡Padre! -exclamó Jaime-. Sólo hay un medio de impedir este tumulto. ¡Cobrarles! ¡Que paguen por opinar sobre esta dolencia!
-Jaime, ¡tú sí que eres mi hijo! Pronto, muchacho, ¡pinta un letrero! ¡Escuchen, señoras y señores! ¡Dos peniques! ¡A la cola, por favor, formen fila! Dos peniques por cada consejo. Muestren el dinero, ¡así! Eso es. Usted, señor. Usted, señora. Y usted, señor. ¡Y ahora la pluma! ¡Comencemos!
El gentío bullía como un mar encrespado.
Camila abrió un ojo y volvió a desmayarse.
Crepúsculo, las calles casi desiertas, sólo algunos vagabundos. Se oyó un tintineo familiar y los párpados de Camila temblaron como alas de mariposa.
-¡Trescientos noventa y nueve, cuatrocientos peniques!
El señor Wilkes echó en la alforja la última moneda de plata.
-¡Listo!
-Tendré un coche fúnebre hermoso y negro -dijo la joven pálida.
-¡Cállate! ¿Quién pudo imaginar, oh familia mía, que tanta gente, doscientos, pagaría por darnos su opinión?
-Sí -dijo la señora Wilkes-. Esposas, maridos, hijos, todos hacen oídos sordos, nadie escucha a nadie. Por eso pagan de buen grado a quien los escucha. Pobrecitos, todos creyeron hoy que ellos y sólo ellos conocía la angina, la hidropesía, el muermo, sabían distinguir la baba de la urticaria. Y así hoy somos ricos, y doscientas personas se sienten felices, luego de haber descargado frente a nuestra puerta toda su ciencia médica.
-Cielos, costó trabajo alejarlos. Al fin se fueron, mordisqueando como cachorros.
-Lee la lista, padre -dijo Jaime-. De las doscientas medicinas, ¿cuál será la verdadera?
-No importa -murmuró Camila, suspirando-. Oscurece ya, y esos nombres me revuelven el estómago. Quisiera ir arriba.
-Sí, querida. ¡Jaime, ayúdame!
-Por favor -dijo una voz.
Los hombres que ya se encorvaban, se irguieron para mirar.
El que había hablado era un barrendero de apariencia y estatura ordinarias, de cara de hollín, y en medio de la cara dos ojos azules y traslúcidos y la hendidura blanca de una sonrisa de marfil. De las mangas, de los pantalones, cada vez que se movía, o hablaba con voz serena, o gesticulaba, brotaba una nube de polvo.
-No pude llegar antes a causa del gentío -dijo el hombre, que tenía en las manos una gorra sucia-. Iba ya para casa y decidí venir. ¿He de pagar?
-No, barrendero, no es necesario -dijo Camila.
-Espera... -protestó el señor Wilkes.
Pero Camila lo miró dulcemente y el señor Wilkes calló.
-Gracias, señora. -La sonrisa del barrendero resplandeció como un rayo de sol en el crepúsculo-. Tengo un solo consejo.
Miraba a Camila. Camila lo miraba.
-¿No es hoy la noche de san Bosco, señor, señora?
-¿Quién lo sabe? ¡Yo no, señor! -dijo el señor Wilkes.
-Yo creo que es la noche de san Bosco, señor. Y además, es noche de plenilunio. Pues bien -prosiguió el barrendero humildemente, sin poder apartar la mirada de la hermosa joven enferma-, tienen que dejar a la hija de ustedes a la luz de esta luna creciente.
-¡A la intemperie y a la luz de la luna! -exclamó la señora Wilkes.
-¡No vuelve lunáticos a los hombres? -preguntó Jaime.
-Perdón, señor -el barrendero hizo una reverencia-. Pero la luna llena cura a todos los animales enfermos, ya sean humanos o simples bestias del campo. El plenilunio es un color sereno, una caricia reposada, y modela delicadamente el espíritu, y también el cuerpo.
-Pero, ¿y si llueve? -dijo la madre, inquieta.
-Lo juro -prosiguió rápidamente el barrendero-. Mi hermana padecía de esta misma desmayada palidez. Una noche de primavera la dejamos como una maceta de lirios, a la luz de la luna. Ahora vive en Sussex, verdadero espejo de la salud recobrada.
-¡Salud recobrada! ¡Plenilunio! Y no nos costará un solo penique de los cuatrocientos que nos dieron hoy, madre, Jaime, Camila.
-¡No! -dijo la señora Wilkes-. No lo permitiré.
-Madre -dijo Camila, mirando ansiosamente al barrendero.
El barrendero de cara tiznada contemplaba a Camila, y su sonrisa era como una cimitarra en la oscuridad.
-Madre -dijo Camila-. Es un presentimiento. La luna me curará, sí, sí.
La madre suspiró.
-Éste no es mi día, ni mi noche. Déjame besarte por última vez, entonces. Así.
Y la madre entró en la casa.
El barrendero se alejaba ahora, haciendo corteses reverencias.
-Toda la noche, entonces, recuérdenlo, a la luz de la luna, y que nadie las moleste hasta el alba. Que duerma usted bien, señorita. Sueñe, y sueñe lo mejor. Buenas noches.
El hollín se desvaneció en el hollín; el hombre desapareció.
El señor Wilkes y Jaime besaron la frente de Camila.
-Padre, Jaime -dijo la joven-. No hay por qué preocuparse.
Camila quedó sola, mirando fijamente a lo lejos.
Allá, en la oscuridad, parecía que una sonrisa titilaba, se apagaba, y se encendía otra vez, y luego se perdía en una esquina.
Camila aguardó a que saliera la luna.
La noche en Londres, voces soñolientas en las tabernas, portazos, despedidas de borrachos, tañidos de relojes. Camila vio una gata que se deslizaba como una mujer envuelta en pieles; vio una mujer que se deslizaba como una gata, sabias las dos, silenciosas, egipcias, oliendo a especias. Cada cuarto de hora llegaba desde la casa una voz:
-¿Estás bien, hija?
-Sí, padre.
-¿Camila?
-Madre, Jaime, estoy muy bien.
Y al fin:
-Buenas noches.
-Buenas noches.
Se apagaron las últimas luces. La ciudad dormía. La luna se asomó.
Y a medida que la luna subía, los ojos de Camila se agrandaba y miraban las alamedas, los patios, las calles, hasta que por fin, a media noche, la luna iluminó a Camila, y la muchacha fue como una figura de mármol sobre una tumba antigua.
Un movimiento en la oscuridad.
Camila aguzó el oído.
Una suave melodía brotaba del aire.
Un hombre esperaba en la calle sombría.
Camila contuvo el aliento.
El hombre avanzó hacia la luz de la luna, tañendo suavemente un laúd. Era un hombre bien vestido, de rostro hermoso, y, al menos ahora, solemne.
-Un trovador -dijo en voz alta Camila.
El hombre, con un dedo sobre los labios, se acercó silenciosamente, y se detuvo pronto junto al lecho.
-¿Qué hace aquí, señor, a estas horas? -preguntó la joven. No sabía por qué, pero no tenía miedo.
-Un amigo me envió a ayudarte.
El hombre rozó las cuerdas del laúd, que canturrearon dulcemente. Era hermoso, en verdad, envuelto en aquella luz de plata.
-Eso no puede ser -dijo Camila-. Me dijeron que la luna me curaría.
-Y lo hará, doncella.
-¿Qué canciones canta usted?
-Canciones de noches de primavera, de dolores y males sin nombre. ¿Quieres que nombre tu mal, doncella?
-Si lo sabe...
-Ante todo, los síntomas: fiebres violentas, fríos súbitos, pulso rápido y luego lento, arranques de cólera, luego una calma dulcísima, accesos de ebriedad luego de beber agua de pozo, vértigos cuando te tocan así, nada más...
El hombre rozó la muñeca de Camila, que cayó en un delicioso abandono.
-Depresiones, arrebatos -prosiguió el hombre-. Sueños...
-¡Basta! -exclamó Camila, fascinada-. Me conoce usted al dedillo. Nombre mi mal, ¡ahora!
-Lo haré -el hombre apoyó los labios en la palma de la mano de Camila, y la joven se estremeció violentamente-. Tu mal se llama Camila Wilkes.
-Qué extraño -Camila tembló, y en los ojos le brilló un fuego de lilas-. ¿De modo que soy mi propia dolencia? ¡Qué daño me hago! Ahora mismo, sienta mi corazón.
-Lo siento, sí.
-Los brazos, las piernas, arden con el calor del verano.
-Sí. Me queman los dedos.
-Y ahora, el viento nocturno, mire cómo tiemblo, ¡de frío! Me muero, me muero, ¡lo juro!
-No dejaré que te mueras -dijo el hombre en voz baja.
-¿Es usted doctor, entonces?
-No, soy sólo tu médico, tu médico vulgar y común, como esa otra persona que hoy adivinó tu mal.
La muchacha que iba a nombrarlo y se perdió en la multitud.
-Sí. Vi en sus ojos que ella sabía. Pero ahora me castañetean los dientes. Y no tengo manta con qué cubrirme.
-Déjame sitio, por favor. Así. Así. Veamos: dos brazos, dos piernas, cabeza y cuerpo. ¡Estoy todo aquí!
-Pero, señor...
-Para sacarte el frío de la noche, claro está.
-Oh, ¡si es como un hogar! Pero señor, señor, ¿no lo conozco? ¿Cómo se llama usted?
La cabeza del hombre se alzó rápidamente y echó una sombra sobre la cabeza de la joven. En el rostro del hombre resplandecían los ojos azules y cristalinos y la hendidura de marfil de la sonrisa.
-Bueno, Bosco, por supuesto -dijo.
-¡No es ése el nombre de un santo?
-Dentro de una hora me llamarás así, sin duda -acercó la cabeza. Y entonces, en el hollín de la sombra, Camila, llorando de alegría, reconoció al barrendero.
-Oh, ¡el mundo da vueltas! ¡Me siento morir! ¡El remedio, dulce doctor, o todo se habrá perdido!
-El remedio -dijo el hombre-. Y el remedio es este...
En alguna parte, los gallos cantaban. Un zapato, lanzado desde una ventana, pasó por encima de ellos y golpeó una cerca. Después todo fue silencio, y luna...
-Chist...
El alba. El señor y la señora Wilkes bajaron en puntillas las escalera y espiaron la calle.
-Muerta de frío, después de una noche terrible, ¡estoy segura!
-¡No, mujer, mira! ¡Vive! Tiene rosas en las mejillas. No, más que rosas. Duraznos, ¡cerezas! Mírala cómo resplandece, ¡toda blanca y rosada! Nuestra dulce Camila, viva y hermosa, sana una vez más.
Padre y madre se inclinaron junto al lecho de la joven dormida.
-Sonríe, está soñando. ¿Qué dice?
-El remedio -suspiró la joven-, el remedio soberano.
-¿Cómo, cómo?
La joven volvió a sonreír, en sueños, con una blanca sonrisa.
-Un remedio -murmuró-, ¡un remedio para la melancolía!
Camila abrió los ojos.
-Oh, ¡madre! ¡Padre!
-¡Hija! ¡Niña! ¡Ven arriba!
-No -Camila les tomó las manos, tiernamente-. ¿Madre? ¿Padre?
-¿Sí?
-Nadie nos verá. El sol asoma apenas. Por favor, bailemos juntos.
Resistiéndose, celebrando no sabían qué, los padres bailaron.



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Published on September 30, 2015 14:37

September 29, 2015

La noche de los crueles – Mariana Rergis





La noche de los crueles(Tierra Adentro, 2014) es el primer libro de cuento de Mariana Rergis (escritora mexicana, 1978), quien ha sido becaria del Centro Mexicano de Escritores (2004-2005) y del FONCA (2010-2011).
Sus páginas reúnen 14 relatos donde Rergis discurre en torno al insomnio, esa afección que se sufre en silencio y que tiene una amistad cercana con la locura. Como una estoica insomne, la autora aprovechó cada minuto en el que permaneció despierta cuando nadie más lo hacía, en esos momentos donde el mínimo sonido es un estruendo desolador que recuerda que nada debe permanecer alerta y que sí, no poder descansar es una especie de maldición.
Rergis habló sobre lo anterior en su presentación en Tuxtla, en el VIII Encuentro Nacional de Poetas y Primero de Narradores Carruaje de Pájaros, lugar donde tuve el placer de conocerla y charlar con ella en varias ocasiones.
7 son los los cuentos que  se convirtieron en mis favoritos. En “Pies fríos”, la creación de pesadillas para evitar el sueño y tratar de convencer a los demás (sobre todo a uno mismo) de que la noche encierra monstruos que libera en nuestras mentes en reposo se convierte en una necesidad imperiosa para rehuir de la muerte que acecha en la oscuridad, en lo desconocido. Augurios funestos e historias de muerte para dormir aguardan cada noche por el nieto de una anciana que sólo quiere un compañero para mantenerse en vela.
“Funámbula” es, quizá, el cuento más triste del libro. El insomnio no sólo afecta al ser humano, y es peor el caso de un animal enfermo porque éste no puede expresarse con palabras, y no hay remedio para lo que se calla. Una bestia siempre será mucho más imponente, pero también mucho más frágil.
“Un rojo destello” demuestra lo atractivo que puede resultar un vicio, y más aún quien lo comparte. Expone los principales engaños, por mínimos que sean, entre una pareja que ha decidió vivir junta a pesar de lo poco que se conocen, a pesar de todo. Por supuesto, la tentación a lo prohibido se presenta, y de manera mucho más contundente.
“Ella yacía en su tumba” es el reflejo de lo que sucede cuando un anhelo, ya sea de amor o de venganza, se convierte en la única razón para vivir. Pero cuando lo lejano se vuelve una posibilidad, fractura todo pensamiento creado, toda opción planeada. Cuando lo inalcanzable finalmente cede, el deseo cesa junto con todo afán.
“Aída y las locas” es un destello fulminante de violencia, una bofetada de la realidad de un hospital psiquiátrico exclusivo para el género femenino. La narración de este relato es fascinante y está muy bien lograda, es una lectura que obliga a releer los párrafos por lo fuerte de las imágenes y que despierta cierta angustia que no permite interrumpir la lectura.
“La mano insomne” me recordó a las películas de terror The Beast with 5 Fingers(1946) y The hand (1981), y también a dos cuentos que he leído recientemente, “La mano”, de Ana Punset, y “La mano anárquica”, de Pablo Raphael (repito: mis lecturas se llaman entre sí). Es increíble como esas dos extremidades tan necesarias y útiles pueden tener fines contrarios a los de la creación, como pueden convertirse en armas mortales incluso para su propietario. Perder la sensibilidad y saber ajeno algún miembro del propio cuerpo ya es lo suficientemente aterrador, ¿pero qué hacer si se descubre que aquel conspira contra el resto del cuerpo, como una especie de cáncer fulminante?
“Insomnio” es la antropomorfización del padecimiento, es la representación de éste en una hermosa y posesiva mujer, en una dama agresiva pero de grácil movimiento, en una belleza que corrompe y destroza, que seduce y engaña.
“La mujer esqueleto (leyenda esquimal)” cierra el libro, y es una interpretación de la autora de la mitología inuit, muy parecida a la leyenda de Sedna, donde una mujer, la autoridad de una figura paterna y la inmensidad del océano convergen en un trágico y conmovedor suceso.
El libro está a la venta en El Sótano.

Para finalizar, transcribo algunas de las mejores frases del libro:
Papalotes
“La casa volvió a quedarse vacía, habitada por un silencio tan pesado que podía tocarse.” p. 30

Hay unos ojos
“…sólo los muertos miran como el abismo…” p. 47

Una familia de mal dormir
“Envidié a las familias que dormían; ellos al menos tenían un tercoi de su vida para descansar uno del otro.” p. 50
“…lo instruí, en fin, en el oficiio del insomne” p. 54

Un rojo destello
“…ella se encontraba casi feliz enroscándose como una serpiente mientras él dormía silencioso.” p. 67
“…la vida era algo muy preciado y no cualquiera la merece, hay que salir a pelearla, a esforzarse por ella.” p. 68
“…la decadencia también tiene un encanto: la de arrojarse detrás de la inalcanzable belleza.” p. 71

La noche de los crueles
“…en México todo el mundo cree en fantasmas y todo el mundo dice haber tenido encuentros con ellos en algún momento de su vida. Es un tema cotidiano de conversación, algo que nadie confesaría a menos que los otros quisieran confesarlo.” p. 76

Ella yacía en su tumba
“Ve a destruir lo que le resta de vida. Ve a calmar tu conciencia de alguna forma. Que te vea para que se sienta mierda. Que sepa que ni en la muerte que se inventó puede escapar de ti, que sepa que tú la encontrarás siempre, en cualquier vida que ella trate de reconstruir, aunque la que ahora tiene sea bastante más miserable que la que ya dejó.” p. 94

Aída y las locas
“Hay algunas que hacen las noches pasaderas, como ésa que se masturba.” p. 95

La mano insomne
“Nunca he podido dejar de escribir, no he podido dejar de agarrar botellas de vino, no he podido dejar de buscar rostros sobre los cuales impactarme, no he podido dejar de hacer daño… y ahora no puedo arrepentirme de todo lo que he hecho y, sobre todo, no puedo olvidar.” p. 107
“Usted sólo ha hecho una cosa buena en su vida,: escribir.” p. 109

“Sólo saqué de ti desastres.” Ibídem
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Published on September 29, 2015 19:10