Lola Ancira's Blog, page 56

February 25, 2015

Las chicas del mes - Miguel Lupián




¡Felicidad! La semana anterior el escritor Miguel Lupián publicó, en Penumbria, Revista fantástica para leer en el ocaso (muy recomendada, por cierto), "Las chicas del mes", un texto en el que reseña brevemente a cuatro autoras específicamente de cuento, en este caso. Pueden leer la entrada en este enlace.
Karen Rusell (estadounidense), Diana Beláustegui (argentina), Angela Carter (británica) y yo formamos el cuarteto internacional que integró las lecturas del mes pasado de Lupián, quien ya desde entonces anunció en sus redes sociales que saldría con cuatro chicas durante esas semanas.
Los cuatro libros (dos de ellos ilustrados) tienen el particular (y divertido) sello de aprobación del autor, por lo que aquí encontrarán buenas opciones de lecturas, que por supuesto yo también añadí a mi interminable lista de libros por leer. 


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Published on February 25, 2015 08:05

Las chicas del mes por Miguel Lupián




¡Felicidad! La semana anterior el escritor Miguel Lupián publicó, en Penumbria, Revista fantástica para leer en el ocaso (muy recomendada, por cierto), "Las chicas del mes", un texto en el que reseña brevemente a cuatro autoras específicamente de cuento, en este caso. Pueden leer la entrada en este enlace.
Karen Rusell (estadounidense), Diana Beláustegui (argentina), Angela Carter (británica) y yo formamos el cuarteto internacional que integró las lecturas del mes pasado de Lupián, quien ya desde entonces anunció en sus redes sociales que saldría con cuatro chicas durante esas semanas.
Los cuatro libros (dos de ellos ilustrados) tienen el particular (y divertido) sello de aprobación del autor, por lo que aquí encontrarán buenas opciones de lecturas, que por supuesto yo también añadí a mi interminable lista de libros por leer. 


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Published on February 25, 2015 08:05

February 23, 2015

Irreverencias maravillosas: Enigmáticos despojos

San Martino d. Battaglia, osario italiano

El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, es un breve compendio de algunas construcciones míticas edificadas con huesos humanos. 

Pueden leer una versión reducida del texto, directamente de la revista, en este enlace.




Osario de Sedlec, detalle



Enigmáticos despojos
Existen en el mundo diversas construcciones edificadas, en parte o totalmente, con osamentas humanas. A pesar de las impresiones que esto pueda suscitar, la magnífica simetría y los extraños patrones originados con cráneos y los diversos huesos del esqueleto humano han vuelto reales singulares y majestuosos espacios arquitectónicos religiosos. España, París, Bretaña, Alemania, Ecuador, Egipto, Perú, Portugal y Grecia, entre muchos otros países, cuentan con este tipo de misteriosas estructuras: diversas y distantes son las culturas que han demostrado el mismo interés en nuestra estructura corporal como material para la construcción de portentosos osarios o catacumbas.
La importancia histórica de ambos es incuestionable: mientras un osario es un sitio (generalmente cerca de un cementerio o una iglesia) asignado para albergar los huesos exhumados de sus sepulcros y datan del siglo I, una catacumba está formada por túneles o corredores subterráneos que ciertas culturas antiguas crearon y utilizaron como sepulcros y datan del 50 a. e. c. Ambos son una clara muestra de los rituales mortuorios de las civilizaciones judías y cristianas de la época.
Las tumbas colectivas existen desde el Neolítico (4 000 a. e. c.): el culto a los muertos refleja cierta reflexión hacia este hecho natural, una necesidad de glorificar o preparar a los cadáveres para la transición, de enaltecerlos y conservar su recuerdo a través de sus restos. Todas las culturas han reflejado un interés particular en la muerte y parte de su filosofía a través de singulares rituales funerarios, preservados hasta la actualidad en numerosos lugares, desde las pirámides de Egipto hasta los ataúdes colgantes de Filipinas.



Karner Beinhaus, detalle


Uno de ellos es la Karner Beinhaus (casa de hueso), que se construyó en el s. XII en Hallstatt, Austria, como un pequeño cementerio. Alberga 1 200 cráneos y una de sus particularidades es que poco más de la mitad de ellos están adornados con motivos florales y llevan su nombre (y a veces año de defunción) inscrito, lo que anula el anonimato de los difuntos.




 Osario de San Bernardino alle Ossa

Osario de San Bernardino alle Ossa, detalle

En el s. XIV construyeron, sobre un cementerio repleto, el osario de San Bernardino alle Ossa en Milán, Italia. Poco más de 50 años después, se erigió una iglesia que debido a un incendio fue renovada por Giovanni Andrea Biffi, tras 4 siglos, utilizando los huesos del osario. Este lugar refleja una fuerte ideología y estética religiosa y está abierto al público. El Osario de Eggenburg, en Austria, fue construido durante el mismo siglo. Es un sitio magnífico construido con los restos de 5 800 personas, donde cada hueso está en el lugar preciso para crear un efecto visual de simetría perfecto. Se estableció en el fondo de una amplia excavación y en el centro  hay una pequeña pila de cráneos rodeada por cientos de fémures y húmeros que forman un semicírculo a su alrededor. Actualmente, debido al estado de los huesos, no puede ser visitada. 



Osario de Sedlec, detalle

 Osario de Sedlec, detalle del escudo de armas


Osario de Sedlec, detalle de candelero


Uno de los más suntuosos y extensos es el Osario de Sedlec, en República Checa, construida en el mismo siglo, es una capilla católica debajo del aclamado cementerio de la Iglesia de Todos los Santos, contiene cerca de 70 000 cadáveres en su construcción y en el s. XIX František Rint fue contratado para organizar aquella caótica cantidad de huesos. Transformó entonces más de un esqueleto humano en un inmenso candelero de techo, creo un solemne escudo de armas para la familia que lo contrató y plasmo su firma también con huesos, entre muchos ingenios más.




 Capilla de los huesos, detalle

Capilla de los huesos, detalle


La Capilla de los huesos en Évora, Portugal, fue construida en el s. XVI por un monje franciscano durante la Reforma Católica y contiene los huesos de aproximadamente 5 000 monjes que habían sido enterrados en los cementerios de algunas iglesias. El motivo principal de aquel lugar era, a través de la contemplación de las osamentas, mostrar la fugacidad de la vida. Incluso hay 2 cuerpos momificados sostenidos de las paredes con cadenas, uno de ellos es un infante. Otra particularidad de esta capilla es que en la entrada está escrita la leyenda Los huesos que aquí estamos esperamos por ustedes; en la bóveda se puede leer Mejor es el día de la muerte que el del nacimiento (Eclesiastés 7,1) e incluso hay un poema en uno de los pilares, atribuido a un párroco de la localidad, que revela la necesidad de reflexionar sobre la propia existencia.


Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de los capuchinos
Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de los capuchinos, detalle

En el s. XVII se construyó uno de los lugares más impresionantes: la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de los capuchinos en Roma, Italia, por Antonio Casoni a petición del Papa Urbano VIII. Contiene los restos de aproximadamente 4 000 frailes de diversas generaciones. Vertebras seccionadas, huesos ilíacos y pubis crean múltiples figuras minuciosas que adornan la nave principal y las bóvedas de las 5 pequeñas capillas en que está dividida la cripta, e incluso cuenta con cadáveres completos vestidos con sus túnicas religiosas. La letanía Aquello que ustedes son, nosotros éramos; aquello que nosotros somos, ustedes serán recibe a todos sus visitantes.
Uno de los osarios más grandes del mundo, pues reúne más de 50 000 cadáveres del s. XVII y el s. XVIII, se encuentra bajo la plaza de San Jacobo, en Brno, República Checa. Paredes completas y pilares fueron construidos con las osamentas, que son iluminadas por una tenue luz ambarina que dota al espacio de una mística única. Está abierto al público desde 2012.




La Capilla de los Cráneos


Durante casi 3 décadas, a finales del s. XVIII, Vaclav Tomasek, un sacerdote de Czermna, en Polonia, descubrió los cadáveres de miles de soldados que participaron en la devastadora Guerra de los Treinta Años y la Guerra de Silesia, así como los cuerpos de los enfermos de cólera y las víctimas de las plagas. Decidió entonces reunirlos, limpiarlos y honrarlos insertándolos en la construcción de una capilla, La Capilla de los Cráneos. En el altar se encuentran los cadáveres de personas importantes y de aquellos que murieron por enfermedad o acribillados (entre ellos el cráneo de un infectado con sífilis), como una forma de enaltecerlos más que al resto, y su propio cráneo fue colocado en el altar tras su muerte, en 1804. La bóveda de la capilla está repleta del mismo patrón repetido una infinidad de veces: 2 huesos largos en forma de x con un cráneo sobre ellos.
Más información sobre este tipo de lugares se encuentra en el sitio web de Paul Koudounaris, empiredelamort.com, fotógrafo profesional y autor estadounidense con una maestría en Historia del Arte. Sus investigaciones lo han llevado a ser una de las personas más reconocidas en su campo y en el arte macabro. The Empire of Death: A Cultural History of Ossuaries and Charnel Houses (2011) es su primer libro publicado y está a la venta en Amazon, cuya primer frase publicitaria es Desde el fetichismo  por los huesos en el mundo antiguo hasta los cráneos pintados en Austria y Baviera: una obra inusual y convincente de la historia cultural.
En 2013, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) realizó una investigación, publicada en la revista Advanced Functional Materials, cuyos resultados mostraron algo que desde hace siglos era bien conocido para los involucrados en las construcciones o remodelaciones de osarios, catacumbas e iglesias: la estructura del hueso humano sería un modelo fantástico para la creación de materiales más resistentes para construcciones inmensas.
El estudio revela que los huesos están compuestos 
de capas microscópicas de colágeno, material del que están 
hechos los tendones, e hidroxiapatita, 
un material similar al que forma los dientes, 
que se combinan para crear una estructura sólida, 
dura, pero ligeramente flexible, 
que permite a nuestros huesos soportar fuertes cargas.
Así, utilizando diseños optimizados por computadora 
de polímeros blandos y rígidos colocados en patrones geométricos 
que imitan los de la naturaleza, y con la ayuda de una impresora 3D, 
el equipo de investigadores del MIT fabricó un material sintético híbrido 
22 veces más resistente que cualquiera de los que lo conforman.


La finalidad de estos lugares es recordar la mortalidad de los seres humanos y la fugacidad de la vida. La falta de espacio para los cadáveres, fusionada con cuestiones religiosas y filosóficas, dio pie a la creación de sublimes lugares para la contemplación e introspección.
Por diversos motivos, entre ellos las técnicas “novedosas” como la cremación, estas bellas y estremecedoras tradiciones han sido innecesarias, pero gracias a la visión y obras de diferentes individuos, podemos contemplar en el s. XXI vestigios de prácticas increíbles y testimonios de la suntuosidad con que se trataba a la muerte siglos atrás.

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Published on February 23, 2015 15:07

January 31, 2015

Pájaros en la boca - Samantha Schweblin





Samantha Schweblin (escritora argentina, 1978) es una autora prolífica que ha recibido numerosos premios, como el Casa de las Américas y el Juan Rulfo, y que ha sido traducida a diversos idiomas. 
Pájaros en la boca es su quinto libro publicado y el segundo de cuentos, que recibe su título precisamente por uno de sus relatos, una breve historia misteriosa y devastadora que describe la fragmentación de una familia nuclear tras un cambio drástico en el comportamiento de la única hija.
Este es el primer libro que tengo el placer de leer de Schweblin, y quedé fascinada. En unas semanas más aparecerá la reseña de Pájaros en la boca en el blog.
Pueden escuchar el cuento en voz de la autora en este enlace.


Pájaros en la boca
El auto de Silvia estaba estacionado frente a la casa, con las balizas puestas. Me quedé parado, pensando en si había alguna posibilidad real de no atender el timbre, pero el partido se escuchaba en toda la casa, así que apagué el televisor y fui a abrir. 
–Silvia –dije. 
–Hola –dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a decir nada–. Tenemos que hablar, Martín. 
Señaló mi propio sillón y yo obedecí, porque a veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata como hace cuatro años atrás, sigo siendo un imbécil.
–No va a gustarte. Es… es fuerte –miró su reloj–. Es sobre Sara. 
–Siempre es sobre Sara –dije. 
–Vas a decir que exagero, que soy una loca, todo ese asunto. Pero hoy no hay tiempo. Te venís a casa ahora mismo, esto tenés que verlo con tus propios ojos.
–¿Qué pasa? 
–Además, le dije a Sara que irías así que te espera.
Nos quedamos en silencio un momento. Pensé en cuál sería el próximo paso, hasta que ella frunció el ceño, se levantó y fue hasta la puerta. Tomé mi abrigo y salí tras ella. 
Por fuera la casa se veía como siempre, con el césped recién cortado y las azaleas de Silvia colgando del balcón matrimonial. Cada uno bajó de su auto y entramos sin hablar. Sara estaba sentada en el sillón. Aunque ya había terminado las clases por ese año, llevaba puesto el jumper de la secundaria, que le quedaba como a esas colegialas porno de las revistas. Estaba erguida, con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas, concentrada en algún punto de la ventana o del jardín, como si estuviera haciendo uno de esos ejercicios de yoga de la madre. Me di cuenta de que aunque siempre había sido más bien pálida y flaca, se le veía rebosante de salud. Sus piernas y sus brazos parecían más fuertes, como si hubiera estado haciendo ejercicio durante unos cuantos meses. El pelo le brillaba y tenía un leve rosado en los cachetes, como pintado pero real. Cuando me vio entrar sonrió y dijo:
 –Hola, papá. 
Mi nena era realmente una dulzura, pero dos palabras alcanzaban para entender que algo estaba mal en esa chica, algo seguramente relacionado con la madre. A veces pienso que quizá debí  habérmela llevado conmigo, pero casi siempre pienso que no. A unos metros del televisor, junto a la ventana, había una jaula. Era una jaula para pájaros –de unos setenta, ochenta centímetros–; colgaba del techo, vacía.
–¿Qué es eso? 
–Una jaula –dijo Sara, y sonrió. 
Silvia me hizo una seña para que la siguiera a la cocina. Fuimos hasta el ventanal y ella se volvió para verificar que Sara no nos escuchara. Seguía erguida en el sillón, mirando hacia la calle, como si nunca hubiéramos llegado. Silvia me habló en voz baja. 
–Martín. Mirá, vas a tener que tomarte esto con calma. 
–Ya, Silvia, dejate de joder, ¿Qué pasa? 
–La tengo sin comer desde ayer. 
–¿Me estás cargando? 
–Para que lo veas con tus propios ojos. 
–Ajá… ¿estás loca? 
Me hizo una seña para que volviéramos al living y me señaló el sillón. Me senté frente a Sara. Silvia salió de la casa y la vimos cruzar el ventanal y entrar al garaje. 
–¿Qué le pasa a tu madre? 
Sara levantó los hombros, dando a entender que no lo sabía. Tenía el pelo negro y lacio, atado en una cola de caballo, y un flequillo prolijo que le llegaba casi hasta los ojos. 
Silvia volvió con una caja de zapatos. La traía derecha, con ambas manos, como si se tratara de algo delicado. Fue hasta la jaula, la abrió, sacó de la caja un gorrión muy pequeño, del tamaño de una pelota de golf, lo metió dentro de la jaula y la cerró. Tiró la caja al piso y la hizo a un lado de una patada, junto a otras nueve o diez cajas similares que se iban sumando bajo el escritorio. Entonces Sara se levantó, su cola de caballo brilló a un lado y otro de su nuca, y fue hasta la jaula dando un brinco, paso de por medio, como hacen las chicas que tienen cinco años menos que ella. De espaldas a nosotros, poniéndose en puntas de pie, abrió la jaula y sacó el pájaro. No pude ver qué hizo. El pájaro chilló y ella forcejeó un momento, quizá porque el pájaro intentó escaparse. Silvia se tapó la boca con la mano. Cuando Sara se volvió hacia nosotros el pájaro ya no estaba. Tenía la boca, la nariz, el mentón y las dos manos manchadas de sangre. Sonrió avergonzada, su boca gigante se arqueó y se abrió, y sus dientes rojos me obligaron a levantarme de un salto. Corrí hasta el baño, me encerré y vomité en el inodoro. Pensé que Silvia me seguiría y se pondría a echar culpas y directivas desde el otro lado de la puerta, pero no lo hizo. Me lavé la boca y la cara, y me quedé escuchando frente al espejo. Bajaron algo pesado del piso de arriba. Abrieron y cerraron la puerta de entrada algunas veces. Sara preguntó si podía llevar con ella la foto de la repisa. Cuando Silvia contestó que sí su voz ya estaba lejos. Abrí la puerta cuidando de no hacer ruido, y me asomé al pasillo. La puerta principal estaba abierta de par en par y Silvia cargaba la jaula en el asiento trasero de mi coche. Di unos pasos, con la intención de salir de la casa gritándoles unas cuantas cosas, pero Sara salió de la cocina hacia la calle y me detuve en seco para que no me viera. Se dieron un abrazo. Silvia la besó y la metió en el asiento del acompañante. Esperé a que volviera y cerrara la puerta. 
–¿Qué mierda…? 
–Te la llevás –fue hasta el escritorio y empezó a aplastar y doblar las cajas vacías. 
–¡Dios Santo, Silvia, tu hija come pájaros! 
–No puedo más. 
–¡Come pájaros! ¿La hiciste ver? ¿Qué mierda hace con los huesos? 
Silvia se quedó mirándome, desconcertada. 
–Supongo que los traga también. No sé si los pájaros… –dijo y se quedó pensando. 
–No puedo llevármela. 
–Si se queda me mato. Me mato yo y antes la mato a ella. 
–¡Pero come pájaros! 
Fue hasta el baño y se encerró. Miré hacia afuera, a través del ventanal. Sara me saludó alegremente desde el auto. Traté de serenarme. Pensé en cosas que me ayudaran a dar algunos pasos torpes hacia la puerta, rezando porque ese tiempo alcanzara para volver a ser un ser humano común y corriente, un tipo pulcro y organizado capaz de quedarse diez minutos de pie en el supermercado, frente a la góndola de enlatados, corroborando que las arvejas que se está llevando son las más adecuadas. Pensé en cosas como que si se sabe de personas que comen personas entonces comer pájaros vivos no estaba tan mal. También que desde un punto de vista naturista es más sano que la droga, y desde el social, más fácil de ocultar que un embarazo a los trece. Pero creo que hasta la manija del coche seguí repitiendo come pájaros, come pájaros, come pájaros, y así. 
Llevé a Sara a casa. No dijo nada en el viaje y cuando llegamos bajó sola sus cosas. Su jaula, su valija –que habían guardado en el baúl–, y cuatro cajas de zapatos como la que Silvia había traído del garaje. No pude ayudarla con nada. Abrí la puerta y ahí esperé a que ella fuera y viniera con todo. Cuando entramos le señalé el cuarto de arriba. Después de que se instaló la hice bajar y sentarse frente a mí, en la mesa del comedor. Preparé dos cafés pero Sara hizo a un lado su taza y dijo que no tomaba infusiones.
 –Comés pájaros, Sara –dije. 
–Sí, papá. 
Se mordió los labios, avergonzada, y dijo: 
–Vos también. 
–Comés pájaros vivos, Sara. 
–Sí, papá. Pensé en qué se sentiría tragar algo caliente y en movimiento, algo lleno de plumas y patas en la boca, y me tapé con la mano, como hacía Silvia. 


Pasaron tres días. Sara estaba casi todo el día en el living, erguida en el sillón con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas. Yo salía temprano al trabajo y me la pasaba todo el día consultando en internet infinitas combinaciones de las palabras «pájaro», «crudo», «cura», «adopción», sabiendo que ella seguía sentada ahí, mirando hacia el jardín durante horas. Cuando entraba a la casa, alrededor de las siete, y la veía tal cual la había imaginado durante todo el día, se me erizaban los pelos de la nuca y me daban ganas de salir y dejarla encerrada dentro con llave, herméticamente encerrada, como esos insectos que se cazan de chico y se guardan en frascos de vidrio hasta que el aire se acaba. ¿Podía hacerlo? Cuando era chico vi en el circo a una mujer barbuda que se llevaba ratones a la boca. Los sostenía así un rato, con la cola moviéndosele entre los labios cerrados, mientras caminaba frente al público con los ojos bien abiertos. Ahora pensaba en esa mujer casi todas las noches, revolcándome en la cama sin poder dormir, considerando la posibilidad de internar a Sara en un centro psiquiátrico. Quizá podría visitarla una o dos veces por semana. Podríamos turnarnos con Silvia. Pensé en esos casos en que los médicos sugieren cierto aislamiento del paciente, alejarlo de la familia por unos meses. Quizá era una buena opción para todos, pero no estaba seguro de que Sara pudiera sobrevivir en un lugar así. O sí. En cualquier caso, su madre no lo permitiría. O sí. No podía decidirme. 
Al cuarto día Silvia vino a vernos. Trajo cinco cajas de zapatos que dejó junto a la puerta de entrada, del lado de adentro. Ninguno de los dos dijo nada al respecto. Preguntó por Sara y le señalé el cuarto de arriba. Cuando bajó le ofrecí café. Lo tomamos en el living, en silencio. Estaba pálida y las manos le temblaban tanto que hacía tintinear la vajilla cada vez que volvía a apoyar la taza sobre el plato. Los dos sabíamos qué pensaba el otro. Yo podía decir «esto es culpa tuya, esto es lo que lograste», y ella podía decir algo absurdo como «esto pasa porque nunca le prestaste atención». Pero la verdad es que ya estábamos muy cansados. 
–Yo me encargo de esto –dijo Silvia antes de salir, señalando las cajas de zapatos. No dije nada, pero se lo agradecí profundamente. 
En el supermercado la gente cargaba sus changos de cereales, dulces, verduras y lácteos. Yo me limitaba a mis enlatados y hacía la cola en silencio. Iba al supermercado dos o tres veces por semana. A veces, aunque no tuviera nada que comprar, pasaba por él antes de volver a casa. Tomaba un chango y recorría las góndolas pensando en qué es lo que podía estar olvidándome. A la noche mirábamos juntos la televisión. Sara erguida, sentada en su esquina del sillón, yo en la otra punta, espiándola cada tanto para ver si seguía la programación o ya estaba otra vez con los ojos clavados en el jardín. Yo preparaba comida para dos y la llevaba al living en dos bandejas. Dejaba la de Sara frente a ella, y ahí quedaba. Ella esperaba a que yo empezara y entonces decía: 
–Permiso, papá. 
Se levantaba, subía a su cuarto y cerraba la puerta con delicadeza. La primera vez bajé el volumen del televisor y esperé en silencio. Se escuchó un chillido agudo y corto. Unos segundos después las canillas del baño, y el agua corriendo. A veces bajaba unos minutos después, perfectamente peinada y serena. Otras veces se duchaba y bajaba directamente en pijama. 
Sara no quería salir. Estudiando su comportamiento pensé que quizá sufría algún principio de agorafobia. A veces sacaba una silla al jardín e intentaba convencerla de salir un rato. Pero era in- útil. Conservaba sin embargo una piel radiante de energía y se le veía cada vez más hermosa, como si se pasara el día ejercitando bajo el sol. Cada tanto, haciendo mis cosas, encontraba una pluma. En el piso junto a la puerta, detrás de la lata de café, entre los cubiertos, todavía húmeda en la pileta de la cocina. Las recogía, cuidando de que ella no me viera haciéndolo, y las tiraba por el inodoro. A veces me quedaba mirando cómo se iban con el agua. A veces el inodoro volvía a llenarse, el agua se aquietaba, como un espejo otra vez, y yo todavía seguía ahí mirando, pensando en si sería necesario volver al supermercado, en si realmente se justificaba llenar los changos de tanta basura, pensando en Sara, en qué es lo que habría en el jardín. 


Una tarde Silvia llamó para avisar que estaba en cama, con una gripe feroz. Dijo que no podía visitarnos. Me preguntó si me arreglaría sin ella y entonces entendí que no poder visitarnos significaba que no podría traer más cajas. Le pregunté si tenía fiebre, si estaba comiendo bien, si la había visto un médico, y cuando la tuve lo suficientemente ocupada en sus respuestas dije que tenía que cortar y corté. El teléfono volvió a sonar, pero no atendí. Miramos televisión. Cuando traje mi comida Sara no se levantó para ir a su cuarto. Miró el jardín hasta que terminé de comer, y sólo entonces volvió a la programación. 
Al día siguiente, antes de volver a casa, pasé por el supermercado. Puse algunas cosas en mi chango, lo de siempre. Paseé entre las góndolas como si hiciera un reconocimiento del súper por primera vez. Me detuve en la sección de mascotas, donde había comida para perros, gatos, conejos, pájaros y peces. Levanté algunos alimentos para ver de qué eran. Leí con qué estaban hechos, las calorías que aportaban y las medidas que se recomendaban para cada raza, peso y edad. Después fui a la sección de jardinería, donde sólo había plantas con o sin flor, macetas y tierra, así que volví otra vez a la sección mascotas y me quedé ahí pensando en qué haría a continuación. La gente llenaba sus changos y se movía esquivándome. Anunciaron en los altoparlantes la promoción de lácteos por el día de la madre y pasaron un tema melódico sobre un tipo que estaba lleno de mujeres pero extrañaba a su primer amor, hasta que finalmente empujé el chango y volví a la sección de enlatados. 
Esa noche Sara tardó en dormirse. Mi cuarto estaba bajo el suyo, y la escuché en el techo caminar nerviosa, acostarse, volver a levantarse. Me pregunté en qué condiciones estaría el cuarto, no había subido desde que ella había llegado, quizá el sitio era un verdadero desastre, un corral lleno de mugre y plumas. 
La tercera noche después del llamado de Silvia, antes de volver a casa, me detuve a ver las jaulas de pájaros que colgaban de los toldos de una veterinaria. Ninguno se parecía al gorrión que había visto en la casa de Silvia. Eran de colores, y en general un poco más grandes. Estuve ahí un rato, hasta que un vendedor se acercó a preguntarme si estaba interesado en algún pájaro. Dije que no, que de ninguna manera, que sólo estaba mirando. Se quedó cerca, moviendo cajas, mirando hacia la calle, después entendió que realmente no compraría nada, y regresó al mostrador. 
En casa Sara esperaba en el sillón, erguida en su ejercicio de yoga. Nos saludamos.
–Hola, Sara. 
–Hola, papá. 
Estaba perdiendo sus cachetes rosados y ya no se le veía tan bien como en los días anteriores. Sara dijo: 
–Papi... 
Tragué lo que estaba masticando y bajé el volumen del televisor, dudando de que realmente me hubiera hablado, pero ahí estaba, con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas, mirándome. 
–¿Qué? –dije. 
–¿Me querés? 
Hice un gesto con la mano, acompañado de un asentimiento. Todo en su conjunto significaba que sí, que por supuesto. Era mi hija, ¿no? Y aún así, por las dudas, pensando sobre todo en lo que mi ex mujer habría considerado «lo correcto», dije: 
–Sí, mi amor. Claro. 
Y entonces Sara sonrió, una vez más, y miró el jardín durante el resto de la programación. 
Volvimos a dormir mal, ella paseando de un lado al otro de la habitación, yo dando vueltas en mi cama hasta que me quedé dormido. Al día siguiente llamé a Silvia. Era sábado, pero no atendía el teléfono. Llamé más tarde, y cerca del mediodía también. Dejé un mensaje, pero no contestó. Sara estuvo toda la mañana sentada en el sillón, mirando hacia el jardín. Tenía el pelo un poco desarreglado y ya no se sentaba tan erguida, parecía muy cansada. Le pregunté si estaba bien y dijo: 
–Sí, papá. 
–¿Por qué no salís un poco al jardín? 
–No, papá. 
Pensando en la conversación de la noche anterior se me ocurrió que podría preguntarle si me quería, pero enseguida me pareció una estupidez. Volví a llamar a Silvia. Dejé otro mensaje. En voz baja, cuidando que Sara no me escuchara, dije en el contestador: 
–Es urgente, por favor. 
Esperamos sentados cada uno en su sillón, con el televisor encendido. Unas horas más tarde Sara dijo: 
–Permiso, papá. 
Se encerró en su cuarto. Apagué el televisor y fui hasta el teléfono. Levanté el tubo una vez más, escuché el tono y corté. Fui con el auto hasta la veterinaria, busqué al vendedor y le dije que necesitaba un pájaro chico, el más chico que tuviera. El vendedor abrió un catálogo de fotografías y dijo que los precios y la alimentación variaban de una especie a la otra. Golpeé la mesada con la palma de la mano. Algunas cosas saltaron sobre el mostrador y el vendedor se quedó en silencio, mirándome. Señalé un pájaro chico, oscuro, que se movía nervioso de un lado a otro de su jaula. Me cobraron ciento veinte pesos y me lo entregaron en una caja cuadrada de cartón verde, con pequeños orificios calados alrededor, una bolsa gratis de alpiste que no acepté y un folleto del criadero con la foto del pájaro en el frente. 
Cuando volví Sara seguía encerrada. Por primera vez desde que ella estaba en casa, subí y entré al cuarto. Estaba sentada en la cama frente a la ventana abierta. Me miró, pero ninguno de los dos dijo nada. Se le veía tan pálida que parecía enferma. El cuarto estaba limpio y ordenado, la puerta del baño entornada. Había unas treinta cajas de zapatos sobre el escritorio, pero desarmadas de modo que no ocuparan tanto espacio, y apiladas prolijamente unas sobre otras. La jaula colgaba vacía cerca de la ventana. En la mesita de luz, junto al velador, el portarretrato que se había llevado de la casa de su madre. El pájaro se movió y sus patas se escucharon sobre el cartón, pero Sara permaneció inmóvil. Dejé la caja sobre el escritorio, salí del cuarto y cerré la puerta. Entonces me di cuenta de que no me sentía bien. Me apoyé en la pared para descansar un momento. Miré el folleto del criadero, que todavía llevaba en la mano. En el reverso había información acerca del cuidado del pájaro y sus ciclos de procreación. Resaltaban la necesidad de la especie de estar en pareja en los períodos cálidos y las cosas que podían hacerse para que los años de cautiverio fueran lo más amenos posible. Escuché un chillido breve, y después la canilla de la pileta del baño. Cuando el agua empezó a correr me sentí un poco mejor y supe que, de alguna forma, me las ingeniaría para bajar las escaleras.
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Published on January 31, 2015 15:41

January 29, 2015

Más allá de la distopía | Por Víctor Roberto Carrancá




El escritor Víctor Roberto Carrancá ( El espejo del solitario , 2014) regresa a su columna mensual, Sizigias y cuadraturas lunares, en la Revista Crítica, con un texto en el que describe sus impresiones de Iden­ti­dad sus­pendida, novela de ciencia ficción de Sergio Alejandro Amira, escritor chileno, y para el cual utilizó una de mis fotografías, convirtiéndome en "modelo cienciaficcional".
Transcribiré algunos párrafos del texto, que pueden leer completo directamente en la Revista Crítica, en el siguiente enlace.


Más allá de la distopía | Por Víctor Roberto Carrancá

Sus­pender la real­i­dad. Sus­pender la real­i­dad. Sus­pender las cir­cun­stan­cias que impi­den desmem­brarla y, con ello, com­pren­der las posi­bil­i­dades de una lit­er­atura sin ataduras.
Es difí­cil iden­ti­ficar las condi­ciones que per­miten difer­en­ciar la cien­cia fic­ción lati­noamer­i­cana de esa otra canónica (den­tro de un sis­tema anti­canónico), de ori­gen primer­mundista. En ese sen­tido, la distopía se ha con­ver­tido en un sub­género que encuen­tra una vastedad temática en nue­stro ámbito ter­ri­to­r­ial, no solo por per­mi­tir una crítica velada a los sis­temas políti­cos, sino tam­bién porque reprocha las solu­ciones ide­ológ­i­cas planteadas para reparar los errores de los primeros. Su doble dis­curso ter­mina por der­ro­tar el pos­tu­lado de la lejanía utópica (que dice, en pocas pal­abras, que el mundo per­fecto existe, aunque no sea aquí ni ahora) para aprox­i­mar una real­i­dad anti-utópica.
Una de mis primeras incur­siones a la cien­cia fic­ción chilena (difí­cil aprox­i­mación desde tier­ras mex­i­canas) me per­mi­tió cono­cer un claro ejem­plo de esta dis­quisi­ción filosó­fica: me refiero a Los altísi­mos, nov­ela del chileno Hugo Cor­rea que narra la his­to­ria de un hom­bre que despierta, al pare­cer, en el sub­mundo de la Tierra, para des­cubrir la exis­ten­cia de una galaxia que se aloja, aparente­mente, en el inte­rior de nue­stro hogar. La sociedad en Cronn (nom­bre que lleva este sis­tema intra­plan­e­tario) se rige por un desar­rollo tec­nológico sin prece­dentes, así como el de un sis­tema social per­fecto (basado en la lim­itación de las rela­ciones per­son­ales) que nos recuerda a los mun­dos crea­dos por Hux­ley o, antes que él, por el médico yucateco Eduardo Urzaíz en una de las primeras nov­e­las de CF mex­i­cana: Euge­nia: esbozo nov­e­l­e­sco de cos­tum­bres futuras (1919).
Algo sim­i­lar sucede con las pági­nas de Iden­ti­dad sus­pendida, nov­ela del chileno Ser­gio Ale­jan­dro Amira, quien, a través de los tópi­cos más con­ven­cionales de la CF (el viaje en el tiempo, la super­posi­ción de dimen­siones, la vig­i­lan­cia aliení­gena, los autó­matas) crea un col­lage de crítica adusta y, en igual man­era, pla­gado de un humor negro que rara vez se explota con tanta efu­sivi­dad en el género.
(...) la lóg­ica ami­rana, man­i­fi­esta en el salto de ideas, memo­rias e hipóte­sis de Vicen­tico, su pro­tag­o­nista, se trans­forma en un juego diver­tido que a veces nos recuerda a las con­ver­sa­ciones entre el Som­brero Loco y la Liebre Marcera de Lewis Car­roll (dis­péns­ese la causal­i­dad para que este autor siem­pre encuen­tre una ref­er­en­cia car­rol­liana; pero lo cierto es que el autor de Iden­ti­dad sus­pendida mez­cla lo que podría ser hard sci­ence fic­tion con el absurdo y el sin sen­tido exis­ten­cial de Won­der­land) y, en otras, a la para­noia exis­ten­cial, tra­ducida en com­plots de dimen­siones inimag­in­ables, de Philip K. Dick.
Si quisiéramos resumir, de algún modo, la trama de Iden­ti­dad sus­pendida, podría decirse que la nov­ela narra la his­to­ria de Vicen­tico, un agente de “La Com­pañía” a quien, durante un aten­tado, le ha sido extraído el nódulo akhásico, especie de parásito que per­mite descar­gar infor­ma­ción de la memo­ria colec­tiva de los agentes. Junto con un GAP (Guer­rero Autó­mata Per­son­al­izado) de nom­bre Gabriel, Vicen­tico comen­zará a dis­cernir los ver­daderos alcances (y obje­tivos) de esta omi­nosa institución.
Iden­ti­dad sus­pendida puede ser, por acudir a alguna aso­ciación cin­e­matográ­fica, una his­to­ria dirigida por el Cronem­berg de Naked Lunch o Exis­tenz. Los agentes de “La Com­pañía” igual pueden trans­for­marse en ciem­piés que el pro­tag­o­nista en un ñandú, durante una per­se­cu­ción poli­ci­aca. Y aquí el meollo del asunto: la para­noia uni­ver­sal encuen­tra una man­i­festación a través del rompimiento de la línea argu­men­tal con­ven­cional. Los com­plots y las intri­gas (reales o imag­i­nar­ias) van sumán­dose hasta con­struir muros infran­que­ables. La trama no se ciñe solo a una posi­bil­i­dad dis­cur­siva, sino que fluc­túa entre la pres­en­cia de autó­matas, saltos dimen­sion­ales, implanta­ciones de memo­ria y demás tópi­cos que iden­ti­f­i­can a la cien­cia fic­ción global solo que, en este caso, trans­fig­u­ran las estruc­turas nar­ra­ti­vas con­ven­cionales. Si este exper­i­mento resulta “bueno” o “malo” (en un nivel más moral que crítico), en todo caso podremos citar lo que alguno de los per­son­ajes comenta den­tro de la his­to­ria: “¿existe tal cosa como la buena cien­cia ficción?”.



Fotografía: Ale­jan­dro Zetina Mod­elo: Lola Ancira
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Published on January 29, 2015 18:40

January 26, 2015

Irreverencias maravillosas: La fragmentación del cuerpo

Dos soldados británicos de la Primera Guerra Mundial amputados


El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a la historia de la amputación y la evolución de las prótesis a través del tiempo, y a la consecuente adaptación y aceptación sociales (así como consecuentes fijaciones, incluido el certamen de belleza Miss stump) de dicha medida quirúrgica y los sustitutos de los miembros amputados.
Pueden leer el texto completo, directamente de la revista, en este enlace.







La fragmentación del cuerpo
La historia del hombre, desde sus inicios, comprende una gran cantidad de enfrentamientos, guerras, anomalías congénitas y accidentes, de ahí que las mutilaciones (daño físico que deriva en la pérdida de alguna función o parte del cuerpo) dieran paso a la amputación (separación por traumatismo o cirugía de una extremidad) y a las prótesis (sustituto artificial de la parte del cuerpo amputada).
Hay  evidencia que señala que en el Neolítico ya se llevaban a cabo amputaciones: cadáveres de la época con huesos cortados por sierras de piedra y hueso demuestran lo anterior.
El primer registro de una amputación y ulterior uso de prótesis aparece en los textos védicos (aproximadamente 1,800 a. E. C.), una de las obras más antiguas de la cultura india, en un poema escrito en sánscrito que narra la historia de la reina guerrera Vishpla, quien en una contienda pierde una de sus piernas. Después de tratar su herida y ya estando recuperada,  le colocaron una pierna de hierro para que pudiera volver al campo de batalla.
Alrededor del 800 a. E. C., aparece el mito griego de Pélope, nieto de Zeus, a quien el dios Hefesto le hizo un hombro de mármol, pues su mismo padre, Tántalo, lo mató y cocinó para tratar de engañar a los dioses en un festín. La diosa Démeter comió su hombro y, al darse cuenta de lo ocurrido, devuelve la vida a Pélope y ordena a Hefesto la construcción de la prótesis del hombro.
Hasta el año 100 y durante la Edad Media hubo pocas alteraciones en la técnica, pero preferían la cauterización y el aceite caliente para evitar hemorragias. Los caballeros amputados de esta época ansiaban utilizar prótesis para ocultar su deformidad y vulnerabilidad, más allá de un mero propósito estético. Los artilleros se convirtieron entonces en los primero fabricantes de prótesis, pues eran expertos en el uso del metal y la madera.






Alrededor de 1300, el uso de la pólvora en armas de fuego incremento el número de mutilaciones y amputaciones en el campo militar. Ya en 1550, uno de los mejores cirujanos del ejército francés (y probable padre de la cirugía moderna), Ambroise Paré, volvió al ligamento de los vasos sanguíneos y creó las primeras prótesis tanto para extremidades inferiores como para las superiores. Diseñó una mano artificial llamada Le petit Lorrain, cuyo pulgar era fijo, pero los otros  dedos eran móviles gracias a unos resortes. Articulaciones, flexiones, extensiones y la utilización de otros músculos para generar movimientos en las prótesis formaron parte de una gran transformación en el ámbito médico. Dentistas y escultores también contribuyeron en las innovaciones.



Le petit Lorrain de Ambroise Paré


El gran número de amputados durante la guerra de Secesión (1861-1865), estimuló el desarrollo de prótesis de miembros mucho más funcionales, como el gancho dividido creado por Dorrance en 1912 y que, con algunas modificaciones, actualmente sigue siendo utilizado.
Ya en 1800, durante las Guerras Napoleónicas, la amputación llegó a su mejor punto, antes de la inclusión de la anestesia y la esterilización, gracias a dos cirujanos, uno francés y otro británico. Aproximadamente 50 años después se empezó a utilizar la anestesia e introdujeron procedimientos de asepsia. A partir de entonces, los cirujanos se involucraron en la creación de las prótesis e inició su gran evolución.


Taller en Berlín, 1919.


El desarrollo de la ciencia y la tecnología ha permitido el uso de sofisticadas técnicas actuales para esta medida quirúrgica, y las prótesis han evolucionado de manera increíble, llegando incluso a las prótesis robóticas que imitan a las extremidades humanas casi a la perfección.





Pero el progreso también modifica o altera diversas cuestiones culturales e ideológicas: en las primeras décadas de nuestro siglo las amputaciones de miembros sanos son una realidad. Los amputee wannabe tienen diversas razones para desear la amputación (desde falanges hasta extremidades completas), que pueden ir desde psicológicas (de ahí la apotemnofilia, no sentir que la extremidad pertenezca a su cuerpo) hasta meramente estéticas o para complacer parafilias, como la acrotomofilia: el deseo sexual por una persona con miembros amputados (aunque esta atracción pudo haber existido desde los antiguos imperios sin dejar vestigios). Algunos concursos de belleza y la industria pornográfica también  están inmiscuidos en comunidades con este tipo de afinidades.
Por supuesto, la mayoría de los doctores consideran estas amputaciones como no éticas, pero hay quienes, por la cantidad  necesaria ($10,000.00 dólares), estarán dispuestos a llevarlas a cabo. Uno de los casos más celebres es el de Alex Mensaert, un estadounidense de 39 años al que únicamente le queda el brazo izquierdo, y que ha afirmado no querer amputarlo por temor a la dependencia.
Pero también existen personas amputadas por diferentes condiciones médicas que han transformado la percepción ordinaria del cuerpo incompleto, alterado: Victoria Modesta es una modelo y cantante británica de 26 años a quien, por negligencia médica desde su nacimiento, en 2007 y por decisión propia le amputaron la antepierna izquierda, y ahora es la primera cantante de pop con prótesis y ha causado revuelo con su video Prototype. Sus prótesis son  poco convencionales y magníficas, como ella misma.










Aimee Mullins es otro ejemplo de belleza sorprendente: nació en 1976 y desde su primer año de vida le fueron amputadas ambas piernas debido a una extraña enfermedad. Es modelo, atleta y actriz y está dentro de la lista de las 5 mujeres más bellas de la revista People. Tiene múltiples prótesis que modifican su estatura y sus diseños y tamaños difieren según su función.



Fotografía de un reportaje sobre la atleta para la revista Icon


La tecnología y la ciencia han transformado muchos aspectos de la vida humana, pero el cambio nunca dejará de atemorizar a los ignorantes del tema en cuestión. El actual éxito de Modesta y Mullins se debe, en gran parte, a la diversificación de estándares estéticos contemporáneos y a una mayor apertura hacia las alteraciones físicas, a lo aparentemente extraño o distinto.
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Published on January 26, 2015 19:49

La fragmentación del cuerpo

Dos soldados británicos de la Primera Guerra Mundial amputados


El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a la historia de la amputación y la evolución de las prótesis a través del tiempo, y a la consecuente adaptación y aceptación sociales (así como consecuentes fijaciones, incluido el certamen de belleza Miss stump) de dicha medida quirúrgica y los sustitutos de los miembros amputados.
Pueden leer el texto completo, directamente de la revista, en este enlace.







La fragmentación del cuerpo
La historia del hombre, desde sus inicios, comprende una gran cantidad de enfrentamientos, guerras, anomalías congénitas y accidentes, de ahí que las mutilaciones (daño físico que deriva en la pérdida de alguna función o parte del cuerpo) dieran paso a la amputación (separación por traumatismo o cirugía de una extremidad) y a las prótesis (sustituto artificial de la parte del cuerpo amputada).
Hay  evidencia que señala que en el Neolítico ya se llevaban a cabo amputaciones: cadáveres de la época con huesos cortados por sierras de piedra y hueso demuestran lo anterior.
El primer registro de una amputación y ulterior uso de prótesis aparece en los textos védicos (aproximadamente 1,800 a. E. C.), una de las obras más antiguas de la cultura india, en un poema escrito en sánscrito que narra la historia de la reina guerrera Vishpla, quien en una contienda pierde una de sus piernas. Después de tratar su herida y ya estando recuperada,  le colocaron una pierna de hierro para que pudiera volver al campo de batalla.
Alrededor del 800 a. E. C., aparece el mito griego de Pélope, nieto de Zeus, a quien el dios Hefesto le hizo un hombro de mármol, pues su mismo padre, Tántalo, lo mató y cocinó para tratar de engañar a los dioses en un festín. La diosa Démeter comió su hombro y, al darse cuenta de lo ocurrido, devuelve la vida a Pélope y ordena a Hefesto la construcción de la prótesis del hombro.
Hasta el año 100 y durante la Edad Media hubo pocas alteraciones en la técnica, pero preferían la cauterización y el aceite caliente para evitar hemorragias. Los caballeros amputados de esta época ansiaban utilizar prótesis para ocultar su deformidad y vulnerabilidad, más allá de un mero propósito estético. Los artilleros se convirtieron entonces en los primero fabricantes de prótesis, pues eran expertos en el uso del metal y la madera.






Alrededor de 1300, el uso de la pólvora en armas de fuego incremento el número de mutilaciones y amputaciones en el campo militar. Ya en 1550, uno de los mejores cirujanos del ejército francés (y probable padre de la cirugía moderna), Ambroise Paré, volvió al ligamento de los vasos sanguíneos y creó las primeras prótesis tanto para extremidades inferiores como para las superiores. Diseñó una mano artificial llamada Le petit Lorrain, cuyo pulgar era fijo, pero los otros  dedos eran móviles gracias a unos resortes. Articulaciones, flexiones, extensiones y la utilización de otros músculos para generar movimientos en las prótesis formaron parte de una gran transformación en el ámbito médico. Dentistas y escultores también contribuyeron en las innovaciones.



Le petit Lorrain de Ambroise Paré


El gran número de amputados durante la guerra de Secesión (1861-1865), estimuló el desarrollo de prótesis de miembros mucho más funcionales, como el gancho dividido creado por Dorrance en 1912 y que, con algunas modificaciones, actualmente sigue siendo utilizado.
Ya en 1800, durante las Guerras Napoleónicas, la amputación llegó a su mejor punto, antes de la inclusión de la anestesia y la esterilización, gracias a dos cirujanos, uno francés y otro británico. Aproximadamente 50 años después se empezó a utilizar la anestesia e introdujeron procedimientos de asepsia. A partir de entonces, los cirujanos se involucraron en la creación de las prótesis e inició su gran evolución.


Taller en Berlín, 1919.


El desarrollo de la ciencia y la tecnología ha permitido el uso de sofisticadas técnicas actuales para esta medida quirúrgica, y las prótesis han evolucionado de manera increíble, llegando incluso a las prótesis robóticas que imitan a las extremidades humanas casi a la perfección.





Pero el progreso también modifica o altera diversas cuestiones culturales e ideológicas: en las primeras décadas de nuestro siglo las amputaciones de miembros sanos son una realidad. Los amputee wannabe tienen diversas razones para desear la amputación (desde falanges hasta extremidades completas), que pueden ir desde psicológicas (de ahí la apotemnofilia, no sentir que la extremidad pertenezca a su cuerpo) hasta meramente estéticas o para complacer parafilias, como la acrotomofilia: el deseo sexual por una persona con miembros amputados (aunque esta atracción pudo haber existido desde los antiguos imperios sin dejar vestigios). Algunos concursos de belleza y la industria pornográfica también  están inmiscuidos en comunidades con este tipo de afinidades.
Por supuesto, la mayoría de los doctores consideran estas amputaciones como no éticas, pero hay quienes, por la cantidad  necesaria ($10,000.00 dólares), estarán dispuestos a llevarlas a cabo. Uno de los casos más celebres es el de Alex Mensaert, un estadounidense de 39 años al que únicamente le queda el brazo izquierdo, y que ha afirmado no querer amputarlo por temor a la dependencia.
Pero también existen personas amputadas por diferentes condiciones médicas que han transformado la percepción ordinaria del cuerpo incompleto, alterado: Victoria Modesta es una modelo y cantante británica de 26 años a quien, por negligencia médica desde su nacimiento, en 2007 y por decisión propia le amputaron la antepierna izquierda, y ahora es la primera cantante de pop con prótesis y ha causado revuelo con su video Prototype. Sus prótesis son  poco convencionales y magníficas, como ella misma.










Aimee Mullins es otro ejemplo de belleza sorprendente: nació en 1976 y desde su primer año de vida le fueron amputadas ambas piernas debido a una extraña enfermedad. Es modelo, atleta y actriz y está dentro de la lista de las 5 mujeres más bellas de la revista People. Tiene múltiples prótesis que modifican su estatura y sus diseños y tamaños difieren según su función.



Fotografía de un reportaje sobre la atleta para la revista Icon


La tecnología y la ciencia han transformado muchos aspectos de la vida humana, pero el cambio nunca dejará de atemorizar a los ignorantes del tema en cuestión. El actual éxito de Modesta y Mullins se debe, en gran parte, a la diversificación de estándares estéticos contemporáneos y a una mayor apertura hacia las alteraciones físicas, a lo aparentemente extraño o distinto.
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Published on January 26, 2015 19:49

January 15, 2015

Primeras letras: Lola Ancira (podcast mensual de Letras Libres)



Les presento la lectura que hice de uno de los cuentos de mi libro y una breve (pero significativa) entrevista en el podcast Primeras letras de la revista Letras Libres.  
Aquí pueden ver la entrada en la revista y en este enlace pueden escuchar el audio directamente en SoundCloud. El cuento lo pueden leer en esta entrada de la revista VozEd.
En el tablero de Primeras Letras en Pinterest, pueden encontrar otras entrevistas a escritores mexicanos y más lecturas.

Primeras letras es un podcast mensual en el que invitamos a escritores debutantes a leer un fragmento de su libro. En forma paulatina, Primeras letras conformará un mapa sonoro de la nueva narrativa mexicana.
En este episodio, Lola Ancira (Querétaro, 1987) lee el cuento “Cosmogonía de las parafilias (o de superpoderes a parafilias)", de su libro Tusitala de óbitos , publicado por Pictographia en Zacatecas.
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Published on January 15, 2015 14:50

December 31, 2014

Los cuatro hermanos lunares - Gustav Meyrink





Esta es una pequeña nota preliminar que escribí para el cuento "Los cuatro hermanos lunares" de Gustav Meyrink para Mono de piedra, un proyecto en la red que apoya las publicaciones independientes de escritores iberoamericanos, impulsando así a la literatura a través de una plataforma actual. También pueden visitar su página en Facebook.
Gustav Meyrink es uno de mis escritores de literatura fantástica favoritos desde hace más de diez años, así que no fue difícil hacer la selección de un cuento para prologar cuando me hicieron la invitación para ser parte de Mono de piedra, pues Murciélagos, libro de cuentos al que pertenece "Los cuator hermanos lunares", marcó mi juventud.
Transcribo a continuación mi nota preliminar, y el cuento completo lo pueden descargar en formato ePub en este enlace.


Gustav Meyrink


Austria vio nacer en el siglo XIX a uno de los escritores representativos de la literatura fantástica, Gustav Meyrink (1868-1932). Comenzó a publicar relatos a los 32 años y en ellos ya existen características de la sátira, lo fantástico y ciertos toques de misterio que acompañarían desde entonces a sus narraciones. Gracias a esto, su nombre comienza a ser conocido en el ámbito literario. En 1915 publicó su primer y más famosa novela, El Golem. Al siguiente año publica Murciélagos (Fledermäuse: Ein Geschichtenbuch), libro que reúne siete de sus relatos más célebres, entre ellos Los cuatro hermanos lunares (Die Vier Mondbrüder, 1915).
Antes de dedicarse a la literatura y el ocultismo, Meyrink ejerció como banquero y abandonó el rumbo financiero debido a una estafa. Decidido a dejar este plano existencial a los 24 años, un opúsculo sobre la vida después de la muerte hizo un oportuno acto de aparición debajo de su puerta segundos antes de poder accionar el gatillo de la pistola, salvando su vida. He ahí la explicación del gran interés que surgió en él por las ciencias ocultas y que éstas sean unas de las principales temáticas en su mística narrativa, que influenció fuertemente a los escritores anglosajones adeptos al género fantástico, el horror y afines.
En toda su obra Meyrink muestra una fuerte preocupación por todo lo relativo al espiritismo, la parapsicología, la cábala, el taoísmo o la masonería, así como por doctrinas, ciencias y disciplinas alternativas y fascinantes que lo maravillaron y a las que introduce a sus lectores a través de su literatura. El simbolismo es clave en la narrativa de este autor, donde la muerte y lo onírico se filtran a través de las imágenes. Sus abundantes y acertadas descripciones logran crear el ambiente idóneo para cada uno de sus relatos y los imprevistos acontecimientos sorprendentes otorgan una carga de emoción con la que resulta imposible detener la lectura. El misterio es un sello siempre presente en las letras de Meyrink y se respira una atmósfera de suspenso en cada párrafo.
En el cuento Los cuatro hermanos lunares (especie de documento) Meyrink nos presenta,en una clase de autobiografía, la lúgubre historia del magistrado Wirtzigh, víctima de una alucinación o quizá de un sueño premonitorio. Este relato refleja el miedo latente al desarrollo tecnológico e industrial del siglo XX que muestra a las máquinas como objetos vivos y de perdición, pues estas inician una contienda apocalíptica contra sus inventores, los seres humanos. Los viajes espacio-temporales y los diferentes planos existenciales son otras preocupaciones del autor inscritas en estas líneas.
En el mismo cuento, Meyrink menciona al peculiar ilustrador Alfred Kubin, quien pareciera haber diseñado a los singulares personajes de esta historia: figuras alargadas, demacradas y oscuras representadas en funestas acciones o situaciones. De la relación de estos autores, hermanados por el misterio y lo indescifrable, surgió La otra parte, una de las obras maestras de la novela fantástica que Kubin publicó gracias a las ilustraciones que hizo por petición de Meyrink (para cierta novela que el literato finalmente no escribió).
Las tinieblas poblaron el imaginario de Meyrink y haberlo transmitido con tanta certeza es sólo uno de sus múltiples méritos. Miedo, asombro y extrañeza son algunas de las emociones garantizadas con esta lectura.

Lola Ancira, México, 2014.
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Published on December 31, 2014 15:32

December 30, 2014

Cuento(s) de Navidad





Tengo el placer de presentarles (y obsequiarles) este pequeño libro digital en el que participo y que reúne 9 relatos inéditos de diferentes autores, todos con la misma temática pero tratada desde imaginarios muy peculiares.
Este es un proyecto digital para distribución gratuita de Édgar Adrían Mora (Raza de víctimas, Memoria del polvo) y Alejandro Pérez Cervantes, que junto con Joel Flores (Rojo semidesierto, El amor nos dio cocodrilos), Carlos Dzul, Ira Franco, Iván Farías, Rafael Villegas y Valeria Gascón expresan sentimientos, ideas y emociones diversos en torno a las festividades que vivimos en días recientes.

Como spoiler alert sólo puedo dejarles el increíble prefacio:



Con este fantasmal librito hemosprocurado despertar al espíritu de una idea sin que provocara en nuestroslectores malestar consigo mismos, con los demás, con la temporada nicon nosotros.
Ojalá encante sus hogares y nadie sientadeseos de verle desaparecer.
               Diciembre de 2014
               Los autores.



Transcribo también la entrada en la que Edgar Adrián Mora le dio la bienvenida al libro en Facebook, pues habla sobre lo que hay detrás de este encantador proyecto:



CUENTO(S) DE NAVIDADEste año se me ocurrió regalar a aquellas personas con quienes comparto el espacio virtual algo por Navidad. Ese algo tenía que ser, a no dudarlo, un relato que aludiera a estas épocas que se prestan para la evocación de múltiples sensaciones, recuerdos y sentimientos (no todos felices como nos ha hecho creer la avalancha de publicidad, por cierto). Después se me ocurrió que podría ser algo más grande, que quizá algunos amigos quisieran hacer algo similar. Y así fue como se lo comenté a Alejandro Pérez Cervantes, escritor coahuilense y editor de revistas universitarias, quien se animó a enriquecer el proyecto dándole una forma más terminada que aquella que tenía en mente. Y así, de a poco fui invitando y se fueron uniendo otros tantos amigos. La edición se hizo en tiempo récord, ayudados por las maravillas de la comunicación a distancia que los medios electrónicos nos permiten actualmente.
Al final quedó un conjunto que se llama CUENTO(S) DE NAVIDAD por aquello de hacer un guiño al clásico de Charles Dickens, A CHRISTMAS CAROL. Los escritores y los cuentos que se incluyen en esta antología son los siguientes:

"Bebiendo gasolina" de Iván Farías"Santa llegó a la ciudad" de Édgar Adrián Mora"El padre vencido" de Alejandro Pérez Cervantes"El fantasma incidental" de Lola Ancira"Regalo" de Carlos Dzul"Son los papás" de Rafael Villegas"La cueva" de Ira Franco"Navidades perdidas" de Joel Flores"Tal vez el infierno es algo parecido a una sala de espera, con una televisión prendida en el canal cinco, pasando 'Mi pobre angelito 2: perdido en Nueva York' una y otra vez" de Valeria Gascón

Aquí se los dejamos, ojalá lo disfruten.

Para finalizar, dejo los párrafos iniciales de mi cuento, que pueden leer completo, junto con los demás cuentos, en este enlace.



El fantasma incidental

En todo lo que nos rodea y en todo lo que nos mueve debemos advertir que interviene en algo la casualidad.Anatole France
Otra vez las pequeñas luces de colores, árboles decorados con esferas brillantes que reflejan rostros transfigurados, como el alma de quienes las miran; temperaturas bajas y una alegría exagerada que parecería fingida. O al menos así fue hasta el año anterior, la última vez que tuve algo por qué celebrar.
Nuestra familia no había sufrido pérdidas trágicas ni acontecimientos espeluznantes, mi esposa, nuestros tres hijos y yo llevábamos una vida desenfadada y sin preocupaciones, pensando únicamente en los atuendos que utilizaríamos para las últimas fiestas del año o los alimentos de los que dispondríamos para tales ocasiones.
Ayer se cumplieron exactamente cinco años. A las ocho en punto de la mañana abría una pequeña caja cubierta con un vistoso papel de los típicos colores, verde y rojo, cuyo contenido cambiaría el destino de todos los presentes. Era un libro. La etiqueta del obsequio sólo tenía escrito el nombre del destinatario, y tanto mis hijos como mi esposa negaron haberlo comprado o colocado ahí para mí, cosa que por supuesto nos resultó de lo más extraña. Abrí el libro y tenía una dedicatoria en la primera página, en letras grandes, negras y gruesas. Acto seguido, leí en voz alta a mis atentos oyentes: “Encontrarás la revelación determinante a todos tus conflictos en estas letras. Lee con atención, sé que lo comprenderás todo.” Estaba firmado únicamente con las iniciales E. S.
El libro era Cuento de navidad, de Charles Dickens. Nadie en mi familia lo había leído, pero mis hijos habían visto la película hacía un par de años, cuando todavía se adjudicaban el término de 'niños'. Al recordárselos, comentaron que era una cinta interesante y con moraleja, afirmando mi esposa, además, que algún propósito debía tener la aparición misteriosa de aquel objeto en nuestras vidas.

Sinceramente, no soy aficionado a la lectura. He leído algunos cuantos libros a lo largo de mi vida, pero éste lo leí completo ese mismo día, por la noche. No fui capaz de cerrar los ojos o dejarlo en la mesa de noche, incluso tras varios minutos de lectura, como me suele ocurrir. Leí de la primera hasta la última palabra, contando el prólogo, el índice y la información de la edición. 
(Continúa en la página 23 del libro digital Cuento(s) de Navidad.)
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Published on December 30, 2014 16:07