Lola Ancira's Blog, page 61
December 28, 2013
Los predilectos - Jaime Mesa

Los predilectos (Alfaguara, 2013) de Jaime Mesa (escritor de Puebla, México 1977) es la segunda novela publicada del autor, la primera fue Rabia (Alfaguara, 2008) y cuya reseña también aparecerá pronto por aquí. El autor fue becario del FONCA en el área de novela durante 2008-2009. Actualmente imparte talleres de creación literaria y es editor.
Los predilectos tiene una narrativa circular en primera persona y donde el autor le da vida a una voz femenina, pues la protagonista es Scarlett Kunzen, una mujer que a sus más de treinta años rememora su vida a partir de su mayoría de edad, cuando toma la decisión de salir del hogar nuclear para enfrentarse a un mundo del que ya poco cree que la pueda sorprender. Y precisamente que sea una protagonista es una de las muchas singularidades de esta novela, pues remite precisamente a esa “reciente” objetividad de la escritura a la que alude Mesa en esta entrevista:
—En realidad fue más fácil escribir como mujer de lo que yo pensaba —asegura el autor, y luego añade—: Lo que hice, el truco literario que hice fue nunca pensar que tenía que escribir como una mujer. Yo me sentaba a escribir y no decía: “ay cómo escribirá una mujer,cómo lo haría una mujer”, porque se hubiera tronado la narración, hubiera quedado muy artificial. Entonces lo que hice fue que descubrí que sí, a pesar de las diferencias normales y obvias entre un hombre y una mujer, al final de cuentas la condición humana se impone: le tenemos miedo a lo mismo. Y con esa neutralidad o punto medio entre hombres y mujeres, fue en la que me sumergí a escribir la novela.
Y es una narrativa sobre la que Margo Glantz, en su ensayo¿Neutralidad o sexualidad de la escritura? dice: 'La enunciación de un discurso femenino organizado por una cabeza masculina no termina en el siglo XVIII', refiriéndosea ciertas obras de Choderlos de Laclos, Diderot y Bataille donde se le otorga trascendencia a esas letras escritas por plumas masculinas que otorgan voz a figuras femeninas, que cuestiona esa necesidad de asignar sexo a la escritura y que aboga precisamente por esa neutralidad de la que habla Mesa.
A sus dieciocho años, Scarlett Kunzen nota que es una mujer con una genética sobresaliente y que al saber su futuro asegurado económicamente, no tendrá que preocuparse por cuestiones mundanas como buscar una profesión o desarrollar sus habilidades en actividades específicas, por lo que decide salir de esa supuesto refugio familiar donde todos los lujos no pueden otorgar las experiencia efímeras de la vida que anhela conocer.
Scarlett viaja y descubre todo lo que hasta entonces había permanecido oculto a su realidad perfecta: aficiones sexuales mortales que conoce a través del anuncio en internet de un gift giver (persona seropositiva que desea infectar a una persona sana) y que la convierte en un bug chaser (persona que busca ser infectada con VIH) a través del raw sex o sexo piel a piel, que restringe el uso de condones, para lograr dicho objetivo. Después de su primer encuentro con un gift giver, este la lleva a una convertion party (orgías sexuales para bug chasers y gift givers) también llamadas Russian roulette parties, fiestas sexuales en donde se reúnen personas infectadas y no infectadas y el riesgo de contagio se vuelve muy latente y da lugar al fuck to death o el acto sexual en el que hay contagio de VIH. Las últimas dos acepciones en inglés definen a la perfección las razones de estas fiestas y personas por realizar tales actos: el contacto directo con una enfermedad fatal como una forma de muerte temporalmente incognoscible pero certera. Parecido a lo anterior también está un fetichismo sexual llamado feederism (acto compulsivo en el consumo de cualquier tipo de alimentos), dondelos gainers (personas alimentadas) ylos feeders (personas que preparan o aportan los alimentos) crean una relación enfermiza y desigual donde ambos lados están de acuerdo en ejercer sus peligrosos roles.
Esta cercanía con la muerte me trajo a la mente la película Kissed (Lynne Stopkewich, 1996) cuya temática central es la necrofilia desde una perspectiva femenina -no objetiva- y quizá, por lo tanto, con una sensibilidad y emotividad sorprendente que transforman a esta parafilia en un acto apasionado, más allá de lo meramente sexual.
Scarlett relata aquí algunos de esos hechos con cierta parsimonia que le ha otorgado el paso de los años y de la misma manera relata acontecimientos impactantes con una belleza que logra atraer al espectador/lector, que nos vuelve partícipes de esas fiestas, descripciones que logran transmitir esa fijación y gusto por tales actos que por la mayoría de las personas podrían ser repudiados o reprobados, incluso aunque en lo más profundo de su ser sientan la misma atracción fatalista.
Tras esa etapa de “perdición”, Scarlett se interna en una clínica de rehabilitación para adictos (en su caso, a la comida y al sexo) y es donde conoce a tres jóvenes ucranianos, los hermanos Dimitri y Kosntantin y a Soseki, pocos años menores que ella y pertenecientes a una afamada banda de rock que empezaba a declinar por falta de material nuevo derivado de sus excéntricas vidas y excesos con drogas o alcohol. Los cuatro formaron entonces un idílico grupo de los denominados por la protagonista como beautiful and damned y que eran precisamente eso, personas jóvenes, hermosas y 'malditas' o 'condenadas' por sus futuros previamente escritos, que al saberse en la cima y teniendo todo lo que podrían desear, no hacían más que disfrutar el momento, el instante, con una juventud que parecería eterna y una conciencia adormilada por el placer, con deleites y satisfacciones momentáneos que compraban segundos de una fruición de la que ignoraban los límites y el precio, ignorando también al futuro y las posibles consecuencias que tendrían que enfrentar, pero siempre teniendo consciencia de la muerte como el final.
Respecto a esta forma de llevar sus vidas, que recuerda la locución latina Carpe diem y a La Celestina , obra de Fernando de Rojas, reseña que escribí hace algún tiempo aquí y de la que transcribo tres párrafos fundamentales para justificar la mención:
En la obra, todos los personajes coinciden en la atracción sexual y el disfrute placentero de los cuerpos jóvenes y hermosos, se saben dentro de un tiempo de vida fugaz y tienen una interacción estrecha con la muerte. Les importa vivir el presente, no lo que pasará en el futuro, pues el destino es desconocido y este podría ser glorioso o traer la fatalidad. Rechazan los conceptos tradicionales de moral y crean su propio código moral, donde todo vale para obtener los placeres y beneficios propios.
Calisto y Melibea se encuentran en la situación de vivir un presente indefinido, gozando de noches de deleite, preocupándose sólo por ver llegar la hora en que sus cuerpos se reúnan de nuevo en la oscuridad cómplice de la noche. Pero el destino teje en estas noches la ruina y muerte de ambos.
Para Albert Camus, en este caso, “Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende…Es solamente confesar que eso "no merece la pena".
A pesar de que la atmósfera en la que se desarrolla la novela generalmente está alejada de nuestro país, Mesa describe características específicas de la cultura ucraniana con gran detalle y logra crear una vívida imagen del sviata vecheria o cena de la víspera de navidad, donde describe algunos platillos y tradiciones ucranianas muy bellas: “A la usanza más antigua, Konstantin dispuso un lugar libre para considerar a los parientes fallecidos, cuyas almas deberían retornar para asistir al banquete.”
Sobre el título de la obra, es la misma Scarlett quien explica (después de analizar la vida de una afamada actriz que al final de sus días perdió gran parte de su fama y a la que conoció en persona -de la que fue testigo en su ascendencia y decadencia y del único vestigio perdurable que dejó en la tierra y en el anonimato-) que es únicamente a través de la descendencia como se logra la permanencia en la tierra, a través del perfecto legado genético. Porque la memoria tiene límites y es imperfecta, y para formar parte de ese limitado listado artístico de nombres eminentes hace falta algo más que el simple gusto de perdurar: se necesita cierto talento, visión, capacidad y un don.
Scarlett me trajo a la mente a un personaje bastante peculiar que entró en mi vida hace una década: Violeta Schmidt (de Diablo Guardián) y un dato curioso es que, cronológicamente hablando, Violeta tendría una edad aproximada actual a la de Scarlett. En esta formidable entrevista, Mesa habla sobre la importancia de los personajes en su narrativa y de dónde surgió:
Otra cosa sobresaliente de esta novela son los personajes, los cuales están muy bien construidos. Se ve que hay un trabajo muy intenso en saber de dónde vienen, qué piensan y hacía dónde van. ¿Qué tanto te preocupa la construcción de los personajes y cuánto de tu propia personalidad les diste?
Jaime Mesa: Vengo de la tradición de los novelistas rusos, franceses e ingleses del siglo XIX, de estas largas novelas donde lo importante siempre es el personaje. Se recuerda vagamente la trama de Crimen y Castigo de Dostoievski, pero todo mundo recuerda a Raskólnikov, incluso con el paso del tiempo, Raskólnikov se vuelve un estereotipo que la gene puede decir “ah, él se comporta como Raskólnikov”; la importancia de desarrollar a los personajes en la literatura, y máxime en la novela, es que con el paso del tiempo es a ellos a quienes recordamos, son quienes realmente construyen una novela ¿por qué? pues porque no son individuos, es decir, no son copias exactas de una persona que respira y vive en el mundo o son una copia de su autor, sino que son construcciones armadas con cientos de pedazos de muchas personas, entonces de esa forma se vuelven grandes Frankensteins armados con los símbolos y la esencia de muchas personas, y que pueden ser buenos satélites o receptores de una corriente humana; uno puede encontrar a Madame Bovary o a Anna Karenina que al paso del tiempo ya representan arquetipos que son reflejo de un grupo muy fuerte de la población.
Otra coincidencia interesante la encontré en la página 156, donde cierto personaje le propone a Scarlett, quien no encuentra el sentido de la vida a sus 26 años, escribir un libro. Y la coincidencia es precisamente que a mis 26 años publiqué mi primer libro (y aunque ya tengo varias respuestas favorables, sigo buscando el significado de la vida).
Finalmente, pocas páginas antes de que termine la novela hay una explicación exacta de quiénes son 'los predilectos': esos seres de vidas públicas que dan de qué hablar porque siempre hay alguien que preste atención a su existencia, los predilectos se encuentran completamente alejados del anonimato, son más que el resto, que esas vidas ordinarias y comunes que jamás serán iluminadas por reflectores o enaltecidas por escenarios.
No está de más decir que este libro me enganchó desde el primer párrafo y para comprobarlo, pueden empezar a leer las primeras páginas de Los predilectos en este enlace de Alfaguara y comprar el ejemplar impreso en Librerías Gandhi o el ePub en este otro enlace.
Son muchas las frases seleccionadas que transcribí y aún así me faltaron algunas, pero todas valen varias lecturas y un análisis personal:
“De niña me parecía que el obituario de una estrella de cine o televisión involucraba un atisbo de lo que ha sido y de lo que será la vida del resto de nosotros. Pequeños resúmenes de ilusiones y fracasos. Como si al momento de morir (cuando la agonía de un astro anuncia la inminencia de un sistema solar) acuñaran un nuevo estereotipo, un cliché que aún no es cliché, y eso nos diera paz para continuar sabiendo que todo permanece. Esas vidas expuestas son como cartas astrales: prefiguraciones cósmicas de lo que podríamos hacer con nuestra breve y banal existencia.” P. 13
“Quizá a veces convenga no saber demasiado de uno mismo.” P. 14
“Yo, hablándome a mí misma con esta honestidad mentirosa que otorga la soledad.” P. 16-17
“... proclamaba formalmente su muerte; es decir, el olvido.” P- 24
“... los adictos se parecen a los genios, cuya conciencia los margina del exterior, de los demás, bajo el conocimiento de que la grandeza reina en ellos.” P. 38
“Creo que entre más sólido sea algo más riesgo hay de ruptura. Los linajes y, sobre todo, las personas se quiebran.” P. 55
“... nada cambiará hasta que realmente necesites cambialos porque estás al borde de ti mismo.” P. 57
“¿Qué si te tocan los papeles secundarios? ¿Qué si te toca trabajar en una empresa pequeña y nunca vienen de otra más grande a contratarte? ¿Qué si eres bueno, el mejor de tu clase, el mejor del lugar donde trabajas, y nunca vienen por ti? ¿Qué si vas afuera y no puedes? Bien para los que no se dan cuenta de su lugar. Pero a quien busca su lugar en el mundo, ¿qué tal le sentaría enterarse de que es el personaje incidental? ¿A qué edad? ¿A los treinta? Mejor que sea a los sesenta cuando lo descubras. ¿La gente no piensa en eso? ¿En el papel que les tocó desempeñar? ¿O sí lo hacen y por eso existen tantos satisfactores baratos y efímeros para evitar la subida del índice de suicidios? Acostúmbrate y se feliz. ¿Quién puede vivir con una verdad así? Por lo visto, todos. O, al menos, la gran parte. Porque tampoco se suicidan seis mil millones de personas. ¿Diez millones? Aún sigue siendo poco.” P. 59
“De entre todas las personas siempre preferí a las que han conseguido algo, sea lo que sea. Invariablemente estarán insatisfechos, pero su nivel de frustración será menor.” P. 60
“... ¿y fui yo la que se imaginó con el virus dentro y dueña de un poder inconmensurable?” P. 63
“El melodrama como catarsis.” P. 68
“Era como saber que alguien más tiene un objeto, o es dueño de recuerdos más exactos que tú y lo envidias.” P. 86
'... no podía soportar la idea de una vida anónima, sepultada en algún país europeo donde sólo tú estuvieras consciente de que vivías. A pesar de que sabía, a la manera de una premonición maldita, que al cabo de los años cualquier lugar sería “un país europeo donde sólo tú estuvieras consciente de que vivías.”' P. 103
“Daba entrevistas donde se dedicaba a hacer crecer el mito con mentiras que realzaban algo tan común como hallar un tema para escribir una canción.” P. 104
“... se dirigió a su casa a iniciar su infierno personal.” P. 118
“... con su amistad me había perdonado como otras personas jamás lo habían logrado hacer.” P. 120
“Ahora sé que pocas veces guardamos el recuerdo de nuestra última vez porque pensamos que siempre habrá otra y otra, que el sexo es algo tan fácil de conseguir que siempre habrá alguien dispuesto.” P. 120
“... lo inalcanzable es perpetuamente inalcanzable, aun cuando lo tienes, porque en ese momento desaparece...” P. 129
“El genio nunca compite. El genio sólo esta ahí y hace las cosas.” P. 136
“Pero sobre todo, un deseo muy explosivo de comerlo, sí, esa era la palabra, comerlo, de tomar una de sus manos y lamerla hasta un punto doloroso, de tomar sus labios y morderlos, de arrancar, de arañar, de masticar.” P. 139
“... luchas esforzadamente contra nuestros más profundos defectos o, si somos más realistas, contra nuestra naturaleza.” P. 146
“La soledad no sirve, como muchos piensan, para estar contigo mismo, sino con los demás. sirve para aprender la mirada que el mundo tiene sobre ti y sobre los otros. Aprender el lenguaje de los demás.” P. 148
“Me sentí como si acabara de terminar con el hombre de mi vida y nos despidiéramos con un abrazo. Llena de sindicación y tedio, El arrepentimiento vendrá después. No ahora. Por el momento es suficiente la culpa Para dejar que te siga abrazando aunque sientes que estás en contacto no con un desconocido, sino más bien con un enemigo. Un enemigo íntimo, Tratas de apartarte, pero llegan inesperadamente fugaces flashazos de un pasado muy cercano, los pasados cercanos que se encuentran a un año de distancia, y empiezas a llorar. Eso es la desolación, la inmovilidad bajo el deseo de salir de ahí.” P. 148
“Lo único que teníamos en común eran su atenciones hacia mi condición deprimida y triste.” P. 150
“Lo que hace la diferencia es que nos consideramos importantes, necesarios para el mundo. Y eso no es verdad. Nuestras vidas no tienen la menor importancia más que para unos cuantos conocidos cercanos. Sin embargo, pensar que somos importantes, invulnerables, genera cambios y que el mundo evolucione. Si todos aceptáramos nuestra condición transitoria y finita, aún perseguiríamos animales por las llanuras y nos comeríamos los unos a los otros, estaríamos a la expectativa de los relámpagos y de la lluvia. Pero piénsalo, mueres y ¿qué pasa? Nada. Absolutamente nada.” P. 163
“¡Es tan fácil abandonar el tormento de la creación para sucumbir a la bella y perfecta pasividad de contemplar lo que alguien más ha creado!” P. 170
“Los niños (...) significaban algo que podía romperse con una facilidad extrema y que, sin embargo, no había que romper...” P. 174
“La gente suele cansarse si después de algunos minutos no les cuentas una tragedia personal o indicios de descontento. Las vidas felices y tranquilas no son dignas de atención. Son, por lo general, aburridas.” P. 194
“... debemos tener cuidado con lo que preguntamos a alguien que no conocemos porque podemos acertar y detonar todos sus males. Esa necesidad idiota de interesarnos por los demás.” P. 194
“Y como siempre, la novela que sucede en nuestras cabezas se opone completamente a la realidad.” P. 199
“¿Qué no las historias de hadas le han permitido mantener la esperanza a generaciones desde que la humanidad sufre desgracias?” P. 202
“Uno es lo que es desde el principio, lo demás son modificaciones a nuestra naturaleza, el mejoramiento consciente de nosotros.” P. 203
“Y hablas, y estudias tus gestos antes de ejecutarlos y despliegas tus mejores elementos en ese juego de conquista cuyo peligro aún estás a muchos años de descubrir. Pero todas las personas, aun los grandes amores, empiezan así. Sin conciencia.” P. 215
“Nadie sabe por qué termina amando a una persona determinada. Tampoco nadie sabe si tenemos uno, dos o más amores de a vida. Nadie sabe, obnubilada por el dolor, cuando termina una relación, si realmente ese amor es el único, o si se desvanecerá con el paso de los años.” P. 218
“... yo, en mi vida, había gozado y sufrido de la misma manera con situaciones y personas reales como imaginarias.” P. 233
Published on December 28, 2013 19:25
December 25, 2013
Cuento de navidad – Ray Bradbury

"Hay solo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro."Ray Bradbury
Ray Douglas Bradbury (escritor estadounidense, 1920–2012) autor representativo de ciencia ficción, terror y fantasía es el creador del cuento del mes que, por cierto, no tiene una finalidad moralizante pero coincide con la época del año. Pareciera que es el autor predilecto en el blog, pues Crónicas marcianas, Zen en el arte de escribir y otro de sus cuentos, La última noche del mundo (publicado hace unos meses, en el que hubiera sido su cumpleaños número 93) ya forman parte de estos archivos.
Noté que en ninguna de las entradas anteriores mencioné detalles sobre su vida y otras publicaciones, por lo que en esta entrada escribiré una breve biografía del autor.
Bradbury nació el 22 de agosto en Illinois y viajó junto con su familia a diversas ciudades, estableciéndose finalmente en Los Ángeles, en 1934. Posteriormente radicó en California, donde vivió el resto de su vida. Desde temprana edad fue atraído por la literatura como lector y creador. Por impedimentos económicos no pudo asistir a la universidad, por lo que fue vendedor de periódicos durante cuatro años y empezó a formarse en la biblioteca estatal de forma autodidacta, donde escribió sus primeros relatos cortos que empezó a vender a algunas revistas locales (1938) y que ocho años después fueron publicados en una compilación de cuentos titulada Dark Carnival. Sobre esta ideología del aprendizaje autodidacta, tiene una frase genial:
"No puedes aprender a escribir en una universidad. Es un lugar muy malo para los escritores porquelos profesores siempre piensan que saben más que uno, y no es cierto. Ellos tienen muchos prejuicios. Digamos: a ellos les gusta Henry James, pero ¿qué pasa si no quieres escribir como Henry James?(…) La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga que pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo."
Se casó en 1947 con Marguerite McClure, quien trabajaba en la librería a la que Bradbury acostumbraba ir en el centro de Los Ángeles y tuvieron cuatro hijas. Bradbury se dedicó a escribir a tiempo completo entonces y con la publicación de su primer novela, Crónicas Marcianas, logró posicionarse dentro del anhelado mundo literario. Estuvieron casados hasta la muerte de ella, en 2003.
Su producción fue muy basta e incluye novela -más de 30, entre las más conocidas están Crónicas marcianas (1950) y Farenheit 451 (1953)-, guiones para televisión y cine, ensayo, poema y por supuesto cuento (más de 600, de los que pueden leer algunos considerados como los mejores en este sitio). Varias de sus obras han sido adaptadas en películas, cómics y series.
Escuchar la historia de su propia voz sobre cómo se convirtió en escritor junto con otros recuerdos, consejos y sugerencias es simplemente fascinante, en este video podrán conocer al autor de una forma directa e inusual.
Bradbury recibió un homenaje en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara en 2009, aquí pueden encontrar algunas transcripciones de la charla virtual que tuvo con los asistentes. Como dato final y extra, también en honor al escritor llamaron (9766) Bradbury a un asteroide descubierto en 1992.
En referencia a la historia, Cuento de navidad es un relato futurista que demuestra que el verdadero espíritu “navideño” va más allá del acostumbrado consumismo en el que vivimos y que la capacidad de demostrar afecto a nuestros seres queridos no se basa únicamente en lo material; representa también toda la belleza natural que rodea al mundo en que vivimos y lo sorprendente y hermoso que resulta prestar atención a los detalles que usualmente ignoramos.
Cuento de navidad
El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué...? -preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco -dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.
-Oh -dijo la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero... -empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Me prestas tu reloj? -preguntó el niño.
El padre le prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del cohete.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

Published on December 25, 2013 14:25
December 23, 2013
Tres veces la mujer de gris – Carmen Pacheco

Tres veces la mujer de gris de Carmen Pacheco (escritora española, 1980) es una novela infantil publicada en 2009 y finalista de la XXX edición del Premio Barco de Vapor de la Editorial SM. Este es el primer libro de literatura infantil que reseño, a pesar de que me encantan los libros infantiles y en especial los álbumes ilustrados (la editorial Fondo de Cultura Económica tiene muchos títulos increíbles). Este es el segundo libro publicado por la autora y lo descubrí después de investigar un poco sobre su última publicación, El corazón del sueño (2011), y seguirle la pista en todos los medios electrónicos posibles, llegando a instagram y twitter. porque han de saber que, cuando conozco a un autor que me interesa y sobre todo después de leerlo, entro en un estado stalker en donde no paro hasta encontrar sus webspersonales y todo tipo de sitios donde pueda obtener más información de él/ella (y las entrevistas son mis favoritas). Mea culpa.
Encontré el libro en algún evento masivo literario hace algunos meses y me sorprendió tanto ver algo de la autora, que no pude dejar pasar la oportunidad y lo compré. Retrasé la lectura porque (como toda la vida) hay libros atrasados por leer y constantemente se añaden más a la lista infinita, pero finalmente puedo constatar el talento de Pacheco para la narrativa y creación de personajes, mundos alternos y la profundidad en ciertas ideas que, sinceramente, no adjudicaría a la literatura infantil.
Don Roberto y Róber son los protagonistas de esta singular aventura de misterio donde se refleja más de una problemática social actual, como la alienación o enajenación que, por diversas razones, crea individuos cada vez más enclaustrados en sí mismos. Tiene algunas ilustraciones sobrias y precisas, a blanco y negro, que completan la imagen de los personajes y algunos escenarios.
A pesar de la diferencia de edad tan marcada entre estos personajes que comparten el nombre, el anciano malhumorado y el niño son físicamente muy parecidos debido a una enfermedad que sufrió el pequeño Róber, que lo dejó calvo, y conforme conocen más uno sobre el otro de lo que han vivido, crean una relación que se fortalece con el brote de un cariño inesperado, pues es precisamente la empatía que sienten mutuamente la que los hace comprender que el dolor no se mide por los años de vida de una persona, y tampoco la felicidad. Don Roberto, a pesar de no sentir ninguna simpatía por los niños, logra sentirla por Róber, pues “... algo en la conducta del niño y en su manera natural de afrontar la desgracia le había recordado a sí mismo.”
Don Roberto nunca pensó que podía aprender tanto de una persona tan pequeña, y sorprendido de que uno de esos mundos diminutos e inexpertos hubiera sufrido y entendiera tanto de la pérdida y el dolor le hizo comprender que no hacía falta vivir más de sesenta décadas en la faz de la tierra para interpelar a los demás, a sí mismo o al universo con interrogantes sobre la muerte y el recuerdo.
El libro está dividido en nueve capítulos y sin duda en el capitulo cinco, Algunas pistas, reside una melancolía abrumadora que, confieso, me tuvo al borde de las lágrimas (y sólo me contuve por estar en un espacio público). Y es que con preguntas como -¿A usted se le ha muerto alguien? Róber toca los recuerdos más dolorosos de Don Roberto y del lector, a nuestros muertos. A través de un pequeño diálogo llegan a la conclusión de que el lugar al que se van todas las personas que parten es a la memoria, al recuerdo. Y es quizá un conocimiento universal pero que necesita reafirmarse no tres o cuatro veces, sino cientos, miles, un conocimiento colectivo que habrá que confirmar cuantas veces sea necesario, cuantos momentos de angustia y oscuridad sean necesarios. Y aquí es donde lo infantil del libro me crea conflicto, pues trata de forma más profunda que libros “para adultos” un tema bastante complicado, y lo mejor: lo resuelve de manera maravillosa.
Justo por los días en que estaba en esta lectura, alguien posteó en Facebook un enlace (en inglés) precisamente sobre lo que estaba pensando sobre la literatura infantil, es un texto en inglés de The guardian que habla sobre las razones por las que la literatura infantil debería ser considerada tan importante como la “gran literatura” basándose en un hecho tan simple como ser capaz de cambiar al lector y al mundo.
Una de las frases más bellas que encontré en el libro fue: “... le colocó la mano sobre la espalda, con ternura y con cuidado, como se tocan las cosas frágiles y desconocidas que uno cree que puede romper.” Esa imagen que alude a la fragilidad no sólo física del niño, sino anímica, una fragilidad total por la que surge un sentimiento natural de protección.
Les comparto mis hallazgos como el blog de la autora, su fanpage en facebook, y de paso el blog de su hermana, que hace unos cómics monísimos y divertidos y con quien, por cierto, publicó un libro en conjunto titulado Let's Pacheco .

Por último, una entrevista de 2011, de la que transcribo una de las preguntas (y donde vienen muy buenas referencias literarias para anotar en las listas infinitas de lecturas):
¿Cuáles han sido tus principales influencias literarias y cuáles tus libros favoritos? ¿Y en literatura juvenil en concreto?
Mi eclecticismo en lecturas roza casi la esquizofrenia literaria, pero es que siento la necesidad de pasar de un extremo a otro, terminar una novela de ciencia ficción hard de Dan Simmons, por ejemplo y pasarme a Virginia Woolf. Creo que esta mezcla delirante es precisamente lo que me influye y así surgen cosas como Misterioso asesinato en Oz, donde hay ciencia ficción, un toque victoriano y mucho de las novelas de Agatha Christie que devoré de pequeña. Me encanta la novela negra, sobre todo si la escribe Raymond Chandler, la novela de misterio, la fantasía hard, la ciencia ficción (todos los subgéneros), las novelas de espías (Graham Greene y John Le Carré son dos de mis escritores favoritos), y todo lo que ha escrito para niños y adultos Roald Dahl. También me gustan mucho las escritoras Karen Blixen, Katherine Mansfield, Dorothy Parker, Carson McCullers, Nancy Mitford, Clarice Lispector... Sé que un libro me está gustando si estoy deseando terminarlo para leerme la vida de su escritor en wikipedia (no me dejo hacerlo antes, es una manía). Como libros preferidos siempre he citadoEl guardián entre el centenode J.D. Salinger y La campana de cristalde Sylvia Plath porque los dos llegaron a mi vida en momentos difíciles y fueron lecturas que me ayudaron mucho. El problema es que hace un par de años me los encontré a ambos en la mesa de un Urban Outfitters y que tus libros preferidos los vendan en una tienda de ropa moderna te da qué pensar. Así que a partir de esta entrevista los cambiaré por El corazón de las tinieblasde Joseph Conrad, Cerca del corazón salvajede Clarice Lispector y El corazón es un cazador solitariode Carson McCullers que me parecen muy dignos sucesores y que además explican un poco el título de mi último libro.
Published on December 23, 2013 22:16
December 17, 2013
Memoria del polvo – Edgar Adrián Mora

Memoria del polvo de Edgar Adrián Mora (escritor de Puebla, México, 1976) es el segundo libro del autor reseñado en este blog; el primero fue Raza de víctimas , donde también pueden encontrar una breve biografía sobre él. Como se menciona en dicha reseña, este es el libro ganador del Primer Premio Nacional de Narradores Jóvenes UACM 2005 en el género de cuento.
Al igual que Raza de víctimas, Memoria del polvo es una compilación de relatos, donde once historias conviven ya sea bajo la mirada de una joven mujer, un niño, un viejo, hombres despertando a la adultez o por un narrador omnisciente que es enfrentado por uno de sus personajes.
Las letras de estas páginas crean una atmósfera de nostalgia por las personas que ya no están, por lo menos no en el presente, y que se combina con una añoranza de la infancia, de ese pasado en el que la vida no era tan abrumadora y la realidad aún conservaba cierto misterio, incluso en las cosas más triviales. También refleja la ferocidad del ser humano y lo que origina: una violencia recíproca que cesa hasta colmar su venganza. Las descripciones rurales, detalladas y que reflejan un conocimiento profundo de esta forma de vida, recrean realidades tan ajenas o alejadas de nosotros sobre las que conviene reflexionar, pues son parte de nuestro origen común como seres humano.
Epígrafes contundentes que anuncian una inminente adversidad y que también actúan como sinopsis de las narraciones nos guían en la lectura a lo largo de esta intangible memoria, y es así como, entre otros, Chesterton, Goethe, Bonifaz Nuño y César Vallejo hacen acto de presencia en esta obra.
El primero de los cuentos, Chapado a la antigua, narra el desencanto de un asaltante de antaño que con aflicción repudia las acciones y actitudes de los asaltantes modernos, reprobando su falta de tacto y educación, de solemnidad e incluso que no tengan la necesidad de hacerlo y sin embargo procedan. Particularmente, este cuento me llamó la atención precisamente por eso, por la crítica irónica que hace de estos individuos y porque en una charla con un buen amigo pensamos en escribir una “Guía o manual para asaltantes”, debido a nuestras recientes experiencias de asalto y robo fallido (contra nosotros, claro).
En Carta al abuelo Tejón se revive esta experiencia de infancia al saber perdido a seres amados en el plano físico, pues a escasa edad no se entiende el concepto de muerte tal como lo comprendemos después. O quizá se entiende mejor, sin tanto embrollo sentimental y religioso pero sí con un espíritu puro. Y quizá también el dolor se vuelve más profundo y de ahí surge la necesidad infantil de representar siempre al alma, a la energía que ha partido del cuerpo humano, a través de otro ser.
En el cuento que da título al libro (y uno de mis favoritos), Memoria del polvo, Mora narra la búsqueda de un texto por parte de un solitario y ausente padre hasta que encuentra su muerte; y el legado para el hijo, más allá de ser genético, es una investigación profesional que debe realizar ya no como obligación, sino como continuidad a la obra de vida del padre, como resultado de esa necesidad de resolver un acertijo mortal que durante décadas no logró descifrar. En este relato, el autor da la mejor descripción del polvo en el que se convierten los libros antiguos que se pueda leer:
“El polvo es el testimonio de que todas esas ideas, palabras y significados siguen vivos, de que nunca podrán morir en vano, de que aquel olor representa lo que ha quedado aprisionado entre la tierra y el cielo inmarcesible. El polvo. El olor del polvo en su propia memoria.”
Mirada sesgada está formado por una pareja y esa incompatibilidad de pensamientos y planes futuros, en ese contacto y convivencia que se crean a partir del tiempo (por mínimo que sea) y cierta necesidad de evitar la soledad, de saberse integrado en una sociedad a la que poco le importa el individuo y en la que las personas se sustituyen porque son desechables, donde en todas partes, a todas horas, las historias se repiten una y otra vez, hasta el infinito o el hastío. Es aquí también donde coexisten Cortázar e Idea Vilariño, el primero a través de ciertas ideas y la segunda con uno de sus más entrañables poemas:
Ya no será...
Ya no será,ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijono coseré tu ropa, no te tendré de nocheno te besaré al irme, nunca sabrás quien fuipor qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nuncani si era de verdad lo que dijiste que era,ni quién fuiste, ni qué fui para tini cómo hubiera sido vivir juntos,querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y túYa no serás para mí más que tú.Ya no estás en un día futurono sabré dónde vives, con quiénni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.No volveré a tocarte. No te veré morir.
En el último relato, Hotel Esperanza, somos testigos de la metaficción que crea Mora al dotar de consciencia propia a uno de los personajes que, gracias a esto, se subleva contra su creador y le cuestiona elementos tan básicos como la decisión de asesinar a otro de los personajes, que ni siquiera tiene nombre o descripción. En este aspecto, recuerda a Niebla, novela de Unamuno donde el personaje principal se rebela contra su trágico final, anunciado en la historia y por lo que visita al autor, para abogar por su existencia. Finalmente, la muerte del personaje llega por otro medio y se logra así el cometido de Unamuno. Pero aquí, el personaje subversivo de Mora trasciende las explicaciones y respuestas del escritor e incluso es él mismo quien reflexiona:
“Cuando alguien se atreve a preguntar por qué los personajes no huyen de su destino, podemos responderle simplemente que no lo hacen porque no existen alternativas. No tenemos hacia donde escapar.”
Y, a su manera, lo justifica:
“Es un cobarde, necesita que otros hagan el trabajo sucio, necesita que otros viajen, que otros mueran, que otros maten.”
La confusión y las dudas que surgen en el lector sobre estos episodios son precisamente la finalidad de los autores: no afirmar que la literatura es mera ficción o que la vida es simple realidad.
Para finalizar, transcribo las mejores frases del libro:
“A nadie le niegues la palabra, me dice, si no hay nada que darles a las gentes dales el saludo, a nadie le hace daño y a todos les alivia la soledad de momento.” en Al purgatorio de visita.
“El comienza a recoger las cosas y a arrojar tierra sobre las brazas que aún resplandecen entre la ceniza, como estrellas recién nacidas que no deben intentar crecer.” Íbidem.
“Las palabras tienen, aunque no queramos, dimensiones que se miden según el hueco que llenan en el estómago del otro.” en Mirada sesgada.
“¿Por qué la gente tiene que vivir junta? ¿Por qué no se puede amar desde el espacio que encierra la propia miseria y el propio júbilo? ¿De verdad no se puede?” Íbidem.
“Yo sólo trataba de concentrarme en ajustar una frase sin aceite. Se atoraba. Rechinaba y los oídos se rompían sin remedio. Decirlo de otro modo. Ponerlo en otro lado. Inventarlo en otro tiempo.” Íbidem.
“ - ¿Sabes qué es lo único exacto? Las lágrimas - ¿Qué? - Salen cuando tienen que salir. Nunca son planeadas. No te dices un día: pues bueno, hoy toca clase en tal salón a las once, comida a las tres con tal persona y dosis de llanto a las ocho. No respetan horarios, ni lugares, ni protocolos. Es lo único exacto que nos queda.” Íbidem.
“... no lloras por lo que sabes falso, sino por lo que no puede ser verdadero.” Íbidem.
“Tú no existirías, yo no existiría si el tipo que lee la historia pierde el interés a la quinta línea. Además, no es real, sólo son palabras impresas en un papel. Es un juego, ¿no lo entiendes? Tú y yo tenemos que jugar para que otro decida nuestra existencia.” en Hotel Esperanza.
“Duerme y todo desaparecerá, no le temas a lo que no comprendes, ten miedo de las posibilidades que conoces de sobra. Hasta mañana.” Íbidem.
Published on December 17, 2013 17:14
November 30, 2013
Pāyğāme
Este es el segundo de los cuentos (inéditos hasta ahora) que conforman mi libro Tusitala de óbitos, y lo escribí en el 2011, a partir de una conversación singular y envuelta en fantasía que tuve con dos buenos amigos, que resultó de utilidad creativa, y que son precisamente a quienes dedico el cuento. Espero intrigarlos a querer leer los otros relatos y que disfruten de estas primeras letras impresas, que finalmente se asoman al mundo. Aún está por confirmarse en qué librerías estará a la venta, pero por lo pronto, los interesados se pueden poner en contacto con Gabriela Flores a través del correo electrónico editorial@pictographia.com. Sin más preámbulos, el cuento:
Hombres musulmanes vistiendo las primeras pijamas (Bombay, 1867).
Pāyğāme*
“...humildemente busca la muerte como quien busca el sueño.”
J. L. Borges
A Adriana y Oliver.
Existe un mal que afecta a la especie humana desde hace pocos siglos. Es originario de Persia y resultó más evidente y común en occidente a principios de 1900, cuando tuvo un foco de contagio del primer brote actual en Inglaterra.
El mal se fue generalizando hasta perjudicar casi en su totalidad a la población mundial. Son escasas las personas que se libraron de esta intangible afección, ahora tan usual, pero nunca han logrado sobrevivir más de tres o cuatro días, tras lo cual perecen por locura. Se ha descubierto un patrón clínico común tras realizar investigaciones en los pacientes voluntarios: el somnífero trabaja al contacto con la piel y después de transcurrido el tiempo apropiado, comienza a actuar sobre el cerebro del individuo
En general es una intoxicación muy ligera, casi imperceptible, por la cual las personas van cayendo en diferentes estados de inconsciencia que, conforme pasan las horas, se vuelven cada vez más profundos.
Uno de los primeros síntomas en las personas afectadas por este mal, son las alucinaciones que se padecen en el trayecto del proceso del envenenamiento, pudiendo darse estas en algún momento en específico, o en peores casos, durante toda la inoculación del veneno a su organismo, que oscila entre diez minutos y nueve horas o más (en los casos graves).
Estas alucinaciones, oportunamente, han recibido el nombre de 'sueños'. La palabra sueño tiene su origen en la raíz latina somnus, conservada ésta en el cultismo somnífero. Los sueños se generan por la acción del tósigo, que deja en un estado generalizado de reposo al organismo, lo que lo conlleva inevitablemente a una reducción de sus acciones fisiológicas.
Estos sueños van creando telarañas de imágenes, aunando realidad con fantasía, que, para formar parte del consciente, sólo puede regresar en forma de una vorágine de imágenes procedentes del recuerdo y que de no ser debidamente documentadas, desaparecerán en un lapso máximo de dos horas.
Recientes estudios, en pacientes afectados durante toda su vida, han revelado que los sueños que se generan gracias al somnífero que es suministrado en este raro padecimiento, son el resultado de una recopilación de información importante, así como de recuerdos (positivos y negativos), traumas, deseos y anhelos, expectativas del futuro, miedos y muchas otras sensaciones y vivencias que son resultados de las impresiones emocionales formadas por el trabajo cerebral, las cuales son creadas para afrontar exitosamente la vida diaria del ser humano.
El principal efecto de esta epidemia, sobre la mente de los seres humanos, es una especie de evasión de la realidad para el inconsciente, lo que deja abierto un mundo alterno repleto de las posibilidades más dislates y que, en la vigilia fatalista, es muy usual que acosen a su creador.
En general, este padecimiento se ha visto asociado con diferentes enfermedades del sueño que pueden ser mortales o causantes de diversos trastornos mentales. Dichas enfermedades pueden ser la apnea, el insomnio familiar fatal, las alucinaciones portentosas o el síndrome de la cabeza explosiva.
Una de las principales teorías es que este mal reside en las diferentes prendas que utilizan las personas para vestir en casa durante las noches. Lo que se tiene registrado es que el mal va empeorando en las personas conforme sus prendas para dormir (usualmente llamadas pijamas) reciben un trato brusco o de desprecio. Las personas que le dan los cuidados necesarios a sus pijamas, se ven menos afectadas por los padecimientos de las que no lo hacen.
Así mismo, otro factor para el empeoramiento se da en pacientes adultos y en personas no adeptas al cuidado personal, pues esto se deriva en la despreocupación por sus pijamas. Estas prendas para dormir humanos con efectos alienantes, desmedradas por ciclos de lavados fuertes para pijamas hechas con telas delicadas, por el uso de jabón de baja calidad, falta de suavizante para prendas, carencia de algún botón(es) o cierre(es), resortes flojos o por no zurcir algún desgarre pequeño o considerable, son las principales causas de intoxicaciones severas que, generalmente, culminan con la muerte del portador o deja a los sobrevivientes en un estado de somnolencia eterna.
El muro de granito que divide la realidad del sueño se vuelve tan endeble que finalmente termina por desmoronarse en fragmentos de cordura que, después de perderse en la inmensidad del universo especulativo, expiran en la misma órbita de los pensamientos depurados.
Los sueños de algunos son la realidad de otros y la confusión puede ser tan grande que estas letras pueden ser parte del inconsciente que está siendo liberado durante un sueño.
Como Borges lo afirmó, Schopenhauer y Berkeley no estaban equivocados al afirmar que la vida es el resultado del inextinguible trabajo creativo de la mente.
Lola Ancira, México, 2011.
* Este relato forma parte del libro Tusitala de óbitos, de la Colección de narrativa joven del Centro de Occidente 'Poéticas contemporáneas' de Pictographia Editorial. Esta producción editorial se realiza con apoyo del beneficio derivado del Artículo transitorio cuadragésimo segundo del Presupuesto de Egresos de la Federación 2012.

Pāyğāme*
“...humildemente busca la muerte como quien busca el sueño.”
J. L. Borges
A Adriana y Oliver.
Existe un mal que afecta a la especie humana desde hace pocos siglos. Es originario de Persia y resultó más evidente y común en occidente a principios de 1900, cuando tuvo un foco de contagio del primer brote actual en Inglaterra.
El mal se fue generalizando hasta perjudicar casi en su totalidad a la población mundial. Son escasas las personas que se libraron de esta intangible afección, ahora tan usual, pero nunca han logrado sobrevivir más de tres o cuatro días, tras lo cual perecen por locura. Se ha descubierto un patrón clínico común tras realizar investigaciones en los pacientes voluntarios: el somnífero trabaja al contacto con la piel y después de transcurrido el tiempo apropiado, comienza a actuar sobre el cerebro del individuo
En general es una intoxicación muy ligera, casi imperceptible, por la cual las personas van cayendo en diferentes estados de inconsciencia que, conforme pasan las horas, se vuelven cada vez más profundos.
Uno de los primeros síntomas en las personas afectadas por este mal, son las alucinaciones que se padecen en el trayecto del proceso del envenenamiento, pudiendo darse estas en algún momento en específico, o en peores casos, durante toda la inoculación del veneno a su organismo, que oscila entre diez minutos y nueve horas o más (en los casos graves).
Estas alucinaciones, oportunamente, han recibido el nombre de 'sueños'. La palabra sueño tiene su origen en la raíz latina somnus, conservada ésta en el cultismo somnífero. Los sueños se generan por la acción del tósigo, que deja en un estado generalizado de reposo al organismo, lo que lo conlleva inevitablemente a una reducción de sus acciones fisiológicas.
Estos sueños van creando telarañas de imágenes, aunando realidad con fantasía, que, para formar parte del consciente, sólo puede regresar en forma de una vorágine de imágenes procedentes del recuerdo y que de no ser debidamente documentadas, desaparecerán en un lapso máximo de dos horas.
Recientes estudios, en pacientes afectados durante toda su vida, han revelado que los sueños que se generan gracias al somnífero que es suministrado en este raro padecimiento, son el resultado de una recopilación de información importante, así como de recuerdos (positivos y negativos), traumas, deseos y anhelos, expectativas del futuro, miedos y muchas otras sensaciones y vivencias que son resultados de las impresiones emocionales formadas por el trabajo cerebral, las cuales son creadas para afrontar exitosamente la vida diaria del ser humano.
El principal efecto de esta epidemia, sobre la mente de los seres humanos, es una especie de evasión de la realidad para el inconsciente, lo que deja abierto un mundo alterno repleto de las posibilidades más dislates y que, en la vigilia fatalista, es muy usual que acosen a su creador.
En general, este padecimiento se ha visto asociado con diferentes enfermedades del sueño que pueden ser mortales o causantes de diversos trastornos mentales. Dichas enfermedades pueden ser la apnea, el insomnio familiar fatal, las alucinaciones portentosas o el síndrome de la cabeza explosiva.
Una de las principales teorías es que este mal reside en las diferentes prendas que utilizan las personas para vestir en casa durante las noches. Lo que se tiene registrado es que el mal va empeorando en las personas conforme sus prendas para dormir (usualmente llamadas pijamas) reciben un trato brusco o de desprecio. Las personas que le dan los cuidados necesarios a sus pijamas, se ven menos afectadas por los padecimientos de las que no lo hacen.
Así mismo, otro factor para el empeoramiento se da en pacientes adultos y en personas no adeptas al cuidado personal, pues esto se deriva en la despreocupación por sus pijamas. Estas prendas para dormir humanos con efectos alienantes, desmedradas por ciclos de lavados fuertes para pijamas hechas con telas delicadas, por el uso de jabón de baja calidad, falta de suavizante para prendas, carencia de algún botón(es) o cierre(es), resortes flojos o por no zurcir algún desgarre pequeño o considerable, son las principales causas de intoxicaciones severas que, generalmente, culminan con la muerte del portador o deja a los sobrevivientes en un estado de somnolencia eterna.
El muro de granito que divide la realidad del sueño se vuelve tan endeble que finalmente termina por desmoronarse en fragmentos de cordura que, después de perderse en la inmensidad del universo especulativo, expiran en la misma órbita de los pensamientos depurados.
Los sueños de algunos son la realidad de otros y la confusión puede ser tan grande que estas letras pueden ser parte del inconsciente que está siendo liberado durante un sueño.
Como Borges lo afirmó, Schopenhauer y Berkeley no estaban equivocados al afirmar que la vida es el resultado del inextinguible trabajo creativo de la mente.
Lola Ancira, México, 2011.
* Este relato forma parte del libro Tusitala de óbitos, de la Colección de narrativa joven del Centro de Occidente 'Poéticas contemporáneas' de Pictographia Editorial. Esta producción editorial se realiza con apoyo del beneficio derivado del Artículo transitorio cuadragésimo segundo del Presupuesto de Egresos de la Federación 2012.
Published on November 30, 2013 15:56
November 28, 2013
Cuentos de locos para locos (nueve narraciones mentales) – Oscar Benassini

Cuentos de locos para locos(Editorial Ink, 2011) es un libro en formato digital que reúne la obra de siete psiquiatras: Alfredo Espinosa, Rodrigo Garnica, Rafael Medina Dávalos, Jesús Ramírez-Bermúdez, Patricia Rodríguez Saravia, Rafael J. Salín-Pascual y Oscar Benassini, algunos de ellos ya consagrados, que han incursionado en la creación literaria a partir de la necesidad de expresar, a través de la ficción, vivencias significativas (las cuales son abundantes en su profesión) e historias magníficas basadas en pacientes o hechos reales. Todos ellos han participado en diversos talleres literarios, recibido premios tanto nacionales como internacionales y publicado libros de diferentes tipos de textos y géneros, que van desde el ensayo hasta la narrativa. Han participado en diversos proyectos psiquiátricos y literarios, por lo que, para ellos, la convivencia entre ambos mundos es habitual e incluso algunos, como Patricia Rodríguez, cuentan ya con traducciones de sus obras y películas basadas en las mismas.
En la presentación (que funge como prólogo), Benassini reflexiona sobre el acto de escribir y su compatibilidad con la psiquiatría y acierta de manera contundente al afirmar que “lo que se busca es el hilo conductor entre la disposición de escuchar historias, por extrañas que estas puedan resultar, y narrar relatos de cualquier índole siempre y cuando respeten el territorio de la ficción... la ficción es el arte de contar mentiras.” y, que siguiendo la línea narrativa sobre ficción, también dice que esta literatura es una “ficción que no hace falta inventar porque ya nos viene contenida en la realidad de lo psiquiátrico.” Este libro es un compendio de enfermedades mentales o trastornos psicológicos como alucinaciones, esquizofrenia, demencia, paranoia o delirio de persecución, que se exhibe en diversos personajes de diferente edad, género y problemáticas, donde las emociones y su manifestación tendrán un papel primordial.
La antología comienza con La Hiena, Dios y un niño muerto de Alfredo Espinosa (Chihuahua, 1954), historia que, gracias a mi cercanía con la ciudad donde ocurrió un hecho similar, logré asociar con Claudia Mijangos, una Medea del siglo XX que hace más de dos décadas asesinó a sus tres hijos dentro de su hogar. La historia, por supuesto, actualmente es conocida por muchos y se ha vuelto un tema tabú en la sociedad de la localidad. Espinosa realiza una obra estética que a través de diversos recursos literarios logra un cuento extraordinario. Oralia, uno de los personajes principales, describe a una mujer hermosa que, pese a tener vagos recuerdos sobre lo acontecido, es consciente de su realidad y dueña de sí misma, del poder y atractivo femenino que aún conserva. Pero a pesar del tiempo que ha transcurrido desde el fatal suceso, sus alucinaciones recurrentes siguen siendo las mismas, por lo que el estado de demencia perpetuo en el que se encuentra prohíbe su reclusión en prisión.
El doctor Mitre, protagonista de esta intensa historia, narra en primera persona cómo fue el primer encuentro con esta bella mujer y el desarrollo de una relación profesional que finalmente se volvió personal, y es el mismo Mitre quien a través de frases concluyentes admite la empatía que nace en él: “Reconozco en mí cierta indulgencia y una sospechosa simpatía por ciertos homicidas, por aquellos héroes trágicos que son simples marionetas de un sino criminal.” y más adelante afirma que“... quien comienza por comprender a un asesino empieza a perdonarlo.”
Mitre, encantado por ella, mantiene una lucha interna entre lo que debería pensar o hacer y cómo realmente actúa, pues ya no hay concordancia entre estos dos actos; finalmente decide olvidar la cordura y vivir por un instante en el mismo mundo alienado de Oralia, una realidad donde los preceptos establecidos son muy diferentes a los que Mitre considera como “normales”.
Rafael Medina Dávalos (Guadalajara, 1972), en sus narraciones Joaquíny Para estar tranquilo recrea la vida de aquellos afectados por el síndrome de Cotard o los que sufren al pensar que la demencia pudiera ser contagiosa, no ya hereditaria, y visitan con temor al ser que otorgó en parte la vida, pero siempre con un temor natural por convertirse en aquello algún día, por habitar en un lugar donde ya no se reconoce ni el propio reflejo, por existir incluso en un cuerpo irreconocible.
En La jaula, otro de los relatos del libro, Patricia Rodríguez Saravia (Ciudad de México, 1945) describe una asombrosa historia protagonizada por una joven mujer presa del TOC (Trastorno obsesivo-compulsivo) que, por este motivo, se fue quedando sola y cautiva de un trastorno que la orilló hasta los límites de la existencia. A través de una narrativa precisa, la autora nos aloja en la mente y los actos de una mujer a la que la sola presencia de alguien más le recuerda que lo ajeno o lo externo nunca dejará de contener algún peligro, por microscópico que sea.
En el último de los relatos, Oscar Benassini (1954) quien“Tempranamente seducido por un gran mentiroso, Emilio Salgari, le vendió su alma a las letras desde niño, cara y de modo tramposo...”describe el declive de un escritor en Sabino Fitzgerald, donde a través de sus letras afirma pensamientos y especulaciones sobre el mundo literario, dejando la pregunta siempre abierta... ¿no será que, en realidad, todos los escritores sufren o disfrutan de algún tipo de locura? Con Sabino podemos conocer de propia voz el infierno en el que se puede convertir la creación literaria y despojamos de sus máscaras a esos ídolos que viven detrás de sus textos publicados, a esas figuras que los mismos lectores enaltecen, sin conocer los demonios que hicieron posible dicha obra.
Finalmente, tras haber leído los nueve relatos que conforman este libro, una de las muchas preguntas que se formulan en la mente del lector es ¿Quiénes son realmente los locos? Pues son ellos los que ven, sienten y perciben mucho más que los “normales”: aquellos que siempre, a través de reglas, intentan clasificar todo para tratar de entenderlo, y que por tal motivo están imposibilitados para vivir en el caos que la realidad misma es.
Cuentos de locos para locos ya en el título lleva una alusión para cualquier lector que este dispuesto a ver la existencia desde otra perspectiva, a pensar a través de otras mentes y valorar la vida de otros seres humanos precisamente por lo que son: personas, a pesar de su locura, a pesar de su diferencia.
Este eBook, Cuentos de locos para locos(Edición Kindle Con Audio/Vídeo) de Editorial Ink se puede comprar en Amazon a través de este enlace.
Para concluir, transcibiré algunas citas memorables de los cuentos:
“Las tragedias, ya castradas de su violencia, se transformaron en símbolos y ecuaciones psicoanalíticas que Freud adoptaría, y adaptaría, como su mitología personal para escenificar las luchas entre la realidad y el deseo.” Alfredo Espinosa en La Hiena, Dios y un niño muerto.
“No desconozco que cuando una persona mata a otra, siempre se trata de un complot. La mano es empujada por murmullos, fantasmas, impulsos desconocidos, agravios, razones, con la convicción de que el otro es un demonio al que simplemente nos le adelantamos para no terminar siendo su víctima.” Ibídem
“En los huecos de la infancia se generan las chispas de la violencia: todo lo demás es incendio.” Ibídem
“Los otros, criminales, delincuentes, locos, pervertidos, son la mejor coartada para que las propias ruindades parezcan nimias y perdonables.” Ibídem
“Nada bueno esperes de aquellos que preguntan: suelen encontrar verdades, es decir, dolores.” Ibídem
“–sólo se ama aquello que uno no puede controlar.” Ibídem
“-la alegría que no esté fundada en el alcohol y las drogas es espuria y artificiosa.” Ibídem
“El dolor como única presencia.” Rodrigo Garnica en Trema.
“La culpa, la perra culpa que hace garras a quien se deje.” Rafael Medina Dávalos en Para estar tranquilo.
“... considera que el silencio es su derecho y el último recurso de su autonomía.” Jesús Ramírez-Bermúdez en Estructura en espejo.
“Siempre será motivo de inquietud conocer el sufrimiento de alguien más.” Ibídem
“¿Es que acaso Polo era un iluminado, un enfermo, un extraterrestre o que más pudo ser? ¿Y yo quien soy?” Rafale J. Salín-Pascual en El Sputnik.
“... siempre dos mundos su personal dualidad dimensional, de pronto estaba, de pronto no...” Oscar Benassini enSabino Fitzgerald.
“–Me voy a la chingada. Alternativa universal para todo y para nada.”Ibídem
“Para mi que con lo que no pueden las personas como tú es con su aptitud; escribir, vaya, yo no la tengo y por eso lo entiendo, lo veo.” Ibídem
“...dejarse morir me suena mucho más natural, hasta si tú quieres más benévolo con uno, y sobre todo con los demás.” Ibídem
Published on November 28, 2013 11:34
November 19, 2013
Tusitala de óbitos – Lola Ancira (presentación de libro)
El pasado jueves 14 de noviembre a las 19 horas fueron presentados los primeros tres títulos de la colección 'Poéticas contemporáneas' en el Museo Zacatecano, como una de las actividades del Instituto Zacatecano de Cultura en la conmemoración del Día Nacional del Libro.
Invitación a la presentación.
La colección pertenece a la editorial Pictograhia, que a través de una convocatoria seleccionó la obra de quince jóvenes escritores de la zona centro-occidente de México para su publicación y difusión en el país, con la finalidad de promover e impulsar la literatura contemporánea de autores que inician su trayectoria.
Los títulos presentados fueron Urbanodontes de Alfredo Carrera, Toque de quedade Bernardo Araujo y el libro de mi autoría, Tusitala de óbitos.
Portada de mi libro.
El presentador de las tres obras fue Jaime Mesa (escritor mexicano, 1977) que inició con la lectura de un texto en el que demostraba la importancia de conocer lo que está ocurriendo en el panorama actual del centro-occidente en la literatura, y después de dar una magnífica introducción a cada libro (iniciando con Toque de queda),cedía la palabra a cada autor para que leyera algún fragmento y realizara comentarios sobre su obra, sobre la necesidad de crearla y los posibles significados de esta, las temáticas centrales y el imaginario particular de cada uno.
El escritor Jaime Mesa y yo.
Personalmente, quedé más que fascinada con las palabras de Mesa sobre mi libro, pues es un excelente lector (como bien decía Borges, que hay que ser un buen lector antes de ser escritor) que reflejó en sus palabras exactamente lo que yo quería dar a conocer con mis letras. Intuyó mis intenciones y las demostró con frases contundentes de diferentes historias que conforman el libro, fundamentando así sus comentarios y profundas reflexiones. Fue un momento bastante emotivo y confieso que estuve a punto del llanto, confirmando así que la editorial hizo una muy buena elección en cuanto al presentador de nuestras obras.
El editor Juanjo Romero dando inicio a la presentación.
Jaime Mesa comenzando su discurso.
Sobre mi libro, las primeras palabras que dije sobre él fueron: “Yo no les voy a leer, porque quiero que lo compren.” Claro que fue una frase con humor, pues lo que pocos saben es que en realidad no había pensado en la posibilidad de leer, hasta que me lo preguntaron precisamente en la presentación... sí, me faltó perspicacia. Hablé sobre mis temáticas principales: el miedo, la muerte, lo onírico y todo aquello de nula o difícil explicación. A través de mis letras intento aclarar o contestar todas esas situaciones problemáticas a las que estamos expuestos los seres humanos por el simple hecho de existir, de vivir, trato de crear finales donde no los hay o de interpretar hechos sin sentido. Ya me dirán mis lectores qué, de todo lo anterior, se logra o se resuelve. Por cierto, los quince cuentos que conforman el libro son inéditos, pero algunos ya me habrán leído a través de La Testadura o por los cuentos que he subido anteriormente aquí.
Finalmente todo salió muy bien y firmé mis primeros libros, ejemplares que llevan mis mundo creados de letras más allá de lo que jamás pensé, y que espero los hagan viajar a lugares y pensamientos recónditos, a explicaciones o preguntas en las que antes no habían reparado. Pueden encontrar otra nota sobre la presentación en este sitio.
Autores, editores y fotógrafos del evento.
Fuera de la presentación, mi estancia en Zacatecas (durante tres días) fue acogedora, a pesar de las bajas temperaturas, y puedo decir que todas las personas a las que conocí fueron hospitalarias y encantadoras. Agradezco especialmente a la fotógrafa Gabriela Flores (con quien por cierto hice una sesión fotográfica genial) y el editor JuanJo Romero, por la invitación y por hacer todo esto posible, y también a Bernardo Araujo, por mostrarme la belleza de su ciudad entre neblinas.
Quedé muy satisfecha con el resultado de la publicación, la portada, la reseña impresa en la contraportada (que transcribiré a continuación), el trabajo editorial y la presentación. Aún no tengo el dato de en qué librerías se podrá conseguir, pero por ahora estará a la venta en las presentaciones, que se estarán agendando dentro de unas semanas en el Distrito Federal, Querétaro y Guadalajara.
"Acercarse a las narraciones de Lola Ancira es como sumergirse por completo en una biblioteca que formase parte de algún cuadro ignoto de Remedios Varo, al mismo tiempo que se cuenta con la fortuna de tener a Jorge Luis Borges como guía en tan laberíntica aventura. Estamos ante un repertorio de quince relatos cohesionados por la multitud de criaturas inefables que lo habitan, lo mismo mitológicas que procedentes de la transmutada condición humana que parece definir estas primeras décadas del siglo xxi. La autora retoma el pincel exiliado de la Varo y la pluma fuente de Borges para, con la perspectiva de ambos clásicos, abordar el infinito caudal narrativo que hemos recibido en herencia los seres humanos, tesoro en el que, al igual que la proverbial liebre, de repente saltan no sólo las influencias literarias, sino también las procedentes del séptimo y noveno arte."
Juanjo Romero

La colección pertenece a la editorial Pictograhia, que a través de una convocatoria seleccionó la obra de quince jóvenes escritores de la zona centro-occidente de México para su publicación y difusión en el país, con la finalidad de promover e impulsar la literatura contemporánea de autores que inician su trayectoria.
Los títulos presentados fueron Urbanodontes de Alfredo Carrera, Toque de quedade Bernardo Araujo y el libro de mi autoría, Tusitala de óbitos.

El presentador de las tres obras fue Jaime Mesa (escritor mexicano, 1977) que inició con la lectura de un texto en el que demostraba la importancia de conocer lo que está ocurriendo en el panorama actual del centro-occidente en la literatura, y después de dar una magnífica introducción a cada libro (iniciando con Toque de queda),cedía la palabra a cada autor para que leyera algún fragmento y realizara comentarios sobre su obra, sobre la necesidad de crearla y los posibles significados de esta, las temáticas centrales y el imaginario particular de cada uno.

Personalmente, quedé más que fascinada con las palabras de Mesa sobre mi libro, pues es un excelente lector (como bien decía Borges, que hay que ser un buen lector antes de ser escritor) que reflejó en sus palabras exactamente lo que yo quería dar a conocer con mis letras. Intuyó mis intenciones y las demostró con frases contundentes de diferentes historias que conforman el libro, fundamentando así sus comentarios y profundas reflexiones. Fue un momento bastante emotivo y confieso que estuve a punto del llanto, confirmando así que la editorial hizo una muy buena elección en cuanto al presentador de nuestras obras.


Sobre mi libro, las primeras palabras que dije sobre él fueron: “Yo no les voy a leer, porque quiero que lo compren.” Claro que fue una frase con humor, pues lo que pocos saben es que en realidad no había pensado en la posibilidad de leer, hasta que me lo preguntaron precisamente en la presentación... sí, me faltó perspicacia. Hablé sobre mis temáticas principales: el miedo, la muerte, lo onírico y todo aquello de nula o difícil explicación. A través de mis letras intento aclarar o contestar todas esas situaciones problemáticas a las que estamos expuestos los seres humanos por el simple hecho de existir, de vivir, trato de crear finales donde no los hay o de interpretar hechos sin sentido. Ya me dirán mis lectores qué, de todo lo anterior, se logra o se resuelve. Por cierto, los quince cuentos que conforman el libro son inéditos, pero algunos ya me habrán leído a través de La Testadura o por los cuentos que he subido anteriormente aquí.
Finalmente todo salió muy bien y firmé mis primeros libros, ejemplares que llevan mis mundo creados de letras más allá de lo que jamás pensé, y que espero los hagan viajar a lugares y pensamientos recónditos, a explicaciones o preguntas en las que antes no habían reparado. Pueden encontrar otra nota sobre la presentación en este sitio.

Fuera de la presentación, mi estancia en Zacatecas (durante tres días) fue acogedora, a pesar de las bajas temperaturas, y puedo decir que todas las personas a las que conocí fueron hospitalarias y encantadoras. Agradezco especialmente a la fotógrafa Gabriela Flores (con quien por cierto hice una sesión fotográfica genial) y el editor JuanJo Romero, por la invitación y por hacer todo esto posible, y también a Bernardo Araujo, por mostrarme la belleza de su ciudad entre neblinas.
Quedé muy satisfecha con el resultado de la publicación, la portada, la reseña impresa en la contraportada (que transcribiré a continuación), el trabajo editorial y la presentación. Aún no tengo el dato de en qué librerías se podrá conseguir, pero por ahora estará a la venta en las presentaciones, que se estarán agendando dentro de unas semanas en el Distrito Federal, Querétaro y Guadalajara.
"Acercarse a las narraciones de Lola Ancira es como sumergirse por completo en una biblioteca que formase parte de algún cuadro ignoto de Remedios Varo, al mismo tiempo que se cuenta con la fortuna de tener a Jorge Luis Borges como guía en tan laberíntica aventura. Estamos ante un repertorio de quince relatos cohesionados por la multitud de criaturas inefables que lo habitan, lo mismo mitológicas que procedentes de la transmutada condición humana que parece definir estas primeras décadas del siglo xxi. La autora retoma el pincel exiliado de la Varo y la pluma fuente de Borges para, con la perspectiva de ambos clásicos, abordar el infinito caudal narrativo que hemos recibido en herencia los seres humanos, tesoro en el que, al igual que la proverbial liebre, de repente saltan no sólo las influencias literarias, sino también las procedentes del séptimo y noveno arte."
Juanjo Romero
Published on November 19, 2013 15:49
November 11, 2013
Rose - Martin Sherman

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a la obra de teatro Rose y conocer la historia fue una experiencia increíble. La reseña la pueden encontrar también en la web de la revista Yaconic, gracias a la cual asistí a esta función como cronista.
Rose es una conmovedora obra del mirífico Martin Sherman (dramaturgo americano, 1938) con la cual fue nominado al prestigioso Premio Laurence Olivier en 2000. Bajo la dirección de Sandra Félix (Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte), quien ha dirigido también obras de dramaturgos como Samuel Beckett o Nicolás Gogol, traducida por Lucía Leonor Enríquez (directora, dramaturga y actriz mexicana, 1981) y que cuenta con la magnífica actuación de Amanda Schmelz (actriz mexicana, 1970). Se estará presentando todos los lunes, del 21 de octubre al 9 de diciembre, a las 19 horas en el Teatro La Capilla, en Coyoacán.

Sherman creó este texto dramático como una forma de evocación a uno de los hechos del pasado que marcó la historia de la humanidad: el Holocausto judío. A través de una sola voz, la de un emotivo monólogo que testifica y llama a rescatar el pasado para evitar condenarnos a su repetición, a erradicar el odio irracional y el fanatismo exacerbado por cualquier religión o creencia. Es un texto circular que mantiene el suspenso, la ironía y una duda perpetua que sólo se puede responder con más preguntas: la vida misma. La vejez, el olvido, la disgregación familiar, un odio arraigado disparado contra inocentes y enfocado a nuevas víctimas que muy probablemente repetirán el mismo patrón, hasta que no haya un cambio radical que inicie en la consciencia, son algunas de las temáticas más recurrentes en la obra.
La caracterización de la protagonista, Rose, una octogenaria que habla un perfecto español pero con un marcado acento extranjero, es perfecta y demasiado emotiva. En un solo escenario, pequeño y acogedor, Rose permanece sentada en una banca de madera, sosteniendo una libreta, durante toda la obra (aproximadamente tres horas que se pasan en una intriga constante), con una pequeña mesita de noche a un lado y una lampara sobre ella. Esta escenografía crea una sensación de privacidad e intimidad necesarias, pues estamos ante la presencia de una víctima más, de una mujer que abrirá no solamente su mente, sino su corazón y sentimientos ante unos espectadores sorprendidos por la franqueza y familiaridad con la que narra las ocho décadas de su tormentosa, increíble pero también asombrosa historia de vida, que hace contacto visual con sus oyentes para poder crear una comunicación no verbal que es mucho más poderosa que la lograda por las palabras. Rose trae de vuelta, a través de su inconsciente (que nunca olvida, como un elefante), recuerdos que han marcado su experiencia de vida presa de un odio y resentimientos ajenos e inexplicables, pero también una crítica a su propia religión y origen, como lo explica con el mejor invento del judaísmo: 'pero por otro lado',con el que logramos ver que incluso ella acepta que su religión no es la única, que da más preguntas que respuestas y que incluso no acepta todos sus preceptos al pie de la letra. SANDRA FÉLIX Rose logra cobrar vida y transmitir un número interminable de recuerdos que a veces se extravían y confunden en el tiempo y el espacio. Rose es un duelo perpetuo por nuestros muertos y todos aquellos de los que nos apropiamos, por conmiseración, por empatía. Muertos extraños que se vuelven cercanos por el simple hecho de su inocencia. Rosees la eterna búsqueda errática de aquellos que comparten una misma religión y visión del mundo, de aquellos que en el siglo pasado fueron víctimas de un antisemitismo mortal y que en este nuevo siglo parecen vengar su sufrimiento realizando los mismos actos de crueldad que los que ellos sufrieron. Seres humanos que, como la misma Rose explica, “apestan a siglo pasado”, “las víctimas de prejuicios que a su vez tienden a desarrollarlos”.
Rose es una voz que encierra a millones de otras voces acalladas que no pudieron expresar nunca el dolor de convertirse en repentinas víctimas anónimas y todo el sufrimiento de ser anulado por una ideología. Es la revelación de una memoria cercenada por el dolor pero que no ha perdido la capacidad de amar, que ha iniciado de nuevo cuantas veces ha sido necesario y que lucha porque su voz sea escuchada, porque todos esos recuerdos no mueran en el olvido, con la esperanza de lograr una mínima reflexión en cualquiera que preste atención y logre percibir ese anhelo de armonía con la vida para todo ser humano por parte de quien ha sufrido atrocidades y, que a pesar de todo, confía en que la bondad de algunos seres humanos alguna vez sera más grande que el odio irracional de la mayoría a través de la manifestación de su mundo interior y su mente, ya que “el conocimiento es más fuerte que el dolor”.
Rose en algún momento menciona “quiero irme tranquila, a mitad de una frase...” pensamiento alusivo a una de las expresiones con las que inicia la obra: “la bala la hirió a mitad de un pensamiento”, refiriéndose a que la niña fue asesinada con un tiro en la frente. Para saber qué ocurrirá con la vida de Rose, habrá que conocerla en estas tres horas llenas de fantasmas, pesadumbre y felicidad por la vida misma que conforman su memoria.
Para conocer más sobre la obra y leer otras reseñas, pueden visitar el blog de Rose, donde también podrán enterarse de sus futuras presentaciones y conocer su modalidad "Teatro en casa", para aquellos que estén interesados en exhibir la obra para un pequeño grupo de espectadores en un particular y en un deterninado escenario.

Published on November 11, 2013 18:09
October 31, 2013
El viejo, el asesino y yo - Ena Lucía Portela

Ena Lucía Portela
Ena Lucía Portela(escritora cubana, 1972) es Licenciada en Lenguas y Literaturas Clásicas. Ha publicado seis libros, de los cuales cuatro son de novela y dos de cuento. Ha ganado diversos premios nacionales e internacionales. Antologías de diversos países han publicado su obra y en 2007 fue seleccionada como una de los 39 escritores menores de 39 años más importantes de latinoamérica (cuyo programa pueden leer aquí). Actualmente es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y ha colaborado con el periódico El País de España y la revista Crítica, de la Universidad Autónoma de Puebla (México).
Las temáticas de Ena se alejan de lo político, como ella misma lo dice: «No me interesa escribir para turistas, llenar las páginas de una novela con las dificultades que tiene un cubano de hoy para sobrevivir. No quiero reducir las cosas a estereotipos». Escribe desde un espacio libre, al margen del sistema de gobierno que rige a su país, pero sólo en cuanto a lo literario (pues realiza crítica social en otros espacios), y describe a su generación como«muy individualista, que da más importancia a la literatura que a la política». Como sucede en la mayoría de los países, actualmente.
El viejo, el asesino y yo forma parte de su segundo libro de cuentos, que lleva el mismo título y por el que recibió el Premio Juan Rulfo de Cuento 1999. Ahora estoy en una misión por conseguirlo, ya se enterarán si mi búsqueda resulta fructífera o no en el futuro.
Una particularidad que me llamó la atención es que seleccionó como epígrafe una frase de Thomas Mann, a quién comencé a leer hace unos meses (gracias a un cortometraje de Jodorowsky), por lo que fue muy grato encontrarlo en este cuento. Por cierto, también escribí un cuento inspirado en la novela de Mann Cabezas trocadas (que será publicado en mi libro, del que subiré la invitación a la primera presentación en unos días más). Mann recibió el Premio Nobel de literatura en 1929. A pesar de las controversias sobre quienes no debieron o debieron/deberían ganar el Nobel de literatura, mi recomendación sería leer por lo menos una obra de cada premiado. Voy muy atrasada en mi cometido, pero espero lograr algún día ir al corriente. Como último dato, estando ya en el Nobel de literatura, no está de más mencionar que este año lo recibió Alice Munro, escritora canadiense a la que han otorgado el título de “maestra del relato corto.”
A continuación, el cuento:
El viejo, el asesino y yo
Espero que no tenga usted nada que decir
en contra de la maldad, mi querido ingeniero.
En mi opinión, es el arma más resplandeciente de la razón
contra las potencias de las tinieblas y de la fealdad.
T. Mann, “La montaña mágica”
Es la noche y el viejo balconea. El aire golpea suavemente su rostro, que alguna vez fue hermoso. Todavía lo es, aunque las huellas del tiempo en su piel no sean las que suele dejar una existencia feliz. Está solo. Tanto, que al asomarse a la calle parece el hombre más solo del mundo.
Me deslizo hasta él sin hacer ruido. Me deslizo como una serpiente. Se percata. Me mira con el rabillo del ojo, procurando tal vez que no me aproxime demasiado, que no penetre en su aura. Lo mejor que se puede hacer con una serpiente es mantenerla a distancia, lo comprendo.
Aunque quizás no le importe. Suele afirmar que a su edad casi nada importa, conocer o desconocer, tomar champán o visitar a los amigos, nada. Le da muchas vueltas a eso de la edad, por momentos parece obsesionado, se burla de sí mismo. Que La Habana no es la de antes, los carros, los bares, los olores, la forma de vestir -el amor en La Habana tampoco es el de antes-, que ya no quiere hacer otra cosa demasiado distinta a mecerse en un sillón. Que los verdaderos amigos están muertos.
Nadie como él para instalarse en el pasado: justo donde no puedo alcanzarlo, donde él puede reinar y yo no existo. Cierro los ojos y extiendo las manos en busca del pasado, no puedo. Tu generación, mi generación, dice. Creo que se burla de sí mismo a manera de ejercicio retórico o quizás para evitar que alguien se le adelante. Un ceremonial apotropaico, un conjuro. Dice lo que imagina que otros podrían decir acerca de él, exagera y no queda más remedio que citarlo.
Me acerco más. El balcón es chico, la manga de su camisa me roza el hombro desnudo. Es más alto que yo, es un hombre alto que, aun sin llevarlo, parece haber nacido con un traje. Siempre me han gustado los hombres de traje: estadistas, financieros, escritores famosos. Patriarcas, próceres, fundadores de algo. Cuando se reúnen varios de ellos me parece asistir a un lugar de decisiones importantes, a una especie de asamblea constituyente.
El aire mueve diminutos fragmentos entre él y yo. Su espacio huele a lavanda, a lejanía, a país extranjero donde cada año cae nieve y los árboles se deshojan; huele a oscuridad cerrada y de elevado puntal, a mil novecientos cincuenta y tantos. Mediados de un siglo que no es el mío. Porque su época, según él, es la anterior a la caída del muro de Berlín; la mía es la siguiente. Todo cuanto escriba yo antes del XXI será una obra de juventud. Después, ya se verá. Creo que es una manera elegante de decir que estamos separados por un muro.
-¿En tu casa hay balcón?
No, pero sí una terraza con muchísimos cactos, cada uno en su maceta de barro o porcelana con dibujitos. Para el caso es lo mismo. No adoro los cactos, pero se dan fáciles. Proliferan entre el abandono y la tierra seca, arenosa, en mi versión reducida del desierto de Oklahoma. Algunos tienen flores, otros parecen cubiertos por una fina pelusa, pero hincan igual. Son las plantas más persistentes que conozco: aprendo de ellos.
-No, pero sí una terraza -si me pongo a hablarle de mis cactos, capaz que se vaya y me deje con la palabra en la boca.
Nunca lo ha hecho, Dios lo libre. Pero sé que puede hacerlo. Mejor dicho, que le gustaría poder hacerlo. No es grosero (fue educado en un colegio religioso y todavía se le nota), pero admira la grosería, la brutalidad deliberada como una forma de independencia de no sé cuántas ataduras, convenciones o algo así. Y no me imagino a mí misma sujetándolo por la manga de la camisa. Al menos por el momento…
Así son las cosas. Temo aburrirlo. De hecho, tengo la impresión de que lo aburro. ¿Qué podría contarle yo, que apenas he salido del cascarón? “Una joven promesa de la literatura cubana”, es ridículo. ¡Él ha visto tanto! ¡Me lleva tantos años! ¡Lo repite tan a menudo! Un caballero medieval bien enfundado en su armadura, en su antigüedad. Temo al malentendido. Temo que escape justo en el momento de haber alcanzado su definición mejor… temo. Cada vez que lo veo me lleno de temores (y temblores) y aun así no puedo dejar de acercarme a él. No me lo explico. Es absurdo, soy absurda. Revoloteo alrededor del viejo como una mariposilla veleidosa.
Como de costumbre, hay mucha gente en la casa. Ruedan de un lado a otro, comentan, murmuran, toman ron. Parece una escena bajo el mar, dentro de una pecera, en cámara lenta. Moluscos.
Otras tardes y otras noches resultan más animadas que ésta: discuten de literatura, hablan de la gente que no está en la casa, se interrumpen unos a otros, se apasionan. El viejo ironiza, grita, se queda ronco, le dan palpitaciones y luego es el insomnio, el techo blanco. Se promete a sí mismo no volver a acalorarse y reincide. (Uno no escribe con teorías -me ha dicho hoy y no estoy de acuerdo, pienso que nada es desechable, que uno escribe con cualquier cosa, pero en fin.) No he estado presente en esos barullos que horripilan a los editores extranjeros (no se pelean, es su forma de conversar, son cubanos -le ha dicho un mexicano a otro). Alguien me los describe. Siempre hay alguien para contarme punto por punto lo que ocurre. Menos mal, pienso.
Porque delante de mí sólo dicen banalidades, sin alzar la voz apenas, como articulando muy a propósito unos diálogos más insípidos que los del Nouveau Romano el cine de Antonioni. La asepsia verbal, la sentencia descolorida, la incomunicación. El gran aburrimiento. El viejo se pone elegíaco y cuenta de sus viajes lo mismo que podría contar un turista cualquiera. Le ha dado la vuelta al mundo más de una vez, para cerciorarse, al parecer, de que todo lo que hay por ahí es muy tedioso. Habla de los epitafios que ha visto y planea el suyo. Confunde los detalles adrede. (Eso de que Esquilo participó en la batalla de Queronea no se lo cree ni él.) Cualquier originalidad, incluso la que resulte de una vasta erudición, podría resultar comprometedora a largo plazo y quizás antes. No se oyen nombres propios, ni siquiera los nombres de los muertos (sólo Esquilo, Byron, Lawrence de Arabia y gente así), ninguno suelta prenda. Se repliegan. Cierran filas. Actúan como conspiradores. En ocasiones, por provocar, hablo mal de alguien, de algún conocido en el mundo de los vivos, y entonces todos se apresuran a defenderlo. “Es una impresión errónea”, me dicen. O se callan todavía más. No hay manera. Como en un retrato de grupo, todos quieren quedar bien.
Sucede que tengo mala reputación. Yo, la peor de todas, en principio asumo el comportamiento de un analista o un padre confesor. Me aprovecho de las crisis existenciales, de las depresiones, de los arrebatos de cólera. De todo lo que generalmente las personas no pueden controlar, al menos en nuestro clima tan fogoso. Ofrezco confianza, complicidad, discreción, nunca advierto a mi interlocutor que cualquier palabra que pronuncie puede ser utilizada en su contra; regalo alguna de mis propias intimidades, la cual se trivializa en mi boca y al instante deja de serlo. De ese modo, dicho sea de paso, he llegado a tener muy pocas intimidades (lo que no quiero que se sepa no se lo digo a nadie y hasta procuro olvidarlo), mi techo no es de vidrio.
Insisto: A ver, cuéntame de tu infancia, ¿tu padre era tiránico, opresivo? ¿Te pegaba? ¿Era cruel, verdad? ¿Cómo lo hacía? Vamos, cuéntame todos tus pecados, ¿a quién quisieras matar? ¿A quién matas cada noche antes de dormir? ¿Y en sueños? ¿Cómo lo haces? Y las personas hablan, claro que sí. Les encanta hablar de sí mismas. Se desahogan, descargan, delegan sus culpas en mí. Entonces los absuelvo, les digo que no son malos, los reconcilio consigo mismos, los ayudo a recuperar la paz.
Como es de suponer, en realidad no adelantan nada. Qué van a adelantar. Simplemente se vuelven adictos a mí, a mi inefable tolerancia. Conmigo, qué suerte, se puede hablar de cualquier cosa. Sé escuchar. No interrumpo, no condeno. La atención es una droga. Olvidan que en verdad no soy analista ni padre confesor. Peligrosa amnesia que procuro cultivar. Ellos se proyectan en mí, discurren cada vez con mayor soltura hasta que sale a relucir algún material significativo. Mientras más profundo es el sitio de donde proviene, más notable, más escalofriante es la revelación.
He ahí el momento: con ese material significativo -y algunos otros elementos tan secretos como el contenido preciso de una nganga- escribo mis libros. Cuentos, relatos, novelas, siempre ficción. (Tal vez me gustaría escribir teatro, pero no sé por qué desconfío de los autores que incursionan a la vez en géneros distintos y hasta opuestos. Me he habituado a narrar.) Trabajo mucho, reviso y reviso cada frase, cada palabra. Reinvento, juego, asumo otras voces, muevo las sombras de un lado a otro como en un teatro de siluetas donde veinte manos delante de una vela pueden figurar un gallo, desdibujo algunos contornos, cambio nombres y fechas, pero, desde luego, los modelos siempre reconocen, en mis personajes y sus peripecias, sus propias imágenes. Que son sagradas, claro está. Qué falta de respeto.
Su ingenuidad resulta curiosa. No se percatan de que, al darse por enterados y poner el grito en el cielo, aportan a mis libros la imprescindible credibilidad que algunos lectores exigen y, de paso, me hacen tremenda propaganda -no hay nada como los trapos sucios para llamar la atención. Gratis. Tampoco entienden que dentro de cien años nadie que me lea, si aún me leen (ojalá), los va a reconocer. Y si los reconocen, será porque de un modo u otro han accedido por lo menos a un trocito de gloria. No digo que debieran estar agradecidos; no digo que los rostros de los Médicis son aquellos que les inventó Miguel Ángel y no otros, porque la verdad es que suena demasiado soberbio, justo el tipo de cosa que se me ocurre no debo decirle a nadie.
Los lectores ajenos a los círculos literarios -son esos los que más me gustan- se asombran de mi desbordante y pervertida imaginación: ¿Cómo es posible crear tantos y tales monstruos? ¿De dónde salen? Si supieran… Creo que algunos ya andan investigando por ahí.
Los escandalitos van y vienen; me acusan a la vez de oficialista y de disidente de un montón de causas; como tienden a hacer de todo una cuestión política, según las filias y las fobias de cada uno, me ponen lo mismo en la extrema izquierda que en la extrema derecha. Lo que sea, ¿acaso el dominico Fra Angélico no pintó a los franciscanos en el infierno? Bien pudo ser al revés. Me atribuyen unas ideas sobre el ser humano y eso, que ni siquiera comprendo muy bien, pues no acostumbro a pensar en términos de semejante envergadura -más que la especie, me interesan los individuos y, sobre todo, los individuos que me rodean. Me acusan de falta de creatividad, de resentida y envidiosa; intentan bloquear mis relaciones de negocios -de vez en cuando lo logran: un simple comentario delante de eso que llamo “el lector poderoso” puede resultar demoledor-; recibo amenazas por teléfono, a mi oficina en la editorial llegan constantemente anónimos plagados de injurias firmados por “La Espátula” y “La Mano Que Coge”, me echan brujerías de todo tipo, en fin, lo de siempre.
A pesar de que en las “entrevistas” nunca uso grabadora (mi memoria para estos asuntos es excelente, puedo recordar durante años un dato al parecer insignificante), ninguno de mis modelos ha intentado hasta el momento desmentirme por escrito. No importaría si lo hicieran: mis versiones son más dignas de crédito en virtud del aforismo maquiavélico que dice “piensa mal y acertarás”. Lo esencial es que nadie se atreve a demandarme, porque las zonas más truculentas de esas historias, las zonas más envenenadas y denigrantes, no las escribo, no les doy curso. Me las reservo como garantía, como la última bala en el tambor. Eso se llama chantaje y es eficaz.
Sé que un día me van a asesinar y a veces me pregunto quién, cuál el último rostro que me será dado ver.
Pero esta noche es especial. No persigo los crímenes recónditos ni los alucinantes fraudes o las traiciones o los pequeños actos mezquinos que pueblan la historia universal de la infamia. No provoco. Descanso. La inquietante proximidad del viejo de alguna manera me hace feliz. Siento la mirada fija de su amante clavada en mi espalda y eso me complace más. Me impide soñar que las cosas son diferentes. Ese muchacho no podrá concentrarse hoy en el vaso de ron ni en la conversación deshilachada que sostienen los demás ahí dentro, no podrá.
-Después de la segunda botella te pones insoportable -ha sentenciado el viejo.
Desde el balcón se divisa una callejuela tranquila. Estrecha, sucia hasta en la oscuridad, con el pavimento roto y charcos y fanguizales por todas partes. Como si se hubiese decretado un toque de queda, hoy ni los vecinos quieren alborotar. Del fondo de la casa llegan los boleros de siempre y un ligero ruido ambiental de cristales que chocan, fósforos que se encienden y crepitan, susurros similares al del océano que habita en los caracoles, risitas fúnebres. El gato se frota contra el viejo, se enreda a sus pies en un ovillo peludo. El viejo baja la vista, advierte que es sólo un gato y lo deja hacer.
El fresco nocturno me rescata un poco de los furores de nuestro septiembre ardiente, mientras el ron, incitante y áspero, me acaricia por dentro. Pienso en Amelia. Los viernes, de cinco a siete, en la habitación de los altos de su taller. Divina. Ella no habla casi porque hablar -afirma- le provoca dolor de cabeza y porque de todos modos -sonríe lánguida- no tiene mucho que decir. Al menos no con palabras. Pienso que la amo.
Por allá dentro flota una voz apagada, casi anónima entre las otras voces: Recuerdas tú, aquella tarde gris /en el balcón aquel, donde te conocí… Puede ser el bolero que ya pasó o el que está por venir. El mismo que oigo, a retazos, durante toda la noche.
El muchacho, lo presiento, trata de llamar la atención como si tuviera que recobrar algo, como si hubiese algo por recobrar. Sube el volumen. Está loco, febrilmente loco por el viejo y eso se entiende. Aunque podría hacerlo, no se acerca a nosotros.
-Él dice que tú le coqueteas -me ha advertido con el entrecejo fruncido como si dudara entre la risa y el enojo-. Ten cuidado.
-¿Y qué piensa? -he preguntado supongo que ansiosa-. ¿Le gusta? ¿Le gusto?
-No sé -de pronto ha gritado-. ¡No sé!
-¿Qué crees tú? -he insistido casi con ternura-. Tú lo conoces mucho mejor que yo. Bueno, en realidad yo no lo conozco nada. ¿Qué crees tú?
-Yo no creo nada -su voz ha sonado tensa, cargada de lúgubres premoniciones-. Tú te volviste loca. Loca de remate. Vas a sufrir…
-¿Igual que tú?
Ha vuelto a mirarme fijo y sus ojos grises parecen dos punzones de acero. Susurra:
-Yo te mato, ¿entiendes? Yo te mato.
He acariciado su mejilla hirsuta resbalando desde la sien hasta el mentón (tiene un hoyito, como Kirk Douglas) y allí mis dedos se han detenido en una imitación casi natural de las figuras de cierta cerámica griega muy antigua. En la vasija original, tan auténtica como la página de un libro, aparecían dos muchachas. Fondo rojizo, siluetas negras. Una acariciaba la mejilla de la otra de esa misma manera y el pie de grabado aseguraba que se trataba de un gesto típicamente homosexual. Mira, mira…
He tocado su frente y no ha hecho nada por impedirlo. Ni siquiera se ha movido. Arde en fiebre.
-Eres una puta.
Es interesante que me considere un rival, pienso, aunque sólo sea por instantes y después se diga que no, que no hay peligro. El mundo pertenece a los hombres y todavía más a ciertos hombres, ya lo dijo Platón. ¿Una mujer? Bah.
Pienso en Amelia mientras observo el rostro del viejo, quien todo este tiempo ha estado divagando despacioso y algo frívolo sobre la importancia de los balcones y las terrazas en la vida de la gente. Recuerdas tú, la luna se asomó /para mirar feliz nuestra escena de amor… Ambas imágenes se yuxtaponen, el viejo y Amelia. Se cruzan. Parecen fundidas sin sutura, como las mitades de Bibi Andersson y Liv Ullman en el famoso primer plano de Persona. Quizás el deseo pone en entredicho las identidades, porque el viejo y Amelia se integran en una sola cara y no es el ron ni el aire de la noche.
Como aquella vez que lo vi desde mi oficina. Él estaba de pie en el pasillo, diciéndole malevolencias a alguien, como siempre, tirando piedras. (Afirma que eso de atacar al prójimo no luce bien a su edad; supongo, pues, que no puede resistir la tentación de ejercitar el ingenio a costa de los demás: no debe ser fácil renunciar a un hábito tan añejo. Muchos le temen y eso lo divierte.) En aquel tiempo él aún no tenía noticias de mí. Nada, una muchacha ahí, una muchacha cualquiera. Pero yo, desde mucho antes, llevaba siempre en mi cartera una foto suya recortada de una revista. Una foto de archivo, treinta años atrás, un joven bellísimo frente a una máquina de escribir. Amelia lo encuentra vulgar, de lo más corriente, pero ella no sabe nada de hombres.
Ese día lo detallé desde la sombra, sin moverme de mi asiento, para descubrir al fin la rara discrepancia entre sus rasgos y sus pretensiones. Nariz corta, respingadita, graciosa. Labios llenos, sensuales, voluntariosos. Ojos soñadores, pestañas largas, abundante pelo blanco. ¿Es esa la cara de un viejo cínico que no cree -ni descree- en nada ni en nadie? En el siglo XIX se creía que el rostro era el espejo del alma…
El viejo se aparta del balcón, donde ha permanecido quizás el tiempo necesario -y suficiente- para convencer no sé a quién de la soberana indiferencia que le inspiro. Como si yo fuera el mismísimo fresco de la noche, algo que pasa. A mí, por ejemplo, ni siquiera hay que decirme que después de la segunda botella me pongo insoportable: da lo mismo y, además, lo cierto es que no necesito alcohol para ponerme insoportable en cualquier momento: es mi oficio. El muchacho, en cambio, cuando no bebe es bastante simpático.
La espectacular indiferencia del viejo me convence a ratos (y lo que es peor, me pone triste), sobre todo cuando olvido que no mirar es mirar, que la persona que te ignora puede hacerlo porque sabe justamente dónde estás a cada instante. Supongo que sea así, pues en realidad no guardo memoria de haber ignorado jamás a nadie. ¿Cómo pretender que no existe lo que a todas luces sí existe? ¿Solipsismo? ¿Pensamiento mágico? No sé, pero tampoco ahora puedo dejar de seguir al viejo hasta el sillón donde se deja caer.
La mirada del muchacho -¿sorpresa?, ¿interés?, ¿miedo?- tampoco puede dejar de seguirme a mí. Todo lo contrario de la indiferencia, su intensidad es tal que en ella se pierden los matices. Me envuelve, me quema, me atraviesa. Es una mirada que conozco al menos en su incertidumbre: he buscado en ella a mi asesino y no lo he encontrado. Qué bueno. Pero de todas maneras podría ser él, pues los asesinos, ya se sabe, no tienen necesariamente que tener miradas de asesinos. Muchos ni siquiera saben que lo serán, que ya lo son. Al igual que la víctima, se enteran a última hora. Cuando las emociones se precipitan y se escurren entre los dedos.
El viejo se mece en el sillón de lo más contento. La casa es del muchacho, pero los sillones los ha comprado el viejo (he ahí la clase de detalles, domésticos si se quiere, que siempre alguien me cuenta) porque viene de visita casi todas las tardes y le encanta mecerse. ¿Qué otra cosa se puede hacer a mi edad? -es lo que dice. Y sonríe igual que Amelia cuando se describe a sí misma como una tímida cosita que pinta tímidas naturalezas, vivas y muertas.
Me siento en una butaca frente a él. No dejo de observarlo. Por variar, mi insistencia no lo sobresalta. No me mira como se mira a las personas empalagosas y demostrativas. Incluso me asombra no advertir en él la más mínima inquietud. Sonríe otra vez. No sé, en lo absurdo también debería quedar un rincón para la coherencia…
Ambos hemos leído recientemente esas páginas chismosas de A Common Life (Simon & Schuster, 1994) donde David Laskin se extiende y se regodea en el amor desolado que durante largo tiempo profesó Carson McCullers, la maliciosa chiquita del cazador solitario, el ojo dorado y el café triste, a Katherine Anne Porter. Una pasión a primera vista que de manera perversa fue derivando hacia un asedio compulsivo, abierto, irresistible, maniático. Tal vez Carson también aprendía de los cactos. Sus torturadas demandas inexorablemente fueron retribuidas con patadas y más patadas, desprecios y desplantes de todo tipo, con un odio que se me antoja inexplicable. Tan inexplicable y profundo como el amor (la diferencia) que lo había suscitado.
-Nada de inexplicable -me dijo el viejo-. McCullers la perseguía, la molestaba y nadie tiene por qué aguantar eso.
Sí, claro, sobre todo si estás en los calores de la menopausia y los hombres no te quieren y las deudas te llegan al cuello y tus libros no tienen el éxito de los de tu perseguidora. Si, encima, te asustan las lesbianas, tú sabrás por qué.
Yo pensaba sentada en el suelo (él, por supuesto, en el sillón) y anoté que al viejo le disgustaba la vehemencia, el homenaje abrumador, la exuberancia intempestiva y desbordada de quien se lanza en pos de sus fantasías sin contar para nada con el protagonista de éstas. Un escritor no quiere ser descrito tan sólo como el objeto del deseo (admiración, ambición) de otro escritor. Un deseo furioso puede llegar a ser anulador -Katherine Anne: la deplorable mujercita que rechazó a Carson-, un escritor aspira a existir por sí mismo. Qué cosa.
Desde el suelo me preguntaba si el fuerte atractivo que el viejo ejercía sobre mí podría arrastrarme alguna vez a los extremos de Carson. Aparecérmele en todas partes con cara de sufrimiento, de perro apaleado. Llamarlo todos los días por teléfono -lo he llamado tres o cuatro veces y nunca reconozco su voz en el primer momento, la plenitud de su voz, el registro grave, me recuerda más bien al joven de la foto en mi cartera, siempre me dice “gracias por llamarme”-, llamarlo no para preguntar por un conocido, por una fecha, no para hablar del tiempo, las yagrumas o nuestras inclinaciones aristocratizantes: a ambos nos gustaría poseer un título de nobleza, somos así. No, llamarlo para decirle que no hago más que pensar en él. Que me voy a suicidar y suya será la culpa. Acercar el auricular al tocadiscos: Yo te miré /y en un beso febril /que nos dimos tú y yo /sellamos nuestro amor… Obligarlo a cambiar su número, pesquisar el nuevo número. Volver a llamarlo. Mandarle cartas. Insistir, insistir hasta el vértigo. Perseguirlo hasta su casa, gemir, dar golpes enloquecidos en la puerta como en una habitación de la torre de Yaddo: “Katherine Anne, te quiero, déjame entrar”. Permanecer tirada en el quicio toda la noche hasta que él salga y pase por encima de mi cuerpo… No me importaría hacerlo, pensaba. ¿Y a él? ¿Le importaría a él que yo lo hiciera? Quién sabe.
Todavía no he llegado a ese punto.
Por lo pronto me dejo llevar, no hago el menor esfuerzo por ahogar el impulso de seguirlo, mirarlo, permanecer junto a él: encantador de serpientes. Sublime encantador que mueve las manos mientras habla -de su árbol preferido: la yagruma, se cubre de metáforas- como si dirigiera una orquesta sinfónica. El mismo gesto demorado que le he visto hacer en la televisión, donde lo creí un truco de cámara. (Conozco a la directora del programa, he estado pensando en ir a pedirle, de un modo muy confidencial, que me permita sacar una copia del video. Lo peor que puede suceder es que diga no.)
Mi atención no le molesta. Ahora lo sé. Más bien creo saberlo. ¿Cómo le va a molestar a un encantador la atención de una serpiente?
Soy discreta, no hago locuras. Soy discreta de una manera pública: todos a nuestro alrededor ya van advirtiendo lo que ocurre. No hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que el viejo, a menudo ríspido, agresivo, negador -cuando se empeña en demoler a alguien, ya lo dije, lo que sale por su boca es vitriolo-, se comporta esta noche como un gentleman. Exquisito, elegante, sereno. Cuando abre y cierra el abanico, su enorme abanico oscuro, una dama de sangre azul, la marquesa de las amistades peligrosas. Y ese personaje, el de los chistes blancos y la sonrisa fácil, el que acomoda mi silla y me cede el paso, el que ha servido los postres con envidiable soltura (en la mesa siempre nos sentamos frente a frente y casi no puedo comer), le va de maravilla. Algo tan evidente no debe ser importante, este viejo es un hipócrita de siete suelas, un jesuita que sabe más que el diablo y se protege de los zarpazos de la bandidita, es lo que leo en las demás caras y me complace.
“No hago locuras” quiere decir que no convierto mi ansiedad en secreto. No podría hacerlo aunque quisiera, pero basta con exhibirla para dar la impresión de ser una persona muy segura de mí misma, una persona sobre quien resbalan las opiniones, los comentarios ajenos. De cierta forma es verdad: mi imagen pública difícilmente podría ser peor de lo que ya es. Hoy sólo me preocupa el reconocimiento, la aprobación del viejo.
El calor es suficiente para desabrochar un primer botón, sacarme el pelo de la cara, cruzar las piernas y la falda sube. Estoy sentada frente al viejo y vuelvo a pensar en Amelia, quien se marcha muy pronto a París con una beca por dos años de la École de Beaux-Arts. Naturalezas vivas, espléndidas, regias naturalezas. La falda es roja, breve sin incomodar. (En momentos así es cuando pienso que yo nunca sabría llevar un título nobiliario como un personaje de Proust le recomienda a otro: igual que ladyHamilton tengo alma de cabaretera.) La blusa es gris como esos ojos que me vigilan entre fascinados y sombríos. Fascinados no conmigo, sino con el conjunto. El viejo y yo.
Cómo me gusta decirlo: el viejo y yo.
-¿Tú quieres algo con él y conmigo? -me ha preguntado el muchacho, conciliador.
-No -le he respondido suavemente-. Sólo con él.
-Eso no va a ocurrir nunca -me ha dicho irritado-. Y si quieres te digo por qué…
-¿Tienes muchas ganas de decirme por qué?
-Yo… este… No, mejor no.
El viejo y yo conversamos. Es decir, parece que conversamos. Le pregunto algo sobre uno de sus libros. La biografía de un amigo muerto, uno de los verdaderos, un lindo libro donde el viejo se ha mostrado particularmente eficiente a la hora de escamotear detalles. ¿Buen tono? ¿Temor? ¿Censura? Me gustaría interrogarlo en el estilo de un paparazzo o un fiscal, en el estilo de Sócrates, enredarlo con su propia cuerda, hacerlo caer en contradicciones. Me gustaría verlo evadirse, sortear todos los obstáculos y pasar a la ofensiva. Me gustaría contradecirme yo y tocar su pelo blanco, apoyar un pie descalzo en su rodilla, todo a la vez y sé que no es el momento. Nunca será el momento, ¿no es eso lo que me han dicho? En medio de una charla de salón me seduce la imposibilidad.
-Nadie es como era él -afirma el viejo con una tristeza que no le conocía-. Nadie.
Y no es la amistad entre escritores ni la cita de Montaigne. Es el pasado. Su reino.
La madre del muchacho nos trae café en unas tacitas de porcelana azul con sus respectivos platicos también azules. Todo de lo más tierno, como jugando a ser una familia. Me sonríe. Le sonrío. El viejo coge la tacita en un gesto maquinal, ensimismado. Quizás piensa todavía en el muerto, un muerto que le sirve para descalificar al resto de la humanidad conocida y por conocer. Empezando por mí, desde luego, que no soy como era él. Para nada. Es lógico, pero me incomoda.
Pienso en la madre del muchacho, Normita. Una excelente cocinera que tiende a apurarnos cuando el muchacho y yo nos demoramos ochenta años en pelar las papas o escoger el arroz, una excelente señora en sentido general. Es viuda y vive en un pueblo del interior, sola en una casa muy amplia. Ahora está de visita por un par de semanas o algo así -para el muchacho su presencia constituye un alivio, imagino por qué, la llama Normita en lugar de mamá-, pero se irá pronto, pues no soporta vivir lejos de su casa y su tranquilidad en este manicomio que es La Habana.
Hemos descubierto (o construido) entre nosotras una afinidad peculiar. Me cuenta deliciosas anécdotas sobre la infancia de su hijo para horror de él. Se ríe. “Ponme en una de tus novelas”, me dice y vuelve a reírse. “Así no vale, Normita”, le digo. Es Escorpión, igual que yo, y dice que la gente tiene muchos prejuicios con los escorpiones, que en el fondo somos buenas personas. Si de verdad ella piensa que soy una buena persona, cosa que me resisto a creer, no sé qué prejuicio en esta vida puede quedarle a Normita. Pero siempre es reconfortante tener a alguien que le diga eso a uno. ¡Si lo sabré yo!
Me ha invitado a irme con ella cuando regrese a su casa. O después si lo prefiero. Necesito respirar aire puro, ya que, en su opinión, estoy medio chiflada. Probablemente aceptaré. Quizás me resulte lacerante pasar por la calle de Amelia los viernes de cinco a siete y ver el taller cerrado a cal y canto. No estoy segura, pero es muy posible. Habrá que esperar a ver. Porque han sido años, casi desde que éramos adolescentes, Amelia conoce mi cuerpo como nadie… y de pronto ¡zas! Sí, yo también me iré. Dentro de poco hago así y cobro los derechos del último libro, pido vacaciones en la editorial (los anónimos que vayan llegando me los pueden guardar, a veces son utilizables), le doy todo el dinero a Normita y me instalo por tiempo indefinido en un pueblo del interior. Mis cactos y mis modelos pueden sobrevivir sin mí. No creo que me necesiten demasiado ni yo a ellos. ¿Podría escribir un libro enteramente de ficción? ¿Acaso puede existir semejante libro? No lo sé. Tal vez sería la mejor solución para todos, no lo sé.
El viejo y yo hemos estado hablando del placer que produce acostarse boca arriba en la cama en el silencio en una tarde apacible y divagar. Deshacer los lazos que nos atan al mundo, dejarnos fluir en la soledad que de algún modo ya hemos aceptado.
El muchacho se acerca a nosotros con el sempiterno vaso de ron en la mano. El viejo desaprueba con los ojos. El muchacho lo enfrenta retador. Pienso que el muchacho podría hacer algo desesperado en cualquier momento. Algo tan desesperado como el silencio que se empeña en mantener o la ferocidad de sus réplicas aisladas y no muy pertinentes…
Divagar. Las imágenes se suceden unas a otras, se interponen, se entrelazan. Imágenes visuales, auditivas, aromáticas. Procedentes lo mismo de los libros, el cine o la música, que de ese eidos con límites borrosos -esfumados como el background de Monna Lisa- que por convención suele llamarse “la vida real”. Una vida, a veces no tan cierta, que no sólo incluye los viajes, el momento indescriptible en que se descubre desde el avión cómo se alza vertiginosa Manhattan entre un mar de neblina, o el ronroneo sobrecogedor del primer vuelo sobre el Atlántico o las blancas cimas de los Andes. Una vida que también abarca, como miss Liberty o el Cristo de Río, la cotidianidad en apariencia más intrascendente, con sus afectos y desprecios, con sus pasiones anónimas de pronto tan, pero tan, inmersas en lo ficticio, en la fábula.
Porque mi mundo interior es impuro e inmediato, casi palpable, quienes me odian dicen que no lo tengo, pienso.
Pero no menciono eso último por no perturbar al viejo, quien comprende y acepta y hasta participa de mi misma noción de divagar. Después de todo, quienes me odian son sus amigos. Con ellos comparte complicidades, credos estéticos, historias vividas; con ellos tiene compromisos. Esos mismos que le impidieron hacer la presentación de mi primera novela, donde me río un poquito de ellos (más de lo que sus egos hipersensibles pueden soportar, qué horrendo delito), les saco la lengua y les guiño el ojo. Sé que ellos no significan para el viejo ni remotamente lo que significó el muerto. Porque nadie es como era él, nadie. ¿No es así como decía? Sé que el viejo está solo, que no lo olvida y siente miedo. Que los compromisos son los compromisos. Por esa razón, y no por aquella otra que con aire freudiano insinuaba el muchacho, entre el viejo y yo no puede suceder nada. He llegado demasiado tarde. Hay un muro.
No quiero introducir asuntos espinosos ahora que nuestra divagación sobre la divagación, más allá de rencillas y despropósitos, fluye tan armoniosamente.
-Ustedes, ya que son tan cínicos, tan lengüinos, deberían discutir… ¿Por qué no se enfrentan? -sugiere el muchacho y el viejo se hace el sordo.
-Estamos discutiendo, lo que pasa es que tú no te das cuenta -comento y el viejo sonríe.
¡Ay viejo! Querría decirte que a mí también me gusta tu muerto -quizás menos que a ti: prefiero el teatro de O’Neill, su largo viaje del día hacia la noche es único, es genial, es incomparable desde cualquier punto de vista y tu muerto debió saberlo-, querría decirte que me gusta sobre todo la relación que hubo, que hay, entre ustedes, un viejo y un muerto, que me fascina tal y como la describes en tu libro, que los envidio a los dos porque yo nunca tuve amigos así…
Voy a hablar y el muchacho me interrumpe en el primer aliento para decir que la divagación no es lo que creemos nosotros, sino un concepto muy diferente, relacionado con el sexo o algo por el estilo. No lo entiendo bien. Habla como si no pudiera evitarlo, como si las palabras salieran por su boca en un chorro a presión. Es un hombre desmesurado, violento, pienso no sé por qué. El viejo hace un gesto de impaciencia:
-Sigue tú con tus divagaciones y déjanos a nosotros con las nuestras -dice en voz baja.
¿Las nuestras? ¿Las nuestras ha dicho? ¿Existe entonces algo que el viejo y yo podemos designar como nuestro, aunque no sea más que la imposible suma de dos soledades? Tal vez lo ha dicho para mortificar a su amante. Alguien tan entrometido probablemente se merece que lo aparten de vez en cuando, al menos un par de milímetros. Ellos, pienso, deben estar acostumbrados el uno al otro (como Amelia y yo) con sus necesarios, vitales, imprescindibles conflictos; eso se les ve. El viejo me utiliza. Pero no me importa: que haga lo que quiera, lo que pueda.
Porque me han contado que en una tarde bien tranquila, de esas que invitan a la siesta y a la divagación, el viejo se apareció en esta misma casa, todo agitado, con un ejemplar de mi primera novela en la mano. Se la tendió al muchacho y le dijo busca la página tal y lee, lee en voz alta. Y el muchacho le dijo ¿no quieres té?, ¿por qué no te sientas? Y el viejo le dijo lee, vamos, lee, como quien dice pellízcame a ver si no estoy soñando. Y el muchacho leyó. Unas diez páginas, en voz alta.
Me han contado que el viejo, alegre y sombrío, caminaba de un lado a otro, se alteraba, se reía, se ahogaba, volvía a reírse, a carcajadas, se tocaba el pecho, pedía agua. Un desorden de emociones, el nacimiento de una nueva ambivalencia. ¿Tú has visto qué mujer más mala? No, no es buena. Lo peor es que todo esto (el muchacho señalaba el libro abierto como un pájaro con las alas desplegadas, como el diablo de Akutagawa) es verdad. Malintencionado sí, pero falso no es… ¡Un poco más y pone hasta los nombres de la gente con segundo apellido y todo! No, lo peor no es eso (el viejo hablaba despacio, saboreando las palabras). ¿Qué es lo peor? Lo peor es que ese librejo infame está bien escrito. Mira tú qué clase de oxímoron. Lo peor es que me gusta y que esta mujer perversa hasta me cae simpática… (Me seduce imaginar al viejo, con su voz tan envolvente, susurrándome al oído muchas veces la frase “mujer perversa, mujer perversa”. Yo me erizo.) Sí, a mí también, pero te juro que no quisiera verme en el lugar de esta gente. ¿Cómo se habrá enterado ella de cosas tan íntimas, eh?
Ignoro si la escena transcurrió exactamente así. Lo anterior es un esbozo tentativo, más o menos tragicómico. Pero en esencia fue así y así la concibo tomando en cuenta los hechos posteriores: a partir de entonces mis relaciones con el viejo, que antes apenas existían, se convirtieron en una diplomática sucesión de espacios vacíos, en una fila versallesca de puertas cerradas o entreabiertas, con celosías y el año pasado en Marienbad.
Ahora, cuando dice “nuestras” y me envuelve en ese plural excluyente, de alguna manera me acerca. No sé. No es fácil interpretar al viejo -mi próximo libro, el que escribiré en casa de Normita, podría llamarse El viejo. An Introduction, y se lo enseño cuando aún esté en planas, no vaya a ser que le dé un infarto ante tal muestra de amor-, sólo siento que me acerca. Mejor aún, que ya estoy cerca aunque él no lo diga. ¿Qué puede importarme si de paso me utiliza para fastidiar un poco al muchacho?
Permanecemos los tres en silencio. Normita y los otros conversan, toman café y fuman como si no estuviera ocurriendo nada. Quizás no está ocurriendo nada y sólo existe una persona, yo, colocada ahí para discurrir, suponer, para inventar historias sobre la gente y cada día buscarse un enemigo más. Una enredadora profesional.
Miro al viejo, él me mira. Le sonrío, me sonríe. Cualquiera diría que somos un par de idiotas. Como si hubiese escuchado mis pensamientos, él se levanta y, en el tono más natural que ha podido encontrar, dice que se va. En mi cara algo debe haber de súplica (esa expresión no la necesito para mi trabajo, pero también la he ensayado frente al espejo, por si acaso se presentaba alguna coyuntura imprevista y aquí está), pues me explica, como a un niño chiquito, que ya es muy tarde, que ha permanecido incluso más tiempo que de costumbre. Que él es una persona mayor (un viejo) y no debe trasnochar, a su edad los excesos son peligrosos.
¡A mí con esas! Pienso que le gusta aparecer y desaparecer, darse poco, a pedacitos, escurrirse entre las bambalinas y el humo de la ambientación, detrás de su enorme abanico oscuro como la diva más seductora. No tiene apuro y yo, que soy joven, tampoco debería tenerlo. Pero la edad no constituye ninguna garantía acerca de quién va a morir primero. Lo inesperado acecha y nos hace mortales de repente, nunca lo olvido. Como la gente abanderada del sesenta y ocho, quiero el mundo y lo quiero ahora…
No sé de qué forma lo miro, porque sus ojos brillan y vuelven a soñar a pesar del cansancio, de nuevo se transforma en el joven de la foto en mi cartera cuando se aproxima, y él (el joven, el viejo, él), que nunca me ha tocado ni con el pétalo de una flor, ni con la púa de un cacto, él, que se inquieta y hace muecas de pájaro incómodo cuando penetro en su aura, se inclina y me besa en la boca. Bueno, más bien en la comisura, pero pudo ser un error de cálculo, un levísimo desencuentro. Me besa como alguien que se despide y quiere dejar un sello. O como alguien que flirtea sin comprometerse, que juega a alimentar una pasión no correspondida. O como alguien que simplemente se siente bien. Como Peter Pan y Wendy, el último de los cuentos de hadas.
Es sabia la idea de perderse ahora, pienso.
No sé si el muchacho ha notado el gesto, es igual. Ellos intercambian algunas palabras que no alcanzo a oír y que tampoco me importan. Me he quedado petrificada, hecha una estatua de sal por asomarme a un pasado que no me pertenece, y sólo atino a levantarme de la butaca cuando el viejo ya se ha ido. Corro, pues, al balcón para verlo salir. Demora un poco en bajar la escalera (que es muy empinada y con escalones de diverso tamaño, la locura) y cuando al fin descubro su cabeza blanca, justo debajo del balcón, ya no sé si llamarlo, si gritar su nombre, si dejar caer sobre él la tacita de porcelana azul que aún conservo en la mano. Tú volverás, me dice el corazón, /porque te espero yo, temblando de ansiedad…
No hago nada. Quizás porque he vuelto a sentir una mirada gris, más agresiva que nunca, clavada en mi espalda. Pero no es necesario: al llegar a la esquina el viejo se vuelve bajo la luz amarillenta de un farol callejero con algo de spot light. Es la estrella, no hay duda. Me saluda con la mano, de nuevo dirige una orquesta sinfónica. Rachmáninov, empecinado, dramático. Rapsodia sobre un tema de Paganini. No distingo bien su rostro, se pierde entre la luz y la sombra, sigue siendo el joven de la foto. No sé si se despide o si me llama. Prefiero creer que me llama. Si es así, me esperará. Entro, pongo la tacita sobre la mesa, recojo mi cartera, un chao Normita -besos no, ahora nadie puede tocarme la cara-, chao gente, la puerta y salgo.
El muchacho sale detrás de mí. Escucho sus pasos, su respiración anhelante. Me alcanza en el primer descanso de la escalera. Me agarra por el brazo.
-Déjalo tranquilo -creo que dice, no lo entiendo bien.
-Quítame las manos de encima -trato de soltarme, él es más fuerte que yo.
-No -aprieta más-. Hoy tú te quedas a dormir aquí.
-Te dije que me quitaras las manos de encima.
Es raro, ninguno de los dos grita. Todo transcurre a media voz, en la penumbra de un bombillo incandescente sobre una escalera de pesadilla. Al parecer no es algo público, se trata de un asunto a resolver entre nosotros.
-¿Pero qué te has creído, puta?
Me sacude. Forcejeo. No consigo deshacerme de él. No sé por qué no grito. Alguien tendría que venir. Vivimos en un mundo civilizado, ¿no? No se puede retener a las personas contra su voluntad. ¿Y si gritara? Arriba están Normita y los demás. Los boleros. En la esquina me espera el viejo. Y me darás… Tengo que sacarme a este loco de arriba, como sea. Pero no grito. ¿Será verdad que vivimos en un mundo civilizado? El viejo está en la esquina… tu amor igual que ayer… Con la mano libre le doy una bofetada. Parpadea, por un segundo el estupor asoma a los ojos grises. Después aparece la cólera y hay un instante donde me arrepiento… y en el balcón aquel… ¿Por qué nos obligamos a esto? Me suelta para propinarme la bofetada más grande que haya recibido en mi vida. Tanto es así que pierdo el equilibrio. Con la última frase mis dedos resbalan por el pasamanos. Mármol frío. No hay nada bajo mis pies. Él trata de sujetarme y hay un instante donde se arrepiente. Al menos eso me parece, pues grita mi nombre y, en lugar de “puta”, oigo un “Dios mío”. Su voz resuena, se multiplica, se fragmenta, viene de muy lejos. Golpes, muchos, incontables, quiebran. Por todas partes. En la espalda y algo se congela. En la cabeza y cómo es posible tanto dolor y de repente nada. Se acabó, final del juego. ¿Era tan fácil? A partir del segundo descanso no soy yo quien rueda por la escalera, es sólo mi cuerpo. Dejo de oír. Me siento flotar, algo se hace lento. Hay un abismo, un resplandor. Pienso en Amelia.
Published on October 31, 2013 18:44