Lola Ancira's Blog, page 50
February 29, 2016
Casa tomada - Julio Cortázar (cuento)

Casa tomada
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Published on February 29, 2016 14:38
February 26, 2016
Irreverencias maravillosas: Indagando en el abismo

El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, analiza brevemente cómo y por qué el homicidio o la figura del asesino se han filtrado en diversas expresiones culturales.
La versión completa del texto se encuentra en este enlace.
Indagando en el abismo
Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse
a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo,
el abismo también mira dentro de ti.Friedrich Wilhelm Nietzsche
Thomas De Quincey en su ensayo Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827) busca, a través de la voz mordaz de un joven homicida que forma parte de la Sociedad de Expertos en el Asesinato, analizar estéticamente al asesinato con la finalidad de conseguir un acto catártico, dejando de lado la agobiante moral para poder lograrlo.
El asesino es, entonces, visto como un artífice que exhibe sus creaciones a determinados espectadores críticos esperando cumplir ciertos parámetros estéticos e ideológicos y que, bajo esta premisa, le otorga la misma importancia al escenario que al cuerpo utilizado para culminar su obra. El asesino crea a través de la destrucción, de la posesión del cuerpo y la vida del otro.

De Quincey propone en su obra mirar de manera directa y penetrante al infierno personal del asesino; contemplar el tumulto de elementos adversos que han ido aumentando las llamas y cavando cada vez más en lo insondable de su dolor para encontrar el quid.
El asesinato debe aceptarse y comprenderse como una presencia intrínseca, instintiva y constante de nuestra enigmática mente, como una posibilidad latente, como una opción fatal y extremista de la tenebrosa naturaleza humana, perfilada incluso en el lenguaje común y las expresiones diarias.

La premisa de De Quincey es exhortar a los lectores para interesarse por la figura del asesino como si fuera la de otro ser humano común, a sentir empatía por una persona que por diversos y recónditos motivos ha realizado el acto supremo de subversión para así lograr comprenderlo, más no aprobarlo ni sentir compasión por éste.
El escritor venezolano Fernando Báez lo define de manera suprema: «Hay un instinto, una convicción en el asesino, que se cultiva a partir de las entrañas mismas del desasosiego, del asombro y de la sombra que llevamos en cada uno de nosotros, del rumor que nos signa, de los pasos que damos entre la oscuridad y la luz día tras día, de la incesante necesidad de afirmarnos como temblor, como intemperie y como olvido».
El siglo XIX vio nacer la atracción hacia los detalles y pormenores de la transgresión del asesinato, fascinación legada hasta ahora. En The Invention of Murder. How the Victorians revelled in death and detection and created modern crime (2011), Judith Flanders encuentra la razón explicando que al poder presenciar la escena de un acto tan deplorable y conocer sus pormenores, el público crea un vínculo auténtico y único con el homicida, con aquel que en apariencia es su igual, lo que dota de un halo escalofriante al suceso. Flanders expone decenas de descripciones de asesinatos que llegaron a su clímax con Jack el Destripador. Publicaciones escrupulosas y amarillistas eran el entretenimiento diario para una sociedad rodeada de tragedia y violencia de género, cuestión que no ha cambiado en absoluto.

A finales del siglo XX proliferaron las películas basadas en las vidas y los crímenes de diferentes asesinos seriales, reales o ficticios, como Kalifornia(1993, Dominic Sena), Copycat (1995, Jon Amiel), Seven (1995, David Fincher), American Psycho (2000, Mary Harron) o Monster (2003, Patty Jenkins). Mucho más reciente es la serie de NBC Hannibal (2013), donde el cadáver y la escena del crimen son convertidos en una obra artística, en una instalación que aguarda por sus espectadores.
Trailer de Kalifornia
Trailer de Hannibal
Ed Gein (1906-1984), uno de los primeros asesinos en serie más famosos de Estados Unidos —país que actualmente cuenta con más del 96% de los asesinos seriales, entre ellos Albert Fish (1870-1936), Jeffrey Dahmer (1960-1994) y Ted Bundy (1946-1989)— inspiró la novela Psycho (1959, Robert Bloch), misma que fue adaptada al cine el siguiente año con el mismo nombre por Hitchcock, y que dio lugar a la precuela Bates Motel (2013), serie televisiva de A&E. También inspiró a los directores de películas como The Texas Chain Saw Massacre (1974, Tobe Hooper), The Silence of the Lambs (1991, Jonathan Demme), House of 1000 Corpses (2003, Rob Zombie) y varias más que intentaron ser biográficas.

Existe una larga lista de revistas y libros, tanto de ficción como de no ficción, con temáticas relacionadas con el asesinato. Algunos escritores como Pío Baroja o Benito Pérez Galdós quedaron fascinados con el crimen de la calle Fuencarral en 1888 en Madrid, y Truman Capote escribió la novela A sangre fría (1966) tras conocer la historia del asesinato de una familia en Kansas sin mayor motivo aparente. En La canción del verdugo (1979), obra galardonada con el Premio Pulitzer al siguiente año de su publicación, Norman Mailer ahonda en la vida de un exconvicto que reincide en el asesinato al poco tiempo de salir de la cárcel bajo libertad condicional.

En el ámbito musical, también hay una lista infinita de bandas con canciones inspiradas en estos hechos o en sus perpetradores tales como Mudvayne, System of a Down, Cradle of Filth, The Killers, Interpol, The Rolling Stones, The Police, Morrisey, The Flaming Lips o The Clash. Un caso específico es el de la canción «Suffer Little Children» de The Smiths, basada en la historia de la asesina británica Myra Hindley, quien, junto con su pareja, abusó y asesinó a 5 adolescentes en la década de 1960.
"Suffer little children" de The Smiths
Infinidad de circunstancias y propósitos han orillado a un gran número de personas —que sigue aumentando a diario— a convertirse en parte de la historia con cualquiera de los dos papeles posibles: el de víctimas o el de victimarios. Aunque algunos son más propensos a uno de ellos que al otro, el de victimario tendrá siempre más adeptos que encuentren placer en el sufrimiento ajeno, que requiera del cuerpo del otro para acallar la conmoción del frenesí con un impulso cruento. Y es que el asesinato confiere un lugar divino en el universo particular, convierte en atribuladas deidades fugaces a aquellos mortales que arriesgan su propia existencia para destruir la de alguien más.~
Published on February 26, 2016 14:49
February 18, 2016
El confeccionador de deseos - Aniela Rodríguez (presentación)

Tendré el honor de presentar, el sábado 20 de febrero en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería a las 16:00 horas, en el pabellón de Chihuahua, el libro de cuento El confeccionador de deseos de Aniela Rodríguez junto con Gabriel Rodríguez Liceaga.
¡Allá nos vemos!
Published on February 18, 2016 08:16
February 12, 2016
Tratado de las espirales - Víctor Roberto Carrancá (Presentación)

El próximo 19 de febrero a las 20:00 horas tendré el placer de presentar el libro de cuento fantástico Tratado de las espirales de Víctor Roberto Carrancá, junto con Omar Nieto y el autor, en el Instituto Mexicano para la Justicia (Francisco Sosa #409, Coyoacán).
¡Hasta entonces!
Published on February 12, 2016 11:06
January 31, 2016
Encarnación de una generación quemada - David Foster Wallace (cuento)

"Encarnación de una generación quemada" es un cuento de David Foster Wallace (escritor estadounidense, 1962-2008). Su novela más popular es La broma infinita, y fue un autor muy prolífico, a pesar de su relativamente corta carrera antes de su suicidio en 2008.
Este cuento se publicó por primera vez en su libro Oblivion: Stories (2004), en 2009 en la revista Square e incluido en la compilación Generación quemada (una antología de autores norteamericanos) (Siruela, 2005), a la que da nombre.
Este relato es, literal y metafóricamente, una pieza ardiente. Inicia con un grito de dolor del que se sabe la razón en muy poco tiempo, es una carrera de obstáculos invisibles y sumamente dolorosos.
Con un narrador omnisciente y un final abierto nada favorecedor, Foster nos ofrece una narración tan breve como un alarido y que sin duda permanecerá en nuestra memoria. Como bien lo afirma en esta encarnación, "If you've never wept and want to, have a child".
Pueden leer la versión original en inglés en este enlace.
Encarnación de una generación quemada
El papá estaba al otro lado de la casa instalando una puerta para un inquilino cuando oyó los alaridos del niño y la voz de la mamá que se alzaba entre los gritos. Era una persona que se movía deprisa y, como el porche trasero daba a la cocina, antes de que la puerta mosquitero se hubiera cerrado a sus espaldas con un portazo, el papá abarco con la mirada toda la escena, la olla volcada sobre el suelo de baldosas delante de la cocina, la llama azul del quemador y el charco de agua en el suelo todavía humeante que se extendía en muchos brazos, el pequeñín con su abultado pañal, rígido, con el pelo despidiendo vapor y el pecho y los hombros de color escarlata, los ojos en blanco, la boca abierta y desencajada que de algún modo parecía independiente de los sonidos que emitía, la mamá, una rodilla en tierra, que lo secaba inútilmente con el paño de la cocina y que respondía a los aullidos del niño con sus gritos, histérica, casi paralizada. Una de sus rodillas y los suaves piececitos descalzos estaban aun en el charco humeante, y el primer movimiento del papa fue coger al niño por los sobacos, alzarlo y llevarlo al fregadero, de donde aparto los platos y abrió el grifo al máximo para que subiera el agua fría del pozo y corriese sobre los pies del niño, mientras con la mano ahuecada recogía y derramaba o arrojaba más agua fría sobre la cabeza, los hombros y el pecho, con el deseo, antes de nada, de ver que dejaba de salirle vapor, la mamá, junto a su hombro, siguió invocando a Dios hasta que la mando a por toallas y gasa si la tenían, el papá que se movía con rapidez y precisión, la mente masculina vacía de todo excepto de capacidad de decisión, sin percatarse todavía de con cuanta suavidad se movía o de que había dejado de oír los alaridos porque oírlos le habría paralizado y le habría impedido hacer lo que tenía que hacer para ayudar a su hijo, cuyos gritos eran tan regulares como su respiración y duraban tanto que se habían convertido en otra cosa más de la cocina, algo más que era necesario evitar deprisa. Fuera, la puerta lateral del inquilino montada sólo a medias colgaba de la bisagra superior y se movía ligeramente a causa del viento, y un pájaro posado en el roble al otro lado del camino que llevaba a la casa parecía observar la puerta con la cabeza ladeada mientras del interior seguían saliendo gritos. Las quemaduras más graves parecían ser las del hombro y el brazo derechos; el rojo del pecho y del estomago estaba transformándose en rosa bajo el agua fría y las tiernas plantas de los pies no tenían ampollas que el papá pudiera ver, aunque el pequeñín todavía apretaba los puños y chillaba, pero ya únicamente como reflejo por el miedo que el papá sólo más tarde sabría que creyó posible, la carita hinchada y las venas que sobresalían como cuerdas en las sienes y el papá seguía diciendo que estaba allí, que estaba allí, mientras la adrenalina disminuía y la indignación con la mamá por permitir que sucediera aquello empezaba a acumularse en volutas en el fondo de su espíritu aunque todavía a horas de distancia de que llegara a expresarla. Cuando la mamá regresó no estaba seguro de si convenía envolver al niño con una toalla o no, pero la mojó y lo envolvió apretando y luego alzó al bebé para sacarlo del fregadero y colocarlo en el borde de la mesa de la cocina para calmarlo mientras la mamá trataba de ver el estado de las plantas de los pies, y agitaba una mano en las proximidades de su boca al tiempo que profería palabras sin sentido y el papá se inclinaba hasta que su rostro estaba a la altura de la cara del niño sobre el borde ajedrezado de la mesa, y repetía la obviedad de que estaba allí al tiempo que trataba de calmar los gritos del pequeño, si bien el niño aún chillaba de manera entrecortada, un sonido agudo puro brillante, que podría haberle parado el corazón, y los labios mordisqueados y las encías que ahora parecían teñidas con el azul suave de una llama baja pensó el papa, mientras el niño gritaba de dolor como si aún estuviera bajo la olla volcada. Un minuto o dos como aquellos, que parecieron mucho mas largos, con la mamá al lado del papá hablando con voz cantarina ante el rostro del niño y la alondra en la rama y con la cabeza ladeada y la bisagra que comenzaba a mostrar una grieta blanca por el peso de la puerta inclinada hasta que la primera voluta de vapor salió, perezosa, por debajo del borde de la toalla que envolvía al niño y los ojos de los padres se encontraron, desorbitados: el pañal, que cuando retiraron la toalla y recostaron al pequeñín sobre el hule ajedrezado y despegaron los velcros reblandecidos y trataron de quitárselo, se resistió levemente con acompañamiento de nuevos alaridos; el pañal estaba caliente, el pañal de su bebé les quemaba las manos y vieron entonces donde había caído la mayor cantidad de agua y donde se había acumulado y había estado quemando al pequeñín todo aquel tiempo mientras aullaba para que le ayudaran y no lo habían hecho, no lo habían pensado y cuando se lo retiraron y vieron el estado de lo que estaba allí, la mamá pronunció el nombre de su Dios y se agarró a la mesa para mantenerse en pie mientras el padre se volvía y lanzaba un directo al aire de la cocina y se maldecía a sí mismo y al mundo, aunque no por última vez, mientras su hijo podría haber estado dormido ahora si no fuera por el ritmo de la respiración y los minúsculos movimientos convulsos de sus manos en el aire por encima de donde estaba tumbado, las manos del tamaño del pulgar de un adulto que habían agarrado el pulgar del papá en la cuna mientras miraba el movimiento de la boca del papá al cantar, la cabeza de lado y dando la sensación de ver algo mucho mas allá, con una mirada que causó al papá un extraño sentimiento de desamparo. Si no has llorado nunca y quieres hacerlo, ten un hijo. Te romperá el corazón dentro del pecho, eso es lo que hará un hijo, es la gangosa canción que el papá oye de nuevo como si la dama del country estuviera allí con él contemplando lo que habían hecho, aunque horas mas tarde lo que el papá menos se perdonaba era lo mucho que deseaba un cigarrillo, precisamente entonces, cuando le pusieron un pañal como mejor sabían, hecho de gasa y dos toallas pequeñas cruzadas y el papá lo alzó como un recién nacido con la cabeza en la palma de una mano y lo llevó corriendo hasta la furgoneta recalentada y quemó los neumáticos todo el camino hasta la ciudad y la sala de urgencias de la clínica, con la puerta del inquilino colgando abierta todo el día hasta que cedió el gozne, pero para entonces era demasiado tarde, cuando la cosa no cesaba y ellos no lograban detenerla y el niño había aprendido a abandonarse y contemplar todo lo que quedaba por suceder desde un lugar mas alto, y lo que se hubiera perdido carecía ya de importancia desde entonces, y el cuerpo del bebé se expandió y anduvo de aquí para allá y recibió mensualidades y vivió su vida sin que nadie lo habitara, una cosa más entre las cosas, su alma suspendida en lo alto como una nube de vapor, cayendo como lluvia y luego alzándose, el sol arriba y abajo como un yoyo.
Published on January 31, 2016 10:17
January 30, 2016
Filosofía de hielo y fuego - Bernat Roca, Francesc Vilaprinyó y David Canto
Published on January 30, 2016 11:15
January 29, 2016
Agenda del suicidio - Pablo Raphael

(Publicación temporal)
Agenda del suicidio (Tumbona ediciones, 2011) de Pablo Raphael (escritor mexicano, 1970) es el primer libro de cuento del autor y con el que se hizo acreedor al Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen.
El libro se puede conseguir en Librerías Gandhi o directamente en la página de la editorial.
Selección de las mejores frases del libro:
A esta hora el agua
"En toda la tierra y por unos segundos nadie piensa en ella." p. 10
"...los gritos para llamarla son en realidad para llamarse entre ellos..." p. 11
El error de la liga Witte
"Hay tres posibilidades para mí: el cadalso, el suicidio o un futuro tan brillante que no me atrevo a pensar en ello." p. 36
"El asco recorría mi estómago mientras mi lengua se encargaba de deleitar sus oídos." p. 37
Trofeo para Idaho
"Y no había noche, ni bebida, ni objeto que pudiera calmar las ganas de una nueva víctima. Era un acumulador. En sus manos y con sus manos tenía la posibilidad de conseguir la última pieza que le faltaba. Se decidió y colocó esa pieza, ese animal, en la mira: el miedo mismo. Siempre dijo de sí que era un hombre extraño y más que creerle yo lo comprobaba en cada una de sus manías, en la forma de contradecir todo lo que se le decía..." p. 43
"Era un experto, revisó los cartuchos, acarició el gatillo, se detuvo unos segundos en la mira, giró la escopeta hacia su cuerpo y calmó el fuego y el miedo, la respiración nerviosa de su último trofeo." p. 46
El olvido del mundo
"...reconociéndose como el alma que lleva muchas décadas arrastrando a un cuerpo con la memoria despedazada." p. 53
El uno y su doble
"...los críticos no tienen noción del espacio y por eso no caben en ningún sitio." p. 57
"vivía atormentada por la duda de la infidelidad, tanto de la propia como la que pudiera cometer su marido." p. 61
"Se puede negar, se puede coincidir, incluso de puede cambiar de opinión. Pero poner en duda la palabra de alguien es algo que insulta." p. 64
"...sólo era capaz de encontrar la verdad en la contradicción que hay en el gusto de dudar." Ibídem
"Los años habían agotado las estrategias." p. 67
"Ver que una persona muere es como dar dos pasos. El primero es fácil y ligero, el siguiente pesa dos toneladas." p. 73
Días conjugados
"...una vida donde la tragedia fue siempre silenciosa." p. 89
"...en la lectura de esa historia las lágrimas escurrieron con el desasosiego de aferrarse irremediablemente a lo que hace daño." p. 91
Portbou, el último pasaje
"Pero si hablamos de escalones, cuando un pie no ejerce la presión que garantice el equilibrio, la caída será, casi siempre, mortal." p. 108
"Nadie sabe qué hacer con una persona cuando ésta muere en sus brazos, nadie sabe cargar con un muerto en las espaldas o en los brazos." p. 112
"...la culpa y el miedo son dos consejeros que siempre llevan al fracaso." p. 114
La mano anárquica
"Se fue matando ante nuestros ojos sin que nadie quisiera o pudiera hacer nada."
"Le encantaba estar borracho, Lo vivía como una liberación, como una manera de entender el mundo, de sobrevivir." p. 123
"¿Quién diría que apagar y prender un interruptor pudiera ser algo demencial? Los cuarenta y cinco intentos de tu izquierda no fueron suficientes para vencerte con cuarenta y seis. Ahora el insomnio y la noche." p. 126
Published on January 29, 2016 11:57
January 24, 2016
Irreverencias maravillosas: Los monstruos que nos habitan

El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, busca las razones por las que los monstruos, esos seres extraños y misteriosos que muchas veces provocan terror con su sola presencia, nos han atraído desde siglos atrás y han estado presentes en nuestras vidas desde entonces.
La versión completa del texto se encuentra en este enlace de la revista.
Los monstruos que nos habitan
No hace falta conocer el peligro para tener miedo;
de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.
Alexandre Dumas
LA PALABRA MONSTRUO viene del latín monstrum (maravilla o prodigio) que deriva de la raízmonere (advertir, avisar). Sus primeras acepciones incluían deformidades físicas y espantosos seres irreales, pero actualmente incluye también aspectos amorales o despiadados del comportamiento del ser humano, mismo que puede comprenderse con algún acercamiento a la psicología y al psicoanálisis.

Uno de los arquetipos de la psicología analítica de Carl Gustav Jung es la Sombra, lo inconsciente de la personalidad, todo lo opuesto al Yo, puede tener un carácter personal o colectivo y era representada a través de figuras despreciables, como monstruos y demonios. Jung la describía de la siguiente manera: «…en el hombre inconsciente justamente la sombra no sólo consiste en tendencias moralmente desechables, sino que muestra también una serie de cualidades buenas, a saber, instintos normales, reacciones adecuadas, percepciones fieles a la realidad, impulsos creadores, etc.». Los monstruos representan en su totalidad esa sombra, lo que no podemos ser pero que anhelamos en la intimidad. Nos reflejamos en ellos. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886), novela de Robert Louis Stevenson, muestra a la perfección esta dualidad del ser humano: mientras el doctor Jekyll es un hombre que actúa conforme a todas las normas sociales, su antagonista, el señor Hyde, ser en el que se transforma después de consumir cierta pócima, se regocija en el comportamiento más reprobable que puede ejercer.

La mitología y literatura de distintas culturas están plagadas de leyendas muy similares, de seres monstruosos e historias fantásticas, y el terror que han creado desde cientos de siglos atrás ha servido para acercar y unir a los seres humanos. Un magnífico ejemplo literario son los bestiarios fantásticos, y entre las distintas obras que podrían identificar con lo monstruoso se encuentran Frankenstein (1818), novela de Mary Shelley que refleja el temor por el «desafío a lo divino» que podría significar la Revolución Industrial, o el poema «Jabberwocky» (1871), de Lewis Carroll, que manifiesta los descubrimientos en geología y paleontología de la época en las ilustraciones del extraño y siniestro ser descrito.

Con el surgimiento del cine clásico de horror, este género encontró vías mucho más lucrativas: a través de la pantalla grande, los directores de cine pudieron explotar los temores reprimidos de su audiencia. En The vampire (1913) aparecen las primeras vampiras atractivas que modifican la percepción general sobre un tema satanizado. Drácula (1897), novela de Bram Stoker, fue adaptada por primera vez a la pantalla grande en 1920, y su protagonista, un vampiro seductor, representaba la maldad misma, por lo que también causaba repudio. El fantasma de la ópera, adaptación de 1925 de la obra literaria de Gastón Leroux, donde el personaje principal tiene desfigurada una parte del rostro que mantiene oculta y es dueño de un porte impecable, resultando en misterio y atracción. Nuestra señora de París, novela de Víctor Hugo que cuenta con 6 adaptaciones cinematográficas desde 1905, muestra a un personaje amorfo que finalmente logra ser amado. Una de las hipótesis de mostrar a personajes peculiares es la de crear una mayor aceptación por parte de la población hacia las personas afectadas debido a las numerosas guerras y los conflictos armados.

Tras la increíble y fiel adaptación a la radio de la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells por Orson Welles, en 1938, la llegada del hombre a la Luna y la amenaza de la Guerra Fría, las invasiones alienígenas ganaron espacio en cintas como The Day the Earth Stood Still y The Thing from Another World (1951), It Came from Outer Space (1953) y la película de serie B Plan 9 from Outer Space (1959).En 1954, nueve años después de los bombardeos a Iroshima y Nagasaki, se produjo la película Godzilla, cuyo protagonista, un inmenso monstruo reptiloide, resultado de la radiación, devastaba todo a su paso, imitando el desastre en ambos sitios después del ataque.

La temática principal en los inicios de la década de los 70 fue lo demoniaco o satánico específicamente en personajes infantiles, donde sobresalen El bebé de Rosemary (1968), la saga de El exorcista (1972) y la de La profecía, que inició tres años después. Una de las posibles explicaciones es que en ellas se representa la preocupación social norteamericana por la revolución sexual y el amor libre pregonado por los hippies.En la década de los 80, la saga de Terminator retrató la desconfianza a las nuevas tecnologías y a la rebelión de las máquinas, como lo hizo también Blade Runner (1982), basada en parte en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick.Pero también existen, y son muy numerosos, los monstruos que no se pueden reconocer a primera vista, y esos son, muchas veces, los más peligrosos, como los psicópatas o los asesinos seriales. Respecto a lo anterior, el autor David Schmid ha publicado, entre otros, los libros Natural Born Celebrities: Serial Killers in American Culture y The Devil You Know: Dexter and the ‘Goodness’ of American Serial Killing. El escritor Norman Mailer declaró que los auténticos monstruos eran aquellos que escribían libros maravillosamente dulces, de ahí que se pueda extrapolar a la idea de que quienes se comportan de manera extraordinaria, puedan ser en realidad, o por debajo de la piel, los seres más atroces. Además, los monstruos más temibles son aquellos con características humanas, pues fungen como espejos de nuestra Sombra.

En Speaking of Monsters: A Teratological Anthology, uno de los múltiples libros del doctor John Edgar Browning, explica respecto a los monstruos que «Él o ella puede provocar empatía o pathos, lo que nos obliga a reconocer su monstruosidad como nuestra y así abrazar lo que una vez nos enseñaron a odiar».El terror, en cualquier de sus facetas, nos fascina porque lo sabemos irreal, porque inconscientemente nos otorga cierto placer, genera un miedo consciente y temores gratificantes. La empatía con lo monstruoso nos hace comprender nuestros propios miedos y sus orígenes, y conocer sus más ocultas motivaciones nos vuelve partícipes, cómplices; pero también abriga el temor a la imitación y denota cierta misantropía: se prefiere lo diferente por rechazo a lo humano.Los monstruos, que antes fungían como un augurio, se han convertido en un espectáculo fascinante, la Sombra ha cobrado una forma real y ya no se esconde, sino que busca todas las superficies posibles para mostrar que está presente todo el tiempo, aun cuando la luz pretenda abarcarlo todo para otorgar seguridad. Finalmente, y recordando a Jung, «Uno no se ilumina imaginándose figuras de luz, sino tornando la oscuridad consciente».~
Published on January 24, 2016 12:29
December 30, 2015
La existencia a través de la fotografía (Travel Journal | Chile por Cast Zam)

Cast Zam (Querétaro, 1991) es un talentoso fotógrafo y diseñador gráfico de la ciudad de Querétaro. Se enfoca en el diseño editorial y el branding.

The Travel Journal es, como él lo define, un proyecto fotográfico a manera de diario para registrar su viaje a través de Chile:

Ésta es la página de sus bellos proyectos de diseño e increíble fotografía, y éste es su sitio en VSCO.
Tuve la fortuna de redactar algunas líneas para este proyecto, que me pareció magnífico desde el inicio:

Éstas son algunas de las magníficas fotografías de su proyecto:



Postales, timbres de correo, fotografías enmarcadas y una selección de las mismas publicadas en un pequeño y hermoso book estarán a la venta próximamente.
Published on December 30, 2015 11:55
December 29, 2015
Carta de bienvenida (cuento publicado en Laberinto, suplemento cultural de Milenio)

En el número 653 de Laberinto, el suplemento cultural del periódico Milenio, se publicó el 19 de diciembre mi cuento "Carta de bienvenida" como una de las 6 perlas navideñas reunidas para conmemorar estas fechas. Elizabeth Bishop, Jonathan Minila, Lorel Manzano, Maritza M. Buendía y Maira Colín son los otros autores de perlas con los que comparto páginas.
"Carta de bienvenida" es un cuento breve inspirado en un antiguo reino escocés y las celebraciones paganas que dieron origen a la Navidad del cristianismo.
Pueden leer la versión digital en este enlace del suplemento, y las otras perlas navideñas y el número completo en el sitio de Laberinto en Issuu.
Published on December 29, 2015 14:16