Pablo Poveda's Blog, page 56

August 20, 2016



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Published on August 20, 2016 04:09



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August 4, 2016

Es por tu salud



Es por tu salud


Creo firmemente en la importancia de tener el alma tranquila. Y digo alma y no conciencia, porque para mí, son dos cosas diferentes. Hace unos años conocí a un tipo que también vivía en el extranjero. Él era director de cine, había estudiado para ello, también había escrito varios cortos, incluso dirigido, y hasta había logrado cierta repercusión en los festivales más reconocidos de Estados Unidos. Siempre contaba la historia, de cuando trabajó en el extranjero o hacía lo que le apasionaba. Siempre lo contaba utilizando formas de pasado remotas, como si las cenizas de todo aquello hubiesen desaparecido, como si perteneciera a otra vida, a otra persona. Con el tiempo, dejó de hacer todo lo que le mantenía conectado con este terreno, para pensar con la lógica. Muchos me decían que era su pareja, que lo había castrado psicológicamente, neutralizándolo, reduciéndolo a cero. Tal vez. Yo creí lo mismo al principio. Se había convertido en una persona llena de odio hacia los demás, hacia su entorno. Sudaba envidia, rabia, celos y prepotencia. No necesité demasiado para darme cuenta que, de su espalda, colgaba una lista de complejos y frustraciones, creadas únicamente por él -y no por su pareja, como muchos pensaban, ya que su pareja no es más que eso, alguien que lo acompaña-.

Su vida siguió, le perdí la pista, así como se la perdieron todos, ya que era muy dado a enemistarse sin hacerlo público, hablar mal de otros y criticar sin descaro por las espaldas. Al final, todo se sabía, incluso en las ciudades grandes y tenía que crear nuevos grupos de amistades -que terminaba cerrando posteriormente, o desapareciendo de ellos-. El poco tiempo que compartí con él vi que, además de engañarse a sí mismo (volveré a escribir, me pondré pronto y demás excusas que nos inventamos para engañarnos a nosotros mismos), siempre estaba alterado. No podía disfrutar de la paz de la tranquilidad, porque su alma seguía agitada.

Estos días de vacaciones, sigo levantándome pronto para hacer lo que más me gusta: escribir. Teclear y leer, continuar con la rutina. Liberado del estrés de la gran ciudad, el ruido de motores y rodeado del buen tiempo, me siento en un momento zen, en un limbo emocional y físico, en el que no me puedo sentir mejor porque creo haberlo alcanzado todo.

Estos días me pregunto si, durante estos años, hubiese tirado la toalla en algún momento, regido por mis frustraciones -o las de otros, como pasa normalmente-, superado por la presión o dejando morir mis sueños por no ser una realidad posible para las personas que me rodean.

Como la de esta persona, hay otras muchas almas agitadas pululando por ahí, sembrando el desorden, molestando o ardiendo en sus propias brasas -salpicando a quien camina cerca-.

Mejor alejarse y no pensarlo demasiado.

Dejar al alma apenada, es lo peor que podemos hacer.

Y no es por dinero, fama o ego.

Es por salud. Y la salud, en esta vida, al final lo es todo.

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Published on August 04, 2016 03:21



Es por tu salud
Creo firmemente en la importancia de te...



Es por tu salud


Creo firmemente en la importancia de tener el alma tranquila. Y digo alma y no conciencia, porque para mí, son dos cosas diferentes. Hace unos años conocí a un tipo que también vivía en el extranjero. Él era director de cine, había estudiado para ello, también había escrito varios cortos, incluso dirigido, y hasta había logrado cierta repercusión en los festivales más reconocidos de Estados Unidos. Siempre contaba la historia, de cuando trabajó en el extranjero o hacía lo que le apasionaba. Siempre lo contaba utilizando formas de pasado remotas, como si las cenizas de todo aquello hubiesen desaparecido, como si perteneciera a otra vida, a otra persona. Con el tiempo, dejó de hacer todo lo que le mantenía conectado con este terreno, para pensar con la lógica. Muchos me decían que era su pareja, que lo había castrado psicológicamente, neutralizándolo, reduciéndolo a cero. Tal vez. Yo creí lo mismo al principio. Se había convertido en una persona llena de odio hacia los demás, hacia su entorno. Sudaba envidia, rabia, celos y prepotencia. No necesité demasiado para darme cuenta que, de su espalda, colgaba una lista de complejos y frustraciones, creadas únicamente por él -y no por su pareja, como muchos pensaban, ya que su pareja no es más que eso, alguien que lo acompaña-.

Su vida siguió, le perdí la pista, así como se la perdieron todos, ya que era muy dado a enemistarse sin hacerlo público, hablar mal de otros y criticar sin descaro por las espaldas. Al final, todo se sabía, incluso en las ciudades grandes y tenía que crear nuevos grupos de amistades -que terminaba cerrando posteriormente, o desapareciendo de ellos-. El poco tiempo que compartí con él vi que, además de engañarse a sí mismo (volveré a escribir, me pondré pronto y demás excusas que nos inventamos para engañarnos a nosotros mismos), siempre estaba alterado. No podía disfrutar de la paz de la tranquilidad, porque su alma seguía agitada.

Estos días de vacaciones, sigo levantándome pronto para hacer lo que más me gusta: escribir. Teclear y leer, continuar con la rutina. Liberado del estrés de la gran ciudad, el ruido de motores y rodeado del buen tiempo, me siento en un momento zen, en un limbo emocional y físico, en el que no me puedo sentir mejor porque creo haberlo alcanzado todo.

Estos días me pregunto si, durante estos años, hubiese tirado la toalla en algún momento, regido por mis frustraciones -o las de otros, como pasa normalmente-, superado por la presión o dejando morir mis sueños por no ser una realidad posible para las personas que me rodean.

Como la de esta persona, hay otras muchas almas agitadas pululando por ahí, sembrando el desorden, molestando o ardiendo en sus propias brasas -salpicando a quien camina cerca-.

Mejor alejarse y no pensarlo demasiado.

Dejar al alma apenada, es lo peor que podemos hacer.

Y no es por dinero, fama o ego.

Es por salud. Y la salud, en esta vida, al final lo es todo.

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Published on August 04, 2016 03:21

Es por tu salud

Creo firmemente en la importancia de tener el...



Es por tu salud



Creo firmemente en la importancia de tener el alma tranquila. Y digo alma y no conciencia, porque para mí, son dos cosas diferentes. Hace unos años conocí a un tipo que también vivía en el extranjero. Él era director de cine, había estudiado para ello, también había escrito varios cortos, incluso dirigido, y hasta había logrado cierta repercusión en los festivales más reconocidos de Estados Unidos. Siempre contaba la historia, de cuando trabajó en el extranjero o hacía lo que le apasionaba. Siempre lo contaba utilizando formas de pasado remotas, como si las cenizas de todo aquello hubiesen desaparecido, como si perteneciera a otra vida, a otra persona. Con el tiempo, dejó de hacer todo lo que le mantenía conectado con este terreno, para pensar con la lógica. Muchos me decían que era su pareja, que lo había castrado psicológicamente, neutralizándolo, reduciéndolo a cero. Tal vez. Yo creí lo mismo al principio. Se había convertido en una persona llena de odio hacia los demás, hacia su entorno. Sudaba envidia, rabia, celos y prepotencia. No necesité demasiado para darme cuenta que, de su espalda, colgaba una lista de complejos y frustraciones, creadas únicamente por él -y no por su pareja, como muchos pensaban, ya que su pareja no es más que eso, alguien que lo acompaña-.
Su vida siguió, le perdí la pista, así como se la perdieron todos, ya que era muy dado a enemistarse sin hacerlo público, hablar mal de otros y criticar sin descaro por las espaldas. Al final, todo se sabía, incluso en las ciudades grandes y tenía que crear nuevos grupos de amistades -que terminaba cerrando posteriormente, o desapareciendo de ellos-. El poco tiempo que compartí con él vi que, además de engañarse a sí mismo (volveré a escribir, me pondré pronto y demás excusas que nos inventamos para engañarnos a nosotros mismos), siempre estaba alterado. No podía disfrutar de la paz de la tranquilidad, porque su alma seguía agitada.
Estos días de vacaciones, sigo levantándome pronto para hacer lo que más me gusta: escribir. Teclear y leer, continuar con la rutina. Liberado del estrés de la gran ciudad, el ruido de motores y rodeado del buen tiempo, me siento en un momento zen, en un limbo emocional y físico, en el que no me puedo sentir mejor porque creo haberlo alcanzado todo.
Estos días me pregunto si, durante estos años, hubiese tirado la toalla en algún momento, regido por mis frustraciones -o las de otros, como pasa normalmente-, superado por la presión o dejando morir mis sueños por no ser una realidad posible para las personas que me rodean.
Como la de esta persona, hay otras muchas almas agitadas pululando por ahí, sembrando el desorden, molestando o ardiendo en sus propias brasas -salpicando a quien camina cerca-.
Mejor alejarse y no pensarlo demasiado.
Dejar al alma apenada, es lo peor que podemos hacer.
Y no es por dinero, fama o ego.
Es por salud. Y la salud, en esta vida, al final lo es todo.

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Published on August 04, 2016 03:21

August 2, 2016

Ambiciones



Ambiciones.


El verano siempre me hace pensar en las ambiciones de la vida, las mías, las de otros. La ambición no es más que un término, un querer, sin más dilación, latente, teniéndolo claro. Un querer, porque cuando el querer trasciende en el no poder, ya no se llama ambición, sino frustración, y de esa, hay mucha.

Pienso en mis ambiciones mientras tomo una clara en un puerto levantino. El sol se pone, deja un escenario precioso. La gente hace fotos, discute de banalidades con dudoso hincapié. No hace tanto, nos limitábamos a comentarlo, a saborear aquello, o tal vez no. Perdemos mucho tiempo idealizando el pasado, recordándolo a nuestra manera. De pronto, viene esa imagen, absurda, perdida y clara como la cerveza que hay sobre la mesa. Son mis ambiciones, las de escribir, las de tallar palabras con ganas y deseo; anhelo de hacer una vida, de vivir de lo que haces. Después me imagino en una llanura, en un secarral, árido, muy de aquí, seco, muy del levante. Pega el sol con fuerza, no hay nadie a mi alrededor. Estoy junto a un viejo Seat 600 que trato de arrancar. A veces, la mente nos habla de un modo que ni siquiera somos capaces de entender. Me considero parte de ese grupo que no hace mucho caso a lo que dicta la mente, siempre que puede y no se deja llevar, claro. La mente es arrojadiza, manipuladora, y por qué no, casi siempre, bastante hija de perra. La mente no siempre habla claro, y muchas veces, repite lo que ha dicho la psique de otro. Así que le pregunto sobre el 600 y qué tipo de ambición de mierda es esa, pero no responde, y se va a otra cosa.


Me resulta interesante que el yo más profundo responda a esas cosas cuando le hablo sobre ambiciones. El mundo que me rodea parece tenerlo todo más claro, parece haberse puesto de acuerdo, sobre las ambiciones que debo tener, cómo debo pensar y a quién debo votar. Desgraciadamente, la mente, que es el motor de empuje de mis días y mis noches, no es capaz de darme nada más conciso. Termino la cerveza, los barcos se mueven, siento que me burbujea la cabeza, pido la cuenta, el camarero se olvida, llamo a su compañero y vuelvo a casa dando un paseo.

Arrastro los pies hasta la puerta y me detengo. Jamás había encontrado tanta belleza única en un 600.

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Published on August 02, 2016 01:24



Ambiciones.
El verano siempre me hace pensar en las amb...



Ambiciones.


El verano siempre me hace pensar en las ambiciones de la vida, las mías, las de otros. La ambición no es más que un término, un querer, sin más dilación, latente, teniéndolo claro. Un querer, porque cuando el querer trasciende en el no poder, ya no se llama ambición, sino frustración, y de esa, hay mucha.

Pienso en mis ambiciones mientras tomo una clara en un puerto levantino. El sol se pone, deja un escenario precioso. La gente hace fotos, discute de banalidades con dudoso hincapié. No hace tanto, nos limitábamos a comentarlo, a saborear aquello, o tal vez no. Perdemos mucho tiempo idealizando el pasado, recordándolo a nuestra manera. De pronto, viene esa imagen, absurda, perdida y clara como la cerveza que hay sobre la mesa. Son mis ambiciones, las de escribir, las de tallar palabras con ganas y deseo; anhelo de hacer una vida, de vivir de lo que haces. Después me imagino en una llanura, en un secarral, árido, muy de aquí, seco, muy del levante. Pega el sol con fuerza, no hay nadie a mi alrededor. Estoy junto a un viejo Seat 600 que trato de arrancar. A veces, la mente nos habla de un modo que ni siquiera somos capaces de entender. Me considero parte de ese grupo que no hace mucho caso a lo que dicta la mente, siempre que puede y no se deja llevar, claro. La mente es arrojadiza, manipuladora, y por qué no, casi siempre, bastante hija de perra. La mente no siempre habla claro, y muchas veces, repite lo que ha dicho la psique de otro. Así que le pregunto sobre el 600 y qué tipo de ambición de mierda es esa, pero no responde, y se va a otra cosa.


Me resulta interesante que el yo más profundo responda a esas cosas cuando le hablo sobre ambiciones. El mundo que me rodea parece tenerlo todo más claro, parece haberse puesto de acuerdo, sobre las ambiciones que debo tener, cómo debo pensar y a quién debo votar. Desgraciadamente, la mente, que es el motor de empuje de mis días y mis noches, no es capaz de darme nada más conciso. Termino la cerveza, los barcos se mueven, siento que me burbujea la cabeza, pido la cuenta, el camarero se olvida, llamo a su compañero y vuelvo a casa dando un paseo.

Arrastro los pies hasta la puerta y me detengo. Jamás había encontrado tanta belleza única en un 600.

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Published on August 02, 2016 01:24

Ambiciones.

El verano siempre me hace pensar en las ambiciones...



Ambiciones.



El verano siempre me hace pensar en las ambiciones de la vida, las mías, las de otros. La ambición no es más que un término, un querer, sin más dilación, latente, teniéndolo claro. Un querer, porque cuando el querer trasciende en el no poder, ya no se llama ambición, sino frustración, y de esa, hay mucha.
Pienso en mis ambiciones mientras tomo una clara en un puerto levantino. El sol se pone, deja un escenario precioso. La gente hace fotos, discute de banalidades con dudoso hincapié. No hace tanto, nos limitábamos a comentarlo, a saborear aquello, o tal vez no. Perdemos mucho tiempo idealizando el pasado, recordándolo a nuestra manera. De pronto, viene esa imagen, absurda, perdida y clara como la cerveza que hay sobre la mesa. Son mis ambiciones, las de escribir, las de tallar palabras con ganas y deseo; anhelo de hacer una vida, de vivir de lo que haces. Después me imagino en una llanura, en un secarral, árido, muy de aquí, seco, muy del levante. Pega el sol con fuerza, no hay nadie a mi alrededor. Estoy junto a un viejo Seat 600 que trato de arrancar. A veces, la mente nos habla de un modo que ni siquiera somos capaces de entender. Me considero parte de ese grupo que no hace mucho caso a lo que dicta la mente, siempre que puede y no se deja llevar, claro. La mente es arrojadiza, manipuladora, y por qué no, casi siempre, bastante hija de perra. La mente no siempre habla claro, y muchas veces, repite lo que ha dicho la psique de otro. Así que le pregunto sobre el 600 y qué tipo de ambición de mierda es esa, pero no responde, y se va a otra cosa.



Me resulta interesante que el yo más profundo responda a esas cosas cuando le hablo sobre ambiciones. El mundo que me rodea parece tenerlo todo más claro, parece haberse puesto de acuerdo, sobre las ambiciones que debo tener, cómo debo pensar y a quién debo votar. Desgraciadamente, la mente, que es el motor de empuje de mis días y mis noches, no es capaz de darme nada más conciso. Termino la cerveza, los barcos se mueven, siento que me burbujea la cabeza, pido la cuenta, el camarero se olvida, llamo a su compañero y vuelvo a casa dando un paseo.
Arrastro los pies hasta la puerta y me detengo. Jamás había encontrado tanta belleza única en un 600.

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Published on August 02, 2016 01:24