Pablo Poveda's Blog, page 52
June 10, 2017
Levantarse
[image error]
Es junio, el calor ha venido para quedarse y atrás quedan los días fríos y grises que tanto mal hicieron… En la bandeja de entrada tengo treinta y dos correos por responder. Siento que me faltan las horas, que el tiempo se escapa de mis manos cuando tiro de la cisterna del inodoro. Hay quien desaparece porque lo necesita, pero yo ni siquiera tuve elección. A final de año, ya predije que 2017 sería un año especial y no me faltaba razón. Llegado al ecuador, la intensidad sigue siendo la misma desde el minuto uno. Por supuesto, no tengo esperanzas a que el ritmo baje y preveo que el año termine así, lleno de sorpresas. Podría decir que está siendo el peor/mejor año de toda mi vida, al menos, el que recordaré para siempre como algo diferente.
Aún así, he tenido la disciplina de sacar adelante El Maestro, Caballero, La noche del fuego y ahora, en unos días (a pesar de que voy a contrarreloj, me gustaría que saliera el día 13 de junio) Don, mi última novela, la historia de un multimillonario que llega donde la justicia no es capaz. Un hombre con un pasado turbio, impasible ante los criminales. En este vídeo se puede ver el tráiler que hice para el libro y aquí leer el adelanto de seis capítulos.
Será por el tiempo y la acumulación de todo, pero me siento como Rocky Balboa en Rocky IV, luchando contra Drago, que es mi representación de la vida durante estos últimos días. Han sido meses de éxitos y fracasos, de malos movimientos financieros y decisiones a destiempo. Época de trasnochar frente a la pantalla, llenarme de energía, pero también de caerme, planteármelo todo y volver a empezar. Meses de despertar con el corazón en un puño y tener ganas de mandarlo todo al carajo, pero ahí reside la importancia de ser fuerte y completar los procesos. Estocadas para darme cuenta de que hace falta seguir trabajando y no me puedo dormir en los laureles, de que la incertidumbre sólo crea un miedo innecesario. Hasta el 30 de junio no podré anunciar públicamente algo que me quema por dentro, pero tendremos que ser pacientes. Un gran cambio está por llegar (y pronto podré compartirlo con vosotros).
Los malos tiempos no perduran ¡Pero las personas de temple sí!
—Robert Schuller.
A partir de julio espero retomar con frecuencia las publicaciones en el blog y subir más vídeos -así como seguir trabajando en nuevas historias-. Nuevos retos, nuevos ciclos que se abren y otros que se cierran. Desde hace días, el cuerpo me tiembla demasiado al pensar en lo que está por llegar.
[image error]
Echo la vista atrás y siento que han pasado años, aunque no más de seis meses. Tomar las riendas del camino que he decidido tomar no es sencillo, aunque el más gratificante que he encontrado en mi vida. También sería muy idiota pensar que esto lo he logrado gracias a mí. De ningún modo. Sin vosotros, quienes me leéis -y quienes realmente me importáis-, esto no habría llegado a ninguna parte. Tengo las herramientas y los canales pero, como siempre, son las personas las que conectan con otras.
Finalmente, sólo pediré una cosa. Cada vez sois más quienes me leéis y compráis mis libros -algo que agradezco infinitamente-. Tan sólo pediría que dejarais un comentario en Amazon, algo breve, ya que, para ellos, es la manera de que un libro siga en alza. Dejo los enlaces abajo. Gracias adelantadas. Si insisto, es porque necesitan de vuestra ayuda. Gracias adelantadas.
Hoy, más que nunca, la vida es una carrera de fondo.
Saga Caballero
Caballero
La Isla del Silencio
La Maldición del Cangrejo
La noche del fuego
Saga El Profesor
El Profesor
El Aprendiz
El Maestro
Otros
Motel Malibu
Sangre de Pepperoni
La Chica de las canciones
Generación Perdida
May 24, 2017
Fracaso
[image error]
No hay nada peor que estar enfermo para empezar a reflexionar sobre la vida.
El otro día iba en el autobús cuando una mujer se me sentó al lado y pude oler ese hedor a rancia enfermedad que, a veces, muchas personas destilan por su aliento. Pensé que no lo iba a coger porque soy una persona con el alma bastante fuerte, pero no fue así, me pilló desprevenido y, horas después, estaba totalmente enfermo con un dolor de garganta del carajo y alucinaciones nocturnas. Así que pensé que, entre tanto delirio, era el mejor momento para empezar a reflexionar sobre las cosas que no había hecho y sobre las que me quedaban por hacer.
Al final te das cuenta de que siempre la vida es un ciclo que sube y que baja, que sube y que baja, y que, cuando te vas haciendo más viejo, salir de fiesta, maltratar a tu cuerpo, castigarlo con escasas horas de sueño, etc…, acaban pasando factura. Miro al pasado, miro las fotos, miro las cuentas de Instagram de otras personas, lo observo todo y me doy cuenta de que hay muchas cosas que quise haber hecho pero no hice ni solo, ni acompañado y que, sin embargo, pude tener la oportunidad hacerlas, aunque hoy me importe un bledo.
Sé que puede sonar como un estereotipo pero, fracasar en muchas de las cosas que quería hacer, fue lo mejor que me ha pasado. Fracasar con la banda, en mi carrera musical, en mi carrera artística como escritor, en mis relaciones sentimentales, en miles de proyectos que quise sacar adelante; todas aquellas cosas que empecé y nunca hice… Con el tiempo voy tomando perspectiva y distancia, y las cosas que salieron mal, resulta que tenían que salir así. Aprendí la lección de que no volvería a hacerlas de ese modo, y que simplificaría y lo haría mucho mejor, si las tuviera que hacer de nuevo. Por eso pienso que el fracaso es algo necesario, no siempre, pero tampoco tiene que predominar el éxito en nuestra mente todo el tiempo, porque en un momento del camino, vamos a fracasar, vamos a hacer las cosas torcidas y está bien, no pasa nada, está bien hacerlo así, está bien aceptarlo y aprender de los errores. La perfección difícilmente existe y, si existe, no puede llegar de primeras.
Por tanto, abogo por el fracaso como camino hacia el éxito, camino a hacer las cosas bien, a sentar las bases y empezar de nuevo, a reinventarte porque la vida, al fin y al cabo, es como un latido del corazón, que sube y que baja, y porque si lo hacemos toda a la primera, esto de vivir se convierte en algo bastante aburrido.
May 7, 2017
Las reglas del juego
[image error]
Algunas veces me doy cuenta de que, cuando empiezas a jugar con las reglas que te ofrece Internet, no hay vuelta atrás. Esto significa que, cuando empecé a vender libros online, me di cuenta de que toda la idea que tenía del mundo anterior -como tener un horario de oficina donde se trabaja normalmente todos los días, unos días más, algunos días menos, a sabiendas que al final de mes te van a pagar un salario- dejaba de existir.
Comprendí que sería Internet quien decidiría si iba a vender libros o no y que debía luchar y reinventarme a diario, porque no podía esperar nada de nadie, solo de mí mismo.
Empecé a ver todo esto como el oficio de un boxeador que tiene a una persona delante que le está golpeando todo el tiempo. Al principio, no veía resultados porque era la otra persona la que me estaba golpeando. Así que lo único que podía hacer era defenderme, para no caer y, poco a poco, a medida que empezaba a encontrar oportunidades, golpear al oponente. Pronto nació la necesidad de empezar a verlo de esta manera ya que, si realmente quería dedicarme a ello, tenía que adaptarme a las normas del juego. Todo lo que creas conseguir en la red, es efímero. Tan rápido como te lo da, te lo quita.
En cierto modo, no he vuelto a ser el mismo desde que cambió esta mentalidad para siempre donde la perspectiva de la estabilidad, del planear un futuro, ya no existe para mí. Comencé a sentir cierto gusto por ese caos para centrarme en el presente, y aunque yo tenga una visión macroscópica, siempre sé que tengo que estar cada día dando el máximo de mí para poder llegar al objetivo, porque nadie me asegura que mañana eso se haya terminado.
La gente sigue pensando que estoy algo loco a la hora de ver el mundo de esta manera, pero en los tiempos tan rápidos que corren, si quieres hacer algo que realmente resulta difícil, no hay otra forma de afrontar la realidad. Trabajo, constancia y ejecución. Y nada de esto te asegura que vayas a lograrlo. En el momento en el que te retiras de la senda, has perdido.
Con esto, no critico que la gente quiera tener un empleo estable, hacer planes de futuro, comprar una casa, etc… De hecho, pienso que es lo más normal y cada uno debe saber cómo prefiere vivir su vida. Simplemente, en mi visión de las cosas sobre lo que quiero alcanzar, esto no es posible y termina siendo frustrante. Resulta difícil que la gente me entienda y no es algo que yo espero que haga. Siempre hay un precio que pagar, hagas lo que hagas, y si estás dispuesto a luchar por un ideal, vas a tener que afrontar las opiniones de la gente que no piense como tú. Solo considero que dentro de tu realidad, dentro de tu visión, será lo más correcto para ti y eso es lo que importa. Cada persona debe elegir su camino decidir, que está dispuesta a arriesgar para ser feliz, no algún día, sino cada segundo que pase.
Florencia
[image error]
Supongamos que me acuerdo de Florencia. De ti y de mí, de los dos corriendo por esos puentes, ebrios, más locos que hoy, más ingenuos que nunca. Una noche mágica en la que todos caminaban bebidos. Me perdí en la estación de trenes de Bolonia por llegar hasta allí. Más tarde te conseguí aquella bicicleta como muestra de lealtad, y al día siguiente comimos en el sitio de pasta que tanto te gustaba. Contigo aprendí a dejarme llevar, a sacar el lado más salvaje que habitaba bajo mis vestiduras. Era otro, y tú también. Esas resacas interminables que no me permitieron comer pizza antes de marcharme de allí, me marcaron para siempre como cicatrices. No estaba hecho para tanto Sex on the beach. Supongamos que hablamos de Florencia, de algo efímero y bonito de recordar.
Y quién lo iba a decir después de tanto tiempo, que al parecer no ha sido tanto, sino algunos años. Nos encontramos el uno frente al otro, como dos desconocidos, sin hablarnos, sin decirnos nada. Simplemente sabemos que existimos, pero yo todavía me acuerdo de Florencia, y de esas noches, y tengo un bonito recuerdo de ellas como espero que tú también. Y entre estas líneas, nadie sabrá de qué hablo hasta que tú lo encuentres algún día.
Y deberás pensar que soy un cretino por todo este tiempo, pero ambos sabíamos que cada uno tenía su camino y debíamos luchar por seguir en él. Las cosas pasan, todo se acaba, tú tomaste el tuyo yo sigo enderezando el mío sabiendo que algún día llegaré a la meta.
Hoy me acordado de ti, así sin más, sin venir a cuento, pero podría haber sido otra, porque después de todo, aunque pasen los años y pasen los días, yo siempre me acuerdo de todas, de unas más y mejor, de otras menos y peor, pero de todas, y tú fuiste una de ellas.
May 5, 2017
Averiguar
[image error]
Pisar tierra firme, de nuevo. Subirme a un avión tras un pestañeo. Las vacaciones no son más que un término que relacionamos como el descanso, el no hacer nada o el puro ocio. Tras muchos años, esta vez, han significado algo más: un reencuentro, una frenada rápida al borde del precipicio. Reflexionar antes de la caída, mirar con perspectiva y regresar a casa para apreciar muchas cosas y depreciar algunas otras. Tal vez porque sean las últimas vacaciones que tome en mucho tiempo, quizá porque me siento como Jim Carrey en El Show de Truman tras pasar la tormenta y darse con la pared pintada.
Los excesos pasan factura y también los años. Nos hacemos más viejos, aunque no más maduros. Velocidades distintas que el tiempo no entiende pero que achaca de una forma u otra. No le preguntes a una persona que gana 15.000€ al año cómo hacer 30.000€. No le preguntes a una persona triste cómo ser feliz.
Embarqué con la intención de terminar una novela, dedicarme a mis escrituras y empujar una maquinaria que necesitaba velocidad. No obstante, nada de eso sucedía y, por mucho que lo intentara, siempre había algo que se interponía en mi camino. No tardé en darme cuenta que, por alguna razón, nadaba a contracorriente. Decidí caminar, reunirme con esa parte a la cual creemos pertenecer y darme de bruces contra un muro de ladrillo rojo. Parar el segundero y escuchar una voz interior que grita repitiendo un mantra, observando los resquicios del pasado y las cicatrices impregnadas en el recuerdo, era parte de lo que el cuerpo me pedía. Perderme en la infinidad del silencio.
Había pasado una época lúgubre, falto de energía y vitalidad. A veces, olvidamos lo importante que es escuchar a nuestro cuerpo, el lugar donde habitamos. Guiarnos por él, por los latidos del corazón, como una brújula que marca el rumbo de nuestra embarcación. Sin duda, lo más complicado de todo resulta averiguar quiénes somos realmente, si es que llegamos a hacerlo. Dejar a un lado las justificaciones, la apariencia social, ese afán por impresionar al entorno que nos oprime para que nos vale, buscando la palmadita en el hombro, la ovación. Al cuerno con eso. Aprender a caminar sin esperar nada de nadie, sin abandonar la enfermiza manía de comparar los números con el vecino y decidir, de una maldita vez por todas, qué es lo que queremos hacer y por dónde vamos a empezar. Asumir riesgos, golpear el saco hasta hacernos sangrar los nudillos. Basta por hoy, mañana más. Siempre habrá un puesto para ti en algún lugar, no hay por qué temer por ello sino por no haberlo intentado. La verdad asusta, así como aceptar que la única forma de convertir las ideas en algo posible es a través del esfuerzo y la dedicación, sin importar qué pensarán los otros de tus ambiciones. Que ellos no las tengan, no significa que tú tampoco debas.
Después de mucho tiempo, me subo a un avión de vuelta con las páginas en blanco pero con la lección aprendida, sin haber tratado de convencer a nadie más que a mí mismo, que sólo existe un camino y es el que yo marco. Y a quien me lea, con todo mi cariño, que no se preocupe, porque he vuelto para quedarme, para escribir más y más historias, tras haberme encontrado de una vez por todas. Busca tu camino y empieza a caminar descalzo.
April 29, 2017
Volver
[image error]
Huyo del frío para cobijarme en el calor de las palmeras, la costa y el Mediterráneo, pero no encuentro más que una nube que cubre Europa con más y más lluvia. Volver a caminar por el empedrado que me vio crecer, las baldosas que no se marchitas, las calles que todavía huelen a juventud. Regresar a casa no siempre resulta fácil, menos todavía cuando se arrastra un poso de nostalgia bajo las alas. Abandonar un lugar y regresar a él, tras el paso de los años, para darte cuenta de que nada cambia, nada en tu recuerdo lo va a hacer cambiar. Deambulo por los bares creyendo que todavía soy aquel joven de veintipocos con ganas de comerse el mundo. Cruzo las barras y sigo encontrando los mismos rostros, más viejos pero atemporales, y nosotros seguimos siendo los más jóvenes del local, a pesar de que hayan pasado los años. Y sin embargo, hace una década, me desencantaría todo lo que veo, sumido en un aburrimiento constante y abrumador, pero hoy es diferente, no soy el mismo que era, ni lo que fui. Caminar por las calles de la ciudad me hace sentir protegido, cómodo, como si caminara sobre un colchón en el que puedo caer y levantarme. Aquí la velocidad es diferente a la de las grandes ciudades, la lluvia es más tímida y los bares siempre están abarrotados de gente. Debe de ser el idioma, la energía que radian los que la habitan, esos no-hay-prisa-ni-nada-por-lo-que-preocuparse, las rutinas habituales que desembocan en el café de la tarde y la tostada con jamón del atardecer. He vuelto a sentir esa mirada, los ojos de color café de las chicas que dejan una estela de perfume tras su paso. Todavía se escuchan risotadas al otro lado de la esquina y percibo la parsimonia de los que detienen el coche donde quieren y cuando les sale del gaznate. No pasa nada, amigo, esto es así, esto es la ciudad donde creciste, el tiempo es no es más que una variable y aquí uno es capaz de relajarse pese a todo.
Nos acercamos a la treintena a ritmo de música surf, las olas rompen en el malecón. Sé que se trata de algo ficticio, un sentimiento creado única y exclusivamente por mí, idealizado como una historia de amor y barnizado como haría el mejor de los carpinteros, pero no importa. Huele a café y a pan recién tostado. En la televisión del bar están poniendo los informativos. Los relojes del recuerdo parecen haberse detenido para siempre. A veces, volver es más que necesario.
April 26, 2017
Veinticuatro
[image error]
Como dos bandadas de pájaros que se cruzan en el cielo emigrando hacia otro lugar. Destinos opuestos y un encuentro efímero.
Palabras que vinieron a mi cabeza cuando apagué el cigarrillo en el marco de la ventana. Allí me encontraba, a dos mil kilómetros de casa, huyendo de una relación, una de tantas.
Jamás se me dio bien cerrar el trato.
La cobardía me obligaba a correr, yendo lo más lejos posible.
En apenas año y medio, había recorrido diferentes países de Europa del Este por una misma razón: mujeres. Resultaba tan sencillo enamorarme como pensar, poco tiempo después, que podía conseguir algo mejor.
No me consideraba una persona exigente, pero los pequeños defectos pronunciaban mi insolencia al final de cada romance. Irina quiso una relación estable; Ana no pudo controlar su baja autoestima; Aleksandra pidió seguridad antes de acostarse conmigo. A todas las herí, dejando una mancha imborrable en sus recuerdos.
Chicas ejemplares, bonitas por dentro y por fuera. Pasar el resto de los días con ellas se hubiese convertido en una bendición. Desgraciadamente, me solía dar cuenta tarde. Asumía como última enmienda que necesitarían a un hombre mejor que yo. Y es que, a pesar de todo, compromiso, inseguridad y sexo seguro, eran tres denominadores que pesaban demasiado.
De nuevo, volvía a estar solo, y ésa vez, perdido en Varsovia.
Pocas ciudades me quedaban por recorrer, pensé.
Aquella mañana preparé tostadas con queso y té. Los días dejaron de ser especiales. Me había acostumbrado tanto a aquel almuerzo que en ocasiones no recordaba dónde vivía. Calles y bloques rectangulares, tristes y pálidos. El símbolo de la herencia de un régimen soviético. Lo notaba en sus caras y ellos miraban como si fuera un extraño.
La primavera olía a un invierno rezagado que se oponía a marchar. Salí del apartamento y me dirigí hasta la parada de metro con un maletín viejo lleno de folios en blanco. Páginas que algún día llenaría de historias. Mi destino, un barrio residencial alejado del centro con una estación de autobuses, la última parada. Las estaciones de autobuses me hacían sonreír. El maletín me otorgaba invisibilidad y podía verme reflejado en tipos que facturaban su equipaje con destino a ningún lugar. Todos eran una copia de mi persona, una nueva oportunidad. Desde la cafetería, observaba parejas que se despedían con besos y abrazos. Entonces me imaginaba a mí mismo siendo parte de ellas, buscando un final diferente a mi pasado, pequeñas muestras de cariño que me hicieran sentir mejor.
Una vez en el metro, entré en el vagón y me senté. El viaje era largo y lento, así que saqué un título viejo de Beckett de mi chaqueta. Una chica rubia con nariz puntiaguda se puso a mi lado. Pequeña de estatura y de más edad, su piel se mostraba suave y fina.
Deseé tocarla, parecía tan frágil. Las puertas se cerraron y nos pusimos en marcha.
Ella observó el móvil y yo comencé a leer. Una situación tan mundana que no me sorprendió sentir el perfume de una mujer junto a mí.
Al cabo de varias paradas, el vagón fue vaciándose y me pregunté si habría olvidado su destino.
—No conozco a muchas personas que lean a Beckett —dijo en inglés y se quitó los auriculares.
Alcé la vista y esgrimí una ligera sonrisa.
—Yo tampoco. No conozco a mucha gente que lea —contesté. Mi comentario le hizo gracia.
—¿Y de qué trata? Si no interrumpo.
—Para nada —dije sorprendido y cerré el libro. No era frecuente que una mujer hablara a un extranjero en el transporte—: Es sobre un tipo que huye en bicicleta.
—Yo no lo llamaría huir. Las personas siempre vamos en una dirección.
—Aunque sea opuesta a la que nos marca la vida —añadí.
—La vida no siempre tiene razón. El destino es quién nos encuentra, queramos o no.
—¿Crees en esas idioteces?
—¿Cuál es la diferencia a no hacerlo?
Su nombre era Asia.
Trabajaba en el departamento de recursos humanos de una conocida marca de ropa. Parecía confundida y desilusionada con la mirada pegada a la pantalla de su teléfono.
Sin explayarme demasiado, mis palabras supusieron un bálsamo para su rutina. No quise que me tomara por un demente solitario, así que fingí ser un periodista dirigiéndose a tomar algunas notas cuando preguntó por mi equipaje. Bajo el ruido de los raíles, la literatura quedó en un segundo plano y la conversación demoró en carreteras secundarias y generalizaciones, hasta que detuvo mi explicación.
—No quisiera resultar atrevida —dijo nerviosa—, pero esta conversación es muy agradable.
Me irritaba cómo las mujeres centroeuropeas eran tan jodidamente correctas.
—Aún no lo has sido —sonreí—. Estoy de acuerdo con lo que dices.
Algo en su bolso sonó. Comprobó el teléfono. Después lo guardó y se puso en pie.
—Aquí termina todo, ¿verdad? —dije apagado. Asia agachó la mirada y el vagón se detuvo lentamente—: No voy a pedirte un contacto. No sería lo mismo, después de todo.
—Quizá no nos veamos jamás.
—El destino dirá —bromeé con ironía.
—La vida no siempre tiene razón —repitió. Su corazón palpitaba mientras nos mirábamos a los ojos y yo apretaba los labios. Podía sentir los latidos en su garganta. La situación era extraña, desconocida hasta para los mirones del alrededor. Cuando las puertas se abrieron, susurró unas últimas palabras:—¿Me acompañarías a por un café?
—¿Bromeas? —dije confuso.
Ella negó con la cabeza y sin pensármelo dos veces, la seguí con el maletín en la mano.
Abandonamos una parada de metro irreconocible, sumidos por el éxtasis del momento en que dos extraños se encuentran hablando de sí mismos, levantando las cartas sobre el tapiz. Reflexioné en cómo resultaba todo tan sincero ante una persona anónima. Podía mentir o fingir, pero me sentía más cómodo dictando mi verdad al aire. Era como hablarle a una pared con vida. Después se lo pregunté a ella. Asia respondió que vivimos en un lamento diario por situaciones que no ocurren. Hechos que jamás saldrían bien si los forzásemos.
Su voz desgarrada había perdido el miedo a la intuición, a expresar lo que sentía cuando así lo creía.
Pedimos café para llevar y caminamos hasta la entrada de un hermoso y colorido parque, rico por la verdosa naturaleza y los lagos que lo rodeaban. Para entonces, ya no me importó qué hacía fuera de su horario laboral. Todo sucedía como en el guión de una película francesa y yo no era el más indicado para pedir explicaciones.
Tras un calmado paseo, descansamos en un banco junto al agua. El reflejo de los setos formaba el retrato de una rana.
Una pareja de jóvenes aparcó sus bicicletas al otro lado del camino.
—Dime la verdad… una mujer te ha traído hasta aquí.
—Vaya —dije sorprendido—. Eres muy intuitiva.
—Siempre hay una persona —contestó—. Nos escudamos llamándolas razones, pero siempre son personas las que nos hacen cambiar de rumbo, de lugar, de vida. Personas cercanas o que aún no hemos conocido, pero siempre personas.
—¿Y cuál es tu historia?
Ella tenía razón. Al igual que yo, Asia huía sin tener claro a dónde. Había dejado meses atrás a su futuro marido en el altar: un tipo rubio y adinerado con gafas de pasta y trajes entallados. Su descripción fue tan precisa que pude imaginarlo frente a nosotrosy sentí lástima por él. Desolada, intentó mejorar su vida comprándose un deportivo, practicando pilates, encontrando un salario más alto; alquilando un piso en el centro decorado con muebles de Ikea y dispositivos Apple. Sin embargo, lo tangible no fue suficiente para encontrar el equilibrio mental que permite disfrutar de la existencia. La presión social a la que le sometía el entorno era frustrante: amistades que contraían matrimonio, cumpleaños en soledad descorchando botellas de vino y ella aún no estaba preparada para que alguien aportara un poco de calor en su cama.
—La soledad te hará más fuerte o terminará contigo —dije pensando en mí.
—Me aterra no poder enfrentarla.
—No tengas miedo —repuse—. La felicidad es sólo una apariencia de cómo te sientes.
—Como las apariencias, los sentimientos también nos engañan.
Conversando y con el sol sobre nuestros pies, olvidamos por completo al resto hasta que su teléfono sonó de nuevo.
—Lo siento. Tengo que marcharme.
Le acompañé y abandonamos el parque, introduciéndonos de nuevo en el metro. Una extraña sensación de pérdida inundó mis entrañas. Sus ojos expresaron algo, aunque no encajé bien el qué. Compartimos tanto en tan poco tiempo que resultó difícil acertar con una respuesta.
Enfrentados cuerpo con cuerpo, sujetos por una de las barras, di un repaso a su figura y la fotografié en mi memoria.
—¿Te preguntarás qué habría sucedido? —dijo cabizbaja con brillo en los labios.
—A diario, seguramente.
Asia sonrió.
Me pareció eternamente hermosa.
—Aún no puedo creer que haya ocurrido. Eres tan joven que resultas invisible. Si tan sólo no hubieras llamado mi atención…
—Sería ciencia ficción —bromeé—. De todos modos, nunca lo sabremos.
De repente, el vagón desaceleró.
Un yunque emocional aplastó mi estómago. Se escapaba y pronto desaparecería.
La abracé con suavidad y me besó en la mejilla.
—Supongo que aquí sí que termina todo, ¿verdad? —preguntó.
Sopesé si deseaba volverla a ver de nuevo, aunque nada resultaría tan fresco como una primera vez.
—Me desilusionará pensar que fue cosa del azar.
—Será difícil olvidarte —contestó.
Finalmente, Asia corrió y vi su cuerpo menguar cuando en un arranque de valentía decidí seguirla para llamar su atención. Me inundé de pasión por conocer todo sobre ella, manifestar en un grito que era la causa que me había movido hasta allí sin siquiera saberlo. Yo quería ser quien la cobijara entre sus sábanas. Pero una vez más, llegué tarde.
Frente a la estación de autobuses, un tipo con traje, cabello dorado y monturas de pasta, se apeó de uno de los vehículos y agarró efusivamente a Asia, rodeándola entre sus fuertes brazos con un apasionado beso.
Su perfume aún yacía en mi ropa. Todo había sido un espejismo.
Junto a la puerta de una tienda de comida, observé sus siluetas saltarinas, como las de esas parejas que contemplaba a diario; desvaneciéndose en el interior de un taxi, dejando una ráfaga de humo en el recuerdo.
Quizá ella estuvo en lo cierto. La vida no siempre tenía razón y cercanas o desconocidas, eran sólo las personas quienes nos llevaban hasta el siguiente paso. Mi lugar era aquel y la decepción, mi propia medicina.
Junto a las apariencias, los sentimientos me engañaron una vez más.
Decidí no lamentarme por ello.
Una imagen vino a mi memoria y encendí un cigarrillo.
Como dos bandadas de pájaros que se cruzaron en el cielo emigrando hacia otro lugar, nuestros destinos opuestos dejaron un encuentro efímero en aquel vagón.
Una situación insólita que jamás olvidaré.
Detenido frente a la estación, abrí el maletín, los folios volaron movidos por el viento, y con ellos, historias en blanco que pesaban demasiado.
Relato escrito en mayo de 2013.
April 18, 2017
Práctica
[image error]
Mediados de abril, una primavera que no llega y que se está convirtiendo en la más dura de todas las vividas en los años que llevo aquí. Alguien me habló del balance, pero desde hace un tiempo, aquí soy incapaz de encontrarlo. Lunes, me acerco a la ventana y observo los copos de nieve caer sobre las baldosas. Fácilmente, podría decir que el tiempo es una representación de mi estado de ánimo. O viceversa. Quién sabe. Si algo he aprendido es que la falta de sol prolongada sólo te acaba marchitando, marcándote para siempre como una cicatriz.
Me digo a mí mismo que hay que apechugar, coger al toro de cada semana por los cuernos y seguir hacia delante. Por mucho que me lo repita, algunos días resulta más difícil de digerir que otros. La faena se amontona, hay páginas de un libro que no corren, me cuesta leer los libros de otros y la baja presión me nubla la vista. Pero sé que es temporal, otra prueba más de que este malestar físico no es más que un producto de la imprudencia y los derrapes de mis acciones. De nada sirve lamentarse. No siempre se gana, ni cada mañana uno se puede levantar con ganas de comerse el mundo, por mucho que nos convenzamos de ello. Y no pasa nada. Hay que aprender de los hechos, aceptar que somos seres imperfectos y levantarse de nuevo.
Hoy me ha costado una barbaridad hacerlo, pero lo he hecho, he continuado con mi rutina matinal y me he dado por vencido ante una página en blanco que no avanza. Parece que estos días no tenga nada que decir, pero no es así. Por tanto, cuando siento que la mente me traiciona, trato de documentar lo que hago, para regresar a ello más tarde. Dejo notas en cuadernos, en bitácoras digitales. La mente no es más que una parte de nuestro organismo, pero tan sólo eso. No hay más que ver cómo se comporta cuando alimentamos malamente al cuerpo o tratamos de vencer a los demonios del pasado. El miedo, el temor a lo desconocido, a lo inestable. Una borrachera, una exaltación de las emociones, un fuerte contacto físico con alguien. Experiencias que, cuando terminen, nos dejarán caer desde lo más alto, porque la mente siempre quiere más. Lo que siento al escribir el final de un libro no es diferente a un desfogo de fin de semana. Al menos, para mí. Sin embargo, durante la pausa, no tardan en regresan las dudas, los miedos de no ser capaz de hacerlo de nuevo, tan bien como la última vez.
Por eso, cuando sientas que la mente te aturde inculcándote un temor que no existe, levántate, haz lo de siempre y recuerda que si lo hiciste antes, puedes hacerlo de nuevo, y mejor. La práctica hace al maestro.
April 13, 2017
Balance
[image error]
Siempre que se acerca la fecha de mi cumpleaños, un sentimiento hierve dentro de mí. Cada vez resulta más complicado experimentar algo nuevo, a pesar de que tenemos toda una vida para enamorarnos de nuestra existencia. Con el paso de los años, me he dado cuenta de lo importante que es tener autocontrol y balance. No estoy de acuerdo con quien dice que lo más importante es dejarse llevar y pensar más tarde. Sólo son palabras conducidas por un acto impulsivo que, a veces, puede terminar en un largo arrepentimiento. Por el contrario, sí que abogo por los desafíos, por los saltos sin paracaídas cuando hablamos de sentir, de la llamada interior que invita a la acción, al cambio. Esa sensación de asfixia que corroe nuestras entrañas diciéndonos que algo no funciona.
Pero todo cambio drástico no es un camino de rosas, sino más bien de espinas. Las adversidades se van presentando, a medida que descubrimos cómo nuestro castillo de arena se desvanece. La verdad es otra. Si quieres algo, tienes que ir a por ello y quemar tus naves. Y nada ni nadie te asegura de que lo vayas a lograr. Supongo que ahí reside la magia.
Buscando la mejor forma de aplacar el cansancio, las subidas y caídas de ánimo, los ganchos emocionales que se cruzan cada día, llegaron a mí las meditaciones de Marco Aurelio como una señal inesperada. Una de esas pequeñas piedras del camino a las que no prestamos atención
“Acuérdate en adelante, cada vez que algo te haga estar triste, de recurrir a esta máxima: que la adversidad no es una desgracia, antes bien, el sufrirla con grandeza de ánimo es una dicha.”
Hace unas horas, me encontraba con un relato que había escrito hacía siete años. Gracias a internet, podemos documentar todo lo que hacemos y volver a ello más tarde. Siete años escribiendo. Siete años con la idea de que algún día lo iba a lograr. ¿Han merecido la pena estos siete años? Ya lo creo que sí. Cada palabra que sale de mis dedos no es más que el reflejo de esos 2.555 días. Tuve la oportunidad de tirar la toalla, de rendirme en 2.555 ocasiones, pero no lo hice.
“Tienes poder sobre tu mente – no sobre los acontecimientos externos. Date cuenta de esto, y encontrarás la fuerza.”
Con Marco Aurelio he aprendido a ser paciente, optimista y a no dejarme llevar por los momentos de euforia -que desencadenan en grandes tristezas-. Los estoicos entendían que nada era ni tan bueno, ni tan malo, y que lo más importante era ser feliz teniendo el control propio, asumiendo que las adversidades, como la muerte, son parte del proceso y no hay mayor victoria que enfrentarlas con dignidad, sin venirse abajo.
“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad.”
Para mí, esto ha sido crucial durante los últimos años. He tenido que aprender -a bofetones- cómo desarrollar un carácter sólido, capaz de digerir lo que viniese y teniendo una visión clara de lo que deseaba (y de lo que no). Entender que los estándares se tambalean cuando las cosas no salen bien y que ser multitarea (y no me refiero al trabajo sólo, sino a las relaciones personales) no sirve de nada. Aprender que no hay más verdad que la tuya y que, mientras no dañes a nadie, debes llegar a ella, de lo contrario, te arrepentirás toda tu vida.
March 28, 2017
Privilegiados
[image error]
Somos privilegiados.
En mi vida, he conocido a demasiadas personas capaces de hacer un drama por algo simple y fácil de solucionar, personas que viven atrapadas en un vórtice de ansiedad y se dejan llevar por la frustración de otros.
Pero tú eres muy positivo, dicen.
Es mi decisión. Podría no serlo.
Todos tenemos problemas. A los 10, a los 15, a los 30, a los 50.
Yo también los tengo. Hay gente que tiene otros, y más graves.
La cuestión es que, al final del día, a nadie más allá de tu familia, le importa lo que te ocurre. Y a veces, ni eso.
Acéptalo cuanto antes, deja de quejarte, empieza a poner solución a tus dramas y vive de una maldita vez.
Y aún así, por mucho que fallemos, somos privilegiados.
Hace unos años leí un artículo en un diario español. La noticia todavía sigue en línea y decía esto:
“La posibilidad de que una persona termine siendo exactamente esa persona y no otra es la misma que la de que dos millones de personas se juntasen para jugar cada uno con un dado con mil billones de caras y que todos sacasen el mismo número, es decir, casi cero. Todo un milagro.”
Todo un milagro. Un jodido milagro. Podrías no estar aquí, ni yo tampoco, pero estamos.
La próxima vez que estés mal, acalla tu mente, reinicia tu sistema y acuérdate eso.
Somos privilegiados.