Pablo Poveda's Blog, page 46
February 16, 2018
Pasillos

Así como pasan las horas de rápido, lo hacen los días. Sin darme cuenta, el frío parece que se ha marchado, pese a que sigamos en invierno, y la playa respira con calma, la calle acoge a esos vecinos que se marcharon porque sus casas no estaban preparadas para el frío y la estufa pasa días desenchufada.
Dicen que el ser humano es capaz de vivir constantemente entre el futuro y el pasado, olvidando el presente.
A veces, mirar al ahora y quedarse quieto significa dormir mejor por las noches, disfrutar del instante y saborear aquello -aunque de otra manera- que nos venden en las películas y los anuncios de televisión: escenas románticas sin violines de fondo, situaciones dolorosas sin el sonido del piano, llegar a la cima hastiado y con la compañía del ruido, no de una banda sonora.
Hay ocasiones en las que estar presente me hace sentir en un pasillo que se estrecha cada vez más, dos muros en los que la fuerza de mis brazos no es suficiente para detenerlos.
Quizá porque no pienso, porque me dejo llevar.
Algo que nos cuesta tanto…
Posponer tareas, renunciar a sueños. No es necesario desear convertirse en una estrella del baloncesto para que nuestras ambiciones sean válidas, para que nos sintamos mal al final del día por no haberlo hecho.
Es recomendable pensar que las personas necesitamos diez veces más del tiempo que creemos necesitar para completar algo.
Organizarnos, buscar el tiempo necesario para alimentar esa parte de nosotros que nos hace sonreír, sea cual sea.
De lo contrario, las rocas del arrepentimiento comienzan a pesar.
Todos cruzamos por ahí en algún momento, todos, incluso quienes parecen comerse los días. Todos. Incluso tú, aunque no hayas pasado todavía por ahí, incluso yo. Todos pasamos y no sólo una vez, sino muchas.
Pero lamentarse, buscar excusas, hablar de que haremos y no hacer para lamerse las heridas, no sirve de nada, no soluciona el problema ni logra que otros lo solucionen por ti.
La mayor parte del tiempo no necesitamos más que eso, acallar la mente, empezar la tarea, con miedo, con lo que llevemos puesto, pero hacerlo. Y, entonces, sin violines ni pianos de fondo, nos daremos cuenta de que el pasillo ensancha, de que éramos capaces de todo.
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February 9, 2018
Venus
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Viernes, el día del amor. Para algunos significa el fin de algo y, para otros, el comienzo.
Para mí, sin excepción y sin importar dónde y en qué momento de mi vida me encontrara, los viernes siempre significaron un paréntesis, esa colilla que alguien apaga y aplasta contra el cenicero.
Recuerdo aquella campaña de refresco en la que se animaba a compartir los momentos sin conexión, incitando así a que termináramos con cualquier resquicio de anonimato -si es que nos quedaba alguno-.
Instagram se llenaba de unplugged moments y la gracia y el misterio que guardaba para algunas personas, se marchaban para siempre (sin contar lo mal que quedaban cuando los comparábamos con los de esos perfiles con miles de seguidores).
Hemos llegado a un momento tan absurdo que, en ocasiones, parece que hay que disculparse por no saber quién es la otra persona sin habernos presentado previamente.
Con todos mis respetos, sería más apropiado disculparse por conocerla.
Porque los momentos sin conexión son otros y en la vida hacen falta más que un puñado de números al lado de tu foto para saber si ese alguien merece la pena.
El primer paso es poner los pies en el asfalto y sentir la suela de los zapatos.
La vida se juega aquí y no en una pantalla.
Abogar más por las conversaciones cálidas y no por la mensajería instantánea.
Bailar en casa, porque sí.
Dejar de preocuparnos tanto por los corazones de una foto y pensar más en el nuestro.
Compartir momentos -de los que ponen el vello de punta- y escuchar otra carcajada que no sea la tuya.
Beber más vino, brindar a escondidas, porque cada momento es único e importante.
Vagar en soledad durante una temporada, porque solo así lograremos enfrentarnos a nuestros demonios más profundos.
Y, qué demonios, cenar donde lo que nos salga del gaznate, por muy pecaminoso que sea, que nadie nos va a ver.
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February 8, 2018
Subir
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Hace frío y tengo los dedos encarnados por la mala circulación. Ya no piso hojas secas pero, al menos, veo el mar y el sol más a menudo.
Decir que todo va bien es una forma de terminar una conversación indeseada, o de empezarla, según se mire.
Las cosas van bien o mal respecto a cómo queremos que vaya.
Hay café, salud, sol, pan, carnes y verduras, discos de jazz y una botella de vino sin abrir.
Tecleo como responsabilidad del hoy porque, mañana, ya se verá.
Como el estado de ánimo, el índice bursátil, la marea del mar y el precio del pescado, la vida sube y baja y más vale hacer lo posible, cada día, para que siga subiendo, con mesura, sin prisa, a sabiendas de que, en algún momento, bajará y nos arrastrará con ella pero, para entonces, estaremos preparados.
Y, para que suba, haz lo que tengas que hacer cada día: juntar unas palabras, moverte unos minutos, leer unas páginas que te llenen, escuchar ese álbum completo que tanto te gustaba, hablar con quien te abrace y, sobre todo, dar las gracias más a menudo, que no cuesta nada y despierta sonrisas.
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February 7, 2018
Encajes
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En ocasiones nos planteamos si algún día llegaremos a encajar en el entorno que nos rodea. Es una pregunta frecuente, pensando que estamos hechos para vivir en manada, en sociedad.
Puede que, años atrás, esa fuera una constante en mi día a día, pero ya no importa. El mundo es demasiado grande para decir que no encajamos en él. De hecho, somos parte de él.
Que hayamos nacido en un lugar, no significa que debamos quedarnos en él para siempre. De hecho, es importante abandonarlo, cruzar fronteras y regresar, tiempo después, para tomar distancia y entender por qué somos quienes somos.
Supongo que, lo más complicado, es hacer frente de forma pacífica y férera al maniqueísmo familiar que mamamos de pequeños y que, a su vez, está influenciado por los dogmas de la sociedad.
Es decir, plantarle cara a lo que está bien y mal, a las verdades absolutas de otros y a lo que más nos conviene desde el punto de vista de una autoridad impuesta.
Vivimos en un momento en el que el éxito se reparte en una baraja amplia.
Un momento en el que, gracias a la realidad distorsionada que nos ofrecen las plataformas mediáticas, saltarse la pirámide de Maslow parece pan comido.
Un momento en el que tu reputación se mide en números de seguidores o en el total de cuenta corriente, sin ir más hacia dentro.
Y luchar contra esto último, puede ser desvatador si te tomas la vida con seriedad.
De joven, buscaba diferenciarme, ir contra lo establecido. De adulto, encajar con la multitud para acallar los ladridos.
Sin embargo, con el tiempo, también he aprendido que no hace falta cargar el rifle y mostrar los dientes, que existe otra vía y que hay un poco de luz si sabemos mirar.
Soy un antagonista de lo común y no por ello vivo entre rejas. Tampoco me considero mejor, ni peor. Somos lo que somos y forzarnos no va a cambiarlo.
Escucho jazz en 2018, leo libros, no voy al cine, visito bares de barrio, tengo interés por lo añejo y no me interesan los grupos de moda ni los festivales. Y tampoco tengo sarna al entrar en un lugar donde ponen reguetón y no me siento pequeño en las ciudades grandes.
Llega un momento en la vida en el que la importancia del todo es relativa. Y es entonces cuando disfrutas del silencio, de tu compañía, del despertar por las mañanas con y sin compañía, de las victorias de otros, de que a tus amigos y familiares les vaya bien porque se lo merecen, y sólo deseas brindar, levantarte, reír y rodearte de momentos que sólo se fotografían en tu memoria.
Por tanto, mejor liberarse de toda esa mierda preconcebida que dicta lo que tenemos que ser o dónde debemos estar, llena de prejuicios y de divisiones, que no hace más que generar ansiedades, complejos y frustraciones.
Como alguien me dijo alguna vez: “si sabes divertirte, no te preocupes a donde vayas, porque la fiesta irá contigo”.
Si aprendemos a aceptar de dentro hacia fuera, sin buscar validación externa, pronto comenzaremos a encontrar belleza donde antes veíamos oscuridad y a aceptar e ignorar las nimiedades.
O mejor, como dice la canción, a vivir que son dos días.
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February 5, 2018
Preguntas
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Fue un mes largo, pero mereció la pena. Mañana sale a la venta mi último libro y hoy perfilo los últimos retoques de su lanzamiento. Otro pequeño paso hacia delante, otra cicatriz sobre la memoria.
Para mí, lanzar un libro es como invitar, en un concierto multitudinario, a un espectador a que salte desde el escenario, a que se deje caer sobre las manos del público.
En ocasiones, la caída es mala y no tarda en llegar al suelo. En otras, flota como una nube sobre las manos del resto.
Muchas veces pienso en el tiempo que dedico a enlazar una página con otra, a las horas que paso tecleando en soledad bajo una lámpara de bajo consumo y una taza de té caliente; a las horas de sueño que no tengo y a los dolores que me produce la silla, y siempre me digo que merece la pena haber llegado hasta aquí.
Un aquí que empezó lejos de esta silla y que, poco a poco, va más hacia delante gracias a quien me lee.
Tengo la suerte de poder vivir de lo que escribo, pero tengo más suerte todavía de haberme dado cuenta -y tener las agallas suficientes- de que vida solo había una y estaba desperdiciando mis horas haciendo otras cosas.
Por supuesto, todo fue progresivo. Tenía claro el qué, pero no el cómo ni el cuándo.
Escribir sin industria que te arrope es arriesgado, inestable y suele salir mal, pero yo siempre he sido un chiflado punk-rocker de corazón, sin miedo a descarrilar y con la tozudez suficiente para demostrar que es posible.
Cuando te levantas cada mañana pensando en tu trabajo de una manera positiva, para afrontar nuevos retos, algo marcha bien, sea cual sea tu labor, y sólo así darás lo mejor de ti.
No siempre es necesario encontrar esa pasión de la que tanto hablan los libros de autoayuda. Basta con preguntarnos si queremos estar en el lugar que ocupamos.
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February 3, 2018
Miradas
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El frío azota, sopla con fuerza, y en las calles hay quien clama por la primavera, los mismos que, meses más tarde, se quejarán del calor.
Aunque no eche de menos el frío, tiendo a respetar a la naturaleza que es más sabia que yo.
Me gusta pasear un viernes por la tarde bajo las palmeras, poner atención en los locales de restauración, en los bares, en sus decorados. Disfruto observando a quienes habitan la ciudad, con sus formas de ser, con su estilo de vida. Tomo notas mentales, ilustro mis cuadernos, elaboro tramas para novelas que nunca escribiré.
Un café intenso para despertar a las neuronas tras una siesta merecida. Una copa de vino para recordar que hace mucho que dejé de hablar de amor como lo hacía en antaño.
Y es que, en la mayoría de ocasiones, ahí reside el problema.
El miedo a la soledad nos puede llevar al entorno inadecuado y convivir rodeados de pensamientos insulsos y visiones negativas con añoro de derrota.
Sin quererlo, nos convertimos en lo que pensamos y cambiamos el color con el que vemos la vida.
Miradas que dan vida o que matan.
Siempre he estado borracho de romanticismo, de formas idílicas y escenas de novela, y no concibo mi existencia de otro modo. No obstante, si nos descuidamos, como el vino, con los años, nos volvemos más fuertes de sabor, no aptos al paladar de cualquiera.
Así que, ya sea con un café o una copa de vino, es importante entender la visión del resto, antes de imponer la nuestra.
Entender que hay otras vidas, que cada una tiene lo suyo, que mejor dejar el malestar en casa y que hemos venido a este mundo a divertirnos, a mirarmos, a reír un poco más, por muy nublado que esté el cielo.
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February 1, 2018
Primero
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Es primero de mes y hay que celebrarlo. Tal vez las cosas no hayan cambiado demasiado respecto al ayer, pero hoy comienzas algo nuevo y es más que suficiente.
Hace un año caminaba entre la nieve, a temperaturas negativas mientras me preguntaba cómo iba a solucionar mi vida.
Hoy sale el sol y me pega de frente, mientras disfruto de mi café.
Mi actitud ante los días siempre ha sido clara.
A causa del trabajo, vivir mes a mes, me ha ayudado a ser más consciente de los días, de hacer que cada uno de ellos sea significativo. Aprovechar cada minuto, cada palabra que tecleo, cada conversación, cada sonrisa.
Haz que cada segundo cuente para perseguir ese sueño. Que cada día sea un motivo para disfrutarlo.
Hay quien dice que soy un romántico idealista, puede ser, pero prefiero regar mis plantas a diario a que mueran de pena.
Sea lo que sea aquello que quieras alcanzar, tómalo como un maratón y no como un partido de 90 minutos.
Respira, si lo necesitas.
Y no pienses tanto en el futuro, que te estás perdiendo el presente.
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January 31, 2018
Calles
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Una de las cosas que adoro de vivir en un pueblo costero es que apenas encuentro gente durante el año. Como en muchas partes de la costa mediterránea, una vez el verano termina, la población disminuye dos tercios, dejando calles vacías, parcelas descuidadas en las que crece la maleza, gatos salvajes y gaviotas que campan a sus anchas.
Fue mi decisión la de venir aquí, a quince kilómetros de las ciudades más cercanas, a la soledad del invierno húmedo. Y no me arrepiento. Sabía que, junto al silencio, encontraría la fuerza necesaria para concentrarme en mi escritura, en mi día a día.
Atrás dejaba cuatro años en una capital de país, en cientos de viajes en autobús, en el ruido del tráfico, en la conducción nocturna. Toda mi vida había sido un romántico borracho de nostalgia. Y lo sigo siendo pero, para entonces, le había perdido el encanto a todo aquello de sentirse especial en una gran ciudad.
Ni yo lo era ni quienes me acompañaban tampoco. Ni me enamoraba por los rincones ni tampoco me bebía la vida cada sábado por la noche.
Reconozco que, al comienzo de mis veinte, cuando era más crío, me entusiasmaban los lugares poblados, las urbes de gran tamaño y los rincones desconocidos. Pero el tiempo nos cambia, nos hace más rezagados y las experiencias nos enseñan a que cada vez nos importe menos todo.
En mi caso, he aprendido a encontrar la belleza en la rutina, en las calles poco transitadas y en esos lugares que sólo pertenecieron a la infancia. He aprendido a disfrutar de lo alcanzable, a enfadarme menos y a olvidarme de las vidas perfectas de otros.
Resulta paradójico que tantos años fuera me hayan servido para conectar con unas raíces que tenía olvidadas, un lienzo que estaba por terminar.
Hace poco, un amigo me decía que lo más importante era cómo te sintieras tú en el lugar donde vives.
Mientras hoy algunos corretean por las calles buscando el éxtasis que les lleve al siguiente nivel, yo camino tranquilo, a favor de una buena compañía, una conversación agradable y un motivo para brindar que seguimos vivos que, demonios, me sobran en las manos.
Tener una vida tranquila, rodearse de buenos momentos, ser feliz. Tres cosas que no cuestan más que el teléfono que llevamos en el bolsillo.
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January 30, 2018
Canciones
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Dos compactos descansan sobre la minicadena. Tras muchos años sin hacerlo, volví a comprar discos para el coche.
Aunque hoy la música sigue siendo música, el modo en que la consumimos es totalmente diferente a la de hace una década.
Listas de reproducción, canciones sueltas, esfuerzos comprimidos en dos minutos.
Escuchar un álbum, de principio a fin, son algunos de los placeres de los que disfruto cuando estoy en casa cocinando, tomando notas o leyendo en el sofá. Como músico que fui (y que tal vez siga siendo), entiendo la complejidad de escribir canciones para un larga duración.
Como en las novelas, cada canción del álbum es como un capítulo de la trama, una parte del todo. Intencionadamente o no, es algo inevitable ya que el compositor escribe, de una forma u otra, sobre algo que sucede en su vida, en ese momento y, como seres en constante cambio, de forma única.
Quien piense que la vida no afecta a la música, a las palabras, a nuestra forma de pensar o a nuestros intereses, está más que equivocado.
De ahí que las bandas se atasquen cuando llevan repitiendo la misma fórmula o sean repudiadas por probar algo nuevo.
Es parte del proceso y no siempre los caminos son los correctos.
Por tanto, es importante que quememos nuestras naves más profundas, sin miedo al fracaso ni a la imperfección; es vital que dejemos nuestra impronta cuando así lo sintamos y que nos enorgullezcamos de ella, pese al tiempo que pase porque, si lo hicimos así, significaba que era puro y real.
Es valioso recordar que no hace falta salir en los libros para escribir nuestra propia historia.
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January 29, 2018
Lento
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Ayer leí un artículo en el que un sociólogo decía que internet nos hace más tontos. Yo no puedo estar menos de acuerdo, pero entiendo que haya quien prefiera caminar siempre mirando hacia atrás.
Hoy no tenía intenciones de escribir nada y, sin embargo, aquí estoy. Un lunes atípico, la gota fría ya ha pasado, desayuno con la familia y tomo rumbo hacia el mar. Mientras conduzco, se dibuja una sonrisa en mi rostro al ver el sol.
Chet Baker canta Let’s get lost y pienso en lo que ha sido mi fin de semana, nada fuera de lo normal, aunque especial por haber dado carpetazo a una novela en la que he gastado mucha energía.
Pensé que la mejor forma de celebrarlo era regresando a la ciudad, juntándome con amigos entre barras de bares de aluminio y vitrinas de cristal con tortillas de patata, boquerones en vinagre y ensaladilla rusa.
Y no me equivoqué.
Un aperitivo, una siesta, un paseo por donde abandoné mi infancia, dormir diez horas, leer páginas de libros que no he terminado, compartir una película de la televisión, desconectar por un día de las emociones fuertes.
Al volante, observo las palmeras que encuentro por el camino viejo que me lleva hasta la playa. Me relajo y respiro. Ir a noventa y no a cien, por ninguna razón más que la de estirar el viaje. Aún queda mucho por hacer, pero se hará y punto. Y es que no conviene ser nuestro peor enemigo. Ni hoy, ni nunca.
Momentos como este son los que me traen de vuelta al presente, al hoy, a la vida y a la razón por la que estamos aquí. Momentos que pronto olvidamos, dejándonos llevar por lo que nos dicta la cabeza.
Encontrar la felicidad en las cosas simples del día a día, en eso que algunos echan de menos para criticar el mundo moderno.
No es necesario compartirlo todo, ni siquiera esto, para ser feliz, para tener una vida plena, para entender por qué estamos aquí.
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