Pablo Poveda's Blog, page 42
May 16, 2018
Esclavitud

Tu tiempo es tu libertad. Leo esta frase en una imagen de Instagram y me planteo cuánto de impacto tendrá en mí.
En efecto, el tiempo es nuestra libertad, lo único que nos queda y lo único que no se puede comprar ni devolver.
Hay días en los que me duele acostarme con la sensación de no haber exprimido los minutos lo suficiente, de no haber disfrutado como había planeado la noche anterior.
Luchar por algo requiere sacrificar pasatiempos, placeres, relaciones y desanso.
Hay otros días en los que me arrepiento de haber tirado horas y horas por la letrina cuando tenía todo el tiempo del mundo.
De jóvenes todavía no somos conscientes de lo rápido que pasarán los años.
Pero he decidido parar con todo, con esto, con los lamentos, porque son otra pérdida de tiempo; e intentar gozar del día como pueda, a pesar de los imprevistos y de los reveses del día a día.
Cada mañana es una oportunidad de hacerlo mejor, de hacer lo correcto, o aquello que nosotros consideramos apropiado.
Lo curioso de todo es que, aunque nuestro tiempo sea nuestra libertad, nosotros nunca llegaremos a ser libres del todo con él.
Supongo que el secreto reside en, cada día, preocuparnos un poco menos del tiempo y más de nosotros. En ser un poquito más libres, a sabiendas que siempre habrá algo, o alguien, que nos lo impida.
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May 10, 2018
Tabula Rasa

Escribo como cura, como una terapia diaria para hacer frente a la dualidad que existe entre el mundo en el que vivo y en el que creo vivir.
Soy de los que cree que la tecnología nos abre puertas, nos da posibilidades y nos ayuda a conectar, en lugar de hacernos más superficiales y estúpidos. De momento, la tecnología en sí no razona. Todo depende del uso que le demos.
Sin embargo, reconozco que no es sencillo hacer tabula rasa y teclear en el navegador sin caer en los desmanes de nuestro ego.
Por eso, desde hace tiempo, creo firmemente en hacer las cosas con un propósito, en reflexionar y observar su porqué.
Creo firmemente en que menos, es más, sin olvidar que llegamos desnudos a este mundo.
Las prácticas simples (el minimalismo se ha convertido en una etiqueta tendenciosa y vacía) me ayudan a mantener mis tareas en orden.
La ausencia de objetos que no necesito.
Frecuentemente, sueño estar en una habitación vacía con una ventana que da al exterior.
Simplificarlo todo me proporciona el espacio mental que necesito, aunque sé que no es para todos.
Y, simplificar, también atañe a nuestras relaciones, a aprender a vivir en soledad, a enfrentarnos a nuestros propios pensamientos.
He conocido a demasiadas personas que temen estar solas por miedo a conocer lo que piensan.
Hace unos años, leí El Poder del Ahora de Eckhart Tolle, un libro sobre la iluminación y la consciencia del momento presente.
Recuerdo que el autor hablaba sobre las famosas brechas de pensamiento: momentos vacíos entre el flujo de cosas que corren por nuestra mente.
Era en estas brechas donde se encontraba la alegría pura, la luz, la conciencia del ser.
Para mí, estas brechas son el enfoque y la concentración absoluta en un objeto, en una tarea, en estas palabras. Momentos, acciones simples y breves capaces de recargarme las pilas.
La atención es el tipo de cambio en los tiempos que vivimos. Youtube, Instagram, Facebook, Whatsapp… Todos quieren tu atención inmediata, ahora. Ya nadie se para a mirar las vallas publicitarias porque está pendiente de su pantalla.
Hace veinte años, consumíamos una película al día.
Hoy, hay quien consume cinco.
La ventana al reino de las posibilidades no descarta que una de ellas termine en el ahogo.
Todos quieren los tres deseos del genio de la lámpara, pero no todos pedirán lo mismo.
Cualquier cambio empieza con pequeñas acciones.
Limpiar el escritorio, usar sólo una pestaña del navegador, eliminar las aplicaciones del teléfono que no son esenciales, escuchar concentrados a la persona que tenemos delante sin desviar la atención, disfrutar de un disco de principio a fin, apreciar el sabor de la comida tal y como es, sin saturarla de salsas y condimentos y, sobre todo, ser conscientes de que seguimos respirando.
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May 9, 2018
Veintinueve

Por primera vez en muchos años, despierto sin la necesidad de detener el tiempo y replantearme dónde estoy.
Siempre he dicho que cumplir años marcaba un antes y un después en mi vida, un momento de serenidad en el que pararme a reflexionar.
Seguir vivo es una buena señal aunque cada mañana nos cueste abrir los ojos.
Podríamos no hacerlo.
Anoche, antes de quedarme dormido, agarré el viejo cuaderno de notas al que había dedicado el año pasado por completo.
Entre las páginas había sueños que no se cumplieron, ideas abstractas, objetivos reales y mucha gratitud. Escribir en un diario ayuda a devolverte a lo que realmente importa.
Pasando las hojas, me di cuenta de que mis metas de entonces se habían hecho realidad, al menos, la mayoría de ellas.
No por arte de magia, sino por el empuje constante.
Sin embargo, al mirar atrás en el tiempo, también veo a otra persona diferente a la que soy hoy.
Durante muchos años, he buscado sin éxito la respuesta a una pregunta que se repetía constantemente en mi cabeza. Una pregunta que me ha llevado por los senderos más oscuros de mi interior hasta poder dar con ella.
En cada libro, sentía cómo me acercaba más a esa incógnita y a su resolución final.
Podía escribir y publicar que, después de un tiempo, volvía a sentirme igual de decaído.
Internet es una herramienta muy potente pero, en la mayoría de casos, su mal uso inintencionado nos está oxidando por dentro.
No somos conscientes de que las redes sociales se han convertido en el escaparate que nos gustaría tener y al que no tenemos acceso, generando sentimientos vacíos y tristes en nuestro interior.
Tardé tiempo en darme cuenta de que la única forma de cerrar el círculo vicioso en el que había entrado era aceptando quién era y no quién pretendía ser; con mis fallos y virtudes, con mis debilidades y fortalezas.
Y, aunque parece una frase enlatada que hemos oído cientos de veces, cuesta de digerir más de lo que creemos.
Una vez logrado, terminan las flagelaciones, los pensamientos tóxicos, las comparaciones innecesarias, y comienza el amor, ese amor que tanto damos pero que tan poco nos regalamos a diario.
A mí me llevó años, tal vez tantos como los días que cuento hasta hoy.
Entiende quién eres, acéptate y sé libre.
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May 3, 2018
Aviones

La foto es de 2014, en el centro de Praga, la capital de la República Checa. Estaba más joven, más enérgico, más desatado en muchos aspectos.
Por entonces, todavía no había escrito ‘El Profesor’, ni tenía en mente hacerlo. Recuerdo que fue un viaje largo en autobús desde Varsovia, quizá el más largo que he hecho y el último, pero guardo un grato recuerdo de aquellos días.
Viajar se ha puesto de moda en los últimos años y no me parece mal. La posibilidad de acercarse a otros países ha llenado las ciudades europeas de turistas de todo el mundo. Nunca ha sido mi fuerte, pero he terminado visitando más lugares de los que jamás hube imaginado.
Con el tiempo, me he cuestionado si esos viajes servían para algo más que formar parte de la conversación posterior.
A diferencia de lo que decía Pío Baroja, para mí, el nacionalismo no se cura viajando, ni los prejuicios tampoco.
Basta con ir a cualquier ciudad extranjera y encontrar una familia de turistas comiendo en un restaurante de su país, escuchando las comparaciones o cuestionando si en su tierra lo hacen mejor.
Lo único que me ha cambiado en estos años han sido otras personas, mi relación con ellas y la experiencia, tanto buena como mala, que me han brindado.
Desde siempre, soy de los que viaja sin un plan, sin una guía. Leo y estudio el lugar en función del interés que tenga en ese momento, tomo nota de algunos lugares de relevancia personal a los que visitar y, después, me dejo llevar.
Cargo con ideas preconcebidas, con juicios, y después busco la manera de tumbarlos, de deshacerme de ellos, de obligarme a luchar contra ese fuero interno que cree siempre llevar la razón. Y no siempre tengo la razón.
En la mayoría de sitios me dedicaba a observar a los de allí, entender sus vidas, sus miradas. Quizá por eso empecé desde el otro rincón de Europa, por el lugar del que apenas conocía nada.
En algunas ciudades, simplemente me decepcioné o experimenté agobio, inseguridad y peligro. Dicen que nunca digas nunca, pero yo digo que hay lugares a los que no volvería por segunda vez sin una justa razón.
Como las fuertes ingestas, lleva tiempo digerir todo y, después de años, de cuando en cuando salen los recuerdos a la superficie, llevándome a la reflexión de entonces y a la de hoy.
Después de tantas horas de aeropuertos, estaciones de tren y largas horas de carretera, sigo pensando que viajar es algo relativamente nuevo para la sociedad y todavía estamos asimilándolo.
Viajar no es más que una actividad, ya sea como válvula de escape o para paliar inseguridades o enriquecer nuestra forma de entender la vida. Pero, siempre, es importante plantearse su porqué antes de subir al avión.
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April 30, 2018
Responder

El sol sale como cada día y es hermoso de ver. A pesar de que lo haya hecho cientos de veces, siempre trae algo diferente.
Pronto habré hecho un año aquí, en casa, y ni siquiera me he dado cuenta de cómo ha sucedido.
Por suerte, todo queda plasmado en miles de palabras, en decenas de artículos, en notas escritas a diario que dejan constancia del proceso.
Reconozco que me encuentro en un momento extraño y no por ello ha de ser negativo. En algún momento de nuestras vidas, cada persona siente la necesidad de salir a buscar su yo verdadero, su esencia más pura. En ocasiones, ese momento no llega nunca.
Ese momento llegó a mi de un golpe el 22 de febrero de 2013, subido en un tren que me llevaba de Katowice a Varsovia.
Veía la nieve a un lado de las viejas vías del tren y leía París era una fiesta de Hemingway. No había vuelta atrás.
Había quemado mis naves y me encontraba en ese limbo emocional en el que nada ya importa, donde prima el aquí y el ahora porque no sabes lo que deparará el futuro y mirar hacia atrás carece de sentido.
No fue hasta mayo de ese mismo año cuando decidí tatuarme el brazo. Días antes había tenido una revelación.
Quería ser escritor, eso ya lo sabía. Entonces me di cuenta de que ya lo era, aunque no fuese más que un completo desconocido y sólo algunos me tomaran en serio.
Recuerdo mirar por la ventana de mi buhardilla a los árboles que se movían en el patio de la escuela de actores que había en la calle Miodowa.
Recuerdo sentir el sol golpeando en mi rostro y el olor de una primavera que ya había llegado.
De nuevo, volví a experimentar ese parón mental, la sensación de formar parte de un engranaje complejo y grande, la plenitud de no necesitar más. Volví a disfrutar de mi alrededor, del silencio durante días.
No tenía trabajo y tampoco una estabilidad financiera que me permitiera seguir así por mucho tiempo.
Pero no me importaba. No pensé en ello y viví cada segundo como si fuera único.
Por primera vez en veintitrés años, me había parado a pensar sobre la vida, sobre mi vida, mi existencia, las personas que habían pasado por ella, las relaciones que había tenido hasta entonces, la suerte que tenía de estar allí y no en otro lugar.
En veintitrés años nunca me había planteado quién era.
Y sé que suena demasiado bien, que es difícil explicarlo, pero realmente sucede. Por esa época ni siquiera meditaba, no me hacía falta.
Cuando somos capaces de desconectar del futuro y del pasado, aunque sea por evitar responsabilidaes, nuestro cuerpo se concentra en lo que tenemos delante y el mensaje es esclarecedor.
Sólo necesitamos estar solos y encarar esas malditas preguntas a las que tememos responder.
Me di cuenta de que ya había ganado la partida, a pesar de no haber comenzado.
Días después fui al salón de tatuaje.
No me importaba el dolor, ni tampoco sentía demasiada excitación por lo que iba a hacer, puesto que no pensaba repetir.
Pensé que escribir algo sobre mi piel, en un lugar visible, me ayudaría a recordar para siempre mi propósito. Y qué demonios, era mi regalo de cumpleaños.
Pasó el tiempo, los años, y reconozco que no volví a sentirme así por mucho tiempo… hasta ahora.
Casi un año después, esos instantes de lucidez, de lapso mental, de silencio, vuelven a mí con más frecuencia.
Con ellos, miles de preguntas, cantidades incalculables de mierda psicológica que sale a flote.
Mis miedos, los de muchas otras personas.
A veces, intencionados; otras, por accidente.
Y son esos instantes en los que no importa dónde estoy, ni qué tengo, porque soy capaz de parar las agujas y sentirme pleno, feliz.
Simplemente soy consciente de que, la mayor parte del tiempo, concentramos nuestra atención en el lugar equivocado.
Hay quien practica yoga, medita a diario, viste de blanco, va a misa, reza o toma peyote para llegar a lo más profundo.
Me contento con menos.
Sentarme en un parque, ver el amanecer, escuchar el sonido de las olas romper en la orilla, observar al perro, conducir por una carretera desconocida.
Vivimos con el miedo a estar solos, a enfrentarnos a la dualidad que nos diferencia del resto de seres vivos en este planeta.
Contestar a esas preguntas que viven escondidas en nuestra cabeza y a las que tememos contestar porque ya conocemos la respuesta.
Y, después, ser indiferentes ante ellas, porque hemos aceptado quienes somos.
El retiro espiritual no se encuentra en un monte, ni en un convento de clausura.
El retiro espiritual está en ti y comienza apagando la maldita radio.
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April 26, 2018
Niebla

A menudo, por las mañanas, escribo notas en un cuaderno para dejar constancia de quién soy. Hay quien lo llama cuaderno de gratitud o diario personal.
En mi caso, prefiero clasificarlo como un almanaque de la vida.
Dejar por escrito lo que pensamos, nos ayuda a estar más presentes, a darnos cuenta de que, en ocasiones, los pensamientos no son más que el producto de una mala noche, de un turbulento resfriado o de un estado emocional inadecuado.
No sé cuántas veces habré pensado en marcharme a otro lugar en los últimos años. Leer lo escrito, saber que estoy construyendo los cimientos de algo, ayuda más de lo creemos.
Tomar nota de mis pensamientos en este momento, me ayudará a reencontrarme con los recuerdos pasados. A veces, el entorno nos absorbe, la soledad nos vence y caemos en las garras de la opinión ajena sin darnos cuenta.
Reconozco haber pasado por ahí antes, mucho antes, pues no es fácil hacer frente a un ejército de opiniones silenciosas que intenta redirigirnos a diario. No es fácil plantarle cara a nuestros propios temores, reflejados en el aparente éxito de otros.
Con el tiempo he blindado mis sentimientos de broza ajena, para dar lugar a otras inseguridades. Con el tiempo he aprendido a lidiar con ello.
Cuando iniciamos un cambio o recorremos un camino desconocido, tras el éxtasis y el subidón de endorfinas del principio, llega esa parte de la que nadie nos habla, de la que a nadie le interesa comentar porque derrumbaría a cualquiera.
La parte en la que el camino se convierte frío, húmedo, rodeado de una densa nubosidad y en la que nos podemos sentir perdidos sin una brújula que nos guíe.
El camino en el que, aparentemente, no sucede nada, más que el lento caminar hacia delante, con el martilleo constante de que podríamos habernos perdido.
La cara b de tu éxito o fracaso que nadie quiere escuchar.
Los gurús no cuentan esto, ni los libros de autoayuda que prometen la felicidad en doscientas páginas.
Las historias no profundizan en lo duro que será pasar hambre, ensuciarse de barro, sin asegurarnos un final feliz en toda esta historia.
No lo hacen porque la mayoría de personas fallan, se rinden y no vuelven a intentarlo. Porque todos queremos un cuerpo perfecto, pero nos sentimos como idiotas sufriendo dolor mientras vemos que nada ha cambiado.
Todos hemos decidido dejar de hacer eso que tanto nos perdujica, pero que tan infelices nos hace al no sentirlo.
Todos tenemos un historial de actividades que dejamos a medio hacer. Cada día sumamos una nueva.
Somos especialistas en el fracaso.
Pues bien, ese camino es más que necesario para llegar adonde queremos. Lo he visto antes y lo volveré a ver de nuevo.
No necesito el reconocimiento de nadie, ni autocomplacerme, puesto que no son más que comportamientos infantiles del ego.
Sólo pido paciencia, a mí mismo, callar esa voz que tanto incordia cuando menos la necesito y seguir teniendo hambre, ganas por hacer lo que me gusta, por hacerlo mejor y por mucho tiempo.
Nosotros somos quienes marcamos nuestras metas, nuestros objetivos y también quienes los cambian, sin rendir cuentas a nadie más.
Trabajar a diario en eso que tanto deseamos, es nuestra espada. Dejar constancia en el cuaderno de nuestra lucidez y ser pacientes, nuestra brújula.
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April 23, 2018
Renunciar

El viento golpea las persianas con tanta fuerza que despierto cada media hora. Lleva toda la noche así, pero sé que, en algún momento, parará. Tarde o temprano, siempre lo hace.
Tanto lo bueno como lo malo, todo llega a su fin.
Observo paciente y salgo a la calle con el perro, a pesar de no desearlo, pero hay veces en las que uno debe seguir su rutina, continuar con el plan.
Hoy no me quejaré, aunque podría hacerlo. Tampoco lo hice antes, cuando el viento soplaba helado y los copos de nieve se pegaban a mi rostro.
Hay quien no comprende que no tenga interés alguno por la mayoría de cosas que mueven la atención de la sociedad (coches, viajes, lujo, tecnología, moda, últimas tendencias). Sé lo que necesito y lo tengo.
Mientras bajo las escaleras me viene a la mente un recuerdo pasajero, de esos que llegan sin avisar.
Pienso en los días en los que me las ingeniaba para comprar con cinco zlotych (el equivalente a un euro y medio) en el supermercado.
Los días en los que mi habitación era lo más parecido a esa foto de Steve Jobs en la que aparece sentado en el suelo: un colchón, un ordenador y una maleta.
Días en los que miraba a través de la ventana del autobús que me llevaba al último rincón de la ciudad, mientras decidía que no quería seguir allí.
Me viene a la mente una escena de “En busca de la felicidad”, esa película de Will Smith en la que el protagonista lucha por salir de su situación personal y laboral.
Una de esas cintas llenas de lágrimas en las que el mensaje está claro desde el principio.
Sin embargo, aunque esos momentos existen, lo que las películas no nos cuentan es que duran más de dos horas.
Los viajes en autobús al fin del mundo se hacen interminables.
El cansancio acumulado golpea en tus huesos y las ganas de rendirte se acentúan con el paso del tiempo.
Entonces desarrollas un humor amargo, una pesadumbre constante y vivir contigo se convierte un incordio.
Pero yo lo tuve claro aquel día lluvioso en el que me había mojado los pantalones al sentarme en el asiento equivocado. Nevaba y regresaba a casa tras un viernes eterno.
Leía en mi Kindle desganado, con ganas de abrazar a la mujer que me esperaba en el apartamento. Saldría de allí, aunque tuviera que renunciar a otras cosas.
Y así hice. Renuncié a todo lo que fue necesario. Me prometí que haría lo posible para no regresar a ese momento, de nuevo.
Tras el paseo, subo las escaleras oxigenado y el viento sigue soplando. Estoy tranquilo, el sol no ha salido todavía y tengo una mañana por delante llena de trabajo.
Somos libres en el instante en el que tomamos la responsabilidad de nuestras acciones.
Y no digo que sea fácil, ni indoloro.
Pero siempre merece la pena.
Libres en el momento en el que la culpa sólo recae sobre nuestra conciencia, en el segundo en que el miedo se convierte en un factor más.
Una vez que decidimos cambiar el entorno y construir una nueva vida, a pesar del precio a pagar, el resto carece de importancia.
Y sí, puedes tener más, o tener menos.
Puedes conducir un coche más caro, más nuevo, o más usado, pero, cuando despiertas cada mañana con el espíritu tranquilo de estar haciendo lo que tu corazón dicta, nada, ni siquiera el dinero, está por encima de la satisfacción del primer aliento de la mañana.
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April 19, 2018
Actualizarse

Necesitas actualizar el teléfono, las noticias, el coche, las aplicaciones que ya no usas, el trabajo que ocupas, tu círculo de amistades, tu relación, tu apariencia, tu vida.
Hoy todo son actualizaciones. Estar al día, cambiar de casa, ir a la última, seguir la vorágine de cambios indigeribles que nos ponen delante. Si no lo haces, te quedas fuera.
Sin embargo, no nos paramos a reflexionar sobre si realmente necesitamos renovar todo eso que nos dicen. Si podemos vivir sin ello. Si realmente lo necesitamos.
Siempre he tenido mucho interés por la tecnología y su desarrollo. Es importante, bello, necesario. La oportunidad de hacer nuestra vida más cómoda -que no más fácil-.
Pero, un día, algo cambió dentro de mí.
Y no sólo en la forma en la que miraba a mi teléfono, lleno de notificaciones para actualizar todas esas aplicaciones que ya funcionaban bien -y que, de renovarlas, sólo harían mi dispositivo más lento y obsoleto-.
Pronto, me di cuenta de que muchas personas de mi entorno también cambiaban de parecer con la misma rapidez que la tecnología, que sus ideas eran un cúmulo de contradicciones y que no estar de acuerdo con ellas, me alejaba.
Entendí que las noticias que consumía a diario en los portales digitales se olvidaban con rapidez, que no recordaba nada de lo que había sucedido el día anterior y que en mi cabeza no quedaba más que un residuo digital de información confusa.
Observé cómo el amor, la idealización más clásica que existía, se troceaba en paquetes de datos, en bites de información sesgada hecha a mi gusto; en mensajes privados y conversaciones cortas -inimaginables en un cara a cara- cargadas de emoticonos mientras ambos compartíamos nuestra atención con otras personas.
Sería más fácil decir que antes todo era mejor.
Pero no, no lo era.
No creo que exista un momento mejor que éste.
Nos hemos dejado llevar, sin pensarlo dos veces, sin reflexionar si realmente nos sentimos cómodos con ello, sin poner unas reglas -las nuestras-, sin hacernos respetar.
Puede que no necesitemos ese último modelo de (insertar marca aquí) para seguir escribiendo en Whatsapp y hacer fotos de nuestros viajes. Ni tampoco viajar a todos esos lugares de moda para así formar parte de la conversación.
Quizá haya llegado la hora de reflexionar por qué pensamos como lo hacemos y si nos sentimos bien por ello, a pesar de no colmugar con el dogma de nuestro entorno.
Tal vez no necesitemos cambiar de empleo para ganar más porque el que tenemos nos gusta, ni de compañía sentimental porque nos convenzamos de que las cosas ya no son como antes -nunca lo fueron-, ni tampoco engullir titulares para sentirnos mejor informados.
Marcar la línea de nuestros principios y ser congruentes con ellos.
Decidir qué queremos cambiar, sin dejarnos llevar por el cambio.
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April 15, 2018
Deseos

Todos tenemos deseos, muchos de ellos son pasajeros, fruto del autoconvencimiento, de la opinión ajena.
Deseos que ocupan parte de nuestro tiempo, provocando la pérdida de éste. Muchas personas hablan de tener sueños, cuando, en realidad, son deseos.
No necesitas un coche más grande, ni un teléfono más moderno, ni un ordenador más potente para seguir escribiendo en Microsoft Word, ni tampoco que te toque la lotería, pues ninguna de estas cosas soluciona tus conflictos internos.
Deseo vender más libros porque esto significa llegar a más lectores, hacerlos viajar por otras vidas y lugares que desconocen, a reflexionar, a la vez que formo una placentera pausa en sus congestionados días.
Deseo viajar más, para poder plasmarlo en mis historias y alcanzar mi visión particular de la vida a otros.
Cuando tus deseos se convierten en propósitos, tu relación con la otra parte siempre es equilibrada: tú ganas, la otra parte también. Tú das algo sin esperar nada y, tarde o temprano, recibes también.
No imagino a un arquitecto pasando por delante de una de sus obras, con el bolsillo lleno y orgulloso de haber estafado a un montón de personas por haberle vendido una gran chapuza.
Ni al músico riéndose de quienes van a verlo después de pagar por un concierto nefasto. Ni siquiera al camarero que te prepara un café horrible.
Quien realmente gana la partida y logra que esos deseos, llamados sueños, se conviertan en tangibles, da lo mejor de sí, cada día, con la satisfacción del trabajo bien hecho, veinticuatro horas, siete días a la semana, sin tirar la toalla.
Más allá de la libertad, buscamos hacer las cosas bien.
Cuando entras en ese estado, se te olvidan las nimiedades que antes ocupaban tus horas.
Te siente fuerte, capaz de todo, a pesar de que acabas de empezar.
Y cuando te va mal, o no tan bien como esperas, ya no le echas la culpa a nadie de tus problemas, ni de tu vida.
Te das cuenta de que lamentarse no sirve de nada.
Tu tiempo se convierte en tu moneda más valiosa y te planteas si merece la pena ver esa serie de Netflix o dormir dos horas más.
Las opiniones ajenas que no enriquecen tu camino, dejan de tener relevancia y se convierten en ruido, ya sean familiares o personajes de Twitter.
Sinceramente, te la sudan.
Tu batalla es contra ti y tu tiempo, y cada segundo que pasas en otra cosa, te alejas de tu propósito.
La visión ha de ser grande, difícil de lograr. Sólo así nos ponemos a prueba, hasta llegar a donde queremos estar.
Existen cientos de ejercicios para mentalizarnos, millones de libros que te contarán como atraer la prosperidad a tu vida y un sinfín de cosas que te harán comprar más libros, pero esa magia de la que hablan está en el trabajo constante, en dormir poco y terminar ese proyecto a tiempo, en posponer tu placer de hoy para el bien de mañana, en dejar de mirar a otros con recelo y mover el trasero para recorrer tu camino.
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April 12, 2018
Solitud

No suelo hablar sobre las relaciones sentimentales. Es un terreno en el que me pierdo, como casi todo el mundo.
Parto de la premisa de que, por muy abierto que me considere, soy una persona compleja.
Todos lo somos.
Hablar de las relaciones como algo predecible y sistemático es como describir un planeta que ni siquiera hemos visitado.
Juzgamos en función de nuestras percepciones, de la experiencia previa, que puede ser mucha, poca o ninguna; de lo que el entorno nos dice como debe ser.
Buscamos a la persona pefecta, a pesar de las imperfecciones que cargamos a nuestras espaldas.
No recuerdo haber estado solo nunca, hasta este año. Nunca lo busqué, simplemente llegó.
Cuanto más te relacionas, más posibilidades hay de compartir tu vida con alguien, más se intensifican tus deseos de dormir acompañado y más te aterra caer en esa monotonía para siempre.
Hace tiempo que dejé de ver el amor como esa fuerza devastadora que arrasa campos de hierba. Hace tiempo que entendí el amor como un sol brillante, más que un tornado de emociones.
Porque lo que yo hacía no era sentir, sino idealizar, y cuanto más lo hacía, arrastraba a la otra persona a un campo magnético adaptable a mi forma de ver el mundo.
No sé cuántas relaciones son muchas o pocas, pues no llevo la cuenta de las mujeres que he conocido, pero sé cuántas son suficientes para poner un punto y a parte.
Por primera vez, tras un periodo emocional intenso, decidí retirarme de las relaciones duraderas. Estar solo, permitir que afloraran los pensamientos y plantearme las preguntas que seguían sin respuesta.
Muchas personas temen quedarse solas sentimentalmente porque es lo mejor que les puede ocurrir.
La solitud, como ejercicio, nos enfrenta a la incógnita y nos hace más fuertes.
Y es curioso que, en un tercio de vida, ni siquiera me cuestionara las necesidades que tenía, lo que realmente era importante para mí; ni que tampoco aceptara mis defectos y, menos todavía, que asimilara que mi realidad es una mota de polvo en un universo de puntos de vista y que está bien así.
Más allá de las diferencias que existen entre dos personas, sé que puedo amar a alguien pese a que tengamos diferencias, pero también sé que no puedo estar con alguien que destruya la paz mental que flota a mi alrededor.
Las acciones tienen consecuencias y que exista un cambio, no significa que siempre sea positivo.
Es más fácil encontrar a esa persona que nos complementa, que cambiar a la que nos amarga la vida.
Porque no cambiará, ni nosotros tampoco.
Porque somos seres imperfectos que buscamos la pieza que nos falta fuera de nosotros, en lugar de aceptar que nuestra obra estará acabada cuando se apague la luz que llevamos dentro.
Querer, aceptar y dejar marchar, sin juzgar, sin resentimientos. Y no digo que sea fácil, pues no lo es.
Los sentimientos hablan en otro idioma incomprensible, pero todo pasa, como una tormenta y siempre vuelve a brillar el sol, aunque sea por poco tiempo.
Ya no busco amores perfectos aunque me trague comedias en Netflix. Ni puestas de sol en Tabarca, aunque las siga fotografiando.
La ilusión se crea, los sentimientos se comparten y, partiendo de esto, el corazón se abre a una infinidad de posibilidades.
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