Pablo Poveda's Blog, page 39
October 6, 2018
Carpe Diem

Lo que hoy te parece importante, mañana dejará de serlo, leo en mi cuaderno escrito a mano. Y no me faltaba razón cuando escribí eso, porque me doy cuenta de que el resto de anotaciones carecen de sentido.
La ciudad responde a mis plegarias. Me siento bien, aunque resfriado, y comienzo a ordenar pensamientos que había dejado de lado para no enfrentarme a la realidad.
Cuando todo va bien, no cuesta sonreír. Sin embargo, cuando no es así, hay que buscar la forma de hacerlo, de decirle que no a todo eso que nos abruma y encontrar la manera de seguir adelante, porque siempre hay un camino, siempre hay una alternativa.
Paseo de noche y las luces de los coches ya no son faros sino un ejército de luciérnagas.
Una ambulancia cae a toda velocidad por la cuesta que pasa junto al palacio y en el bar dos agentes toman café antes de ponerse en marcha.
Son las siete, la mujer del bar sube la persiana y yo, aquí, haciendo lo mismo de siempre, cavilando mientras el perro hace sus cosas, pero en otro lugar, a otra altitud, me planteo lo maravilloso que ha sido llegar hasta aquí.
No es fácil llegar, ni tampoco aguantar y mucho menos quedarse, porque al igual que estás hoy aquí, mañana te ves tomando un tren con destino a otro lugar.
Casi en la treintena, hago un esfuerzo a diario por conocerme a mí mismo en profundidad. Desde hace unos años, tomo nota de mis pensamientos a diario para observar cómo cambian.
Me doy cuenta de lo que es bueno para mí y lo que no.
El deporte me mantiene en forma, tanto mental como física, aunque me cansa durante días y me impide trabajar en ocasiones.
Escribir me ayuda a desahogarme en aspectos que nadie -ni siquiera yo- está dispuesto a escuchar, aunque a veces me aleje de la realidad.
Beber saca mi lado más hedonista, aquel del que rehúyo mientras escribo, y me lleva a lugares inusuales, a deshoras, a noches que se convierten en días, pero, la mayoría de veces, me deja un largo poso de depresión.
Supongo que todo el mundo quiere ser feliz, que no hay nadie que no quiera serlo porque ser infeliz es un signo de fracaso, mientras nuestra función en este planeta sea otra, y por eso busca la fórmula, lee libros, mira documentales, se enamora cuando no tiene pareja y acude a los terapeutas.
Sin embargo, también tengo la certeza de que existen personas que no quieren que seamos felices del modo que nosotros deseamos serlo, sino como ellos conciben la felicidad.
Aunque al final del día, cuando las luces se apagan y estamos mirando al techo -o a las estrellas-, sólo nos importamos a nosotros mismos.
Por eso, es vital ser conscientes de nuestra presencia, de nuestras imperfecciones y de que hay una vida y está para vivirla, como quieras, pero no como te impongan. Asumir la responsabilidad y el compromiso con la forma en la que queremos vivir. Entender que todo lo que sube, baja, y que hay que estar preparados para ello.
Tu carpe diem puede ser una vida entera haciendo figuras de barro, amasando billetes de dólar o asistiendo a competiciones de perritos calientes, pero no dejes que sea tu carpe diem.
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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.
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October 5, 2018
Responsabilidad

El escritorio vuelve a estar lleno de cables y, aunque el desorden es aparente, todo se siente bajo control. Todo cambio trae consecuencias y los míos no iban a ser menos. El perro descansa a mis espaldas sobre una cama, el cuaderno de notas huele a tinta fresca y vuelvo a ser consciente de que hay que tomar el control.
Para muchas personas, los animales sirven de compañía o como sustitución a carencias afectivas que no se pueden llegar a tener. Desde siempre, observaba cómo los escritores tenían mascotas en casa.
Parecía un cliché, pero comenzó a tener sentido tan pronto como me dediqué a escribir a tiempo completo y comencé a notar los devaneos de la soledad -y sus consecuencias mentales-.
Uno de los mayores problemas a los que se enfrentan la mayoría de las personas es la responsabilidad. Diferencio entre quien es responsable de su vida y quien lo es por obligación -simplemente, por complacer a otros-.
En el primer caso (que es el que prima), con el paso de los años, me he dado cuenta de que asumir la responsabilidad en la vida propia es tan difícil como asustadizo. Llevar a cabo un plan, reconocer que podemos fracasar en ello, equivocarnos, darle la razón a quienes no nos creían…
Sin embargo, con el tiempo, se convierte en la gasolina que me enciende cada día, en el combustible de la consciencia y en la única verdad que, a día de hoy, siento que existe.
Si no te levantas cada mañana jodido/a por no estar tomando responsabilidad en tu día, has perdido la batalla.
Supongo que predicar con el ejemplo es complicado, que todos tenemos fases y no pasa nada.
Soy el primero que se deja atrapar por las redes de la distracción cuando no debería. Soy el primero que entiende cuando las cosas van bien y cuando no.
Ponerme contra las cuerdas, llevarme al límite y tomar responsabilidad, ya no sólo de mí, sino de alguien más y sin importar el resultado, es lo que me lleva a concentrarme en lo que realmente merece la pena.
La responsabilidad es algo más que ser un buen ejemplo para otros. Es dar lo mejor de nosotros a diario, sin esperar a cambio nada más que la propia satisfacción de haber vivido en consonancia.
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October 2, 2018
Caras B

Al final sólo se trata de ser felices, de encontrar la manera de serlo.
Como las canciones de los discos de vinilo o las cintas de casete, hay muchas personas que se pasan la vida siendo una cara B, al otro lado, esperando -aunque no siempre- a que alguien las descubra.
Toda mi vida he formado parte de ese lugar, el que va a contracorriente, el que no se empieza nunca por el principio, el que está a expensas de ser descubierto.
Ser la otra parte ayuda a sentirse cómodo con ciertos términos tales como el fracaso y la soledad.
Ser la otra cara te enseña a pelear más duro cuando los otros ya han tirado la toalla. Te ayuda a ganar perspectiva.
Y es que ser la cara B no tiene nada de malo, sino al contrario.
Es importante aceptar lo que somos, de dónde venimos y qué lugar ocupamos.
Gracias a Internet, vivimos en un momento en el que ya no existen las barreras de este tipo, en el que las canciones no diferencian de lados, en el que cualquiera alcanza la fama a golpe de clic.
Hoy, ser la cara b sólo es una etiqueta, una forma de identificarnos con un grupo con tal de evadir la responsabilidad o hacer de ésta algo más importante.
Es necesario dejar las excusas a un lado y vivir la vida que tenemos por delante. Al final sólo se trata de ser felices, de encontrar la manera de serlo.
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September 24, 2018
Entrevista en El Mundo
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Hace unos días publicaron una entrevista que me hicieron en el diario El Mundo en relación al Premio Literario Amazon 2018. La podéis leer aquí.
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September 19, 2018
Embeberse

Todo lo que aprendes se demuestra algún día.
Me pongo los zapatos y cruzo el portal.
Perros y dueños, chicas bellas y hermosas que aún llevan ropa de verano porque el calor que hace en la ciudad se resiste a dejar paso al otoño.
Echo de menos a mi perro y, cuando pienso en él, me pregunto si él sentirá lo mismo.
Sonrisas, pantallas de teléfono y un panorama que no recordaba. Deslizo los pies calle abajo saludando a los últimos rayos de sol mientras cientos de parejas se abrazan al mismo tiempo en lo alto del Templo de Debod.
Hombres con trajes y rostros serios.
Chicas rebeldes con ganas de bailar. Me sumerjo en el metro y huele a juventud, a cansancio, a amor, a corazones rotos.
Siento las miradas que se cruzan al pasar, las sonrisas tímidas que entrego de vuelta y me quedo con el perfume femenino que me embelesa cuando las puertas del vagón se cierran.
Respondo a un mensaje en el teléfono y esa desconocida me mira con un brillo particular.
Una voz habla por megafonía y tengo que marcharme.
Mantenemos el contacto, le digo en silencio que no se preocupe y que seré su chico del metro.
Abandono la estación y ya me he olvidado de todo, de ella, de mí, del calor, de llegar tarde y el bullicio, las carcajadas, el ruido de vajilla de los bares.
Camino lento, pero seguido.
Cada persona es una historia que se escribe, una canción que suena, un cuadro sin acabar.
Con frecuencia me preguntan de dónde saco la inspiración.
Yo no tengo inspiración, sólo me embebo de vida.
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Soy finalista del Premio Literario de Amazon

Hace una semana que llegué a Madrid y todo lo que he experimentando han sido buenas sensaciones.
Ayer fue un día muy especial. Mi novela El Doble había sido elegida como una de las cinco finalistas del Premio Literario de Amazon 2018.
Tan pronto como me di cuenta de que era real, me senté en la silla de mi nuevo escritorio, la misma desde la que tecleo estas palabras, y guardé silencio.
Escuché a mi cuerpo, que estaba cargado de ruido y cosquilleos que corrían a toda velocidad por las extremidades.

Lo primero que hice fue compartirlo con quien realmente lo merecía, que eran todas esas personas que me habían leído, animado en los momentos más complicados durante los últimos seis años.
Todas aquellas personas que ya me daban su apoyo incluso antes de presentarme al certamen.
Mis lectores, mi tribu, mi razón para seguir creyendo, para no tirar la toalla. Porque, en ocasiones, cuando se pierden las ganas y no se encuentra la motivación para seguir adelante, pensar en el otro, y no en nosotros mismos es suficiente para levantarse y creer de nuevo.
Después me recluí en mis propios pensamientos.
Una vez la noche hubo caído, la euforia se transformaba en otra emoción menos placentera.
Hay quien dice que lo disfrute, que me lo crea un poco, pero me resulta difícil pensar en ello cuando tengo una novela por terminar.
No permitas que tu mente se enajene de las cosas que tienes, sino de las que careces. —Marco Aurelio
La vida sigue, queda mucho trabajo por realizar, tantísimas historias por escribir y demasiadas distracciones por eliminar.
Sin duda, este acontecimiento es un paso adelante.
A pesar de lo reservado que pueda ser con mis palabras, sólo hay que verme para entender lo agradecido que estoy a todo el mundo por haber llegado hasta aquí.
Pensar que ha sido sólo cosa mía, sería estúpido y vanidoso.
Porque de dormirse en los laureles sería dejarle ganar al ego y olvidarse cuál es nuestra función en este juego de la vida.
Es importante recordar que el eco de lo que hagamos ahora, resonará para siempre.
Gracias a todos por creer en mí.
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September 17, 2018
Pasado

Cruzando el corazón de la ciudad, me fijo en aquellos más jóvenes que yo, en sus vestimentas y me doy cuenta de que las modas cambian pero no la actitud.
De alguna manera, la música siempre está ligada a ésta.
El acceso a cualquier tipo de información, de género, de contenido, a un solo clic, ha provocado una transformación que antes no existía. Las esperas, el esfuerzo por conseguir aquel disco que anhelabas, te obligaba a ser más férreo con tu bandera y sus credenciales.
Hoy todo esto se ha convertido en una bandera cargada de influencias que proceden de diversos lugares que lejos me quedan ya.
Salgo del centro y me adentro en las aceras de uno de los barrios más acomodados de la ciudad.
Veo a un chico con la que parece ser su madre -a cierta edad, uno ya no da nada por sentado-. Ambos salen de la sede del partido conservador más popular del país. Noto que tanto su vestimenta como la mía resultan de lo más similar: camisa, vaqueros y zapatos. Sin embargo, aprecio cierta diferencia más que obvia: nuestras vidas se han desarrollado en entornos muy distintos.
Durante años he visto a personas en un constante cambio de transformación, pretendiendo ser eso que todos aprueban, buscando encarnar el modelo de éxito que las cadenas de televisión y las revistas de moda ponían sobre la mesa, en lugar de explotar su potencial interior para entender quienes eran.
Por suerte, nunca he tenido que pasar por esto, pues siempre he tenido muy claro cuál era mi posición. La culpa fue del rock y de todas sus variantes, de las bandas que desafiaban el statu quo quitándole hierro a la carrera de ratas, la ventana que me dio alas para entender que existía otra forma de vida posible -y más interesante-.
Porque da igual cómo te disfraces y lo que intentes aparentar, el pasado siempre te persigue, lo quieras o no, y en algún momento tendrás que hacerle frente, preguntarle por qué lo hace y hablar con él.
Y cuando eso ocurra, asegúrate de tener un buen disco a mano.
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September 16, 2018
Ciudades
El reflujo de nuevas sensaciones me acompaña cuando voy a dormir cuando ese vecino anónimo toca el ukelele de madrugada, en algún lugar del edificio.
En tan sólo un año en la costa, junto a la calma -y soledad- del mar, he olvidado lo que suponía vivir en una ciudad grande. De nuevo, se repiten las imágenes que había dejado atrás en Varsovia.
Los famosos cruzan las calles clamando anonimato y una vida normal, mientras que el resto busca la foto que le catapulte a la fama.
Jóvenes que lloran en un portal con el corazón roto y manifestaciones de amor en los parques antes de que el verano termine y el otoño se apodere de sus cuerpos.
Instantáneas que no me afectaban, puesto que mi condición de extranjero me colocaba en una posición neutral, en un personaje ajeno a los acontecimientos, a pesar de llevar una vida de autobuses y tranvías muy similar a la de todos, ahogado por el ritmo del tránsito laboral.
Y, aunque aquí no es muy diferente, quizá la experiencia de los últimos años me haya hecho ver las cosas con otro prisma, con un brillo de más intensidad.
Quizá la condición de no tener que pasar por una oficina me haya concedido el privilegio de pararme a pensar y reflexionar, como ese tipo con el que chocamos de camino al trabajo.
En el fondo no importa donde vivas, sino cómo lo vivas. Quejarse sin hacer nada por el cambio es otra forma de acomodarse.
Las ciudades grandes no nos comen. Son sus habitantes quienes nos drenan. Somos nosotros quienes nos convertimos en nuestro peor o mejor aliado.
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Talismán
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La bossanova que salía por los altavoces ambientaba la sala. Era una de esas presentaciones a las que solía acudir solo, sin conocer a nadie más que a quien daba la charla, aunque nuestra relación fuese nula. Nunca sabía con quién me podía encontrar.
Nuestras miradas se cruzaron en la distancia como dos aviones a punto de estrellarse. Llevaba unos vaqueros ajustados y una blusa de tirantes que dejaba a la vista sus brazos. Sin pensarlo demasiado, antes de caer en las trampas mentales de mi propio ser, me acerqué a su grupo y me presenté.
Estrechamos la mano, saludé al resto de amigos que la acompañaba y me fijé en sus labios. Ella sostenía una copa de tinto, algo más llena que la mía. Tenía un acento extraño aunque exótico y una mirada que me arropaba como la oscuridad de un día de invierno. Su sonrisa silenciosa y permanente no me decía demasiado. Mientras la verborrea hacía su trabajo, buscaba alguna señal en su cuerpo, una grieta por la que escabullirme y robarle la calma que tanto aparentaba guardar.
Sin darme cuenta, había sido ella quien me había atrapado en su red de araña, convenciéndome de que sería al revés. Conversamos lo justo, pues siempre he tenido problemas para controlarme, y opté por beber y escuchar. Quería hacerlo bonito, pintar un lienzo, allí, entre los dos, que perdurara en nuestras mentes para siempre. Quería ser ese desconocido de película con el que la protagonista terminaba en una habitación de hotel bajo la luz de la luna. Ese ser sin nombre, sin identidad, pero con buena fragancia.
No iba mal encaminado, aunque el mérito no fue del todo mío.
Pronto entendió que la discreción y la sutileza era parte de la coreografía, que aquel escenario daría lugar a otro, a una secuencia más íntima. Pedimos más vino, alargamos los silencios y nos bebimos las palabras a la vez que sus ojos negros se fundían con los míos. Después regresamos a los labios, a las caricias sin contacto y al deseo más puro. Abandonamos el lugar, salimos al exterior y sentí cómo su piel se erizaba. Sin preguntar, me quité la chaqueta y se la coloqué por encima. Su expresión de alivio me bastó. Una sonrisa siempre vale más que mil palabras.
Subimos en mi coche, me dio el nombre de su hotel y se acomodó sin rechistar mientras Coltrane tocaba para nosotros.
Cuando entramos en su habitación, enajenados por el torrente que corría por nuestros cuerpos, nos besamos con pasión agarrándonos por la espalda. Su cuerpo era un paisaje de curvas y formas perfectas, una obra de arte digna de contemplar. Tomó mi mano, se quitó la blusa y me mostró el camino para perdernos entre las sábanas otoñales de la cama y caer rendidos de cansancio antes de los primeros rayos de sol. Al despertar, sentí su pelo sobre mi pecho y sus brazos atrapándome para que no me marchara. Olí su melena y le acaricié las mejillas con las yemas de los dedos. Era una sensación agradable y delicada.
Todas mis preocupaciones se habían esfumado en un instante.
Ella dormía, yo guardaba silencio y deseé con todas mis fuerzas quedarme allí para siempre, parar el tiempo, estirarlo de por vida y no salir jamás al exterior. Pero pensar en ello no haría más que lastimarme. Ni ella era el talismán que curaría mis males, ni aquel el fotograma final de una comedia romántica. La vida era más que eso. La vida eran momentos como aquel, sin demasiadas explicaciones, y el resto material de novela.
Giré el rostro, comprobé la hora en la pantalla del teléfono y atrasé la alarma una hora más. Después regresé a ella, que seguía dormida sobre mi cuerpo, la cubrí con el otro brazo, cerré los párpados y me dejé llevar por silencio.
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September 15, 2018
Límites

Rallo tomate, tuesto pan, preparo café para dos y tarareo una de esas canciones que se quedan pegadas sin razón alguna.
Las fuerzas me flaquean, la cabeza no me responde como debería y siento que ayer me excedí con la euforia.
Reconozco que me pierdo con facilidad: en las calles, en las conversaciones, en los detalles… Pero nunca he tenido miedo a perderme, y tal vez esa sea la razón por la que tanto lo hago.
Disfruto cada momento, sudo cuando es necesario y río cuando lo merece, pero hace ya mucho tiempo que nunca me arrepiento de lo realizado, de aquello a lo que debo renunciar para pasar a otra fase, a pesar de que el resultado sea favorable o no.
Muchas personas se ahogan haciendo aquello que creen que deben hacer mientras observan la vida del vecino. Y eso no debería ser así.
Más que plantearnos lo que queremos, tendríamos que empezar por cómo lo queremos. Un determinado estilo de vida tiene limitaciones, es moldable y, en ocasiones, se llega a convertir en un arte.
No se trata de conformarse con lo que se tiene, sino con aceptar el riesgo y sacrificio que puede acarrear alcanzar eso que anhelamos, y preguntarnos si estamos dispuestos a llevarlo a cabo.
No se trata de vivir al límite, sino de señalar dónde ponemos los nuestros para que todo fluya.
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