Pablo Poveda's Blog, page 37

December 2, 2018

Imperfecta


 


Comienzas a darte cuenta de que te mueves en otra órbita cuando a menudo sientes que la conversación no va contigo.


Estaba allí sentado en una de esas mesas redondas de madera, en uno de aquellos bares viejos de tono castizo en el barrio de moda de la ciudad. Estaba allí como podría haber estado en mi casa, pero la necesidad de rodearme de gente de vez en cuando me reforzaba mi convicción de que me encontraba mejor solo.

Todos tan modernos y yo tan arcaico que una de las chicas se sorprendió al ver que en mi teléfono móvil tenía una lista de reproducción de Led Zeppelin.

— ¿De verdad?

— Pues claro — dije.


Le podía haber dicho más, le podía haber explicado que una guitarra me transmitía más que la electrónica que escuchaba ella en ese antro berlinés, pero era una pérdida de tiempo. No había más que vernos, todos vestidos de negro y yo con una de las camisas que nunca me quitaba. Sin embargo, todo eso era secundario, me resbalaba bastante. Lo importante de la vida no era lo escucharas o lo que te metieras a las tres de la mañana en un club alemán, sino cómo vibraras a diario.

Tu vida, tu pensamiento, tu sonrisa, tu forma de empatizar o demonizar al otro.


Los tiempos no habían cambiado tanto. Viajar para ver mundo o para contárselo a los demás. En ambos casos, sin un propósito. La tecnología nos había ahorrado mucho tiempo perdido, como el de ir a tomar el café y ver aquellos álbumes de fotos insufribles. Cuando opté por marcharme al pensar en mi cama más que en lo que restaba de noche, me pidieron que me quedara un poco más, y yo, que me dejo llevar con facilidad, pedí otra cerveza y regresé a mi sitio.


Al rato, salimos de allí y atravesamos el centro de Madrid con sus luces de colores, los bares de San Bernardo que servían las últimas cañas y preparaban los cafés del día siguiente, el edificio de Callao, el bullicio de la noche y la caza de taxis que se corría en la Gran Vía.


Pese a lo demonizado que estuviera todo, me encontré feliz en el momento en el que vivía. Ningún pasado fue mejor, o tal vez sí, qué importaba. A mí me había tocado vivir el presente, el de las pantallas portátiles y los auriculares inalámbricos.


Tenía dos opciones: lamentarme o ser feliz.


Me despedí, caminé cuesta abajo y comprobé la hora en el teléfono. Eran las dos de la madrugada y la calle tenía el aspecto de una tarde de invierno con aire festivo.

Una notificación saltó en la pantalla. La abrí y comprobé la foto de Instagram. Era esa chica del pasado.


Le iba bien, todo parecía colorido, compuesto al detalle. Ella me había enviado la foto.


Decidí no responder, poner mi atención en los pasos, oler la brisa y sentir el frío en aquella vida imperfectamente perfecta.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Imperfecta se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on December 02, 2018 23:44

December 1, 2018

Ventanas


Siento el frío en las suelas de los pies, que se cuela por la piel de mis zapatos y entumece mis movimientos. La mente me juega otro revés inesperado y recuerdo la imagen de una habitación, una ventana con vistas al mar y yo apoyado en ella. Un mar frío, casi congelado.


Hurgo en ese fotograma mental y me ubico en algún lugar lejano del este de Europa. Veo el rostro y los ojos claros de aquella chica del norte que preparaba sándwiches al despertar y ponía música en su ordenador mientras nos bebíamos el vino escondiéndonos bajo las sábanas. La imagen se distorsiona, el mar persiste.


Ahora la ventana tiene otras dimensiones, el lugar es más cálido y recuerdo a esa otra muchacha de diferente nacionalidad, con acento inglés extraño y el cabello teñido. Ya no hay emparedados de queso y jamón, sólo café. Recuerdo el aroma, sus palabras y su voz. Y las ventanas se suceden cambiando de lugar, de tono, de paisaje, así como los ojos de ellas.


Apoyado en una ventana manchada por la lluvia desde la que veo los tejados rojizos del centro de Madrid, soy consciente de que empiezo a mezclar recuerdos, momentos que una vez olvidados, podrían no haber sucedido.


El cielo está azul y yo dispuesto a marcharme y caigo en la conclusión de que, por mucho que lo intente, por mucho que mi deseo sea tan grande que me rompa el plexo solar, jamás podré contarle toda la verdad sobre mí mismo a alguien, porque ni yo soy capaz de conocerla.


Soy optimista, por lo recordado y por esta taza de café que sostengo entre las manos. Siempre quedarán las ventanas y también las palabras. Todas esas chicas vendrán conmigo a donde vaya.


Momentos, ya no para recordar, pues todo se olvida o se forja a nuestro antojo, sino para volver a ellos a través de la imaginación, para viajar a lugares que quizá no existan o que hayan estado ahí alguna vez.


Sólo recordando lo que merece la pena, alguien puede dormir bien.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Ventanas se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on December 01, 2018 06:05

November 29, 2018

El ABC para que no te sobrepase la vida


 


Existen momentos en los que todo nos sobrepasa. No importa en qué momento nos encontremos, si en una situación mejor o peor que la de quien tenemos al lado en el metro.


Al final del día, cuando nos vayamos a dormir, tendremos que digerir nuestros propios temores.


Aunque no somos conscientes de ello, cada día, nuestra única misión es resolver la madeja de desafíos que se nos plantean con el fin de llegar a la cama, cerrar los ojos y conciliar el sueño sin perturbaciones ni pensamientos que nos asalten. Para mucha gente, este es el mejor o el peor momento del día.


Reconozco que el estoicismo me ha ayudado a poner los pies en el suelo cuando, a mi alrededor, sólo he encontrado consejos a medio gas.


Debemos recordar que, por mucho que nos importe la otra persona, es ella -o nosotros, en este caso- quien carga con esa mochila.


Por mucho que empaticemos, nunca nos podremos poner en su piel, ni ella en la nuestra.


Cuando me encuentro en una situación laboriosa -prefiero llamarlo así a decir que es complicada-, recurro a varias técnicas para que mi día no se convierta en una cámara de gas en la que me ahogo lentamente en mis pensamientos, dejando que las horas mueran.


El pensamiento

Lo primero es cambiar mi estado de ánimo. Existen formas diversas y cada cual que use la que le funcione mejor. La meditación funciona, la música también. Hacer ejercicio físico, saltar, visualizar…


En mi caso, quiera o no, salgo todas las mañanas a pasear al perro durante media hora. Eso me ayuda a salir de la cama. Después preparo café y tomo un cuaderno de notas.


En este cuaderno, escribo tres cosas por las que estoy agradecido (tu familia, el café, el lugar donde estás… tú sabrás). Normalmente, suele funcionar para cambiar mi estado, ya que me enfoco en algo que me hace sentir bien. El pensamiento es maleable.


Si esto no da resultado, recurro a las flexiones con el único fin de que la sangre bombee por todo mi cuerpo. No importa cuántas hagas, siempre y cuando hagas un esfuerzo.


Finalmente, si continúo sintiéndome como un despojo -rara vez sucede-, busco en Youtube alguna meditación guiada y la escucho durante diez minutos para relajarme.



La organización

Una vez he cambiado mi estado de ánimo, es hora de aprovechar este impulso antes de que me vuelva a sobrepasar la frustración -porque regresa, tarde o temprano-.


En ese mismo cuaderno donde he escrito mis pensamientos, escribo la fecha del día y hago una lista de las tres o cinco cosas más importantes que debo terminar antes de que acabe el día.


En ocasiones puede ser escribir 3000 palabras (si estoy en medio de una novela), responder correos electrónicos, leer equis páginas de un libro, llamar a alguien, buscar información sobre algo…


Las tres o cinco tareas más importantes que nos van a ayudar a avanzar hacia el día siguiente.


Empieza por algo concreto, pequeños pasos.


Después calcula el tiempo estimado que te llevaría completar esta tarea y (aquí viene lo bueno) multiplícalo por tres.


Sí, tres.


Si escribir 3000 palabras creo que me llevará tres horas (mil palabras por hora), mejor pensar que serán seis, porque nunca rindo al cien por cien.


Una vez hecho esto, organiza tu calendario y ponte en marcha.


La concentración

Estás trabajando con varios objetivos claros pero hay quien te distrae, ya sea por teléfono, en persona o simplemente eres incapaz de lograr tus objetivos sin perderte en internet.


Sé consciente de tus hábitos, de las interrupciones, toma notas sobre ellas y elimínalas.


Sí. Todas.


A tu jefe, a tus padres, a tus amigos, a tu pareja.


Si vas a practicar ejercicio, no lleves el teléfono contigo.


Si tienes que estudiar, deshazte de cualquier distracción. El mundo puede sobrevivir sin ti durante unas horas.


Si necesitas terminar esa tesis, novela o ensayo, desconecta la red Wifi o usa un bloqueador de aplicaciones.


La responsabilidad de llegar y cumplir lo que te propones es únicamente tuya.


Lamentarse, quejarse y culpar a otros, además de una pérdida de tiempo, no sirven de nada.


Tu línea de progresión sube o baja. Si se estabiliza, prepárate para que baje.


Así que, si permites que otra persona o cosa robe tu atención mientras te dedicas a lo que más te importa, estarás fracasando a la vez que demostrando que eso es más importante que lo que realmente tienes que hacer para que tu vida progrese.


Por tanto, preocúpate de tus asuntos primero porque, al final del día, cuando te vayas a dormir, tendrás que digerir lo que no hayas hecho.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada El ABC para que no te sobrepase la vida se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 29, 2018 00:57

November 26, 2018

Crear una audiencia desde cero de forma sencilla


 


A estas alturas de la partida, la red está llena de recursos para transformar nuestra carrera y alcanzar el éxito (esa maldita palabra que nos hace pensar en montones de dólares y coches de lujo).


Sin embargo, todavía me encuentro con prácticas sin resultados, acciones a medias y ecosistemas que no terminan de funcionar por falta de claridad.


Es decir, gente haciendo cosas que no les dan lo que quieren.


Y eso resulta frustrante.


Con el fin de aportar un poco de luz -la única que conozco, la que me ha dado resultados de verdad-, creo que uno de los problemas a la hora de llevar a cabo una estrategia es la falta de conocimiento y planificación.


Es hora de dejar a un lado lo que creemos que funciona para probar lo que otros ya han hecho y ajustarlo a nuestro ecosistema.


Aunque este artículo va enfocado para alguien que escribe, se puede extrapolar a otros canales. Después de todo, yo no he inventado nada.


La secuencia es muy sencilla. Cuando escribimos un libro, necesitamos que alguien nos lea. Por tanto, debemos crear una audiencia de gente interesada en nuestro libro (el cual desconocen).


Buscando lectores

Hay millones de libros gratuitos en la red y todavía creemos que toda esa gente va a leer el nuestro porque es una obra magistral.


Y más aún pagando.


Pues me temo que no.


Así que mejor no molestarse en hacer spam, ni publicar en Facebook sin cese. Es un derroche de energía.


Define el tipo de persona ideal que va a leer tu libro. Imagínala. ¿Hombre o mujer? ¿Edad? ¿Gustos? ¿Influencias? ¿Vestimenta? ¿Ideales? ¿País? Describe a esa persona.


Tu misión es encontrar a este lector potencial, arrastrarlo a un lugar donde puedas tener contacto directo y nutrirlo con tu contenido.


La mejor opción es una página de aterrizaje (landing page) en la que suscribirse a cambio de algo atractivo (tu libro, un extracto, unos capítulos, varios relatos).


Existen recursos gratuitos como Mailchimp o Wix.


Montas tu página, ofreces tu libro gratuito y… ¿Ahora qué?


Más te vale tener algo más que ofrecer. A partir de este punto, es importante crear un vínculo real con esa persona antes de que se borre de tu lista.


Algunos ejemplos que funcionan:


– Cuéntale algo sobre ti, algo real.

– No escribas más de dos veces al mes.

– Deja una pregunta al aire para que se anime a responder. No tardes más de cinco días en contestar a los correos (te están brindando su tiempo, no lo desaproveches).


Pronto, si les gusta tu trabajo y estableces una conexión real, estas personas no tendrán problemas en seguir tu trabajo y tu carrera porque estás creando una relación humana (tiene sentido, ¿verdad?).


No obstante, necesitas tráfico que vaya a esa página de aterrizaje, tráfico que se convierta y haga crecer tu lista.


Sobra decir que hay diversas plataformas para promocionarse, pero no recomiendo perder la cabeza con esto.


Antes de empezar, hay que tener clara una cosa: si vamos a pagar por la promoción o no.


En el primer caso, acelerará el crecimiento (Facebook Ads permite llegar a nichos concretos).


En el segundo, nos llevará más tiempo.


Si decidimos optar por lo gratuito, recomiendo escribir en plataformas como Medium o en un blog y compartir nuestro trabajo en grupos privados de Facebook.


Siempre hay que tener una plataforma base (en este caso, el correo) y una segunda (para escribir, Medium y Facebook en mi caso).


Pero, ojo, hay que tener algo en cuenta: debemos aportar algo de contenido útil. La gente no es tonta. Si los dirigimos a un artículo para venderles algo, no nos tomarán en serio.


Por eso es tan importante dar. Crea, documenta tu proceso, escribe sobre lo que te gusta, acerca de temas que se relacionan con tu libro y quien se identifique contigo, con tu historia, no dudará en suscribirse a tu lista.


Hazlo de forma masiva, escribe a diario, busca lectores por todas partes, anota lo que te funciona o lo que no.


Una vez hayas puesto en práctica esto durante treinta días, calcula cuál ha sido el número diario de conversión (cuánta gente entra a tu lista al día).


No te desanimes si son diez, cinco o dos personas.


Prueba a multiplicar por diez esa cifra. Sí, parece complicado, pero una vez hayas creado la rutina de trabajo, sólo tendrás que esforzarte un poco más.


De este modo, llegar a mil lectores no te resultará complicado.


Por último, añadir algo fundamental. Durante el proceso, encontraremos a lectores que consumen lo que damos, a otros que nunca acceden al contenido de pago y a quienes no consumen ninguno de los dos.


Es crucial cuidar a los primeros, mantener el contacto con los segundos y no pensar demasiado en estos últimos. En especial, los últimos son los que más dolores de cabeza pueden dar, pidiendo mucho y aportando poco o nada. Es importante dar prioridad a nuestro tiempo.


Parece algo obvio, pero cuesta más de lo que parece cuando tenemos la sensación de estar “perdiendo audiencia”.


No conviene implicarse emocionalmente en ello.


Para concluir, aunque el correo electrónico parezca algo obsoleto, sigue siendo útil en casos como este. Mi última recomendación es abrir varios canales para que una misma persona pueda conocer más sobre nosotros y no se le escape nada (grupo privado de Facebook, cuenta de Instagram o blog personal).


Crear una audiencia lleva tiempo y mimo, pero es posible. Sólo hay que hacerlo.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Crear una audiencia desde cero de forma sencilla se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 26, 2018 00:41

November 22, 2018

Demasiado


 


Camino cuesta arriba por la Gran Vía rodeado de rostros extraños, de miradas pasajeras y rasgos que se quedarán almacenados en algún lugar de mi subconsciente para aparecer más tarde en mis historias. La marabunta humana se mueve en ambos sentidos y yo me escurro por ella hasta llegar al gran edificio de Callao. Tantas personas a mi alrededor, a escasos centímetros de mí, y yo sintiéndome tan solo.


Una chica se cruza y nos miramos. Sus ojos son como dos castañas maduras. Sonríe y fotografío su expresión. Después se pierde entre el mosaico humano.

A veces pienso en jodida que está la sociedad, que nos ha prohibido de bien pequeños hablar con desconocidos. Pero aquí todos somos iguales, por muchas capas de cebolla que llevemos encima, por mucho que valga el teléfono que nos distrae hasta tropezar con quien tenemos delante.


Tiendas y más tiendas a ambos lados de la calle. Grandes carteles iluminan los edificios con modelos perfectos que lucen sin arrugas. Compra esto y serás como yo, predican en silencio mientras una joven le pide a su amiga que le haga una fotografía posando para su Instagram. Que no se pierda nunca la esperanza por luchar por un sueño, pienso para mis adentros y continúo por mi senda.


Hace tiempo que no siento pena, ni tampoco envidia ni odio. Ya lo decía Marco Aurelio, si controlas tu fuero interno, controlas tu vida. Sin embargo, en ocasiones me entristece pasar por las tiendas de música y ver que apenas hay gente comprando guitarras.


Me encanta la tecnología, leo en un dispositivo electrónico que llevo a todas partes y me fascina poder caminar escuchando mis discos favoritos en un teléfono que cabe en la palma de mi mano, pero existen cosas que son básicas e irreemplazables: escribir a mano en un cuaderno, tocar un instrumento, palpar un libro de papel, un beso intenso en un portal, destapar una botella de vino o hablar con una persona y no un maldito robot artificial.


Pero la vida sigue, me guste o no, como el banco de peces que se desplaza a ritmo frenético cuando me detengo a pensar.


Ajustarse a los tiempos que corren, vivir como buenamente puedas y llevarte un bonito recuerdo porque, de lo contrario, cuando menos te lo esperes, te estarás lamentando de no haberlo hecho.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Demasiado se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 22, 2018 00:04

November 21, 2018

Fealdad


Pidió la tostada con aguacate por sentirse parte de una élite que me importaba un carajo. Le dije al camarero que me trajera la de jamón ibérico, que yo era un hombre de costumbres.


Media botella de tinto y una ración de manchego después hablamos del trabajo, de las divinidades de su barrio y de lo mucho que le gustaba Madrid. En esto último estuvimos de acuerdo.


Le sorprendió que hiciera de la escritura un estilo de vida y a mí que sus pestañas fueran tan largas, pero eso era lo bonito de despertarse cada mañana y no saber cómo te iba a sorprender la vida.


Tener predisposición y abrir los brazos era algo que practicaba a menudo.


Decían que los escritores somos éramos sensibles, capaces de percibir la realidad de otra manera y transmitirla entre palabras. Discrepando con esto, siempre había entendido que la sociedad etiquetaba a quienes escribíamos como una panda de perdedores y aburridos, sin distinción alguna, excluyendo a aquellos que eran tocados por la varita mágica de las editoriales.


Mi caso era algo distinto, pues siempre había ido por libre, como Clint Eastwood en esas películas del oeste.


Ni círculos literarios, ni charlas en público, ni palmaditas en el hombro. Mi vida, las calles, los bares y los de siempre.


El mundo digital me había abierto una puerta trasera alternativa.


Sólo necesité lo básico: un par de pelotas y adelante.


— No sé, no te hacía escritor — me dijo con timidez. Guardé silencio y esperé a que terminara la frase — . Aunque, ahora que lo dices, con esas gafas…


— Las compré en una óptica de escritores.


Ella sonrió.


Después me mató.


— Eres muy guapo para ser escritor.


Y entendí que había que ser feo para escribir bien.


Sin duda, aquel iba a ser otro éxito asegurado.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Fealdad se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 21, 2018 01:10

November 18, 2018

Soledad


 


La mirada es el espejo del alma, me decía mientras sus ojos se nublaban tras la tercera copa de vino. Podía sentir la pesadumbre en su mirada, el peso de una responsabilidad que no quería y la presión por ser alguien que no había elegido.


El alcohol sigue siendo el reducto de muchos que no saben a dónde ir, pero también el refugio para quienes buscamos un poco de silencio entre tanta palabrería. Cuando las cosas se ponen jodidas, hay que dar el callo, pero también encontrar el momento de frenada antes de la curva. De lo contrario, todo se va al carajo.


Seguimos teniendo los mismos hábitos y errores que hace quinientos años.


Camino melancólico por las calles del centro de la ciudad mientras cientos de imágenes del pasado se amontonan en mi cabeza. Nos guste o no, estamos solos en este mundo, cuando venimos y cuando nos vamos; cuando despertamos y cuando cerramos los ojos por un rato o para siempre. Cruda realidad que no vende panfletos de autoayuda, pero nadie se salva aquí.


La sociedad ayuda, acompaña, une, dicta, instruye, destruye, separa, pero existe un momento del día en el que la dejamos atrás para reunirnos con nuestros pensamientos. Y ahí es cuando la magia sucede, cuando somos capaces (o no) de entender lo que nos aterra, lo que nos sofoca.


En mi paseo recuerdo experiencias, momentos olvidados, besos y corazones rotos en los portales de la gran ciudad.


Apenas llevo unos meses aquí y siento que una parte de mí ha vivido años.


Quizá porque estuve ya allí antes, tal vez porque siempre estuve en ese lugar. Y no es que ya haya hecho lo que tenía que hacer, sino que prefiero aceptar que el tiempo pasa y que cada momento es único, irrepetible, sin la necesidad de repetirlo de nuevo.


Recorro los callejones y llego a una bonita plaza con terraza y mesas en las que la gente del barrio toma el vermú y sonríe disfrutando del fin de semana.


Photo by Adrian Sava on Unsplash

 


Siento que hay un complot para que sigamos siendo jóvenes, o al menos queramos serlo; para que nos pongamos a la altura de quienes tienen diez o veinte años menos que nosotros para robarles aquello que tienen y nosotros ya no, para darles lecciones de moral y experiencia, cuando sabemos que no nos van a escuchar al igual que tampoco lo hicimos nosotros.


Siento que hay un complot para escapar de nuestra propia identidad, de nuestros recuerdos, buscando el reciclaje constante y huyendo de los estándares de vida de nuestros padres para apoyarnos en los que unos desconocidos nos venden mientras les pagan los mismos que convencieron a nuestras familias.


Cada persona debe vivir su vida como buenamente pueda y apañárselas para que, cuando eche la vista atrás, el recuerdo sea agradable dentro de lo posible.


La felicidad no es un derecho, sino una responsabilidad, y desconozco si todos somos capaces de llegar a ella.


Por eso, mejor mantenerlo simple, volver a lo básico, disfrutar de un pincho de tortilla en un bar, de una conversación; caminar unos minutos para sentir el oxígeno, ver la puesta de sol, escuchar a los músicos de la calle que tocan jazz, llamar a esa persona con la que te apetece hablar, charlar del pasado, del presente, de lo que sea pero que te haga reír, aunque sea un poco.


No pensar demasiado, sólo lo justo para dar un paso al frente. Hacerlo lo mejor posible para que cuando volvamos a cerrar los ojos en la cama, en el suelo, donde sea, el frío de la soledad nos arrope y la cantidad de basura con la que cargamos salga a flote, sintamos que no es para tanto.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Soledad se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 18, 2018 23:27

Perspectiva


La camarera me sirve un café humeante en la terraza del bar. Son las siete y media, la calle está vacía, los taxis se amontonan en doble fila y en las aceras quedan restos de cristales de la noche anterior.


Llegados a este momento, uno se plantea si es que ha envejecido o madurado. Después mando la pregunta al carajo y sonrío.


Siempre digo que para los escritores como yo, todos los días pueden ser lunes o viernes, según cómo se plantee.


Leo la prensa del día con desinterés y me mancho los dedos de tinta de periódico.


Tras el café, noto la brisa del invierno, agradable y molesta a la vez, y soy consciente de que lo bueno siempre es breve y que los excesos se pagan. Me levanto y camino cuesta abajo con una mano en el bolsillo y la otra sujetando la correa del perro.


El sol hoy no saldrá y las nubes advierten que estarán por unos días, pero no me importa, todo pasa, todo sucede a otros momentos mejores o peores. Hace tiempo que no temo a los contratiempos, a los sopapos de la vida. Ahora soy capaz de resistir los golpes como un púgil inútil que sólo sabe mantenerse en pie.


Con el tiempo se aprende a disfrutar del presente, de los pequeños momentos, de las sonrisas y de las puestas de sol diarias. La práctica nos lleva a estar más en el ahora que en el mañana, en la mesa junto a la cerveza y las aceitunas que en la pantalla del teléfono.


Por eso es importante levantar la cabeza, mirar al frente y poner los cinco sentidos en marcha antes de que estos nos fallen.


Por eso es importante recordar que valemos lo mismo que el pajarillo que sobrevuela el parque en busca de algo que echarse a la boca. De lo contrario, estaremos perdiendo perspectiva.


Y lo peor de todo es que nunca se sabe cuándo caeremos.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme unos aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Perspectiva se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 18, 2018 01:46

November 15, 2018

Felicidad


 


Estaba rota, me dijo cuando la escuchaba pegado a la barra, sobre el taburete. Di un trago al botellín de cerveza y la miré con curiosidad. ¿Quién no está roto?, le dije, ese es el problema de esta generación, quizá de todas, yo tampoco tengo todas las respuestas. Pensar que somos únicos, diferentes, eso es lo que nos rompe. Y lo hará mientras sólo deseemos ser así para parecernos a otros, a los que están encima del resto.


En el fondo, todos buscamos un poquito de aprobación.


Santa estupidez, le pedí una copa de vino para que se le relajaran los nervios.


Debía de estar pasándolo mal, al menos, peor que yo.


El bar estaba atiborrado de otras tantas personas que se reunían para beber, arreglar el mundo y llevarse algo bonito a la boca. Le pude decir muchas cosas, que no se preocupara, que nadie es perfecto, que en la imperfección reside lo bello, lo genuino. Le pude decir que todo le iba a ir bien, mucho mejor que a mí, que menos es más y toda esa retahíla de positivismo que podía encontrar tecleando un poquito en internet. Pude decirle tanto que preferí no decirle nada, sonreír y ponerle la mano en el hombro.

— Me gusta la visión que tienes de la vida — añadió dando un sorbo a la copa de vino blanco — . Sólo quieres ser feliz.

— Pues claro. ¿Quién no quiere ser feliz?


Ella no supo qué responder.


Y ahí lo entendí todo.


Para mí la felicidad no era más que un estado, que iba y venía, al igual que la tristeza o la más profunda depresión. Un estado que nada tenía que ver con las monedas que guardara en el bolsillo, el coche o dónde viviera, sino todo contrario.


La felicidad no había que buscarla, sino sentirla y darle la bienvenida cuando estuviera cerca. Tarde o temprano, como todo en esta vida, se terminaría dando paso a otra cosa, qué sabía yo, como el día a la noche y el verano al otoño.


La felicidad era ese amor vacacional que no quieres que termine pero que sabes que pronto lo hará.


Seguimos hablando, la invité a otra copa y me pedí un segundo botellín. Al rato, ya se había olvidado de sus roturas y disfrutaba contándome sobre su vida en la ciudad.


Quizá no fuese feliz, jamás le pregunté, pero por un instante se había olvidado de lo que tenía que hacer para serlo.


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme un aplauso (o dos) para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Felicidad se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 15, 2018 02:14

November 13, 2018

Dubái era una fiesta

[image error]


Dicen que para contar buenas historias, además de leer y escribir, también hay que vivir.

Leía a Fante en la pantalla de mi Kindle mientras esperaba que el tren de cercanías me llevara al aeropuerto.


Un día fatídico, apresurado.


El cielo estaba gris y el reloj, una vez más, corría en mi contra. La maleta pesaba más de lo usual. Yo, que siempre solía viajar con lo justo, la había cargado de camisas lisas, ropa interior y pantalones de verano. Estaba emocionado. Por primera vez saldría de Europa. De Europa. Para muchos, algo de lo más normal, pero no para mí. Quizá porque aún pertenezco a esa clase en extinción que se toma las cosas con calma, que viajaba cuando el cuerpo lo pide y no cuando se lo impone, que experimenta cosas por primera vez casi a los treinta.


Bandini, el álter ego de Fante en su novela, hablaba con soberbia de su posición como escritor mientras moría de hambre pelando naranjas bajo el escritorio. Parecía feliz. Y digo parecía porque así me lo pareció hasta donde leí. Aquello me hizo sentir bien, orgulloso.


Para mi fortuna, hacía tiempo que había dejado de pelar naranjas bajo la mesa, pero no debía bajar la guardia. El infortunio de los juntaletras siempre estaba a la vuelta de la esquina. Nunca sabía cuándo volvería a pelar naranjas bajo el escritorio.


Tras un accidentado viaje hasta el aeropuerto, finalmente me embarqué en un avión de dos plantas en el que pasaría siete horas hasta llegar a los Emiratos Árabes.


Nuevas sensaciones, almohada y manta para dormir, sitio espacioso y conexión a internet. Incluso tenía una pantalla digital por la que ver documentales y escuchar toda la discografía de Coltrane.


Maldita sea, pagar por ello casi merecía la pena.


Observé a mi alrededor y sonreí al comprobar que el avión se llenaba lentamente de diferentes tipos de personas. Encontré la excitación de las parejas que viajaban a otro mundo como yo. Vislumbré los rostros de aquellos, solitarios como yo, enfundados en sus chaquetas y camisas con gemelos, mantenían la compostura para parecer seres de otra clase social. Pagar más por algo no nos hace sentir más pobres, sino más importantes. La falsa sensación de tener otra cuenta corriente con más ceros, aunque sea por unas horas.


Mientras sobrevolamos el Mediterráneo, tuve tiempo para escribir, leer, ver un documental protagonizado por Michael Caine, disfrutar de la comida empaquetada de las aerolíneas, beber vino y quedarme dormido en varias ocasiones.

Finalmente, hastiado de estar allí dentro, vi las luces de la ciudad desde lo más alto. La ciudad de Dubái parecía algo extraño, brillante pero diáfano.


Aterrizamos, salimos de aquel avión y me sumergí en lo que sería el principio de una aventura que ya había comenzado sin darme cuenta. Existen momentos en la vida en los que uno debe guardarse ciertas cosas para sí mismo, fotografías mentales maleables que pueden dar cientos de historias diferentes, secretos que jamás deberían salir a la luz.


Durante mi estancia, breve pero excesivamente intensa, tuve la suerte de perderme en el desierto, el maldito desierto que separaba Dubái de la frontera de Omán. Aves y mamíferos que jamás había visto en la vida posaron cuando disfrutaba de un almuerzo en un lugar tan hermoso. Los camellos pasaban a lo lejos dejando un rastro por su camino mientras el sol redondo, propio de escena de Hollywood, se ponía a mis espaldas en medio de un montón infinito de dunas rojizas. Como si sostuviera un trébol de cuatro hojas, el destino me puso un Rolls Royce que me llevó de vuelta a la ciudad, una bestia negra en la que podía tocar botones que me masajeaban la espalda a la vez que echaba una cabezada sobre la tapicería de cuero.


Tras un ligero pestañeo, me vi subido en un yate rodeado de desconocidos, fingiendo ser el capitán en una fiesta de cumpleaños donde corría el vino y un repartidor de pizzas llegaba en moto de agua para entregar el pedido, las mujeres tomaban el sol en la cubierta y el único europeo era yo. La escena parecía una fotografía de Slim Aarons.


Conocí a un tal Omar que se interesó por mis libros; a un tal Khaled y a su mujer que querían saber más sobre mi país. Varias copas después, estaba rodeado de un grupo de egipcias de ojos negros cuyos nombres no recuerdo pero sí sus bellas sonrisas. Para mí, todas se llamaban Cleopatra. Un elenco que escuchaba con atención las historias que les contaba sobre mi vida, aparentemente interesante para ellas, no por la complejidad, sino por haber dado con algo que sus cuentas cargadas de dinero no lograban entregarles: la belleza de lo simple, de cargar con quienes somos sin miedo a fracasar, del amor por la vida sin miedo, sin prejuicios y entendiendo que nuestro paso es una fiesta.


Burbujas de espumoso, felicidad con la brisa en mi rostro y el espíritu en una nube.


Me acordé del tal Bandini, de sus naranjas, y de lo afortunado que era habiendo encontrado la felicidad. Momentos inimaginables hasta entonces que sólo podían ser pagados con dinero o suerte, y yo contaba con más de lo segundo.


Paseé bajo el sórdido e infernal sol de la ciudad, empapado de sudor y con la esperanza de encontrar un oasis donde refrescarme mientras los locales con turbante fumaban shisha y los Lamborghini pasaban a toda velocidad. Me perdí por las diferentes plantas de los hoteles que hospedaban fiestas, discotecas, clubes selectos, restaurantes palaciegos y centros comerciales en un mismo edificio. Cené bajo la luz de la luna y frente a la playa del golfo Pérsico y vi el espectáculo de luz sobre el Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo.


Ya en Madrid, inspirado y cargado de ideas, saboreo el café con cierta pesadumbre acusada por el cansancio y las fotografías mentales que me vienen a la mente como si de un sueño largo se hubiera tratado.


El barrio respira calma, los bares vuelven a abrir cuando salgo con el perro y el frío del otoño me acaricia con cuidado. En lo alto del Templo de Debod, el músico callejero toca El concierto de Aranjuez para mí y sonrío por dentro.


El otoño a mis pies y un cúmulo de experiencias que me mantienen vivo. Vuelta al trabajo, a las letras, a la rutina mundana que algunos odian tanto y que yo tanto añoro cuando no la tengo.


Recuerdo aquellos rostros lejanos y sus diálogos, como si formaran parte de una novela que escribí hace tiempo, como si fueran a tomar protagonismo en una historia que está por escribir. Me acuerdo de ellos y de mí.


En el fondo, todos buscamos lo mismo.


Antes de entrar en el portal, me fijo en toda esa gente que corre apresurada antes de perder el tren.


Quién sabe, tal vez comiencen su aventura hoy.


Tal vez no.


Haz lo que tengas que hacer, pero procura ser feliz.


 


La entrada Dubái era una fiesta se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 13, 2018 01:34