Pablo Poveda's Blog, page 34

February 21, 2019

Viajar en coche ayuda a entenderte

Photo by Chris Holgersson on Unsplash

 


En ocasiones, los viajes de carretera son el espacio en blanco que queda entre dos capítulos. El mismo trayecto puede convertirse en algo diferente, nuevo, dependiendo del momento en el que nos encontremos y no del lugar que estemos cruzando.


La Meseta Central me recibe con sol, niebla y poco tráfico.


Escucho la radio cuando me canso de los álbumes y busco a alguien que hable de temas interesantes para mí. A medida que cambio de emisoras, me doy cuenta de que estoy fuera de la conversación que escucho, de la vanguardia, de lo que (para quienes hablan) realmente importa de la sociedad. Tal vez sea cierto que Internet mató a la televisión, a la conversación de masa, a la sobremesa.


El monstruo de la pantalla sobrevive como puede mientras los telespectadores comprueban su Instagram.


Adelanto a los coches dejándome llevar por los pensamientos. El paisaje colorado de mi alrededor, el barbecho visible en la tierra de cultivo, los pueblecitos y sus casas de teja roja.


Photo by Jack Anstey on Unsplash

Desciendo por una pendiente rodeado de camiones. Atrás quedan las granjas y los cerdos. Una densa niebla me atrapa y ya no veo a quien tengo delante. Decelero con las gafas de sol puestas. La incertidumbre me recorre. Después vuelve a salir el sol.


Me detengo en uno de esos mesones de carretera cuando paso Albacete. El paisaje está limpio y veo algunos coches aparcados en la parte trasera.


Ahí, donde el tiempo no pasa, donde no existen los pasajeros sino las personas de paso, todo va más lento.


Me podría quedar toda una vida sentado en el interior del coche y no pasaría nada.


Photo by Judit Imre on Unsplash

Decido tomar un café. Saludo, huele a café y leo la prensa nacional. Suenan Los Brincos y hay un expositor de discos compactos junto a la cristalera. No me cuestiono cuánto llevan ahí porque conozco la respuesta.


La España que existe y no se ve en la tele, ni de la que se habla, ni tampoco se escribe. Me pregunto quién quiere cruzar la Ruta 66 si teniendo asfalto y aventura en nuestra propia casa.


Las horas pasan y así los kilómetros. Los castillos del paisaje me saludan al entrar, el decorado se vuelve más árido y afloran la luz del sol es distinta.


Finalmente veo ese toro en lo alto que me indica que estoy ya aquí, en casa. Bajo la ventanilla y busco el aroma a salitre que normalmente se respira, pero no estoy lo suficientemente cerca del mar.


En ocasiones, los viajes de carretera son el mejor momento para reflexionar y preguntarnos hacia dónde vamos, aunque la respuesta no tenga relación con el lugar al que nos dirigimos.


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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.



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Published on February 21, 2019 00:53

February 18, 2019

Cómo llegar a los 30 con orgullo


 


Dicen que los treinta son los nuevos veinte. Al menos, eso dicen ahora que la esperanza de vida se estira haciéndonos creer que seremos parte de ella.

Madrugo, me lavo la cara y veo ese montón de canas que me crece alrededor del cráneo. A veces tengo la sensación de que un día desperté y, simplemente, ya estaban ahí.


Cuando cumplí la mayoría de edad pensaba que tendría mi vida definida a los treinta, que sería un tipo hecho y derecho, como se suele decir por estos lares; que ya habría llegado a meta y que lo siguiente sería dar el paso generacional.


También es cierto que a esa edad nunca imaginé que terminaría viviendo de lo que me apasiona, lo cual ha roto todo plan de ruta. No podía estar más equivocado.


Y es que, aunque no los haya cumplido todavía, puedo hacerme una idea de lo que sentiré cuando eso ocurra.


La percepción de la vida a estas alturas es otra. Al menos, la percepción de la mía. Uno pierde el miedo (o el respeto) a muchas cosas y comienza a dárselo a otras. El ruido de la calle sobra. Las opiniones ajenas forman parte del decorado y comienzas a apreciar las enseñanzas que dejaron por escrito quienes ya están muertos. La existencia se transforma en un aprendizaje constante, en un acto de supervivencia selvático en el que dominas o te dominan y te das cuenta de que más vale controlar eso que eres (lo que piensas) antes de que te controle a ti.



 


Reconozco que he viajado y visto más de lo que hube imaginado en algún momento pasado, que he gozado y vivido más de lo que ambicioné y que he aprendido a forjar una visión crítica -y algo ortodoxa- de la vida, aceptando mis defectos, aceptando que mañana no seré más alto, ni más guapo, ni más decente.


Lidiar con los demonios es el primer paso de convertir tu dantesco infierno en un lugar de vacaciones.


Y no obstante, a pesar de todo, tengo la sensación de que estoy más verde en esto de la vida que un manojo de espárragos de Manet.


Mi abuelo siempre decía que los años no pasan en balde y no le faltaba razón.


Hoy digiero peor las comidas pesadas, sobre todo las que van cargadas de consejos gratuitos, de opiniones sin fundamento o de panfletos populistas. He aprendido a decir no a muchas cosas, a lidiar con sus consecuencias, y eso me ha hecho sentir más libre.


En esta última etapa de la década vivida, volví a sentir las nostalgia de aquellos primeros pensamientos, hasta que me dio por quemar Roma como Nerón para salir de ese platónico mundo de sombras metido con cuchara. Luego uno ve que otros tenían una vida, pero… qué vida era esa, carajo.


Dudo que los treinta sean los nuevos veinte, pero ojalá que así no sea. Por fortuna, he llegado a tiempo para comprender que presente sólo hay uno y que a base de éste se construye el mañana.


Entender, a pesar de los devaneos de la mente, que en esta vida prima la salud, el dinero y el amor, y aunque se puede ser feliz con cierto desequilibrio, a la larga pasa factura.


Digerir que la excelencia es difícil de lograr y tal vez nunca llegues. Si fuera fácil, todos lo conseguirían.


Apreciar que más vale irse a dormir con la mochila vacía, porque nadie te asegura que vayas a despertar mañana; que si el mundo se hizo en siete días fue por algo, así que no vas a besar el santo nada más llegar a esa nueva oficina.


Disfrutar de la soledad porque es la única forma de aguantarte.


Aceptar que tus ambiciones son tuyas y no las del vecino y, por ende, es a ti a quien debes respetar primero.


Priorizar que, hagas lo que hagas, has de pasarlo bien, de un modo u otro, sintiéndote útil porque si no, ¿para qué?


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Published on February 18, 2019 23:29

February 14, 2019

Es hora de parar(te) en el tiempo

Photo by Illán Riestra Nava on Unsplash

 


Todo está en la imaginación, así que más nos vale cuidar de ella.


Observo viejas fotografías de los años veinte. Todo parecía más fácil, más sencillo de llevar, más lento. Vuelvo a reflexionar y caigo en la cuenta de que es otro autoengaño, que debía de ser un incordio trabajar no poder viajar tan rápido ni tener al alcance lo que hoy poseemos.


Quizá por eso me guste viajar en coche más que en tren, porque siento el peso de la distancia, la infinidad de las líneas discontinuas en las autovías y la sordidez de algunas estaciones de servicio cuando no sale el sol.


Se derrumba la nostalgia y con ellas las ganas de vivir otra época. Después de todo, sólo hay una: la que nos toca vivir. En los tiempos que corren, lamentarse me parece un acto carente de rebeldía.


Veo la Puerta de Alcalá a lo lejos cuando salgo de dar un paseo por el Retiro. Es casi mediodía, el Palacio de Cristal está lleno de turistas, muchos de ellos jóvenes, haciéndose fotos para subirlas a la red.


Me fijo en una de las insignias que hay en uno de los pilares y me pregunto cuándo construirían el lugar. Hoy no pienso hablar de la tecnología y sus males, porque sin ella no podría estar escuchando al bueno de Baker mientras escribo estas palabras.


No pienso criticar ni posicionarme, porque me saturan ambas caras de la moneda. Lo más coherente es darle el uso que creamos que debemos darle a lo que tenemos delante.


Otra cuestión es la de si somos capaces de controlar nuestras acciones… La respuesta es no, pero éramos ya así antes de que llegaran los teléfonos.


Photo by Jose A Sanchez-Dafos on Unsplash

Subo la Gran Vía y paso por delante del Banco de España. Un grupo de empleadas fuma en la puerta junto a dos agentes de la Guardia Civil armados. A todos nos gusta ocupar una posición privilegiada, pienso. Al menos, creérnoslo.


El privilegio da seguridad, aunque no hay nada seguro en esta vida. Continúo hasta Sol y un montón de personas se manifiestan junto a los sindicatos. Despidos para todos, pero mejor reír que llorar, parece.


Sigo con lo mío, como el turista que fotografía a los sindicalistas como si fuera una gorda de Botero.


Quizá sea yo, mi carácter caótico, pero siempre he pensado que manifestar desacuerdo no debe ir ligado al aire festivo. Después de todo, te han dado una patada en el culo donde trabajas.


“Tan mal no estarán, mira cómo se lo pasan”, oigo por ahí.


Hace un rato que no compruebo el reloj, ni la pantalla del teléfono, ni me pregunto qué hora será. El buen tiempo ha venido, aunque no sea por mucho, y eso me alegra. Los rayos del sol calientan mi frente. Me siento cansado, pero feliz y no sé si ambas cosas están relacionadas.


Entro en una taberna con un buen amigo, nos tomamos un fino y unas aceitunas.


Huele a bodega, hay barriles con números y el camarero lleva las cuentas escribiendo en tiza sobre la barra de madera. Por aquí pasan las conversaciones, los planes de revolución y la cura de los corazones rotos en mil pedazos.


Tengo todo lo deseaba hace diez años. ¿Significa eso que tendré que esperar otros diez para conseguir lo que quiero hoy? No, porque tampoco tenía experiencia, ni prejuicios, aunque me sobraban las ganas por comerme el mundo. Hoy, sin embargo, soy feliz con una aceituna.


—¿En qué mundo vives? —me preguntan.


Pues en el mío, en cuál va a ser.


Qué mejor lugar si no que éste.


Todo está en la imaginación, así que más nos vale cuidar de ella.


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Published on February 14, 2019 23:13

February 10, 2019

La historia que escribo a diario

Photo by Jorge Fernández Salas on Unsplash

 


Hay días en los que las palabras necesitan respirar, quedarse a fuego lento en el interior de mi pecho, de mi cabeza o dondequiera que estén. Salí de El Pelotari, la tarde era fresca pero el sol calentaba las calles de Colón. Subí Génova y opté por darme un paseo a las puertas de la boca de metro de Alonso Martínez.


Era viernes, un día más para mí pero una jornada especial para el resto: el fin de la jornada laboral, el inicio de algo efímero, las horas muertas que corren hasta el lunes y que sirven para hacer de lo que resta de semana algo valioso, algo por lo que empezar una más el lunes.


Me dejé llevar sin mirar el mapa, guiándome por el instinto y la brújula de mi intuición. Vagué por callejones repletos de gente, vi el amor rodeándome bajo los rayos del sol: en las parejas consolidadas, en las que aún estaban por conocerse y también lo vi caminando hacia mí para después perderse en el anonimato. Regalé sonrisas y miradas pícaras bajo los cristales verde botella de mis gafas de sol.


De pronto, me di cuenta de que estaba algo perdido, desorientado entre baldosas que no llegué a reconocer. Una sensación de desconcierto me atrapó. No había caminado tanto, así que opté por bordear el camino, dejándome impresionar por lo que tuviera delante y empapándome de imágenes que usaría más tarde. La multitud me arropó en Fuencarral, entre tiendas y bandadas de turistas, autóctonos y tiendas de ropa. Respiré hondo y seguí hasta Gran Vía.


Con paso lento y relajado, tuve la suerte de percibir cosas que otros no veían en sus pantallas. Por alguna razón, no me preocupaba tanto, como en otras veces, que un aparato fuera más interesante que lo que tenían delante. ¿Y qué más da?, pensé. Las formas de ver la vida eran infinitas y hay quienes preferían verla en un cristal de seis pulgadas. Así y todo, poco había cambiado en las calles desde los episodios de Galdós.


Me dejé arrastrar por la marea hasta el Palacio de Gaviria, sabiendo que algún día estas calles hablarían por mí. ¿A qué estaba esperando para escribir una historia aquí?, me preguntaba.


Quizá porque la inseguridad me podía al pensar en quienes ya lo habían hecho.


Tal vez porque sentía que aún no era el momento y que me quedaba mucho por descubrir, por arrancarme las vestiduras del turista incapaz de hablar con propiedad. Tonterías, sin duda, porque era muy fácil ser de aquí, sin serlo. Pero algo tuve claro.


Puede que escribiera esa historia, temprano, tarde o nunca pero, sin excepción, me iba a quedar para verlo.


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Published on February 10, 2019 22:46

February 5, 2019

No hacen falta más artículos sobre cómo escribir


Hay suficientes.


Hace tiempo que no leo libros relacionados con la escritura. Quizá, el último fue Suspense de Patricia Highsmith, un libro que habla más de su proceso y elaboración de ideas que de la escritura en sí.


No me extenderé demasiado. Todo está en Internet y en los libros. El problema es que, cuando se empieza, existen dudas y toda información es útil para consolidar esa seguridad personal.


Con el tiempo, después de aprender las normas básicas, me he dado cuenta de que las dudas se solucionan con la lectura y la escritura. No hay más. Poco a poco empezamos a identificar patrones, estructuras, tramas, arquetipos… y pasamos de ser lectores a observadores.


Existen muchos métodos ahí fuera, cientos de libros y una gran cantidad de artículos para leer antes de dar el paso a la formación de pago (la cual es más rápida de poner en práctica pero no siempre nos la podemos permitir).


Cuando hablo con alguien que nunca ha escrito nada (o ha terminado un par de relatos) y opina sobre mi método de trabajo, no puedo hacer otra cosa que escuchar y callar. Me resulta fascinante cómo la ignorancia abruma el pensamiento.


La teoría siempre es sencilla, pero el hecho de que yo explique mi método de una forma simple, no significa que lo sea. Hay demasiadas trabas en el camino antes de que se convierta en un hábito.


Dado que mi forma de trabajar es un híbrido de ideas y prácticas de otras personas (famosos y apenas conocidos escritores), animo a que cada persona tome lo que le resulte interesante (y funcione en su modo de trabajar) y construya su propio método. Como una estructura de Lego: cada persona crea algo diferente con las mismas piezas.


Dicho esto, en lugar de devorar libros y artículos que repiten lo mismo y nos llenan la cabeza de conceptos, me centraría en los siguientes y trabajaría en ellos.


Para escribir (algunos de estos libros están en inglés):

Take Off Your Pants! : Libbie Hawker explica de forma directa y sencilla cómo desarrollar una idea desde cero, crear una trama y diseñar los arcos de cada personaje. Este es un libro tanto para quien se deja llevar como para quien prefiere estructurar sus historias de principio a fin (mi caso). De todos los libros que he leído, es el que mejor me ha explicado algo tan básico sin dar rodeos como otros autores.


2k to 10k: Writing faster, Writing better: aunque hay mucho dicho sobre cómo escribir más y sacarle el jugo a las horas, para quien busque potenciar su producción, los métodos que explica este libro son buenos. Yo he hablado de esto antes. No llego a las diez mil palabras diarias pero sí alcanzo las seis mil.


El método Lester Dent: el famoso autor de novela pulp explica la estructura que tenían sus historias (de seis mil palabras). Un modelo que se asemeja al de Libbie Hawker (aunque más simplista) y que funciona muy bien para las historias cortas. Se palpa en las novelas de policías antiguas o en las del oeste y no es más que una visión plana (aunque efectiva) del monomito.


La técnica del copo de nieve: una variación del anterior para ir desgranando poco a poco la idea que tenemos en la cabeza. Yo no uso este método, pero es muy útil para quien puede tener problemas construyendo sus primeras tramas.


Cómo no escribir una novela: un libro escrito por editores que reúne 200 errores clave que encuentran siempre en los manuscritos. Puede ser algo pesado. Lo leí en su momento y reconozco que me sirvieron de ayuda algunas de las cosas que dice.


Para publicar:

Guía básica para publicar tu libro en Amazon


ABC para ser escritor: guía para empezar a escribir


Herramientas para publicar


Para mejorar:

Escribir, escribir y escribir.


Leer, leer y leer.


No hay más. Mucha suerte en tu camino.


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Published on February 05, 2019 23:57

February 3, 2019

El proceso creativo y la nada


Me despierto con agujetas en las piernas. Tengo los labios hinchados del frío. La aplicación Salud indica que ayer anduve 15 kilómetros. Madrid bulle cuando llega el fin de semana, sin importar el temporal que haga en la calle.

Reencontrarme con amigos, ponernos al día, tomar café y mirar fachadas.


Reconozco que me siento más cómodo en los bares que ahora llaman de viejos, los de siempre, los del ruido de la vajilla y las máquinas de juego. Ayer visité La Central por primera vez y vi libros pero también a gente que tenía interés por leerlos. Michel Houellebecq ocupaba las paredes. Lástima que no pudiera pasar de las primeras treinta páginas, pensé.


Esta mañana me cuesta tomar el café, respirar y salir a la calle. Me prometí documentar el proceso y eso intento con mesura.


Creo que estoy en mi mejor momento, escribiendo más y mejor que nunca, alcanzando las seis mil palabras diarias sin terminar derrotado.


Hace unos meses, era incapaz de superar las cuatro mil, las cuales veía como un esfuerzo sobrehumano. Pero esto no se trata de contar, sino del proceso mental en el que me envuelvo a medida que los dedos teclean más y más rápido.


En cierto punto, pierdo la noción del tiempo, del espacio y me olvido del lugar en el que me encuentro. Lo logro, salto al vacío y me mente está ahí, entre los párrafos. Una sensación de inmersión que (creo) sólo logro a partir de cierto número de palabras escritas sin pausa.


Photo by Annie Spratt on Unsplash

A la vez, un sentimiento de felicidad crece en mí. Disfruto más que nunca. Soy capaz de levantarme a las seis de la mañana sin alarma y estar más de catorce horas frente al teclado. De pronto, soy algo sobrehumano.


Cuando la cabeza no me funciona o siento que necesito un descanso, me tumbo en la cama o en el sofá, cierro los ojos, realizo varias respiraciones profundas y le pido al éter que me ayude a continuar con el capítulo que sigue y que voy a escribir.


Esto es algo insólito para mí.


En mi estado de profunda relajación, entre la vigilia y el sueño, veo las imágenes pasar con total nitidez, desapegándome de la mente y dejando que sean mis propios pensamientos los que me indiquen el camino. Imágenes vívidas que guardo en el momento que suena la alarma y me dispongo a trabajar. Y prosigo.


Pero, como todo motor, el cuerpo avisa y hoy es un día de esos.


Mañana tocará volver a la carga, pero hoy se manda descansar, leer. Simplemente, no hacer nada.


La felicidad no existe sin tristeza, ni el todo sin la nada. Y días como éste, siento que debo reposar en la nada.


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Published on February 03, 2019 02:27

January 29, 2019

Mi rutina


 


La sensación de embriaguez al comenzar la mañana. Reconozco que estoy poniendo el motor a su máximo rendimiento y me sorprendo al ver que no estoy tan cansado como había imaginado.


La alarma suena a las seis, últimamente tengo sueños extraños que recuerdo de forma vívida durante los primeros minutos del despertar. Imágenes extrañas del pasado, reencuentros con personas que creía haber dejado atrás y otras que nunca he llegado a conocer.


Me levanto, me bebo un par de vasos de agua y me voy con el perro a dar un paseo. El frío azota, pero desde hace una semana es más llevadero. Aún recuerdo los días en que me dolía sujetar la correa y el aire gélido se colaba por el cuello del abrigo.


Sólo pienso en una cosa, en regresar al cuarto donde sucede la magia. Cuanto más escribo, más tengo que decir, más disfruto lo que hago.


No quiero salir de ese capítulo, deseo quedarme en esa escena para siempre.


Regreso, preparo café y enciendo el ordenador. Tengo notas mentales de recados que nunca llego a hacer: reparar el ordenador (desde hace un par de meses sólo funciona conectado a una pantalla), ir a la peluquería… Esta semana lo hago, me digo sin convicción. Una vez canta la cafetera, el perro se apoltrona en su cama porque sabe que no habrá desayuno hasta las ocho. Me duelen las articulaciones, a pesar de que la silla que compré en Ikea me ayuda a sobrevivir.


Finalmente me siento, abro el navegador, comparo los números con los del día anterior, me pierdo en noticias irrelevantes y, de pronto, soy consciente de que los minutos vuelan. Agarro el teclado, abro el editor de texto online (ahora tengo la obsesión de perder lo que escribo, así que uso aplicaciones en la nube por si el ordenador se apaga sin avisar).



Madrid, Dubái, Copenhague… Otro día más viajando por ciudades que visité en su día desde un cuarto con una ventana.

No me puedo quejar. Pensándolo bien, aquí tengo más espacio que en un vuelo de clase business con Emirates.


Cuando me dé cuenta, habrán pasado doce horas, habré escrito más de veinte folios y tendré la sensación de haberme tomado cuatro cervezas, aunque sólo haya bebido agua y algún que otro té.


Cuando me dé cuenta, me habré olvidado de las cosas mundanas que nos absorben el día a día y me iré a dormir sintiéndome pleno y realizado.


Stephen King suele decir que escribir es un estado hipnótico. Yo no sé lo que es, pero no me importa pasarme el resto de la vida averiguándolo.


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Published on January 29, 2019 23:09

January 26, 2019

El balance de la felicidad


Cada cierto tiempo me suelen llegar las mismas preguntas, los mismos consejos gratuitos que no he pedido.


Un mensaje, una conversación, una llamada. No importa el medio.


—¿Todavía sigues trabajando tanto?


—Tienes que disfrutar más de la vida.


Comentarios que llegan a nuestra vida en el momento que nos concentramos en alguna tarea que es importante para nosotros.


No lo voy a negar, no he elegido un camino sencillo. Soy ambicioso y tengo unas metas muy altas. Todo el mundo debería serlo.


Explorar caminos desconocidos lleva tiempo, frustración y mucho sacrificio que la mayoría de personas no están dispuestas a afrontar. Sacar tiempo de tus ratos libres (esa franja que empieza cuando termina tu jornada laboral), decir no a planes, viajes, reuniones y un largo etcétera, y tener que tragar con el comentario jocoso de quien tienes al lado porque todavía no ves resultados.


Sea lo que sea, nunca será fácil, porque aprender, fallar, reestructurar lo que hacemos, mejorar y, finalmente, llegar al objetivo, requiere mucha energía.


Vivimos en una sociedad en la que, a pesar de gozar de una libertad cuestionable para hacer lo que nos venga en gana, a la vez somos juzgados por no seguir la pauta general (primero nos cuestionamos a nosotros y después somos cuestionados por el grupo).


Siempre ha sido así.


La posición social que representamos está latente en todos los círculos: el número de seguidores que tienes en las redes sociales, tus conocimientos musicales en el entorno que te mueves, los libros que lees, las series que ves, el coche que conduces en comparación al de tus compañeros de trabajo, si almuerzas en la oficina o sales fuera (y a dónde vas), el reloj que llevas, el teléfono que usas, el vino que bebes, el deporte que practicas, si vas a esquiar en invierno o no, si eres de un equipo u otro de fútbol, si te interesa el baloncesto o el golf.


Photo by Matt Lamers on Unsplash

Todo dice algo de nosotros para los ojos de otras personas y ni siquiera somos capaces de cuestionarnos si realmente (o no) lo hacemos para sentirnos aceptados en alguna parte.


Por eso, cuando se trata de dedicar nuestro tiempo (primero, el poco que tenemos libre y después, una vez hemos progresado, todo el que poseemos) a en algo que nos apasiona, el ruido externo se convierte en un enemigo muy poderoso, en un goteo capaz de agujerear la roca más dura.


Hay un refrán español muy viejo que dice “dime con quién andas y te diré quién eres” y que define muy bien la influencia que tiene el entorno sobre nosotros. Aunque no nos demos cuenta, el paso de dejar de creer en lo que hacemos (por un episodio de frustración, incertidumbre o fracaso momentáneo) para convencernos de lo que nos dicen es casi inapreciable.


Después de siete años de prueba y error, además de escribir, he aprendido a no juzgar a nadie por sus acciones.


Pero también he aprendido a no escuchar a quien opina sobre las mías sin haberle pedido consejo u orientación, sin importarme su edad, su posición o el papel que juegue en mi vida.


Lo siento, no es personal, aunque sé que duele.


Me importa un carajo tu punto de vista.


Tomar decisiones no es una tarea fácil y muchas veces no estamos preparados para soportar el dolor (físico o emocional) que conlleva hacer lo que queremos. No todos somos iguales, ni tenemos el mismo bagaje, ni tampoco buscamos el mismo final a nuestra historia.


Tu vida, tus relaciones, tu trabajo, tu pasión, tu tiempo libre. Encuentra la fórmula que te haga feliz, el equilibrio que te dé eso, a ti. Tu fórmula es única e intransferible porque eres diferente a los demás. A mí me lo da escribir historias, leer libros que han escrito otras personas, aprender e invertir horas de mi tiempo en conocer la manera de acercarme a más lectores.


A mí me fascina el error (y me frustra también, claro) de no ver resultados, de sentir que debo apretar el culo contra la silla.


Me emociona desarrollar paciencia, mejorar en lo que hago, ser un outsider y contraatacar con fuerza para conseguir los números que quiero.


Suena bien, ¿verdad? Pues hay días que es muy jodido, que nadie te entiende ni te puede ayudar. Hay días en los que buscas soluciones y no las tienes porque el sistema es demasiado complejo -el tuyo, claro-. Hay una parte negra que nadie ve ni comprende. «Sal a tomar algo, hombre, ya lo terminarás mañana», escuchas. Horas y horas en soledad porque tienes una fecha límite, mientras la Gran Vía está llena de gente tomando cócteles.


Pero para mí lo jodido es madrugar para ir a un lugar que no sea mi mesa de trabajo y pensar que podría estar escribiendo.


Pero esto soy yo y comprendo que haya gente que prefiera ir a un restaurante de moda con sus amistades, hacer surf en su tiempo libre, disfrutar de un festival de música, subir una montaña, correr una maratón, ir al fútbol, ver series o relajarse visitando lugares de moda.


No me molesta estar fuera de la conversación. Lo que hago es un horror para quien tiene otras necesidades.


Photo by Timothy Eberly on Unsplash

Por eso es importante ser honestos con nosotros mismos de manera brutal. Aceptar quienes somos (después de cuestionarnos por qué somos lo que somos ahora mismo), nuestros errores, nuestras debilidades y, sobre todo, nuestras fortalezas.


Aceptar que se nos va la lengua cuando bebemos de más en público, que somos capaces de volver antes de las cinco de la mañana a casa, que seguimos fingiendo ser alguien que todavía no somos para complacer a otras personas, que nos importa lo que nos digan sobre lo que hacemos o no con nuestra vida, que tenemos una forma física de que da pena y no hacemos nada por cambiarlo.


Aceptar todo eso, poner remedio a lo necesario y trabajar en la imagen ideal que tenemos en mente.


Te va a doler.


El ser humano se carga la mochila de mierda a medida que pasan los años. No somos conscientes de los pequeños traumas que acumulamos con el tiempo. Algunos inapreciables y otros que derivan en problemas mentales por no haber sido resueltos.


No llegues a ese extremo. Entrevístate con valor y cuestiónate lo que has hecho hasta hoy si lo necesitas y tal vez te des cuenta (como yo en su día) de que habías estado haciendo el imbécil.


La vida es tuya y el disfrute se calcula a través de la felicidad que te genera lo que haces.


Cuida la salud, cuida el amor (quiérete, siéntete querido/a) y cuida tus finanzas.


El dinero es importante, no voy a mentir, lo necesitas para comer, vivir y ahorrarte la ansiedad, pero cuesta menos ganarlo cuando disfrutas las horas que inviertes en producirlo.


Pero, sobre todo, cuídate de la jungla, del ruido, de todo aquello que te desvíe de ese balance que te hace dormir como un bebé. Vive y sobrevive. Seguimos siendo depredadores, aunque nos hayan borrado esa idea.


Alimenta tu necesidad antes de perecer.


Un día te morirás y ese día está más cerca de lo que piensas.


Sé consecuente y aprovecha tu existencia.


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Published on January 26, 2019 01:10

January 25, 2019

Moderarse


 


Las historias no se escriben solas, me dijo. No le faltaba razón.

Así como en la vida, todo requiere tiempo, constancia, ir poco a poco.


Hay días en los que me levanto y siento que me cuesta arrancar, que ya es viernes y mi cuerpo está en otra cosa, que los músculos duelen y sólo pienso en barras de bar -como si importara el día-, en camas cómodas, en descansar.


Parece mentira que diga esto casi a mis treinta, pero creo que empiezo a conocerme cada vez mejor, entendiendo dónde están los puntos flacos, las debilidades, las curvas cerradas.


Las personas tememos pasar demasiado tiempo a solas, en la intimidad. Por miedo a conocer la verdad, a prestarle atención a esa voz interior sin pedirle opinión a alguien de nuestro entorno.


La voz resuena, se vuelve poderosa y toma el control. Y no me refiero a la bipolaridad, a que alguien nos hable. Me refiero al todo, a ese lobo, a la sombra que nos lleva a saltarnos los propósitos de año nuevo, a serle infiel a nuestra pareja, a tomarnos una botella de whisky cuando dijimos que no íbamos a beber. Esa parte de nosotros que saca toda la mierda a flote en cuanto le abrimos la puerta.


En realidad, siempre ha tenido el control, pero podemos pasar una vida sin plantarle cara.


Por suerte, hace tiempo que mandé a esa voz al carajo entre discos de jazz y guitarrazos de rock. Como Jack Sparrow, dibujé una línea en la arena con la punta de mi espada para marcar los límites.


Dicen que me he vuelto más conservador, tal vez un poco aburrido. Pero como si

dicen misa.


Se aprende rápido a decir no a ciertas cosas cuando tienes que irte a dormir con esa pesadumbre.


Ahora lo veo todo más fácil.


Por el suelo hay trozos de un corazón que no es el mío. El cristal de la botella sigue siendo verde.

El vino tinto y la copa aguanta más que antes.

Tedio y aguante.


Como diría Cicerón, la templanza es un gran capital.


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Published on January 25, 2019 00:35

January 22, 2019

La guía alternativa de los lugares


Siempre hay una guía alternativa. Todos la tenemos. Somos seres de costumbres.

Una guía de lugares que nunca fallan, en los que no tomamos fotos ni compartimos en nuestras redes sociales. Lugares en los que reímos, donde somos nosotros mismos. Esos sitios a los que ya hemos ido antes, en secreto, con una o un ex, solos.


Cada ciudad tiene sus rincones y siempre existe uno hermoso por descubrir, por visitar de nuevo. A veces en persona y otras en nuestra imaginación.


Cuando camino por la calle, en ocasiones paso por delante de cafeterías a las que nunca entraré porque, de hacerlo, rompería el ideal que tengo en mi imaginación. Me ha pasado otras veces y sé que es mejor no hacerlo.


Lugares de salchichas y patatas fritas en los que nunca voy a comer que siguen estando ahí.


Del mismo modo que dudo que tenga un coche más viejo que el que ya conduzco, existen ciertos entornos que es mejor no tocar, como cuando entramos a un museo o visitamos la casa de alguien y esta persona nos dice que mantengamos las manos quietas.


Y lo prefiero así.


Recuerdo las palabras de una chica que argumentaba que en esta vida no había que experimentarlo todo. Le di la razón.


Ella se refería al sexo, pero yo estaba pensando en lo demás.


Y es que, aunque quisiera, tampoco podría por falta de tiempo, dinero, salud y amor.


Una cosa es vivir el momento y otra vivir por momentos.


Por eso, cuando lo nuevo pierde frescura y somos parte de una atracción de feria, siempre tiramos de esa guía de lugares, de rincones y de momentos que nos devuelven a la normalidad.


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Published on January 22, 2019 22:43