Pablo Poveda's Blog, page 38

October 25, 2018

Perdón


La conocí en la puerta del teatro que había junto a la Gran Vía. Ella estaba allí, junto a unos amigos.


Yo también, en la puerta del ultramarinos que lindaba con el teatro y, aunque no recuerdo muy bien el porqué, llevaba una lata de cerveza sin abrir entre los dedos.


Pronto me di cuenta de que la mano invisible del destino no nos había unido.


Como ella, un montón de jóvenes se aglutinaban alrededor de la puerta del teatro a la espera de la estrella invitada. Alguien me dijo que un famoso de Youtube estaba allí dentro. Indiferente, caminé hacia ella incapaz de articular palabra y pasé por su lado.


Los únicos famosos que conocía ya estaban bajo tierra.


Ella llevaba una gabardina marrón, unas medias oscuras y el segundo botón de la blusa desabrochado. No hacía frío, pero estábamos en otoño. Todos parecíamos idiotas sudando bajo los jerséis y las camisas.


Nos miramos con intensidad y le rocé los labios con las pupilas. Ella se tocó el pelo y volvió a sus amigos. Noté un ligero silencio al caminar, como si un batallón de Flandes llegara al pueblo. Sus pupilas cargaban con más información de lo que las palabras podían decirme.


No era el momento, ni el lugar, ni estábamos allí para conocernos y, aunque era difícil de asimilar, pues el libre el albedrío no entendía de normas ni de tiempo, acepté el reglamento como un profesional y lo dejé pasar, porque ya había estado allí antes, porque yo había sido ella en alguna ocasión, porque yo había sido el otro, el chico de pelo corto y rubio, de suéter naranja y barba de tres días que la acompañaba.


El lastre de turno que estaba a punto de quedarse solo.


Guardé su perfume al cruzar por su lado y levanté en ancla. Dije adiós en silencio y me marché calle abajo para mezclarme con el alumbrado público y las luces de los coches.


Los días pasaron y ya me había olvidado de ella cuando, en otro contexto, en otra situación, volví a sentir el halo de aquel perfume que despertó mis recuerdos. Es sorprendente cómo un olor es capaz de rebuscar en lo más profundo del subconsciente llevándonos a lugares escondidos.


Cuando quise darme cuenta, el perro tiraba hacia una esquina en la que dos perfiles hablaban de espaldas frente a la puerta de un bar.


Otra esquina marcada por orín, me dije pensando como un perro. Dado lo miserable que era vivir dependiente de un collar, me dejé llevar hacia el vértice de la calle regalándole su capricho natural. Y allí, mientras el cánido levantaba la pata y husmeaba como un cazador hambriento, se volvió a encender algo más que los neones de la máquina de tabaco del bar.


Reconocí esa gabardina, también su mirada y el incipiente deseo que ya no reprimía ni tampoco se esforzaba por ocultar. Me miró a mí primero, después al perro. Algo inusual. Sonrió y mi compañero supo hacer su labor. Qué perro tan bonito, dijo y solté la correa.


De nuevo, sus pupilas comunicaron más que lo que una conversación banal hubiera hecho. Nos acordábamos el uno del otro y un pestañeo fue suficiente para decirme que trabajaba por allí y que se alegraba de verme por el barrio.


— ¿Cómo se llama? — me dijo.


— Puedes hablarme de tú, no soy tan viejo.


— Me refería al perro — contestó. Y aunque lo hice a propósito, fue suficiente para arrancarle una sonrisa.


En efecto, Marla no tardó mucho en dejarlo con aquel chico de pelo corto y rubio, al menos, por un tiempo, hasta que se dio cuenta de que yo no era para ella, sino más bien una atracción efímera, una estación de paso en la que los viajeros se apean hasta que llega el próximo tren.


Estaba aburrida de hacer siempre lo mismo, de creer conocer demasiado a alguien, de no haber conocido apenas al resto.


Buscaba sin encontrar y las travesuras, lo fresco, lo caótico, eran lo único que podían sacarla de esa tela de araña que ella misma se había tejido.


Le dije que todo iría bien, que tarde o temprano todos encontramos la felicidad en algún momento de nuestra vida y que en la vida hay quien da y quien recibe.


Aunque los errores se pagan, siempre existe alguien dispuesto a perdonarnos o no juzgarnos por ellos. Al final de la carrera, quédate con esta persona, le sugerí, pues el resto todavía busca un hombro en el que descansar.


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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


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Published on October 25, 2018 00:51

October 21, 2018

Palabros


La vida pasa rápido, las horas desaparecen como motas de polvo en el aire y vivir de viernes a domingo es lo mejor que ha pasado en mucho tiempo para algunos.


Lo peor es que nadie se plantea qué clase de vida lleva de lunes a viernes. Su cabeza ya se encarga de vaciar la memoria y llenarla de otras cosas.


Pierdo el interés por la prensa, no por mi incapacidad de compresión sino por la cantidad de noticias banales o sesgadas que publican a diario, con el fin de contentar a los que no pagan, a los que arrastran publicidad.


No importa dónde se viva, la situación es global.


Pierdo el interés por la música de hoy, quizá porque estoy alcanzando la treintena o porque las canciones ya no tienen solos de guitarra o ni siquiera guitarras.


Me dicen que el rocanrol ha muerto.


No es que me resista a lo nuevo, simplemente hay cosas que no me interesan, al igual que mi abuelo nunca tuvo interés en saber cómo funcionaba Youtube.


Esta ansiedad por estar al tanto de todo (lo superfluo) nos está volviendo gilipollas.


Tampoco soy uno de esos ‘luditas’ con un viejo Nokia en el bolsillo.


Cada escena representa siempre a los que vienen después y cada uno de nosotros, de los que empezamos a ir por detrás, pensaremos que todo se va al carajo. Me importa bien poco, pues por mucho que mire atrás con nostalgia, era lo mismo con otro nombre.


Yo me lo pasé bien, lo sigo haciendo.


Ellos también. No hay nada malo en esto.


Sin embargo, me pierdo cuando alguien me dice o escribe ‘lmfao’, ‘sry’ o papi en una frase. Sobre todo cuando aún sigo consultando el libro de gramática y ortografía de la RAE que me hicieron comprar en primero de bachiller.


Me parece estupendo que la lengua evolucione pero sólo han pasado diez años desde que me enseñaron aquello y aún estoy aprendiendo a escribir.


Que los medios le den bombo a algo, no significa que sea relevante, sino que interesa que lo creamos así.


Me cuesta prestar atención a estas cosas cuando salgo a la calle y veo a gente durmiendo entre cartones; a un ciclista de Glovoo que tiene un mal día y se ensaña con el pakistaní del kebab porque le ha pedido un vaso de agua y éste se hace el tonto para no servírselo gratis; a una mujer que le grita en el semáforo a su inquilino jamaicano porque sigue subiendo putas al piso; a un joven provinciano vestido de traje y con la funda del dólar en el teléfono que piensa en su Ferrari mientras regresa a casa en el tren de cercanías; a una chica que le confiesa en un bar a su novio que ya no lo quiere, que está con otro, y él no tiene los cojones de levantar las cartas y largarse por donde ha venido; a un joven que le reprocha a su novia haber hablado con otro, y ella no tiene los ovarios de mandarlo al infierno; a ése del bar con barba de dos días que disfruta de su soledad, el vermú y el silencio de sus propios errores.


Todos somos hemos sido ése alguna vez.


Y todavía habrá quien diga que el rocanrol ha muerto.


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Published on October 21, 2018 01:19

October 19, 2018

Participar


Las calles mojadas refrescan el ambiente de una ciudad que nunca se acuesta. Paseo cuando todavía es de noche, alrededor de la estación, esperando a que mi amigo cánido vacíe el estómago antes de repostar.


Sé que cada cual tiene una visión diferente de la ciudad, según su relación con ella, y no lo juzgo.


Hay quien no soporta recorrer a diario las mismas calles en las que se enamoró un día.


Hay quien se asfixia al caminar por donde nunca ha sentido nada.


En mi caso, la realidad es otra. Atrás quedaron los días de autobuses y metros a paso ligero y toco madera, como buen supersticioso de pega, mientras preparo el café y leo lo que dicen los diarios.


La lluvia me dice que será un fin de semana tranquilo, de cortos paseos y de lectura.


Escucho Stay Young de Oasis para acompañar una mañana tan británica y la mente me traiciona con imágenes de hace diez años, sin venir a cuento, vagando por las calles Candem Town, abrigado con una parka verde que terminé dando a la caridad y una bufanda Burberry que guardo con cariño en algún lado.


Días de esconder los vinilos en la maleta, de fascinarme en la casa de Sherlock Holmes, de comer pizza a escondidas para que unos punks no nos robaran la comida y beber pintas de Murphys hasta achisparme lo suficiente.


Pasar por delante de la casa de Hugh Grant en Notting Hill y pensar que algún día tú vivirías ahí.


Días de tenerlo todo por delante con la inocencia de creer que cualquier cosa era posible.


Han pasado los años pero la situación no es muy diferente a la de entonces.


A pesar de ser más viejo y tener menos aguante, sigo siendo similar al de entonces, con más experiencias, pero conservando un poco de la ingenuidad que nunca debería desaparecer.


En el momento en el que nos convencemos de que hay que tirar la toalla y darse por vencido en nuestro propio pensamiento, estamos acabados.


Después nos desencantamos porque alguien nos abandona, porque somos incapaces de que nos tomen en serio, pero qué esperar del otro si somos incapaces de luchar por la victoria.


Creo que ha perdurado demasiado la actitud derrotista de que lo importante es participar.


No, no lo es.


Lo importante es ganar, si no el premio, una lección, pero ganar. Nadie participa para perder dinero, tiempo, salud.


Soy realista y conozco mis limitaciones.


He recaído en vicios, he vuelto salir.


Sé que si me enfrento al ajedrez, probablemente pierda contra mi oponente (si éste tiene alguna experiencia, claro), pero no jugaré para echar el rato, sino para ganar.


Y perderé, aprenderé de mis errores, y volveré a jugar.


Hasta que triunfe, no para humillar a mi oponente, el cual se ha esforzado por enseñarme lo difícil que es, sino para demostrarme que puedo hacerlo.


El niño cree que puede hacerlo.


El adulto piensa que el niño no puede lograrlo porque desconoce lo que es.


Y la historia se repite una y otra vez.


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Published on October 19, 2018 01:48

October 17, 2018

Celebrar


Cuando termino de leer un libro que me gusta, siento un ligero vacío de despedida en mi interior, como si dijera adiós a una historia que me ha acompañado durante días, semanas o meses, dependiendo de diversos factores.


Cuando termino de escribir una novela, la sensación es similar, aunque no sólo ahonda el vacío del adiós, sino también el de las palabras que han salido de mis manos. Pongo el punto y final y un halo de satisfacción recorre mi cuerpo, a sabiendas de que todavía queda mucho trabajo de corrección por delante.


La gente me suele preguntar si voy a celebrarlo, no sé si por curiosidad o porque también tienen ganas de unirse a la fiesta. Guardo silencio y sonrío porque, en mi interior, sé que no lo haré como ellos esperan.


Recuerdo que en Californication, el escritor ficticio Hank Moody tenía un pequeño ritual al terminar su libro: whisky, un porro de marihuana y Warren Zevon.


Hank Moody en Californication. Imagen tomada de https://www.eventbrite.com/rally/los-angeles/los-angeles-inspired-halloween-costumes/

 


Aunque suene divertido sobre la pantalla, mi caso es algo diferente, aunque parecido. Desde hace años, normalmente suelo dar un paseo -ahora con mi perro-, tomarme una cerveza o un vino en casa o en algún bar y darle las gracias a Coltrane por haberme acompañado.


Tal vez sea mi visión estoica de la vida, una óptica empírica de vivencias y reforzada por el pensamiento.


Tal vez sea que no necesito razones para celebrar el hecho de que seguimos aquí, cada mañana, despertando una vez más con una taza de café en la mano y un teclado.


Y no es que rehúse de las celebraciones, al contrario, pero siento que nos hemos acostumbrado a buscar razones en lugar de tomarlo como una actitud.


Esperar a equis fecha, llevar nuestros pensamientos a otro lugar mientras nos olvidamos de la persona que tenemos delante.


Idealizar momentos, fotografías o encuentros de ensueño para después decepcionarnos por no ser tal y como lo habíamos trazado en la mente.


No puedes celebrar nada mientras esperas que todo sea tan perfecto como una foto de Instagram.


Cuando tu tarjeta de débito es un mero trozo de plástico, en el bolsillo sólo te quedan unas monedas y aún tienes ganas de reír, celebrar cobra otro significado.


Sin ego, sin pretensiones y sin nada más que una sonrisa para dar.


Lo sé porque he estado ahí, años atrás, en algún que otro momento, pero todavía presente en la memoria.


Amo escribir, compartir mis historias y ver cómo otras personas las disfrutan.


Adoro el proceso de empezar y terminar algo, ya sea una historia, un postre o una relación sentimental.


Me encanta la vida que me ha tocado vivir porque, me guste o no, no me queda otra que aceptarla tal y como ha venido.


Quizá por eso no haya nada que celebrar.


Quizá por eso todo sea una celebración que no termina.


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Published on October 17, 2018 01:22

October 16, 2018

Silencio

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Ya está aquí. Una nueva entrega de Don, la quinta para ser más exacto, ha salido a la venta. Puede que mi obra más oscura e intensa, la cual espero que disfrutéis tanto como yo.


Don se siente atrapado. Jamás se imaginó trabajando para otros, matando a cambio de libertad.

Pero la situación es insostenible.


Una nueva misión como agente especial le hará replantearse su destino. Continuar con una vida que lo destruye o rebelarse.

Sin embargo, toda decisión tiene un precio y hay mucho que perder. No puede confiar en nadie. El silencio es su mejor aliado.


La suerte está echada. El destino de Don va a cambiar para siempre.


Además, mi amigo Pedro Tarancón se ha encargado del diseño y del magnífico trailer para esta ocasión.


 



La novela está disponible en Amazon tanto en papel como digital.


Y si todavía hay quien no conoce (o ha leído) a Don, puede empezar gratis por aquí.


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Published on October 16, 2018 03:55

October 13, 2018

Criterio


Supongo que nuestra experiencia en internet comienza desde que tecleamos en la barra de Google. Esto me lleva a pensar que la acción siempre nace de dentro hacia fuera, y no al revés, pero no siempre es así.


Al igual que los medios, las redes en las que compartimos nuestras fotos, opiniones y secretos más íntimos, tienen sus métodos para que veamos lo que es más popular, para que alimentemos las tendencias que están en crecimiento. Sin darnos cuenta, la percepción que tenemos del entorno no es otra que la que nos hacen creer o, mejor dicho, de la que nos queremos creer.


Con el tiempo y sin buscarlo, he terminado leyendo los comentarios de gente a la que no dedicaría ni un segundo en la calle. He terminado siendo un observador de las tendencias que jamás me han importado. Y esto no me pasa sólo a mí, sino que nos sucede a todos, sin importar el lugar en el que nos encontremos.


Por suerte o no, siempre he tenido la virtud o el defecto de guardar una muralla impenetrable en mi cabeza, algo imprescindible estos días. Un espacio donde, a pesar de las opiniones ajenas, de los vientos que soplen, se ve inalterado por lo que ocurra fuera de él.


En un momento en el que el consumo de información es más nocivo que el de la comida rápida, en el que todo lo digerimos es efímero y banal, es importante tener las ideas claras, reflexionar por qué pensamos de un modo u otro, por qué hacemos lo que hacemos y darnos cuenta de si estamos con o contra nosotros mismos.


Mientras la red se cubre de gloria con viajes fabulosos, vacaciones estupendas y revoluciones personales, la calle es otro escenario, de decepciones, de comparaciones, de y tú qué haces y a qué te dedicas para hacerme una idea de cuánto cobras a final de mes; de rendirse, de no poder más, de menuda vida ésta que nos ha tocado vivir.


Un lugar donde la depresión tiene más presencia que la felicidad de estar por vivos por habernos tragado un escaparate ficticio que, como todos, sólo buscaba vendernos algo.


La imagen del niño que sube en bicicleta mirando a sus padres para recibir la aprobación.


Es hora de volver a los orígenes, a realmente pensar de dentro hacia fuera, a quejarnos menos y empezar a remar sin estar pendientes de la opinión del resto. Pedalear porque queremos llegar a un lugar concreto y no para que nos digan lo bien que lo hacemos.


Es hora de tomar distancia y empezar a tener criterio porque, de lo contrario, alguien lo tendrá por nosotros.


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Published on October 13, 2018 02:14

October 12, 2018

Desaprender

foto prestada de Last.fm

 


Tengo un corazón, cariño, no lo destruyas, cantaban The Exploding Hearts en Thorns in Roses antes de reventar la furgoneta en un accidente de tráfico en 2003 y terminar con la banda.


Una canción que define lo que ha sido toda una vida, así como el disco que dejaron (Guitar Romantic), que me acompañó día y noche durante años, en los mejores y peores momentos, en la soledad y acompañado de una botella, y actualmente lo sigue haciendo en el reproductor del coche.


Los años pasan y el color de los días va cambiando de tono en base a nuestras experiencias. Desde hace algunos años, tengo la sensación de que no pertenezco a nada y eso me hace sentir más libre, aunque un poco más solitario.


La necesidad de formar parte de una escena, de una rebelión, queda en un segundo plano cuando la vida te da de bruces con otras cuestiones.


Y, sin embargo, me doy cuenta de que siempre he caminado en la misma dirección: en busca de esa felicidad, que antes estaba en lo tangible, en lo desconocido y en otras personas; esa felicidad que hoy reside en mí o no reside.


El corazón sigue siendo el mismo, más viejo, más castigado, pero igual de miedoso a lastimarse sin necesidad, y ya no hablo de excesos físicos, sino de los sentimentales, que son más duros de recuperar.


Cantaba Chet Baker que se enamoraba con demasiada facilidad, una frase que he escuchado salir de otras bocas, de otras personas.


Una afirmación estigmatizada, porque nadie quiere arriesgar para que le troceen los ventrículos a cambio de unos besos, porque nos han enseñado a ser cuidadosos con lo que tenemos, a no permitir que la incertidumbre nos sobrepase.


Y, al igual que dejamos de hacer ciertas cosas de pequeños porque nos dicen que eso no dará de comer, también desaprendemos a dejarnos llevar, a buscar esa magia que está por todas partes, a entender las emociones como hacíamos a los veinte años.


Lo mejor de todo es que, mientras respiremos, siempre habrá tiempo para experimentar, escuchar esos discos olvidados, dormir con quien todavía no conocemos y escribir las páginas de nuestra biografía.


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Published on October 12, 2018 01:46

October 11, 2018

Nadie se acordará de ti


Poco a poco, siento cómo todo se transforma volviendo a la normalidad. La lluvia nos sorprende unos días, dejando la hierba húmeda y fresca, formando charcos que el perro salta con entusiasmo.


Camino por las calles de Madrid con la tranquilidad de estar haciendo lo correcto, a pesar de cargar con el peso de poder hacerlo un poco mejor. Pancho olisquea las esquinas y yo tarareo en mi cabeza ese disco de jazz bossa de Antonio Carlos Jobim del cual pienso que es mágico.


La ciudad tiene mucho que ofrecerme, pero mi demanda estos días es escasa.


Leyendo sobre la vida de Picasso, tomo notas acerca de su forma de trabajo y reflexiono sobre ellas. Él era un genio, yo no, y cualquier opinión a partir de aquí es banal. Me cruzo en Plaza de España con un monumento de don Quijote y Sancho, acompañados por la enorme figura de su padre, Cervantes. Desde que vivo aquí, vengo a pedirle fuerza e inspiración, a ver si se me pega algo.


A escasos metros, una pareja se hace una foto con el teléfono tapando la estatua del alcalaíno con sus cabezas. Me gustaría decirles que lo están haciendo mal, que están ocultando lo único que vale la pena, pero sigo mi camino.


Después encuentro con otras personas, más jóvenes que yo, buscando un momento de fama en las redes sociales. Una chica vestida a la moda (o lo que yo creo que se supone que es) se hace una sesión de fotos con un fotógrafo que va a la par.


Hay cierto halo de aficionado en todo, algo que me gusta y que aprecio. Los inicios son necesarios antes de la profesionalización.


El momento se queda apagado por el póster de uno de esos chicos de la tele que participan en una fábrica de cantantes.


Tengo la sensación de que todo el mundo busca la fama rápida, a cualquier precio, de que nos hemos olvidado de las cosas llevan tiempo, como los cambios de estación y las fases lunares.


Guardo la impresión de que nos hemos tragado sin masticar la falsa creencia de que la admiración está al alcance de todos, cuando lo que importa es el legado que dejamos antes de marcharnos, nuestra obra, la mirada con la que hemos visto esta vida para que otros tengan una hoja de ruta, en cualquiera de sus formas.


Después de todo, en estos tiempos modernos y efímeros, la muerte de Bowie o Steve Jobs sólo ocupa un día en el informativo y al día siguiente el tema de conversación es otro.


Por eso creo en la importancia de preocuparnos más por el día a día, por lo que hacemos, por irnos a dormir con la conciencia tranquila de haber hecho lo correcto, dejando a un lado las ansiedades de lo pasado, de lo impuesto y de lo que está por venir.


No existe nada peor que ver pasar la vida ahogados en las ambiciones de otros.


Por eso creo que hemos venido a pasarlo bien.


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Published on October 11, 2018 02:00

October 8, 2018

Cinco cosas que la escritura me ha enseñado


Escribo desde hace tiempo, quizá desde 2011 de una forma regular. Soy un hijo de la transición del papel a lo digital, he presenciado la muerte del rock cuando aún se vendía en discos compactos y he acudido a bibliotecas antes de venderme a la joya de Amazon.


Antes de esto, también leía, vivía, pero no me consideraba un escritor como tal. Y es que, después de muchos años de batalla, de darme de bruces, de sacar lo mejor -y lo peor- de mí mismo, la escritura, su mundo, el mío interior, me ha enseñado tantas cosas que podrías estar horas hablando de ello.



Escribir debe sentirse como un placer, pero tomarlo como un trabajo.

Y como tal, debes hacerlo a diario. La única forma de mejorar tu estilo es puliéndolo a diario. Todos tenemos una historia que va a cambiar el mundo, hasta que nos damos cuenta de que ya ha sido contada.


La escritura es la mejor de las terapias, el mejor modo de expresión y una forma muy interesante de conocernos en profundidad. No obstante, si quieres que conecten contigo, debes marcar la diferencia.


Encuentra tu voz, elabora tu marca personal. Provoca algo en el lector, por Dios.


Tómate en serio, porque nadie lo va a hacer.


2. Celebra las victorias, pero no demasiado.


Cada vez que termino un libro, que pongo punto y final a una historia, me abro una lata de cerveza y pongo un disco de Coltrane. O quizá me voy a un bar, pero nada más. Sientes la euforia, pero será mejor que la guardes para el futuro. Es importante celebrar que has terminado algo, pero aún queda mucho trabajo por delante. Aprende a contener las emociones, a mantenerte en ese estado constante de mejora y, cuando todo vaya bien, no te convertirás en alguien detestable.


3. Termina lo que empiezas.


La gente no termina lo que empieza, al menos, no la mayoría. Empezar una novela es muy sencillo. La idea brota, empiezas con fuerza, te desinflas… Más vale que termines lo que empieces, por muy malo que sea, pero termínalo, demonios. Cuando alguien me pregunta qué hago y respondo que escribo, siempre sale el comentario de algún fulano diciendo que está escribiendo algo… Háblame de tus macarrones cuando estén listos.


4. Vive la vida.


Está muy bien encerrarte y hablar de los mundos de fantasía que hay en tu cabeza, pero necesitas contacto con el mundo real. Ve a fiestas, con y sin compañía, diviértete, bebe, emborráchate, métete en problemas, viaja, enamórate, aprende, fracasa, ponte a prueba, toma riesgos.


El mundo es un lugar muy interesante.


Después plásmalo.


5. No hagas caso a los medios ni a lo que veas por ahí.


Internet se ha convertido en un escaparate de mentiras, de falsas ilusiones y estilos de vida que, simplemente, no existen.


Olvídate de quien llena las portadas. Si lo que quieres es fama, estudia cómo llegaron hasta allí y haz lo mismo. Si lo que buscas es dinero, aprende a vender tus libros y contacta con alguien para que te haga el trabajo.


No es fácil, no es sencillo -recuerda, todo el mundo está escribiendo un libro-, pero tampoco es imposible.


Deja de mirar los perfiles de quienes hablar de súper ventas y preocúpate por saciar la sed de quien te lee que es quien te da de comer.


Y, para acabar, aunque esto no me lo enseñó la escritura, sé feliz -o inténtalo-. Ya ha habido y hay suficiente gente infeliz por el mundo.


Todos sabemos cómo terminó Hemingway.


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Published on October 08, 2018 01:50

October 6, 2018

Underground


Cuando la gente me pregunta qué hago, les digo que soy escritor. La mayoría tiende a sonreír, para después preguntarme qué hago en realidad o simplemente no dice nada más.


Es una reacción que durante mucho tiempo no comprendí, pero a la que uno se acostumbra con el paso de los años. Es cierto que vivir de las letras es complicado y más cuando muy pocas personas de nuestro entorno lo logran.


Quien se dedique a este oficio, sabrá de lo que hablo.


Gracias a la red, como he dicho tantas veces, podemos convertir nuestra pasión en una profesión, aunque no sea un camino de rosas.


La persona independiente que escribe hoy, además de dar forma a sus historias, debe hacerse cargo de otros aspectos como el marketing, el diseño profesional de las portadas, el contacto con sus redes sociales y la imagen personal.


O lo haces tú, o pagas a alguien profesional para que te lo haga, pero caer en la inocencia de que podemos hacerlo nosotros mismos con conocimientos básicos de diseño es un error que mucha gente comete -y que no llega a entender jamás-.


Hay que entender las normas del juego, saber quién es nuestra audiencia, por qué lee, cuándo y cómo. Hay que hacer números, pruebas, cometer errores y verlo con la mirada de quien abre un negocio.


Lamentablemente es así (siempre lo ha sido). La mayoría de gente sólo te leerá cuando tu cara aparezca en las portadas de las revistas, en los números 1 o cuando hayas vendido miles de copias.


Y no, no lo hará cuando ganes un premio (¿Quién conoce los premios?).


Tú decides: ser la broma de la conversación o tomarte en serio.


Por otro lado, si nos decantamos por tomar este camino, hay que estar al día de lo que sucede a nuestro alrededor. Tienes que saber lo que es Twitter, Instagram. Debes aprender cómo funcionan los algoritmos y cómo generar tráfico. Si son términos que desconoces, buscas la información en Google y estudias.


Debes molestarte en buscar a tus lectores y no al contrario. Hay demasiada oferta como para que lleguen a ti de casualidad.


Todo está al alcance de nuestra mano, pero debemos dedicarle horas a su aprendizaje.


Todavía veo a algunas personas que se cierran en banda o se niegan a integrarse en un mundo digital mientras pretenden que sus obras se vendan por todo el mundo.


Este nuevo mundo es así y el perfil del juntaletras con un Nokia 3310 está muy bien siempre y cuando la otra parte del trabajo esté hecha.


Así y todo, vivir de la escritura sin formar parte del azar, de esa cola de discoteca en la que el portero decide si entras o no, es posible.


Después de casi ocho años de trabajo, quizá hoy sea el mejor momento para hacerlo.


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Published on October 06, 2018 00:04