Pablo Poveda's Blog, page 36

January 6, 2019

Ideales imposibles


 


Se nos pasó el amor, decía mientras embebía el cruasán en la taza de café Nespresso que acaba de preparar.


Sentado sobre las sábanas grises de su cama, veía por el cristal del balcón el cielo azul silencioso de la ciudad y las torres de apartamentos.


No entendí muy bien a lo que se refirió, así que preferí guardar silencio y sonreír como un tonto que no ha entendido el chiste.


No le faltaba razón.


Buscando a la persona ideal, siempre terminaba tropezando con la piedra de la imperfección.


Caí en la cuenta de que me había pasado la vida persiguiendo a mi propia sombra.


Terminamos el desayuno que un repartidor de Deliveroo nos había traído a aquel apartamento desangelado, nos besamos por última vez e hicimos el amor en un arrebato de pasión con Josh Rouse cantando Simple Pleasure de fondo. Después, en silencio, me vestí y me despedí.


En la puerta, ella me dijo en el marco de la puerta cuando esperaba al ascensor:

— ¿Nos volveremos a ver?

Y yo sonreí de nuevo.

— Por supuesto — le dije sin terminar la frase.

Claro que nos volveríamos a ver, con otro rostro, en otro lugar, en otra vida. Nos volveríamos a ver mientras siguiéramos persiguiendo ideales imposibles.


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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


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Published on January 06, 2019 01:48

December 29, 2018

Intensidad


 


En un bar irlandés del centro de la capital, pedí una pinta Guinness, a pesar de huir siempre de lo que no sea local. La última vez que había probado aquella cerveza había sido en Londres. Un batiburrillo de imágenes aparecieron en mi cabeza. La mayoría eran de bares como aquel y me di cuenta de que habían pasado posiblemente diez años de eso.


Me fascino con facilidad, del entorno, de las sorpresas de la vida y de cómo nuestro cerebro hace asociaciones que se disparan como un percutor cuando menos lo esperamos.


Mientras saboreaba la cebada, un buen amigo me contaba cómo sus días pasaban sin darse cuenta de ello. Despertar un lunes, acostarse un viernes y apenas recordar qué ocurrió entre medias.


Me sentí identificado con sus palabras. Hace unos años, no demasiado tiempo atrás, yo también vivía como él, dejando espacios vacíos en la memoria que eliminaba cuando el fin de semana llegaba. Días que no significaban nada más que la cuenta atrás para un cobro.


Hasta que me harté de ello.


A medida que pasan los años nos cuesta más experimentar cosas nuevas, razón por la que mucha gente rompe su matrimonio, se busca una pareja más joven, se compra un coche nuevo, viaja a un país por el que nunca ha tenido interés pero que está bien lejos, se interesa por la náutica, acude a clubes de intercambios de pareja, empieza a practicar esquí o se pone a correr maratones.


Pero el problema no está en un trabajo de 8 a 17 que nos atrapa. Ni en una vida familiar que nos absorbe.


El problema está en nosotros, que nos hemos olvidado de mirar la letra pequeña de la vida.







Escena de Alta Fidelidad


 


Lejos de romanticismos -como el chico de Into the wild-, cada día me levanto con la intención de que mis horas signifiquen algo. No es tan complicado. Me acerco al bar, escucho una conversación, leo unas cuantas páginas de un libro, disfruto de un disco de música o doy un paseo.


Es en los pequeños detalles donde está la magia de la fascinación. En los detalles y en las preguntas. Como cuando vemos una película por segunda vez, somos capaces de interpretar y leer entre líneas lo que anteriormente significó nada (u otra cosa).


Quien deja de hacerse preguntas, deja de vivir.


Tal vez el pasaje sea el mismo, esa nota estuviera allí desde que se grabó, pero nuestra forma de entender la vida está en constante cambio.


Hace años grababa discos recopilatorios a las chicas con las que salía. Hoy los únicos cedés que uso están en mi coche.










Me fijo en la arquitectura de los edificios y me pregunto por qué es así -y no de otro modo-. Todavía me sorprendo con el diseño navideño de los vasos de Starbucks, a pesar de que sea incapaz de pisar uno estando en España.


Sí, Starbucks, un lugar tan americano que me recuerda al maravilloso product placement que la franquicia hizo en You’ve got an email y a las horas que pasaba en una de esas cafeterías escribiendo en el centro de Varsovia con un americano que llevaba mi nombre.


Y así, con todo.


En un mundo donde todo está al alcance de un clic, no dejo que la ley de Pareto de Amazon ni el algoritmo de Spotify me diga qué seguir y permito que las pequeñas migajas me señalen el camino.


Como decía Elon Musk a Joe Rogan en su podcast: “La inteligencia artificial no es tan inteligente todavía.”


Lejos de seguir modas, leo por interés y no por novedad.


Hay demasiadas conversaciones. Mejor centrarse en una.


Escucho música por estado emocional y busco la manera de entender a la persona que creó aquello. Me emociono con la simple idea de poder entender las palabras de otra persona en un idioma que no es el mío.










Hace unos días escuchaba Radio 3 de vuelta a Madrid en el coche. Reconozco que hay espacios que me aburren una cosa bárbara, pero tuve la suerte de estar en el momento adecuado y encontrarme con Josh Rouse, artista desconocido para mí que me acompañó hasta la entrada de la capital con una sonrisa.


A eso me refiero. A los pequeños detalles.


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Published on December 29, 2018 00:56

December 28, 2018

Responsabilidad


 


Leí en una lista de consejos sobre escritura que nunca se debe empezar hablando del tiempo, pero hace un frío del carajo en Madrid, los dedos se congelan y los consejos se toman cuando se piden.


Las listas de propósitos para el próximo año se multiplican en los muros de Facebook, en los tablones de Twitter y en los blogs. A todo el mundo le gusta crecer, perfeccionar, pero doce meses es una cantidad de tiempo ínfima para realizar demasiados cambios. Por eso, prefiero acotar, reducir y concentrarme en lo justo.


Como el resto, yo también tengo mis predicciones, aunque estas no son demasiado relevantes. Al igual que en Google (en su día), Facebook o Amazon, auguro la caída del tráfico orgánico de Instagram, de la subida del coste publicitario y de la quiebra de muchas cuentas que habrán perdido su ventana de oportunidad.


Sonarán quejas, influencers que caerán y odio a Zuckerberg a partes iguales. Pero esto es sólo una predicción.


Dicen que viene una crisis económica que golpeará a Europa de nuevo. Habrá que atarse los machos y seguir a pie de cañón a pesar de las adversidades. Si eso ocurre, será un momento crítico para muchas personas que, como yo, estén alrededor de los treinta y hayan dejado el curso de su vida, hasta la fecha, en manos de las promesas ajenas.


En lo que a mí refiere, en unos meses llegaré a los treinta. Número redondo, nueva década y un paso más adelante. Si en 2018 mi palabra fue esfuerzo, en 2019 será responsabilidad. A veces tengo la sensación de que no me respeto lo suficiente en según qué áreas.


Responsabilidad para hacer que los días venideros sean de calidad, que lo que diga aporte y no rellene. Responsabilidad para enfrentarme a los pequeños problemas, pese a las inseguridades, sin pedir ayuda innecesaria por el mero hecho de no sentirme lo suficientemente preparado. Responsabilidad para encauzar mi vida y aceptar mi único destino. Porque lo que más nos aterra es el decidir y descartar el resto, tomar riesgos y creer ser capaces de todo. Mi 2019 será el órdago más grande hasta la fecha.


Pero, además de trabajo, cuando hablo de responsabilidad también me refiero al resto de ámbitos de mi vida. En un momento en el que se tiene acceso a todo, me fascina -y aterroriza- la capacidad que tenemos para olvidar. Me he propuesto limitarme a leer la prensa de papel una vez a la semana -si sobrevive-, dejar a un lado la digital y reflexionar acerca de lo que leo. Convertirlo en un ritual.


Me he propuesto limitar el consumo de información y leer la opinión de quienes me han aportado valor este 2018 y no caer en los comentarios banales de desconocidos -todos sabemos lo fácil que es saltar de clic en clic-. Noticias, artículos, vídeos… La mayoría crean contradicción en nuestras ideas llevándonos a la confusión.


Ser consciente en todo momento (o intentarlo) de mi tiempo, así como de las horas que empleo en internet o con otras personas. Responsabilidad para leer y terminar todos esos libros que nunca empiezo.


Finalmente, en contraste, uno de mis propósitos es aportar más que en 2018 dentro de mis limitaciones.


Aportar valor, ya sea en forma de historias como he hecho hasta ahora, en artículos de opinión o mensajes de Twitter. Aportar, simplemente, mucho más que hasta ahora y de una mejor manera.


Y mi responsabilidad es la de encontrar el balance entre todo esto y lo mencionado anteriormente.


¿Y tú? ¿Cómo ves tu año venidero?


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Published on December 28, 2018 03:12

December 26, 2018

Propósitos


 


Últimas horas en casa antes de regresar a la carretera, a la gran ciudad, a la vida que se deja en pausa durante unos días. El tiempo corre para la mayoría, hay quien esperar que todo se acabe lo antes posible y quienes desean que nunca lo haga. Como cada año, siento que las cosas llegan a su fin de forma natural.


Quizá sea lo que más me guste de diciembre, dejando a un lado las festividades. Sentarme a recapacitar y echar la vista atrás para auditar mis acciones con tal de no perderme de nuevo. Tal vez sea el invierno y su fúnebre y aletargado color. Tal vez sea que enero signifique algo, aunque no sea más que un mes.


Recapitulo y planifico mis días venideros como un aprendiz de estratega. Un año fuerte y no duro, intenso pero no pesado y me alegra de que así haya sido.


Tomo notas en el cuaderno, garabateo números y títulos de novelas que nunca escribiré.


Salgo a la calle, el aire gélido y húmedo se cuela por los calcetines y me cuesta mover los pies. Meto las manos en los bolsillos de los vaqueros y cruzo la calle estrecha de la iglesia. Decenas de recuerdos me vienen a la mente de un barrido. Momentos que quedan lejos, en blanco y negro.


Si algo he aprendido este año, entre otras muchas cosas, ha sido conocer el péndulo de las emociones, comprender que lo que sube, baja siempre y que no hay que tomarse las cosas muy en serio. Observar los propios pensamientos para así obtener respuestas a las preguntas; distanciarse de lo innecesario y ser conscientes de la tela de araña en la que estamos atrapados (todos tenemos una). La impetuosa necesidad de demostrar (lo que sea) a otros que no somos nosotros, no es más que una pérdida de tiempo que nos hace más débiles.


Pocos días quedan para el año que entra y mientras miro a los escaparates y escucho de pasadas conversaciones que se repiten una y otra vez, sonrío al sol frente a la puerta del ayuntamiento.


Al 2019 le pido, además de salud, más lecturas, más asfalto, más canciones bonitas, más conversaciones cómplices en bares, en terrazas, bajo las sábanas, y más historias por escribir, para mí, para todos.


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Published on December 26, 2018 02:53

December 21, 2018

Respuestas

Photo by Tabea Damm on Unsplash

Hace una semana me encontraba en el centro de Lisboa. Era mi segunda vez. Había pasado poco más de un año desde la primera. Recuerdo que fui para inspirarme y terminé escribiendo una novela que se convirtió después en el grueso de mis ingresos durante una larga temporada. Volver allí, quince meses después con el Tajo helado y los recuerdos de los pasajes que escribí en la memoria, me hizo darme cuenta de algo en lo que no había caído todavía.


Me fui a Lisboa en busca de respuestas y allí comprendí que las respuestas estaban conmigo. Siempre lo habían estado. Simplemente, a veces, tenemos miedo de escucharlas.


En mi regreso, tuve tiempo para resfriarme, pasar tres días en cama y entender -una vez más- lo importante que es estar sano, sentirse bien física y emocionalmente (por mucho dinero que uno tenga) y lo poco que lo valoramos, preocupándonos en aquello que no tenemos y que nos gustaría poseer.


Casi recuperado, me monté en el viejo escarabajo y tomé la carretera que me llevaría a casa por Navidad.


Tener un coche de más de diez años te limita a usar el reproductor de discos y no Spotify. Dado que el jack auxiliar estaba estropeado, abogué por dejarme llevar por el cedé que había dentro, escuchando una canción tras otra, dejándome llevar por la música y mis pensamientos mientras cruzaba los caminos de Don Quijote.


Me harté en la segunda vuelta y probé con la radio.


Hacía tiempo que no me dejaba guiar por el gusto musical de otra persona.


De pronto, sentí que no había nada que me interesara. Echaba de menos mis listas, pero después di de casualidad con una emisora de rock. La dejé. Escuché los chistes, me reí y me pregunté con qué canción me sorprendería después.



Paré a repostar y me tomé un café junto a un chaval que se zampaba un bocadillo de tortilla de patatas. El camarero arisco, de rostro sombrío, no parecía estar entusiasmado con su día ni con su vida.


Pagué, me fui de aquel sórdido lugar y volví a escuchar a mi nuevo amigo, hasta que se perdió con las interferencias. Para entonces, ya no me molestaba escuchar otras emisoras. Probé Radio 3, Radio 1, Kiss FM, lo que hubiese.


Sentí que me podía quedar allí al volante, sin destino, conduciendo hasta que el depósito se vaciara. Sentí que así había sido mi año, un viaje intenso -de nuevo-, y entendí que 2019 empezaría y terminaría igual. Porque era mejor así que llevar una vida en la que nunca sucede nada.


Cuanto más tiempo pasaba desconectado, menos quería acercarme a las redes, al mundo digital al que vivía conectado como un cordón umbilical. Yo solo, mis pensamientos y kilómetros de asfalto por delante.


Al llegar a mi ciudad, las respuestas estaban sobre la mesa. A pesar de las subidas y bajadas del año, seguía vivo y eso era lo que importaba.


Quién sabe si Facebook volverá a cambiar de políticas, si Amazon modificará su algoritmo, si conseguiré escribir esa historia perfecta, si la crisis nos llevará por delante.


Quién sabe y qué importa si tienes un mapa.


Seguiré haciendo carretera como hasta ahora porque sé adonde voy, si no, ¿qué sentido tiene lo demás?


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Published on December 21, 2018 04:47

December 10, 2018

Automejora


Se acerca la mitad del mes y ya comienzo a leer artículos sobre listas de propósitos para 2019 u objetivos logrados durante este año. Soy más optimista y veo que queda mucho mes por delante como para tomar veredictos a la ligera.


Durante el año existen dos momentos especiales que me ayudan a detenerme y observar el progreso. Uno es el día de mi cumpleaños y otro el 31 de diciembre. Son estos pero podrían ser otros. Los días como tal no significan nada, por eso procuro no exaltar mi felicidad en ninguna de las dos ocasiones.


Lo que sí hago es pararme a pensar, reflexionar, un ejercicio que abruma a más de una persona hoy en día.


El día de mi cumpleaños me ayuda a entender el desarrollo personal que se ha producido en mí a nivel emocional y espiritual. Reconocer las lecciones que te da la vida y aceptarlas tal y como son.


El última día del año sirve para hacer balance de las metas marcadas y ser autocrítico para ver dónde mejorar y cómo.


En ambas ocasiones, tomo papel y lápiz y me cuestiono las preguntas filosóficas más comunes:


– ¿Quién soy?: compararme con mi yo de hace un año en salud, dinero y amor.

– ¿A dónde voy?: es importante saber si seguimos en el camino marcado o si nos hemos desviado.

– ¿De dónde vengo?: darse la vuelta -lo justo- sirve para entender que el progreso es constante -o no-, pero requiere tiempo. Echar la vista tres o cinco años atrás nos ayuda a entender en qué manera hemos crecido.


Aunque no ha terminado el año, ya he tomado algunos apuntes por escrito de áreas que quiero cambiar hacia el futuro. No digo para el próximo año, pues es como marcarse un periodo límite. Lo difícil no es llegar sino mantenerse.


Escribir los pensamientos en cuadernos de notas me ayuda a recordar que (yo, en el pasado) estuve ahí antes y, por tanto, tenía un conflicto que resolver.


Photo by Eepeng Cheong on Unsplash
Experimentando cambios reales (esto no es un artículo de autoayuda)

En 2017 me propuse trabajar en mi interior, deshacerme de un montón de mochilas con las que cargaba y purgar el ego de estupideces.


Fue un proceso largo, constante, cargado de preguntas (unas más dolorosas que otras), lecturas, retiro, escritura y mucha soledad.


También me planteé llevar mi carrera un paso más allá, aprender finanzas y establecer mi carrera profesional como escritor.


El año empezó en Polonia y terminó en España.


Primero: me cuestioné lo que quería cambiar en mi vida que me molestaba (¿Era feliz con mi relación? ¿Me gustaban mis días? ¿Tenía ansiedad o calma? ¿Merecía la pena vivir así? ¿Estaba siendo congruente con mis principios? ¿Estaba siendo fiel a mis emociones?) y definí cuál sería mi destino (¿Dónde quería vivir? ¿Cómo lograrlo? ¿Cómo quería que fuese mi día? ¿Cómo alcanzarlo?).


No lo logré sólo con un cuaderno de notas.


Para eliminar la ansiedad, me deshice de un entorno tóxico, aprendí a meditar diez minutos diarios (usando una aplicación que me guiara), dejé el trabajo que me producía estrés, comencé a hacer deporte (no estaba gordo, pero sí en baja forma), a comer mejor, a rebajar el alcohol.


Dejé la comida precocinada, las grasas saturadas, la comida rápida y los dulces.


Eliminé a personas innecesarias de mi vida o dejé que el contacto se congelara.


Aprendí a decir NO a muchas cosas.


Comencé a ser consciente de lo que me echaba en el estómago con recetas simples.


Descubrí cómo disfrutar de mi tiempo sin la compañía de otros (y entendí que sus opiniones no eran más que eso, opiniones).


A veces, los deseos parecen utópicos en la distancia, pero con trabajo todo llega. Por supuesto, siempre hay un precio que pagar y esto es importante digerirlo cuanto antes.


Photo by Thought Catalog on Unsplash

A nadie le importa tu cambio, solo a ti. Así que no te molestes demasiado en contarle al mundo tu aventura porque el mundo está en otras cosas (como tú en las tuyas).


Si leer esto te incomoda, plantéate si lo harías si fueras la última persona viva de este planeta.


Me centré en las lecturas cuando iba en autobús, en lo que otras personas decían en Youtube (y de las que podía aprender) y puse en práctica todo aquello que podía hacer un impacto en mi día normal.


Algunas lecturas que me ayudaron personalmente:

El ego es el enemigo (Ryan Holiday)

Solo una cosa (Gary Keller)

Meditaciones (Marco Aurelio)

Hagakure: El camino del Samurái (Yamamoto Tsunetomo)


Algunas lecturas que me ayudaron a entender las finanzas y las relaciones profesionales:

El millonario De La Puerta De Al Lado (Thomas J. Stanley)

Nunca comas solo (Keith Ferrazzi)

El Arte de Pedir (Amanda Palmer)

Armas de Titanes (Tim Ferriss)


Aunque reconozco que no soy el mejor ejemplo de superación y encuentro más enseñanzas en una novela de Fante que en un manual, mi falta de prejuicios me ha ayudado a entender otras mentes (u otros puntos de vista) que, en el fondo, buscaban lo mismo que yo y lo encontraron (en áreas totalmente inexploradas para mí). Leer, en mi caso, es un modo de pedir ayuda en silencio.


Dejo a un lado todos los manuales de marketing, las novelas (mejores y peores) y el resto de libros que leí durante ese año.


El año del minimalismo

Un año más tarde y cerca del momento de reflexionar y hacer balance, reconozco lo bueno que ha sido el año y lo muy agradecido que debo estar.


Como en todo, he mejorado algunos aspectos y he descuidado otros.


Internet ha cambiado en muy poco tiempo, aunque no seamos conscientes de ello, y, por tanto, también el marketing, así como la forma de crear y consumir contenido.


Sin embargo, sigo sin encontrar el balance entre mi trabajo, internet y mi vida sin conexión.


Photo by Annie Spratt on Unsplash

Lo reconozco: soy humano e imperfecto.


Posiblemente tú también.


En 2015 me identifiqué con esa tendencia (ahora convertida en moda) minimalista, zen, de deshacerse de lo innecesario, volver a lo básico y eliminar el ruido.


Siempre he tenido una visión simple por defecto: no me gusta poseer demasiados objetos, me calma el espacio libre, la ausencia de cosas innecesarias y los apartamentos vacíos.


No poseo demasiadas prendas de diferentes colores, soy básico y no colecciono nada.


Aún así, mi escritorio es un desastre de cables.


En 2016 abandoné el iPhone por un viejo Nokia sin conexión a internet. El experimento no duró demasiado.


En 2017 regresé a un smartphone y, cuando profesionalicé mi trabajo como escritor, pasé más de doce horas al día conectado a la red.


En 2018 la dependencia ha sido tal que soy incapaz de mantenerme presente con normalidad: notificaciones, correos electrónicos, mensajes, páginas que actualizar, gráficos que comprobar, contenido que consumir… y así, sin mencionar en cómo esto ha afectado al resto de áreas de mi vida.


El primer paso es darse cuenta.


Una sola cosa

Tomando nota de lo aprendido, este año voy a centrar mis esfuerzos en encontrar ese balance antes de que sea demasiado tarde.


He tardado años en encontrar la paz interior como para volver a sentir ansiedad a diario.


¿Cómo lo voy a solucionar?


A estas, haré lo que sea necesario y pertinente.


Volveré a hacerme las preguntas necesarias, a leer la opinión de otras personas, a poner en práctica sus principios y, sobre todo, a enfrentarme a ese vórtice llamado internet sin descuidar mi producción diaria.


Por supuesto, siempre hay un precio que pagar.


No imagino una vida sin desafíos.


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Published on December 10, 2018 00:25

December 8, 2018

Mundano


El cielo rosado, manchado por una nube, en la madrugada, horas antes de que salga el sol. Es sábado, la calle descansa y en el bar de la esquina las luces están encendidas.


Miro a través del cristal y encuentro los rostros de quienes van y vienen.


Al rato, todos desaparecen.


Mis preocupaciones no son las suyas, ni tampoco las de esa chica que espera en la parada del metro.


Mis preocupaciones no son las de nadie, tan sólo mías y no creo que sean interesantes.


Las preocupaciones de ese amigo abogado, son suyas. Nos une la amistad, no el modo de entender la vida.


Cuando alguien me pregunta sobre lo que estoy haciendo, prefiero resumirlo en una frase y cambiar de tema porque, al igual que rara vez tengo interés en lo ajeno, imagino que es recíproco -y justo-.


No me interesan las comparaciones, ni visitar lugares que están de moda pero por los que no tengo ningún interés.


No me interesa el deporte más allá de lo que pueda aportar a mi salud física y a mis dotes de supervivencia.


No me interesa la música nueva, ni las listas de reproducción que Spotify me sugiere.


No me interesa Netflix, ni las series, ni los programas de televisión, ni tampoco las columnas de opinión.


No me interesa el cine en general, ni los actores, ni los bares de conservas.


No me interesa el pastrami, ni las bicicletas, ni esa mochila escandinava que tanto veo en la calle.


No me interesaban antes, ni tampoco ahora, pero quién sabe en el futuro.


Sin embargo, que algo no me llame la atención en ese momento no significa que no quiera escuchar sobre ello.


Photo by JOHN TOWNER on Unsplash

Me entusiasma ver cómo otras personas hablan de lo que les llena con tanta pasión, sea lo que sea, sin caer en la crítica fácil de pensar que es una mierda porque a nosotros no nos transmite nada, y creo que es algo interesante de observar.


Camino contando los pasos, el perro me mira de vez en cuando y pienso en el día que tengo por delante, en escribir esa novela que me está agotando física y mentalmente; en el libro que tengo a medias; en volver a dormir con esa chica a la que prometí llamar; en qué cojones voy a comer y en las ganas que tengo de tomarme un maldito café.


Pero también pienso en otras cosas que no interesan a nadie, pero que hacen mi vida más llevadera.


Alejarme de las personas, por un tiempo breve pero necesario, recluirme en mi propio círculo sagrado, rodearme de mis propios pensamientos.


Hacer flexiones.


Llevar el seguimiento de mis pensamientos en un cuaderno cada mañana, como si se tratara de un historial clínico.


Deshacerme de lo inservible, de los muebles, de los mensajes sin contestar, de esa extensión del brazo llamada teléfono, porque así pienso que también vaciaré la mente.


Hoy el día es para mí, anoche cayó media botella de vino y sólo lo supimos nosotros.


Regreso a casa y meto el móvil en un cajón, preparo una cafetera y pienso en el siguiente viaje en carretera que tengo a la vista. Después caigo en la cuenta de que debería preparar una lista de canciones como John Cusack explicaba en Alta Fidelidad.


Por suerte, mis obsesiones son tan absurdas como las de quien se muere por probar el pastrami o defiende el yoga. Pensamientos de relleno que denotan la ausencia de problemas reales.


Sale el café, es agradable.


Doy gracias en silencio por un día más de obsesiones mundanas y vuelvo a comenzar un nuevo día.


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Published on December 08, 2018 01:53

December 7, 2018

La guía definitiva para escribir en 2019

El año está a punto de terminar y más de una persona se dispondrá a apuntar nuevos propósitos para 2019 que probablemente no llevará a cabo.


Si escribir y publicar está es uno de ellos, he aquí una lista de cosas que deberás tener en cuenta para ahorrar tiempo, disgustos y dinero.


Que estés de acuerdo o no, es otra historia.


Aquí menciono lo que me funciona.


Photo by Chris Curry on Unsplash
Metodología
Escribe un libro. Después, otro.

Por muchas razones, pero la principal es que vivimos en 2018, escribir un libro al año es un error si quieres vivir de esto. El mundo tradicional funciona de otro modo, pero aquí te lo vas a hacer tú, ¿verdad? Echa un vistazo a lo que hay a tu alrededor. Ponte las pilas.


Si no sabes cómo enfrentarte a la página en blanco, prueba mi curso o cualquier otro que te ayude a desarrollar tramas y planificar tu novela.


Crea una maldita lista de correo

El correo está desfasado, el correo ya no lo abre nadie… y podría seguir así dos párrafos más. Pero todos seguimos usando el correo para comunicarnos de forma privada. Así que crea una lista, primero porque es tuya, únicamente tuya. Atrae lectores generando tráfico, regalando un libro y crea tu comunidad. Apóyate con otras redes, pero no dejes de lado tu lista. Si Youtube, Facebook o cualquier otra red cayera, ¿qué te quedaría?


Muestra, no digas

Regla básica de la narrativa que se aplica a tu estrategia. Tus lectores potenciales no están interesados en tu pedantería ni en tu opinión sobre la mayoría de temas. No eres Stephen King ni J.K. Rowling, acéptalo. Sin embargo, tu mejor escaparate es mostrar lo que haces. ¿Escribes novelas? Publica a menudo pequeños relatos. ¿Escribes no ficción? Ofrece artículos que aporten algo, que resuelvan problemas.


¿Dónde? Aquí en Medium, en Facebook, enlazando a Twitter. Ve donde está la gente que LEE, no la que busca ser modelo.


Publica en Amazon

Sí, no te molestes en el resto de plataformas a no ser que la mayoría de tus lectores compren allí. Publica en Amazon tanto en papel como en digital.


Aprende cómo se usa, cómo se maqueta y cómo se publicar.


Hablo de esto aquí.


Planifica cada lanzamiento como una editorial

No, avisar a tus amigos no es suficiente, ni tampoco repetir en Facebook a diario. Eso te frustrará más.


Que sí, que no puedes hacer firmas de libros ni promocionar como los grandes autores… ¿O sí?


¿Un buen lanzamiento?


Toma un calendario, planifica las dos semanas de tu lanzamiento. Por ejemplo, puedes:



Crear expectativa generando dos versiones de la portada y preguntando dos semanas antes cuál gusta más (tus lectores te ayudarán).
Contar mediante artículos de qué trata la novela (durante una semana y media antes del lanzamiento).
Regalar un adelanto la semana anterior al lanzamiento.
Avisar unos días antes para que nadie se lo pierda.
Hacer un Facebook Live el día del lanzamiento con tu audiencia y regalar algunos libros.
Enviar correos el día del lanzamiento anunciando una promoción especial que durará 48 horas.
Reenviar después a aquella gente que no haya abierto o no se haya enterado.
Usar el resto de canales para acercarte a quienes no te siguen por correo.

Por supuesto, no te conviene usar todos los canales el mismo día, sino diversificarlos para que tenga más alcance, pero son algunas prácticas que puedes llevar a cabo si no sabes muy bien cómo planear el lanzamiento de tu libro.


Sé paciente

Plantéate un objetivo realista, lleva un seguimiento de tu trabajo y no te satures.


Mantén el contacto con tus lectores, escribe otro libro, expande tu audiencia, lleva un seguimiento de tu crecimiento.


Recuerda: o crece, o decrece.


Todo lleva tiempo.


Photo by Alexa Mazzarello on Unsplash
Herramientas
Para escribir

Por supuesto, vas a escribir como te salga del gaznate, de eso no me cabe duda.


Un ordenador bonito, un escritorio que no necesitas… Todos lo hacemos. Distracciones para no empezar. ¡Ah! ¿Que ya has dicho que estás escribiendo una novela? Haz quince flexiones y vuelve a tu silla.


Cuando te des cuenta de que estás perdiendo demasiado tiempo con la estética y hagas de todo menos teclear, aquí te dejo unas herramientas gratuitas, multiplataforma y fáciles de usar.


¿Por qué no uso MS Word?

Por una sencilla razón: cuesta dinero, se cuelga a menudo y me fastidia perder el trabajo. Si no fuera por esto, estaría en la lista.


Aplicaciones hay de sobra, más de las que necesitamos. Tanto si usas Linux, OS o Windows, existe una gran variedad. ¿Cuál te hará escribir mejor? Ninguna.


Simplifica.


Pero todos usan Scrivener…


Scrivener es una herramienta muy potente (yo la uso), pero lleva tiempo aprender a usarla. No obstante, puedes hacer lo mismo con una hoja de cálculo y un editor de textos.


Mi consejo fácil y rápido


Dropbox o Google Drive conectado a una carpeta de tu escritorio: para hacer copias automáticas de tus obras.


Focus Writer: para escribir sin distracciones en cada sesión.


LibreOffice o Google Docs: para desarrollar tu trabajo.


Mi consejo avanzado: el mismo pero sustituyendo el último punto por Scrivener.


Nota: la mejor forma de editar tu libro en ebook si no tienes mucha idea es a través de Reedsy o exportando con Google Docs.


Para la versión física que da Amazon, abriendo la plantilla en Google Docs te ahorrará el trabajo.


Para diseñar la portada

Si no puedes permitirte un diseño profesional o a alguien en Fiverr, te animo a usar Canva o Adobe Spark.


Photo by Josh Rose on Unsplash
Algunos apuntes
Marca personal

Pero, escucha… yo escribo.


Ya, pero vivimos en la era de internet, de las primeras impresiones.


¿Te crees que a mí me gustan las lentes? Bueno, a veces…


La imagen cuenta, no seas cutre. Hoy todos conocemos a alguien que tiene una cámara profesional.


No necesitas un álbum cada semana, lo tuyo es escribir y no vivir de tu imagen, pero no está de más que, si te buscan, aparezcas bien.


Esto no significa que te pases el día en Instagram. No, no lo hagas.


Y lo mismo con tu página web.


Si no sabes cómo gestionar tu imagen, te recomiendo no opinar demasiado sobre temas que no interesa a quien te lee como, por ejemplo, tus ideas políticas. Sí, a nadie le importan y puedes perder lectores.


Genera contenido interesante, comparte cosas que sumen y no que resten. Saca tu lado rebelde, pero mantente alejado de


No olvides el origen de esto. Céntrate en el maldito libro y su alrededor.


Photo by Carl Heyerdahl on Unsplash
Productividad

Has puesto en práctica todo lo anterior pero eres incapaz de comerte esa rana cada mañana, no pasa nada, no está todo perdido.


Si usas Chrome puedes usar Forest para bloquear las páginas que te distraen.


Si usas macOS puedes usar SelfControl, pero bloqueará tu navegador hasta que pase el tiempo marcado (no importa si reinicias el sistema).


Mantén un ritmo diario, aunque sea corto, de escritura, de palabras mínimas. Empuja todos los días tu historia hacia delante y ejercita el músculo de la creatividad.


Experiencia

Escribir es algo hermoso, así que disfrútalo.


Rompe las reglas, sigue (o no) lo que he dicho antes y busca el modelo que mejor se adapte a tu estilo.


No olvides escribir para ti, pero también para quien te lee.


Publicar y vivir de tus historias en internet no es fácil a simple vista (nada bueno lo es) pero es posible con trabajo y constancia.


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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


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Published on December 07, 2018 00:56

December 6, 2018

Cristales


Me bajé del coche y vi a unos tipos merodeando en el aparcamiento del supermercado. Había visto esos rostros antes, las mismas vestimentas, la miradas ausentes de miedo.


Siempre temía lo peor, aunque nunca pasaba nada.


Me encontraba un pueblo a una hora y pico de Varsovia. No recuerdo bien cómo de lejos estaba, pero la carretera había sido un desastre.


Entré en la tienda, uno de esos almacenes que está a las afueras y me introduje en uno de los infinitos pasillos que llevaban a la sección de conservas. Notaba las miradas entre los tarros de cristal. Cuando me giraba, no había nadie. No era miedo, tan sólo la sensación de ser observado. Me había acostumbrado a ella, a que me miraran con curiosidad.


En el fondo no era yo quien temía lo desconocido.


Siempre me pregunté por qué las personas somos tan descaradas al mirar a otros y tan tímidas al decir lo que pensamos. Los gestos hablan más alto que las palabras.



 


Con el tiempo, me di cuenta de que esa sensación la arrastraría para siempre. Cuanto más tiempo pasaba fuera, más desapegado de un trozo de tierra me sentía.


Somos de donde somos porque un trozo de plástico nos lo indica, porque nos dieron la (afortunada o no) oportunidad de crecer en un lugar, como si una parte de ese lugar nos perteneciera.


La política territorial es tan instintiva y natural como el territorio marcado por una manada de lobos, por mucha lógica contraria que se quiera emplear. Esas miradas nunca desaparecen.


El problema llega cuando uno de los lobos se pierde, sobrevive y se vuelve solitario.


Salí de allí, pagué por el pan y las cervezas que había cogido y le regalé una sonrisa a la cajera, que fue la única que me trató con indiferencia. Después conduje hacia mi casa, por llamarlo de alguna manera, si es que existía algo así.


Viajar un fin de semana a otro lugar no te abre la mente. Pasar dos años en una residencia de estudiantes en el extranjero tampoco.


Tener hambre, perderte en un barrio frío y desangelado que desconoces y sentir el peligro en tu sien, tampoco, pero te despierta el instinto de supervivencia.


El valor de tu existencia, de tus planes de futuro y ese coche lujoso con el que siempre habías soñado desaparece y todo lo que importa es salir airoso de un posible cuerpo a cuerpo.


A partir de cierto momento, de ciertas acciones, tu casa eres tú y debes cuidar de ella.


Han pasado los años, ahora en el supermercado tienen otras caras y los carteles de los productos están en español. No me importa la gente que me rodea, ni me fijo en su forma de mirar. Se supone que formo parte de esto, que debo sentirme amparado.


Todo queda tan lejos como que los recuerdos aparecen en ocasiones contadas.


Espero en la cola y escucho una conversación que hay a mi espalda. La calma, el aburrimiento, la desidia porque la cola no avanza. Por el acento auguro que son de una provincia del sur.


Me giro y veo a las dos chicas que hablan.


Y aunque la conversación no tiene importancia para mí, observo en sus ojos que el cristal todavía no ha sido roto y que puede que nunca llegue a estarlo.


Me cuesta recordar cuando era así.


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Published on December 06, 2018 00:44

December 4, 2018

Infierno


 


Fue una decisión acertada, reflexiono al mirar el viejo New Beetle negro de 2007 que tantas alegrías y tantos dolores de cabeza me ha dado. Me encuentro solo en el garaje, en un lugar que jamás hube imaginado.


Huele a neumático y a aceite de coche.


Pancho, mi perro, me mira cabizbajo.


Fue una decisión acertada haber seguido mi intuición todo este tiempo.


La vida sigue sorprendiéndome con facilidad, algo que recibo con gratitud. Pero no todo lo que me ha sucedido ha sido bonito. De hecho, mejor así, porque es el único modo de distinguir entre colores.


Quien le abre la puerta al Diablo y es capaz de echarle a patadas de su casa, nunca más vuelve a temer.


Hace un año exacto, el chucho ni siquiera había llegado a mi vida, escribía en un apartamento costero a escasos metros de la playa y me enfrentaba a uno de los episodios más oscuros de mi vida -uno de los más silenciosos- y terminaba el año habiendo regresado del extranjero después de cinco años de aventura.


Era feliz: dedicaba mis días a la escritura, a pasear por la orilla y volvía a estar en forma… aunque duró poco.


Mientras el entorno seguía mirando el reloj de arena caer, decidí recluirme en mis quehaceres como un ermitaño, escribir sin cese las mejores historias y buscar la forma de reencontrarme y digerir toda la mierda que arrastraba de los años anteriores, un ejercicio necesario y peligroso.


A veces, la respuesta a nuestras propias preguntas puede generar un cambio irreversible.


Durante ese tiempo publiqué nueve libros, uno tras otro, ahorré todo lo que ganaba, quemé la discografía de Mac DeMarco, bebí mucho café y también mucha cerveza.

En ocasiones, me sentía como Bukowski conduciendo hasta el supermercado y cargando el maletero de latas.


Photo by Pereanu Sebastian on Unsplash

 


Los momentos de soledad se hacían cada vez más intensos, como un ritual en el que cada cuestión tenía su reflexión. La escritura fue un punto de apoyo para contar y expresar todo aquello que me abrumaba y que no podía decir en alto porque acabaría siendo señalado.


Fue entonces cuando me di cuenta de que era un escritor sin necesitar la aprobación de nadie, una paradoja que no se repite demasiado. A un arquitecto nadie le cuestiona, pues tiene un título. Lo mismo con un médico o una ingeniera.


Quienes escribimos, normalmente, necesitamos que alguien nos diga cuál es nuestro oficio porque arrastramos el síndrome del impostor todo el tiempo.


Al menos, hasta que nos publican en algún diario, sacamos una novela o ponen nuestra foto en una revista.


Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.


Estas palabras de color oscuro


Vi escritas en lo alto de una puerta;


Y yo: “Maestro, es grave su sentido”.


Y, cual persona cauta, él me repuso:


“Debes aquí dejar todo recelo;


Debes dar muerte aquí a tu cobardía.


Hemos llegado al sitio que te he dicho


En que verás las gentes doloridas,


Que perdieron el bien del intelecto”.


Extracto de Divina Comedia de Dante.



Lentamente, tras un periodo lento y laborioso, di respuesta a todas las incógnitas que me abrumaban y salí fortalecido, renaciendo como un fénix y cerrando una etapa a la que no desearía regresar, pero que me alegraba de haber vivido.


Un año después, uno de los cuadernos de notas de entonces se me abre por casualidad. Leo apuntes, oraciones que escribía entonces y me doy cuenta de lo importante que es pasar por momentos como esos.


Se habla mucho de salud física, la cual es importante, pero todavía la salud mental es un tabú en la sociedad.


Poco sé sobre los demás, aunque sé lo tuve dentro.


No necesitaba un terapeuta que me hiciera preguntas y me sacara los billetes cada vez que visitaba la consulta. No necesitaba a otra persona que me hiciera un diagnóstico. Lo mío fue una catarsis, una diarrea emocional que se curó con un poco de ayuno.


Una respuesta a veintisiete años de preguntas.


Cada día perdemos más capacidad de supervivencia, y ya no hablo de la habilidad para cazar, sino de la capacidad para sobrevivir. Por un lado, aceptamos las imposiciones sociales de un sistema que ni siquiera cuestionamos (ve a la escuela, ve a la universidad, busca un trabajo y forma una familia) y, por otro, preferimos limitar nuestra capacidad de reflexión por miedo a las respuestas acudiendo a las válvulas de escape de nuestra generación (el pan y circo romano no era muy diferente a lo que hoy es el fútbol, los programas de televisión o las series de Netflix).


Mientras nos desbordan las mismas inseguridades de hace 500 años (encajar en el modelo social, ya sea paseando por la plaza del pueblo o logrando corazones en Instagram), nos negamos a leer los que sí tuvieron tiempo para escribir sobre ello (Aristóteles, Platón, Marco Aurelio, Séneca…) o sus contemporáneos (adaptados al habla coloquial, pero repitiendo la misma idea trillada) y, peor todavía, dejamos de escuchar a nuestra intuición, al corazón o a como se le quiera llamar.


Dejamos de sembrar el camino que nos lleva al bienestar y que no es otro por el que estamos guiados.


Y no va a ser sencillo llegar a él, porque lo bueno no resulta fácil, ni tampoco cómodo. Hay que tragar, trabajar de lo que no gusta, sacar tiempo cuando no hay, esforzarse cuando pierdes la confianza, silenciar el ruido cuando nadie confía en ti. Pero, si crees en lo que haces, al final del día, habrá merecido la pena el resto.


Por otro lado, debo decir que el camino fácil nunca ha aportado nada bueno. Yo duré dos meses y renuncié a él de por vida. Otros tienen más aguante.


Cuando la verdad arde y la pasión germina, por muy bien que nos lo vendan, no será placentero calentar un puesto durante cuarenta o cincuenta años (con suerte) que nos recuerde a diario cómo desperdiciamos los días.


Doce meses después de aquel invierno helado en la playa, estoy agradecido por haber llegado hasta este garaje, a pesar de tener la sensación de estar comenzando de nuevo en mi viaje.


Agradecido por haber seguido mi brújula, haciendo casi siempre lo que he deseado, aunque no fuese lo correcto para otra gente, ni tampoco fácil ni agradable.


Agradecido por haber encontrado esa calma interior que hay quien añora y que es la razón por la que las consultas están llenas y las baldas de las librerías cargadas de libros acerca de la felicidad.


Venimos al mundo con todo lo que necesitamos. Sólo hay que escuchar dentro y no fuera.


Doce meses después he aprendido que el tiempo pasa rápido, la vida es corta y que, si vamos a pasar por este mundo de forma breve, mejor estar en paz con nosotros.


Suena sencillo, pero las apariencias siempre engañan.


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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


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Published on December 04, 2018 00:26