Pablo Poveda's Blog, page 40

September 13, 2018

Aullidos


 


No necesité más de cuarenta y ocho horas para que la gran ciudad me diera un bofetón y me sacara de aquel estúpido sueño.


Un aullido, eso fue todo lo que sentí.


La fantasía en la que empezaba a sentirme a gusto, me estaba arrastrando hacia el abismo.


Una actitud que no me podía permitir.


Digamos que me había acomodado.


No existe peor sensación que bajar la guardia y ser consciente de ello.


Desde pequeños, nos convencen para que encontremos ese balance en la vida donde la prosperidad equivale a la suma de cierta dosis de calma, un poco de disfrute y la seguridad de no tener que volver a tener quebraderos de cabeza.


Los medios, las clases políticas y demás entes que controlan el mensaje del entorno nos han convencido de que tenemos derecho a dejar de preocuparnos por nuestra propia supervivencia, un error que, como humanos, no nos podemos permitir.


Así pues, la mayoría de las personas nos dejamos convencer desde muy pequeños de que ese es el verdadero éxito, el último pedestal para alcanzar la felicidad. Y cuando las cosas salen como no esperamos, tendemos a delegar la responsabilidad a otros en lugar de a nosotros mismos.


Desde hace más de una década comprendí que no existe más mentira que la de creer que alguien nos debe algo por el mero hecho de existir.


Aprendí que la felicidad era un estado moldeable, fácil de cambiar por los acontecimientos, y que no era más importante que otros como la calma o ausencia de ansiedad. Instintos que hemos olvidado pero que forman parte de nuestra genética como depredadores que somos.


Photo by Mike Gorrell on Unsplash

Entendí que el cambio constante al que el mundo de hoy se somete, afectado a diario desde diferentes partes del globo, también me afectaba a mí. Que no podía dar nada por sentado, ni asegurar la durabilidad de un oficio, ni de una relación o un sentimiento.


Lo que ayer fue, hoy ya no existe.


El primer paso fue tomar responsabilidad de mí mismo. Resultó liberador.


El segundo, aceptar que debía convivir con este sentimiento el resto de mi vida, que nada era tan importante (ni siquiera yo) y que, como todos, en polvo me convertiría tarde o temprano.


Después, todo se volvió ligero y esa voz de la conciencia dejó de hablar. Todo lo que poseía, carecía de significado y el apego se convertía en un término más del diccionario.


Reconozco que tomar esta actitud ante la vida, me ha llevado a donde he querido, sin temer por lo que habría detrás o, mucho peor, por si no habría nada al llegar.


“brown house surrounded with tree” by Mikel Ibarluzea on Unsplash

Sin embargo, como el agua estancada, no existe nada peor para el desarrollo que quedarse parado mientras el mundo sigue en constante movimiento.


Me acomodé creyendo que sería un descanso efímero para volver a la carga. Comencé a relajar los músculos de la supervivencia. Acallé el instinto cazador que me había ayudado a mantenerme presente y lo que iban a ser unas merecidas vacaciones se convirtió en un calvario espiritual de varios meses.


Como Buck, el perro de “La llamada de la selva” de Jack London, estaba perdiendo los instintos primitivos que me habían mantenido siempre alerta, hambriento, dispuesto a subir en lugar de bajar.


Afortunadamente, tan pronto como llegué a esta ciudad, me di cuenta de que estaba equivocado. El sentimiento volvió a aflorar en mí. La auténtica selva era esto y yo me convertía en nada, en uno más, en un animal con ganas de sobrevivir.


Hace apenas una semana, en un encuentro social, un padre de familia junto a su hijo, me contaba que el pequeño quería ser escritor. El joven no parecía muy convencido de las palabras de su padre ni tampoco dispuesto a escuchar mi respuesta.


Pensé en contarle lo difícil que había sido la hazaña de empezar el camino y todos los pormenores que tenía por delante, pero él no era más que un cachorro en desarrollo.


Al ver los ojos de ambos, me di cuenta de que ninguno me iba a entender, pues yo era un escritor con suerte y aquel hombre sólo intentaba decir algo pasajero para quedar bien conmigo.


Viendo al padre, di por hecho de que ese joven terminaría estudiando lo que le impusieran.


Busqué las palabras adecuadas, que no tenían por qué ser acertadas, y me dirigí al chico.


—Hagas lo que hagas, si es lo que te apasiona, vas a tener muchos problemas con él —dije y señalé a su padre.


Todos sonreímos. Olí el miedo en uno, y la esperanza en el otro.


Un aullido, lejano, cómplice. Eso era todo lo que necesitaba.


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Published on September 13, 2018 23:21

Aire


 


Un nuevo comienzo, un nuevo soplo de aire. Soy de los que piensa que los cambios son necesarios, tal vez porque estos sean inevitables, quizá porque no se pueda hacer nada contra ellos.


Echo la vista atrás y observo que en la última década he vivido en tres países y cuatro ciudades diferentes.


Se dice rápido, se recuerda breve y se siente bien.


Cuando me preguntan si esta vez he venido para quedarme, respondo que no lo sé. Hace tiempo que dejé de saberlo pero, ¿realmente importa?


A lo largo de los años, he encontrado personas que, como yo, decidieron en su día vivir en el extranjero, ya fuera en otro país o en otra ciudad en la que se sentían auténticos desconocidos.


Personas que, con el tiempo, neutralizaron sus expresiones, añoraron aquello que llaman hogar y que, cuando regresaban a éste, se daban cuenta de que ya no pertenecían a él. Un fenómeno curioso, pero real. Un sentimiento triste que arrastraba a muchos a la exaltación de sus raíces como cobijo de la soledad.


Aunque reconozco haber pasado por ello en algún momento -y de forma leve- en mi vida, siempre he tomado esta oportunidad como algo placentero, como forma de entendimiento, como observación y comprensión de los ciclos y este extraño camino de la existencia.


Aprender a dejarse llevar sin alterar el interior, la brújula que nos guía.


Adaptarse a los cambios dando la bienvenida a aquello que venga, como una lección que aprender o una manera de hacernos más fuertes.


Disfrutar del momento que vivimos porque todo es efímero, frágil e inseguro, a pesar de lo que nuestro ego nos quiera contar. Cuando no existe el miedo, somos capaces de ver más allá de las sombras.


Por tanto, mientras sigo mi camino dando pequeños pasos, comienzo de nuevo, en otro lugar, en otra estación, en otro momento.


Dicen que es difícil experimentar de nuevo algo que ya ha sucedido una vez. En mi caso, cada comienzo sabe mejor, sin importar el ayer ni el mañana.


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Published on September 13, 2018 00:37

September 11, 2018

Recetas


 


Hace unos días, hablando de música y bandas que siguen en activo, alguien volvió a repetir esa frase que siempre regresa como los truenos antes de la tormenta.


—¡Ah! ¿Pero esos siguen tocando?


Las palabras cayeron como si ya no fuera legítimo continuar haciendo música, después de tantos años. Y, es que, sin importar el éxito cosechado o lo cerca que alguien se pueda acercar a éste, parece que todos tenemos una fecha de caducidad.


Sin embargo, es sólo eso, una apariencia.


Los medios nos han enseñado que alcanzar lo alto de la montaña siempre había sido cosa de contratos millonarios, de varitas mágicas y de tipos con traje que te acogían en sus oficinas permitiéndote toda clase de excesos.


Y tal vez fuera así, antes. Tal vez también ahora.


Pero internet ha cambiado las normas.


En los casi -maldita sea, se dice demasiado pronto- ocho años que llevo presente en la red, tras miles de cabezazos y palos de ciego, puedo decir que, desde los dos últimos, soy capaz de vivir de mi escritura.


Y cuando digo que vivo, no me puedo quejar de nada: llevo la vida que quiero, no tengo un jefe que me diga lo que tengo que hacer, pago mis facturas, el alquiler, mis viajes, los vicios…


Con el tiempo me he dado cuenta de que el éxito en las artes es poder hacer lo que más se disfruta a diario.


Poder vivir cada día sin sentirnos obligados por algo, desarrollando lo que realmente brilla en nuestro interior.


Publicar en internet es todo un avance, ya que nos da la posibilidad de romper con el intermediario que nos ponía las trabas para dirigirnos a quien realmente importa: quienes leen.


Los intermediarios pasan a una segunda posición, donde su función sólo es necesaria para mejorar el producto final, pero ya no resulta imprescindible en la mayoría de casos.


Y cuando digo escribir, hablo de la música, la pintura… Me refiero a todo.


Siempre lo he dicho y lo repito de nuevo: la vida es una carrera de fondo.


El pastel es tan grande como cada persona nueva que entra a este mundo virtual donde todo se reduce a lo que teclean nuestros dedos.


Encontrar a toda esa gente, es nuestra misión.


Por tanto, aunque no hay por qué obviar las pequeñas anomalías que pueda presentar el sistema, nuestra estrategia se debe centrar en nuestra obra, en seguir ampliando nuestro trabajo a la vez que llegamos a más gente. Nuestro empeño debe concentrarse en la imagen que proyectamos, en cada detalle, en cada correo que escribimos. Y sólo así, todo llegará.


A veces pienso en esa frase maldita, en si dentro de unos veinte años alguien dirá en una conversación:


—¡Ah! ¿Pero todavía escribe?


Y sonrío, porque entonces sí que habré triunfado.


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Published on September 11, 2018 07:20

September 5, 2018

Trilogía de Don y cambios

Ruido de tres, de estaciones y el agobio del bochorno. Septiembre es un mes extraño para muchos y un mes intrépido para mí.


En una semana estaré de camino a otra ciudad, hacia una nueva aventura. En unas semanas llegará una nueva entrega de Don, la quinta, si no me equivoco.


Mientras tanto, hasta el día 11, está disponible en preventa un pack con las tres primeras entregas a precio reducido. Clic en la imagen para ir a la oferta especial.


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Por otra parte, tan pronto como me establezca, podré hablar de los nuevos proyectos que tengo entre manos. Regresarán los artículos, las calles llenas de historias y las miles de experiencias por relatar en párrafos breves.


Es hora de volver al ruedo, de poner lo que queda en el asador y quemar la recta final de este 2018. Siempre tengo un as en la manga y pronto sabréis de lo que hablo. No vale parar.


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Published on September 05, 2018 06:33

August 27, 2018

Filosofía


Hace mucho que la filosofía juega un papel importante en mi vida.


Todos necesitamos pilares en los que apoyarnos, respuestas en las que creer e historias a las que prestar atención.


Todo está en nuestra cabeza.


Todavía recuerdo mi primer acercamiento a lo que sería el pilar de mi futuro.


El cine logró en un par de horas lo que el sistema educativo no fue capaz de hacer: acercarme a la visión de las ideas de algunos intelectuales que, poco a poco, se perdían en el tiempo y carecían de importancia en la sociedad en la que vivimos.


Con ‘El club de la lucha’ descubrí el estoicismo de Séneca y Marco Aurelio, y el nihilismo de Nietzsche.


Con ‘Matrix’ entendí que debía salir de la caverna de Platón.


Ideas difíciles de transmitir por un adulto que supuestamente se prepara para ello.


Dedicarme a la escritura me ayudó a entenderlo todo, más aún, cuando los resultados no aparecen, pero uno es consciente de que va por el buen camino.


Me ayudó a entenderlo porque estaba perdido.


Había optado por elegir uno de los estilos de vida más sufridos que existen.


Pero no me importaba. Era lo que me llenaba.


Con el tiempo he aprendido de que la brecha social que existe entre grupos sociales es más visible de lo que creemos.


Por un lado, están quienes viven veinticuatro horas conectados a un microorganismo de falsa relevancia: la red, las redes, la tela de araña de contactos, amigos y desconocidos.


Un entramado creado bajo el yugo de las inseguridades de cada uno, la percepción de la realidad que se tiene y la búsqueda constante de atención que no se recibe fuera.



La falsa creencia de poder ser desde el sofá lo que no se es capaz de lograr fuera de casa.


Por otro lado, están aquellos que viven ajenos a casi todo, que viven en una realidad compartida entre lo tradicional (la prensa, la televisión, la radio) y lo nuevo (las redes). Personas que siguen creyendo que las cosas funcionan de cierta manera, escépticos a todo cambio, desdeñosos cuando escuchan que la suerte no es un factor sino algo tangible.


Finalmente, nos encontramos quienes vivimos a caballo entre un grupo y otro, insatisfechos, rebeldes, agotados, pero cargados de esperanza.


El grupo que lucha por detener las balas con las manos para demostrarle al resto (en lugar de a sí mismos) que existe otra vida (la cual no han experimentado).


En ninguno de los casos, nadie se salva de caer en su propia trampa.


Una trampa que no se soluciona con un fin de semana en el campo, alejado de la ciudad, ni un viaje a la India, ni tampoco con un seminario de meditación.


No se puede estar toda la vida escapando de nuestra sombra.


Por esa razón, comencé a tomar en serio lo que otros nombres, con más relevancia que el mío, pensaron hasta convencerse de estar en lo cierto.


Personas cuyas palabras, en muchos casos, tenían más trascendencia que las mías.


Comencé a leer, a absorber una idea y dejé de prestar atención a los ingeniosos 140 caracteres de un desconocido o el pie de foto de una cuenta de Instagram.


Liberarse del entorno, de lo externo, para apoyarse en lo único que puede controlar, el fuero interno, tal y como decía Marco Aurelio.


Aceptar que no significamos nada, sobre todo, en esos días en los que las cosas no salen tal y como pensamos.


Nos hemos acomodado tanto a un entorno aparentemente seguro, que olvidamos entrenar los instintos que llevamos del mundo animal.


Así que, después de mucho tiempo de victorias y derrotas, de darle más importancia a las cosas de la que realmente tenían; años de frustración y sueños rotos que sólo me demostraron que la única verdad era que seguía vivo; decidí tomar aquello que me ayudaba a crecer en diferentes aspectos de mi vida, sin importar la opinión ajena.



Me planteé en qué quería convertirme, cuál sería mi camino, al detalle, con números y letras, bajo mis principios. Lo escribí todo en un cuaderno.


Me hice preguntas. Quizá demasiadas.


Busqué hacia lo más profundo.


Me llevó semanas.


Me dolió meses.


Y comencé a aceptar quién era.


Tan pronto como sentí que ya estaba preparado, reformulé la propuesta y me pregunté finalmente si realmente merecía la pena todo ese sacrificio, a pesar de desconocer si lo alcanzaría, a pesar de tener que enfrentarme a mis demonios más profundos y tragar con comentarios que no quería escuchar.


Pero, si no, ¿qué sentido tenía seguir vivo?


Ya había probado el modelo que me habían dado y no estaba cómodo con él.


Así que tomé acción.


Reduje el consumo de opiniones insulsas, de comentarios gratuitos, aprendí a escuchar entre tanto ruido y me di cuenta de dos cosas: que el ocio se termina convirtiendo en un vicio y que existen ciertos temas en los que nuestro margen de acción es casi nulo pero en los que nos implicamos emocionalmente demasiado.


Para muchos, su único fin es tener la razón.


Yo prefiero tener resultados.


Después de años, sigo agradeciendo la existencia de la filosofía y de todas las enseñanzas que nos dejaron en el pasado.


Gracias a ellas me he transformado en un ser libre de cargas y miedos innecesarios.


Gracias a ellas, he aprendido a disfrutar de la vida desde que me levanto hasta que me acuesto, haciendo lo que más me gusta, pese a que otros no lo vean así.


En un mundo moderno, donde la percepción de la realidad es tan moldeable como hacer clic en el ratón, es necesario hacerse preguntas, por mucho miedo que nos den sus respuestas.


Con el tiempo, es fácil darse cuenta de que está más presente de lo que creemos, de que es una herramienta vital para seguir creciendo.


Todo está en nuestra cabeza.


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Published on August 27, 2018 03:03

August 21, 2018

Maletas


 


Hacía tiempo que no me detenía a escribir desde las tripas. Dicen que el corazón es más inteligente que el corazón, por lo que puede que la mayoría de las decisiones procedan de ahí. No lo sé, aunque sí que estoy seguro de que esos pinchazos, el revoloteo de mariposas o el nudo que aprieta cuando la marea sube, forman la brújula que guía mis días.


Hace más de seis años que rocié mis naves y puentes de gasolina para prenderles fuego. Hace más de cinco que me escribí algo en el brazo a modo de recordatorio. Hace dos que los rayos del sol me abrasaban los ojos mientras salía de la caverna de Platón y hace poco más de un año que regresaba a la costa mediterránea. Sin embargo, la aventura ha de continuar, aunque los barcos sean de papel.


Las vistas que tengo son bellas

 


Mientras tecleo estas palabras, observo por la ventana y veo un paisaje árido y hermoso. He pasado más tiempo aquí este año que en toda mi vida. Lo necesitaba.


Pensé que este 2018 sería el año en el que todo cambiaba y, creyendo que tomaba otro rumbo, así ha sido, a pesar de no haberlo terminado todavía.


Doce meses que han dado mucho de sí, ayudándome a encontrar a extenso grupo de lectores maravillosos por todo el mundo, a intercambiar mensajes de apoyo con el lanzamiento de El Doble y a ver cómo la voluntad y el cariño desinteresado son capaces de mover montañas.


Me siento realmente agradecido.


Pero no sólo ha sido positivo en lo laboral, sino también en lo psicológico. Me han ayudado a reflexionar, a elaborar un libro cargado de ensayos y pensamientos en los que he centrado mi visión de estos últimos cinco años.


Siento que se cierra un periodo en mi vida y por eso tomo rumbo hacia un estadio superior, una nueva etapa en Madrid, lugar al que me prometí regresar para quedarme hace más de una década en calidad de escritor.


Y, respecto a esto último, he aprendido tanto en los últimos años que siento decir que estaba equivocado.


Todos los estábamos y muchos lo siguen estando…


Tanto, que pronto demostraré que estoy en lo cierto.


Hasta hace poco, aquello que pensábamos que era lo correcto, las técnicas que funcionaban, no valen para nada. Pero peor hubiera sido darme cuenta de esto más tarde.


El cambio está por llegar y muy pocos lo ven. Hay un tren pasando lleno de plazas vacías al que sólo unos cuántos se subirán por no poner atención. Por eso he creado un curso revelando mis secretos -y los de otros mentores que me llevé por el camino-, para quien quiera escribir y publicar sin miedo al rechazo, a la frustración del silencio, porque vivimos en 2018 y es el mejor momento que jamás ha habido para vivir de la escritura sin tener que sucumbir al yugo de la industria.


Nadie tiene por qué esperar otros seis años sin resultados como los que aguanté yo.


Desconozco desde dónde escribiré la próxima vez.


Tal vez desde la capital o quizá desde un lugar remoto.


Lo mejor de todo es que el viaje -y no precisamente el de tren- acaba de empezar para mí y quiero que lo veas conmigo desde la primera fila.


La vida es maravillosa.


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Published on August 21, 2018 08:09

August 8, 2018

Relatos de un Escritor Fantasma


Todas las etapas tienen un ciclo y yo siento que ésta llega a su fin. Me fascina observar la capacidad que tengo para exprimir los lugares, los discos de música, las lecturas hasta saciarme y perder el sentido.


Me fascina comprobar cómo son los hechos, las piedras del camino, las ventanas que nos pone la vida delante, aquello que me transforma hacia distinto, hacia otro estadio, y no la suma de años, como siempre pensamos.


Pronto comenzaré una nueva etapa, mejor, desafiante, aventurera y llena de incertidumbre, aunque con un desconocimiento diferente al que tenía hace diez años.


A veces pienso que la vida nos hace esperar y nos prepara para cumplir nuestros sueños en el momento adecuado. Ser capaz de sintetizar todo esto y darme cuenta de ello significa que la espera ha merecido la pena.


Por esta razón -y muchas otras de menor importancia-, a petición de mis lectores, he trabajado durante los últimos meses en recopilar mis mejores textos, reflexiones, divagaciones, relatos autobiográficos y puntos de vista (llamémosles como queramos) desde 2011 hasta hoy.


Todo en un libro de casi 500 páginas, sin un orden cronológico, aunque sí emocional, dividido en cuatro temáticas.


Un ejemplar hecho para vosotros, para quien quiera conocer los derroteros llevados por alguien soñó con ser escritor, vivir de ello y, durante más de seis años, jamás tiró la toalla hasta lograrlo.



Alguien como tú, como él, como ella, que miraba por la ventana de muchas ciudades europeas, esperando que el sol saliera algún día y alumbrara su rostro. Ése a quien le dijeron que no podía ser, pero que se convirtió siendo en la persona afortunada con la que siempre te comparaba tu madre.


Quien haya leído algunos de mis textos previamente, sabrá por dónde irán los tiros. También me he permitido la licencia de agregar relatos que jamás vieron la luz o que, si lo hicieron, quedaron sepultados por blogs ya desaparecidos.


Un libro que señalaré cuando mis hijos pregunten por mi forma de ver la vida. Un tomo al que acudir si algún día me convierto en algo que no quiero ser.



Relatos de un Escritor Fantasmaestá disponible en Amazon tanto en digital como en edición de tapa blanda a precios populares.


Si disfrutas leyendo lo que escribo, este libro te gustará y yo te agradeceré enormemente la ayuda para seguir escribiendo.


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Published on August 08, 2018 23:52

August 6, 2018

Ganar

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Hace unas tres semanas que vivo alejado de la ciudad, el ruido, la gente y todo aquello que creemos que nos distrae cuando nos encontramos rodeados de coches y terrazas de bar.


Tres semanas que me han servido de mucho y me han sabido a poco pero, sobre todo, me han ayudado a entender varias cosas que no tenía del todo claras y a ordenar mis pensamientos.


No he aprovechado el tiempo como quería, ni tampoco he sido tan productivo como hube imaginado antes de llegar. Eran todo ilusiones, creencias falsas. No me culpo. Pensé que huir me ayudaría a centrarme.


Me vine dispuesto a descansar, a sacar el tiempo libre que no había tenido a lo largo del año anterior. Pensé que sería una buena oportunidad para ponerme en forma, comer bien y disfrutar del aire puro. Cargué algunas lecturas en el Kindle y me dejé llevar por la carretera que me llevaría a mi destino.


Tres semanas después y bajo el agotamiento de una ola de calor procedente del sur, ahora puedo decir que mis problemas eran otros, pero que lo hecho aquí, se podría haber llevado a cabo en cualquier otro lugar.


Vivimos con la ilusión de que la naturaleza nos ayuda a conectar con nuestro yo interior y, aunque es cierto, tan pronto como nos acostumbramos, volvemos a caer en lo de siempre. Es difícil reconectar con lo que sea si no damos solución al problema que arrastramos de casa.


A menudo me he acordado de un reportaje que vi sobre Paul Miller y el año que estuvo sin internet.


Reconozco que estar aquí me ha ayudado a pensar con más claridad, no por el entorno sino por la ausencia de distracciones -más allá de internet y del perro- y un tictac constante que obligaba a centrarme. Reflexionar es un ejercicio fundamental, aterrador. Más todavía si no deseamos enfrentarnos a las preguntas por miedo a las respuestas -que ya sabemos-. Pensar a solas puede llegar a ser doloroso, porque no hay nadie a quien llorarle y porque no nos queda otra que tragar y enfrentarnos a la verdad: la nuestra.


Sin darnos cuenta, hemos basado nuestros hábitos en las opiniones ajenas. Quizá hayamos dejado de preguntar a nuestros allegados para mostrar seguridad, pero tecleamos en Google en busca de recomendaciones. Antes leíamos a la psicóloga o al especialista con chaqueta de tweed. Hoy leemos las opiniones de desconocidos en los diarios, en las tiendas online y en las revistas digitales. Un tuitero es capaz de encender o apagar nuestro día. Me asombra esto, sobre todo, porque la mayoría son personas que no se atreven a poner una foto con su cara.


Y es aquí, entre almendros -o donde sea que no haya 3G-, cuando ya no queda nada ni nadie a quien preguntar, donde florece esa verdad espinosa como un cardo. Pero, ¿y si no nos gusta lo que hay? Mala suerte. Ese es nuestro problema y hay que lidiar con él, de un modo u otro. Te has dado cuenta de que es hora de dejar de seguir esas cuentas de Instagram que hablan de vinos que no vas a probar -de momento-, de viajes que no vas a hacer y de libros que no piensas leer, porque tienes un tren que coger y ves que se escapa.


Puede que haya llegado la hora de romper con esa persona de la que ya no estamos enamorados, o aprender a vivir en una rutina mientras la parcheamos con válvulas de escape. Tal vez sea hora de cambiar de trabajo, de amigos, de ciudad, de corte de pelo, de vestimenta o adaptarnos lo mejor posible al entorno en el que nos hemos criado.


Alguien decía que la imagen del perdedor vende y empatiza, que a nadie le caen bien los que tienen éxito. Yo añado que en la línea de meta todos abrazan al ganador.


No será aquí donde esté la solución, pues considero que cada persona debe manejar sus quehaceres sin importarle a nadie más.


Si tenemos el poder para hacerlo, también lo poseemos para deshacerlo. Y el resto son excusas. La vida no es tan complicada. Está para disfrutarla, para hacer lo que nos venga en gana y para sobrevivir cuando toca. Lo complicado es el sistema de normas y leyes en el que nos enseñan a vivir, moldeándonos desde bien pequeños. Venimos de donde venimos y no fue nuestra elección. Más vale aceptar que llegar a unos sitios siempre costará más que a otros.


 


 


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Published on August 06, 2018 00:46

July 30, 2018

Cebollas


La calma reina en la casa. Me despierto antes de hora, dolorido por un tirón muscular. No me lamento, aunque sí lo hubiera hecho en otro momento pasado.


Preparo café y despierto al perro. Algo en mi interior ruge y no son las tripas. Siento que estoy llegando al final de algo.


La imagen de una cebolla aparece en mi cabeza de manera inintencionada.


Llego a la reflexión de que las personas no somos muy diferentes a esta planta: nacemos tiernos, únicos, desnudos y puros, y con los años nos cubrimos con capas más y más duras que nos enseñan a vivir en un mundo donde las diferencias son signo de exclusión, evitando que nos hagamos preguntas más allá de las obvias; impidiendo que nos planteemos el funcionamiento de nuestro alrededor.


Cuando termino el café, busco en internet y me doy cuenta de que existe un cuento, de carácter anónimo, que habla de lo mismo.


Sin embargo, a diferencia de la fábula, tiendo a creer que, en ocasiones, en lugar de ocultar lo que somos realmente, hemos perdido la capaz de verlo, confundidos por las distracciones constantes que nos llevan de un lugar a otro, hasta que no existe vuelta atrás.


Nos han inculcado tanto la importancia de la valía, que hemos encontrado en internet nuestra válvula de escape.


Photo by Brunel Johnson on Unsplash

 


Tal vez suene absurdo, pero llegar a esta conclusión me ha llevado casi treinta años. De repente, un día, todo se vino abajo, creyendo encontrarme en medio de un bosque oscuro y rodeado de niebla.


Los psicólogos lo llaman crisis, un término desacertado cargado de negatividad y caos.


Por esa razón, nunca he visitado uno.


Al contrario, empecé a verlo de otra manera, quitándole hierro al asunto.


Busqué la etimología de la palabra crisis (derivado del griego krísis “decisión”, del verbo kríno “yo decido, separo, juzgo”) y caí en la conclusión de que lo que estaba sucediendo no era más que un replanteamiento de la situación en la que me encontraba, de cómo me sentía.


Una búsqueda consciente a las preguntas que me estaba haciendo y no quería escuchar.


Y es que, tan pronto como empecemos a entender de que el cambio en nosotros es constante, de que debemos guiarnos hacia dentro y no hacia fuera, pronto daremos respuesta a lo que importa y a lo que no.


Somos lo que nos hace vibrar, lo que nos levanta cada mañana de la cama, aquello que despierta nuestra curiosidad pura y no lo que nos hemos creído con los años.


Sólo así, seremos capaces de dar, amar y saborear cada pequeño detalle de lo maravilloso que es vivir. Y no importa cuánto tengamos que arreglarnos, pues siempre será un paso hacia delante.


Desconozco si llegaremos a nuestro destino, si todas las preguntas serán respondidas en algún momento de nuestra vida.


Pero no importa, hace tiempo ya que no.


Todo va a salir bien.


Disfruto del viaje.


Y tú deberías hacer lo mismo.



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Published on July 30, 2018 01:33

July 28, 2018

Epifanías


 


Hace un año y medio tuve una epifanía. No recuerdo si fue un sueño o un pensamiento venido de la nada. Tan sólo conservo algunas imágenes en tercera persona.


Despierto de la cama emocionado y corro hacia el cuaderno para anotarlo todo.


Hoy me topo con esos cuadernos y no logro encontrar lo que escribí aquel día.


Anoto mis reflexiones esporádicamente desde hace más de siete años. Hay temporadas en las que no escribo nada y otras en las que reflejo mi visión a diario.


A pesar de que la mayoría de ellas no son más que abstracciones personales, echando la vista atrás, encuentro un patrón y un rumbo marcado.


Casi una década después, he materializado la mayoría de los objetivos que en su día vi como sueños idílicos o fantasías para otros. Objetivos marcados y remarcados por culpa de la ausencia de respuestas.


Tomo consciencia de que la mayoría de metas que me puse en su día, carecían de un modelo a seguir, al menos, que yo conociera.


Jamás supe cómo lo lograría, ni existía un plan establecido. Los años, las ganas, el ensayo, los fracasos y la experiencia me han iluminado, poco a poco, el camino.


Lo que hoy es un proceso claro y preciso para mí, resultaría un mensaje confuso para mi yo del pasado.


Sin embargo, hay algo que sigue uniéndome a mi yo de entonces. Cualidades que no han perecido y que se mantienen tan o más vivas: fe en lo que hago, una llama interior voraz y los cojones necesarios para romper el statu quo al que nos someten desde una temprana edad.


Quizá esto último sea lo más complicado.


Photo by Markus Spiske on Unsplash

 


Yo también estuve ahí, tomando la píldora azul, creyendo que uno se debía a sus principios y a una serie de patrones culturales y sociales que ni siquiera me había planteado.


Yo también estuve ahí viendo cómo los anhelos se los llevaban otros, faltándome al respeto, incapaz de mover un dedo por mí mismo.


Porque ese dedo había aprendido a señalar las ambiciones de otros para tumbarlas o criticarlas.


Hoy echo la vista atrás y, sin ir más lejos, me asombra cómo todavía se cuestiona lo que dicen algunos (individuos y casos aislados) y se cree sin duda alguna lo que cuentan otros (por ejemplo, las cadenas de televisión, los tertulianos, cualquiera con un porrón de seguidores), a sabiendas de los intereses políticos y económicos que mueven sus bocas.


Me asombra cómo subestimamos la capacidad de algunas personas por ser desconocidas y aceptamos la de otras por el mero hecho de ocupar una posición privilegiada.


Con el tiempo, me he dado cuenta de que, si iba a vivir una sola vez, al menos, era mejor hacerlo con sentido y gusto.


Así que construí un lienzo, alejado del ruido, de los dedos acusadores y de las opinione. Un lugar en el que sólo tiene cabida lo que realmente mi importa, lo bello, lo ensencial. Y lo demás no es bienvenido.


Y no lo siento al decir que mi vida no es un estado democrático, pues tampoco debería serlo la de nadie.


Todo el mundo debería ser capaz de vivir bajo sus principios, aunque estos hayan sido unfluenciados por las ideas de otros y después cuestinados.


Todo el mundo debería ser capaz de vivir asumiendo la responsabilidad del lugar que ocupa, sin echarle la culpa a los demás.


Escuchar a quien tiene algo constructivo que aportar y desechar a quien dice nada.


En la montaña hay setas comestibles y otras tóxicas.


Para dar lo mejor de nosotros hay que acabar con esa necesidad de validación constante.


Cuanto antes asumamos que a nadie le importa un carajo lo que hagamos, mejor.


Hay quien se ofenderá, pues yo pensaba lo mismo hace diez años, pero esto no es incompatible con otros valores, siempre y cuando seamos nosotros los que decidamos y no el yugo impuesto por otra persona.


Cuando vuelvo a leer las anotaciones en los cuadernos, me doy cuenta de que, más allá de arriesgar y poner la carne sobre la parrilla, tener epifanías y marcarme objetivos, lo más complicado del camino fue eso, romper el auténtico cascarón que nos atrapa.


Si tienes sueños, paga el peaje y ve a por ellos.


La entrada Epifanías se publicó primero en Pablo Poveda.

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Published on July 28, 2018 04:19