Pablo Poveda's Blog, page 44
March 30, 2018
Cíclicos

El sol sale como cada mañana, pero hoy lo siento más que nunca. Debe de ser la primavera, el cambio de estación, el final de mes, el fin de un proyecto que me ha llevado de cabeza. Debo de ser yo que he vuelto a despertar, una vez más.
Desconozco la razón, pero no siempre es necesario para continuar pedaleando.
Desde hace tiempo, soy consciente de que nada es permanente, de que los ciclos van y vienen, suben y bajan y que no queda otra opción que disfrutar el momento, tomar responsabilidad y seguir adelante, aunque las cosas no salgan como se desea.
Documento los días con palabras para echar la vista atrás y notar los cambios con el paso del tiempo.
De repente, es como si me volviera previsible, al igual que una hoja de cálculo.
Todos lo somos, necesitamos serlo, aunque creamos que no es así, que somos libres y capaces de cambiar el rumbo cuando lo deseemos, olvidando la suma de estímulos condicionados con los que cargamos.
Pero no existe mayor victoria que la de salir del agujero, vencer a los demonios y regresar con más fuerza que nunca.
Durante las últimas semanas, he probado todo lo que estaba en mis manos para limpiar la oscuridad que rodeaba mis pensamientos: meditar, pasear, leer, jugar con mi perro, socializar…
Sin embargo, lo que ha funcionado ha sido otra cosa: terminar lo que había empezado.
Es importante terminar aquello que empezamos para quitarnos una gran carga psicológica de encima.
Saber que, como en el juego, perder forma parte de la ecuación y que, si sucede, no pasa nada, pero hay que terminar lo que se empieza, somos seres cíclicos.
Llevo varios días en los que despierto con una felicidad insana, con una sonrisa en los labios y abierto a las emociones que se respiran en la calle.
Mi amigo tenía razón. No importa el lugar, sino que estés bien contigo. Y, después de mucho tiempo, me siento de nuevo en sintonía con el entorno, completo, saboreando el episodio final de mi propio capítulo, dispuesto a empezar uno nuevo.
La entrada Cíclicos se publicó primero en Pablo Poveda.
March 26, 2018
Hiperconectado
Tengo la suerte de contar con amigos que todavían saben cómo estar presentes en un mundo hiperconectado. Soy de los que piensa que algunas cosas no deberían cambiar, al menos, no demasiado.
Desconozco lo que nos deparará el futuro aunque, como todo, lo que se experimenta, difícilmente se llega a olvidar.
No obstante, en una sociedad que requiere más y más atención, no todo el mundo es capaz de ver lo que tiene delante sin pensar en otros quehaceres.
Unos de mis momentos favoritos de la semana, cuando cumplo con mis expectivas, cuando la válvula de escape es más que necesaria, son las reuniones sociales, las horas en los bares, los momentos de sombras y experiencias, las confesiones frente a la vitrina de los encurtidos.
Al comenzar la madurez, pasamos la mayor parte del tiempo entre ruido de cafeteras, máquinas tragaperras, partidos de fútbol y barras de aluminio.
Sin ellas no sería quien soy, con mis virtudes y defectos. Sin ellas, tampoco escribiría, ni alimentaría la visión que tengo ni su porqué.
Demasiadas muescas en las mesas, demasiados botellines vacíos decorados de verborrea idílica y transitoria que termina perdiéndose de madrugada.
Hace tiempo que pruebo a ponerme en el otro lugar, en la mirada de quien trabaja y no en la de quien disfruta. Y no lo hago como acto solidario, sino como estudio de otra perspectiva, de otra forma de pensar, porque la mirada de una persona no es más que la representación de su realidad.
Desde que escribo, empatizo con agrado con quien ofrece, en lugar de quien pide.
Y, después de todo, me doy cuenta de que, sin pretensiones ni valores enlatados, cualquier oficio puede ser gratificante; que los días buenos existen según cómo se miren y que las casualidades tal vez sucedan, pero no forman la mayor parte del pastel llamado vida diaria.
Estar presente es la clave para entender que cada momento es único.
Hoy, ayer, mañana y ahora.
La entrada Hiperconectado se publicó primero en Pablo Poveda.
March 22, 2018
Sistemas

Anoche me desperté pensando en algo, en una ciudad, una imagen que olvidé apuntar y, por tanto, ya no recuerdo.
Cada mañana, cuando suena el despertador, me gustaría quedarme un poco más y me arrepiento de muchas cosas, pero luego lo olvido y se me pasa.
Soy una persona de costumbres, de hábitos, de rutinas que sólo muestran resultados a largo plazo, y no inmediatos. Y esa es la razón por la que cada día es una lucha constante contra mí mismo, contra la comodidad, contra el dejarlo para después, ese más tarde que termina siendo nunca.
Es el único camino para seguir adelante. No hay otro.
Me fascina la facilidad que tenemos para cumplir con algunas normas impuestas y la escasa voluntad que desarrollamos para trabajar en nosotros mismos.
Nadie se plantea llegar tarde al trabajo o a la escuela. Las consecuencias pueden ser nefastas.
Sin embargo, sí que somos capaces de evitar leer ese libro, dejar que nuestros sueños los cumplan otros, volver a pintar por puro placer o practicar deporte para sentirnos mejor.
Siempre hay una excusa, algo más importante que nosotros y esa impotencia por no llevarlos a cabo termina transformándose en envidia ajena.
Un tiempo atrás, cuando estudiaba en la universidad, admiraba a esas personas capaces de todo, de comerse el mundo en veinticuatro horas y, aún así, continuar con ganas de seguir viviendo.
Admiraba sus vidas, lo que habían logrado y deseaba tanto tener lo mismo, que empezaron a caerme mal.
Obviaba que detrás de aquellas vidas de ocio y disfrute, quedaban horas y horas de trabajo, posiblemente, tareas que a nadie le gustaba hacer.
Por entonces, la mayor parte del tiempo la pasaba entre páginas web, series americanas de televisión, libros y discos de música. No hacía nada más y tengo un vago recuerdo de estar acostado durante mucho tiempo mirando a la pantalla de mi portátil.
Así pasaron los años.
Después empeoró y me fui al extranjero donde hacía lo mismo combinándolo con noches continuas de barras de bar y clubes nocturnos.
Siempre fui un romántico.
Hasta que me agoté.
Tan pronto como entendí que jamás me tocaría la lotería de escribir un libro y que me lo publicaran, que mendigar no servía de nada, que el mundo no necesitaba más Kerouacs, ni Bukowskis, ni Hemingways emborrachándose y hablando de la vida y que si no hacía algo al respecto vería el resto de mis días pasar por la ventanilla de un vagón, acepté que necesitaba un sistema.
Cada persona es libre -o eso queremos pensar- de elegir su destino y el mío, aquel que soñaba durante mis días de universidad, no se encontraba en una oficina.
Hoy, no veo series, no tengo suscripción a Netflix y siento que cada día es una oportunidad para seguir tirando del carro.
Levantarme antes de que salga el sol, dividir las horas por bloques y procurar ser fiel a ellos, porque sé, que en el mejor de los casos, mi año llegará en una década y no hoy, pero como escribía Antonio Machado en sus versos:
Todo pasa y todo queda
Pero lo nuestro es pasar
Pasar haciendo caminos
Caminos sobre la mar
El mejor sistema es en el que creemos. Lo que funciona para mí, puede no hacerlo para otros.
Después de leer decenas de libros y artículos sobre gente efectiva, productividad, procrastinación y psicología, he llegado a la conclusión de que ninguno sirve de nada si no somos honestos antes de empezar.
Al cuerno las listas de enero, los mensajes positivos y la mediocridad de compararse y conformarse con lo que hay porque la vida nos ha caído así.
Eso no es cierto.
Hay que pensar en grande, joder, y no conformarse jamás.
Aceptar nuestras limitaciones es el primer paso.
Dar las gracias por tenerlas, el segundo.
Entender que somos imperfectos sin desanimarnos, porque llevará tiempo y que hay mucho trabajo por hacer.
Idealizar un día perfecto partiendo de que siempre habrá algo que no nos gustará y llevarlo a cabo, siendo fiel a él como lo somos con nosotros mismos, con nuestra familia, con esa persona a la que tanto amamos.
Y no hace falta darle más vueltas.
Podremos fallar, pero volveremos a intentarlo. La clave es no rendirse, girar a toda velocidad como una rueda sin saltarse los días.
Entender que no hay una meta, un final, que cuando todo pase, habremos tomado otra dirección y estará bien, pero tendremos un sistema para seguir caminando, un sistema que habremos perfeccionado tanto que nos hará imparables y orgullosos de haber escalado esa montaña psicológica de miedos, temores, pequeñas victorias y derrotas, sin importarnos lo que piense el resto del mundo, porque ahí reside la magia de todo el esfuerzo.
Llegar a la cama y respirar hondo con la satisfacción de haberlo dado todo sobre el cuadrilátero.
Lo nuestro es pasar, seguir haciendo camino, a diario, golpe a golpe, verso a verso.
La entrada Sistemas se publicó primero en Pablo Poveda.
March 19, 2018
Sueños

Esta mañana he recibido un agradable mensaje. Un amigo cambia de trabajo a una compañía más grande. Él trabaja en posproducción cinematográfica y efectos especiales. Él es un ejemplo de superación constante que he podido ver con mis propios ojos, una de esas personas que inspira, a la vez que es igual de humana que tú. Me alegro mucho por él.
Hace cinco años coincidíamos en el mismo apartamento de la calle Miodowa.
Acababa de llegar a Varsovia en busca de mi sueño, el de ser escritor, y buscaba una habitación en la que quedarme. Hacía frío, la nieve aún llenaba las calles y no conocía la ciudad, así que opté por un cálido lugar en el que vivía una chica rusa y este joven polaco.

Para él era un comienzo, pues estaba bastante perdido con lo que debía o no hacer. Para mí, otro tipo de comienzo pues, aunque sabía cuál era mi camino, desconocía por dónde empezar. Pasaron los días, él me introdujo a la cultura polaca y yo a la española. Compartimos gustos musicales, noches de alcohol y desenfreno, ideas, visiones y hasta los temores más vergonzosos. Poco a poco, conocí a su familia y amigos, intimé con algunas de sus mejores amigas y nunca le importó; cambió de trabajo, se lanzó al vacío y me animó siempre a que hiciera lo que debía hacer.
Confiaba en mí ciegamente y eso era digno de apreciar, partiendo que no nos unía más que un apartamento y un concepto de cultura europea que cada día se fragmentaba más.
Pronto nos mudamos a otro apartamento, él dejó los estudios y se dedicó a aprender a través de internet, a trabajar gratis filmando a aquel que se lo pidiera, a ayudar en proyectos aunque fuera cargando el equipo. A mí no me salían las palabras, buscaba la inspiración pero nunca la encontraba.
Sin que terminara el año, nuestros caminos se separaron. Ambos conocimos a una chica y abandonamos el apartamento, pero nuestro contacto continuó.

Dos días antes de abandonar Varsovia, conduje hasta su apartamento, una gran casa con vistas a uno de los parques más grandes de la ciudad, y recordamos viejos tiempos. Habían pasado cuatro años y ambos éramos otras personas. Recordamos viejos tiempos, cenamos pizza como cuando no teníamos un zloty en el bolsillo y bebimos cerveza hasta que nos dormimos del cansancio.
Hay quien me dice que tengo la suerte de haber encontrado lo que me apasiona, que no todo el mundo lo consigue. Yo no sé si es cierto esto, pero siempre respondo que procedo de la música, que a los quince quería ser una estrella del rock y a los diecinueve fracasé colgando la guitarra; que después soñé con ser escritor en un momento fatídico para la industria del papel, cuando las editoriales no hacían caso y la piratería se comía el mercado; que abandoné un trabajo estable y la ciudad en la que me había criado a cambio de aventuras, incertidumbre y mucho frío; que durante seis años trabajé de lo que fue necesario, di palos de ciego hasta vender un maldito libro, encontrar a la gente que sí me quería leer y empezar a ver un fino hilo de luz que tampoco albergaba mucha esperanza.
Los sueños se construyen día a día y la mejor manera de comenzar es poniendo todo tu esfuerzo e ingenio en eso que te apasiona, probando lo que funciona y lo que no, fijándote en lo que realmente sabes hacer y no lo que te gustaría hacer para contentar a otras personas.
Los sueños, como las grandes construcciones, requieren tiempo, constancia y nunca darse por vencido.
Cuando conocí a mi amigo, él trabajaba en un banco y estudiaba una ingeniería. Escribió un guión para un cortometraje de casualidad y se dio cuenta de que eso no era lo que quería, que él prefería agarrar la cámara. Después lo dejó todo para ser camarero mientras se formaba a sí mismo con vídeos de Youtube. Y la historia continúa hasta su primer contrato. Y todo esto fue porque estaba convencido de que terminaría haciendo lo que le gustaba, aunque no lo supiera aún.
Así que, si tienes un sueño, ve a por él. No seré romántico con la idea, pues no lo es. Todos tienden a ver el final, pero los comienzos siempre son duros y más aquí. De hecho, puede que sea muy duro y tendrás que trabajar más que el resto, en tu tiempo libre, cuando tus amistades se divierten.
Llevará tiempo, pero merecerá la pena, porque sentir que aportas algo a este mundo es reconfortante. No te quedes con las ganas y acepta tus límites.
Si no lo tienes claro, prueba, no temas, fracasa y lima tus habilidades. Sólo así descubrirás de qué material estás hecho.
La entrada Sueños se publicó primero en Pablo Poveda.
March 18, 2018
Menos

Menos es más.
Más silencio, menos ruido.
Menos ruido, más reflexiones de calidad; menos notificaciones, más tiempo libre; menos variedad, más apreciación.
Menos palabras, pero más significativas.
Cada cierto tiempo siento la necesidad de simplificarlo todo, eliminar lo innecesario y quedarme con la esencia.
Incluso este texto.
“Las formas primarias son las formas bellas, pues tienen una lectura clara.” — Le Corbusier.
Cuando vivía en el extranjero, recuerdo que me prometí no acumular más de lo que cupiera en las dos maletas que me había llevado conmigo.
Pasaron cuatro años y regresé con el mismo equipaje.
Simplificar es mi purgación más íntima, la forma de encontrar sentido a lo que hago y tal obsesión la he llevado a todos los campos: el trabajo, la escritura, el menú de mi teléfono, las posesiones, las amistades, los seguidores, las relaciones más personales.
Simplificar los colores, los tonos, los espacios. Me abruma el exceso y me convierte en alguien que no quiero ser.
Partiendo de que llegamos a este mundo desnudos, desde muy pequeños nos sobrecargan de juicios, normas, leyes, patrones. Reglas que no razonamos -porque no somos capaces todavía- y que digerimos como si formaran parte del ecosistema, sin llegar a plantear si están bien o no, si realmente las necesitamos para seguir respirando.
Después llegan las depresiones, la ansiedad en el trabajo, las insatisfacciones, los dramas familiares y la presión de hacer o llevar la vida que no deseamos, mientras nos acostamos pensando en lo que podría haber sido y no fue.
Al final, terminamos deseando que nos toque la lotería, aún sabiendo que esto tampoco sucederá.
Por tanto, siempre hay algo que simplificar, limar, depurar. Y es ahí, donde reside la belleza de lo puro.
La mayoría de gente tiende a pensar que el minimalismo (o como se le quiera llamar) es una excusa y una moda pasajera para aquellos que no pueden alcanzar los objetos de valor, pero no se puede estar más equivocado.
Reducir lo que hacemos a lo esencial, nos ayuda a ganar tiempo, salud, a sentirnos menos ataviados con el ruido de fondo, a enfadarnos lo justo y a entender que lo superfluo no es más que una pérdida de tiempo.
Vivimos en un momento en el que internet se convierte en un vertedero de basura y en una mina de oro a partes iguales. En gran medida, las redes sociales son un foro de fieras, de opiniones descabelladas, de respuestas estúpidos y pasionales propios del mordisco de un animal.
Comentarios que, de un modo u otro, nos afectan.
Separar la paja del trigo nos ayuda a encontrar quienes somos realmente y no quienes fingimos ser, a deshacernos de las caretas que usamos para diferentes ocasiones, como si de un carnaval constante se tratara.
Clarificar nuestros razonamientos nos ayuda a parar, a decir basta, a decir no a esa cena en el restaurante japonés porque preferimos quedarnos en casa con una copa de vino, el sofá y una buena lectura. Y está bien.
Un ejercicio sencillo y práctico que hago a menudo es el siguiente.
En un papel, escribo:
– Las tres actividades que me hacen realmente sentir bien
– Las tres personas que me hacen realmente sentir bien
– Tres objetivos que tengo a corto (este mes), medio (seis meses) y largo plazo (un año) y que quiero lograr
Sólo tres puntos.
Una vez los tengo, el resto es secundario. ¿Estoy sacando suficiente tiempo a diario/a la semana para ellos? Si no es así, algo no funciona.
Esto es un ejemplo, pero es aplicable a nuestro trabajo, al dinero, a los objetos que compramos o que ya poseemos, a nuestra pareja, a los viajes a otros países que hacemos para desconectar (¿De quién, de nosotros?), al vestido nuevo que sólo usaremos una vez, a ir a la moda, a ese grupo de personas con las que quedamos a menudo pero que nos agotan nada más verlas, a comprar más y más libros que no vamos a leer, a comer hasta hastiarnos, a las comidas familiares que son un pozo de pesadumbre, a ese regalo inútil que se morirá de pena en un cajón (por no herir a la persona que nos lo regaló).
A diferencia de lo que muchas personas piensan, simplificar tu vida, tus pensamientos o tu entorno, es mucho más que una tendencia escandinava que nos venden en un libro, no está arraigado a llevar una vida de carencias y tampoco está reñido con comer caviar, viajar a Los Ángeles o llevar un reloj de oro.
Invertir el dinero en experiencias, objetos y placeres, siempre y cuando se disponga de éste, y con un propósito claro, es algo positivo y no tiene por qué ser un pecado, sino todo lo contrario. La vida está para vivirla como se desee.
El problema reside en las frustraciones que llegamos a padecer cuando vemos a otros llevando esa vida de [aquí nuestra carencia] que jamás construiremos, fijándonos más en lo que no tenemos (y ellos sí) en lugar de cuestionarnos por qué nos sentimos así y comprender que la aguja de nuestra brújula nos indica que tomemos otro rumbo.
“Aquello que miramos y no podemos ver es lo simple” — Lao Tse.
Pero es más simple que todo eso. Desconecta, agarra un papel y un lápiz, escribe. La vida es un bombeo, una respiración, un sube y baja, y no hay más.
Nos iremos como llegamos, sin saberlo, y de ti depende que ese viaje merezca la pena. Lo demás es irrelevante.
La entrada Menos se publicó primero en Pablo Poveda.
March 14, 2018
Amigos

Un amigo me preguntaba hace tiempo si era feliz con la vida que tenía, con las decisiones que había tomado.
Reconozco que, para mucha gente, puede parecer una pesadilla: vivir en un pueblo costero en el que apenas hay gente, estar la mayor parte del tiempo frente a un ordenador y dedicar las horas libres a pasear o leer libros.
Para él, una persona de gran ciudad, esa forma de vida le quedaba pequeña.
Le respondí que sí, que no tenía problema, que podía desplazarme en coche a donde quisiera cuando así lo deseara, que no existía mayor satisfacción para mí que vivir junto al mar.
Los meses pasaron y la aparente calma del mar se transformó en un ruidoso escenario en mi cabeza. Lo que antes me había parecido un balneario, ahora me irritaba.
¿Qué me había pasado? ¿Qué había cambiado?
En el entorno nada. Simplemente, era yo.
Las personas tenemos serias dificultades para contentarnos con lo que poseemos. Es parte de nuestro instinto ir siempre de A hasta B.
Cuando llegamos a B, éste se convierte de nuevo en A.
Y nos hartamos de ello.
Así que empecé a cuestionarme el entorno, los propósitos que llevaba a cabo, aquello que poseo y mi yo más interior.
Quería entender la causa de mi nueva forma de ver las cosas. Quería reencontrarme con lo que era, donde estaba.
No siempre es fácil, pues nos enfrentamos a temibles demonios que habían dormido durante años. Demonios en forma de errores, de culpa ajena, de historias sin resolver y cabos sin atar.
Me dije que si iba a limpiar los cimientos de mi vida, lo haría con todos.
Y, buscando y buscando, di con la respuesta donde menos lo esperaba. No estaba en internet, ni la tenía un libro, ni siquiera un influyente de Youtube. Me la dio un amigo en una sola frase.
— Si estás a gusto contigo, no importa dónde estés.
Y ahí terminó todo. Algo tan simple como eso me hizo entender dos cosas:
a) Me estaba planteando mal las preguntas.
b) El problema estaba dentro y no fuera.
Tan pronto como empecé a reflexionar sobre ello, me di cuenta de lo cómodo que estaba en el lugar que ocupaba, de lo estúpido que había sido y de lo muy agradecido que debía estar por tener la oportunidad de hacer lo que hago.
En la mayoría de casos, nos pasamos la vida corriendo entre A y B buscando respuestas, aprobación y sentido a una existencia que nos corroe por dentro.
Vivimos en un momento en el que conectar con otra persona es más sencillo que nunca, pero nos perdemos en nimiedades, prejuicios de valor, de estatus y apariencia, o puro interés. Buscamos cantidad, novedad y exceso en lugar de calidad.
Sin embargo, nuestro oráculo son esas personas que nos entienden de verdad, que nos apoyan, con quienes comentamos nuestros triunfos y fracason sin ser juzgados, más allá de que conozcan o no nuestro pasado o quién somos.
Nuestro oráculo son aquellas personas con quienes compartimos una visión parecida de la vida.
La entrada Amigos se publicó primero en Pablo Poveda.
March 12, 2018
Recapitulando

Hace un año escribía sobre lo imperfecto que era y lo aburrido que sería si no tuviera nada por lo que esforzarme.
Doce meses después, mi situación ha cambiado más de lo que pude haber imaginado en ese momento.
Hoy escribo desde otra ventana, en otro lugar, en otro contexto, pero sigo siendo tan o más imperfecto que ayer.
Reconozco que, desde mi vuelta a España, no soy la persona más sociable que existe por aquí. Siempre estoy abierto a visitas y encuentros, a sonrisas y a conversación provechosas, pero también limito mi exposición con otros, el contacto en las calles, las reuniones humanas. A veces, puede que demasiado.
En algún momento de los últimos doce meses, llegué a la determinación de que el tiempo es valioso y no se puede recuperar (a pesar de que sea una invención humana) y que seguir vagando por las barras de los bares hasta el amanecer no traía más que lamentos posteriores.
Llegué a la conclusión de que la vida había que vivirla, pero también era importante dejar paso a los jóvenes que venían detrás, con más ganas de comerse el mundo que yo en según qué aspectos.
Aprendí que está bien quedarse en casa un sábado por la noche leyendo un libro y despertar pronto el domingo. Que no hay que prestar atención a las opiniones ajenas que sólo nos generan ansiedad, siempre y cuando no las hayamos pedido. Que elegir a tus amistades es positivo, y deshacerte de quien no te aporta nada, aunque os una un pasado, también. Que tú eres tú, tu mente, tu cuerpo y tu vida. Cómo los trates, será tu problema.
Aprendí a saborear los placeres de la soledad porque, cuanto menos se necesita, más se conecta con el resto de personas.
Existe y ha existido siempre una fuerte presión para formar parte de algo, encontrar una identidad común, ya sea en un grupo político, religioso, deportivo o vandálico. Una necesidad absurda de ser protagonistas de los sueños de otros, de las pasiones que no hemos elegido, de los caminos que nos llevan a donde no queremos, mientras buscamos una dosis de aprobación.
No somos tan diferentes a otros seres vivos que corren en manada, pero queremos pensar que sí.
No obstante, cuando creemos que todo está en orden, cuando dejamos de prestar atención a eso por lo que trabajamos, el caos llega de alguna forma, para desordenarlo todo, hundirnos en la más pura miseria (del tipo que sea) y forzarnos a cambiar.
Todo lo que sube, baja. Tu vida no es una excepción.
Ahora te va bien, quizá demasiado bien y quieres que todo termine aquí, bajarte del barco, pero no será así.
Quizá te vaya mal, muy mal, y pienses que nunca terminará esto.
Confía en mí.
No desistas, lo hará.
Todo termina.
Si crees que estás en una línea constante, quieras o no, temo decirte que no es así. Arriba o abajo, no hay más, aunque tú quieras creer otra cosa.
Y, entonces, uno se da cuenta de que los extremos no son buenos, que es importante volver al lugar del que huías, aunque sea para corroborar que estás bien donde estás, para entender que lo bueno no existe sin lo malo, para recordar quién eres y quién no quieres ser, para entender que seguirás teniendo imperfecciones siempre, pero está bien, no pasa nada, porque siempre habrá una razón para seguir adelante.
Dentro de un año volveré a leer esto, a escribir de nuevo. Dentro de un año seguiré siendo imperfecto, aunque ya me habré olvidado de lo que me preocupa hoy.
La entrada Recapitulando se publicó primero en Pablo Poveda.
March 9, 2018
Piensa
Imagina un mundo sin Google, un mundo en el que la información se guardaba en los libros, en las personas, y no en todas. Una existencia en la que debíamos dar respuesta a las incógnitas del día a día, incluso cuando no sabíamos cómo resolverlas. Tirábamos de fe, de actitud, de miedo, de agallas.
La red se ha convertido en un océano de opiniones -como ésta- en las que priman los oasis que venden la respuesta a nuestros problemas.
Libertad no es opinar lo primero que se nos pasa por la cabeza, sino ser capaces de reflexionar y plantearnos cuánto de verdad tiene lo que leemos, aunque nunca dejemos de ser marionetas regidas por la influencia de otras ideas.
Nos guiamos por titulares, encabezados de páginas, comentarios de desconocidos en discusiones ajenas que no buscan una solución, sino imponer su punto de vista frente al ajeno. Alimentamos el odio, el estrés, la envidia, las ganas de desaparecer y todo aquello que no nos aporta nutrientes para seguir creciendo.
No tengas ganas de odiar, ni de aplastar al contrincante. Recuerda que la única lucha es contra tu propio yo, y es un ejercicio diario.
La mayoría de personas no escucha.
Durante mi vida, he sido -y sigo siendo, aunque trabaje duro para modificar esta conducta- una de ellas. La mayoría de interlocutores espera a que termines con su respuesta ya formulada para tumbar tus argumentos.
La conversación se convierte en un juego de tenis de mesa, luchando por golpear más fuerte hasta derribar al adversario y llevarse, si es que hay algo de provecho, una palmada en la espalda.
Y, sin embargo, seguimos en la búsqueda constante de preguntas. Cuestiones estúpidas que tecleamos hasta dar con un foro de internet en el que creemos que saben más que nosotros. O tal vez no.
Actúa como si tu padre estuviera muerto, leí una vez. Sólo así, empezaría a pensar por mí mismo, a resolver los conflictos del día a día sin descolgar el teléfono.
Actúa como si Google no existiera, aunque sea inevitable acceder a él.
Sólo así aprenderemos a separar opinión de información, separar lo útil de lo banal.
Lee, piérdete, aprende a utilizar un mapa, enfréntate a tus miedos, haz un viaje en coche sin GPS, busca la respuesta al otro lado de las montañas, escribe un diario, llora, abrázate, pregúntate a ti primero, después a los demás y, finalmente, a una máquina.
Haz lo que tengas que hacer, pero cuestiónate siempre por qué has llegado hasta el lugar que ocupas.
La entrada Piensa se publicó primero en Pablo Poveda.
March 7, 2018
Decisiones
Tenemos el mal hábito de hundirnos psicológicamente cuando las cosas salen mal, incluso si ha pasado tiempo de aquello.
Tenemos el horrible hábito de hundir a otros por haberlo hecho y recordárselo, a pesar de los años.
En algún lugar leí que no juzgara a mi yo anterior, pues desconocía lo que vendría después.
Es importante perdonar, más que olvidar, ya que esto segundo difícilmente se logra si lo sucedido realmente importaba.
Hace tiempo que persigo la calma de dentro hacia fuera, que busco la belleza más allá de los tópicos de la industria.
La experiencia me ha enseñado que siempre hay algo que aprender de la persona que tenemos delante, aunque no nos diga nada nuevo.
También que hay que entregarse de lleno, sin miedo a perder, aunque ponderando las consecuencias.
Hay una famosa frase que dice que la mirada es el espejo del alma, interpretada siempre desde el ojo ajeno. Sin embargo, prefiero ir más allá y, sin quitarle el sentido, creo que así es, aunque de dentro hacia fuera.
El mundo existe en función de cómo lo vemos, una cuestión simple y compleja a la vez, pues forjar una visión de la realidad lleva toda una vida.
Puestos a elegir, prefiero ver el mundo con gracia, lleno de color, de belleza y dinamismo.
Es mi elección, la cual no significa que no sea capaz de ver lo otro, lo innecesario, a las personas toscas que viven malhumoradas, a los días oscuros, a las malas rachas, a las injusticias.
Sería igual de ingenuo que aquella persona que niega lo bonito que es vivir.
Es mi elección y no estoy hablando de derechos, ni pido que se respete. Sólo asumo y soy responsable de la forma que quiero ver la vida.
Pero hay que elegir, ser consecuentes y tomar una decisión que venga de ti, no de tu familia, ni de tus amigos, ni tampoco de la corriente que esté de moda en el momento para sentir que formas parte de algo.
No necesitas formar parte de nada puesto que vienes a este mundo siendo parte de él. Nadie te debe nada ni tampoco le debes nada a nadie.
Eres el producto de una decisión que alguien tomó con sus consecuencias. Eres un milagro que podría no haber existido.
Así que no queda otra que elegir y de ti depende.
Si no lo haces tú, alguien lo hará por ti.
La entrada Decisiones se publicó primero en Pablo Poveda.
March 6, 2018
Minimalista

Preocúpate por lo que piensen los demás y siempre serás su prisionero, dijo el filósofo Lao Tsé. Una frase tan corta y tan fuerte que resulta difícil no pararse a reflexionar y mirar hacia dentro.
Recuerdo que estaba en primero de carrera, atrapado entre las páginas de la prosa yuxtapuesta de Jack Kerouac y su obra, “En el camino”, “Los vagabundos del Dharma”, cuando llegué a los textos del chino. El americano supuso un antes y un después en mi desarrollo personal. Mucho más de lo que supusieron otros escritores.
Eran días de transición, en los que aún no poseía un aparato para leer libros electrónicos y tenía que recurrir a la biblioteca pública para hacerme con las obras que no podía comprar o conseguir.
Entonces, sacaba prestados más libros de los que era capaz de leer y que, como consecuencia, devolvía sin haber empezado. Aquel fue mi primer acercamiento a una actitud minimalista de la vida, simple.
Más tarde, me mudaría a Letonia por un año, con dos maletas y lo justo para sobrevivir. No era la primera vez que viajaba al extranjero, aunque sí la primera que vivía en una casa que no era la mía. Compartir espacio, limitar tus posesiones. El modelo funcionalista que la Unión Soviética había instaurado en las viviendas me obligó a limitar el espacio, a acomodarme en apartamentos simples y de tamaño reducido, si los comparaba con los españoles.
Aprendí que, en lugar de buscar más espacio, lo que necesitaba era aprender a desprenderme de cosas, quedarme con lo básico y contentarme con ello. No era una cuestión de ambición, pues estaba de paso y sólo quería sentirme cómodo.
Más tarde, mi periplo continuó por Polonia y adaptarme no fue complicado, ya que las viviendas eran similares.
Entonces llegó Thoreau y “Walden”, un ensayo sobre la vida en los bosques, la soledad, la simplicidad de las cosas y la eternidad. Dicen que el americano escribió las bases del minimalismo como estilo de vida, aunque no fuera su intención.
Reconozco que fue una casualidad que llegara a mis manos pero, como todo en esta vida, pienso que las cosas suceden por algo.
“La mayor parte de los hombres, incluso en este país relativamente libre, se afanan tanto en innecesarios artificios y labores absurdamente mediocres, que no les queda tiempo para recoger los mejores frutos de la vida.” — Henry David Thoreau.
Pronto aprendí que no estaba solo ni había perdido la cabeza. Descubrí que me sentía más libre al enfocar mis pensamientos en otras áreas de mi vida. Y, al igual que me pasaba con el espacio, también puse límites a mis relaciones personales, a mis contactos de Facebook, a la gente que seguía en Twitter. Comencé a eliminar todo aquello que no necesitaba a mi alrededor hasta encontrar la paz mental que buscaba.
Un día, paseando por el parque Real de Varsovia, encontré la paz en el banco de un parque leyendo en mi Kindle. Lo recuerdo con vividez. Hacía sol, la primavera se acercaba y yo me detuve frente a una fuente cercana al palacio Belvedere.
Al poco, una chica de cabello rubio se sentó en el otro extremo del banco y me sonrió. Era joven y supuse que tendría algunos años menos que yo. Le di algo de conversación sin ser intrusivo y eso le sorprendió. Había aprendido que lo que en mi tierra era normal, allí no lo era tanto. Descubrió que era extranjero por mi acento al hablar su lengua. Después la conversación decayó como el sol al alcanzar la tarde.
Hacía fresco y se habría venido a un lugar más cálido a tomar café si se lo hubiera propuesto, o tal vez no, jamás lo sabré, pero yo no estaba buscando nada, ni siquiera compañía.
Ella se despidió, repitió mi nombre dos veces y caminó hacia la salida mientras veía cómo su figura se hacía más y más pequeña. Ambos nos marchamos con un grato recuerdo.
“Donde quiera que me sentara podía vivir, de manera que el paisaje se irradiaba desde mí mismo.” — Henry David Thoreau.
Poniendo a un lado las modas y con independencia de nuestras ambiciones, es fundamental plantearnos por qué estamos aquí y cuál es la razón por la que deseamos nuestras posesiones.
Vivimos en una vorágine de consumo tangible e inmaterial, de objetos y emociones ilusorias, de querer más y más cada día, sin plantearnos un porqué.
Poseer no es negativo mientras nuestras emociones no se vean atadas. De lo contrario, sólo seremos esclavos de lo que nos rodea.
La entrada Minimalista se publicó primero en Pablo Poveda.