Pablo Poveda's Blog, page 43

April 12, 2018

Discurso


Dicen que todos tenemos una historia que contar. Mi discurso es vivir la vida, de la mejor forma posible dentro de tus estándares, sin molestar a nadie. No hay más.


Hace mucho tiempo, algunos de mis amigos me llamaban bohemio, por el hecho de escribir libros. Por entonces, estudiaba en la universidad y sólo había escrito una novela (Sangre de Pepperoni), la cual no llegó muy lejos.


Nunca me he identificado con el término, pues bohemio suena a desorden, y eso es algo que evito a toda costa.


Me gusta contar historias, incitar a la reflexión, hacer que la mente vuela, regalar un trocito de mi visión particular del entorno.


Escribo para no olvidar, para dejar constancia que mis pensamientos fueron distintos.


Me gusta vivir, a mi manera, de un modo que yo mismo he confeccionado, sin guiarme por los estándares sobre lo que se debe o no hacer. Establecer mis metas, luchar por lo que considero válido, sin traicionarme en ningún momento.


La vida me ha demostrado que vivimos en un ciclo constante de cambio.


Diez años atrás, moría por visitar cada rincón de Europa, capaz de caminar sobre una playa del Báltico congelada a veinticinco grados bajo cero.


Hablar con desconocidos, personas a quienes era incapaz de juzgar antes de verlas frente a mí; probar bebidas extrañas y adentrarme en el interior de regiones que no aparecían en Google Maps; escuchar la banda sonora de Drive mientras me arropo con una desconocida.


El tiempo pasa, la frecuencia del cuerpo cambia y hoy me contento paseando por el mismo sitio, una y otra vez, junto al mar, tomando vino local y hablando con otros desconocidos de acento similar al mío.


Hoy veo los colores con más intensidad e interpreto el arte y el amor de un modo más amplio y menos simplista que antes.


Todos cambiamos y está bien aceptarlo. Todo cambia y es necesario entender esto.


Mi discurso sigue siendo vivir la vida, en el momento que nos toca, aunque ya no me preocupe tanto que una ráfaga de viento me despeine.


Vivir la vida siendo consciente de que, lo que hoy es de un modo, mañana cambiará.


No quiero echar de menos, sino quedarme con el recuerdo de haber disfrutado.



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Published on April 12, 2018 00:21

April 11, 2018

Te invito a un café


 


Mañana a las 19 horas (Madrid, España), emitiré un Facebook Live en mi página para quien quiera tomarse un café conmigo.


Es un nuevo formato para mí, ante la cámara, en el que trataré de responder a todas las preguntas que me hagáis, hablar sobre libros, vida, minimalismo y lo que surja a medida que el tiempo pasa, como en las buenas conversaciones.


No pretendo que sea algo largo, ni una conferencia, ni tampoco un discurso enlatado.


Estáis todos más que invitados. El evento es éste y podéis saber más aquí.


Hayáis leído mis novelas o no, es una buena oportunidad para conocernos, aunque sea de manera virtual.


Hasta mañana.

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Published on April 11, 2018 00:08

April 10, 2018

Redondo


Una gran casa, un coche nuevo, un viaje por todo el mundo. Muchas veces nos preguntamos cómo sería nuestro día perfecto si no tuviéramos que preocuparnos por el dinero, ni por el trabajo. Qué haríamos, a dónde iríamos, como empezaríamos la mañana o como la terminaríamos.


Cuando pensamos en un día perfecto, muchas veces nos imaginamos en una gran mansión con piscina, en un lugar paradisíaco con lujos; con exóticos alimentos cocinados para nosotros.


Sin embargo, cuando pienso en un día perfecto, se me ocurren otras cosas.


Puede que sea por este defecto de reducirlo todo a lo simple, porque hace tiempo que me contento con los espacios pequeños, con sentirme bien por dentro, y para poder hacerlo por fuera.


Una taza de café, un escritorio y un ordenador en el que escribir. Progreso lento, constante y diario.


No encuentro mejor manera de empezar un día, tras estirar las piernas unos minutos junto a mi perro, antes de que haya salido el sol.


Una conversación amena, una compañía agradable, para entender el mundo desde otros ojos.


Un buen almuerzo, sin prisas, con sonrisas y en algún lugar que ya conozco.


Un paseo por donde se pueda ver el mar, oler el salitre del agua mientras doy rienda suelta a mis pensamientos y me oxigeno.


Un chato de vino en la cena, para hacer hueco, para relajar el cuerpo, acompañado de un poco de queso y pan.


Una amena lectura antes de dormir.


Muchas veces, lo que nos hace felices, no está reñido con lo que queremos tener. Se puede ser feliz con poco y con mucho. Es una elección, no una condición.


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Published on April 10, 2018 05:12

April 8, 2018

Microcosmos


Una decena de proyectos se agolpan en las páginas de mi libreta de noche: pensamientos, planes a corto y largo plazo, metas que algún día pienso alcanzar.


Nunca conoces lo que vendrá después, pero no puedo estar más agradecido al saber que no me faltan las ideas.


Hace algún tiempo atrás, alguien me dijo que no haría esto para siempre, pero yo no concibo mi vida sin la escritura.


Contar historias lo es todo para mí, la manera de combatir la soledad, de enfrentarme a mis miedos; el medio para vivir lo que nunca haré, aprender sobre temas por los que nunca me había interesado, viajar a mundos desconocidos y a lugares en los que ya estuve, a los que no quería volver.


En ocasiones me preguntan cuánto de cierto tienen las tramas que escribo, a lo que yo respondo que todo, a pesar de que narren hechos que nunca sucedieron.


Cada capítulo, cada párrafo, cada acción en nuestro día a día, ponen un ladrillo en nuestro mundo. Somos un gran cosmos dentro de una galaxia infinita. Seres con personalidades complejas, a la vez que similares a gran escala.


Somos los primeros que juzgamos a la otra persona sin conocerla, etiquetándola en un grupo particular, a la vez que exigimos ser tratados como únicos y diferentes.


Pero nuestros rasgos comunes, de vestimenta, de tono de piel o cabello, de forma de hablar o gustos musicales, son sólo pequeños matices dentro de un ente más y más profundo.


En mi caso, las palabras son el medio que empleo para transmitir mi visión, mi narrativa, mi forma de comprender el lugar que ocupo, pero existen tantas otras como almas habitan en este planeta.


Hay quien lo hace a través de su trabajo, de su afición, de su actitud con los demás. Desde quien te vende el pan con una sonrisa a quien escribe esa canción que nos despierta con tan buen humor.


El mundo está lleno de inspiración, de historias inacabadas. Es fundamental mirar más allá, levantar la vista y entender que esa silla en la que nos sentamos, ese autobús en el que viajamos a diario, fue construido y usado por alguien como tú.


No obstante, resulta difícil darse cuenta de las pequeñas motas de brillo si prestamos atención a ese lado oscuro que no aporta nada. Separo entre disconformidad y odio.


Lo primero, aboca a un cambio. Lo segundo, a la destrucción.


Aunque no nos demos cuenta, la posibilidad de viciarnos por el negativismo en la red, empieza por nosotros, al igual que en cualquier otro ámbito.


Mucho se habla de salud mental y física, de estar en consonancia con el cuerpo, de comer bien y practicar yoga, pero somos incapaces de dedicar cinco segundos a preguntarnos cómo nos encontramos hoy.


El proceso se repite a menudo. Puede ser una conversación que escuchamos, un ‘tuit’ que leemos en internet.


Somos partícipes de la creación de nuestras emociones desde que procesamos ese mensaje hasta que sentimos el ardor y las mandíbulas apretarse.


Antes de abrir la ventana de nuestro navegador, deberíamos preguntarnos qué vamos a teclear y si estamos preparados para ello.


En muchas ocasiones, es fácil encontrarse con aquellos que usan su bilis para llamar tu atención, provocar a alguien y seguir su propia cruzada.


Por tanto, la mejor respuesta es el silencio y seguir con lo nuestro. Soy de los que piensa que los días son demasiado cortos para que alguien nos robe los pensamientos; que lamentarse sólo sirve para sacar de nuestro cuerpo las toxinas emocionales, pero que, hacerlo demasiado, puede pasar factura.


Soy de los que cree en el positivismo contemplando siempre el peor escenario, de los que escucho pero no oigo cuando suena a imposición y de los que prefiere estar en una barra de bar y no en Twitter o Instagram.


El arte existe porque lo hemos creado nosotros. Lo que nos rodea, también. Contemplemos la belleza y dejémonos seducir por la tranquilidad del silencio.


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Published on April 08, 2018 23:06

Rumbo


 


Cada mañana, a las seis y media, cuando salgo a la calle para que el perro haga sus necesidades, estire las piernas y, de paso, yo empiece a despertar, miro hacia el horizonte, la infinidad del mar y pienso en la línea recta e imaginaria que conecta con Orán o con Cerdeña.


La mayoría de las veces, estamos solos, bajo el manto de la luna y las estrellas. En otras ocasiones, algunos madrugadores corren por el paseo.


Cuando coincidimos, a lo lejos, en el horizonte, encuentro algunos barcos que navegan hacia el puerto o salen a faenar. Normalmente son pequeñas embarcaciones, luceros diminutos, solitarios y tranquilos.


Entonces me imagino la vida de esos hombres y reflexiono sobre la mía, en cómo me siento y lo mucho que me identifico con ese lucero navegando sólo por un mar abierto e impredecible.


Toda mi vida ha sido así aunque hoy, más que nunca, soy consciente de la luz blanca que alumbra mis manos sobre el timón.


Sujetar bien los mandos, arriar y seguir el rumbo de la brújula a pesar de los vientos y la violencia del mar.


Durante muchos años, fletaba en el interior de una barca creyendo que tenía un gran buque en mis manos.


Poco a poco, desprendiéndome del peligroso ego, me di cuenta de que, como yo, la mayoría de personas navegan cada día mirando el interior de su mundo, creyendo ser más importantes de lo que realmente son.


Como le decía a un amigo, mi visión de la vida, de entender las cosas como vienen, lo que está bien, lo que no, lo que es importante; no es la mejor, ni la peor, pero es la que tengo y nuestra existencia es demasiado corta como para estar justificándose a menudo.


Cuando escribo, lo hago desde el corazón, desde las entrañas. No pretendo encantar a todo el mundo, ni tampoco caer bien. Al igual que en el amor, muchas veces, no soy lo que buscan, y eso nos pasa a todos.


Es lo único que sé hacer y por eso lo practico a diario, para seguir pensando, para mejorar la disciplina, para evitar olvidarla.


Los escritores, por lo general, son personas con bastante ego, quizá demasiado, ya que, en su mayoría, están dispuestos a hablar de ellos, ya sea porque lo necesitan o porque no pueden evitarlo.


En un momento en el que cualquiera puede verter su opinión en una ventana virtual, todos se creen capaces de opinar, de juzgar y de llenar el ciberespacio de residuos que no perdurarán en la memoria.


No obstante, por muy lícito que sea, no a todo el mundo le interesa. De hecho, no le interesa a casi nada.


Por tanto, lleva tu guerra en silencio.


Si algo he aprendido en estos siete años años es que, una vez dejamos de atender esa voz interior que pide, en función de nuestros traumas, más y más validación, y adoptamos una actitud jovial, abierta y con ganas de pasar un buen rato haciendo lo que mejor conocemos, sea lo que sea, los problemas desaparecen, no hay mar que nos tire de la popa y las ganas de justificar nuestras acciones se evaporan.


Navega como ese pequeño lucero en la inmesidad de la noche. Con calma, sin hacer ruido, pero con el rumbo marcado. Cuando menos lo esperes, alguien, desde la distancia, te verá y se identificará con tu historia.


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Published on April 08, 2018 00:37

April 7, 2018

Riesgo


Quién no arriesga no gana ni pierde, ni tampoco aprende.


He cambiado de estrategia de vez en cuando. Díría que a menudo. Diría que demasiado.


Aunque las cosas vayan bien, hay que probar cosas nuevas, hay que lanzarse a la piscina y pegarse de morros aunque no haya líquido dentro o simplemente nos cubra hasta las rodillas.


Hay que arriesgar en todo: en la vida, en el amor, en los negocios.


Hay que arriesgar y esto no significa que se tenga que ganar aunque todo el mundo quiera ganar, todo el mundo quiera ser número uno.


Estoy acostumbrándome demasiado rápido a saber que nada es para siempre, ni constante; a vivir con una sombra detrás de mi espalda que me indica cuál es el camino; a no mirar atrás, a seguir hacia delante saltando los obstáculos y probando cosas nuevas.


Cada día me gusta más arriesgar, creo que el riesgo es el futuro, creo que siempre lo ha sido.


Pero en el fondo de mi cabeza hay algo que me empuja a establecerme, a quedarme sentado, a decir vale, hemos llegado a meta y esto ha sido todo, ya lo he conseguido, me siento en el sofá, veo la tele o leo un libro y no tengo ganas de seguir luchando, pero sé que eso es imposible y que no es cierto y que, al poco, me aburriría, por eso pienso que esta vorágine constante de cambios son necesarios, porque, lo quiera o no, van a ocurrir igualmente y adaptarme a ellos es lo más sabio.


Por tanto, tan pronto como empecemos a tomar la actitud de que los cambios son necesarios.


Que aquello que hoy creemos que nos pertenece, mañana tal vez no.


Cambios de que no hay nada seguro porque nadie nos debe nada, ni un trabajo, ni una vida, ni un amor, ni una relación estable, y que lo único que podemos hacer es permanecer sin esperar nada a cambio, pero dándolo todo, dando lo mejor de nosotros e irnos a dormir con la conciencia tranquila de que hemos hecho lo que nos hacía sentir bien.


Tan pronto como nos demos cuenta de todo eso, habremos ganado y entendido que el cambio es parte de nuestro camino y que, por ende, el riesgo es parte de nosotros.


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Published on April 07, 2018 03:05

April 6, 2018

Juventud


Bajando por el paseo mientras el sol se pone y el cielo se tiñe de un color violeta, me fijo en las palmeras que se mueven con la brisa marina y en un grupo mixto de jóvenes que patina por el carril bici, ellas encorsetadas en sus vaqueros de tiro alto y sudaderas anchas; ellos con chándal y pantalones ajustados.


Me froto los ojos y le digo al perro que se detenga.


Obediente lo hace y parecemos dos colgados solitarios en medio de la calzada. Pensaría que estoy en Santa Mónica, pero esto sigue siendo Santa Pola.


Internet ha roto fronteras, lo que antes era marginal hoy se vuelve popular por toda Europa y no hay prejuicios. Ellos son un ejemplo. El trap o lo que sea que escuchen, suena por el altavoz de sus teléfonos.


En el fondo, buscan la misma rebeldía que yo encontré en el punk en su día, las ganas de romper las reglas, aunque desconozcan cuáles son.


Pero ellos sólo son un espectro del arcoiris.


Pienso en el pasado y recuerdo lo extraño y absurdo que era todo. Desde siempre, la lectura era el tema tabú que nunca debías sacar en las conversaciones si no querías quedarte solo en cuestión de minutos.


Tal vez por miedo a quedar como un extraño.


Echo la vista atrás y observo con claridad lo primitivos que llegamos a ser de jóvenes, echando por tierra todo aquello que nos suponga una amenaza.


Y los libros, ese tocho de páginas, nunca lo han sido. Peligrosas eran las palabras que había en algunos de ellos, capaces de cambiar la manera de ver el mundo para siempre, si llegaban en el momento preciso.


Con los años, la efervescencia juvenil queda a un lado y empezamos a fijarnos en salarios, en comprar cosas que requieren esfuerzo -y seguramente no necesitamos-, y en el aparente lujo de las vidas de otros.


Lo que nos seduce de ellos, lo trasladamos a nuestras vidas, y no podemos comprender que exista algo mejor que conducir nuestro Mercedes hasta la campiña más cercana y disfrutar de una copa de tinto junto a una placentera lectura y algo de queso manchego cortado.


Sentirnos mejor con esa necesidad propia de alimentar el intelecto, aunque sea por un rato.


Pero ellos sólo son un espectro del arcoiris.


Con internet, la calle de una ciudad pequeña deja de ser una muestra de la oferta que existe para convertirse en una fiesta multitudinaria. Ya no hay quien dicte las reglas.


Se rompen las barreras, se rompen los prejuicios, y las personas se encuentran para hablar de libros, de música, deporte, jardinería, papiroflexia o cocina, sin frustración de no encontrarlo en su entorno. Al igual que yo encontré a mis lectores, al igual que me has encontrado aquí.


Y eso se transmite en los jóvenes de hoy porque desconocen el pasado.


Entender a otras personas y su modo de ver las cosas es como acudir a ese grupo de terapia en el que la historia del compañero te ayuda a aceptar la tuya.


La red es un océano infinito y la barra de Google el espejo al que preguntarle lo que deseamos encontrar. Seamos cautos con nuestras búsquedas antes de caer en los pensamientos obsoletos de quienes no tienen el valor para asumir la realidad.


Por tanto, aunque todavía quede mucho por cambiar y parte de la sociedad intente sabotear nuestro sistema de creencias con mensajes negativos, es importante no volver atrás, ser conscientes de que vivimos en un momento único y mágico en el que la distancia ya no es un impedimento.


Los límites los ponemos nosotros.


Nos encontramos en un momento el que las aficiones de cada persona, por poco comunes que sean, tienen cabida y público si se trabajan bien y, por tanto, la posibilidad de dedicarnos de por vida a lo que más nos gusta es posible.


Así que, hoy más que nunca, que nadie te diga que algo no es posible.


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Published on April 06, 2018 00:28

April 5, 2018

Efervescencia


Preparo café, tuesto un poco de pan del que sobró ayer y vierto aceite de oliva sobre él. Rutinas que llevan vidas bajo mi piel. Herencia y tradición. Me viene a la mente la chica rusa que se reía de mí, unos años atrás, mientras desayunaba en mi cocina.


Algún día pagarás por ello, guapa, le dije.


El sol calienta la trufa del perro, que duerme plácidamente en el sofá.


La noche anterior me dormí pensando en cuándo habían dejado de interesarme las cosas que ayer sí lo hacían.


Además de los libros, recuerdo seguir a personas que escribían sobre la vida, sobre las suyas, sin más pretensión que la de contar sus experiencias sobre lo mundano, lo bello, lo simple.


En algún momento, todo eso quedó atrás, esas mismas personas dejaron de escribir o perdieron la frescura para convertirse en objetos de su propio deseo.


O quizá yo me aburrí de todo aquello y empecé a contar las mías propias con toques de ficción, porque era más divertido, porque siempre hay un momento en el que debemos dar el paso por nuestra cuenta.


Miro atrás con añoro, salgo a la calle a dar un paseo para que Pancho estire las piernas y siento el olor a salitre que desprende la playa. Por los auriculares suena Mac DeMarco, músico que escuchaba en Varsovia porque me hacía pensar en esa playa que veo ahora y que, paradójicamente, en este momento, me trae de vuelta a Varsovia.







La maldita nostalgia se nos pega como alquitrán a la planta de los pies.


Cruzo varias calles, doy un vistazo a la mayoría de apartamentos que están vacíos después de las vacaciones de Pascua y me cruzo con una chica que habla por teléfono en el portal de un adosado. Todavía siento en su mirada esa subida de tensión, propio de la década que viene por detrás. Ella habla, nos miramos, sonríe y empiezo a comprender lo que está pasando. El de la galaxia lejana soy yo, no ella, que vive el momento, su ahora más personal, guiado por la moda, lo que suena, lo que le mantiene viva.


Hace diez años yo era otro y vestía de otra forma. He pasado de vestir como un payaso a convertirme en otro payaso descolorido a ojos de la juventud. Lo más rebelde en mi apariencia es un roto del pantalón, fruto del desgaste.


Ahora comprendo por qué hay quien, a los cincuenta, tiene una crisis, se divorcia, compra un coche deportivo y se enamora de una persona mucho más joven. Ahora comprendo a esos hombres de barba cerrada y cabello teñido, bronceados y vestidos como los chicos de la tele.


Lo comprendo ahora, casi a los treinta, con un zapatazo en la cara. Está todo escrito en la mirada de esa chica.


Y es que es entiendo que persigamos el elixir de la juventud, la vitalidad, la efervescencia de sensaciones; el volver a sentir de nuevo por primera vez algo.


Querer lo que ya hemos tenido, sin caer en la cuenta de que nada sabe igual por segunda vez.


Hay quien no acepta envejecer, como muchas otras cosas.


No obstante, no es para mí. No echo de menos emocionarme con cada experiencia, pues esas emociones no siempre fueron fáciles de digerir. Hoy disfruto con otras.


Quizá sea de los que se fijan en los detalles, de esos que piensan que las arrugas son los capítulos de tu propia historia. Tal vez a esa edad era incapaz de ver el mundo tal y como lo veo hoy.


Aceptar lo que somos y por qué somos así.


Que no existe mejor instante que ahora, para lo que sea que hagamos, para cambiar, para sentir de nuevo o para seguir haciendo lo mismo y que contentarse con seguir vivos, que no conformarse, es la mejor forma de dormir con la conciencia tranquila, encontrar belleza donde no veíamos, aprender a dejar marchar lo que ya no nos pertenece y, de paso, ahorrarnos el dineral del curso ese de ‘mindfullness’ que nos recomienda la profesora de yoga.


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Published on April 05, 2018 01:05

April 4, 2018

Cartas


Debo confesar un secreto. Me encanta escribir correos electrónicos. Me encanta la correspondencia, la real, la que no marca los tiempos de respuesta, la que incita a la reflexión.


Siempre he pensado que escribir una carta es un ejercicio de síntesis y propósito.


Sé que hablo poco sobre ello. Quizá, por esa misma razón, porque casi nadie se acuerda de ella.


Mientras que hay quien echa de menos escribir a mano, en papel, enviar postales y esas cartas con matasellos que, en ocasiones, no llegaban nunca, yo pasé mi adolescencia conociendo internet como un lugar extraño, feo, donde las rarezas se mostraban tal y como eran, al no encajar en el plano real.


El correo electrónico siempre me ha acompañado a lo largo de mis relaciones.


Cada una de las chicas con las que he estado, han recibido algún correo de mí: enlaces de Youtube, versos, un simple hola, fotografías, frases sin sentido, un adiíos.


El último reducto alejado de la mensajería pública, de las manifestaciones de amor a los cuatro vientos y de las rupturas ruidosas.


Escribir cartas siempre ha sido un acto íntimo, entre dos personas, sin intermediarios ni espectadores. Un gesto, un momento que se comparte entre millones de bites, unas palabras que quedan grabadas en el océano virtual.


Las epístolas, el escribir algo con sentido, más que pensado, con miedo a enviar sin que la otra persona esperara al otro lado, siempre ayudaba a sacar lo mejor (o lo peor) de mis adentros.


Los tiempos cambian, está mal visto escribir mensajes demasiado largos porque denotan ansiedad y flirtear por los chats siempre se me dio fatal. No voy a mentir.


Que escriba historias no está relacionado con mis otras habilidades.


El misterio, el deseo y la atracción se alimentan con la ausencia, con el pensamiento y la idealización, y en tiempos de instantaneidad, de ahora y ya, se da poco margen al disfrute de las palabras.


Al igual que las novelas, donde hay un escritor que se toma su tiempo en contar y la persona que lee, que disfruta del suyo leyendo y digiriendo las frases, el cortejo es un juego de dos.


No obstante, soy optimista y auguruo un largo futuro para el correo electrónico, a pesar de que quieran deshacerse de él.


Es nuestra caja mágica, el sitio que aún nos queda sin fotografías de perfil, ni corazones, ni un avatar con el que jugar.


Redactar una carta es la forma más íntima a nuestra propia literatura, el lugar en el que nos desnudamos sin miedo, sin pudor ante nadie.


El modo virtual que más nos acerca a la otra persona.


Escríbeme un correo, cuéntame lo que gustes y te responderé. Sorprende a esa persona con la que no hablas desde hace tiempo y dedícale unas líneas.


No somos conscientes del poder de nuestras propias palabras.


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Published on April 04, 2018 01:38

April 3, 2018

Victoria


Dicen que no hay mal que por bien no venga, y yo soy de los que cree en el refrán.


La foto es del última día de marzo. Estábamos de celebración, en algún lugar de España, y la ocasión requería ponerse de etiqueta.


Había sido un mes malo, para qué negarlo. Después de doce meses intensos, había perdido la concentración, el ánimo por muchas cosas, la musa para escribir -en la que nunca había creído- y veía, cada día, cómo el trabajo se acumulaba.


Bajé a mis infiernos, tan o más profundos que los de Dante, y me enfrenté a mis demonios, porque sabía que era la única manera de seguir adelante antes de quedarme atascado por más tiempo. Me acordé de Marco Aurelio y de su frase “lo que se interpone en el camino se convierte en el camino”.


En esa foto, sonreía complacido. La noche anterior, después de haberle contado mis preocupaciones a lo largo del mes, caminaba con mi hermano explicándole lo fortalecido que había salido de aquello, que aún quedaba mucho año por delante y que ahora sería imparable.


En esa foto, no era consciente de que la vida no es predecible como una película de Hollywood y que cada capítulo de ésta contiene una lección.


Esa misma noche contraje un fatídico virus estomacal que me hizo arrojarlo, incluso las ganas de saber del resto del mundo. Sabía que era transitorio, que llegaría a su fin, aunque fuera inaguantable.


Hoy he vuelto a desayunar. El sol brilla de nuevo.


Dejando a un lado el gris episodio de tres días que me mantuvo en cama, regreso a la aparente normalidad con varias reflexiones que he sacado durante mi ausencia.


-Nada es tan importante como tu salud: sin ella, no somos nadie y, en muchas ocasiones, maltratamos nuestro cuerpo de un modo u otro sin ser conscientes de que es el lugar que habitamos en este mundo. Todos tenemos estos momentos de iluminación cuando pasamos por un bache, pero es importante cortar los malos hábitos que desarrollamos.


-El tiempo es relativo: mi bandeja de entrada contenía doscientos correos sin responder antes de que ocurriera todo. Ahora, unos pocos más. La ansiedad de no poder contestarlos a todos -soy humano, qué puedo decir-, me estaba quitando horas de sueño. Tres días sin internet podrían haber sido el fin de todo para alguien como yo, pero no ha sido así. La vida continúa, nadie me ha recriminado nada y todavía estoy a tiempo de regresar.


Se acumula el trabajo, pero no es más que eso, trabajo. Me organizaré mejor, lo haré. No hay más.

Debemos tomar en serio lo que hacemos, aunque no dejar que afecte a nuestra salud, ya sea mental o física.


-Las redes sociales afectan a tu forma de entender la vida más de lo que crees: cuando estás enfermo, no quieres ser social y, por tanto, te importa un bledo lo que otros publiquen en sus perfiles. Das prioridad a otras cosas: familia, amistades, sueños por cumplir. Rompes con el qué dirán y la pretensión. En el momento que esto ocurre, tus acciones toman un rumbo diferente y organizas el tiempo mejor.


“Esto también pasará”

— Abraham Lincoln


-Gobierna tu interior, no tu exterior: Marco Aurelio hablaba de su ciudadela interna, esa fortaleza que nos hace impasibles ante lo que sucede fuera. Las cosas pasan y no hay más. Es vano pretender controlar los acontecimientos y no queda otra que ajustarse a ellos. Sin embargo, si en nuestra mano cabe, es crucial mantener la cabeza limpia de tóxicos pensamientos para salir cuanto antes de una mala situación.


Sé que tal vez suene con drama o exageración, pero todos vivimos un episodio así cada cierto tiempo. Ahora, miro a esa foto, que es de hace unos días, y siento como si hubieran pasado meses. Por supuesto, siempre hay cosas peores, pero me alegra haber visto en mis propias carnes que he sido fiel a aquello con lo que siempre predico.


La entrada Victoria se publicó primero en Pablo Poveda.

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Published on April 03, 2018 04:46