Pablo Poveda's Blog, page 45

March 5, 2018

Ayunar



Hace unos días me encontraba en una charla sobre cachorros. Jamás pensé que asistiría a un evento así, pero lo hice, porque nunca está de más y siempre se aprende algo nuevo o se refuerza lo que ya sabemos.

Éramos pocos, la mayoría parejas, que trataban al pobre animal con mimos y atención como si fuera un bebé. Yo también quiero mucho al mío pero, tanto él como yo, somos de especies distintas, con una visión diferente del día a día. La clave es el entendimiento.


Al terminar, me acerqué al adiestrador y a su perrita, una Border Collie muy bonita. Era perfecta, tranquila, a ojos de los que allí estábamos, pero él reconoció que también era miedosa, insegura.


Tendemos a ver la perfección en lo ajeno, en aquello que alcanzan nuestros ojos, sin plantearnos sus rotos, sus defectos.


Hace unos días, tomé una decisión que debería haber tomado hace tiempo.


Reconocí un problema que existía en mi interior y del que no era del todo consciente: necesitaba una dieta virtual.


En los últimos meses, mi productividad había menguado demasiado. Al final del día me sentía abrumado, insatisfecho y, lo peor de todo, terminaba agotado y sin tiempo para hacer otras cosas que sí me gustaban.


Internet, el arma arrojadiza, útil pero destructiva, era la causa de todo.


No soy perfecto, nadie lo es y, aunque tenga otras carencias, mi problema es que había perdido la noción del tiempo, de mi tiempo, de mis horas de trabajo, mientras divagaba entre vídeos de Youtube, mapas de Google, tableros de Pinterest, portales de noticias, artículos sobre cómo ser más efectivo, mensajes de Twitter, páginas web y otros sitios que no hacían más que llenarme la cabeza de ruido.


Había fragmentado una de las cosas más importantes que necesito para trabajar: la concentración. Antes de terminar una página, me encontraba visitando una noticia en el periódico.


Estaba harto.


Reconozco que la red es una herramienta poderosa y que, sin ella, no podría haber llegado a todos mis lectores. Pero también es un espacio vacío, infinito, como un agujero negro, que usamos como válvula de escape y en el que somos capaces de enterrarnos por unas horas de entretenimiento.


Inspirado por la experiencia de Paul Logan, el periodista que vivió un año desconectado de la red, y sin ser tan ortodoxo, he decidido iniciar mi propia desintoxicación.


Esto no significa desaparecer, ni cambiar mi teléfono inteligente por un viejo Nokia. Tampoco que deje de seguir publicando artículos o cualquier tipo de contenido.


Simplemente, a veces, necesitamos límites, como en las autopistas, para seguir caminando en la dirección que debemos.


El fin, regresar a mí, a mis lectores, a mis libros y a mi escritura. Experimentar un ayuno virtual con el fin de volver al plano en el que me encontraba antes de caer en el abismo.


Algunas cosas que voy a poner en práctica durante los próximos treinta días:


-Desinstalar la aplicación Whatsapp del ordenador. No más interrumpciones.


-Eliminar las aplicaciones de redes sociales de mi teléfono.


-Establecer prioridades: escribir, contestar correos electrónicos tres veces al día y mensajes personales de lectores. Terminar de leer esos libros que tanto deseo de una maldita vez.


-Dosificar las horas de entretenimiento: no más Youtube entre horas, ni páginas web innecesarias. Apagar la opción wifi del ordenador.


-Apagar las notificaciones del teléfono durante un espacio de horas: sólo llamadas importantes.


-Ser consciente de lo que hago: utilizar una pestaña en el navegador, no doscientas. Tener un propósito en cada búsqueda para no terminar con cinco artículos y tres vídeos que no termino de ver.


-Meditar diez minutos: caminar en silencio, rezar, meditar, hacer yoga, correr. Es importante buscar la forma que conecta con nuestro interior y quedarse ahí un buen rato.


-Dedicar más tiempo a mi vida sin conexión.


Quien trabaje fuera de casa, quizá no tenga este problema. Quienes escriben o trabajan en el hogar, pueden entenderlo.


Reconocer nuestras debilidades nos hace grandes, siempre y cuando, en lugar de lamentarnos por ellas, nos pongamos en acción para buscar un remedio.


El mío es éste. Tal vez, el tuyo también. De nada sirve estar conectados si somos incapaces de prestar atención a lo que realmente nos importa.


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Published on March 05, 2018 01:55

March 2, 2018

Fronteras


Hay cosas simples que deben permanecer como tal: el pan y el embutido, la forma de la botella de vino, el saludo, las miradas, los puntos donde rociar la fragancia.


Hace tiempo que emprendí un camino único, nuevo y lleno de incertidumbre. No me refiero al de la escritura, que también, sino al de encontrar mi identidad.


Simplificar mi vida de posesiones, pensamientos, decisiones y sentimientos, ha sido un largo proceso, una transformación que continúa y cambia constantemente.


Darte cuenta de que el frío que sientes en las manos no es bueno ni malo, tan sólo una sensación sin juicio alguno en ella.


La obsesión por estar presente en cada momento, sentirme parte del entorno y no dentro de un microondas que gira y gira calentándose hasta explotar.


Mentiría si dijera que ha sido fácil. También lo haría si dijera que no merece la pena.


La vida pasa y los años con ella. Nos convertimos en auténticos virtuosos que luchan contra la distorsión del entorno, la lucha de cambios y las decisiones mal tomadas en el pasado. Guerreros en busca de una felicidad futura o ya atrás en el tiempo, viendo en otros las virtudes y en nosotros los defectos.


Pero, entonces, llega un momento en el que el suelo se abre y caemos en un pozo de oscuridad y miedos, que no son más que respuestas a todas a esas preguntas que tanto nos aterraba hacer.


La soledad, la compañía, la manera de pensar que desarrollamos a través de la experiencia, de las lecturas, de la educación. Piezas de un puzle que forman la imagen de quienes somos pero que normalmente se ocultan bocaabajo.


Si tienes miedo a estar en soledad, vete a vivir lejos de la ciudad, busca tiempo para encontrarte contigo.


Si padeces fobia social, sal y relaciónate con desconocidos, sonríe y ayuda a alguien.


Si sientes que tu vida es más virtual que real, desconecta un día de todo.


Si crees que no puedes hacer algo, hazlo, aunque te duela.


No hay más. Ni atajos, ni fórmulas mágicas.


Haz eso que tanto te aleje de descubrir quién eres.


Simplifica, muévete y no lo pienses demasiado.


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Published on March 02, 2018 03:12

February 28, 2018

Terminar



En ocasiones creo que necesito organizarme mejor cuando, en realidad, lo que necesito son menos cosas, menos distracciones, menos objetos, menos muebles, menos espacio, menos, en general.

Me gusta la idea de cargar con lo básico, como en esa película de George Clooney en la que el actor se pasaba la vida pasando por aeropuertos. No me gusta que los teléfonos duren dos años, ni que tenga que cambiar de coche, de ropa, de peinado, porque la moda se haya convertido en un patrón de consumo mensual en lugar de una cultura de principios.


Soy de los que piensa que en este mundo todo tiene cabida, hasta lo malo, aunque sea innecesario pero inevitable. Que a nadie le importa lo que piensen de nosotros tanto como a nosotros mismos.


En un momento en el que la atención es nuestro valor más alto, seguimos creyendo que una desconocida recordará nuestro rostro al cruzarse en el metro. Triste, no lo sé, pero cierto.


No sé en qué punto de mi historia las marcas pasaron a hablar para otros y no para mí. Negar que somos seres en proceso cambio, es negar nuestra existencia. Todavía hay quien se asombra porque su pareja haya cambiado y se haya ido con otra persona.


¿Qué esperabas? Y ahí reside el problema. Lo mejor es no esperar nunca nada.


No temer a los cambios, ser como un péndulo que se queda inmóvil, clavado en su posición. Ser consciente de que todo lo que sube, baja y, aún así, seguir con la cabeza bien alta porque, en el fondo, nada importa más que seguir respirando.


Simplificar, llenar el vaso y bebérselo a sorbos hasta que lo acabemos. Por desgracia, no siempre somos capaces de terminarlo.


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Published on February 28, 2018 02:16

February 27, 2018

Luceros



Hace unos días hablaba con un amigo sobre el momento en el que nos encontrábamos. Mientras todo gira, el tiempo corre y los segundos pasan, abro los brazos para parar las agujas del reloj, frenar y pararme a pensar, antes de que llegue esa franja de edad fruto de todas las crisis, quién soy, quién quiero ser.

Los estoicos criticaban a aquellos que leían libros porque no se aventuraban a vivir las experiencias. Hoy se juzga a quienes no leen porque viven atrapados en el escapismo de sus teléfonos móviles.


Quiero pensar que no sólo me ocurre a mí, sino que hay otras personas preguntándose lo mismo. He llegado aquí por primera vez y me aterra la idea de una nueva experiencia, como si no fuera a salir de ella.


Anoche salí al balcón, antes de dormir, y miré al cielo, poco cubierto, aunque no lo suficiente para impedirme disfrutar de los luceros que alumbraban en la oscuridad. Puntos brillantes solitarios en búsqueda de nada.


Fue hermoso mirar hacia arriba, cuando normalmente lo hacemos en el sentido contrario. También aprecié que, a pesar de ser casi medianoche, la noche no estaba cerrada y eso me hizo pensar en el verano, en las noches infinitas y en que cada vez oscurecía más tarde.


Siento que todo se escapa entre mis dedos pero no me juzgo y busco la manera de seguir adelante. Soy consciente de que cada impacto genera una consecuencia y, si soy fuerte y ávido para tomar el control de ésta, pronto habré crecido en todos los sentidos.


En el fondo, sé que he estado aquí antes. No en este momento, ni en el mismo lugar, pero aquí, ante una nueva sensación. Y, al final, todo terminaba bien, o no, pero terminaba.


Por eso, cuando creamos que todo está perdido, que no existe un mapa que nos guíe por el sendero correcto ni un modelo a seguir en el que apoyarnos, sólo nos queda respirar, pensar lo justo, sonreír y seguir hacia delante. Ya veremos cómo, pero hay que seguir creyendo, seguir alumbrando, como el lucero del cielo, aunque esté solo, a oscuras, aunque sepa que un día se apagará para siempre.


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Published on February 27, 2018 00:45

February 23, 2018

Momentos


 


Café y decoro. Es viernes, la gran ciudad despierta en algún lugar que no veo. Aquí reina la calma, las gaviotas cantan y es hora de darle de comer al perro. Suena el saxo de Coltrane por el altavoz de la minicadena. Todo va bien y me pregunto si debería o no leer las noticias. Últimamente, el periodismo intenta ponerse a la altura de Netflix de muy mala manera, cayendo muy bajo, sin reconocer que hace años que perdieron la batalla.


Ya no importa y, aún así, son necesarios para tener una -vaga- idea de lo que pasa a nuestro alrededor, aunque aquí no pase nada, sólo vea obreros restaurando una fachada y el mar esté tranquilo.


Leo al sol en mi aparato digital mientras la taza humea y por la calle se aprecia el tímido romper de las olas. Antes de que me dé cuenta será mediodía, la hora del aperitivo, el perro se habrá dormido y yo seguiré sin haberme puesto a escribir esa nueva novela que tanto cuesta arrancar.


Pero no importa, es viernes. Escucho el tintineo de los hielos rompiendo al hacer contacto con el alcohol. Yo soy de aceituna, de rodaja de limón y sin sifón. Otro día que me enamoraré del atardecer de mi ventana, de los colores rosados del invierno, de la fragancia desconocida de esa chica que espera delante en la panadería y de la melodía dulce de su voz.


Un puñado de recuerdos que guardaré en el baúl de mis entrañas para transformarlos en escenarios, personajes de novela y postales imaginarias.


Hoy las explicaciones se las daré al perro, que entiende de sonrisas y no de palabras. Después bajaré la persiana y me las daré a mí, entre agujetas y suspiros de complaciencia, contento de haber vivido otro día en este bello lugar llamado Tierra.


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Published on February 23, 2018 03:17

February 22, 2018

Desnudos


 


Dicen que a los artistas se les conoce a través de su obra. Siempre he tenido curiosidad por conocer la vida de esas personas extraordinarias, qué les llevó a ser así, a hacer lo que hicieron y qué clase de rutinas secretas llevaban a cabo para desmarcarse del resto.


Hasta hace más bien poco, lo único que teníamos era la obra, los documentales y las biografías. Nombres a los que admiro con curiosidad como Ernest Hemingway, Jack Kerouac o Patricia Highsmith.


Atrás quedó el misterio de una máquina de escribir y lo que pasaba entre horas, ya que hoy todo es una radiografía diaria, ficticia, de lo que -a quien alguien llamó- los influyentes dictan.


Entre mis palabras, habrá quien encuentre cierto resquemor, pero nada más lejos. Me considero la última persona para influir a nadie, ya que soy un lienzo que está sin acabar.


Es verdad que las personas mostramos diferentes rostros dependiendo del contexto y el entorno en el que nos desenvolvemos.


Yo mismo lo hago. Así que, para mí, la autenticidad de cada uno es bastante cuestionable. Básicamente, tenemos una personalidad para cada momento: con nuestra familia, con nuestros amigos, con nuestra pareja.


Muchas personas evitan enfrentarse a la soledad por temor a lo que pueden encontrar en ella.


Siempre he pensado que las personas que navegamos y nos paramos a leer artículos en internet -más allá de las preguntas que resuelven un problema- somos seres introvertidos, en mayor o menor medida, con un grado de profundidad espirital superior al de otros.


Quien haya tratado conmigo, pensará que no lo soy, pues tengo una verborrea incontrolable y me gustan demasiado las barras de los bares, pero eso no significa nada. Tener habilidades sociales no te priva de encontrar la paz en el absoluto silencio.


Ser introvertido no tiene nada de malo, a mi modo de ver, siempre y cuando establezcamos un equilibrio entre los dos mundos: el social y el propio.


Gracias a esto, he descubierto que existen rutinas para tener una buena salud mental y mantenernos entre esas dos fronteras.


Actividades, llamémosle como nos dé la gana, de las que siempre nos han hablado y que nunca hemos puesto en práctica por vergüenza a sentirnos estúpidos, pero que son fáciles de realizar y no requieren más que unos minutos.


Meditar de cinco a diez minutos diarios, pasear durante media hora, contemplar el cielo, escuchar un bonito disco, escribir nuestros pensamientos en un cuaderno, irnos a la cama una hora antes con un libro en la mano -y no una pantalla- y dormir ocho horas.


Sé que me repito, pero de eso se trata, de repetir, de hacer que cale y se convierta en algo propio.


Para realizarnos no necesitamos leer libros de quinientas páginas ni pasar las horas buscando artículos sobre cómo “hackear” nuestra vida. Llegamos al mundo desnudos y no necesitamos más.


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Published on February 22, 2018 00:46

February 21, 2018

Aburrimiento


 


Desde que escribo, cada día me acuesto con la sensación de que podría haber hecho más, de que siempre hay algo por terminar: correos, textos, lecturas, películas… y un largo etcétera.


Sinceramente, no entiendo cómo las personas pueden clamar que están aburridas, ni ayer, ni hoy, con la infinidad de cosas que hay por hacer siempre.


No importa donde vivas, si es una ciudad grande o una isla remota, porque siempre encontrarás personas, historias, lugares.


En realidad, tenemos más de lo que necesitamos.


Hace tiempo que me planteo establecer unos límites a mi tiempo en internet.


En ocasiones, me doy cuenta cómo las horas se escapan entre artículos que no conducen a ninguna parte, entre comentarios y conversaciones ajenas que no me dicen nada.


Existe tanta belleza ahí fuera, que me pregunto que hago aquí dentro, entre píxeles.


Por otra parte, muchas veces, me doy cuenta de que, con lo grande que es este planeta, mucha gente quiere viajar a los mismos sitios, comer en los mismos restaurantes, ver las mismas series.


Entiendo la necesidad de tener algo en común para poder encajar y empatizar con el resto, y esto no tiene nada de malo, hasta que nos colocan un contador que indica quién vale más y quién no.


No hice propósitos a principio de año, sino objetivos, pues soy de los que piensa que las personas debemos adaptarnos a los acontecimientos mientras seguimos un plan.


Alcanzado este punto, ha llegado la hora de ponerme a dieta digitalmente hablando, como dicen algunos.


No puedo desaparecer ya que este es mi escaparate.


No quiero desaparecer porque es mi ventana y contacto con las personas que me leen y escriben y, para mí, son las más importantes.


No voy a desaparecer porque no tiene sentido.


Sin embargo, sí creo que es importante priorizar, hacer de lo importante, lo más importante; tomar notas, escribir artículos, visitar menos los sitios banales, fundar nuestro propio código inquebrantable -por otros-, y alimentar el alma a diario, con lo que más nos llene.


Tener principios va más allá de pensar sobre los demás. La mayor parte del tiempo, nos olvidamos de nosotros mismos.


Vivir en una casa con chimenea, cortar fuet y pan recién hecho, abrir una botella de vino, escuchar la guitarra de Wes Montgomery, tener invitados, conversar, leer a Hemingway y a Chandler, quedarme dormido en el sofá con una manta sobre las rodillas.


Esos son mis principios.


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Published on February 21, 2018 01:28

February 20, 2018

Naranjas


Recuerdo la primera vez que hice una lista de reproducción para una chica. Nosotros no conducíamos motos, pero tocábamos en grupos de música.

Gestos románticos para mis medias naranjas. Tuve tantas que empecé a pensar que había elegido la fruta errónea.


Eran otros tiempos, días en los que nuestros padres se preocupaban porque lleváramos un teléfono móvil con la pantalla de color verde en el bolsillo.


Una época en la que nuestro sistema de cortejo eran las llamadas perdidas para demostrar que nos acordábamos de la otra persona, los tiempos de espera en la respuesta para crear demanda y las fotos de dieciséis por dieciséis píxeles en el sistema de mensajería de turno, que daban rienda a nuestra imaginación.


Grababa discos de música con un orden a conciencia, con un propósito determinado, copiando la idea que Nick Hornby había plasmado en Alta Fidelidad.


La mayoría de aquellos cedés terminaban de posavasos o colgados para espantar a los pájaros.


Éramos muy jóvenes para apreciar el trabajo de otros y yo demasiado profundo como para comprender que no importaba tanto.


Aquella frustración junto a la tecnología fueron matando las ganas de emplear mi tiempo en pequeñeces que se convertirían en fósiles del pasado.


Sin embargo, siempre fui optimista, nunca dejé de creer en las sorpresas.


Después llegó la vida nocturna, los bares y el libertinaje se convirtió en otra cosa. Me convertí en el superhombre del que hablaba Nietzsche, con aires de Bukowski y una indecente verborrea. Me lo pasé bien, lo reconozco.


Durante años pululé por una dimensión en la que me sentía cómodo, desprendido de los lunes a viernes, de la rutina emocional y física de cada mañana.


Pero, todo periodo, tiene su fin.


Los años corrieron, cada vez me preocupaba menos de mi alrededor.


¿Se había marchitado la efervescencia del todo aquello?


Y una porra aunque, a medida que pasa el tiempo, las experiencias nos vuelven más exigentes, ponemos la calidad a la cantidad, la vida es muy corta para beber malos vinos y entendemos que, la mayoría de veces, es mejor estar solo que mal acompañado.


Y, cuando menos lo busques, antes aparecerá.


La vida me ha demostrado que nos pone delante a esas personas que vienen para quedarse, cuando más las necesitamos, aunque sea un ratito, dejarnos su esencia y, con suerte, esperar a que nos marchemos antes que ellas.


Caminos que se cruzan una y otra vez. Rutas llenas de naranjos, unas veces en flor y otras ya maduros.


Lo importante es seguir caminando.


Por tanto, que los demás se preocupen, pero que a ti no te coma porque, pronto, muy pronto, cuando ya te hayas olvidado, el árbol te habrá dado su fruto.


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Published on February 20, 2018 04:06

February 19, 2018

Códigos


Hace unos días vi un documental sobre James Dean, el mito, el actor maldito que murió estrellando su Porsche a toda velocidad en una curva.


Parte del reportaje hablaba de los traumas del personaje, de su obsesión por ser retratado sólo de la forma que él deseaba.


Si no, no había foto.


Un código. Una disciplina. Blanco o negro. Sí o no. Lo tomas o lo dejas.


Razón por la que todas sus fotos transmitan algo, que muchos pensaron que era fruto de su personalidad, pero que no resultaba más que una pose ensayada.


A mí me sucede algo parecido con las entrevistas.


No es que no me gusten ni tenga algo en contra de ellas. De hecho, me parece un formato perfecto para profundizar en ciertos temas de un modo ameno.


Sin embargo, detesto las entrevistas que suponen una pérdida de tiempo -para mí y para quien las lee- porque no aportan nada y sólo hacen el trabajo de alguien que necesita llenar un espacio.


Cuando formaba parte de un grupo musical, realicé un puñado. La mayoría recalcaban lo que había en textos colgados en la red. Conversaciones anodinas, de vagones de metro, de barras de bar pasajeras.


Por otro lado, el término entrevista es un vocablo peligroso para el ego, para esa voz nutrida de la experiencia del pasado que busca vanagloriarse por algo.


El ego es mi único enemigo, el que me sepulta de alcanzar mis ambiciones, y lucho a diario por deshacerme de él, aunque no pueda lograrlo del todo.


Para alejarme de éste, debo también hacerlo de ciertos juegos, entre ellos las entrevistas, que no dan nada más que placer al escucharme a mí mismo y me llevan a hablar más de la cuenta.


Y no sólo eso, también la exposición en las redes, los comentarios que vierto sobre el mundo virtual que existe más allá de mi balcón y donde escribo estas palabras.


Es importante marcarse los límites, enfrentarse a la página en blanco de cada día sin caer en el ruido, en los rayajos sin sentido.


Tener una disciplina, un código. Cumplir con ella, fallar y reconocer que estamos lejos de ser perfectos, por mucho que queramos finjirlo.


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Published on February 19, 2018 01:22

February 17, 2018

Mariposas

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Mientras escribo estas palabras, alguien estará tomando un vermú en una terraza en algún lugar cercano y otra persona comenzará su vida.


El can duerme, el estómago aprieta y no son mariposas. Me encuentro perdido entre etiquetas, con o sin almohadilla, porque, en resumen, es lo que nos piden los tiempos que corren.


Unos jóvenes hablan del amor de hoy, el de los corazones en la pantalla, la exposición, el físico y las imágenes que desaparecen a las veinticuatro horas. Lo comparan con el de antaño, reclaman flores, paciencia, caricias y sentimientos.


Los mitos se caen y, de repente, ninguno de esos blogueros me resultan ya interesantes. No es que sepa demasiado de sus vidas, es que prefería haberla imaginado de otro modo.


Llegamos a olvidar que la imaginación necesita alimento porque, sin ella, somos incapaces de crear, aunque sean ideas preconcebidas que jamás existieron. Sin imaginación no soñamos, ni idealizamos, ni tampoco vemos más allá de lo que nos dictan los sentidos.


Darnos el placer de echar de menos algo, a alguien. Recrearnos en esos momentos, encontrar belleza en un rincón privado.


Quizá por eso escriba, por eso me guste más lo que no veo, pero intuyo, siento y, por ende, dejo para otros. Y que cada uno piense -o imagine- lo que quiera.


La entrada Mariposas se publicó primero en Pablo Poveda.

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Published on February 17, 2018 04:43