Pablo Poveda's Blog, page 35
January 21, 2019
Cuida tu territorio

Déjame decirte que soy de exceso fácil, quizá por eso me escondo y busco la manera de mantenerme en la quietud. Cada mañana, salgo a la calle media hora antes de que el sol esté fuera, antes de que las caras mustias se dirijan a la estación para subirse al tren y se crucen conmigo.
Preparo el café y me sumerjo en mis pensamientos. Algunos días leo varias páginas de un libro en mi escritorio, otros me pierdo en las noticias banales o en los agujeros negros de Internet.
El perro duerme a mi lado, tomo notas en un cuaderno y me imagino en algún lugar de la Costa Blanca, o quizá de Mallorca, conduciendo mi coche o puede que un Porsche 930 de los años ochenta, descapotable y sobre los adoquines del casco antiguo del lugar en el que me encuentro.
Después regreso a mi plano existencial y estudio las notas escritas con bolígrafo. Será un día largo, como cualquiera. Escribir a tiempo completo puede ser un privilegio, un sacrificio o una maldita dictadura. Lo peor de todo es que nunca sabes cuándo el tiempo completo volverá a convertirse en parcial o, con mala suerte, en nada.
Te conviertes en tu propio jefe, en el administrador del tiempo y del dinero.
Nadie quiere a su propio jefe, por lo que es fácil terminar odiándote.
Con el tiempo he aprendido a ser indulgente conmigo mismo.
Hay quien se ahoga al pensarlo, yo prefiero tocar madera y mantener el barco en el agua.

Mentiría si dijera que no he visto el arrepentimiento de sueños frustrados -desplazados por otros sueños propios o de otras personas- en el ojo ajeno. Así que doy gracias, un día más, por la salud, por las palabras y por la aventura.
Aquí en mi cuarto blanco, exento de fotografías, muebles y decoración mundana, se respira tranquilidad. Suena jazz por los auriculares, la luz es tenue y apenas se habla.
De puertas hacia fuera es otra historia, pero en este lugar hay poco espacio, sólo el necesario y las visitas van con cuenta gotas. Cruzar el umbral tiene sus riesgos y puede destruir la armonía, el mundo interior que tanto nos ha costado formar.
Por eso es importante quererse, comprender las fronteras de nuestro propio territorio y establecer un sistema de visados que funcione.
Pero también es importante no tener miedo y estar abierto a lo desconocido.
Cuando menos te lo esperes, alguien traerá una botella de vino, dos copas y queso curado para compartir.
Y entonces todo cambiará y te convertirás en el mejor anfitrión.
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January 18, 2019
Recoger

Parece que esté feo hablar de esto, pero creo que damos más explicaciones que las que deberíamos. Todo por no ser honestos, por no decir la verdad que llevamos dentro y herir a la otra persona.
Sin embargo, creo que es mejor decir la verdad y terminar con algo que viajar con esa pesadumbre y perder el tiempo de ambos.
Nos han enseñado a explicarnos de más, a hablar en los silencios incómodos para evitar el vacío, a llenarnos el estómago de ansiedades. Cargamos con tantas inseguridades que tememos dar un paso al frente.
No es una cuestión de egoísmo, sino propia.
Es tu vida, tu corazón roto y tus principios.
Si te dejan, agarra tus maletas y acepta el fin. Sin porqués ni rencores. No mires atrás y tampoco te arrepientas por lo que hiciste. Si eres quien deja a otra persona, dile la verdad, aunque queme. Después lárgate y déjala tranquila para que la digiera en lugar de remolonear como un buitre. Haberlo pensado mejor.
Si te echan del trabajo, pregúntate por qué y busca otro. Si eres quien se va, hazlo y no te excuses en mentiras.
Nadie te debe nada. No digas que no es justo que no te hayan invitado a esa fiesta o que no te respondan a los mensajes.
A nadie le importa tu opinión, de verdad.
Reacciona y actúa como creas.
Tarde o temprano, te darás cuenta de que no eres tan egoísta como pensabas que serías. Miras por ti, por tu bienestar, como hace quien no se asfixia en sus contradicciones.
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January 17, 2019
Dar por sentado

Los coches pasaban por debajo de mis pies atravesando la M30. Desde aquel puente, observé los faros rojos durante varios segundos y me percaté de que habían echado sal sobre la acera.
Era la primera vez que estaba allí.
De hecho, ni siquiera sabía en qué parte de Madrid me encontraba, pero la mente me trasladó a otro lugar, a otro momento.
No fue un pasaje agradable, aunque desteñía nostalgia.
De pronto, me vi en una parada de autobús con las manos congeladas, vestido con el mismo abrigo y unos zapatos similares. Me vi lejos, ya no sólo del lugar, sino de casa. Estaba a las afueras de Varsovia. Tan lejos que ni siquiera había tiendas a mi alrededor. Unos años más joven, con menos canas pero con un mismo ideal.
Recuerdo que siempre era viernes y esperaba el bus que me llevaba de vuelta a casa. Era el segundo que tomaba, el último antes de ver de nuevo mi edificio, sentir la calidez del hogar y notar cómo los cristales de las gafas se empañaban. El momento perfecto que dictaba que todo había terminado ese día. Un trayecto que hice demasiado tiempo.
Por entonces, la escritura no era más que un sueño sin materializar. Horas y horas leyendo a otros, entendiendo sus historias. Las de ficción y las reales.
Novelas, manuales y todo lo que pasara por ese viejo Kindle de color negro que siempre portaba en el bolsillo del abrigo. Cualquier momento era bueno para leer y acercarme más a la respuesta que me sacaría de allí. Cualquier momento era bueno para escribir, aunque fuera en la barra del Starbucks al que iban todos los hombres de traje y corbata de las multinacionales a pedir su Latte.
Porque aquella no era vida, al menos, no la que yo quería tener.
Y no es que tardara tiempo en darme cuenta de ello, sino todo lo contrario. Estaba allí por decisión propia y cambiar mi situación era mi única responsabilidad. Siempre había sido así. La rutina del agotamiento se hace menos dolorosa cuando uno se acostumbra a ella. Pero es importante ser conscientes de que debe ser un periodo transitorio para saltar a la charca donde nadar a gusto.

Además de cansancio, dolores de cabeza y ansiedad, también aprendí mucho de aquellos días. Aprendí a ser paciente, a entender que los cambios llevan tiempo y que hay que estar preparado cuando llega la oportunidad. Entendí que no quería vivir así, perteneciendo al horario marcado por otra persona, haciendo algo únicamente por dinero -y sin vocación alguna-.
También comprendí que, a pesar de la frustración, si no tomaba acción diaria por cambiar mi situación, por muy pequeña que fuera ésta, acabaría marchitándome. Lamentarse no sirve de nada.
Descubrí lo que era trabajar para otra gente, para los clientes y observé cómo muchos de estos se transforman en auténticas bestias el momento que pagan por algo, como si se olvidaran de que trataban con humanos.
Pero, sobre todo, aprendí a ser agradecido por todo, sin dar nada por sentado y a tomar distancia de lo que antes era personal. Desde el desayuno de la mañana hasta el sol que veía una vez a la semana, con suerte. No necesité libros motivadores para entender que, pese a todo, seguía vivo y con salud y que el cansancio se recuperaba con horas de sueño.
Dar las gracias y una sonrisa a la chica del Coffee Heaven que pronunciaba mal mi nombre a las siete de la mañana y me servía el mismo café humeante, porque ella quería hacer películas y yo ser escritor.
Regresé al puente, a Madrid. Mi vida ahora era diferente.
Llevaba conmigo uno de mis libros en el bolsillo del abrigo. Siete años después me dirigía a una reunión con el CEO de la empresa con el que me entrevisté una vez y que jamás me contrató. Porque no tenía que hacerlo, pero sus palabras, siete años antes, en la misma ciudad, cambiaron mi rumbo para siempre. Tan sólo iba a darle las gracias.
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January 16, 2019
Sacrificarse

Parece que el día será menos frío que ayer. Suena el despertador, me visto y doy el paseo matinal antes de que salga el sol.
Me pregunto si los perros también pasan frío.
Cuando enciendo la pantalla tengo la sensación de que hoy muchos vivimos en una reivindicación constante, como si fuera necesaria gritar alto para que nos escuchen.
Me agoto sólo de pensarlo.
A mí me basta con hacer lo mío sin gritarle a nadie. Sentarme en la barra de un bar de la cuesta de San Vicente, pisar las hojas secas de otoño, leer un libro en casa, esconderme en una de esas franquicias a escribir, ver Madrid desde el mirador de Debod, cocinar algo sencillo con la excusa de tomar un vino. Pero estos días sólo hay palabras.
Llevo un par de semanas sin vino, sin botellas, sin comida rápida, sin trasnochar y todavía no me he peleado con nadie ni me he unido a ninguna causa -pero he estado a punto-.
El cuerpo necesita cambios radicales para entender por dónde cojeamos.
Y sé que volverá, todo lo hará, cuando menos lo espere, pero prefiero que sea así.
El hedonismo, la buena vida, también requiere de barbecho, de vacaciones, para apreciarla por dos.
Y mientras tanto, uno sigue y se olvida, escribiendo palabras, tomando café, recordado que cualquier tiempo pasado fue mejor hasta que deja de serlo.
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January 15, 2019
Fuego

Ayer salía del metro cuando escuché a dos jóvenes que hablaban de Instagram, de sus ‘likes’ y de los seguidores de sus cuentas.
Estaban abrumadas por el éxito ajeno y lo difícil que era llegar a éste.
Eran bonitas y estaba seguro que tendrían perfiles casi de modelos.
Las redes nos dan siempre una falsa apariencia de la realidad.
Nadie quiere mostrar lo amargo de sus vidas y quien lo hace es para dar pena o ganarse la validación de otras personas.
Porque al final es eso, una cuestión de aceptación.
Pero hay otra cara B de la cinta, más real e incómoda, de la que muchos venimos y en la que nos frotamos las manos al ver cómo aplauden a otros.
El caos de la incertidumbre, la línea entre lo posible y lo ilusorio.
Tal vez no tengamos fotos bonitas, pero sí paciencia y mucho fuego dentro.
Aguanta, mantén viva la llama y llegarás a donde quieras.
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January 13, 2019
Secretos

Este año parece que es el más importante de todos, aunque siempre digo lo mismo cada enero.
Sin embargo, hay algo que lo hará único, al menos, para mí.
Llegaré a los treinta, una cifra redonda, un número que impone. No voy a hablar de madurez, pues eso se lo dejo a las frutas.
Pero sí que he optado por dejar atrás viejos hábitos para disciplinarme.
Buscando en un viejo disco duro, doy con fotos de hace años.
Miro la foto de ese tren camino a Sopot. Marzo de 2013. Una noche que terminaría mejor -si era posible- de lo que esperaba. Nevaba, la playa del Báltico estaba congelada, apenas había comenzado ‘La chica de las canciones’ y no tenía nada o, mejor dicho, tenía todo lo necesario para convertirme en un escritor.
Echo la vista atrás para darme cuenta de que mi vida ha sido una constante sucesión de aventuras grabadas a fuego en la memoria. Sonrío. Historias que sólo la gente creería en papel o contadas por otra persona y no siempre con final feliz.
A pesar de lo mucho que pueda hablar, callo más de lo digo o, simplemente, dejo a un lado lo más oscuro, lo más bello, y lo guardo para mí.
Nunca he sido un tipo duro, ni tampoco demasiado serio, pero sí que me he vuelto más resistente a según que cosas con los años.
En cierto punto, lo incómodo se vuelve acogedor.
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January 12, 2019
Dos años

1 de Mayo de 2017, Santa Pola. Cómo ha cambiado todo. Apenas ocho días para mi cumpleaños, un viaje relámpago desde Varsovia en el que ya tenía en mente mi regreso a España.
Por entonces, no había logrado mucho (o sí, según se contemple).
Hoy miro la foto y no me reconozco con reloj. Un par de meses después de esa foto me lo quité y no he vuelto a llevar uno.
Por el camino ha habido de todo, mejores y peores días, incertidumbre, caos, alegría y muchos dolores de cabeza. Sin embargo, en ningún momento he dejado de luchar por lo que quería, lo que me hace feliz. He aprendido a ser paciente y a no tirar la toalla.
La mayoría de las personas se dan por vencido pronto cuando no ven resultados a corto plazo. La mayoría le echa la culpa a otros o vuelca sus frustraciones en ellos.
Todo lleva tiempo y nadie te asegura de que vaya a suceder. Eso es lo que más aterra.
Sin embargo, si eres capaz de forjarte una mentalidad que esté por encima del ruido, los consejos gratuitos y las vientos de tormenta, y dedicar tu tiempo (o parte de él) a lo que te apasiona, serás más feliz y verás resultados.
Dos años pueden significar mucho, pero a la vez parece que fuera ayer.
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January 10, 2019
Lo que aprendí al vivir aislado durante casi un año

Enero, frío, un año que empieza, una novela que termino, el horizonte marcando el camino y muchas cosas que siguen como estaban.
Sin imaginarlo, pronto regresaré a mi ciudad por un mes. Volver a escribir cerca de la costa y oler el salitre de la playa por las mañanas. Algo inesperado pero que servirá para enfrentarme a los demonios del pasado. Poco se habla de los problemas de salud mental que las personas padecen, la mayoría de éstas en silencio o inconscientes de ello.
Mientras que mantenerse en forma está a la orden del día -porque si no, eres un paria-, los trastornos mentales no siempre son visibles, al menos, hasta que flotan en la superficie.
La mayoría de gente no quiere hablar de ello, de sí mismas, de lo que ocurre en ese vórtice oscuro de su día a día, y sin embargo tampoco hacen nada por solucionarlo.
Las personas temen quedarse solas por miedo a encontrarse consigo mismas, pero se sienten desoladas, tristes, en busca de esa mitad que las complemente.
Las encuentro en el transporte, en la mesa de un Starbucks, entre la muchedumbre que cruza la Gran Vía.
Los silencios, el aislamiento, las preguntas dolorosas. Replantearte el statu quo de tu propio entorno, aceptarte y comprender que, quizá, eso que creías que era lo correcto, nunca más lo será. Hace un tiempo, decidí enfrentarme a mis propios monstruos, a ese lado oscuro que todos tememos, en silencio, en soledad y con las agallas suficientes para digerir lo que estaba a punto de encontrarme.
Por supuesto, no era una depresión, ni algo cercano. Creo que esas cosas hay que tomarlas con seriedad. Simplemente cargaba con una mochila que pesaba demasiado (como mucha otra gente con la que hablo), un peso que era más fácil de llevar si lo compartes con otros, pero duro de soportar si la mayoría del tiempo lo pasas escuchando el sonido de un teclado.
Reconozco que llevó tiempo. Busqué respuestas a las preguntas que me hacía.
Recurrí a los libros, a los discos de música del hoy y del ayer.
Intenté sintonizar con lo que cada artista expresó en su momento y busqué respuestas en la propia naturaleza.
“Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla” — El arte de la guerra, Sun Tzu.

Si tienes un trabajo en el que pasas tiempo a solas, más vale que aprendas a vivir en silencio con tu propia conciencia.
Al igual que no es lo mismo visitar una ciudad durante un fin de semana que vivir en ella cinco años, pasar una semana de retiro en el campo no te proporcionará lo mismo que un par de meses en el más profundo silencio.
Así que llegué a la conclusión de varias cosas.
Aprende a vivir con tu propio dolor. Acéptate, acéptalo. No dolerá menos, pero te acostumbrarás. Nada es tan importante y todo pasa.
Deja de culpar a otros entes de tus miserias. Además de ahuyentar a quien te acompaña, contaminas tu mente. No importa tu situación. Dar pena es lamentable. Ser responsable es admirable.
Salud, dinero y amor. Cuida de estas tres cosas.
Eres lo que eres y punto. No hay más. Si quieres cambiarlo vas a tener que hacer algo que no has hecho hasta ahora. El secreto está en cambiar un poco cada día.
Hay personas en tu entorno que son tóxicas. Pueden ser amigos o familiares. Piensa en ti hoy, en cómo te hacen sentir y no en lo que os unió en el pasado. Tendemos a idealizar por miedo a la pérdida. Si no eres capaz de deshacerte de ellas, aléjate o enfría la relación hasta que lo logres.
Haz lo que te dicten las entrañas, no lo que parezca lo correcto. Si das, hazlo porque lo sientes y no esperas nada a cambio. Si no haces algo que esperan de ti pero tu intuición te dicta que no debes hacerlo, confía en tu intuición y pasa del resto. Ellos harían lo mismo en tu lugar. Si no mandas en tu vida, entonces… ¿Quién?
El mundo es justo, el sistema no. Otros tienen más dinero, otros viven peor. Siempre habrá alguien por encima. Conténtate y ve tras tus ambiciones, sé feliz en la manera que puedas y da gracias mientras tengas un techo, un plato con comida y un lugar donde dormir. Ordena tu habitación, después el mundo.
La mayoría de personas están tan perdidas como tú. Muchas ni siquiera lo saben. No pierdas el tiempo, pregúntale a los libros. No sólo leas novelas, busca alguna figura que te llame la atención e intenta comprender su pensamiento.
Pasea a diario, come lo necesario y no bebas alcohol ni en exceso, ni en soledad. Si te excedes, la cabeza te jugará una mala pasada.
La mayoría de las opiniones que escuchas o lees no tienen fundamento y son el chascarrillo de lo que ha dicho otra persona. Que te afecte emocionalmente no significa que sea lo correcto. Hay cosas que nos afectan por la relación que tenemos con esa persona, no porque esa persona esté en lo cierto.
Lee la prensa una vez por semana, intenta no atender a los mensajes de las redes sociales y, sobre todo, no entres en discusiones que no te van a aportar nada.
Nunca des nada por sentado.
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January 8, 2019
Placeres prohibidos

Todos tenemos placeres prohibidos, me dijo, algunos castigados por la sociedad, otros por la imagen que proyectamos de nosotros mismos.
Según ella, era como volver a morder la manzana del jardín del Edén a escondidas, una y otra vez.
La conversación duró lo que tardé en engullir la hamburguesa con queso que había pedido en un McDonald’s de carretera. Supuse que aquel era mi placer prohibido.
Era ya mayorcito para ir comiendo mierda en las autovías que cruzaban España.
Me despedí con un ligero adiós y vi como su melena corta se perdía por la ventana de mi New Beetle a medida que me alejaba de ese lugar. Ya metido en la autovía, sintonicé la radio y Kurt Vile cantaba que no se reconocía en espejo al despertar.
Me identifiqué con sus palabras, pues estaba tan acostumbrado a ese tipo de preguntas que se habían convertido en algo rutinario. Después volví a pensar en lo que esa chica me había dicho y caí en la cuenta de que la fruta de la que hablaba, no se refería a la hamburguesa que me comía a escondidas en algún rincón de La Mancha, ni tampoco a las juergas a deshoras o a las trampas sentimentales.
Morder la manzana, el placer prohibido, darnos cuenta de que estábamos aquí una vez y no más, de que todo era efímero y que más valía realizarnos a diario que acumular meses para después borrarlos de la memoria.
Ser felices, vivir en calma, al fin y al cabo.
¿Después qué?, me dije con las manos al volante.
Disfruté del silencio y comprendí que preguntar estaba prohibido.
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January 7, 2019
Hacer

El invierno apretaba, la calle estaba vacía y aunque el sol brillaba, se sentía muerto, sin vida, como la expresión de quienes regresaban a casa después del trabajo.
Con las manos heladas y el corazón encogido, salí a la calle con el fin de olvidarme un poco de las letras, de mí mismo y de esa mochila con la que todos cargábamos en silencio.
Subiendo la cuesta y con el destino fijado, me crucé con un chico que esperaba a esa cita de Tinder que jamás llegaría. Lo vi en su teléfono. Después, segundos más tarde, mientras esperaba a que el semáforo me diera una señal, coincidí con una joven morena de mirada afilada y expresión hostil. Se sentía única, diferente, como todos a su edad.
Me decanté por un bar clásico en el que solía encontrar a una pareja de la Guardia Civil siempre que acudía. Esa mañana, para mi sorpresa, la pareja era de mi edad y al único cuerpo que se entregaban era al suyo. Me senté en la barra absorto en mis pensamientos y pedí una cerveza. Como yo, otros tres tipos solitarios miraban a la madera.
La conversación entre los jóvenes subió de tono y finalmente él le dijo que, como el invierno, lo suyo también había perecido. El ruido de una máquina tragaperras ponía banda sonora al desastroso final. Se marchó dejando un corazón roto, agitado y sin la decencia de pagar los cafés. Miré hacia la mesa y vi a la chica acercarse a la barra. Era bella, más joven que yo y sus ojos esmeralda hacían estragos por aguantar las lágrimas.
Pidió la cuenta y giró el rostro.
— ¿Por qué hacemos lo que hacemos? — preguntó indignada.
No supe si hablaba de ellos, del pasado, de lo sueños, de los errores, del arrepentimiento, de las promesas rotas… pero sólo me hizo pensar en mí.
— Porque no entendemos otra forma de existir.
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