Pablo Poveda's Blog, page 31

May 14, 2019

Vidas perfectas

Photo by Jon Tyson on Unsplash

Una vida perfecta, eso es lo que muchas personas desearían. No puedo decir lo mismo, pues pienso que la vida ya es perfecta de por sí, con sus imperfecciones, sus malos y buenos momentos. Todo es tan relativo que nos acojona pensar que es una cuestión de actitud, de mentalidad, por si no somos capaces, por si no estamos a la altura.


El mes ha empezado bien, con fuerza, algo desordenado como acostumbro.


Tengo la tendencia a establecer fuertes rutinas como una montaña de ladrillos, para después romperlas de un puñetazo. Pasa tan a menudo que intento castigarme lo menos posible, dejarlo estar y hacer borrón y cuenta nueva. Llevo tiempo intentando ser más indulgente conmigo.


Me miro en el cristal de un bar en el que he estado ya antes. Madrid tiene muchas cosas pero, sobre todo, locales a los que entrar, sentarse y observar mientras pides un café, un vermú o lo que te venga en gana en ese momento.


Las historias cocidas a fuego lento mientras el aguardiente corre por la cuenta del invitado que tienes al lado. Los diarios manchados de aceite. El runrún de las máquinas de juego. Los hay con más y con menos encanto, pero ninguno cierra la puerta a nadie. Es el propio espíritu quien nos hace sentir cómodos en ellos.


El calor pica en las aceras y el perro lo pasa mal al caminar. Me cruzo con un par de actores en la terraza de una cafetería. Al menos, reconozco a uno de ellos. Vi una película en la que actuaba. Recuerdo que estaba en el tren regresando de Valencia. Después me quedé dormido. Y como yo con su actuación, a diario personas pasan por delante de mis libros sin darle el clic de gracia que entrega su atención a mis historias. Y no pasa nada. Eso faltaba.


Caigo en la cuenta de que en esa mesa he estado yo antes. Todo se reduce a la nada. Aquí no cuelgan las medallas y quien cae en el error de creerse especial, mañana puede estar medicándose con antidepresivos.


Regreso a casa cuesta abajo y me cruzo con unos ojos bonitos, oscuros. Rasgos eslavos, tal vez rusa, quién sabe.


Me cepillo los dientes antes de dormir, leo y siento que mis ojos se cierran lentamente. Una vida perfecta, pienso y me digo que puede ser. No lo sé, pero tampoco trasciende demasiado. Mañana será otro día, habrá café en la cocina y el sol saldrá por el mismo sitio. Mañana tendré otra oportunidad para averiguarlo.


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Published on May 14, 2019 00:00

May 13, 2019

De nuevo

Photo by Jorge Fernández on Unsplash

De nuevo, otro roto entre costuras. El sol pica, la temperatura sube con mala saña y, de pronto, es verano, aunque sea por unas horas. Siento el fulgor de los cuerpos que salen del metro Tribunal. Recorro la calle y siento el éxtasis de un sábado que se apaga para dar paso a las sombras y al opaco mundo de la noche. Se reinician los relojes, la calle toma otro color y los tonos se apagan.


El propietario del bar habla en gallego con su hijo mientras corren los platos de raciones abundantes. Una estrella del rock se cuela en la barra. Sigo derrotado por la noche anterior, pero reniego a marcharme. Mi sitio es este, apoyado en la madera de la barra, entre conversación y pinchos de tortilla. Aquí surge la inspiración, las palabras que escribo, las historias que se acumulan en el recuerdo como fotografías mal reveladas.


De nuevo, lunes, un comienzo de semana lento, más pesado de lo habitual.


Todo lo que sube, baja, y así lo hacen mis fuerzas, mi estado de ánimo. El ruido de motores y grúas de construcción me despierta. Salgo de la cama, me acicalo y saco al perro bajo la atenta mirada de quienes se preguntan cuándo iré a la oficina. Tal vez no sea una estrella, pero brillo como un pequeño lucero, a mi ritmo, unos días con fuerza y otros con un resplandor suficiente para marcarme el camino.


Suenan guitarras en casa. Dicen que si duele, significa que estás vivo. Hoy no me duele nada, más bien pesa pero, al menos siento y eso ya es bastante para que todo merezca la pena.


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Published on May 13, 2019 00:56

May 10, 2019

Cuida de los tuyos


El detox de la distracción. Lo he intentado en multitud de ocasiones, pero siempre vuelvo a tropezar con ese pedrusco omnipresente. El día tiene veinticuatro horas, algunas de ellas para dormir, la mayoría para escribir, unas cuantas para leer y el resto para divertirme. El otro día publiqué una foto de un Aperol Spritz a mediodía, en una de las terrazas que quedan cerca del paseo del Prado. Recibí un mensaje, que por qué bebía solo a esas horas, y es que, pardiez, uno ya no puede disfrutar del aperitivo a media mañana sin tener que contextualizar lo que hace y con quién lo hace. Acto seguido, volví a borrar la aplicación que había instalado minutos antes. Lo mío con Instagram es un ir y venir, hasta que acabo dándome cuenta de que me satura y me importa un carajo lo que otros estén haciendo. Llegados a este punto, reflexioné sobre la relación que él (un iPhone negro con la pantalla partida) y yo (el que escribe) teníamos. Y no era para nada buena. El aparato, como tal, no tiene culpa, pues es bastante útil si no permito que el vórtice social me atrape. Y es que yo no nací para ello, ni para mostrar mi cara (que bastante ya tienen quienes me ven a diario), ni tampoco para contaminarme de la polución que no quiero.


Tal vez me esté haciendo mayor o puede que necesite un respiro. Sea lo que sea, repaso los números y me doy cuenta de que, realmente, todo esto aporta poco a mi bolsillo, en lo que se refiere a mi trabajo, y que no encuentro nada de interesante en los textos anodinos, en la expresión decaída, en la corrección social, en el statu quo paralelo que cabe en el cristal de siete pulgadas. Entonces, me pregunto, ¿qué diablos hago aquí? No, la vida sigue. Los escritores como yo (o los que se ganan el pan de otro modo), los corsarios de la red, quienes nos regimos por otras reglas (que también se han de cumplir), creemos que estar en todas partes es más que necesario y, aunque no lo discuto, cada cual debe encontrar su canal, aunque sin saturarse ni obsesionarse.


A mis lectores los quiero con locura y procuro estar con ellos en la conversación, hacer para que me encuentren sin parecer el becerro de oro que da permiso para hablar. Si escribes, además de tu labor, esto es fundamental. El resto, paja. Craso error de quien se cree todavía importante por sacar algo que será olvidado en cuestión de meses.


Olvídate de quien comente a tus espaldas, de quien critique bajo seudónimos. No importa lo que digan, si no tienen agallas para decírtelo a la cara (y a la cara es en persona, no a través de un teclado).


Haz feliz a los tuyos, la familia (en este caso, la que eliges) es lo primero. El poder se resume en la comunidad y el afecto que tú creas, en el oficio, en la atención de ese mecánico que te saluda cada mañana y te pone el coche a punto, sin trampas, antes de pasar la revisión anual; el cuidado de la florista que elige las mejores rosas para ese ramo, sin colarte las mustias.


Las cosas no caen del cielo, como diría Tony Soprano (podría citar a este hombre todo el día, la serie es una mina de oro), por eso conviene hacerlas bien y seguir avanzando. No es necesario cuestionárselo, ni darle segundas interpretaciones. Es un dogma, y punto.

Dicho esto, estés donde estés, corta el cable, desconecta de la opinión ajena y sigue haciendo eso que tanto te gusta.


Llegarás, créeme que llegarás.


Y, ahora, ha llegado el momento de seguir escribiendo. Las historias no se cuentan solas.


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Published on May 10, 2019 01:01

May 8, 2019

Recapitulando

Photo by Joyce McCown on Unsplash

Hoy me dejo la reflexión a un lado para dejar constancia de algunas cosas que han pasado últimamente.


Hace unas semanas tuve el honor de participar en el podcast de Ana Nieto (Triunfa con tu libro) donde hablamos sobre contar historias que sean efectivas, la importancia del diseño a la hora de publicar y otros tejemanejes de la autopublicación.


La sesión se nos pasó muy rápido, pero lo cierto es que fue algo larga, así que han decidido publicarla en dos partes.


Ayer salió el primer podcast y se puede escuchar aquí.


Por otra parte, el pasado 30 de abril salió “La Idea del Millón”, la última entrega de Gabriel Caballero ambientada en Valencia.


Esta vez, Caballero ya está consagrado como un escritor de renombre, aunque algo aburrido con su acomodada vida. Viajará hasta Valencia poco antes de que comiencen las Fallas para verse envuelto en una de sus escabrosas aventuras.


Se encuentra disponible en papel y en digital a través de Amazon (también en Kindle Unlimited).


Últimamente recibo correos pidiendo consejos sobre escritura. En la red hay muchos y mejores de los que pueda yo dar.


Por mi parte, siempre me refiero a este artículo y al curso en línea (no presencial) que ofrezco (el mismo que impartí en la Universidad Miguel Hernández de Elche aunque, aquí, algo más extenso y actualizado).


Toda la información está en este enlace.


Finalmente, nos acercamos al ecuador del año y tengo un montón de proyectos nuevos a la vista, algunos más experimentales que otros, pero todos relacionados con la escritura.


No suelo hacer promoción en redes sobre ellos, al menos, fuera de la comunicación interna que tengo con quienes me seguís, por lo que os animo a estar pendientes de la lista de correo o del grupo privado de Facebook.


Cerca de llegar a la treintena y después de unos años en esto, he aprendido a desconfiar de la suerte (en ocasiones, prefiero llamarla coincidencia) y a confiar más en mí.


Echo la vista atrás y me quedo con un algunos apuntes muy válidos en este camino y creo que en cualquiera.



Sé humilde, deshazte de tu ego lo antes que puedas y entiende las reglas del juego. Lleva tiempo, pero es imprescindible.
Sonríe, sé amable con la gente. Nadie te debe nada.
No pongas todos los huevos en la misma cesta. No dependas de nadie.
Toma decisiones, sé responsable y asume los errores.
Ahorra e invierte en ti, en formación, en libros, en mejorar.
La vida es simple, no necesitas mucho. Austeridad.
Trabaja duro, da lo mejor de ti en cada obra y sé paciente (desarrollar paciencia es muy duro en 2019).
Elimina el ruido de tu alrededor, los consejos gratuitos y nútrete de conocimiento.
Fíjate en quien ya lo ha hecho (los mejores de tu campo) y estudia el porqué (no en quien dice que lo hará o quien habla de cómo hacerlo).
Disfruta el proceso. Es la magia de todo esto.


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Published on May 08, 2019 00:47

May 7, 2019

Somos todos iguales

Photo by Victor Garcia on Unsplash

Vuelvo a escribir, al capítulo uno, a trazar historias. Paseo por los alrededores de Argüelles fijándome en el tubo giratorio de una barbería, en el expositor de una carnicería de ibéricos y en la barra vacía a estas horas del bar Rodríguez, que aún tiene el luminoso apagado, tan bonito por las noches con sus tubos de neón, tan clásico y a la vez tan de otra época.


El sueño que nunca acaba, el despertar que nunca llega. Las letras, su mundo y sus bestias pardas de columnas de papel. Escribir y vivir de la escritura hoy en día es algo abstracto, alcanzable y a la vez disperso. Tengo conversaciones, escucho argumentos y noto que, en muchas ocasiones, se persigue más el reconocimiento público que una vida decente. El ego malherido de quienes juntamos letras en una pantalla de ordenador. La amarga resaca de las palabras y la cerveza. Sinceramente, me quedo con lo segundo.


El anonimato de quien se toma el café y lee el periódico a las nueve de la mañana en ese bar de la esquina. Ser ése, uno más, de quien sólo algunos saben y, realmente, saben poco. Vivir con la tranquilidad de tener un techo, la nevera llena, pan, vino y embutido cuando llega el momento de celebrar. Vivir con la paz de haberme hecho a mí mismo. Decidir si hoy será lunes o viernes, sin depender del calendario.


Soy consciente de que la tecnología avanza más rápido que el pensamiento colectivo y no me importa, no interesa.


En algunas discusiones, me levanto y digo adiós. Es imposible romper la barrera del ciego, de quien no quiere ver más allá, porque se ha concienciado de que no hay otro camino, aceptando su propia derrota de antemano.


Madrid sigue siendo un cajón de sorpresas, incluso cuando trazo la misma ruta a diario. Como un cuadro, como un libro, siempre hay detalles en los que no me había fijado antes. Amanece por la cuesta de San Vicente. El Palacio Real siempre alegra la vista.


El tumulto de los viandantes altera al pobre cánido, que todavía no se ha acostumbrado al ruido de la gran ciudad. Me pongo en su lugar y los imagino a todos gigantes. Le echa valor, no le queda otra, así que le acaricio la papada, lo justo, y sigo caminando. Él cuida de sí mismo, yo de él y ambos de lo nuestro.


Desde mi escritorio escucho el incesante y molesto ruido de los taladros. Están construyendo un edificio de lujo en la calle. Noto que va para largo.


Y, he aquí, cuando me enfrento al teclado, a las palabras y pienso que nada ni nadie me va a ayudar a completar los veinte folios de hoy. A ellos les importa un carajo quien seas y a ti -como al resto de la calle- te debe importar lo mismo que estén haciendo lo suyo.


Entonces uno se arma de valor, agarra a la inspiración del pescuezo y se pone a trabajar.


A mí no me vas a joder el día, pienso.


En el fondo, somos todos iguales.


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Published on May 07, 2019 00:21

May 6, 2019

En el camino

Photo by Andrii Podilnyk on Unsplash

Llevo tres primaveras en tres lugares diferentes y no llego a acostumbrarme a ello. Aún recuerdo aquel mes de abril en el que el sol no llegaba a salir cada mañana que cruzaba el Parque Łazienki Królewskie, que era el Retiro polaco.


Después vino la costa, los paseos por el puerto, la llegada de los barcos que habían salido a faenar. El olor a óxido, combustible y pescado fresco. El bullicio de la lonja y las gaviotas. Hoy he cambiado las palmeras por las calles del barrio, la estación de Príncipe Pío y el Palacio Real. El contraste es diferente, las caras vuelven a gozar del estrés de la jornada laboral. Los porteros de los edificios, ese oficio que no había visto en las ciudades pequeñas, controlan la calle y me saludan, sorprendidos, por moverme fuera del horario cotidiano.


Tres primaveras que, echando la vista atrás, han dado mucho de sí. Momentos que guardo en -ya unas cuantas- libretas de tapa dura y horas de conocimiento que me ayudan a seguir siendo, una vez más, independiente en todos los aspectos.


Cuando tenía veintitrés, me tatué una frase de On The Road de Kerouac.


Quería vivir como él, escribir en rollos de papel y que mi libro terminara en un museo de San Francisco. Más tarde regalé el libro, pero me quedé con lo que necesitaba en el brazo.


Sigo pensando que la revolución está por llegar, aunque la mía empezó hace unos años. Los números no mienten, los hechos tampoco y me gusta observar la trifulca dialéctica entre detractores que sacan el gladio sin meditar lo que dicen.


Desconecto, cierro la pestaña y me relajo leyendo libros que tenía pendientes. Los sueños se cumplen, pero hemos pasado de imaginarlos a nuestro antojo para desear la ficción de las pantallas, y eso nos hace sentir miserables. Llevo un tiempo tomando distancia de todo ello. Busco que me emocionen las personas, el arte, la vida.


Photo by Jez Timms on Unsplash

Hace unos días, viendo una serie de televisión, me quedé con un fotograma: un hombre en la mesa, tomando un chato de vino y cortando queso y embutido sobre una tabla de madera. La belleza de lo simple, de lo esencial. Mi vida resumida en una imagen, y la de mi abuelo.


En esta primavera me aprovecho del sol para seguir trabajando. Patricia Highsmith siempre tiene la respuesta para todo y recurro a ella cuando me quedo absorto en mil preguntas.


Tres primaveras que en unos días se sumarán a las treinta que llevo aquí con los pies en el suelo, no siempre escribiendo. Es curioso cómo el paradigma que tenía de la vida ha cambiado en los últimos diez años. Es curioso cómo todo lo que tenía sentido, dejó de tenerlo para darle importancia a otras cosas y me pregunto si de verdad existe esa gente que tiene su vida hecha, sin importar los años que cargue a sus espaldas.


Cada día, cada mes y cada año cuentan para que sumen. Ahora miro la tinta en mi piel, las palabras que pusieron rumbo a mi aventura y caigo en la cuenta de que ese libro lo voy escribiendo cada día.


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Published on May 06, 2019 01:12

May 2, 2019

Efervescente primavera

Photo by Jannis Lucas on Unsplash

Me encanta la efervescencia de los primeros días de primavera. Es la única estación de la que nadie habla mal, excepto los que la padecen con alergia. Las hormonas se trastornan, sube la temperatura, llegan los festivos encadenados, la gente se libera de las chaquetas y deja al aire libre su pálida piel, esa que han estado cuidado durante meses para los próximos que se acercan.


No importa si es en la terraza de un bar cercano a Atocha o en una de las mesitas del Radisson Blu del paseo del Prado, se respira igual, se nota en las sonrisas, en quien corre como si no hubiera fin; se nota en los ademanes de la gente y en la gracia que brilla alrededor de ella porque se acercan las vacaciones, porque huele a espíritu juvenil, a amor parisino, a final de película americana.


Corren los Aperol Spritz por la mesa para saciar una sed infinita, una sed de victoria que terminará en una bañera vacía. Los jóvenes más pijos de Almagro fuman cigarrillos largos y beben vino blanco a las cuatro de la tarde. Una turista solitaria se echa gotas de agua de una fuente mientras ríe. Está viviendo su propia Vacaciones en Roma.


Y es que no hay espacio para la desilusión, para pensar en el mañana, aunque tarde o temprano esto termine en algún momento, en alguna parte. El ritmo se acelera, pronto se nos pasará la fiebre, pero ya haremos para que se estire. Me encanta la efervescencia de los primeros días de primavera.


Es la única estación en la que nadie habla mal, ni siquiera de ti.


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Published on May 02, 2019 01:00

May 1, 2019

La vida es un intento que se repite

Photo by Clem Onojeghuo on Unsplash

Siempre amanece, de una forma u otra, pero siempre lo hace. Y nosotros también lo hacemos.


A medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de lo peligrosas que son las emociones, las subidas y bajadas, y lo que cuesta recuperarse de éstas. Probar la alquimia me sienta mal. Muto en un cielo raso exaltado y me dejo llevar. Después caigo en un infierno y me tiranizo durante días.


Soy de los que piensan que las cosas suceden siempre por algo y que lo que no te mata te hace más fuerte. Poco a poco me recupero, vuelvo a retomar la cordura y esa rutina en la que tan a gusto me encontraba. Poco a poco observo en la distancia los errores, le quito hierro al asunto, me olvido y, en ocasiones, hasta idealizo lo sucedido. Y poco a poco me voy acercando de nuevo a esa brecha.

Hemingway decía que todos estamos rotos, porque así es como entra la luz.


Pero estas no son palabras de la desidia o el clamor por los que todos pasamos alguna vez, sino un ejercicio de desengaño, mientras las escribo, para ver que todo sigue igual como lo habíamos dejado y que no queda otra que empezar de nuevo, tomar nota y volver a intentarlo. Nadie recuerda nuestros errores porque prefiere pensar en los suyos.


En grupo o por individual, la vida, la Historia, es un intento que se repite constantemente.


Hoy es primero de mayo, me acerco a una cifra que me da escalofríos y se supone que está permitido no trabajar. La primavera aflora, me pongo en marcha desde bien temprano y mejor si nos restamos un poco de importancia, que para hemos venido a divertirnos.


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Published on May 01, 2019 00:41

April 26, 2019

El placer de observar los días

Photo by Kate Townsend on Unsplash

La primavera por fin se deshace de las nubes y nos da un poco de tregua. Otro punto y final. Pongo fin a historias, a reencuentros fugaces, a ciudades y lugares por los que pasé recientemente. Me sorprende entre las correcciones y encuentro a alguien que no reconozco, o quizá reconozco demasiado.

Madrid bulle por la noche. Me desplazo, salgo del barrio y visito bares en los que había estado antes. Los clásicos lo son por algo. En Gregorio Marañón la moda masculina es bornónica, las Barbour se llevan abiertas y los náuticos marrones nunca pasan de moda.


Hay cervezas en la barra, encurtidos y torreznos. Un grupo de extranjeros hambrientos entra a las once. Se han tomado demasiado en serio lo de que aquí se cena tarde.


En la calle, la luna brilla, la brisa es gélida y hay dos veinteañeras bebiendo mojitos en un bar sin pensar en el mañana, en la oficina ni en el arrepentimiento.


La noche es trágica y cómica, según se mire y se sienta. En mi caso es agradable. Camino, luego existo y sólo pienso en los versos que he escrito al final de mi último libro.


Un taxi me lleva a casa cruzando la calle Zurbano. El Getafe ha empatado en casa contra el Real Madrid. Observo las luces amarillentas de la calle, los rótulos neón que desaparecen, las puertas en las que quemé alguna noche.


Tengo por delante algunos días de calma, de no hacer nada y a la vez hacerlo todo. Tengo por delante un barbecho impuesto que no concibo. Me cuesta no escribir. Y entonces tomo un respiro, sonrío y caigo en lo mucho que me gusta que todo sea así.


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Published on April 26, 2019 04:28

April 22, 2019

¿A qué renunciarías por ser feliz? 

Photo by Kristina Bratko on Unsplash

Haciendo pizza desde 1942, decía el cartel. Eso son principios. Ni siquiera era un bar y apenas había un par de mesas. La mayoría de gente pasa esto por alto, pero hacer lo mismo durante tanto tiempo, es más que una cifra, significa mejora, aguante, fortaleza, claridad. La riqueza de lo simple.


Dicen que se avecina una recesión económica en 2020, de hecho, lo llevan anunciando desde hace tiempo. Yo sólo sé que en los últimos años todo han sido cambios, en mí, en mi entorno, en el mercado, en la forma en que los libros se leen, en la forma en la que los libros se venden. La crisis es constante y me ha ayudado a mantenerme alerta, a ser más estoico en el día a día para alcanzar los objetivos de cara al futuro. En un mundo tan rápido, no hay tiempo para lamentarse. Si vas a hacer una pausa, que sea para reír.


En 2017 escribí mucho, un buen puñado de artículos. Transcribí mi vida. Hay quien piensa que esto no sirve de nada, pero ya lo creo que sí. Ayuda, a uno mismo, a los demás. Puede que no hoy, tal vez mañana. Pero ya lo creo que sí. Es una forma de decir que sigo en pie, a mí, a quien me lee.


Volviendo la vista atrás, uno de los textos era “pizza fría y trabajo duro”. Ni siquiera era un manifiesto, pero se convirtió en ello. Por entonces trabajaba a la vez que ocupaba mi tiempo libre en escribir y estudiar cómo ganar dinero con la escritura (y convertirla en un oficio).


Lo estaba haciendo otra gente, lo había visto repetidas veces durante años. Para mí, no era una cuestión de suerte, ni de que la varita mágica de una editorial tocara a mi puerta. Al cuerno con todo eso, pensé en un momento en el que me encontraba a miles de kilómetros de casa en un lugar donde ni siquiera hablaban mi idioma.


La terquedad me llevó por el buen camino.


Vivía en Varsovia todavía, ganaba lo justo para pagar las facturas y seguir adelante, pero guardo imágenes felices de todo aquel proceso. Los viernes por la tarde, después de trabajar, iba al Tesco en coche y llenaba el maletero. Solía comprar masa para pizza, litros de salsa de tomate, mozzarella, jamón y algunas cosas más para el resto de la semana. Después hacía una pizza enorme y la iba comiendo mientras escribía, a lo largo del fin de semana. Han pasado dos años de esa época, pero parece que hayan pasado dos décadas.


No lo he vuelto a hacer, aunque sigo manteniendo el mismo patrón.


Gracias a esos momentos, aprendí a ser humilde, a gestionar mi vida a pasos de gigante, a valorar el esfuerzo sin que alguien me tenga que regalar su condescendencia y a funcionar en segundo plano, entre bastidores, pensando como el lobo mientras camino como la tortuga.


No importa lo que venga porque conozco mis principios -lo que me hace feliz- y sé a qué estoy dispuesto a renunciar por ser fiel a ellos. Y ahí reside el problema de muchas personas: que no son sus principios, sino los de otras personas.


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Published on April 22, 2019 00:08