Pablo Poveda's Blog, page 18
May 3, 2020
Nueva normalidad
Entramos en mayo y parece que la vida nos da un pequeño respiro. Nos repiten eso de la nueva normalidad, un término que suena mal de entrada. Si es nuevo, no puede ser normal porque es desconocido. Es aterrador que nos intenten convencer de lo contrario, pero el ejercicio de reflexión requiere demasiado esfuerzo, después de tanto tiempo entre paredes.
Así que habrá que adaptarse a lo nuevo, sin duda, eso sí, sin renunciar nunca a lo que conocimos como normal (si es que, después de todo, tenía algo de significado).
Este mes tengo la suerte de presentar la novela más importante hasta la fecha. Es un gran historia y, por ese motivo, tengo un gran plan. También cumplo 31 y creo que es una señal, porque este libro es el máximo exponente de mi mundo interno, de mi forma de entender lo mediterráneo a través de la escritura, de la simbología de tonos azules, blancos y pasteles que representan mi imaginario personal. El libro que toda persona que quiera leerme, y no lo haya hecho aún, debería escoger. Sin más. Un misterio familiar cosido a mano, de principio a fin, lleno de reflexión.
Presentaré la novela al Premio Literario Amazon de este año, por diversas razones. Pronto volveré a escribir sobre esto. Mientras tanto, hay que seguir trabajando.
Estos días aprovecho para leer, para mejorar la técnica al descorchar la botella de vino y para seguir disfrutando del juego. Sigo ajeno a las redes, como parte de la nueva normalidad. Quizá, después de todo, sirva de algo. Para lo demás, aquí sigo.
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April 28, 2020
Un semitono
Era una noche de verano, de esas en las que la brisa es fresca, pero no molesta. El perro dormía agotado sobre las baldosas del patio y nosotros seguíamos hablando a la interperio, dejando a Miles Davis de fondo, poniéndonos al día de nuestras cosas. Después de un paseo por el monte, regresamos, preparamos un aperitivo con cerveza y quesos y asamos la carne antes de descorchar el vino. Éramos buenos amigos, no de siempre, pero casi.
En el cielo se veían las estrellas. Vacié la botella de bourbon en los dos vasos y brindamos como broche final. Ese era el último, por el bien de ambos.
—Salud —dije.
—¿Cuándo dejamos la ginebra y nos pasamos al whisky? —preguntó, buscando en la memoria colectiva.
Me reí. Demasiadas juergas juntos, un sinfín de cogorzas que eran difíciles de contar.
—Desde que la vida comenzó a sonar con un semitono más.
Él caviló su respuesta.
—Tienes razón.
O no, pero daba igual. Hay transiciones que son imperceptibles. Un día te levantas y es primavera, la gente lleva menos ropa, se te cae el pelo o te das cuenta de que tienes la cabeza llena de canas y decides pasar de la tónica porque te produce acidez. Creemos tener el control de lo que sucede, de nuestras decisiones, pero giramos alrededor de otras estrellas en busca de un poco de calor. Cuando nos queremos detener y romper con todo, en ocasiones es demasiado tarde, o quizá demasiado pronto para comprender lo que está pasando.
En nuestro caso, decidimos bien pronto ser estrellas para que, en el peor de los finales, acabáramos ardiendo en nuestro propio fuego.
Las horas pasaron. El aire de la montaña nos indicó que estábamos metidos en la madrugada. Nos terminamos los tragos, hablamos de cosas más superfluas y nos fuimos a dormir. Y así fue perfecto, sin abusar de la bebida, ni de los delirios que nos da ésta cuando nos ponemos metafísicos, porque quien se pasa la vida buceando muy hondo, termina ahogándose en el fondo del mar.
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April 27, 2020
La épica de pasarlo bien
A punto de dejar atrás abril, un mes extraño, en todos los aspectos, recapitulo un poco, contento por los resultados (ajenos al virus, por supuesto) del lanzamiento, de lo conseguido y de los proyectos que llevaba entre manos. El próximo mes cumplo otra primavera más y lo celebraré publicando una obra más extensa de lo habitual, en mi caso. La historia que hay tras ella, es larga, interesante y con un final que aún está por escribir. La escribí bajo presión, mientras hacía otras cosas. Una novela entre dos ciudades que representa mi mundo más interno. El sol, la Costa Blanca, el jazz, los bares, la idiosincrasia del entorno en el que me he criado y los símbolos que aparecen, una y otra vez, en mis historias. Digamos que todo empezó siendo un encargo, como en esas novelas negras en las que la acción comienza tras descolgar el teléfono. Un año entero dando vueltas, por aquí y por allá, emborrachándome de momentos, descubriendo un Madrid literario abrumador, pomposo y que no estaba a la altura de las expectativas que el chico de provincias traía. Un año entero de imágenes, de expectativas, de barras de labios en bares cuyos nombres no recuerdo, de amaneceres en la Gran Vía con el estómago vacío, de fiestas en terrazas de hoteles, de desconocidas que me confundía con otro en salas VIP en las que no pintaba nada, de whisky con hielo y pactos con la vida, de rechazos telefónicos, de conversaciones absurdas entre críticos culturales y plumillas con aires de grandeza a punto de besar la lona. De eso y de mucho más. En definitiva, detrás de esta novela hay otra trama cargada de ilusiones que se fueron deshojando poco a poco, para dar lugar a una realidad que ahora sale a la luz, tras el desafortunado azote económico. Aquí no hay culpables, ni héroes, ni villanos. Más bien, esto ha sido todo un ejercicio de iniciación, un camino del héroe en toda regla y he contado con el apoyo de quien confiaba en este trabajo. Esto ha sido, como siempre, la vida.
Me gusta jugar para ganar, pero también me divierto apostando y, en esta ocasión, tuve la sensación de que perdí. No pasa nada. Como siempre, me puse el abrigo y me largué. Sé lo que traigo a la mesa cada día y no me importa comer solo. Qué gran frase de Tony Soprano. Y es cierto. Nunca hay que poner todos los huevos en la misma cesta.
Más tarde, supe que gané, y más de lo que imaginaba, pero hay cosas que, por temas legales, uno no puede mencionar. Por suerte, la épica de mi historia no estaba ahí, sino en otra parte, mientras el libro y mi ingenio se perdían por las calles de Madrid, pero esa la contaré otro día.
El mundo ha cambiado y yo también.
Pero, carajo, qué bien me lo estoy pasando.
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April 25, 2020
Cómo vas a vivir el resto de tu vida
Hace dos semanas que no escribo unas palabras en la página. Tampoco le estoy prestando mucha atención a las redes.
Los días pasan sin que me dé cuenta, gracias a la cantidad de cosas que me he propuse hacer y al montón de faena que ha llegado desde que el libro electrónico ha recibido ese empujón que estaba por llegar.
Creo firmemente que uno de los secretos para combatir esto, ha sido el férreo entrenamiento que llevaba a mis espaldas. Parte de este se debe a los largos inviernos que pasé en el extranjero. Algunos años no llegué a ver el sol desde diciembre hasta mayo. Recuerdo el último, quizá el más pesado de todos (por asuntos que no vienen a cuento), con una sensación agria. Quizá porque era el último y deseaba que fuera especial. Y lo fue, a su manera, siempre lloviendo, gris. Ni siquiera pedía que saliera el sol. Sólo quería pasear por los parques, pero ni eso pude. Meses de verlo todo frente a la ventana, me dieron a entender que, me gustara o no, no había alternativa.
Así que las pasadas semanas combatí el bloqueo de la página en blanco escribiendo una novela. Reconozco que la parte más dura es la de la lectura, pero avanzo, lento, esforzándome.
No voy a comentar dónde me gustaría estar, ni qué me gustaría hacer, porque es un gasto de energía innecesario. Limito mi existencia a hacer lo que deseo, dentro de mi alcance, lo que considero que es mejor para mí. Duermo del tirón y madrugo para mantener el equilibrio.
También es clave eliminar los ruidos innecesarios, ahora más que nunca.
Lo más inoportuno es reflexionar sobre qué seremos o acerca de cómo viviremos cuando esto pase. Carece de sentido. En cambio, es mejor pensar sobre cómo nos vamos a adaptar a lo que venga, sea lo que sea; en cómo vamos a vivir el resto de nuestras vidas, sin importar el escenario.
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April 21, 2020
Perseguido: jugando al gato y al ratón
Siempre me han gustado las historias que se cruzan, las tramas sobre el juego del gato y el ratón, y los personajes con vidas truncadas por las apetencias del destino. Pensaba que el confinamiento me iba a arrebatar las ganas de sentarme frente al teclado y terminar lo que tenía pendiente, pero no ha podido conmigo. La mala hierba nunca muere.
Sigo apurando lecturas, a mi ritmo, dedicándole horas a las páginas y tachando títulos que tenía en espera desde principios de año. La mayoría son autores independientes (o lo han sido), con talento (al menos, para mí) y buenas historias que contar. Personas que escriben en silencio, sin hacer demasiado ruido a diario, pero que saben llegar al público. Echo un vistazo a la lista y veo que hay una mezcolanza muy interesante en las temáticas de los libros, sin importarme demasiado. ¿Acaso debería? Cierto es que no. Los tiempos cambian.
La semana pasada hablaron de una de mis novelas en El Correo de Andalucía, el diario Mundo Deportivo me recomendó junto a los súperventas de Amazon y ayer David Gómez, de Cruce de Caminos, recomendó La Dama del Museo, después de haberse leído toda la serie de Caballero.
Pasado mañana es el Día del Libro, aunque no están los tiempos para celebrar nada. Por mi parte, hoy ha salido a la venta Perseguido, un thriller cargado de acción, una historia en la que llevaba trabajando un buen periodo de tiempo y donde, por primera vez, mezclo dos tramas separadas que se unen. Es un libro independiente, no pertenece a ninguna serie, y estará a 0,99 durante las primeras 24 horas (es decir, hasta mañana). El enlace ya está disponible y espero que esto ayude a llevar mejor el confinamiento.
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April 16, 2020
Quietud e inquietud
Segunda quincena de abril, voy mejorando la receta del arroz valenciano y de la tortilla de patatas con los consejos de Emilia Pardo Bazán, la guitarra del maestro Albeniz, un crianza manchego y un poco de jamón serrano o fuet. Los aperitivos del sábado son intocables, aunque se limite a unos mejillones, unas aceitunas y unas patatas fritas con aceite de oliva. Los pequeños detalles le dan color a unos días que no se diferenciarían entre ellos, si no fuera por mis ganas de sacar los proyectos adelante. Por fin, algunas cosas comienzan a ver la luz. Pensaba que la batalla entre la creatividad y el confinamiento se la iba a llevar el segundo, pero me satisface poder comprobar que no ha sido así.
En unos días anunciaré algo sobre una nueva novela, ajena a las series. Quien pertenezca a la lista de correo, se enterará antes.
En mayo comienza el Premio Literario de Amazon. Este año me presento con una obra muy especial de la que hablaré cuando llegue el momento.
Por otra parte, la serie de Rojo ya está en fase de producción en audiolibro. La productora está grabando las cuatro entregas del policía, que formarán parte del catálogo, en el que se incluye toda la serie de Caballero y Don (se pueden escuchar ya en Storytel y en otras muchas plataformas.
No sé cómo cambiará nuestra forma de vivir en los próximos meses, pero este extraño periodo sí que va a transformar la mía en muchos aspectos. Con la calma, he tenido espacio para reflexionar y valorar lo que es importante y necesario. Vida hay una, es breve y no conviene malgastarla. La mayoría de veces, lo que más nos perjudica no son las cosas, ni las personas, sino los propios pensamientos que tenemos y ocupan nuestra mente. De esto también conviene hacer limpieza. Desconectar del consumo de opiniones ajenas, de información superflua de idearios virtuales que, durante estos días, hemos comprobado que estaban hechos de cartón.
Hace unos años decían que la desconexión era el nuevo lujo. En estas semanas hemos fortalecido una dependencia (aún más) insana de la que nos va a costar salir. Porque sí, porque nos hace compañía, nos entretiene y nos conecta pero, como todo lo bueno a corto plazo, termina deteriorándonos.
Quietud a solas e inquietud llenarnos un poco mejor.
Lo sé porque lo noto y porque todavía existen libros y películas en las que me gustaría vivir de manera atemporal, en silencio y sin tener que desviar la atención. De lo contrario, a la larga, seré incapaz de escribir algo más largo que un mensaje de texto.
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April 8, 2020
A mi manera
Dicen que la vida no volverá a ser la misma. Por supuesto que no. Cuando todo esto pase, si que realmente queda atrás, puede que hagamos algunas cosas de otra manera.
Estos días, algunas noches, veo alguna película que ya había visto anteriormente, más que nada, porque no me importa si no la termino o me quedo dormido mientras la veo. Muchas de ellas, las vi cuando estaba en la universidad, por lo que no recuerdo muchas cosas. Cuando las termino, mi lectura es otra, muy diferente a la de hace doce años.
Ayer vi Manhattan de Woody Allen y reconocí en sus personajes todo aquello que detesto en muchos aspectos de la vida. Ahora que ya he estado ahí, partícipe de la conversación, no tengo gana alguna de que se repita. Sin embargo, me di cuenta de otras cosas. Aspectos de la vida que me hacen mirar atrás. Tengo la sensación de que en la era preinternet, la vida diaria tenía más sustancia y gozaba de más misterio. Puede que sean cosas mías y más en estos días, que escucho las mismas frases, una y otra vez, como eslóganes patateros de manifestación, obligándome a reflexionar sobre la otra persona, si ya no sólo piensa sino que también me cuestiono si es consciente de lo que está diciendo.
Es obvio que una película no es más que un ejercicio de ficción, pero las habitaciones, los comportamientos, las actividades más mundanas están cargadas de un significado que hoy parece haberse esfumado. Cuando esto pase, si es que no se queda, haré por vivir de un modo más analógico, aunque eso suponga sacrificar ciertas cosas. Por supuesto, no creo que la solución consista en regresar a un modo de operar ya extinto. Sería estúpido. Soy un hijo de internet y no viviría de la escritura sin el comercio electrónico. Más bien, me refiero al uso, ajeno a mi actividad lúdica, que en el día a día le doy al teléfono, a los servicios de geolocalización, a la gratificación instantánea, al estar disponible cuando se me requiera. Hay momentos que nunca van a ocurrir y conversaciones que tendrán que esperar, en lugar de ser resueltas en un puñado de mensajes de texto confusos. Y si nunca suceden, significará que no eran tan importantes (sobre todo, para mí).
La culpa no es de las plataformas innovadoras, sino nuestras, por el contenido que consumimos y el estilo de vida que formamos alrededor de este. Durante el día, más que cultura, engullimos publicidad y opiniones ajenas, escritas por cualquiera en un muro o en una sala de chat. Damos y exigimos atención en exceso, y eso nos puede costar caro.
Cuando todo esto pase, si es que termina algún día, voy a vivir (si cabe) más a mi manera, y menos a la de los demás.
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April 3, 2020
Recapitulando días
Ayer vi la película sobre la vida de Salinger (The Rebel in the Rye) y me gustó. Leí El guardián entre el centeno en mi primer año de universidad, con dieciocho años. Recuerdo que lo saqué de la biblioteca y me lo leí en un par de tardes. Fue un buen punto de partida, no tan fuerte como cuando leí En El Camino de Kerouac, con quien descubrí el jazz, la yuxtaposición en exceso, a los beatniks, la América de entonces, los viajes idílicos en carretera y toda esa simbología carpe diem que, con los años, se fue desconchando por la humedad, como la pintura de las fachadas del casco antiguo de Lisboa. Tenía curiosidad por Salinger, pero no más allá de lo que duró la cinta.
Han cambiado los tiempos, las formas de expresarse, de escribir, aunque el modo de contar historias es el mismo. Salinger era un misántropo, como Patricia Highsmith, como Charles Bukowski, como John Fante y como yo también de cuando en cuando.
Por eso, tal vez, la cuarentena no esté siendo tan dura.
Es viernes y, pese a todo, estoy contento porque le estoy ganando el pulso a la mente, regresando a mi rendimiento habitual, a mis rutinas, a mi forma de entender la vida y de hacer espacio entre los pensamientos. Por supuesto, sigo escribiendo. Este era mi mayor miedo, pero ya lo he superado.
Una frase detrás de otra.
Y así todos los días.
Como a nadie le amarga un dulce, La Isla del Silencio se encuentra en oferta a 1,5 euros en Amazon. Quien tenga Prime, la puede leer gratis (al igual que Rojo o Don).
En las últimas semanas, ha llegado más de un millar de lectores de todas partes a través del libro de Caballero. Eso me pone muy contento.
Pronto contaré más cosas. De momento, he rebajado (todavía más) el curso de escritura en línea hasta que termine la cuarentena, por si alguien quiere lanzarse y aprender a sacarle provecho a la escritura. Tengo algún que otro experimento entre manos y este año me presentaré al Premio Literario de Amazon con la historia más larga que jamás he escrito. Con cada edición, sube más el nivel. Hay muchos escritores independientes nuevos e interesantes, y cada vez más profesionales, sin distinción del género en el que se mueven a la hora de escribir. Esto me recuerda un poco a la época de las novelas pulp de los años 30, a raíz del crack del 29. Una libertad que rompe con las falsas tendencias que nos llevamos tragando desde hace décadas. Como lector, me muevo por los intereses, más que por las novedades, así que lo que es nuevo hoy, me llega dos o tres años más tarde. Como escritor, he hecho siempre lo que me ha salido de las entrañas.
No tengo la menor duda de que, dentro de no mucho, habrá una escena que escriba y experimente sin ataduras.
Y entre tanto, que no falte el vino, el queso, un libro que nos lleve a otra parte, una botella de escocés y una buena compañía (si se tiene) para amenizar la velada.
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March 31, 2020
Si las calles hablaran, no lo harían sobre mí
Madrid es una ciudad que está llena de placas. En mi edificio no hay ninguna, pero en el de al lado hay una que dice que Paco de Lucía vivió ahí, en alguna parte. Lo busqué en Internet y leí que en esa misma vivienda se había compuesto “Entre dos aguas”. Desconozco si algún día veré mi nombre encima del portón de hierro, pero el caso es que me trae bastante sin cuidado. Si las calles hablaran, habrías que escuchar en otra dirección. Estos días, quizá por el miedo y la incertidumbre, recibo mensajes de amistades extranjeras que se preocupan por mí y, por ende, yo por cómo están. No sé lo que dirán las noticias sobre nosotros en el extranjero. No enciendo la televisión y apenas leo los diarios. Hablando con un buen amigo polaco, nos pusimos a recordar los bares a los que solíamos ir cuando yo vivía allí, y a los que volveremos algún día, cuando todo esto pase.
Si las calles hablaran, las de Varsovia tendrían mucho que contar.
Allí le perdí el miedo al fracaso, a beber, a escribir, a lo desconocido e incluso al amor. Llegué en el momento adecuado y me marché cuando así lo sentí, pero atrás quedaron noches enteras, de lunes a domingo, de fiestas en apartamentos que no conocía, de besos en las esquinas y de carreras en las que me jugaba más que un puñado de zlotych.
Recuerdo las mañanas frente a la ventana de la buhardilla de la calle Miodowa, viendo a los críos de la escuela de Arte Dramático creyéndose por encima del resto, escuchando la trompeta de esa chica del conservatorio que tocaba cada mañana a las diez y preguntándome hacia dónde iba mi vida. Pero también recuerdo las noches entre las miradas felinas de color azul, verde; oscuros y claros ojos de doncellas, la suavidad de las pieles y esas caricias a destiempo entre burbujas, la humedad del Vístula y las diecinueve plantas de altura que nos separaban del suelo. Recuerdo el día en el que juré lealtad a la escritura, tatuándome el brazo, y también la noche en la que escribimos nuestros nombres en los adoquines de la Ciudad Vieja, como si aquello sirviera de algo. Recuerdo que abandoné una vieja bicicleta con un solo freno que había comprado por cuatro duros, porque estaba harto de montar en ella y de la chica de Bellas Artes con la que había roto; que cuando llegaba la primavera, con sus primeros rayos de sol, algunas tardes bebíamos whisky y cerveza, antes de ir al bar donde trabajaba otro amigo polaco y solían programar conciertos de jazz. Las mesas salían de cualquier lado, apenas había sitio encima y debajo del escenario, dentro y fuera del local, pero nos importaba menos que cero.
Por un momento de mi vida, me creí inmortal formando parte de una historia nocturna que desapareció poco después, como también lo hicieron sus personajes, algunos bares y un puñado de viejos camareros que ya no volvería a ver.
Cuando hoy escribo lo que escribo en los textos, en las historias cortas o en las novelas, me es complicado no mirar atrás con cierto anhelo de un yo que se trajo su pan bajo el brazo. Un yo que siempre ha estado ahí, sacando lo mejor de cada ocasión, a pesar de los palos y de los momentos de flaqueza, que siempre los hay (y que se deben llevar con elegancia y sin ruido). Si las calles hablaran, las de allí (y las de cada lugar en el que he vivido una temporada) dirían que me fui con los deberes hechos.
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Días de radio
El invierno ha vuelto por un día. Esta noche ha nevado en Madrid, la lluvia ha tenido al perro en vilo y cuando hemos salido aún era de noche. Los cambios de presiones me dejan un dolor de cabeza horrible. Preparo la segunda cafetera y golpeo el teclado. Hoy no me pienso contaminar de negatividad. Ayer logré rascar de mis entrañas más de tres mil palabras. Me sentí como si hubiera escrito diez mil.
Leo por ahí que estamos todos igual, pero el mal de otros no me consuela, nunca lo ha hecho. Hoy toca repetir la hazaña, aunque las ganas escaseen.
Enciendo la radio. La única emisora que sintonizo es Radio Clásica. Es fácil de reconocer aunque no conozcas la frecuencia. Es la única que emite esa clase de música. A veces ponen jazz, pero me gusta porque suelen hablar poco y, cuando lo hacen, es sobre cosas que desconozco.
Cada vez es más complicado encontrar un receptor en un apartamento. Por alguna razón, me agrada la idea de que alguien se prepare el programa para otra gente, que me hable y sólo escuche, de forma unilateral, y que no sea un algoritmo quien decida lo que tengo que escuchar, en función a mis gustos. Puede que esto tenga que ver con aquellos años en los que hacía radio.
En fin, a escribir, que la vida sigue.
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