Pablo Poveda's Blog, page 21
February 2, 2020
Jazz y bandas sonoras de la vida
Hay unos cuantos discos de jazz que significan mucho para mí. Con ellos aprendí a viajar, a sumergirme en historias, a entender la vida de otro y modo pero, sobre todo, a sobrevivir. No soy un experto del género, aunque tengo mis referencias. El jazz llegó a mí en el primer año de universidad, junto a esa copia manoseada de En el camino de Kerouac, cuando aún no usaba Kindle y tenía que apañármelas pidiendo libros prestados en las bibliotecas públicas. Mientras leía, aprendí a escribir acompañado de Miles Davis. Después llegaron los demás. Descubrí a Coltrane, a Brubeck, a Gillespie, a Baker, a Desmond, a Evans, a Gilberto, a Stan Getz, a Remler, a Montgomery, a Monk, a Blakey, a Jobim…
Poco a poco me cobijé en todos los que encontraba, sin más referencias que las que me daban algunos libros o documentales y las páginas de internet. Con todos ellos escribí y leí, desde el principio hasta hoy, cada una de las historias que he publicado, cada uno de los textos que circulan por la red. Para lo bueno y para lo malo, estuvieron conmigo.
Recuerdo mis primeras páginas frente al ordenador, sin saber muy bien en qué dirección ir, dejándome llevar por la improvisación del relato corto, del humo de la novela pulp, de la ignorancia del principiante. También me acuerdo de una noche joven en Gdańsk, al norte de Polonia, bailando en un club al ritmo de bebop, junto a unas chicas locales que nos habían llevado allí. También una tarde, hace ya años, en mi apartamento, cuando otra chica me dijo que quitara el disco, que el jazz era triste y le producía depresión. Supe que no llegaríamos muy lejos.
Madrid tiene bares de jazz, como el Jazz Bar o el Café Comercial. No me interesa la escena musical, ni el esnobismo que hay en ella (como el del profesor de la escuela en la película de Whiplash). Me es indiferente, así como lo es el jazz para mucha otra gente a la que no le dice nada (y es entendible). A menudo, en el Templo de Debod siempre hay dos hombres tocando Take Five, Desafinado o El Concierto de Aranjuez para las parejas de turistas que se acercan al mirador.
Nunca he hecho una lista de álbumes favoritos porque jamás me lo he planteado, porque los que hoy escucho, mañana serán reemplazados por otros.
Los discos forman la banda sonora de mi vida y absorben momentos y capítulos que, en ocasiones, prefiero no volver a leer. Es una lástima, pero no soy yo quien elige los desenlaces.
De muchos, aquí van diez que disfruto:
Miles Davis – Kind of Blue
Chet Baker – Strollin’
Antonio Carlos Jobim – Stoneflower
John Coltrane – Blue Train
Kenny Burrell – Moon And Sand
Stan Getz / Joao Gilberto
Gerry Mulligan – Night Lights
Emily Remler – Firefly
Wes Montgomery – Full House
Paul Desmond – Feeling Blue
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February 1, 2020
Bisiesto
Primero de mes, de facturas y de poner el contador a cero. Este año, febrero tiene un día más y no sé si cambiará algo respecto al anterior. Lo que sí sé es que tengo mucho por hacer, a pesar de que todo haya mejorado.
Guardo ideas en un cuaderno, personajes a los que dar vida e historias que algún día escribiré. Estas semanas he dedicado tiempo a lo que más me gusta: leer, escribir y pasar tiempo en la calle. Estoy feliz. El lanzamiento fue tal y como lo había esperado. Cada vez me gusta más el silencio, la ausencia de ruido. Cuando alguien sabe lo que quiere, prefiere que vayas sin rodeos. Trata como te gustaría ser tratado. Siento que, después del experimento de diciembre, algo se desconectó en mí. He perdido el interés en las redes y me abruma el exceso de información. Así que el espacio se lo dedico a los lectores, que son la base y la razón de todo.
Que este mes comience con un sábado, es una buena señal y otro motivo (de muchos) para brindar.
Bordeo la Estación del Norte en busca de cobijo y un poco de humanidad. Escucho las conversaciones en las cafeterías. Los propósitos de nuevo año ya no son el tema central, las librerías han cambiado las novedades del mes pasado y en la puerta del cine ya no hablan de Star Wars. Aún es pronto para darse por vencido acerca de algunos temas, todavía se pueden hacer cambios de perspectiva, pero mejor no descuidarse. El tiempo pasa cada vez más rápido.
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January 29, 2020
Y ahora, ¿qué?
Bueno, y ahora, ¿qué? Me pregunto después de darle al botón de enviar. Por suerte, tengo una respuesta: seguir, empezar de nuevo, regresar al punto de partida en el que no tienes nada y debes ingeniártelas para sumar otro tanto. El oficio de juntar letras va así. Lo celebras un día, pero sin demasiado entusiasmo. Reconozco que han cambiado mucho las cosas (para mi fortuna) desde aquellos días fríos de invierno, en la calle Czerniakowska, pero sigo siendo el mismo, con más canas, más experiencia y más tiempo libre, pero la misma persona que salía del portal para ir a la tienda de ultramarinos. La misma que pasaba inadvertida entre los estantes cargados de tarros de pepinillos. La cocción lenta marca y ayuda a quitarle interés e importancia a ciertas cosas de la vida. Ayuda a no escuchar al ego, a dejarlo en un rincón y a mantenerlo quieto, en su sitio. Poco a poco, con los años, me doy cuenta de cómo mi cabeza se convierte en una hemeroteca de información y conocimiento acumulado. Las personas buscan píldoras mágicas que quiten el dolor o enseñen a obtener resultados inmediatos, pero de esto no hay. He aprendido a conocerme, a entender mis tiempos y a darme un respiro cuando el cuerpo lo manifiesta, pero también he aprendido a disfrutar del silencio, de la retaguardia y del proceso. Estoy feliz, que ya es bastante, y mentiría si digo que hay algo que me molesta ahí fuera. Entonces se aprecia el milagro de la vida. Nos pasamos la existencia obsesionados por demostrar algo a los demás, en lugar de a nosotros mismos. Cuando giramos el tablero, la partida juega a nuestro favor y todo está dicho.
Termino el café y me dispongo a salir a la calle. Sé lo que toca, seguir avanzando y olvidar lo que ya está hecho, en silencio, sonriente, como la brisa que avisa de una tempestad.
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January 28, 2020
Zona de bienestar
En el Hombre de Chinatown de Wim Wenders, Frederic Forrest encarna a un Dashiel Hammett que me convence. Un tipo que va a la suya, con garbo, con aguante y sin miedo. Vi la película hace un tiempo ya, pero me ha venido a la cabeza una imagen de Hammett en su casa, antes de ponerme a escribir esto. Hoy publico un nuevo libro, Matar o Morir, pero no voy a hablar de ello más de lo debido. Está todo en este enlace.
Esta mañana suena Coltrane en casa y huele a café recién hecho. La taberna ya está abierta, con su bullicio de barrio, los carajillos de la primera hora y las porras como desayuno para entrar en calor. El resplandor del bar ilumina la calle. Hay días en los que Madrid parece una de esas novelas pulp de los años treinta, con su niebla y su frío, con sus personajes efímeros, pero con el costumbrismo de las primeras novelas de Umbral.
No me extenderé. Esta tarde disfrutaré del anonimato que me brinda una barra de cinc, una vitrina de aperitivos, un grifo de cerveza y un plato con jamón. Soy consciente hasta dónde llega el encanto, si es que lo tiene. Pero lo salvaje siempre ha sido mi zona de bienestar.
Por eso sigo aquí y por esa misma razón seguiré.
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January 26, 2020
Ser o no ser, qué más da
Tengo cuadernos lleno de notas, de sueños por tocar y otros que ya se han cumplido. También tengo un montón de historias que nunca han sido escritas y tampoco lo estarán, porque prefiero que queden en anécdotas de mi memoria.
Reconozco que me fascino con poco y hay días que me embebo de sensaciones en cuanto piso la calle. Esta ciudad nunca de sorprender, incluso cuando crees que ya lo has visto todo. Me reúno con mis amigos y me llevan a un bar gallego. Hablamos de ellos, de mí, de lo que nos une. Para comenzar, más de catorce años viéndonos las caras. Eso me recuerda que ya no tenemos veinte años.
Ahora les va bien y yo me alegro mucho. Todo requiere tiempo, el justo o el necesario, pero también debes aprender a ver las ventanas de oportunidad, a golpear la bola con precisión. Creemos que lo más complicado es llegar, pero desconocemos que es sólo el principio. Lo realmente jodido viene después.
La noche de la ciudad ilumina los rostros que salen con un frenesí ya olvidado en mi cuerpo. Subimos la calle de Atocha y nos colamos por uno de esos callejones repletos de bares desconocidos, de barras de granitos, vitrinas de cristal y botellines vacíos. Pedimos dos tercios de Mahou, la conversación continúa y caigo en la cuenta de que aún no está todo perdido, de que lo más básico, que es esto, comer, beber y conversar sobre algo que merece la pena, todavía se puede hacer sin que nos distraiga un sonido.
Vuelvo a casa tras haber resuelto mi mundo, que no el de los demás, otra vez. La vida es un milagro que hay que saber aprovechar. Atravieso la plaza de Oriente en una más silenciosa oscuridad, sin cruzarme con nadie y bajo la vigilancia de un Patrol de la Guardia Civil que custodia el Palacio Real. Regreso al barrio, a los rótulos iluminados y al tráfico que se dirige a la M30. Los farolillos rojos desaparecen de mi vista. Es bueno sentirse familiar con el entorno, aunque no hayas nacido en él.
A lo largo de la existencia, las posibilidades son tantas, que prefiero quedarme con las que tengo hoy en lugar de pensar en el ayer. Cambiar el pasado pesa demasiado. No me arrepiento de nada y eso es lo más importante, porque nada de ese ayer sigue vivo hoy, ni siquiera lo que fui y pude ser. Y es mejor así. Dicen que somos la consecuencia de cómo hemos sido antes, pero se olvidan de la parte que, por suerte, nunca llegamos a experimentar.
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January 20, 2020
Decir no
Madrid es un hormiguero que nunca descansa, ni siquiera de madrugada. En la puerta de aquel McDonald’s de Gran Vía con Montera, le dije que no, que yo me iba a casa y ella a donde le diera la gana. Estaba cansado, no de aquello, sino de seguir despierto tantas horas, y además tenía la cabeza en otro lugar. Le dije, sin pensarlo demasiado, que si tanto merecía la pena, podía esperar unos días.
Porque hace años que lo bueno, lleva tiempo.
Deambular por esta ciudad, sin rumbo fijo, es como visitar un álbum de fotografías antiguas. A menudo digo que esta ciudad me ha dado mucho, incluso cuando no vivía aquí. Antes me daba esperanza, la fe de dejar mi marca a diario, de ser parte del decorado y no limitarme a las visitas esporádicas de fin de semana. También me daba fuerzas para creer que todo era posible, diferente y especial. Las fiestas que nunca terminan, las conversaciones que nunca llegas a tener en otro lado, la gente que nunca conocerías si no estuvieras aquí, los conciertos a los que hubieses podido ir y los bares castizos por los que no te dejarías caer si no los tuvieras tan cerca. Hoy todo eso es posible, lo ha sido y noto que, en cuestión de tiempo, la luz del sol es diferente, lo novedoso se vuelve cotidiano pero, ni por esas, pierde su encanto. Pero, para estar aquí, he tenido que aprender a decir que no a muchas cosas. No sólo a sacrificarme por construir algo de cero, sino también a renunciar a un montón de ideas que no iban conmigo. Decir no, resultó difícil al principio, porque iba en contra de la opinión popular, del entorno, de las ideas preconcebidas heredadas. Pero cuando aprendí a decir no a tantas cosas, me di cuenta de que ya no temía a nada, ni siquiera a los que me habían dicho que no a mí. Con el tiempo, le perdí el miedo a eso que parecía inalcanzable, a las figuras influyentes, y me volví ácrata con los viejos estándares. Me distancié de lo correcto, de la meritocracia y de la actitud de halagar en busca del favor ajeno. Cuando no tienes nada y te preguntan, sólo puedes decir no y seguir tu camino, si no te interesa. Cuando tienes la libertad de levantarte de la mesa cuando quieras, decir no te hace más poderoso. Pero decir no, no significa ser un déspota, ni un imbécil que busca herir a otros. Al contrario. Decir no, simplemente, significa decir no cuando no te interesa.
Paseando por la plaza de Ópera, me pierdo por un callejón para visitar Casa Paco antes de terminar unos recados. Callejeo por el Madrid antiguo, en una mañana cualquiera, y me doy cuenta de que existe una parte que no conozco, aunque la observo de refilón, con timidez para que no salpique. Junto a mí, como completos desconocidos, también caminan los que vinieron aquí porque esta ciudad les daba esperanza para seguir creyendo, para convertirse en famosos actores y actrices, para ser súper estrellas del rock o para que las portadas de sus libros forraran la plaza de Callao. La búsqueda incesante del ser humano por el reconocimiento ajeno, nos lleva a hacer sacrificios impensables. Algunos dijeron basta y renunciaron a sus sueños, otros dijeron sí a todo y lo consiguieron y quizá, unos pocos, quién sabe, se negaron como yo.
Cuando entré al bar, me acordé de esa chica y en el cabreo que agarró cuando le dije que no. No era personal, ni mucho menos, pero me temo que es algo que nunca sabrá.
El problema es que a nadie le gusta que le digan que no, hasta que esto (y todo) deja de importar.
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January 19, 2020
Ley de Pareto
Esta semana le he dedicado muy poco tiempo al blog. El año ha empezado fuerte, con un ritmo muy intenso y me he dado cuenta de que, en realidad, los días son más cortos de lo que había imaginado (cuando tienes mucho que hacer, por supuesto). Generar contenido nuevo, es imprescindible para mantener la presencia, para hacer saber al mundo que sigues ahí, a pie de guerra, pero no es del todo sencillo mantener la constancia.
Por eso, en periodos de intensidad, es crucial entender qué es lo que te permite llevar la vida que llevas y concentrarte en ello. La ley de Pareto, con su 80/20 (o su 20/80, según se mire), me indica con claridad las dos áreas en las que debo trabajar: libros (escribir nuevas historias) y mis lectores (contestar correos, mensajes de Facebook, comprobar anuncios en marcha para alcanzar audiencias). Este es mi 20/80 que, a la vez, consume el 80% de mi día. Curioso, ¿eh?
Pero que no cunda el pánico. He escrito en este blog más de cuatro años y lo seguiré haciendo mientras pueda, ya que refleja, entre relatos, opiniones y experiencias, el proceso de toda mi carrera.
Esta semana he escrito mucho, pero entre bambalinas. Los lanzamientos siempre absorben tiempo. En dos semanas saldrá la tercera entrega de Dana Laine, que completará la primera trilogía, y tengo ilusión por ver cómo funciona. Han sido sesiones muy intensas de café, madrugar mucho y agotar la batería de la tableta digital para evitar distracciones.
Durante el proceso, decidí no probar gota de alcohol porque sabía lo que sucedería después si lo hacía. Me acostaba cansado y me levantaba muy pronto. Así que intenté respetar a mi estómago en todos los ámbitos, sin excesos ni comidas pesadas. He notado cómo los niveles de energía aumentaban cada mañana y la claridad al escribir era mayor. Un sacrificio necesario porque, cuando pones tu físico a pleno rendimiento, no puedes permitir excesos.
Pese al agotamiento, he sacado unas horas para otras actividades.
He terminado lecturas y he empezado otras nuevas que veremos cuándo acabo.
La semana pasada me pasé por la presentación de Y una moto negra, la novela que ha escrito Enrique de la Cruz y que presentó hace unos días en Libros.com. Aproveché para conocernos y, de paso, hacerme con un ejemplar.
También encendí la televisión para airear las ideas y le di una oportunidad a un par de series.
La primera fue YOU. Había leído alguna que otra crítica buena. Empieza fuerte en el primer capítulo: un acosador que trabajaba en una tienda de libros y se cuela por una chica aspirante a poeta con una vida compleja. Nueva York, grandes dosis de ñoñería y poco de tensión hasta el tercer capítulo. Me aburrió y la dejé. Quizá por eso no vea muchas series.
La segunda fue London Spy, sobre un chico que se enamora de un banquero en Londres. Cuando desaparece su amante, descubre que es un agente del MI6 británico. Capítulos largos, pero no decepciona.
Por último, he tenido tiempo para ver The Odessa File, sobre un periodista en busca de los nazis que seguían vivos gracias a la organización Odessa. La película está basada en la novela de Frederick Forsyth.
Sin más, el próximo lanzamiento está a la vuelta de la esquina. Mientras, toca seguir.
La vida es maravillosa cuando se disfruta con lo que se hace.
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January 13, 2020
Restart
Empezamos de nuevo. El fin de año estuvo bien, pero el arranque ha sido duro hasta que me he puesto las pilas. Hace unos días, David, de Cruce de Caminos, me advirtió que tenía problemas para entrar en la página. También lo hizo mi padre. Desde hace un tiempo, parece que hay que tener certificados hasta en la sopa y uno de estos se requiere en la web. Nunca he sido un cerebrito, ni brillante con los aspectos más técnicos de la vida. De hecho, exceptuando la escritura, con el resto de cosas soy bastante torpe (y no hago mucho por cambiarlo). Por suerte, he conseguido solucionarlo y ahora la web funciona de nuevo y sin problemas (creo). Si hay algo de lo que estoy orgulloso, es de aprender en su momento el lenguaje HTML. Todavía recuerdo cuando escribí la primera página web en un 486, con el bloc de notas y un manual de Windows 95. No lo veía como programación, sino como un idioma nuevo. Por alguna razón, los lenguajes no me resultan complicados de aprender, aunque soy consciente del proceso de inmersión. No soy políglota, hablo español, inglés y polaco, y estos dos últimos los aprendí de manera autodidacta, con mucho interés, sí, pero también por la necesidad de comprender el entorno y comunicarme con él. Creo que soy una persona curiosa, nada más. La gente dice que se olvidan los idiomas secundarios si no los usamos, y sí es cierto que perdemos mucho vocabulario que utilizábamos a diario, pero se tarda poco en desengrasar la maquinaria. Con el HTML me pasa igual, aunque me quedara en un nivel muy básico. Todavía hoy es suficiente para entender la matriz y arreglar ciertas cosas. En su momento supe que sería útil y hoy todavía lo es.
Pero como he dicho al principio, he vuelto a empezar de cero, a establecer nuevas rutinas, a ver el amanecer a diario, a escribir como no hacía desde tiempo atrás y a cuidarme, sobre todo. Este año toca superar el anterior, aprender las nuevas normas que dominan los mercados virtuales y experimentar con todo lo que está por delante. Será un año de historias, de hinchar codos y darle fuerte a la tecla, pero estoy entusiasmado.
Por eso, antes de que termine el mes llegará lo nuevo de Dana Laine. Pronto os contaré más.
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January 7, 2020
Cualquier tiempo pasado
Hubo una época en la que era capaz de parar las agujas del reloj. Tan sólo han pasado algunos años, cuatro o cinco, tal vez, pero ahora lo recuerdo como algo lejano. El frío de estos días me traslada a ese periodo en el que todo lo veía como un lienzo difuso y complejo de entender. Estaba escribiendo en mis ratos libres, apenas tenía tiempo para enterarme de lo que sucedía a mi alrededor y pasaba largas horas entre autobuses, tranvías y túneles subterráneos que conectaban las estaciones de transporte con el centro de la ciudad. Sin darme cuenta, ni tampoco desearlo, estaba forjando un carácter que me ayudaría más tarde a entender las pausas, los ritmos lentos y los ciclos del tiempo. Al menos, lo recuerdo así, aunque también soy consciente de que los fines de semana pasaban volando cuando más me divertía. Los inviernos eran largos, tanto, que a veces creía que se iban a comer el verano. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero me quedo con lo bueno y lo aprendido, y de aquellos días recibí unas cuantas lecciones que hoy aún tienen validez.
Busco cafés en Madrid para escribir, con timidez, sin llegar a decidirme por ninguno. Es complicado. Sigo arrastrando el problema de escribir con presencia ajena, como si a los demás le importara un carajo lo que estoy haciendo. Vuelvo a intentarlo por San Bernardo, regreso a la plaza de España y bajo por Princesa después de haberme topado con más de una decena de cristaleras. Manías de un juntaletras, me digo con la tableta bajo del brazo y las gafas empañadas por el vaho de mi aliento.
Pienso en aquellos días lentos, en los que había que escribir en un Starbucks o en una parada laboral, sin excusa alguna, porque podía ser la última vez. Me repito que cualquier tiempo pasado no fue mejor, porque aquel fue lo que fue, pero hoy estoy más tranquilo en todos los aspectos, vivo mucho mejor y mis quejas son las mismas que las que tiene el que se queja por pereza. Preparo café, que siempre ayuda, observo el fuego, las ideas fluyen por mi cabeza y el perro dormita enroscado como un cruasán. Seguimos vivos, que no es poco. Sin duda, cualquier tiempo presente siempre es mejor.
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Miedos
Uno de sus mayores miedos era ser juzgado por el resto.
Nunca hizo nada y terminó convirtiéndose en lo que más temía.
Está en nuestra naturaleza criticar lo desconocido, para convencernos de que es mejor estar donde ya estamos.
Gracias a las redes, podemos conectar con personas que eran inalcanzables aunque, a la vez, cualquiera puede opinar de lo que quiera, sin pensar demasiado en las dos frases que ha escrito, ni en el daño que puede arrastrar con su manifestación. Antes, el comentario terminaba en un bar o en un círculo reducido. La fama duraba segundos o quizá menos. Hoy, puede recorrer el globo en cuestión de minutos y hacernos creer que esa persona dice algo coherente.
Tal vez sea hora de pensar más por nosotros mismos y menos por lo que digan los demás, hora de ser menos frágiles y de fortalecer la única voz que importa, que no es otra que la interior. Hora de juzgar menos a los demás (incluso a los que opinan) y dejarlos pasar como esa hoja seca de otoño, arrastrada por un fuerte viento. Hora de ser más íntegros y no la imagen deforme que queremos proyectar, como la que vemos bajo el agua de una piscina.
Los miedos siempre van a existir, pero quizá sea la hora de que la opinión ajena no forme parte de ellos.
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