Pablo Poveda's Blog, page 24
November 22, 2019
Grados de separación
La ciudad ya no me parecía tan grande con el estómago lleno. Regresaba a casa paseando, cruzando Colón y dejándome caer por Alonso Martínez para llegar hasta mi bajada. La caminata comenzaba a resultar familiar. El Café Comercial ya no me sorprendía, ni tampoco saber que Fuencarral era una de esas calles. Bordeé la frontera de Malasaña, mirando hacia abajo, hacia la nada en la que se perdían sus calles en una tarde gris y nublada. Un avión cruzó el cielo y me paré a pensar. En ese avión iba yo, en algún otro momento de mi vida. En ese avión habíamos viajado todos alguna vez. Y lo mismo sucedía con los rostros desconocidos que pasaban por mi lado. Desconocidos para mí, familiares para otra mucha gente. Con calma, bajé por San Bernardo para callejear hasta la plaza de España. El paisaje cambia con mi recorrido, así como las tiendas, los bares y la gente que frecuenta estos. Pensando y pensando, me fijaba en las expresiones de los viandantes. A veces, me da la sensación de que son demasiado serias, como si se les debiera algo, como si mostrarse fuerte fuera un signo de algo. Lo he visto antes, en otras ciudades grandes. Sobre todo, en las capitales. Cuando me quise dar cuenta, estaba perdido. Había tomado una subida que no era la habitual y, aunque conocía la zona, nunca antes había pasado por esa calle. Decidí aventurarme, perderme por unos minutos -tarde o temprano iba a llegar a mi destino- y ver qué había por allí. Descarté todo establecimiento que albergara una palabra en inglés, que llamara cupcakes a las magdalenas y que tuviera muebles demasiado modernos. Me decanté por un lugar bastante minimalista, casi vacío y con poca gente. Sonaba jazz de fondo, supongo que una lista de Spotify, y caí en la cuenta de que no tenía barra en la que sentarse. Horror. Me acerqué al mostrador y pedí un café solo. La camarera tenía un rostro amigable, simpático. No era su primer día, puesto que se mostraba tranquila. Yo sólo quería un café que me sacara de la modorra de la digestión, y así olvidar el entrecot de buey que me había metido en el estómago.
—Ahora te lo sirvo —dijo.
—No hace falta. Si me lo voy tomar de un golpe.
—¿Lo quieres para llevar? —preguntó confundida. Qué carajos, pensé. La falta de un espacio, ya fuera de granito o de zinc, lo volvía todo más complicado. No quería un café para llevar, ni un vaso ridículo de cartón. Quería tomarme el café y largarme, sin sentarme en ninguna mesa. Me daba pánico quedarme dormido allí.
La miré de nuevo y su rostro me recordó a alguien. Quizá a una vecina, a una exnovia o a alguien con quien ya había hablado antes. Por su mirada, supe que estaba equivocado, pues no existía ningún brillo de complicidad, de decir yo a ti te conozco. Finalmente, con mi torpeza, le saqué una sonrisa. Por supuesto que habría sido más sencillo sentarme, tomarme el café y salir de allí, pero la sangre no llegaba a mi cabeza. Esperé a que lo sirviera, me lo tomé, dejé unas monedas y me fui.
No volvería por ese sitio. No por ella, ni por el café, sino por la ausencia de barra. Poco después me encontré de nuevo en la plaza de España. Territorio conocido. Suspiro de tranquilidad. Pensé en esa chica, pero su rostro se volvía difuso y lejano. Esa chica podía ser cualquiera: la del avión, la del piso de al lado, la de la cafetería o la misma que cruzaba con el rostro estirado. Dicen que existen siete grados de separación, como máximo, entre dos personas. Yo creo que existen menos y que la única separación es el miedo que tenemos a preguntarle el nombre a un desconocido.
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November 20, 2019
Sonriente
Sonriente aunque el cielo esté gris y cargado de nubes. Camino solitario por la Gran Vía, en una mañana fría que parece no interferir en la jornada de las personas que se mueven con un paso más ligero que el mío. Paso por la cristalera de un bar y miro hacia el interior. Hay jamones colgados, una barra metálica, camareros que sirven desayunos y ciudadanos que hacen una pausa para llenar el estómago. Entonces, en un rincón de esa barra, a lo lejos, veo un destello y vuelvo a sonreír. Me doy cuenta de que he tardado trece años en materializar un sueño. Me imagino a mí mismo, junto a mis amigos de la banda, en uno de aquellos viajes desordenados en los que éramos todavía ingenuos, capaces de todos, hambrientos por comernos el mundo. Tal vez tocáramos en algún tugurio de Plaza de Castilla o fuéramos de camino para ver a otros amigos actuar. A la cabeza me viene una imagen de los tres, apoyados entre cervezas, sujetando bocadillos de jamón serrano, inconscientes de que los sueños podían ser algo más que una ilusión pasajera.
Hoy, con más canas, más miope, con algo menos de pelo y una barba cerrada que se vuelve blanca por la zona del mentón, recuerdo de forma vívida cuando me dije que algún día viviría en esta ciudad. Pensé que llegaría antes y aquel pensamiento se guardó en algún cajón de mi mente, dejándolo para más tarde mientras recorría Europa, me embriagaba de vida, de barras de labios y noches de luces de colores y alcohol barato. Tras dar vueltas y vueltas, la ocasión se presentó cuando los cabos se ataron, los caminos se cruzaron y las piezas que faltaban completaron el rompecabezas. Y todo fue tan sencillo que ni siquiera paré a pensar en lo que estaba ocurriendo.
Sin ser consciente, a la vez que cumplía años, había dejado atrás el horario de oficina, las esperas de autobuses y metros; los romances que no significaron más que una página de relleno; los que marcaron un capítulo de inflexión en la trama de mi vida. Me había desprendido de todo, como si fuera un serpiente cambiando la piel, para ser totalmente libre. Nunca he creído demasiado en el destino, aunque debo reconocer que hay misterios de la vida que son maravillosos. Todo llega, ya lo creo que llega, cuando existe una intención. Y la mía siempre ha sido vivir al máximo acorde con mis principios.
Por eso hoy sonrío, porque ya puede estar nublado y hacer un frío del carajo, que nada ni nadie me va arrancar de este momento. Si hemos llegado enteros hasta donde estamos hoy, significa que lo anterior mereció la pena.
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November 19, 2019
Mis herramientas para escribir
Mucho hay escrito sobre aplicaciones para escribir (y yo también he escrito algo al respecto). Desde hace tiempo, busco la funcionalidad, lo práctico y lo sencillo. Es esencial que pueda escribir en cualquier dispositivo, sin tener incompatibilidades o problemas con las versiones del software. También es necesario que pueda acceder a los documentos desde un teléfono o un tablet.
Cada persona tiene sus aplicaciones. En realidad, cualquier procesador de textos serviría, pero yo tengo mis favoritos.
Uso un ordenador de Apple, me importa muy poco el sistema, aunque reconozco que me hacen mucha gracia las guerras entre defensores y detractores de ciertos dispositivos. Los he usado todos y no tengo aprecio por ninguno. Para una persona que escribe, es importante que la máquina funcione, sea estable y le aguante la batería.
Desde que escribir se ha convertido en un trabajo diario, intento utilizar programas que estén alojados en la nube. Así, en caso de catástrofe, mi trabajo sigue en alguna parte.
Como una de mis premisas es que lo pueda hacer todo desde un navegador, Writer es un buen bloc de notas para redactar textos a diario. Es gratis, tiene ese toque de verde sobre negro y cuenta las palabras. Si estoy escribiendo desde la tableta, también uso Evernote, porque se sincroniza y puedo acceder desde cualquier parte.
Los tiempos me los marco con Tomato Timer.
Cuando se trata de una novela, me decanto por Google Docs. Es lo más sencillo (para mí) y tengo todo lo que necesito: un procesador de textos y un programa de hojas de cálculo. En el pasado, he probado Scrivener y algunos programas similares (que no estaban a la altura). Son herramientas estupendas, pero me basta con hacerme una hoja de cálculo para desglosar mis ideas y ordenar la trama. La razón por la que uso Google Docs y no Office o LibreOffice es porque soy un vago y Google me lo pone muy fácil.
Finalmente, a la hora de diseñar la versión física y digital de la novela, sigo apostando por Reedsy. Es fácil de usar importando el documento docx (hay que marcar los números de los capítulos como títulos y separar los saltos de página con tres asteriscos, pero ya está) y tienes ambas versiones en un par de clics. También te permite reordenar los capítulos (como Scrivener) y darle los últimos pespuntes a la historia.
Para las portadas, delego el trabajo a un diseñador, pero he usado Canva en el pasado.
En realidad, este artículo es innecesario. Una historia se escribe poniendo palabras sobre la página. Hay aplicaciones que nos ayudan a guardar el progreso, pero escribir es cosa nuestra.
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November 18, 2019
Planificar el golpe
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Todavía queda, pero estos últimos años he aprendido que es un error dejarlo todo para el final (o para el principio). Planear el año siguiente requiere, nunca mejor dicho, tiempo.
Mi perro Pancho hará en breve dos años. Aunque comencé a escribir antes de que él llegara, hemos compartido largos paseos y sesiones de escritura desde que custodia mi escritorio. Y espero que sean muchísimas más.
Este 2019 ha sido otro gran año de sorpresas. Tuve la suerte de vender los derechos de mis audiolibros a Word Audio Publishing y hoy son una realidad (de momento, en Storytel, aunque muy pronto en más plataformas). Nunca pensé que podrían voz a mis historias. Por otro lado, a principios de año, tuve la bonita experiencia de impartir un curso de escritura y publicación en la Universidad Miguel Hernández, lo cual fue estupendo y lo recordaré con cariño. Me trataron de diez. También pisé las oficinas de Amazon España por primera vez, tras haber sido finalista en 2018 del Premio Literario que organizan con El Doble. Este 2019 no pudo ser, pero seguiremos erre que erre. Entre evento y evento, aproveché para visitar Dubái, Varsovia y despedirme de Lisboa por una temporada. Eso sin contar los largos viajes cruzando la Meseta para llegar a terra nostra (la Costa Blanca) o mi retiro de un par de meses en la campiña alicantina.
He escrito unos cuantos libros aquí y allá, sin dejarme vencer por la presión cuando ésta asomaba por encima del hombro. He descorchado montones de botellas de vino, he aprendido a mejorar en muchos aspectos y he visto cómo el verano se convertía en otoño en Madrid. Dicen que he sobrevivido un año en la capital pero, en mi opinión, no me ha supuesto ningún esfuerzo. Más bien al contrario. A diferencia de lo que mucha gente piensa, mi jornada laboral no es muy diferente a la de cualquier persona normal. Porque es lo que soy al fin y al cabo.
En una frase: me he divertido mucho. Y quiero seguir haciéndolo.
Queda mes y medio para zanjar el año y aún tengo un par de proyectos abiertos a los que enfrentarme. Pero no todo ha sido un camino de rosas. En 2018 tuve que apretar el culo a la silla y entender qué estaba pasando: cambios en Facebook y Amazon, nuevos modelos de publicidad y el fin del tráfico orgánico. La consecuencia es que he aprendido más de lo que pensé a principios de año que aprendería. No sólo a optimizar y escalar resultados, sino también a tener un conocimiento más profundo de los datos que manejo a diario. Quién me diría que Excel y yo terminaríamos teniendo una bonita amistad. Así que cualquiera puede. El saber no ocupa lugar y este juego requiere estar en un proceso constante de aprendizaje.
Así que tal y como ha quedado el año, me temo que el próximo estará lleno de sorpresas de todo tipo. Quien empiece en estos lares, tendrá que ponerse al día. La mayoría de tácticas han dejado de funcionar. El ecosistema evoluciona. Hay mucho por absorber, pero todo es parte de un proceso a largo plazo, de una carrera de fondo. Poco a poco se entienden los números de la matriz. Quien se niegue a toquetear lo desconocido, pues… será cosa suya.
Por mi parte, seguiré escribiendo, mejorando en cada historia, publicando con más calidad consciente de cuál es mi posición en el tablero. Algunos proyectos verán la luz y otros no. Seguiré aprendiendo (un poco de lo mucho que me queda), arriesgando, fallando y ganando. Pero, sobre todo, me seguiré divirtiendo, porque de eso se trata en la vida, después de todo.
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November 15, 2019
Recta final
No lo había planeado. Es curioso, pero la misma semana que se publica ‘La Dama del Museo‘, hago un viaje exprés a Elche, mi ciudad, y pienso en lo raro que va a ser ver el busto íbero por todas partes, sabiendo que ahora tiene otro significado (en mi imaginación, claro). Cierto es que han sido unos días intensos, de concentración, preparación de correos, campañas de publicidad… pero felices. Gratificantes por hacer, una vez más, que mis historias vean la luz y sean acogidas por vosotros. ¿Qué más se puede pedir? Por mi parte, nada. Cuando la novela sale a la venta, es vuestra. Lo único que puedo hacer es esperar a los comentarios y ponerme a trabajar en lo siguiente. La carrera del escritor (la mía, al menos) es así. Escribir me mantiene a flote, me ayuda a seguir rígido y sereno. Los lectores hacéis que esa escritura tenga significado. Y así la rueda gira y gira. El autocontrol es la clave de todo. Lo digo porque lo sé y porque, en esta vida de tiempos muertos, es muy fácil desvariar y dejarse llevar por las luces brillantes de la noche, la nocturnidad que nunca acaba y esos pequeños diablos que posponen lo inevitable un día tras otro. La edad no perdona y es vital recordar eso de mente sana en cuerpo sano.
Ahora sí, encaramos la recta final del año.
Ya en mitad de noviembre y con este frío que indica que no hay vuelta atrás, sólo queda aprovechar el rebufo, antes de que se me enfríen los dedos y la pereza invernal se apodere de mí. Estoy feliz por haberlo hecho de nuevo. Feliz de seguir haciéndolo. Y ahora sólo me queda esperar que también seáis felices al reencontraros con Caballero. Podré ser un pesado, pero la gratitud nunca está de más. Que tengáis un bonito fin de semana.
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Enlaces a mis libros
Por algún motivo que desconozco, estos días he tenido problemas para actualizar la sección Libros de mi página. Pido disculpas y dejo aquí los enlaces que faltan. Mientras tanto, intentaré solucionarlo lo antes posible.
Serie Gabriel Caballero
Serie Don
Serie Dana Laine
Serie Rojo
Trilogía El Profesor
Otros:
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November 11, 2019
Pensamientos y desafíos

Doy un paseo por el barrio y observo que hay quien ya tiene puestos los adornos de Navidad. Todavía falta más de un mes, pero parece que quieren olvidarse del frío y centrar los pensamientos en compras, regalos y demás quehaceres. Nubes bajas que ya no me afectan. No me siento decaído, sino más bien fuerte como un roble. Esos días de hastío se solucionaron con un buen chute de motivación. ¿Cómo? Marcándome nuevos desafíos. Los diarios están llenos de artículos con fórmulas para la pérdida de peso: dietas, alimentación, hábitos… Todo eso está muy bien, no lo pongo en duda, pero pasamos más tiempo escuchando lo que dicen otros, que conociéndonos a nosotros mismos. Y esto es esencial. Aterra al principio, porque cuesta aceptar algunas verdades que hemos intentado evitar con los años, poniéndonos máscaras o buscando a alguien que nos dijera que eso no era así. Pero luego se hace llevadero.
Con los años he aprendido a entender esa brújula interna, su funcionamiento. Hay cosas que me interesan y otras que no.
Hay actitudes con las que me identifico y otras con las que no. Y no le doy más rodeos, pero corto en seco a quien pierde su tiempo y su energía en convencerme de ello. Detesto que me hagan perder el tiempo.
La vida está hecha para aprovechar cada segundo.
Hay cosas en las que pienso, pero a las que no le dedico demasiado esfuerzo, porque no siento esa fuerza abrasadora que me ha llevado a realizar otras acciones en la vida. Muchas veces me imagino en una casa cerca de un lago, escribiendo, tomando vino en el atardecer, rodeado de bosque y silencio. En algún momento, sé que pasaré una temporada en alguna, pero es un deseo que está ahí, bien lejos. Me gusta demasiado la ciudad. También pienso en esa vecina con la que me encuentro los días impares cuando regreso de pasear al perro. Tiene el pelo largo, liso y negro como el carbón y un acento del sur de la Península. No sé muy bien de dónde, pues al principio ni saludaba, pero las buenas formas no tienen rival y, ahora, ya sonríe, dice hola y da las gracias. Es bonita y parece simpática. No debemos llevarnos muchos años. Después subo las escaleras y me olvido de ella hasta que me la vuelvo a encontrar días o semanas más tarde. Pequeños momentos que deben quedarse ahí, en el rellano de un edificio.
Y así con muchas otras cosas más.
Con tanta distracción, no hay quien se centre, por eso me pongo desafíos que marcan mis prioridades cada día. Sin más vuelta, trabajando por ello para exprimir todo el jugo de la naranja. Porque lo demás son gotas de lluvia en un impermeable que resbalan o se secan cuando sale el sol.
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November 9, 2019
Hazlo por ti, porque sí
Busco el sol en una mañana gélida como la de hoy. Persigo aquello de lo que huía meses antes. Recorro el Templo de Debod y parte de Argüelles mientras escucho un programa de radio sobre escritores pulp. Fin de semana tranquilo, de lecturas, de retoques finales, de escribir un poco a mano y también sobre el teclado. Rara vez me resisto a según qué pecados, pero ayer tuve que decir no a esa cerveza a la hora de la cena, fuera de casa, entre ruido, zinc y embutido ibérico. Me gusta escribir historias y conozco cuál sería el final de esa. Una cerveza con el destino marcado en el fondo de la botella. Una cerveza que se habría transformado en un vaso ancho, con hielo y destilado de Tennessee.
El café se ha vuelto en una necesidad cada mañana. Repaso las notas que tomé hace unos meses en el cuaderno y tacho proyectos terminados o caídos, también nombres de personas a las que ya no quiero conocer y títulos de libros que he terminado. Comienzo una lista, una nueva.
Hace unos días, me subí a un taxi. Era de noche y había poco tráfico. Madrid tenía el color de las farolas, los luminosos de los establecimientos y el resplandor de la luna. Sonaba una canción antigua que me llevó a mis años de universidad. La conversación giró y hablamos de esos grupos que, por entonces, triunfaban, y el conductor se preguntó qué habría sido de ellos. Probablemente, seguirían, de un modo u otro, aunque la industria les hubiese dado de lado. O no. Ninguno de los dos lo sabíamos, aunque él ya había dictado su veredicto colocándolos en el fracaso.
Cuando llegué a mi destino, me despedí y me pregunté lo mismo, pero pensando en actores, en escritores y en esos éxitos livianos que no duran más de un mes, o de un año. Lo importante no es llegar, sino permanecer. Siempre he sido muy individualista y poco zalamero, por lo que nunca he sentido un fuerte interés en caerle bien a otra persona. Eso no te asegura nada. Hace años que me resbala bastante lo que piense de mí la gente, tanto para bien como para mal. Supongo que estar a la sombra durante un tiempo prolongado, te ayuda a contemplar los efectos de los rayos. Caminas más ligero y a diario te centras en lo que realmente importa. Tu vida, tu familia y tus amigos, dándole el significado que cada cual considere a cada cosa. Llegado a un punto, sólo me preocupa lo que opino yo (que puede ser nocivo, a veces) y lo que tienen que decir mis lectores (que suele ser lo más valioso y constructivo para seguir avanzando).
Después pensé en mí, en el otro lado, en lo que no se ve, ni se escucha, pero que está ahí, constantemente. Sonreí como un bobo, sabiendo que hacía lo correcto, consciente de que a los treinta no tenía por qué madrugar nunca más, si no fuera por iniciativa propia o por el Border Collie que me acompaña y que me recibe cuando llego a casa. Palos con gusto no duelen. Pero ni que fuera un sacrificio. Que mis únicas preocupaciones sean esa y la de escribir, ya me dice bastante.
El otro día leía una de esas citas de Instagram, que tanto gustan a la gente, que decía que el éxito es hacer lo que te gusta cada día y encima vivir de ello. Pues éxito, no lo sé, porque es una palabra tan manoseada que, para mí, ha perdido el sentido. Pero tranquilidad, un buen rato.
Hay que vivir en calma, dejando la vanidad a un lado y esa búsqueda de aprobación ajena, que no sirve de nada, y trabajar un poco más por tumbar lo que (algunos llaman defectos) se resiste, aquello en lo que no creemos del todo. Vive y dejar vivir a los demás, pero quédate con quien te llama por teléfono, quien escribe de cuando en cuando preguntando si todo va bien, quien se alegra por verte feliz. Pero no hay que olvidar que a la única persona a quien le debes algo es a ti. Porque si no lo haces tú (eso que sea que quieres), por mucho que otros lo deseen, nadie lo hará.
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November 7, 2019
Llamar la atención
Una semana agotadora. Sienta bien el trabajo realizado, saber que estás avanzando, aunque no lo veas. Reduzco las horas de sueño, escribo, respondo correos y doy largos paseos con y sin mi perro. Cruzo Alonso Martínez en una fría tarde otoñal que se acerca al invierno. Giro el rostro, dejo atrás esas calles que bajan por Malasaña y me acuerdo de un yo, más púber, perdiéndose entre las baldosa, doce años atrás.
El camino a casa es largo, pero no me importa. Nunca me canso de ver los rostros de la gente, ver hacia dónde van. También me fijo en las fachadas de los edificios, en sus balcones, en los rótulos luminosos de los bares y las tiendas de ultramarinos.
Llego a la terraza de un bar, una cafetería de esas donde guardas ciertos momentos importantes en tu vida -y por ende, le tienes cariño-. Repiten caras, conocidas a medias. Conversaciones que hoy suenan distinto. Una, es casualidad. Dos, hay que prestar atención. Pesos pesados de una industria en problemas. Escucho un rato, a medias, luego cambio de frecuencia. Intercambiamos miradas.
Las mías de curiosidad, las suyas de desprecio. Saben quién soy y yo sé quiénes son ellos. Por suerte, tengo muy claro hacia dónde voy y la conciencia tranquila por lo que hago, por lo que no me importa comer solo.
Hay quien piensa que hacer ruido es la mejor forma de que te escuchen, pero yo soy de los que prefiere las palabras para escribir y los actos para manifestarme. Nadie se para a escuchar una mosca, pero todos miran atentos al lobo cuando se deja ver.
Es necesario enterrar el ego y la vanidad que tocan a nuestra puerta de cuando en cuando, buscando esa aprobación ajena que no sirve de nada. Si quieres hacerte notar, da lo mejor de ti y no pienses en ello. Los más famosos nunca se esforzaron por llamar la atención.
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November 4, 2019
Cuando yo iba mucho al Starbucks
Sabía que llovería, así que salí antes de hora a pasear al perro y tomar el fresco. Eran las cuatro y media de la tarde, una hora poco habitual para mí. El parque estaba desierto, el viento soplaba y, desde lo alto del Debod, podía ver las nubes negras que se acercaban.
Me fijé en los árboles, en la colorida estampa otoñal y me di cuenta de que el frío había entrado sin avisar. Bajé la escalinata de piedra con mi fiel amigo, bordeé el barrio y entramos en casa. Preparé café y las tripas me rugieron. Era cosa de la temperatura. El frío siempre da hambre.
Entonces recordé aquellos días glaciares, de cielos grises y nieve bajo mis pies. Me paré a pesar en que llevaba años sin pisar un Starbucks. En España no me llaman la atención. En el extranjero era un habitual.
Si en el pasado, los escritores famélicos iban a los cafés porque tenían radiadores y se resguardaban del frío, en los tiempos modernos, aquellos cafés eran franquicias cafeteras, al menos, para mí.
Recuerdo pasar allí días, tardes enteras, escribiendo, leyendo en mi Kindle o, simplemente, resguardándome del frío mientras esperaba a alguien. Ese café aguado de medio litro, que pedía para echarme algo caliente al estómago, hoy me trae buenos recuerdos. Esos sándwiches recalentados, con rúcula y queso fundido, que alimentaban un sueño que no tenía vuelta atrás. Esas camareras que me llamaban por mi nombre, en voz alta, cuando el café estaba servido, a pesar de no conocerme de nada. Me pregunto cómo algo tan mundano puede significar tanto.
Sin embargo, a pesar de pasar horas en los cafés, nunca me ha funcionado escribir con personas alrededor. Ni allí, ni aquí, pero aquello era un gesto de supervivencia y hoy estoy en otro entorno. Si tengo gente, me bloqueo. Siento que miran lo que hago, aunque no sea así. Cuanto más me alejo de la compañía, mejor se me da. Por eso me vuelvo tan productivo cuando paso meses alejado en la campiña alicantina.
Termino estas palabras con un hambre atroz por comerme uno de esos emparedados. Pero mejor dejarlo en el recuerdo. Nunca vuelve a ser lo mismo y eso se transforma en una decepción.
Prefiero encontrar una nueva razón por la que ir al café, aunque no sea escribir. Prefiero decir que estuve allí, en algún momento de mi vida, y estuvo bien, pero ahora me decanto por otros lares. Y, aunque hablo de cafés, podría también hacerlo de personas. En el fondo, se trata de aprender a gestionar los recuerdos.
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