Pablo Poveda's Blog, page 26

September 25, 2019

Mirando al pasado… de refilón

Calle Miodowa, Varsovia. 

 


La bandeja de entrada del correo electrónico rebosa de mensajes sin contestar. Pienso tomármelo con calma, al menos, hoy, ya que arrastro un pequeño resfriado que me he traído del Báltico.


Estos días he aprendido a desprenderme de la urgencia, a parar las agujas del reloj, para después comprobar que nada es tan importante como el momento presente.


Una de las mañanas por Varsovia, decidí recorrer los lugares que habían tenido alguna importancia en mi vida. Por supuesto, no tuve tiempo para visitarlos todos, así que tuve que priorizar. Me sentí extraño, lo reconozco. Pasear por un lugar que conoces como si fuera tu casa y, pese a todo, no eres más que un turista. Que estuvo allí, sí. Pero un turista.


La calle Miodowa es la de la foto. Mi primera residencia (hablé de ello en otra entrada hace un tiempo).


De ahí salieron ideas, historias y más de una amistad. Frente al tejado rojo de la vivienda, estaba el portal que daba entrada a la ‘kamienica’ en la que vivía (en español sería una corrala). Apenas duré un año en aquel sitio, el cual fue bastante intenso, pero tuve tiempo para escribir La chica de las canciones y Varsovia era una fiesta, así como un puñado de relatos que jamás vieron la luz. No lo tenía del todo claro, pero era feliz cada mañana. Y eso era lo mejor. El horizonte estaba cargado de una niebla espesa que me impedía ver más allá del día a día. Sin embargo, viví como un beatnik, exprimiendo cada gota de vida con toda la intensidad posible y metiéndome en situaciones de las que fui salvado por algún ángel bendito.


De eso hace ya siete años y, por entonces, creía vivir el gran sueño de ser escritor -a pesar de que eso, económicamente, no llegaría hasta cinco años más tarde-, pero reconozco que, para tener veintidós años entonces, le eché agallas arriesgándolo todo, sin importarme el qué.


Regresé a caminar por las baldosas de la calle que tanto me había dado al principio, a pesar de no conocerme de nada. Posiblemente, quien habite hoy poco sabrá de los sentimientos de amor, rabia, impotencia y, en muchas ocasiones, incertidumbre que hay impregnados en las paredes. Pero yo sabía que seguían ahí, que sólo necesité acercarme unos metros para volver a visionar esa película en mi cabeza y darme cuenta de que, sin esos momentos -y otros muchos que vendrían después-, no me habría convertido en quién soy hoy y que, por esa misma razón, forma parte de una piel de la que ya me desprendí.


En ocasiones, no conviene volver a probar los sabores del ayer, ni repetir las experiencias pasadas, a no ser que no nos quede otra opción. No se trata de olvidar, sino de seguir caminando, mirando hacia delante y no hacia atrás. Sé que suena fácil, pero es más difícil de aplicar de lo que nos pensamos.


Ya nos lo dijo Jorge Manrique:


«Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor»


Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.


Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.


Si te ha gustado, ¿podrías darme diez o veinte aplausos para llegar a más gente?


También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma


Facebook: /elescritorfant


La entrada Mirando al pasado… de refilón se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 25, 2019 01:44

September 24, 2019

Eso que fuiste y ya no eres


 


Vuelta a la ciudad, a los rótulos escritos en la lengua madre. Vuelta a ver rostros conocidos y sentir olores familiares. Reconozco que hacía mucho tiempo que no me tomaba una pausa de diez días seguidos, de esta manera, sin apenas estar frente a la pantalla. Pero ha sido más que necesario. Regresar a Polonia, no sólo ha servido para reencontrarme con quien fui un día, hace siete años, y de quien no queda nada; sino también para entender cómo, a tres mil kilómetros de casa, uno se puede también sentir en el hogar. He hablado polaco, he disfrutado paseando por las calles, he ido hasta los apartamentos en los que escribí las primeras líneas y me besé por primera vez en la capital. Pero también he tenido tiempo para viajar por el norte, descubriendo una parte del país que desconocía, desconectando entre cocina tradicional, cervezas artesanales y, por supuesto, mucho whisky. Así que disculpad si no he respondido con tanta urgencia como suelo hacer, pues no tenía medios, ni manera.


Siento dentro de mí que, además un puñado de historias, me traigo un montón de reflexiones que, tarde o temprano, se transformarán en párrafos, diálogos y pensamientos de novela. No me cabe la menor duda. Sé cuándo algo bulle y, si me fui de aquí con el alma pidiendo una pausa, regreso con los dedos preparados para escribir sin cese.


Sin duda, a veces es bueno regresar al lugar donde comenzaste eso para darte cuenta de que ya no queda nada de lo que fuiste.


La entrada Eso que fuiste y ya no eres se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 24, 2019 04:20

September 10, 2019

Madrid y la noche de los actores

[image error]


Esta ciudad es un lugar mágico para los tipos, como yo, que se pierden con facilidad cuando se pone el sol, los rótulos reflectantes de los bares iluminan las aceras y las sirenas de los coches patrulla pintan la Gran Vía de color.


Había quedado con un buen amigo. Nos conocimos en tiempos remotos, en los que ambos empuñábamos una guitarra y los teléfonos se abrían para poder hablar. Han pasado ya años de aquello. Conocí a varias de sus novias y nos dio tiempo a colgar los instrumentos para agarrar un teclado. Hoy es crítico de cine y yo cuento historias con cierta particularidad, pero ambos nos dedicamos a echar horas y horas frente a la pantalla. Por eso, cuando nos vemos, lo que iba a ser una cerveza, tan sólo es un comienzo.


Quedamos a las siete, hicimos recuento, como en una de esas charlas sin un objetivo claro, pero que encadenan con otras cosas y terminan preguntando por las últimas vacaciones. Después de unos tragos en una terraza de Malasaña, optamos por dejarnos caer por las grietas del centro de la ciudad. Mientras comentábamos lo duras que se ponían a veces las cosas, me fijé en la sonrisa de las chicas que se cruzaban al pasar. Esa sonrisa que aún despide el estío, con ganas de entrar en el otoño y abrazarse a alguien tras una ventana de cristal y junto a una chimenea. Me vi tentado por entrar en otro bar y busqué alguno con solera, de retaguardia, un buen tugurio, vamos. Uno de esos bares en los que no quieres encontrarte a nadie conocido, a pesar de que estás solo en la ciudad.


El pintoresco lugar, con una barra de aluminio que rodeaba el amplio local, tenía jamones y chorizos colgados, bufandas del Real Madrid, vajilla antigua y un televisor. De fondo sonaba reguetón y nosotros formábamos la otra mitad de la clientela. Pedimos más cervezas, comimos jamón serrano, croquetas y un poco de tortilla de patatas. Sin saber muy bien cómo, el reguetón dio paso a hits de los ochenta para culminar con Led Zeppelin. Las horas pasaban, en la trinchera, las risas se acumulaban, así como las anécdotas de dos buenos personajes de libro con un puñado de historias detrás. Finalmente, cuando estábamos a punto de pedir la última, reconocí algunas caras. Por supuesto, ellas no supieron quién era yo, por una simple razón: eran famosas y yo no.


Sin mencionar nombres, entraron en grupo muchas caras conocidas. La mayoría había puesto vida a las series de televisión de mis años mozos. Algunas, hoy desaparecidas. Otras, llenan las portadas de Netflix. La música quedó atrás con el bullicio. Los actores más jóvenes aparecieron detrás, con sus selfis constantes para decirle a todo el mundo que estaban juntos. Y nosotros detrás de la foto, en un extremo de la barra, observando aquel curioso espectáculo como si nos encontráramos en el interior de una pecera.


Fue divertido, no lo voy a negar. Pedían botellines de Heineken y reían como si vinieran del último baile de graduación. Aquella barra de aluminio fue lo más cerca que he estado de alguien de la tele, que yo crea recordar.

Tomé algunas notas que me vendrían bien para las novelas. Imaginé a mis personajes allí en medio y pedí la cuenta para salir de aquel sitio y regresar a la realidad.


Mi amigo trabajaba al día siguiente y era hora de poner fin al principio de una espiral nocturna, por la que yo estaba dispuesto a dejarme enroscar. Antes de despedirnos en plena Gran Vía, me fijé en esos rótulos que seguían encendidos, en el mogollón de gente que, a medianoche, atraviesa la arteria madrileña. Ruido, coches, exaltación y feromonas. Sonreí feliz por esa clase de momentos. Una chica, con un vestido azul imposible, le pedía a su amiga que le hiciera fotos en una esquina. A escasos metros de ella, un pelotón nocturno esperaba a cruzar el paso de peatones.


Quién sabe lo que hubiera sucedido, si mi amigo hubiese tomado otra decisión, pero no importa. A veces, un breve recuerdo vale más que no recordar nada.


Bajé hasta la plaza de España y tomé dirección a mi casa, notando cómo el ruido menguaba, así como la gente y la vida, y la normalidad volvía a su forma. Mi sombra se hizo más pequeña hasta desaparecer en un portal y, mientras tanto, no muy lejos de allí, los actores seguían bebiendo y riendo en aquel bar de barrio sin más pretensión que la de sus clientes.


La entrada Madrid y la noche de los actores se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 10, 2019 03:02

September 9, 2019

Exprimir el zumo de la naranja

[image error]


Los días pasan rápido. El ruido de las obras me despierta, recordándome que es lunes, que es momento de ponerse en marcha y dejar los tiempos muertos bajo las sábanas para otro momento. Me cuesta salir del colchón. Preparo café y tomo algunas notas en un cuaderno que está pidiendo el cambio. De pronto, me viene a la mente la imagen de unos días atrás. Era de noche.


Me trasladé hasta Chamberí para buscar un bar en el que conversar, sin más. De pronto, me di cuenta de lo viejo que me había hecho, al comprobar que la efervescencia juvenil tenía cara de universitaria, de colegio mayor y juergas hasta las siete de la mañana. En otra ocasión, me hubiese gustado acariciar con los dedos el espíritu, pero supongo que me sobrepasó el exceso de hormonas en el aire. Finalmente, no muy lejos de la Ardosa de Santa Engracia, encontramos una barra. Era un bar para beber, ya que comida había la justa. Allí sentado, pegué un barrido visual y me di cuenta de la cantidad de chicas y chicos que había en el local. Más ellas que ellos, todas bonitas y bien arregladas para comerse la noche. A esas horas, el cielo estaba oscuro y me imagino que por sus cabezas, podría pasar cualquier cosa. Más tarde, entre alcohol y sonrisas, quién sabe lo que ocurriría. En algunos casos, nada. En otros, conocerían a la persona de su vida, que después se convertiría en esposo, o en un error temporal. Algunas personas tendrían una noche de pasión en un estudio recién alquilado o en el portal del edificio, a plena luz de la luna.


Las posibilidades era tantas como uno deseara imaginar. Hace diez años, existían tantas distracciones como hoy, pero el teléfono aún no se había convertido en una extensión completa del brazo. En mi época -que suena esto a lustros pasados-, aprendí a coger la naranja y beberme todo el zumo, hasta que no quedara ni gota, sin plantearme, antes de hacerlo, si había otra naranja más grande y perfecta. Por supuesto, si iba a poner empeño, enfocaba mis esfuerzos.


De vuelta a casa, me pregunté si en estos tiempos extraños, con tanta exhibición constante y necesidad de atención, con tanto deseo por catálogo, serían capaces de disfrutar el momento al completo, sin preguntarse si existe algo mejor. Porque siempre lo habrá, no me cabe duda, pero eso no será lo que llene el estómago, ni tampoco el corazón.


La entrada Exprimir el zumo de la naranja se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 09, 2019 01:37

September 8, 2019

Integridad

[image error]


Hace un año que puse un pie en Madrid y aquí sigo. Lo bonito de tener un blog es que puedo echar la vista atrás, leer lo que escribí en su momento y hacer balance. Parece una frase más, si no fuera porque sé lo mucho que significa para mí, haciendo lo que hago, viniendo de donde vengo y dedicándome a lo que me dedico. Una cosa es escribir y dedicarte a la escritura, y otra, muy distinta, ser un lobo solitario viviendo de la escritura en tiempos extraños. Hay cientos de lobos ahí fuera, por eso no me siento especial ni por asomo. Simplemente, soy consciente de lo que he aprendido a ser con los años.


Han cambiado las cosas, a mejor, pero aún queda mucho trabajo por hacer. Doce meses de ilusiones, de alguna que otra bofetada, de mucho trabajo y de seguir aguantando sobre la lona. El drama, a estas alturas, si es que lo hubo, está más que superado.


La ciudad sigue estando presente, con sus rincones por descubrir y esa magia que la hace única, pero ya no la veo del mismo modo. Puede que le haya perdido el respeto, como a muchas otras cosas que, con el tiempo, se transforman ante mis ojos.


Me he quitado algunas preocupaciones básicas y las he reemplazado por otras. El deseo de ir más allá, siempre, a pesar de que todo parezca estar bien, me mantiene en un estado de alerta permanente.


Estar aquí -que es donde quería- me ha ayudado a desmitificar ciertos elementos y situaciones que había idealizado. Honestamente, me he dado cuenta de que, en ciertos círculos, hay menos rocanrol del que pensaba, pero no me entristece. Al contrario. La autenticidad eliminará las poses y el exceso de información, una red que nunca olvida y la incongruencia, dejarán de lado todo aquello que resultó ser tendencioso. Las personas buscamos integridad y vivimos en un momento en el que no hay derecho al olvido.


Puede que mis expectativas, a causa de lo que se ve, fueran más altas de lo que en realidad es la vida.


El último cuarto del año está aquí, suponiendo que eso significa algo. Ahora los frentes en los que combatir son otros, más ambiciosos, en los que, tarde o temprano, venceré. Pero eso significa arriesgar, dar pasos hacia delante, renunciar a algunas premisas y decir adiós a quien ya no aporta nada en tu camino. A estas alturas no voy a mentir. Siendo un alma de jugador, no me gusta perder, aunque más de una vez haya aceptado la derrota.


Son dos cosas distintas.


Ganar es bueno, pero perder te ayuda crecer. Lo importante es no dejar de aprender en todo momento.


 


 


 


La entrada Integridad se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 08, 2019 04:42

September 7, 2019

Reinventarse es necesario

[image error]


No estamos predestinados a ser lo que hoy somos, ni a lo que nos han dicho que debemos ser. Formo parte de una generación que aún cree en los títulos universitarios como utilidad para conseguir algo, ya sea un trabajo o un sentimiento de clase más alto. Supongo que esta mentalidad viene heredada de quien no tuvo acceso a ese trozo de papel, pero un título no te hace más culto, más inteligente o mejor persona. Y, hoy en día, tampoco te garantiza un trabajo. Desde el principio tuve claro que la universidad era un lugar en el que aprendería unas herramientas para el futuro y que intentaría pasar en ella el menos tiempo posible. ¿La razón? Me lo pasaba muy bien, tanto, que tenía miedo a quedarme allí para siempre.


Poco a poco, con los años, las compañías y quien te imparte la lección, te das cuenta de que existen muchas preguntas sin responder. Te ríes, porque no te queda otra. El chico que vendía anfetaminas en las fiestas de finales de exámenes, ahora es médico de cabecera en un hospital público, y la chica que se las compraba, tiene su propia consulta como psicóloga. Pero no es algo que me haya importado nunca, pues no soy ejemplo de nada, ni en lo profesional, ni en lo vital. Las personas, ante todo, somos eso, seres humanos, y tenemos el derecho a ser reinventarnos cuando sea necesario.


Sin embargo, los muros se levantan cuando una persona, harta de trabajar en un lugar que le hace infeliz, decide guiarse por su instinto, empezar de cero, descubrir nuevos caminos, como si, una vez elegida su profesión, no pudiera cambiarla. Es absurdo. Criticar el cambio, denota la falta de inteligencia. Cuando tenía dieciséis años, creía que me convertiría en una estrella del rock. Era músico y me dejaba la vida en ello pero, a los diecinueve, todo cambió para siempre. Desde entonces escribo. Tenía claro que sería así, a pesar de mis estudios, e iba a buscarme las castañas para evitar cualquier otro camino. Once años después, sigo haciendo lo mismo, mejor, con más frecuencia, con más garbo, pero eso no me hace escritor, al menos, de por vida. No entra en mis planes cambiarlo, aunque no puedo asegurar que a los setenta años cambie de opinión. La escritura me ha dado mucho estos años y me ha ayudado a enfrentarme a situaciones personales que no habría vencido de otro modo. Una ayuda que una persona no me podría haber dado.


Por eso, no importa en el momento en el que te encuentres, si vas a empezar, estás a medio camino o al final de tu recta. ¿Qué importa? Si tienes que cambiar, hazlo. No estamos predestinados a nada y, mucho menos, a vivir haciendo lo que las normas de otros dictan. El triunfo personal es ese, que despiertes cada mañana con ilusión y depende de ti. Lo demás son habladurías.


Reinventarse es necesario.


La entrada Reinventarse es necesario se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 07, 2019 03:00

September 6, 2019

Trenes y señales

[image error]


Vi el jardín de la estación a lo lejos. Esta vez, el viaje en tren se hizo más pesado de la cuenta. Quizá porque mi entusiasmo no era el mismo que en otras ocasiones. Cuando viajas a un lugar que conoces, de vuelta, piensas en deshacer la maleta, llenar la nevera, ordenar bártulos. Tan sólo la idea, ya te abruma. Pero soy de esas personas que se lo toma con filosofía y buen humor. ¿Qué hacer? Si no puedes cambiarlo… Así que opté por disfrutar, lo que pudiera, del momento. La verdad es que no entiendo mucho el significado de casa. Sinceramente, siento que tengo unas cuantas y nunca me llego a sentir del todo cómo en ninguna parte. Pero me he acostumbrado a ello.


Durante el trayecto tuve suerte y lo tomé como una señal de este nuevo comienzo. No siempre se tiene. Quien paga, tiene derecho a viajar pero, en ocasiones, los astros no se alían y el sistema informático coloca a los viajeros más molestos con aquellos que buscan un poco de descanso. A mi lado se sentó una chica joven, muy joven, y también muy bonita. Tenía los ojos azules, el cabello dorado y la piel chamuscada de haberse pasado dos meses bajo el sol alicantino. Me saludó con un “hello”, a lo que respondí del mismo modo, hasta que me di cuenta de que era más española que yo, y me quedé desconcertado. No le pregunté nada porque me quedé dormido entre lectura y lectura, pero experimenté algo que todavía no me había sucedido. Tal vez su edad fuera el problema. Y es que, no tendría más de dieciocho años. Un dato que hasta ese momento, no había sido un problema, porque tampoco había tenido la necesidad de planteármelo, pero ahora era diferente. A pesar de su perfecta belleza, algo se apagaba en mi interior. Perdí el interés, a pesar de que leyera Cumbres Borrascosas en una vieja edición e intentara mirar qué leía o me hiciera alguna foto disimuladamente.


A la salida, caminó delante de mí por el pasillo hasta su maleta que, casualmente, estaba junto a la mía. Cuando la cogió, me sorprendió con un giro y se quedó plantada mirándome por unos segundos. Le sonreí, agarré mi equipaje y salí del vagón. Honestamente, en esos momentos, sólo pensaba en no perder el tren de cercanías, llegar a casa, ponerme un vino, cortar un poco de fuet  y de queso manchego y echarme una siesta de mil demonios.


La vida está llena de señales, aunque no nos demos cuenta en el preciso momento de ellas. La mía fue que me estoy haciendo mayor, por recordarla hoy en trescientas palabras y por haber pasado de ella ayer.


El cielo está lleno de estrellas, pero es imposible fijarse en todas a la vez.


La entrada Trenes y señales se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 06, 2019 00:38

September 4, 2019

Septiembre

[image error]


El verano parece haber terminado para muchas personas. En mi caso, es curioso. No tengo esa sensación, aunque sí que es cierto que las ciudades vuelven a la vida.


He estado unos cuantos días desconectado casi por completo de Internet y es abrumadora toda la información que uno debe digerir cuando pierde algo de contacto. Tanto, que me produce una pereza abismal ponerme al día.


Sin embargo, esto confirma una teoría a la que llevo dando vueltas desde hace unas semanas (sobre todo, si tus ventas o negocio depende de la red). Estar activo, constantemente, en cada una de las redes sociales en boga, no te asegura nada. Debes aprender dónde se encuentra tu tribu y centrarte en ella.


Estos últimos meses han sido muy prolíficos profesionalmente, pero también muy buenos a nivel de ventas. Mi presencia en línea ha sido la misma o, incluso, algo menor, y no ha sido producto de una casualidad.


Desde hace unos años, por estas fechas, suelo retirarme al interior, alejado de todo, alrededor de un mes, según se den las circunstancias. Hay quien prefiere pasar las vacaciones haciendo otras cosas. Ya quemé suficientes veranos del amor y ahora prefiero estar solo, hasta que me canse. Por fortuna, tengo el resto del año para ir y hacer lo que me plazca.


Aprovecho este periodo para leer, reflexionar, hacer balance y organizar, ya no sólo lo que queda de año, sino el que está por llegar.


Cada día que pasa, nos detenemos menos a pensar acerca de nosotros mismos. Conocernos tal y como somos, es fundamental para comprender de qué estamos hechos. Entiendo que haya quien tenga miedo a hacerlo, de ahí que la mente suela crear sus mecanismos de defensa. Es jodido. Sobre todo, cuando sabes que, en el momento en el que abras la puerta de esa habitación -donde existe quien realmente eres-, los demonios te van a devorar. Y no habrá frase de Pinterest, publicación de Facebook o foto de Instagram que te salve. Todos sabemos dónde está esa puerta.


Las semanas me han servido de mucho. El deporte oxigena, el vino inspira y las lecturas alientan. Pero, si algo he aprendido -o recordado- es el modo en el que las redes sociales influyen y afectan a nuestro día a día, hasta el punto de tomar parte de nuestras decisiones.


Y, sinceramente, no me veo lidiando con eso.


Por supuesto, no voy a desaparecer de ninguna, aunque sí reducir el uso diario hasta mínimos. Sólo tomando distancia, podemos ver la imagen completa.


Por lo demás, en septiembre volveré a la carga con la segunda parte de Dana Laine.


Ahora, toca regresar a la capital.


La entrada Septiembre se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 04, 2019 02:17

August 28, 2019

Los deberes del verano

[image error]


Agosto se agota. Las vacaciones del verano europeo llegan a su fin. Pronto, todos nos tomaremos un respiro de las redes sociales, de los lugares de ensueño, de los momentos mágicos que, en realidad, no fueron para tanto.


Me alegro de volver a estar en forma física. Digamos que pasar un tiempo alejado de la ciudad, me ha ayudado a entrar en razón, a trabajar mejor, a regresar al ejercicio. Correr limpia la mente, los pulmones y te enseña a superar límites, a respetar un poco más lo que haces, a entenderte mejor. Pero el desafío comenzará cuando me marche de aquí. Durante un año, mi disciplina ha sido nula.


Este verano he tenido tiempo para publicar (Falsa Identidad, Origen), pero también para leer. Destaco Break up with your phone de Catherine Price, no sólo por ayudarme a comprender, de un modo consciente, cómo el teléfono ha terminado copando nuestras vidas, sino también el efecto de la red en estas.


Comencé a darme cuenta de que existía un problema en mi vida cuando no era capaz de pensar sin hacer alusión a cómo luciría en mi versión digital. Triste pero cierto. Por esa razón, en 2020 me he propuesto aplicar la ley de Pareto y vivir un 20% en línea y el 80% desconectado. Eso no significa que descuide lo que hago. En absoluto. Tengo que averiguar cómo ese 20% abastecerá el 80% de mi presencia. Eso es todo.


De todas formas, todos sabemos que en Instagram no se venden libros.


Novelas he leído unas cuantas. Cómo ser buenos de Hornby, Rescate Gris de mi amigo Cristian Perfumo -que saldrá en papel en breve con Suma de Letras-, Fiesta de Hemingway, La Estrella del Diablo de Jo Nesbø y Juego de patriotas de Tom Clancy.


Tengo en la recámara Mensajes Ocultos de Luis A. Santamaría y  Qué vas a hacer el resto de tu vida de Laura Ferrero, pero caerán en otoño.


Ahora mismo estoy leyendo Nacer, crecer, Metallica, morir  una biografía del grupo llena de detalles, entrevistas y con un hilo argumental que la hace fácil de leer. Me gusta.


Es diferente a The Dirt (la de Mötley Crüe), que parece más novelesca (quizá porque la escribió Neil Strauss), y desgrana con testimonios, propios y ajenos, todo lo que pasó.


Hay un mensaje que se repite a lo largo de la historia. El grupo jamás tuvo espacio en los medios, pero tampoco lo necesitó. Crecieron demostrando su valía, sacando discos y llenando salas. Cuando estos les abrieron las puertas, estaban suficientemente curtidos para mandarlos al carajo o actuar como les viniera en gana.


En parte, es la actitud que echo en falta en el ámbito de la escritura. Quizá, porque rara vez ha existido.


Pero los tiempos están cambiando.


Por otro lado, también he tenido tiempo para ver los tres documentales de The decline of western civilization. Todos en Youtube. No están mal para pasar la tarde pero, en mi caso, suelo ser bastante monotemático.


Sinceramente, desde que las guitarras pasaron a un segundo plano, en general, me resbala bastante lo que esté en boga.


El mes se acaba, me vuelvo a Madrid siendo un poco más el yo del mañana, y algo menos el del ayer. Visitaré centroeuropa, años después de marcharme de allí, para ver qué se siente al regresar al lugar que te adoptó por un tiempo.


Siento que he hecho los deberes, aunque aún quedan unos meses por terminar.


La entrada Los deberes del verano se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 28, 2019 00:55

August 24, 2019

Recta final y algunas reflexiones sobre la autopublicación en 2019

[image error]


Hace un mes que me vine al interior y es hora de hacer las maletas y regresar a la gran ciudad. Madrid espera, así como una serie de viajes que tengo en el calendario y unos cuantos proyectos que faltan por salir.


De momento, en septiembre llegará la nueva entrega de Dana Laine. Su debut, «Falsa Identidad» fue muy bien durante julio y lo está haciendo fenomenal en agosto.


La verdad es que estoy sorprendido. Así como también lo estoy con «Origen», la novela con la que me presento este año al Premio Literario Amazon. Hace unos días, en el blog literario Cruce de Caminos hicieron una reseña sobre la novela. La podéis leer aquí.


Reconozco que este 2019 está siendo bárbaro. Ya no sólo por todo lo que me ha sucedido, sino por ver cómo el mundo digital gana cada día más fuerza. Toco madera.


Por supuesto, cada vez hay más autores nuevos que entran en este círculo de la autopublicación, pero sigo pensando que hay pastel para todos.


Para quienes llegan aquí buscando la alquimia de la escritura, las reglas son simples, las he repetido cientos de veces: escribe, publica, crea una audiencia con la que puedas estar en contacto y sé profesional. Quizá esto último sea lo que más cuesta porque requiere trabajo, inversión y riesgo.


Por otra parte, debo decir que el esfuerzo se recompensa, no sólo económicamente, sino con experiencia (que, a mi parecer, vale mucho más). Lo aprendido en esta década, me está permitiendo unir las piezas que necesitaba para completar el rompecabezas e ir a por el siguiente.


Resultado de imagen de tony soprano i know what i bring to the table


Sobre lo económico, nunca publico nada, porque sé que por este blog merodean pájaros de altos vuelos, e internet no perdona ni olvida, pero sólo diré que, gracias a los lectores (que son quienes importan, al fin y al cabo) y a un equipo pequeño de personas (indispensables), con dedicación y sabiendo lo que se hace, se gana, en un mes (o semanas), más de lo que conocidas editoriales ofrecen de adelanto por un libro.


Lo sé porque conozco sus cifras, lo que dan y lo que yo traigo a la mesa desde hace unos años. Y no sólo yo. También lo que muchos compañeros generan. Por eso, como diría Tony Soprano, no tengo miedo a comer solo. Lo llevo haciendo ya bastante tiempo.


Con esto, sólo quiero aclarar que la publicación tradicional es importante y muy necesaria (abre puertas que, por nuestra cuenta, serían más complicadas de derribar) pero, seamos sinceros: no es indispensable para que vivas de lo que escribes. Hay que romper ese estigma.


Hace veinte años era más complicado. Internet y la tecnología lo han hecho posible.


La gente compra a autores autopublicados, pero no es imbécil. Si tu libro tiene una edición de aficionado, no lo van a comprar. No seas cutre. Tienes que competir contra Goliat.


De hecho, en los tiempos que corren, si lo que quieres es publicar de forma tradicional, mi consejo es que te autopubliques, que construyas una audiencia fuerte y demuestres que hay potencial en ti y en tu obra. Olvídate de algoritmos, trucos e hipótesis de cómo funciona el sistema.


La estrategia ha de ser ofensiva. Golpea con el martillo hasta que sea imposible ignorarte.


Tarde o temprano, las compañías vendrán a ti y tendrás más oportunidad de negociar.


De lo contrario, o lo tomas o lo dejas. En esta vida hay que saber cuándo levantarse y abandonar la conversación.


El próximo año, tengo la impresión de que será más agitado que este 2019, en muchos aspectos pero, sobre todo, en la publicación.


Ha llegado el momento de sacar la artillería pesada.


Let’s rock it.


La entrada Recta final y algunas reflexiones sobre la autopublicación en 2019 se publicó primero en Pablo Poveda.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 24, 2019 01:21