Pablo Poveda's Blog, page 14
December 9, 2020
El devenir cotidiano
Desayuno en el bar de la esquina. Me entero de que aquel restaurante italiano de Velázquez, donde las jóvenes hacían cola para un plato de pasta, se llama Bel Mondo y es uno de los sitios de moda. Pienso en el tiempo que hace que no me como una pizza. Desde que vivo en Madrid, he reemplazado unos vicios por otros. El plato caliente, la cerveza bien tirada y la decoración con solera. Todas las mañanas me encuentro a los chicos de la televisión que llegan en su taxi, con cara de haber trasnochado la noche anterior. Entran directos en la cafetería de moda de la calle para pedirse su latte. He estado ahí dos veces y no me aclaraba con la variedad de cafés que tenían con nombres exóticos. Yo sólo quería un solo bien cargado. Bebo café a diario, demasiado, como si fuera suero de hospital, sin leche, sin azúcar, sin miedo.
Paseo al perro hasta Nuevos Ministerios, sintiendo el frío de un día otoñal que ya advierte del invierno que nos vamos a comer. El colorido de los árboles ha desaparecido y ahora quedan las ramas grises y los restos de hojas secas que aún no se las ha llevado el viento. Un cachorro de beagle se acerca a jugar con mi perro, pero éste pasa de él. Se hace mayor y su cabeza tiene el tamaño de la de un can adulto. Con él, yo también envejezco, consciente de las canas, de las horas de sueño que guardo en una cartilla de racionamiento y de las novelas que escribí a lo largo del año a la vez que mojaba los labios en alcohol. Un buen año, me digo, a pesar de todo. Un año de cambios, de sorpresas, de nuevos lugares y de personas que han entrado a formar parte de la rutina habitual. Me alegro por la vecina de al lado, que parece haber encontrado el amor, aunque sea por un tiempo breve. Lo siento por la chica de la tienda de jerséis que hay al lado de la cafetería, que me observa cuando me detengo frente al escaparate, pero nunca me decido a entrar.
No me arrepiento de nada de lo que he hecho o dejado de hacer otro año más, y eso me hace sonreír. En estos meses también he descubierto la guitarra de Joe Pass, que me ha acompañado a lo largo de muchas madrugadas oscuras, antes de que saliera el sol. Abro la ventana del salón y la gélida mañana me congela las piernas. Me digo que hoy tampoco saldré a la calle hasta que las campanas de la iglesia suenen diez veces, por mucho que el perro me apoye su cabeza sobre la rodilla. No pretendo que nadie me entienda, pues bastante tengo ya con digerir la luminosidad de un cielo despejado. La vida son pequeños detalles que aportan brillo a nuestro devenir cotidiano.
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Llevar la cuenta
Final de año, segundo punto de inflexión (el primero es en mi cumpleaños, que cae casi a la mitad del primer semestre). Momento para la reflexión, para mirar hacia atrás con timidez, sin desviar la cabeza del presente y del futuro. Fechas convulsas en las que cuesta pensar con claridad. Por eso, me tomo el lujo de hacer una pausa, de centrarme en mí mismo y moldear el pronóstico de los próximos doce meses.
Como juntaletras que me considero (lo más parecido a uno de los años 30, con su idiosincrasia para ver, entender y disfrutar del oficio y de la vida), me rijo por los términos cuantitativos y no los cualitativos. Hablar de mucho o de poco, es hablar de nada. Lo abstracto se queda en los párrafos de las novelas.
Desde hace años, guardo una hoja de cálculo en la que registro mis movimientos. Para mí, la única manera de tomar en serio la partida es así. Todos partimos de cero en algún momento y conviene revisar los avances y los retrocesos, de vez en cuando, sin caer en las palmadas que nos damos en la espalda para justificarnos, para entender los ciclos, los despistes, las inversiones y si han merecido la pena todas esas horas gastadas sobre el teclado.
Hace unos días escuchaba a Matthew McConaughey en una entrevista que le hacían para un podcast americano. En él hablaba de sus inicios en Hollywood y de la actitud que tenía entonces, que no era otra que la de importarle un carajo si pasaba la audición (una postura tan necesaria y ausente estos días). Decía que la relación con Hollywood era como un romance y quien mostraba necesidad o exceso de deseo, destilaba inseguridad por donde caminaba. Su historia me recordó a otras del presente y del pasado. Algunas que yo también viví en su momento, años atrás, cuando tenía una concepción diferente de ciertos ámbitos.
Con la experiencia he aprendido que la confianza personal se forja de muchas maneras. El oficio es el que es y lo contemplo con riguroso respeto. Nunca he pretendido gustar a todos, ni siquiera a la mitad. Si como persona no lo logro, mis historias no iban a ser menos. En cambio, siempre me ha interesado más llenar un vacío. Disciplina, seriedad, estudio de la materia, apertura de miras y lanzarse al barro, sin que importe lo que opinen los demás. Casualmente, las opiniones ajenas que tanto pican al comienzo, dejan de importar cuando se ponen al lado de los números, que normalmente dicen mucho más de las personas que sus propias palabras.
Como los personajes de mis novelas, no me planteo si algo es mucho o poco, sino si es suficiente o no para mí, y no ceso hasta llegar al final, ya sea una historia que se me atraganta o un proyecto que no termina de cuajar. La forja del carácter me ha ayudado a afilar los instintos, a saber cuándo decir que no a una oferta, a ignorar los cantos de catástrofe y a tirar una historia cuando ha perdido su esencia. Soñar es hermoso, pero uno se cansa de la vanidad cuando no se materializa en nada. Hay encargos en los que no me volveré a meter si no me apasionan de verdad y otros que no aceptaré si la remuneración no está a la altura de mis cálculos cuantitativos (de ahí, la importancia de estos).
Tomarse en serio a uno mismo, además de un gesto respetuoso que rara vez tenemos por nuestra parte, es un ejercicio de claridad y un ahorro de tiempo y de energía, dos fuentes limitadas que, a toro pasado, nos arrepentimos de haberlas malgastado en lo que no debíamos. Ningún camino es fácil, pero unos escuecen más que otros. Lo más cuerdo es disfrutarlo como si jugáramos una grandiosa partida.
Este año ha sido inesperado para todos y los cambios se han manifestado en todos los terrenos. La intensidad aumenta y ardo en deseos de divertirme y materializar todo lo que tengo en mente. En mi mundo no existe otra opción.
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December 4, 2020
Cosas que necesito
Esta mañana me he topado con uno de esos artículos de autoayuda en los que animan a describir cómo sería un día perfecto. Los días perfectos no existen y hacerlos únicos -al menos, que se sientan así-, es cosa nuestra. Nunca he necesitado mucho para ser feliz, que para mí no significa otra cosa que irme a la cama con la conciencia tranquila. A lo largo de los años he escrito en lugares insospechados, en terrazas, buhardillas, aeropuertos y lugares remotos, y nunca me ha supuesto un problema. Hoy es diferente, pero la sensación es la misma. Cumplir con mis prioridades del día es suficiente. Sin embargo, con el tiempo, sí que he notado que existen elementos en mi rutina que lo hacen todo más llevadero.
Mis herramientas de trabajo son básicas. Además de un cuaderno de notas y un procesador de textos (bendito Google Docs que está en todas partes), me cuesta imaginar las jornadas sin una conexión a Internet (aunque sea la del teléfono, para mirar lo indispensable, guardar el trabajo y responder correos), un buen cargamento de café y una cafetera moka de las de toda la vida, un poco de companaje en la nevera y su correspondiente hogaza de pan, para cuando aprieta el hambre, mi Kindle, una botella de whisky en el armario para celebrar las pequeñas victorias y esos paseos con el perro que ayudan a uno a olvidar las banalidades por un rato. Echo cuentas y la lista es más larga de lo que imaginaba, pero tan necesaria como el carburante de un coche. Necesidades que nutren los párrafos, como también lo hacen los bares, sitios tan necesarios en lo cotidiano, donde uno forma parte del animado decorado, comparte triunfos, rupturas y discusiones ajenas. El bar como templo en el que orar hasta que llegan las ideas.
El desarrollo y la tecnología nos ofrecen una variedad de alternativas para que un simple documento de Word se convierta en algo funcional. No obstante, aunque parezca un antiguo, hay cosas que irremplazables para que esto, lo mío, funcione a su manera. Hay quien se basta con una suscripción a Netflix. Yo necesito salir a la calle, perderme entre las luces flamantes de las grandes avenidas y entender, a mi manera, el mundo que me rodea. Teclear en un ordenador, al fin y al cabo, está al alcance de cualquiera.
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December 1, 2020
Madrid Bright Lights Big city
Último mes del año. En el bar de abajo ya han colgado los adornos de Navidad. Alguien me dijo una vez que, algún día, escribiría con la misma soltura que Desmond tocaba el saxo. Nunca hay que dejar de soñar. Hablar del frío es una realidad, la misma que mencionar lo hermoso que se pone el cielo de Madrid cuando sale el sol. El escritor joven, ya no lo es tanto, pero su alma sigue destilando afición y curiosidad. El final del año siempre supone un punto de inflexión y reflexión, de capítulos que se cierran y otros que se abrirán más pronto que tarde. Paseo con el perro por los aledaños del Mercado de Chamberí, pensando en escenas, en tramas y en diálogos que robo de conversaciones ajenas. Aprovecho estos días para leer más de lo habitual, para escuchar discos que tenía en el tintero y me fijo en esas cafeterías coquetas, recién abiertas, repletas de lindas mujeres. Lugares con mesas de hierro, superficie de mármol y manteles de tela, en los que corre el vino blanco por la fina cristalería y las agujas del reloj se detienen durante unas horas. La luna brilla en la noche cerrada en la cuesta de Ríos Rosas y el vaho de la maldita mascarilla empaña los cristales de las gafas.
Veladas de whisky escocés con hielo, conversaciones íntimas y toque de queda. Pasajes nocturnos que se almacenan bajo sábanas calentadas por el roce de los cuerpos, el alcohol destilado que supura por la piel y la música de las sirenas de la policía.
Cordero al horno, callos a la madrileña, botellas de Ribera, chistes malos que nos siguen pareciendo graciosos, encuentros con amigos y paseos por las plazas de un Madrid salvaje que ahora me queda lejano. Ahí estuve yo, comiendo con un buen amigo, señalo cuando pasamos por la puerta de una vieja y costumbrista casa de comidas que sigue igual que cuando la construyeron, antes de la Guerra Civil.
A veces me siento un poco como Buck, el perro de La llamada de lo salvaje de Jack London, sólo que Buck nació acomodado antes de convertirse en una fiera. En mi caso, ocurre al contrario, y lo salvaje llama a la puerta, pero me olvido cuando imagino el desenlace de la mañana siguiente.
Regreso a casa con las manos en los bolsillos de la chaqueta, disfrutando de las vistas de la Castellana, del otoño amarillento y colorido que dejan estas fechas, soñando con el idílico bocadillo de calamares de la Plaza Mayor que tampoco me voy a comer este año. Me abro un botellín, enciendo la calefacción y vislumbro el tránsito sosegado de las últimas horas del día, ahora desde la retaguardia del balcón.
Pase lo que pase, allá donde mire, habrá una historia que contar. Acompaño el pensamiento con un trago frío de cerveza burbujeante y eso me hace sentir mejor.
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Los Cuatro Sellos
El día ha llegado. Después de nueve entregas, la décima de Caballero llega hoy. Un punto de inflexión en este año tormentoso que, pese a todo, no ha dejado de darme alegrías. Para el personaje supone el fin de un largo episodio. Para el escritor, el final de un ciclo que tarde o temprano iba a completar.
Tras ser testigo de un accidente premeditado, Caballero descubre que alguien está recreando una venganza basada en un misterioso mensaje.
Si no resuelve a tiempo el enigma, él será la próxima víctima.
Gabriel Caballero recibe una invitación de un misterioso club para formar parte de un ambicioso proyecto político. Sin embargo, alguien intenta frenar sus planes.
Descubrir quién está detrás de los horribles sucesos, podrá costarle la vida.
Que Dios reparta suerte.
Ahora podéis leer Los Cuatro Sellos en vuestro formato favorito.
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November 23, 2020
Letras sin vida
Barbour y gafas de sol, pienso cuando salgo al balcón y siento la temperatura de la calle. Fuera hace frío, pero el día es estupendo. Los atardeceres de otoño acogen las tonalidades del invierno: cielos despejados, colores rosados y rayos de sol débiles que apenas calientan. Los neones de la ciudad brillan más que nunca en la Castellana, gracias a un cielo oscuro de estrellas. Serpenteo por las calle de aquí y de allá, de Zurbano a Barquillo, de Atocha a Hortaleza. Bares, terrazas heladas, cervezas, gildas y un jolgorio que ya no parece tan juvenil.
Descubro bares en los que ya había estado antes, ahora con otros nombres, con nuevos recuerdos que almaceno. Un lucero se funde con la sirena de una ambulancia que cruza Almagro. El domingo por la noche, la capital tiene otro ánimo, pero no hay freno que la detenga. La diosa Cibeles descansa bajo un manto de luz rojo. Me dejo caer por Huertas, señalando las tabernas en las que tantas veces estuve y que ahora esperan al lunes para levantar la persiana. La plaza de Santa Ana rebosa de gente bajo la mirada de un hotel apagado y triste. Los vendedores ambulantes continúan con su actividad, el loco de la calle te pide dinero para un litro, el tipo de las rosas insiste por tercera vez hasta que lo mando a paseo. Escucho jazz de día, obsesionado con Bill Evans antes de caer la tarde, y el Piano Bar de Charly García mientras me tomo el segundo Johnnie Walker con hielo a trescientos metros de mi casa. Vuelvo a casa con paso lento y firme, helado pero sonriente. Amo esta ciudad y ella también a mí.
Han sido semanas de trabajo, oficio y mucho sueño, pero ha merecido la pena tomar distancia de los píxeles, de la gratificación instantánea, de la búsqueda de aprobación ajena y de las vidas anónimas que me generan indiferencia. Las personas como yo no queremos ser fotografiadas, ni airear nuestros días con ligereza. No queremos porque, simplemente, no podemos. Los artistas siempre han necesitado de una fachada, de una careta para moverse con soltura en el baile de máscaras de la sociedad del chascarrillo fácil y del morbo por lo desconocido. Aunque no me considere uno de estos, entendí bien pronto que la vida era eso que pasa entre lo que se ve y lo que no. Para escribir, además de leer, hay que vivir para, después, sintetizar. No hay vida sin letras ni letras sin vida. Y yo necesito de ambas.
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November 20, 2020
Vuelta a los básicos
Nos metemos en la recta final. Termina un periodo para mí. Este año me he quedado finalista del Premio Amazon 2020 y, aunque no pude llevarme el primer puesto, estoy muy contento por lo conseguido con El misterio de la familia Fonseca. Más de 7000 copias durante los meses de concurso ha sido el auténtico regalo. Estos días trabajo sin cese en el lanzamiento de la última entrega de Caballero, Los Cuatro Sellos. Aprovechando la nueva llegada y que el primer pack estará disponible en Prime a partir del 1 de diciembre, hace unos días lancé otro pack con las últimas tres novelas de Caballero. Es un buen momento para ponerse al día.
Las noches cada vez son más cortas y los paseos por la ciudad me ayudan a descubrir bares a los que no había entrado. Tomar algo en ellos, evadirme por un rato, me ayuda a desconectar y a sentir que el tiempo se detiene. Las vidas anónimas de otros, de alguna manera, complementan la mía.
Hay proyectos por delante. Algunos que no han tomado forma todavía y otros que ya pululan en mi cabeza. Las letras me ayudan a darle sentido a las mañanas.
Estos días respondo correos lo más rápido que puedo, disfruto de los atardeceres despejados de la ciudad, tomo ligera distancia en las redes sociales y pongo un poco en perspectiva todo lo logrado en los últimos años. Es muy fácil perderse, mirando a los otros, sobre todo en este momento de corazones y me gusta, olvidando cómo hemos llegado hasta aquí. Es el momento de regresar a los básicos, los que nunca se fueron, y tirar del cable: la página de Word en blanco, varios clásicos en el Kindle, algo de Davis, una buena conversación, una hogaza de pan, un chato de vino y un poco de fuet y queso sobre la mesa. Si queremos, la vida es maravillosa.
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November 15, 2020
Otoño en clave de jazz y manchego
Estos últimos meses han sido un poco aburridos, desde que cerraron las barras de los bares y éstas se llevaron los trozos de vida de quienes las solíamos ocupar.
Paseando por el barrio, ayer sentí que el otoño daba paso al invierno. Lluvia, humedad, noches largas y hojas secas en suelo, sobre el capó del coche, por todas partes. Desde que cambié de barrio, apenas frecuento las tabernas del centro de la ciudad. Los bares de ayer, hoy tienen otro nombre y otra dirección. Los camareros cambian y, con ellos, sus historias. Con el frío, llegan los antojos de los pucheros y el momento de sacar la Barbour. Anoto en mi lista de pendientes aprovechar un día soleado para tomar el aperitivo y meterme un buen cocido en el cuerpo en algún rincón del Madrid de los Austrias.
Mañana se celebra la gala de los Premios Amazon y prefiero no pensar en ello. Hace casi un año que apenas leo lo que se publica. Me cuesta seguir el ritmo. Me dije a mí mismo que tenía que poner la atención en otra cosa, por lo que en esta nominación he estado ocupado en la próxima entrega de Caballero. Ya queda menos para que vea la luz. Diciembre suele ser un mes fugaz y quiero dejarlo todo listo antes de que el tiempo se me eche encima. Algunas cosas duelen y esta historia se ha llevado una parte de mí.
Disfruto de la lluvia mirando por el balcón, en buena compañía o a solas; escuchando discos de Bill Evans o Chet Baker y cortando pedazos de queso manchego mientras leo y me mojo los labios con un tinto.
Una vez en la final del concurso, cualquiera de los cinco finalistas merecemos ganar. Hace unos días compartí unas horas con mis compañeros por videoconferencia y fue muy grato pasar un rato con otras personas con intereses similares. Así que, si gano, me alegraré, y si no lo hago, me alegraré por la persona agraciada.
Guardo una botella de whisky escocés sin abrir en el armario. La compré por si nos encerraban de nuevo en casa. Tengo un puñado de libros por leer en el Kindle, un puñado de proyectos que acabar y la tranquilidad de que ciertas preocupaciones son cosa del pasado.
Sé que todo esto es pasajero, que volveremos al ruido y a las barras. No sé cuándo ocurrirá, pero será cuando las gafas dejen de empañarse por la maldita mascarilla. Mientras tanto, toca seguir remando sin permitir que nos arrastre la marea.
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October 26, 2020
Soy finalista del Premio Literario Amazon 2020
Aunque la noticia salió la semana pasada, puedo decir oficialmente que vuelvo a ser uno de los finalistas del Premio Literario que Amazon organiza cada año. En este 2020 he participado con El Misterio de la Familia Fonseca, una obra que presenté en mayo y que me ha dado muchas alegrías. Ojalá me dé otra cuando salga el fallo final en noviembre, pero llegar hasta aquí, por segunda vez, es todo un logro en mi carrera literaria.
He tenido un poco desatendido el blog durante estas últimas semanas. Últimamente, los proyectos se acumulan y los días me resultan demasiado cortos. Esto no significa que haya dejado de escribir, ni por asomo. El mes pasado salió Secuestrada, la última entrega de Rojo, y en noviembre llegará la nueva secuela de Caballero, si no pasa nada. Con esto, se juntará el lanzamiento de las primeras novelas de Gabriel Caballero en inglés y la promoción de los audiolibros del resto de novelas (que ya están disponibles para escuchar en plataformas como Spotify o Audible). Organizarlo todo, no es tarea fácil.
Hace cinco años, abrí esta bitácora con único fin: documentar mis ideas y el proceso de escritura a lo largo del tiempo. No dejaré de hacerlo. Esto es sólo un paréntesis en el camino.
Muchas gracias a quienes me leéis y apoyáis mi trabajo con vuestro granito de arena. Si acabas de llegar, no te preocupes, puedes iniciarte de manera gratuita con esta novela.
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October 19, 2020
Elecciones
Hace cosa de un mes que no actualizo el blog. Estas últimas semanas han sido, cuanto menos, intensas. Jimmy Iovine dijo en una entrevista que la única manera de llegar al podio, es haciendo que te duela más de lo que le duele a tu oponente. Escribir como oficio es una lucha contra uno mismo. Cada persona tiene sus ambiciones y, por suerte, quien te lee no tiene que elegir entre un bando u otro. Por eso, hace muchos años que me mantengo en mi carril, aprendiendo de otros pero peleando en un cuadrilátero contra mi sombra. El extraño confinamiento, al que nos han sometido en Madrid, me ha servido bastante para reflexionar sobre los próximos retos. Es muy fácil aferrarse a una excusa, a la situación política y social, al malestar general, al favoritismo de otros pero, qué carajos, al mundo no le importa tu drama. Por tanto, en mi caso, lo único que queda es recuperar la forma y continuar haciendo lo que más me llena: escribir historias. Y eso he hecho durante estas semanas de barbecho. No existe un único camino para que escribir, publicar y vivir de la escritura sea posible. Sigo pensando que estamos ante una oportunidad de oro. Hay más lectores, más medios, más plataformas, más formas de llegar a todo el mundo y, por ende, de vender más libros. El resto son excusas. La gente quiere historias y ya no es necesario esperar a que una empresa confíe en nosotros para que las palabras lleguen a los lectores.
No hablo del futuro, sino de un presente que lleva una década creciendo y madurando.
Ya no existe sólo una industria, sino un montón de ellas. Las cuentas salen, pero hay que sudarlas y elegir con cabeza en qué liga jugar. Hay que reflexionar y estudiar la finalidad, con sinceridad, que ansiamos, antes de llevarnos una decepción. En mi caso, lo único que me importa son las personas que me leen.
Dicho esto, dicho todo.
Si todo va bien, pronto llegará la nueva entrega de Caballero, la novela que cierra un ciclo en la serie del personaje y en la que me estoy dejando la piel. Lo mismo sucedió con Rojo en Secuestrada.
En Spotify y Audible ya están disponibles la mayoría de mis audiolibros. Y, a pesar de todo, tengo planeado retomar el ritmo y la actividad con la que solía publicar en el blog y en el grupo privado de Facebook.
En tiempos de turbulencias, pizza fría y trabajo duro, y ya llegará el caviar en el futuro.
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