Pablo Poveda's Blog, page 12
April 6, 2021
En la calle soy
La semana pasada me di una vuelta completa por la ciudad, barrio por barrio, visitando viejos lugares que se quedan en la memoria y otros que forman parte de un decorado y a los que uno mira de soslayo, para no invocarlos demasiado. La ciudad cambia de rostro a medida que también de rumbo. En Quevedo se diluye la diferencia. En San Bernardo se nota el contraste de las calles adyacentes. Malasaña era un barrio que me fascinó hace quince años. El tiempo pasa rápido, igual que mi envejecimiento, y este lugar ya no me dice nada. Dimos una vuelta a los alrededores del Palacio Real, que era más turístico, y se notaba en las terrazas ese brillo de ojos de personajes de Woody Allen. Al cruzar el puente de Bailén, me metí por los callejones que llevaban a la plaza de la Paja, que estaba abarrotada esa tarde y mantenía el aspecto de plaza de pueblo castellano. Mercado de la Cebada y Lavapiés. El color cambiaba, como sus gentes, y las calles tenían otro tono, más sucio, más desordenado y al albur de quienes las habitaban.
Como era de esperar, no encontramos ninguna mesa libre en Cascorro, ni tampoco a lo largo de la calle de Embajadores, por lo que di media vuelta, pasando por los locutorios, los restaurantes de comida nigeriana, la cafetería coqueta, la tienda de móviles de segunda mano, el bar de barra de zinc y el ultramarinos asiático. Otra vez en Tirso de Molina, como tantas veces, rodeado de esa amalgama de personajes que entran y salen de unas zonas para meterse en otras. Sombras en la oscuridad, siluetas andantes en busca de algo. Los drogadictos del metro se santiguaban antes de sacudirse a bofetones. Me apoyé en la mesa alta de un bar frente a la plaza, al otro lado de la calle. El bar no tenía nada de especial, ni siquiera las fotografías de los platos, que parecían de un repositorio de los años setenta. Pedimos dos cervezas, observé el entorno y tomé algunas notas mentales para futuras historias. Porque las historias, como los días de nuestra vida, son casi siempre iguales. Todo está inventado, pero son los detalles los que hacen especial el relato, la anécdota, a esa persona, a ese rincón. Como Simenon, pongo hincapié en los entornos, en el costumbrismo y en las pequeñas cosas. Me gusta perderme en una descripción viva, en lo que comen los personajes, en los azulejos de las baldosas, e intento replicar lo mismo. Todos me dicen que la ciudad ha cambiado mucho, pero es lógico porque también se transforman quienes la habitan. Yo también he cambiado en los años que llevo aquí. Antes buscaba cafés literarios, el meollo de la creatividad, hacerme un nombre. Con el paso del tiempo, todo eso me parece irrelevante. Ahora busco la calma, deambular como un fantasma anónimo, conversar sobre Chandler con el barbero y preguntarle al del bar de abajo por el trayecto Toledo-Atocha.
La calle siempre es un buen remedio contra la tontería y la vanidad de la exposición de las redes. Te devuelve a tu sitio, te aleja del ruido y te recuerda que tu oficio es como el de los demás y que así debes tomarlo. En ella soy, y me olvido del resto. Escribo a diario para esa clientela fiel que merece toda mi atención y empeño. En la calle somos lo que queremos y lo que podemos, pensando dos veces antes de opinar, manteniendo las formas o soltando un despropósito a causa de las copas de más. Y cada mañana, cuando sale el sol, parece que el ayer queda tachado como un número más en un calendario de papel.
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April 4, 2021
Todo está por hacer
Hace unos días, me costó reconocerme en una foto de años atrás. No había pasado mucho tiempo, a decir verdad, pero podía notar en mi expresión la intensidad del paso del tiempo. Cumpliré treinta y dos primaveras en cosa de un mes. Debido a los tiempos que correr, reconozco que no lo he pensado mucho y tampoco he tenido interés en hacerlo. Dicen que este año pasado no cuenta, pero el tiempo es ajeno a las circunstancias que nos rodean.
Cumplir años tiene muchas cosas buenas. Nos recuerda que seguimos aquí, con una oportunidad más para seguir peleando sobre la lona. Es curioso contemplar cómo pasa el tiempo y entender que el esfuerzo diario, que a duras penas se nota, marca aquello en lo que nos convertimos a posteriori. No voy a entrar en argumentaciones, ni tampoco en justificaciones sobre el azar, las oportunidades y el cómo hemos llegado hasta aquí a través de las palabras. Tampoco pretendo que se comparta mi particular visión de la vida, del trabajo y de las letras. Con los años he aprendido a hacer una cosa bien, eso es todo, y esto no es agradar a los demás. Comprendo que pueda gustar más, menos o nada. Me quedo con lo primero. El resto me es indiferente.
Suena sencillo, pero tardé mucho en llegar a ello.
Dos años atrás escribí una serie de reglas para mi yo del pasado, que siguen vigentes hoy, aunque debería añadir algunas más y poner empeño en recordar a menudo las que ya hay. Sigo jugando para ganar y divertirme, consciente de que habrá más derrotas que victorias, porque es a lo que he venido, pero esa celebración no la disputo con nadie más que conmigo, con un yo al que voy venciendo con cada año que pasa.
Llego a los treinta y dos años con casi cuarenta novelas a las espaldas (la trigésimo octava llega en unas semanas) y la sensación de ni siquiera haber empezado todavía. Soy consciente de que esto no habría ocurrido de haber nacido en otra época, pero nadie me preguntó cuando vine aquí. Simplemente, me adapté a las circunstancias y a las posibilidades.
Llego a los treinta y dos años con una corona de canas, sin más preocupaciones que la de mi próxima trama, viviendo cómo y dónde quise hace una década y eligiendo el whisky sin soda para la conversación. Así y todo, uno se siente pequeño al mirar a las estrellas cada noche, sabiendo que todo está por hacer.
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March 24, 2021
Resignarse o beber
«A mis cuarenta años podía sustituir el sueño por ginebra, pero no siempre», diría Hammett en boca de su agente de la Continental. A mis treinta y uno, podría decir algo similar respecto al escocés, pero sólo puedo hacerlo en contadas ocasiones. Los días pesados cada vez son más difíciles de llevar.
He cruzado el umbral y la próxima de está cada vez más cerca. Cuando corren épocas de incertidumbre, no queda otra opción que escribir como remedio, como terapia y como salvavidas. Estos días estoy disfrutando con la escritura, olvidado de todo y de todos, a pesar de que las pulsaciones sobre las teclas corran a toda velocidad y haya gazapos que más tarde tendré que corregir. Cuando Hemingway decía que escribiéramos borrachos y editáramos sobrios, se refería a eso mismo, y yo tardé unos cuantos años en captar el mensaje.
Esta semana me acompaña una lista que encontré en Spotify y que está poniendo la banda sonora al próximo libro. También me he vuelto a enamorar de mis párrafos, de los recovecos que no se ven, pero que están entre dos líneas mal puestas. Disfruto porque es lo que quiero hacer y lo hago, sin caer en las trampas mentales sobre si estará a la altura de la expectativas. Pero todo es efímero, líquido. Disfruto porque vivo ajeno a lo que no me interesa, al ruido que me impide seguir centrado en mis propósitos diarios. Reconozco que el primer confinamiento hizo mucho daño. Los medios de comunicación demostraron, lucrándose a costa de la incertidumbre de los demás, lo nocivo que puede ser un bombardeo de titulares constante. Por primera vez, tuvieron toda nuestra atención. Pasados unos días, apagué la televisión y no la he vuelto a encender.
Este año he aprendido a decir que no a muchas cosas. A otras, no tanto.
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March 20, 2021
Momentos novelados
Nos advirtieron de que sería un fin de semana frío. Lo recordé en cuanto salí a la calle y me aventuré a caminar hasta el centro. Me abroché el Barbour hasta arriba y me cobijé en la bufanda. También recordé lo poco que me gusta el frío y pequeño déjà vu de los días helados de invierno me atizó.
Atravesé la ciudad, esta vez, dejándome llevar por el instinto, por las callejuelas que unen unos barrios con otros, por las gentes pintorescas que cambiaban a medida que iba llegando a Huertas y volví a sentir el anhelo de aquellos primeros días en la urbe, cuando todo era nuevo, yo era otro y cada rincón estaba por descubrir. Reconocí esquinas, momentos del pasado y me contagié del entusiasmo de los transeúntes animados por copar los bares. Hacía tiempo que no caminaba hasta Atocha, Antón Martín y la delgada línea que limita el centro de Lavapiés.
Recogí a mi amigo americano, exactamente un año después, y fuimos a tomar algo. Hablamos de aquella vez que estuvo en Madrid, de los whiskys que apuramos en barras de zinc y de un mundo sin restricciones que ahora quedaba lejano. Yo había reservado una mesa en Casa Alberto, un típico restaurante castizo que había sucumbido a las demandas del turismo pero que seguía guardando un pedazo de historia entre sus paredes. El camarero, vestido de blanco, seco como el bacalao en salazón, nos llevó hasta la mesa. Disfrutamos de la conversación, del vino y de la comida y sentenciamos con un café antes de que pasáramos a los cócteles, la noche terminara y las calles se convirtieran en un circo de taxis y clientes apresurados.
Regresé caminando por el paseo del Prado, viendo cómo la ciudad se adormecía, quedándose vacía poco a poco. Cuando pasé Colón, un Guardia Civil le hacía el relevo a su compañero y se iba a dormir, agotado, con el rostro de quien se ha pasado el día protegiendo un castillo. Puede que por el cansancio, o quizá por la ausencia de vida a esas horas, me atrapó un sentimiento de tristeza y soledad que no venía a cuento. Los rótulos luminosos de los edificios de oficinas me marcaron el solitario camino de vuelta. Reflexioné sobre el pasado, sobre los hitos y los desafíos a los que me había enfrentado en los últimos años y respiré contento por no haberme rendido nunca. No entendí muy bien las señales, pues todo iba bien y no podía quejarme por nada. Supe comprender que aquel sentimiento era ajeno a mí y lo guardé para plasmarlo más tarde en alguna historia. Y mientras arrastraba los pies, embebido en mis pensamientos y rodeado de aquella galaxia de luces de colores y ruidos de motores, pensé en que, como yo, muchas otras personas deambularían de vuelta a sus casas, dándole vueltas a las incógnitas de sus vidas, a las cuestiones mundanas que cobran importancia en el cosmos de cada uno.
El perro me recibió, adormilado, abracé la cama con fuerza y alivio y las cavilaciones quedaron suspendidas en las manos de Morfeo.
Con los años he aprendido a sacar tajada de cada momento, de cada fotograma mental, de cada sensación que entra y sale como el pasajero de un tren. Instantes que, tras una digestión, dan vida a personajes ficticios sobre el papel. Por eso necesito robarle a la calle para completar mi obra porque, detrás de una trama urdida o de un misterio por resolver, siempre hay trocitos de humanidad que hacen que la novela pase de ser un mero relato y se convierta en una experiencia humana.
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March 19, 2021
Abogando por lo pulp
Que el pulp vuelve, no es una noticia. El género goza de salud, entre las sombras, pero noto un cierto por resucitar algunos aspectos que parecían olvidados por las audiencias de masas. Siempre he reconocido que me he visto más ahí que en otra parte. Posicionarse tiene sus riesgos, pues te descarta de lo tradicional, de la tendencia líquida y de lo que está de moda en un preciso momento. Esta semana de claroscuros (templada y ahora más fría) he avanzado con la próxima entrega de Maldonado y estoy muy contento con el resultado. Para quien no sepa de lo que hablo, Maldonado es el detective privado protagonista de , mi libro más reciente, y del que Cristina Grela, la jefa del noir, ha reseñado en su fantástico blog. Recomiendo que la leáis, y también que profundicéis en el blog, ya que el contenido vale oro.
Por otro lado, ayer emitimos el segundo programa de Contraportada, que lo podréis encontrar en breve en todas las plataformas de contenido, pero que ya se puede ver en Facebook, como cada jueves. Fue una charla muy entretenida e interesante en la que hablamos de nuestros peores momentos como escritores y también salieron a la palestra algunos temas delicados referentes al mundo literario.
Para acabar, dado que es puente y las calles están vacías de coches (no sé muy bien dónde estarán, ya que no se puede ir muy lejos en este país), recuerdo que con suscripción de Amazon Prime, se puede leer gratis la primera trilogía de Caballero. Para los más avanzados de la serie, pueden disfrutar de Los Cuatro Sellos (la décima de Gabriel Caballero) por menos de dos euros y Odio, la precuela de Don, por unas monedas de céntimo de euro. Quien quiera leer este largo y helado fin de semana, lo tiene muy fácil.
Seguimos peleando, avanzando un poco más, haciendo historias de lo cotidiano y dejándonos llevar por esos párrafos llenos de magia.
Pronto, más. Mucho más.
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March 17, 2021
Un roto para muchos descosidos
Volvemos al ruedo, a la carga. La siguiente entrega del detective Maldonado va tomando forma. El ritmo es bueno y las palabras salen solas. Tras un hiato creativo en el que he tenido que sopesar algunas decisiones, regreso con más fuerza que antes para afrontar lo que queda de año. Para escribir, no necesito mucho más que una buena historia, un editor de textos (mi querido LibreOffice), varias herramientas y un puñado de lectores que la devoren cuando esté terminada. La Red ha propiciado que el oficio remunerado esté al alcance de cualquiera. Puedes aprender sin pagar un céntimo. Puedes conseguir los ingredientes y los materiales para llevar a cabo tu carrera. Pero otra cosa es cómo te la guises.
Después de cortar por lo sano mi actividad en ciertas redes sociales, me doy cuenta de que hay algunas cosas que funcionan para mí y otras no. Para que esto funcione, es importante tener un plan de acción, probar qué es lo que nos sirve y descartar lo demás.
La primavera se acerca, los días son algo más largos y recupero las ansias por dar forma a los párrafos que tecleo, inmerso en personajes vivos, en entornos llenos de matices y en diálogos cargados de emoción.
Cada cual tiene su camino. El literario es duro, pero merece la pena. Atrás quedaron los días en los que importaba más llamar la atención que engrosar el sustento. El único reconocimiento válido es el de siempre: el de quien nos lee. Mi madre suele decir que siempre hay un roto para un descosido. Por fortuna, hay más de un descosido.
Por supuesto, habrá quien piense lo contrario, quien haga la montaña más alta de lo que es, pero es indiferente. Los hechos, como los ojos, nunca mienten.
Hace una semana estrenamos Contraportada, un podcast en vivo que se puede ver ahora en Youtube y escuchar en Spotify. Mañana estaremos de nuevo en Facebook, a partir de las 19h. Os espero.
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March 11, 2021
Desencanto
Cada dos años solía cambiar de residencia. Cada tres, de forma de pensar. Me hago fuerte con los años para controlar el péndulo que dirige mi vida pero, sinceramente, no depende todo el tiempo de mí. Este comienzo de año ha golpeado como un polvorín, haciéndome reflexionar sobre los planes que tenía años atrás, los hitos logrados y los objetivos que están por venir. Cosas que antes me interesaban y ahora no. Épicas que prefiero dejar para otros. En los periodos de incertidumbre y desasosiego, me aferro a los básicos, a la causa de mis inicios y a la razón por la que hago esto: escribir. La lectura nunca se fue y las historias tampoco, pero lo cierto es que hoy goza de mejor salud que hace una década. Dejando atrás los informes de una industria que está en pleno cambio y que no se aclara, existe un montón de gente esperando buenas historias. Es el momento de seguir contándolas, regresar a la disparatada idea que una vez tuve y colocar las manos sobre el teclado. La calle goza de menos actividad que antes, pero los años de cosecha aún pueden dar mucho de sí hasta que todo se recupere. Madrid es un templo de historias por contar, de rincones por narrar y de gentes anónimas que nunca sabrán que formaron parte de un atrezzo literario. Como en esa película de David Trueba, la mejor manera de perder el interés en alguien (en este caso, algo) que admiras, es conociéndolo, y en mi caso me he desinteresado de muchos aspectos de un ámbito que alimenta más la vanidad que el estómago. Las tendencias son efímeras, líquidas y caducas, pero la honestidad brutal es única y eso la convierte en diferente. Cuando se conocen las reglas del juego, hay que apostar por el sentimiento y las ganas de hacer.
Es hora de volver, sin miedo, como el alacrán que sale de la tierra, a sabiendas de que puede morir aplastado por un pisotón. Es hora de escribir, de dejarse llevar y de aprovechar la tenue luz del alumbrado público en una noche fría de invierno. Es hora de escribir y aquí estamos. Quizá sea el mejor momento para hacerlo. Quizá es que siempre lo ha sido. Como dicen los mexicanos, vamos con todo.
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March 7, 2021
Sobrellevar
Otra semana. Un mes de comienzos. Regreso al blog para hacer una pausa entre tanta escritura pendiente. La semana pasada fue agotadora y el viernes sentí cómo la cabeza pedía un respiro. Supongo que son los tiempos que corren, la presión que nos imponemos y la sensación de que ya llevamos un año con este enredo. Por desgracia, a pesar de que no lo queramos, hay que saber cuándo decir basta y aparcar ciertos proyectos. En mi caso, aunque la historia era buena y tenía la estructura de principio a fin, tengo que aparcar una novela hasta nuevo aviso. Hacía tiempo que no me ocurría y reconozco que vivo con el mismo miedo cada vez que comienzo una historia, pero sé cuándo parar y cuándo tomarle el pulso a la situación. Como novedad, la semana pasada me enfrenté a mi primer guión televisivo y la experiencia fue muy grata. Hay cosas que salen solas y otras no.
Hace un mes que presenté a y continúo con una promoción lenta, silenciosa, que da sus frutos. La recepción ha sido buena, mejor de lo que esperaba, por lo que la retroalimentación que recibo inspira a que siga con la hoja de ruta. A la vez, estoy embarcado en otro proyecto largo (como los Fonseca) y eso absorbe mis días. Para más inri, después de meses de gestación, la semana pasada presentamos CONTRAPORTADA, un podcast visual junto a tres amigos escritores que se puede encontrar aquí y en Spotify. La idea es llevarlo de manera quincenal, a pesar de los contratiempos, poniendo la tecnología a nuestro favor con tal de acercarnos a quien nos lee.
La primavera se acerca con timidez, mostrando el fruto en los árboles, advirtiéndonos de que, antes de que nos demos cuenta, los días volverán a ser (todavía más) largos.
Estos días leo a Gistau, a Umbral y a Edgar Neville. Una comida en Casa Rafa para celebrar la vida, un escocés en Mazarino para sobrellevar los días soporíferos y medias tardes por Ponzano buscando la inspiración. Después de un año, echo la vista atrás y reflexiono sobre muchas cosas. He borrado algunos perfiles de redes y he abandonado otros. La necesidad de ser relevante para otros, no es para mí. Ni las opiniones, ni lo novedoso. Miedo a desaparecer / temor a ser olvidado, escribo como idea central en una historia. No hay presión sobre mis hombros y eso lo hace todo más fácil. Los seguidores no determinan el éxito de tus libros.
Amanece en Madrid, el café ya está frío y es hora de dar un largo paseo para refrescar las ideas. Chet Baker sigue tocando cada mañana y el bar de abajo ha vuelto a abrir. Los días siguen siendo días y, por tanto, suponen otra oportunidad para hacer las cosas bien.
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February 22, 2021
La hoguera de las vanidades
La última semana me ha servido para entender muchas cosas. La primera, que todo es efímero, una vez más, y quizá más efímero que antes. Las emociones, los pensamientos y las opiniones anónimas. Una realidad, una vida y un puñado de contradicciones. La segunda, que todo está conectado, que cada acto a conciencia tiene su propósito en el tiempo. El problema es que nunca sabes cuándo llegará. Llevo meses arrastrando una reflexión sin respuesta que, sin buscarlo, se ha vuelto autoconclusiva.
Poco a poco, dejándome llevar, me he convertido en la sombra de cada personaje que he escrito. Con ello, he sumado todo lo que no se ve y sólo se lee. La mística de los personajes se vuelve una realidad palpable, los lugares de mantel y cristalería fina son parte del decorado y la belleza de unos ojos tan oscuros como una noche cerrada se sienten más cerca que nunca. Es hermoso comprobar cómo el delirio adolescente se materializa con los años y que las corrientes marítimas que intentaron frenarlo todo, ahora se ven como el oleaje de una playa con bandera amarilla.
Por fortuna, cuando más lo necesito, Davis y Coltrane están ahí, tocando para mí, esperando a que tire del cable, a que apague el router y a que me decida a escribir, con sangre, para demostrar, a nadie más que a mí, que uno puede matar a los fantasmas del presente cuando así lo desee.
Vivimos unos tiempos de excesiva vanidad, de egos vacíos y de una necesidad de reafirmación innecesaria para seguir respirando y que así no nos olviden. No se teme a desaparecer, sino a pasar desapercibido. Pero lo cierto es que, cuando se hacen las cosas bien, quienes te quieren, quienes han estado ahí todo este tiempo, lo seguirán haciendo.
Levanto la aguja del tocadiscos, enciendo una vela y pongo una última canción mientras me retiro un rato a mi cuarto, al feudo de las historias, a ese lugar donde los dedos hablan solos y las voces callan para escuchar la melodía del teclado. Hay vida más allá de estos cuatro millones de píxeles.
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February 15, 2021
La estampa de un sábado cualquiera
La estampa que nos dejó Madrid.
Una vieja estrella de la televisión se emborracha en un bar recóndito del barrio, a la espera del toque de queda colectivo. A mediodía, un plato de albóndigas caseras en una taberna y un ejecutivo, forofo del Atleti, sufre el partido con un maillot amarillo de ciclista y una copa de vino. A media tarde, observo la luna en cuarto creciente, en un cielo despejado de sábado en la única mesa libre que encontramos en el paseo, en la Plaza Mayor, en templo sagrado del turismo. Desde el interior de un taxi veo a la multitud matar por estar en mi lugar, por regresar a casa antes de que la noche se vuelva prohibida. Por el balcón veo a un grupo de jóvenes que despistan a los municipales mientras aguardan para que les abran el portal e ingresen en una fiesta. La voz se quiebra entre una mirada cómplice, el hielo cruje en mi vaso por el calor del whisky y pienso en el mañana, en esa caída temporal a los infiernos y en la calma del calor de la cama. La velada se apaga y Sabina canta aquello de pasando de insectos, pasando de ineptos, pasándolo bien…
Ya en el lunes, es hora de regresar al teclado, de retomar la faena y de mirar a las historias desde otro vértice. Pronto hará un año desde que abrirse hueco en una barra de bar, es cosa del recuerdo. Y todavía no estoy enfadado. En todo caso, un poco aburrido.
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