Sergio Gutiérrez Negrón's Blog, page 25

August 13, 2014

sobre el midwest, escribe foster wallace


Oxford, OH. Por casa. 


As a rule, almost all of them are Midwesterners...This area of the country, what are we to say of this area of the country, Ms. Beadsman?...Both in the middle and on the fringe. The physical heart and the cultural extremity. Corn, a steady waning complex of heavy industry, and sports. What are we to say? We feed and stoke and supply a nation much of which doesn't know we exist. A nation we tend to be decades behind, culturally and intellectually. What are we to say about it?

David Foster Wallace, The Broom of the System 
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Published on August 13, 2014 10:39

August 12, 2014

una explicación extemporánea, ofrece jelinek


we have not described the love between erich and paula because it wasn't there. it was like a hole into which one stumbles, and after which one hobbles away again. nothing is broken, except a human creature in the bloom of her youth.



elfriede jelinek, women as lovers
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Published on August 12, 2014 07:08

brigitte y la contingencia, dixit jelinek


brigitte makes no facts, the facts burst upon her.



elfriede jelinek, women as lovers
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Published on August 12, 2014 07:06

tragedias cotidianas, reseña de 'dicen que los dormidos'

Esta reseña salió publicada el domingo 10 de agosto del 2014, en El Nuevo Día. En ella, me dieron de arroz y de masa. Pero a pesar de ello, no está tan mal. 








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Published on August 12, 2014 06:50

August 9, 2014

cuentos, vidas y duchas, pregunta foster wallace


JAY: Why is a story more upfront than life?
LENORE: It just seems more honest, somehow.
JAY: Honest meaning closer to the truth?
LENORE: I smell trap.
JAY: I smell breakthrough. The truth is that there's no difference between a life and a story? But a life pretends to be something more? But it really isn't more?
LENORE: I would kill for a shower.



David Foster Wallace, The Broom of the System


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Published on August 09, 2014 10:55

August 8, 2014

crónica íntima para bregar con la violencia, una reseña de 'dicen que los dormidos'

 Esta reseña, de Elidio Latorre Lagares, salió publicada en junio del 2014 en OtroLunes: Revista Hispanoamericana de Cultura















Crónica íntima para bregar con la violencia








Escribir la violencia no es escribir sobre la violencia. Es un modo de sobrevivirla. Sobreponerse a ella. De es vivirla. Uno puede tratar de convivir con ella y asumir la amnesia. El olvido y la desmemoria suelen ser mecanismos de defensa ante la violencia urbana, que encarna la monstruosidad de la ciudad erosionada, y así domesticamos el dolor y el miedo. Olvidar es vivir. Mas en Dicen que los dormidos, de Sergio C.  Gutiérrez Negrón, Premio Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña 2013, encontramos un intento de aunar las palabras y recuperar la memoria ante la insuficiencia de las palabras. Más que ser una crónica sobre una problemática en el Puerto Rico moderno,  se trata de una bella historia del sufrimiento, una crónica íntima para lidiar la violencia.
Hay que bregar con eso.
La escritura de Sergio C. Gutiérrez Negrón siempre ha estado más allá de los claroscuros literarios. Es un narrador que narra con la misma sugestión que un poeta hace poesía. Desde su primera novela, Palacio (Libros AC, 2011), nos acostumbra a decir lo que estima necesario, dejándonos el resto en las manos, así, como si nos tocara hacer malabarismos de sentido para completar ese ciclo que se cumple en todo texto. Para que un narrador logre algo así, es fundamental conocer el lenguaje, un proceso que no se enseña, pero que sí se aprende. Así es que Sergio escribe narrativa: bajo las operaciones de la poesía.
Que no se malentienda: Dicen que los dormidos tiene mucho que decir, pero más que crónica de la violencia en Puerto Rico, lo que importa es ese lugar dolido de enunciación del narrador, Luis, desde donde vamos mirando las otras vidas que pueblan este universo narrativo. O sea, lo que sabemos de los demás personajes, viene focalizado por un narrador en primera persona que, de paso, utiliza la instancia gramatical de la segunda persona singular. Las novelas escritas a un «tú» no pueden ser muy extensas si van a ser exitosas, pero más que eso, aquí hay un recipiente del texto que nos antecede. No es un desdoblamiento de sí mismo y tampoco le habla al lector; le habla a un hermano perdido y nosotros, como voyeristas, observamos y escuchamos. Entrar en las trampas de la segunda persona gramatical y salir ileso es, de por sí, un acierto. Como acierto es pronunciarse desde su lugar social de clase media, probablemente la espina dorsal del país. Desde Buenos días, Tío Sergio, de Magali García Ramis, no creo que haya otra mejor novela que hable tan convincentemente de los que vivimos constreñidos entre dos polos sociales.
Un valor superior que guarda esta novela es la de hacer cosas complejas con suma sencillez. Esto, podría decirse, también es de poetas. La premisa narrativa que da pie a la novela es una anáfora en la realidad puertorriqueña: unos maleantes tirotean a una persona por equivocación. La anáfora, de hecho, es esa herramienta primordial utilizada estilísticamente para contarnos Dicen que los dormidos no es. En la filosofía, la anáfora es el proceso desde el inicio del ser hasta su realización. Así que nada de esto es casualidad en una novela que viene formulada como un Bildüngsroman. Pero la materialidad narrativa se solidifica cuando la persona tiroteada es el hermano mayor del protagonista, que se anula en un estado de coma por cuatro años, y en el proceso afecta a toda su familia, particularmente a Luis. Es un sufrimiento colectivo, sí, pero Luis sufre solo. Al final, es lo único verdaderamente suyo.
Quién disparó y porque lo hizo son las interrogantes que imantan la lectura hasta su consecución para dar paso a la sed de venganza, la hermana fea de la justicia. Es la fuerza que restituirá el equilibrio. Es en ese trayecto que va de la pregunta a su respuesta se resalta, irónicamente, el inmovilismo emocional, representado por el coma en que cae la víctima del tiroteo, y contrastado con la preponderancia que en la novela tienen los automóviles, ese símbolo del sentido de movimiento. De hecho, el ataque contra el hermano de Luis es de auto a auto en una avenida infestada por vehículos de motor. No hay manera de escapar. Los personajes quedan presos de su sentido de progreso y estatura social más evidente: el automóvil. En su tarea de llenar los espacios en blanco, tanto Luis como su hermano conocen a uno de los malhechores, Jariel López, quien ha sido apresado. El otro sujeto es Avelino, hasta cuya residencia logra infiltrarse el hermano de Luis y con cuya familia construye nexos comunicativos. Con Jariel en prisión, la estrategia es vengarse de Avelino. Hacia la resolución del conflicto, y ante la frustración de no poder cumplir su cometido, Luis y su hermano deciden destruir al Honda Civic negro que perteneció al victimario y desde donde se inició el atentado. “Matamos a Avelino allí”, dice el narrador luego de destruir el vehículo. En el momento, las palabras son ininteligibles, incapaces, obsoletas: “Me dices algo que no entiendo”, enuncia el narrador. Anteriormente, cuando el hermano de Luis se lanza a conocer a Jariel en prisión, el narrador nos dice: “Descubres que conversando no se arregla nada”.
Conversar. Hablar en verso.
La víctima y Jariel terminan orando juntos con la ilusión de atenuar una paz y encontrar una respuesta a algo que no la tiene. La oración es la invocación de la palabra en su capacidad transformadora. El hermano de Luis busca rehacerse, como un mito, contestarse como un problema filosófico, y las palabras ni siquiera le dan. “Y qué es lo qué me dices me dices me pregunto hoy y me preguntaré toda la vida”, dice el narrador al final.
Y ahí está la novela de Gutiérrez Negrón: tratar de atribuir palabras a una realidad que lo supera, lo abruma, lo excede. El acto fútil de la literatura. Se trata de la “reescritura de un contrato con el universo”, de tratar de dar orden a un desorden, que reescribir lo escrito, que es como el acto escriturario mismo. Ante la amplitud de tal dimensión, el realismo que sostiene los conflictos humanos en la narración necesita fortalecerse de pasajes oníricos de suma belleza, sí, pero gran valor en la caracterización de los personajes. La novela se torna extrañamente densa –no por ello difícil-, lo que hace el recorrido de esta novela corta una experiencia sostenida en el tiempo. Los sueños, que sabemos son ventanas a la interioridad anímica de los personajes, trabajan Dicen los dormidos como pasajes surrealistas en medio de una escritura que es mayormente impresionista.
Tal vez la realidad es el sueño y viceversa. En todo caso, explicarlo es poquedad. Pero hay que bregar con eso.
Sergio Gutiérrez Negrón se debe, sin cargos de conciencia, a muchas tradiciones literarias que cruzan en su texto, donde las reminiscencias de Manuel Abreu Adorno son inevitables. Junto a Eduardo Lalo, Luis Negrón y Janette Becerra, Sergio se coloca en el lado más despierto de la literatura puertorriqueña. En fin, el triunfo de Dicen los dormidos, más que su reflexión sobre la violencia (que también es un personaje) y sus efectos, es fundamentalmente artístico.
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Published on August 08, 2014 17:27

esto no es un relato rural, avisa jelinek, demasiado tarde


darkness falls, some animals begin to rustle in the forest, something stirs in the fox's den, two tired men quickly cross the village street, they wants get home, to their family and to the tv. lights come on. in some kitchens some children are shouting. mother puts the evening meal on the table. a headlamp pushes slowly through the fog. no one thinks of the forest as a landscape. the forest is a place of work. this is not a county story after all!



elfriede jelinek, women as lovers
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Published on August 08, 2014 10:42

July 23, 2014

insignia, una columna

Esta columna salió publicada en el miércoles, 23 de julio del 2014 en El Nuevo Día.


Foto de Phil Coomes, de la BBC

A cuatro días de que el reactor nuclear de Chernobyl estallase, en la Ucrania soviética del 1986, ya se podía atisbar, desde cualquiera de las ventanas del vecindario más cercano, la bandera roja de la URSS izada sobre las ruinas del reactor, anunciando la eficiencia gubernamental en el manejo de la crisis.


No fue hasta el día antes de que apareciera la bandera que el gobierno central confirmó que, de hecho, algo había sucedido en el reactor. Sin embargo, cuenta Svetlana Alexievich, en vez de evacuar la población en esa primera época en la que se ignoraba adrede el tamaño de lo sucedido, algún burócrata dio la orden de colocar la gaya para así evitar el pesimismo o la desmoralización. Sí, la insignia nacional publicitaría la resistencia y la perseverancia del espíritu ante la adversidad.



Al mes, la radiación había carcomido la bandera. El burócrata, nuevamente preocupado por el orgullo nacional y los corazones del pueblo, mandó a colocar otra. Y, al mes, otra. Y al mes, otra. Todo por el pueblo, insistiría el hombre.



Claro, para el burócrata, el pueblo se hallaba en los ojos que velasen, desde alguna ventana aún no evacuada, la bandera, y no tanto en los soldados enviados, mes tras mes, a cambiarla. No tanto en los soldados que, mes tras mes se hacían un poco menos humanos y un poquito más material radiactivo. La bandera debía permanecer allí.



En la historia oral de Alexievich, algún soldado afectado comenta que, aunque le escondieron que el reactor era peligroso cuando subió a colocar la bandera, pensándolo bien, después de tantos años, lo volvería a hacer otra vez.



Leyéndolo, supongo que a eso es que llaman patriotismo. A esa posibilidad de perdonar a quienes hacen de uno, de vez en cuando y sin decirnos, herramienta. A esa necesidad de apelar al espíritu por sobre lo duro de nuestras carnes.



Al día de hoy, no creo que yo lo entienda.
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Published on July 23, 2014 05:58

July 18, 2014

fuck art, le dijo ella, después de una vida







“Fuck art,”
she said. “I mean really, Michael. Fuck art, okay? Isn’t it funny how we’ve
gone chasing after it all our lives? Dying to be close to anyone who seemed to
understand it, as if that could possibly help; never stopping to wonder if it
might be hopelessly beyond us all the way – or even if it might not exist?
Because there’s an interesting proposition for you: what if it doesn’t exist?”


He thought
it over, or rather made a grave Little show of pretending to think it over,
holding his own drink firmly on the table.




“Well, no,
I’m sorry dear,” he began, knowing at once that the ‘dear’ should have been
edited out of the sentence, “I can’t go along with you on that one. If I ever
thought it didn’t exist I think I’d—I don’t know. Blow my brains out, or something.”

“No, you
wouldn’t,” she told him, putting her glass down again. “You might relax for the
first time in your life. You might quit smoking.” 


 de Young Hearts Crying, Richard Yates.

Top of Form
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Published on July 18, 2014 11:27

July 14, 2014

Tema del inmigrante y la necesidad, reseña de Barra china de Manolo Nuñez Negrón





Tema del inmigrante y la necesidad, reseña de Barra china de Manolo Nuñez Negrón .

Hoy en las noticias, Crítica de Libros, Radio Universidad de Puerto Rico (14 de julio del 2014)

Sergio Gutiérrez Negrón







De una fila de vagones varados en un muelle, en una tarde de calor
sofocante, escapa un hombre chino que ha cruzado el Oceano Pacífico
ilegalmente. Su nombre es, o fue, Yuga Wang, y es el único sobreviviente de un
grupo de trabajadores clandestinos que viajaba en uno de los vagones. Muy
rápido, antes de poder tan siquiera recuperarse, Yuga descubre que el tráfico
humano apenas comienza en la travesía. Todo lo que le sigue a la dura escena de
su llegada, ocupa las ochenta páginas de la novela Barra China de Manolo Nuñez
Negrón en una narración igualmente dura que no busca tomar rehenes.

Una vez instalado en su empleo en un restaurante chino, Yuga Wang
comienza a conocer su entorno y las condiciones de su estadía. Sin quererlo, se
percata que su contrato no ha sido más que una trampa, y que la organización
que posee su deuda, ha triplicado el monto. De ahí en adelante, Yuga se verá
imbricado en una creciente ola de violencia atada a redes del bajo mundo que no
sólo trafican drogas y estupefacientes, sino también seres humanos. En la lucha
que decidirá emprender para conseguir su libertad, hallará compañía en la
amistad, el cariño y, a pesar de todo, la esperanza. 

Todo esto sucede rápido, apenas dándole al lector tiempo para respirar.
La narración de Nuñez Negrón, que también es autor del libro de relatos El
oficio del vértigo, sigue un ritmo vertiginoso que interrumpe cualquier
curiosidad que podamos tener con respecto a los personajes. Sin embargo, el
autor logra utilizar la velocidad a su favor, y, abandonando la biografía,
prefiere la relación de causa, la breve noticia de vidas infames como modos
narrativos.

En Barra china, publicada por Libros AC y disponible en las
librerías del país, Nuñez Negrón nos ofrece un relato que, mientras progresa,
se transforma en una oscura y trágica fábula de la inmigración clandestina. Una
fábula que bien pudiera ser la historia de cualquier persona que se ve obligada
a salir de su país de maneras extralegales. La novela de Nuñez Negrón insiste
en explorar ese hiato, ese descarnado periodo que sigue para los migrantes
después de cruzar océanos y mares y de caminar desiertos. De este modo, Barra
china es un texto apropiado para la época, para la crisis humana que nos
azota. Una crisis que no es sino la otra cara de las innumerables políticas de
austeridad que se propagan de país en país, aferradas a balancear presupuestos
que ven en su costo humano sólo un daño colateral.



Para hoy en las noticias en Crítica de Libros, Sergio Gutiérrez Negrón.





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Published on July 14, 2014 10:24