Andrés Accorsi's Blog, page 161

March 22, 2014

22/ 03: EL SIGLO DE LAS LUCES Vol.1

Esto ya es casi un clásico: primer tomo de una serie nueva de Joann Sfar, de la cual no sale nunca (o no consigo) la continuación. En este caso, el Vol.2 de Las Lumiéres de la France (que es como se llama la serie en el idioma original) nunca llegó siquiera a anunciarse. Y eso que el Vol.1 salió en Septiembre de 2011...
Me da un poco de bronca, sobre todo porque este primer tomo es excelente. Hay tantos hallazgos, tantos toques de genialidad, que es una pena que la serie quede trunca. El Siglo de las Luces nos trae a un Sfar afiladísimo, como siempre con ganas de bajar línea sobre temas filosóficos y religiosos, pero además con mucho humor, mucha ironía, muy lindos toques de erotismo, una mirada descarnada sobre una época que se ve que investigó muy bien (mediados del Siglo XVIII) y hasta un guiño al lector que lo sigue desde siempre, en forma de un cameo de un personaje de otra serie (El Minúsculo Mosquetero).
Este primer tomo se centra en la condesa Epónima, una chica joven y sensual a la que le gusta mucho el sexo, y su marido, el Conde, un tipo volátil, bastante pusilánime, que se llena la boca reflexionando acerca de los negros y el maltrato que sufren y lo injusta de la esclavitud, pero gana fortunas con el tráfico de esclavos de Africa a América. La relación entre estos dos personajes (que cuando no garchan se tratan como amigos, no como pareja) es la más interesante del libro, pero hay varios personajes atractivos más, como la hijita de la pareja, la perrita de la Condesa (que habla, como cierto gato de Sfar, aunque sólo su dueña parece escucharlo) y el cura, lascivo y promiscuo, al que irritan las ideas filosóficas de los nobles, o cualquier cosa que parezca fruto del pensamiento y no de la fe. Sobre el final, en la última secuencia de cuatro páginas, Sfar introduce a dos personajes más, los inescrupulosos fugitivos de Cayena, que supongo que serán importantes en el desarrollo del Vol.2.
Por lo menos en este primer tramo, El Siglo de las Luces intenta contarnos en son de joda ese período de transición entre la Francia oscurantista, monárquica, colonialista, en la que las desigualdades sociales no escandalizaban a nadie, y la Francia moderna, la del iluminismo, el humanismo, en la que eventualmente flamearán banderas de Libertad, Igualdad y Fraternidad, aunque sea un ratito. Eso se puede hacer de modo didáctico, solemne y aburrido, o como lo hace Sfar, con aventuras, garches y situaciones desopilantes como la que vive el Conde cuando pide que lo pinten de negro con betún para ver qué sienten los africanos (a los que admira por el tamaño de sus miembros viriles).
Y el otro motivo por el cual quiero YA otro tomo de esta serie es por la calidad del dibujo. Posta, hacía mucho que no veía a Sfar dibujar tan bien. Esto está, sin dudas, al nivel de sus mejores trabajos. De hecho, se despega un poquito de ese grafismo suelto, casi desprolijo que habíamos observado en varias de sus obras reseñadas acá en el blog, para volver a un dibujo mucho más “careta”, más elaborado, con todo ese festival de las texturas logrado con el plumín, pero más sólido, mucho más lejos del boceto y a años luz del garabato. Acá Sfar respeta a rajatabla los márgenes de las viñetas (que no faltan nunca) y además mete muchas menos viñetas por página (nunca más de seis). La grilla dominante es la widescreen, en tres tiras que nunca tienen más de dos cuadros cada una. Al trabajar con menos cuadros, el autor le pone mucho más detalle a cada uno y además se anima a zarparse con globos de diálogo mucho más abultados, en los que a veces los personajes tiran extensos soliloquios, casi monólogos de Enrique Pinti, contenidos en una sóla viñeta. Esta vez, la paleta cromática que complementa a los trazos de Sfar no es la de Brigitte Findakly, sino la de Walter, el colorista de los primeros álbumes de La Mazmorra. Por otra parte, si te gusta el Sfar “mamarrachero”, ese que dibuja a mano alzada con una línea temblorosa, la edición española trae 10 páginas de bocetos y estudios de personaje realizados en ese estilo, algunos coloreados por el propio Sfar con unas acuarelas exquisitas.
Vuelvo al principio: ¿a quién hay que matar para que salga pronto el Vol.2 de esta serie? Esto está demasiado bueno para quedar así...
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Published on March 22, 2014 16:59

March 21, 2014

21/ 03: DEADPOOL MAX Vol.3

Una de cal y otra de mierda. Me acuerdo que el Vol.2 (reseñado el 23/12/12) me había gustado bastante más que el Vol.1 (reseñado el 05/06/12). Parecía que David Lapham y Kyle Baker lograban encauzar esto hacia un final copado, fuerte, interesante más allá de la onda cazadoresca de sexo, puteadas y violencia en joda (y en dosis para nada habituales en el mainstream yanki). Sin embargo, después de aquel supuesto final, alguien en Marvel decidió continuar esta serie, y así salieron los seis números y el especial de Navidad que recopila este TPB. Claramente, acá está lo peor de la serie.
Los chistes son menos zarpados, menos graciosos, la violencia impacta menos, la comedia picaresca repleta de referencias sexuales se hace bastante reiterativa y hasta en un punto sosa, y cuando de nuevo le dicen a Lapham “inventate un final grosso, que cerramos”, no se le ocurre nada ni remotamente parecido a un final grosso. Hay un intento, un engaña-pichanga, pero al final el guionista termina por respetar a rajatabla un status quo que –uno supone- nadie va a usufructuar jamás, porque Marvel no va a volver a prestar a Deadpool a otros autores para que jueguen por afuera de las reglas del universo “titular”.
Por supuesto, no es todo una garcha. Algunos chistes funcionan bien y algunas situaciones tienen esa alquimia finita entre aventura, parodia, descontrol y guarangada sexópata que cuando logra cuajar, se hace muy entretenida. Y lo que más rescato de los guiones: los huevos para decir con total claridad que el villano posta, el más jodido de todos, es la CIA, no los fundamentalistas islámicos, no HYDRA, no Taskmaster. En ese arco final, en el que todos van contra los servicios de inteligencia yankis, casi no hay situaciones atractivas y el argumento hace agua por todos lados. Pero es el tramo en el que Lapham se dedica a caracterizar a “Blind Al”, la directora de la CIA y a la sazón villana principal de la saga, y en ese personaje puntual se nota un laburo muy acertado, muy filoso por parte del guionista.
El otro gesto loable de David Lapham es que en este tramo final de Deadpool MAX se arremanga y dibuja. Primero unas paginitas del especial de Navidad (choto a niveles intragables) y después el último episodio, con el que cierra la serie. Por supuesto siempre es un placer ver dibujar a un tipo que la tiene tan clara y que narra tan bien, aunque estéticamente no tenga nada, pero nada que ver con la impronta gráfica del principal dibujante de la serie (y principal motivo por el cual uno se compró estos brolis), el insumergible y cada día más grosso Kyle Baker. La verdad, no hay nada que haga Baker en este tomo que no haya hecho ya en los dos primeros, pero sigue siendo infinitamente placentero verlo dibujar en este estilo raro, muy basado en la figura humana y las expresiones faciales, con ese coloreado y esas texturas tan personales. También rompe un poquito las bolas ver cómo los fondos escasean escandalosamente (cuando no son fotos retocadas). Y las páginas que no dibujan ni Baker ni Lapham caen (como en el Vol.2) en manos de Shawn Crystal, un dibujante triste, sin onda ni imaginación, que hace lo que puede, que suele ser muy poco.
Como hincha de Racing, esta lección me la sabía de memoria: tener dos figuras en el equipo no te hace un gran equipo, ni siquiera te garantiza ganar un partido. En Deadpool MAX eso se ve clarito: dos monstruos que no fallan nunca, que en sus respectivos proyectos solistas son dos bolas de demolición, acá se juntaron y en vez de un hitazo memorable salió una obra menor, que en su mejor momento entretiene y en su peor momento parece un comic hecho por y para subnormales invertebrados, casi bochornoso en su apelación al mínimo denominador común. Si querés le echamos la culpa a Deadpool, personaje patético, copia trucha de Deathstroke pergeñada entre gallos y medianoche por el impresentable Rob Liefeld. ¿Será posible que Deadpool sea tan, tan choto que alcanza con ponerse su camiseta para que dos cracks indiscutidos jueguen mal? Da para pensarlo.
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Published on March 21, 2014 18:06

March 20, 2014

20/ 03: HISTORIAS DEL OLVIDO Vol.1

Hace menos de un mes, el 24/02/14, nos encontrábamos con Luciano Saracino y Javier De Isusi para compartir una obra en la que el argentino escribía y el vasco dibujaba. Esta vez, los dos comparten las tareas de guionista, mientras que los dibujos de las distintas historias que componen el álbum se las reparten entre unos cuantos dibujantes.
A primera vista, Historias del Olvido parece una antología de historias cortas, que giran en torno –valga la redundancia- al olvido. Qué olvidamos, por qué, de dónde sale el olvido... esas cosas. Sin embargo, cuando te adentrás en las historias, se nota que es más novela gráfica que antología. Los personajes se conocen entre sí y se cruzan, cada historia tiene referencias a otras historias y a la larga se construye un tapiz, una obra coral muy consistente, sin puntas sueltas ni elementos librados al azar.
También a primera vista, pareciera que las historias de Saracino y De Isusi van por el lado del costumbrismo, a veces con tintes dramáticos y a veces (cuando la gente sale a la calle en pelotas porque se olvida de vestirse) con tintes más desopilantes. Hay pequeños dramas familiares, pequeñas historias de amor, un científico que investiga el tema del olvido en el pueblo de Funes (llamado así en un sutil guiño al cuento de Borges, supongo yo)... nada demasiado estrambótico. Hasta que de a poco se va filtrando una cuota cada vez mayor de delirio, pero de delirio tranqui, para nada caótico, más cercano al realismo mágico que al descontrol. Para cuando las historietas dejan paso a un cuento ilustrado (el capítulo 7, llamado “El Dimenticatoio”) queda muy claro que la onda es apostar a un vuelo poético, a elementos sobrenaturales tejidos con fineza y erudición al mejor estilo Neil Gaiman. Guarda, esto no es Sandman. Pero coquetea con la idea del olvido de un modo no tan distinto al que Sandman lo hacía con el tema de los sueños.
El final es redondo y emotivo, pero de alguna manera los autores se las ingeniarán para continuar con la obra, porque hay un Vol.2 que prometo leer pronto. Veamos muy por encima las distintas historias y los dibujantes que acompañaron a la dupla.
La secuencia de enlace, 14 páginas repartidas en tres “entradas”, está a cargo de un David Rubín inspiradísimo, que la descose con las tramas mecánicas. Un genio deja todo siempre, en proyectos individuales y en aventuras grupales, y Rubín lo tiene clarísimo. “La Historia de Carla”, una joyita de la comedia costumbrista, está dibujada por Infame & Co., quien ya colaborara con Saracino en Corina y el Pistolero (reseñada el 05/07/11). Y sigue lejos del nivel ideal. Aplica bien los grises en el photoshop, hace gala de un pincel muy suelto... y no hay mucho más para decir a su favor. Bueno, sí: que es mucho mejor que Danimaiz, autor a cargo de la siguiente historia, al que se le ven buenas intenciones y muchísimas limitaciones.
Manu Ortega la rompe con su estilo sugestivo, repleto de texturas, matices y claroscuros, que revelan a un gran lector de Alberto Breccia, con un grafismo que no remite en ningún momento al del maestro. Eso no es fácil de hacer, pero Ortega lo logra. Le sigue David Lafuente, correcto, cumplidor, el más cercano a la estética de Vertigo (ya que mencionábamos a Sandman). Para el cuento ilustrado, los autores eligieron a Leticia Ruifernández, cuyo estilo quizás tenga un atractivo plástico, pero a mí no me transmitió nada. Será que no entiendo un pomo de ilustración.
La siguiente historia, que complementa a la segunda, está muy bien dibujada por Abril Barrado, con un estilo realista y a la vez muy suelto, muy dinámico, con muchos recursos para agregarle expresividad a rostros, cuerpos y hasta fondos. Hermosa historia, además. El tramo más hablado, en el que pasan menos cosas, le tocó a otro ídolo insumergible: nada menos que Paco Roca. Con su característica sobriedad y un gran manejo de los grises, el monstruo la piloteó tranquilo, sin dejar la vida y sin defraudar. Y me queda la historia más cómica, más al límite de la joda, muy bien dibujada por Alex Orbe, un tipo con cero virtuosismo, pero con gran dominio del timing y del registro semi-funny.
El balance general de este primer tomo da muy positivo, por las buenas ideas que pelan Saracino y De Isusi, por la originalidad de las historias y por el gran desempeño de varios de los dibujantes convocados. Se viene pronto el Vol.2.
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Published on March 20, 2014 18:48

March 19, 2014

19/ 03: UZUMAKI

Otra excelente edición yanki de un comic extranjero, en este caso “el integral” en tapa dura de Uzumaki, la obra definitiva, la que terminó de consagrar a Junji Ito como uno de los grandes maestros del manga de terror.
La consigna es bastante similar a la de Tomie (la vimos el 14 y el 25/02/11, con el nombre frutihortícola de “Museum of Terror”). En ambos casos, a Ito se le ocurre una idea muy loca y en vez de plantearla como novela gráfica, la desarrolla en forma de serie, en un montón de episodios autoconclusivos que giran siempre en torno a –más o menos- lo mismo y que a la larga se hacen parecidos entre sí. La gracia de Tomie era ver cómo cada uno de los 42 cachos en los que habían cortado el cadáver de esta jovencita asesinada se regeneraba y se convertía en una nueva Tomie, con justificada sed de venganza. En Uzumaki todo se centra en un pueblito costero llamado Kurouzo-cho, en el que se pone de manifiesto de modo cada vez más heavy la maldición de los espirales. Al autor se le ocurre que los espirales son una inagotable fuente de desgracias para esta pobre gente y así empieza a pergeñar historias truculentas, perturbadoras o sencillamente asquerosas, basadas en la presencia de algo tan sencillo, tan de todos los días, como los espirales.
Un diseño en un plato, el caparazón de un caracol, un remolino, una serpiente enroscada, un resorte, los rulos de una chica, los espirales para ahuyentar mosquitos, el propio vuelo de los mosquitos, por todas partes aparecen espirales y todos desencadenan tragedias sobrenaturales, al borde de la locura. Al principio, el único que se preocupa es Shuichi Sato, pero nadie le da mucha bola. Después, su novia, Kirie Goshima (la verdadera protagonista de la serie) terminará por creerle y juntos tratarán de resolver este ancestral misterio que afectará terriblemente las vidas de los pobladores de Kurouzo-cho.
En los primeros dos tercios de Uzumaki, Junji Ito arma episodios autoconclusivos, que casi pueden leerse en cualquier orden, todos con su final redondito, prolijo y generalmente muy impactante. Ya sobre el tercio final de la obra (las últimas... 215 páginas) la cosa cobra dimensiones tan gigantescas, tan zarpadas, que los episodios terminan más cerca del cliffhanger jodido que del final redondito. Toda esa última parte se lee mucho más como una novela que como una serie de historias autonclusivas. Y a pesar de que el verosímil se va a la mierda 20.000 veces, la trama es realmente atrapante y cuesta soltar el libro hasta el final.
Como en las obras de los principales referentes de Ito (Kazuo Umezu e Hideshi Hino) hay momentos en los que los efectos a los que recurre el autor para darnos miedo o asco son tan grotescos, tan pasados de rosca, que terminan por generar la risa. Y también como en las historias de estos maestros, varios de los episodios de Uzumaki le sirven a Ito para hablar de otras cosas, que tienen que ver con la vida cotidiana de los japoneses. La alienación, la competencia, la discriminación del distinto, el culto a la belleza, la desigualdad entre ricos y pobres... todo eso se ve en las calles de Kurouzo-cho y se cierne sobre los protagonistas con la misma sordidez que la maldición de los espirales.
El dibujo de Ito está muchísimo mejor que en Tomie. Si en aquel trabajo veíamos al ídolo luchar duro para “conquistar” una cierta solvencia dentro del estilo académico-realista, acá lo vemos muchísimo más afianzado en esa estética. Por momentos, Ito dibuja tan bien que parece Ryoichi Ikegami. O mejor, porque el entintado es mucho más personal, más oscuro, más expresivo, como si lo estuviera entintando Guido Crépax, ponele. Además tenemos un laburo minucioso y monumental en fondos, paisajes y criaturas bizarras, todo repleto de texturas y tramas mecánicas, y cuando se pone espeso el tema de los remolinos, entran en escena unas líneas cinéticas dibujadas con una fuerza y una originalidad increíbles.
Con Uzumaki te vas a divertir, te vas a sorprender, vas a gritar varias veces “¡No podéees!” y quizás hasta te asustes un toque. Lo que es seguro es que después de bajarte este masacote de casi 650 páginas, nunca vas a volver a ver con los mismos ojos un espiral. Otro manga distinto, fresco, intenso y audaz que no se entiende bien por qué carajo no se publica en nuestro país...
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Published on March 19, 2014 13:53

March 18, 2014

18/ 03: THE SMURFS ANTHOLOGY Vol.1

No me canso de decirlo: en EEUU se edita poco comic europeo, pero se edita muy bien. Esto que tengo acá es un lujo: Más de 190 páginas, tapas duras, artículos escritos por gente que sabe, y una consigna irresisitible: una recopilación de los álbumes de Los Pitufos (Schtroumpfs en francés, Smurfs en inglés) en orden cronológico. Este primer tomo incluye los dos álbumes iniciales de la serie lanzada por Peyo en 1959 en las páginas del semanario Spirou, y el Vol.9 de Las Aventuras de Johan & Pirlouit, de 1958, donde aparecen por primera vez los enanitos azules.
La sola mención de la revista Spirou nos permite ubicar claramente a Peyo entre los dibujantes alineados a la escuela de Marcinelle, es decir, a la línea clara cercana a la estética creada por el maestro André Franquin. Lo más notable es cómo mejora el dibujo de Peyo entre el Vol.9 de Johan & Pirlouit y el Vol.1 de Los Pitufos, a pesar de que sólo pasan dos años entre uno y otro trabajo. La línea del belga gana soltura, plasticidad y riesgo, porque se anima a hacer a los pitufos más cabezones, para que sus expresiones faciales se luzcan más. Y lo otro muy notable es lo bien que se acopla con los colores de Nine Culliford, la esposa del maestro. Realmente no parecen comics coloreados hace más de 50 años.
El libro abre con “The Purple Smurfs”, la primera historia del Vol.1. Sí, te acordás bien: en Francia esta historia se llamó “Les Schtroumpfs Noirs” y los pitufos que “se hacían malos” eran negros, no violetas. Pero bueno, en EEUU no da para que el que se vuelve jodido, bruto y violento se vuelva negro, y la editorial yanki convocó a Diego Jourdan (el uruguayo que vive en Chile) para que redibujara a los pitufos negros y los hiciera violetas, sin moverse un milímetro del estilo de Peyo. La historia (en la que Peyo contó con la colaboración de Yvan Delporte) es, ni más ni menos, una de epidemia zombie. La resolución es medio pavota, pero el desarrollo logra poner tan nervioso a un nene de ocho o nueve años como The Walking Dead a uno de 18.
Después viene una historia corta, “The Flying Smurf”, en la que Peyo refrita uno y mil gags de los cortos animados del Coyote y el Correcaminos, Tweety y Silvestre y demás dibujos clásicos en los que un personaje intenta volar y no lo logra. Es gracioso, pero no original. La siguiente historia, de 20 páginas, es importante porque nos muestra la primera lucha entre los pitufos y Gargamel. Acá hay muchos gags, pero muy integrados a la aventura, que nos muestra el costado corajudo de los enanitos.
El Vol.2 tiene dos historietas: una de 40 páginas y una de 20. La más larga es la que en Francia se llamó “Le Schtroumpfissime” y los yankis rebautizaron (con escasa onda) como “The Smurf King”. Acá, Peyo y Delporte vuelven a sorprender desde el argumento, que es una perfecta sátira política sobre el totalitarismo de las monarquías y de los dictadores onda Hitler. Por supuesto acá no hay muertes ni torturas, pero es un comic bastante violento, espeso, con consecuencias jodidas para la aldea de los protagonistas. Y la segunda historia arranca para el lado de la joda y rápidamente deriva hacia una nueva aventura contra Gargamel, con chistes, magia y pantomimas exageradas.
Y cerramos con las 60 páginas de “La Flute a Six Schtroumpfs”, la extensa aventura de Johan y Pirlouit en cuya segunda mitad aparecen por primera vez los pitufos. Este es un típico álbum de comic infanto-juvenil franco-belga, de la era dorada de la revista Spirou. Es una aventura intensa, con mucho diálogo, mucha rosca, toques de comedia y un argumento que –al involucrar a un objeto mágico- se torna cada vez más impredecible, aunque uno sabe que al final van a ganar los buenos. Acá Peyo plantea páginas con menos cuadros que en las historias de Los Pitufos (que a veces llegan a las 15 viñetas) y compensa metiendo más textos. El final tiene una vueltita muy linda y no, en ningún momento te permite suponer que los enanitos azules van a volver, ni mucho menos que se van a convertir en un fenómeno mundial, capaz de eclipsar ampliamente a Johan, Pirlouit y todas las otras creaciones de Peyo.
Prometo pitufar más álbumes de esta serie en los próximos pitufos, acá en el blog.
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Published on March 18, 2014 18:54

March 17, 2014

17/ 03: THE SHADE

Para mí, antes de abrir este libro, la consigna de The Shade era “un devaluadísimo James Robinson busca resucitar la onda noventosa de su Starman”. No esperaba leer un comic glorioso, ni mucho menos. Simplemente quería ver qué salía del reencuentro entre el guionista y uno de los tantos personajes a los que reformuló por completo (y les dio onda y sentido) durante su paso por Starman. El reencuentro con Mikaal, que ya vimos en JLA: Cry for Justice (reseña del 24/09/10), me había dejado con gusto a poco, al igual que aquel numerito de Starman que enganchaba con Blackest Night, si no me equivoco. Pero este proyecto, al estar pensado para 12 episodios y contar con un elenco de dibujantes de la San Puta, despertó mi interés. Y la verdad es que, sin ser la octava maravilla del mundo, se la banca muy decorosamente. Está muy claro que Robinson AMA a Richard Swift, que lo conoce a fondo, que se identifica con él y que –más allá de buscar una revancha artística o un currito comercial- le quedaban historias para contar con el personaje. ¿Están buenas? Ahí vamos.
El primer arco de tres episodios sirve para presentarle el personaje a los que no lo conocen. The Shade, Opal City, Mikaal, Hope O´Dare, y un personaje nuevo, Will von Hammer, al que Robinson extrañamente no vincula con Enemy Ace. Hay un ajuste a los poderes del “héroe”, una machaca no muy importante y la puesta en marcha de un argumento mayor, que tiene que ver con los descendientes de este ex-villano, que es inmortal desde 1838.
El segundo arco nos lleva a Barcelona y ahí sí, tiene mucho más peso el combate contra un claro antagonista, El Inquisidor. Acá vemos a Shade pelar a full sus poderes upgradeados y reencontrarse con un personaje de su sombrío pasado: La Sangre, una chica vampiro y valiente heroína que protege a la maravillosa Ciudad Condal. Es el tramo menos importante, menos relevante de la saga, tanto que por momentos parece un “fan service” a los lectores españoles.
Y el tercer arco transcurre en Londres, la ciudad natal de Richard Swift, que ahora sí, se tiene que ver las caras con el verdadero villano de la saga, que es uno de sus bisnietos. Acá aparecen varios héroes locales (falta John Constantine, nomás) y la saga cobra una dimensión mucho más espectacular, más grandilocuente. La resolución no está para nada mal, aunque –repito- no es una genialidad ni mucho menos.
Además, hay tres unitarios ambientados en el pasado (los clásicos Times Past de Starman): el de la Segunda Guerra Mundial es una aventura trepidante a pura machaca, el de 1901 es medio intrascendente y el de 1838 nos revela con lujo de detalles la fatídica noche en la que Richard Swift se convirtió en The Shade. Dos de estos tres unitarios están al nivel de lo más interesante que contó Robinson con este personaje.
¿Qué onda los dibujantes? Cully Hamner dibuja sus tres episodios con muchísimas pilas, sin guardarse nada, con una línea firme, vibrante, una especie de Eduardo Risso de la B, o Tim Sale con muchas ganas de laburar. Javier Pulido se prende fuego en sus tres episodios, con mucha intensidad en la narrativa, aunque se tiene que fumar algunas páginas con demasiado texto, que le complican las composiciones. Y los tres episodios de Fraser Irving son una orgía visual indescriptible en la que el ídolo te acribilla con unas imágenes poderosísimas y de alto vuelo plástico. Dibujo, color, narrativa, todo perfecto, todo colosal, todo demasiado grosso para aparecer en un comic-book que seguro compró poca gente.
En los unitarios, a Jill Thompson le toca el más flojo y responde con un trabajo por debajo del nivel actual de esta grossa. En cambio, Darwyn Cooke y Gene Ha, bendecidos con los guiones más atractivos del tomo, suben la apuesta y se despachan con unas páginas magníficas, a la altura de lo mejor de las notables carreras de ambos próceres.
Si fuiste fan de Starman en los ´90, seguro ya tenés este libro. Si nunca leiste nada del Starman de James Robinson, no creo que este sea un material como para empezar de cero. Se nota mucho que está pensado para el que ya leyó todo lo anterior. Y si lo tuyo son los dibujantes y querés tener todos los laburos de Hamner, Pulido, Irving, Cooke o Ha, acá los vas a ver a los cinco tirando magia de la buena. Ah, un detallito final: esto se publicó después del reboot de los New 52, pero transcurre en la continuidad anterior, la pre-Flashpoint.
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Published on March 17, 2014 18:48

March 16, 2014

16/ 03: DAGO: LUCCA Vol.1

Muy lindo tomo de Dago. Muchas páginas, una trama atractiva, dibujos excelentes... Veremos cómo termina Robin Wood la saga de Lucca, pero esta primera parte es realmente atrapante.
Las primeras 60 páginas son algo así como “la saga antes de la saga”, una historia perfectamente autoconclusiva y redonda, si no fuera porque es todo parte de un plan de Dago para hacer engranar al Príncipe Bertini, el jefe de la conjura que boleteó a su familia, a quien el héroe quiere hacer salir de su refugio inexpugnable en la ciudad de Venecia. La aventura transcurre en Marsella y sirve, básicamente, para presentarnos a los sicarios de Bertini a los que Dago les hará la vida imposible hasta el inevitable cara a cara con el malvado noble veneciano. El astuto Orsini y la despiadada Lorena, dos personajes muy bien trabajados por Wood, caerán en la trampa de Dago, los dos de distinta manera, y esas derrotas en Marsella pondrán en marcha la saga de Lucca.
Que -hay que decirlo- arranca muy lento. El Príncipe Bertini se entera que Dago operó para cagarlo en Marsella en la página 60. Y para la 128 todavía no se encontraron, a pesar de que llevan ya muchas páginas en la misma ciudad. ¿Con qué nos entretiene Robin durante este extenso jugueteo previo? Con las apariciones de Michelangelo Buonarrotti, que se hace amigo de Dago, y con el desarrollo de otro personaje secundario interesante, con pasta para tener un rol decisivo en la segunda parte, la bella y enigmática dama de Paradini. Lo que más me gustó de este tramo franelero, en el que la historia avanza poco, es que casi no hay violencia. Robin no hace la boludez de meter peleas que no aporten nada a la trama sólo para que Dago pelee con alguien cada 12 páginas. Hay intriga palaciega, una muy acertada indagación en las costumbres de la gente de la época, un par de garches muy lindos y alguna peripecia menor, que el guionista se abstiene de “venderla” como si fuera relevante.
No me quiero extender mucho con el argumento, porque está claro que es todo un gran sembradío de líneas argumentales para explotar en la segunda parte, cuando Dago finalmente se enfrente al Príncipe Bertini. Por ahora, con ritmo pachorro y todo, parece que estamos frente a un capítulo realmente relevante en la historia de este sombrío justiciero. Creo que lo único flojo es la caracterización de Bertini, al que Wood nos presenta como un villano sin matices, sin dobleces. El tipo es un hijo de mil putas las 24 horas, en todas partes. Es malo con sus enemigos, con sus súbditos y hasta con su esposa y su hija (a las que Dago les salvó la vida en la saga de Roma, ¿te acordás?). Y es malo porque sí, porque está lleno de odio, a pesar de tenerlo todo (menos la conciencia tranquila, claro).
¿Qué decir del dibujo de Carlos Gómez? No se entiende bien cómo, pero el cordobés sigue mejorando exponencialmente de un tomo a otro. Es cierto, abundan demasiado los primeros planos y hay muchas, muchas viñetas sin fondos. Pero man, los primeros planos de Gómez son DEVASTADORES, llenos de realismo y expresión, y cuando mete fondos te ANIQUILA con un laburo impresionante en los detalles y las texturas y una integración perfecta de la referencia fotográfica. Entonces, ¿de qué te podés quejar? Gómez no dibuja nunca más de seis viñetas por páginas y las combina de modos muy variados, a veces con grillas clásicas y otras de forma bastante experimental por tratarse de material gestado para las popoulares antologías italianas de la ex-Eura. Los cuerpos en movimiento y los primeros planos de Lorena tienen la elegancia y la sensualidad del mejor García López, el rostro curtido de Navarro me trajo reminiscencias al de Mort Cinder, y en los rasgos del Príncipe Bertini perdura la impronta de Alberto Salinas, el primer dibujante de Dago. El resto es Gómez puro, haciendo gala de un estilo propio, en el que está absolutamente afianzado y que no hay forma de clonar, porque para dibujar así hay que tenerla demasiado clara.
La saga de Lucca promete aventura clásica de muy buena factura, con un guión hasta ahora muy bien llevado y un dibujo que, si sos fan de la estética académico-realista, te va a volar las retinas en mil pedazos. Prometo entrarle pronto al Vol.2, a ver cómo se resuelve la trama.
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Published on March 16, 2014 11:01

March 15, 2014

15/ 03: SUCKLE

Tengo mucho sueño. Me quiero ir a dormir una siesta.
Suckle me gustó mucho, es una historieta de 1996, muy anterior a la consagración definitiva de Dave Cooper. También es probable que, con 130 páginas, sea su obra más extensa.
Me da paja analizarla en forma pormenorizada, porque me quiero ir a dormir. Lo importante es que Suckle es una excelente historieta, llena de libertad, de buenas ideas, con un ritmo totalmente adictivo y con un dibujo alucinante, en el que se ven las inflluencias de Robert Crumb, Moebius, John Kricfalusi, Jim Woodring y Bob Fingerman. Más adelante, Cooper va a dibujar mil veces mejor (lo vimos en el librito de Pip & Norton reseñado el 17/01/13) y se va a ir a la mierda cuando incorpore el color. Pero acá, tranquilito, en blanco y negro y con las raíces under bien visibles, también la rompe.
Suckle combina ternura y perversiones, lirismo y sordidez, aventura y reflexión, amor platónico y sexo desenfrenado, maravillas y atrocidades. Se parece poco a lo que haría más tarde Dave Cooper y menos todavía a lo que hacían la gran mayoría de los historietistas en 1996. En castellano está editado por La Cúpula como “Succión”, pero es una obra en la que no abunda el texto y este rara vez es decisivo, con lo cual si sólo la conseguís en inglés (magnífica edición de Fantagraphics) no creo que tengas drama para entenderla y disfrutarla.
Mañana, con más pilas, una reseña como las de siempre. Ah, si querés leer algo más, hoy subió un artículo mío, inédito y bastante extenso, a http://www.comiqueando.com.ar/columna...
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Published on March 15, 2014 13:45

March 14, 2014

14/ 03: RIO ABAJO

Una vez más me encuentro con el maestro francés Pascal Rabaté, del cual vimos una obra maestra allá por el 23/11/12. Río Abajo, publicada en 2007, no se queda para nada atrás de Ibicus. De hecho, me gustó más.
La clave está en las bajas pretensiones. En Río Abajo (“Les Petits Ruisseaux”, en francés) el autor nos propone una historia chiquita (a pesar de que tiene más de 80 páginas), casi de entrecasa, que gira en torno a un personaje entrañable, en cuya construcción residen los principales méritos de la obra. Emil es un abuelo setentón, viudo y jubilado, que pasa buena parte del día solo, excepto cuando visita el bar donde se juntan “los muchachos”, o cuando va a pescar con su amigo Edmond. Al principio, pareciera que Edmond va a ser el personaje central: Rabaté nos cuenta que –a pesar de su edad- sale con minas, pinta cuadros, cria a un gato... El mundo de Edmond a priori parece más rico que el de Emil. Pero para la página 20, Edmond sale de escena y todo se centra en Emil que –más solo que nunca- se empieza a replantear un montón de cosas.
Ese es el núcleo de la obra: el crack en el bocho que hace que Emil recupere las ganas de vivir, de sentirse bien y –pequeño detalle- de ponerla de vez en cuando. Sin caer en el grotesco, Rabaté trabaja muy bien el tema (casi nada explorado en los comics) del sexo en la Tercera Edad y nos muestra cómo la reaparición de la pulsión erótica adormecida le cambia la vida al protagonista. De pronto, una obra que pintaba melancólica o crepuscular cobra un tono mucho más vital, más intenso, más movido, más al palo (nunca mejor dicho).
Rabaté combina escenas introspectivas con otras en las que hay bastante acción (sobre todo si pensamos que el protagonista es un abuelo setentón). Tiene momentos (sobre todo en el bar) en los que los diálogos (siempre afilados) se llevan el protagonismo y muchas escenas mudas, en la que todo está contado con el dibujo, ya sea con la acción o con las expresiones faciales de los personajes. Al estar ambientada en una ciudad chica y en la campiña francesa, la obra tiene también esa pachorra pueblerina muy presente en el ritmo del relato.
El dibujo del ídolo no tiene nada, pero nada que ver con lo que vimos en Ibicus. Acá no queda ni el más mínimo vestigio de ese afán de Rabaté por clonar el estilo que perfeccionara Alberto Breccia en Perramus. Acá le pinta el minimalismo, con un estilo MUY fluído, muy libre, con guiños a Gauguin y Picasso y un trabajo de sombreados con plumín que por momentos me recordó a los dibujantes de la línea de Sfar, Blain y Blutch. El color es sobrio, para nada estridente, en perfecta sintonía con el tono de la narración. El estilo tranqui del dibujo, que en ningún momento busca disputarle el protagonismo a la trama, también tiene que ver con el hecho de que –a pesar de contar con casi 90 páginas para desarrollar la historia- Rabaté no baja nunca de las ocho viñetas por página. La gran mayoría de las páginas tienen más de 10 cuadros y en una llega a los 16. Por supuesto, esto funciona como un recurso muy efectivo para imponerle un timing muy particular (y muy bien pensado) a la obra.
No me quiero extender mucho más. Simplemente recomiendo enfáticamente la lectura de Río Abajo. Es un comic realmente hermoso, una maravilla del Noveno Arte, justamente distinguido con varios galardones. No me lo imaginaba para nada a Pascal Rabaté laburando en este estilo de dibujo, pero me convenció rapidísimo. Y sobre todo me conquistó con una historia original, muy real, emotiva, atrapante y con un mensaje recontra positivo. Comedia costumbrista, romance, una pizca de aventura y un tema espinoso que subyace a la trama (¿qué hacemos con los viejitos que ya no trabajan ni generan guita?) mezclados con mano maestra por un capo que, con esta obra, se terminó de consagrar. Gracias, Norma, por publicarla en castellano.
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Published on March 14, 2014 15:11

March 13, 2014

13/ 03: FANTASTIC FOUR Vol.6

Mirá qué loco... Con este TPB de Fantastic Four, con el que se termina la etapa de Jonathan Hickman, me pasó algo parecido a lo que me pasó ayer con Shankar. De nuevo me encuentro con un guionista al que la machaca parece no interesarle en absoluto. Este tomo ofrece ocho episodios: seis unitarios y un arquito en dos partes. Y en ninguna de las historias tienen demasiado peso las peleas. Incluso en varias... no hay peleas! Claramente lo de Hickman pasa por otro lado, por el lado de las ideas. Rara vez aspira al lirismo de Mazzitelli y tampoco se vuelve loco con nuevas reformulaciones de los poderes de los héroes como haría Grant Morrison, por ejemplo. Hickman pareciera enrolarse en una línea más cercana a la de Isaac Asimov: lo suyo es una ciencia-ficción muy jugada, con muchos conceptos de avanzada, que más que para justificar los estallidos de machaca le sirven para abrir puertas, para instaurar situaciones, locaciones, ideas, que muy probablemente los guionistas posteriores ni se calienten en explorar. Las siete historias con las que Hickman cierra su etapa se parecen poco entre sí, así que vamos a mirarlas una por una.
En el primer unitario, Reed y Nathaniel Richards viajan 3000 años al futuro para presenciar la muerte de un Ben Grimm destinado a vivir unos cuantos siglos más que sus compañeros. Es una historia hermosa, impredecible y con cero violencia. El segundo unitario resulta ser una especie de “secret origin” del Consejo de los Reeds, pero arranca raro, como una especie de Elseworlds en el que se reversiona el origen de los Fantastic Four que ahora son... villanos nazis! Muy loco y –de nuevo- casi sin peleas. La tercera historia corta es brillante, quizás la mejor del tomo. Digamos –para no spoilear- que es una misión de los FF a todo o nada, en un territorio extraño y hostil, para salvarle la vida a un viejo amigo. Una cátedra de Hickman en apenas 20 páginas.
En otra historia unitaria se resuelve el plot de unos héroes del futuro (o de un futuro alternativo, en realidad) que quedaron varados en el presente. Los FF y Nathaniel los ayudan a volver a su tiempo. Fin. En el siguiente unitario, Reed, Ben, Johnny y Spider-Man van a investigar una isla en la que AIM construyó una base zarpada. Se trata de una nación independiente, a la que AIM compró con guita. Ahí descubren que los malos tienen el asesoramiento del Wizard, que está bastante chapa, y Reed rosquea con los “diplomáticos” de AIM, mientras su viejo adversario se reencuentra con su hijo, hoy miembro de la Future Foundation. En el último unitario, el Dr.Doom consigue el poder supremo que le da el Guantelete del Infinito y lo usa para crear un nuevo universo a su imagen y semejanza. Como en su esencia está el mal, el universo “le sale malo” y se le vuelve en contra. Reed, Nathaniel y la Valeria del futuro lo van a rescatar y le tiran la mejor onda, como si nunca hubiesen sido enemigos.
Y en el arquito de dos partes, que transcurre en Wakanda, Hickman manda un muy sutil anticipo de lo que sucederá en Avengers vs. X-Men, le da mucha chapa y un upgrade muy lindo a Black Panther y deja que las mujeres (Shuri, Sue y Storm) se caguen a palos contra una amenaza que pintaba heavy pero a la que le ganan fácil.
Como ya es costumbre, 160 páginas de historieta de Marvel significan no menos de cuatro dibujantes. Acá tenemos en tres de los unitarios al muy digno Ryan Stegman (hoy titular en Spider-Man) que parece una especie de Humberto Ramos entintado por Bill Sienkiewicz. Me gustó, no me hice hardcore fan, pero lo banco. En la saguita de Wakanda tenemos al maestro Giuseppe Camuncoli, casi irreconocible, muy tapado por las tintas de Karl Kesel. Igual todo se ve muy bien, porque Kesel la rompe siempre. El más flojito me pareció Mike Choi, que por suerte dibuja sólo 20 páginas. Y muy raro lo de Ron Garney, que cambió su estilo más limpio, más suelto, más “cartoony”, más Romita Jr., por uno más cercano al de los infinitos clones de Jim Lee. Por suerte le queda bien, y no impide que se destaquen sus innegables virtudes a la hora de armar las páginas y las secuencias.
Y bueno, se terminó Fantastic Four de Jonathan Hickman. La verdad, una etapa rara, muy jugada, con muchísima innovación, muchísimo riesgo. Debe haber sido insoportable leer esto en revistitas mensuales, pero en TPBs lo disfruté mucho. Ahora vamos por Matt Fraction, a ver qué tiene para proponernos a los fans del mítico cuarteto.
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Published on March 13, 2014 12:35

Andrés Accorsi's Blog

Andrés Accorsi
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