Álvaro Bisama's Blog, page 98
August 26, 2017
Inscritos los pingos empieza la carrera
Ya están inscritos los candidatos. En la presidencial son nada menos que ocho: Piñera, Kast, Guillier, Sánchez, Goic, Artés, Navarro y ME-O. Hay diversas encuestas, aunque cada candidato dice que tiene las propias y que son diferentes a las que se conocen públicamente. Lo cierto es que la clave final será la cantidad de votantes, tema en que las encuestas aún no parecen muy certeras. Cadem estima que, con las respuestas de hoy, la participación sería de alrededor de 45%. Hay otros que creen que será mucho menor, como en la última elección, y otros como yo que creen que será mayor. Es la clave, y es por ahora incierta.
Con las cifras de hoy son más o menos así: por la centroderecha Piñera está en torno al 46%, Kast 5%. En la Nueva Mayoría o lo que sea hoy, Guillier 18%, Sánchez 18%, Goic 7%. Por otro lado, está Artés que no debe llegar al 1%, Navarro similar, y ME-O que podría tener un 4%. De estas cifras eventuales surgen varios puntos interesantes.
El primero, en la lógica de grandes coaliciones (que desaparecerá en esta elección) es que entre la suma de los dos primeros y el resto la cosa es más o menos empate, suponiendo que todos se unan en segunda vuelta, lo que es muy poco probable. El mapa político del país será completamente diferente desde el 2018. Gran duda se cierne sobre la “patria resiliente” que nadie entiende mucho.
Segundo, con ocho candidatos es muy difícil que alguien gane en primera vuelta. Kast podría ser quien evite que Piñera gane en primera vuelta, lo que sería un golpe demasiado duro a la centroderecha. Podría recordarnos al famoso cura de Catapilco. Kast sostiene que trae nuevos votantes y que pasará a segunda vuelta con Piñera, como ocurrió en Perú. Es en efecto posible pero poco probable.
Tercero, el Frente Amplio ha sufrido un severo golpe cuya magnitud electoral aún no sabemos, pero pareciera que no es menor. Su principal bandera de lucha que era la nueva política, simplemente se desmoronó. Pero en el otro lado, Guillier sigue de tumbo en tumbo y su campaña se mantiene disgregada, sin mensajes claros, y con el candidato claramente desganado. Los partidos que lo apoyan lo critican y el candidato comete error tras error.
Lo que se aprecia en las tendencias es que Piñera sigue subiendo, Guillier está estancado y Sánchez declina sistemáticamente, como lo hizo Guillier en su momento. La próxima semana tendremos la encuesta Adimark, Cadem y muy pronto la CEP. Eso definirá claramente el punto de partida en términos de encuestas.
En las parlamentarias el guirigay es increíble. Mirando las listas queda en evidencia que varias figuras políticas tradicionales quedarán atrás, y las sorpresas pueden ser mayores. Es parte del rebaraje del naipe en curso. Ahora sabremos de verdad cuánto pesa el Frente Amplio y cómo se ordenará la izquierda para el futuro. El PS le regaló un senador al PC e Insulza ha hecho el loco como nunca mendigando un cargo. Lo nombraron mañosamente en el tema de La Haya para hacerlo candidato, postergando el interés nacional. Abandonó el cargo para ser presidencial, pero lo bajaron. Partió a Atacama, una sandía calada, y lo bajaron por el PC; dijo pública y taxativamente que no iría a ninguna otra circunscripción, pero ahora está inscrito en Arica. De no creer. Más difícil aún es entender el apoyo formal de la DC, que tiene su propia candidata en la zona.La contienda está sabrosa, y tendremos mucho que comentar. Por ahora solo hemos partido. Ojalá la polarización y la inmundicia no invadan la elección.
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El daño
El titular de Economía -Luis Felipe Céspedes- decidió no pronunciarse en el Comité de Ministros sobre el proyecto minero-portuario Dominga, argumentando que dicha instancia no tuvo a tiempo los antecedentes para resolver de manera seria e informada. En los hechos, la autoridad reconoció de manera implícita que, al rechazar un proyecto de US$ 2.500 millones, los integrantes de dicho comité resolvieron prácticamente a ciegas, sin exigir lo mínimo necesario para poder ejercer sus atribuciones de manera responsable. Si quedó alguna duda de la actitud negligente denunciada por el ministro, dos días después el subsecretario de Hacienda -Alejandro Micco- lamentó que en este caso se hubieran tomado ‘decisiones apresuradas’.
A lo insólito que resultó escuchar a miembros del gabinete denunciando las irresponsabilidades de su propio gobierno, se agrega el que esas opiniones no fueran oficialmente desmentidas y que dichas autoridades, además, sigan en sus cargos. Una señal que confirma lo poco que a la Presidenta y a sus colaboradores les preocupa en la actualidad el destino del Ejecutivo. En la misma lógica, hace dos semanas el equipo asesor de la Mandataria la expuso a tener que reconocer que no conocía el informe de productividad asociado al proyecto de reforma previsional; un informe cuya seriedad intentó además poner en duda, ya que también ignoraba que fue elaborado por sus propios ministros y que ese mismo día estaba de titular en los principales diarios. Michelle Bachelet terminó entonces reconociendo que esa mañana no tuvo tiempo de leer la prensa.
Pero no solo el gobierno ha sido didáctico para ilustrar la forma en que toma decisiones en materias relevantes. También los partidos políticos fueron elocuentes a la hora de tener que cumplir con la ley de cuotas, es decir, con la legislación que los obliga a tener al menos un 40% de candidaturas femeninas en su plantilla parlamentaria. Una iniciativa cuyo sentido era reforzar la participación de las mujeres en política, pero que terminó en muchos casos siendo usada como un mecanismo para eliminar el riesgo de competencia a sus compañeros de lista, poniendo a mujeres de mínima o nula viabilidad electoral. Así, un sincero esfuerzo por avanzar en equidad de género en el Congreso es debilitado y desdibujado por los mismos que apoyaron con sus votos dicha modificación.
Por último, esta semana se escuchó a Alejandro Guillier y Carolina Goic reclamar por los problemas de financiamiento de sus campañas presidenciales, cuando ellos estuvieron también entre quienes discutieron y aprobaron la nueva legislación. En efecto, los que hicieron de la separación entre dinero y política un estandarte ideológico, los que exigían con toda razón acabar con la influencia de los empresarios en los eventos electorales, ahora no tienen problema en cuestionar a los bancos por no querer correr el riesgo reputacional de prestarles dinero.
Al final del día, autoridades de gobierno que hacen ostentación de tomar decisiones de manera desinformada, y parlamentarios que no asumen las consecuencias de las leyes que aprueban, le generan al país un daño enorme.Un daño político e institucional que, según muestra la experiencia comparada, se hace cada día más difícil poder revertir.
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El derrumbe del otro modelo
“Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, sean correctas o equivocadas, son más poderosas de lo que se piensa. De hecho, el mundo es gobernado principalmente por ellas”. Esta frase de Keynes es tan famosa, que, a pesar de repetirla, rara vez le tomamos el peso. Lo que implica es radical: nuestra comprensión de la realidad siempre está mediada por construcciones intelectuales que pueden corresponder mejor o peor a los hechos. Y ya que no hay ningún acceso directo a esos hechos, despreciar la fuerza de las ideas en nombre del “practicismo” es simplemente entregarse irreflexivamente a los propios sesgos: nada menos práctico.
Pero no solo los “hombres prácticos” criticados por Keynes se equivocan. También lo hacen las personas que se niegan a evaluar la forma en que sus ideas interactúan con la realidad, y que siempre terminan cargándole toda la responsabilidad a ella cuando se ven frustrados.
Tal es el caso de los fanáticos de todas las tendencias que, frente a las consecuencias prácticas negativas de sus doctrinas nos dicen “no te equivoques, eso malo que ves no es el VERDADERO socialismo, capitalismo o lo que sea”. ¿Y qué es el verdadero socialismo, capitalismo o lo que sea sino la interacción de esas doctrinas con la realidad concreta en que son aplicadas?
En el caso de Chile, las ideas que predominaron durante los últimos 30 años han comenzado a ser cuestionadas, en la medida en que las preocupaciones y prioridades de la sociedad se han ido transformando junto con el desarrollo experimentado. Hay nuevas preguntas para las que no hay respuestas claras. Y la tentación de rechazar en fardo la experiencia de estos últimos años y entregarnos a delirios refundacionales está a la orden del día. El primer experimento en este sentido ha sido el de la Nueva Mayoría, que se inspiró en las propuestas que un grupo de intelectuales de izquierda planteó en el libro El otro modelo, que declaraba la intención de ser “El ladrillo” de esta nueva etapa política. Bachelet presentó el libro compromisoriamente, sumó a casi todos sus autores a sus grupos programáticos y fijó las prioridades de su gobierno siguiendo su receta. Y el resultado ha sido bastante malo.
Frente a la impopularidad del gobierno, los autores del libro han optado por desentenderse de él. “Esto no es el VERDADERO otro modelo”, dicen. Alegan una mala aplicación de sus ideas, sin especificar esos supuestos errores. Y evitan siquiera pensar que los malos resultados del gobierno sean el efecto de sus ideas en contacto con la realidad.
Sin embargo, este debate, que es el que la publicación del libro El derrumbe del otro modelo por parte del IES y editorial Tajamar pretende propiciar, es quizás el más importante de dar en el contexto de las próximas elecciones presidenciales, donde deberemos decidir si queremos seguir profundizando “el otro modelo”.
Y es que si las ideas tienen consecuencias, promoverlas exige, también, asumir la responsabilidad de evaluar sus efectos.
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Candidatos representativos
Panzer: Yo seré candidato por Atacama o no seré candidato. Así de simple. Ustedes tienen que entenderme: me debo a mis conciudadanos de Atacama. He sido siempre un gran atacameño. Sé bailar el trote atacameño, celebro el Día del Minero. Si tuviera un hijo le pondría Atacamo.
Elizalde: ¡Tú vas a ir por Arica!
Panzer: Me encanta Arica. Siempre me he sentido tan ariqueño. El Morro, la frontera, el histórico Carlos Dittborn, las papayas…
Elizalde: Las papayas son de La Serena.
Velasco: Yo en cambio competiré por el Maule. Es que soy tan maulino. Con la Consuelo siempre hemos estado conectados con el Maule. Me encanta el Maule. Maule, Maule, Maule. Suena tan moderno.
Elizalde: Fíjate que yo también voy por el Maule. Pero soy mucho más maulino que tú.
Velasco: No lo creo. ¿Les conté que mi abuelita era maulina?
Elizalde: En cambio yo nací en Talca.
Velasco: Pero eras diputado por Lo Espejo y San Miguel.
Elizalde: Es que soy un talquino muy cercano a esas comunas. Por ejemplo, me conozco todas las canciones de Los Prisioneros, que, por si no lo sabes, son oriundos de San Miguel.
Sfeir: Qué maravilloso el alineamiento de astros galácticos que ha posibilitado que los tres compitamos para ser senadores por el Maule. Propongo que unamos nuestras manos y en plena concordancia con la naturaleza que nos rodea meditemos sobre el significado de esta coincidencia.
Velasco: Con la Consuelo siempre meditamos, ¿pero tú qué tienes que ver con el Maule?
Sfeir: Percibo en tu pregunta una cierta alteración que genera vibraciones negativas en el ambiente. Intenta superarlo. Respira profundo. Inhala, exhala. Recuerda que ambos somos economistas, pero yo trabajé en el Banco Mundial y, como es mundial, también abarca a Talca, ¿cachai?
Díaz: Lo que es yo seré diputado por Valparaíso. Me inclino por la cosa portuaria, la bohemia, el océano, el Cinzano y todo eso.
Panzer: ¿Pero no querías ser senador por Aysén? Estaba convencido que lo tuyo era el sur.
Díaz: No, no, no. Pero qué confusión. Yo me debo al puerto principal.
La nona: Me carga la gente que anda mendigando puestos en el Congreso. Yo, en cambio, compito por Puente Alto porque nosotros los Ossandón somos nacidos y criados en la zona.
Díaz: ¿Pero tú no vives en La Dehesa?
La nona: Bien reguleque y mal intencionada tu pregunta. Llevamos años trabajando por Puente Alto. Si hasta tengo una hija concejala. Los candidatos deberían tener relación con el lugar donde postulan, como este gallo Iván Fuentes, que es como típico de Aysén.
Fuentes: Pero de qué habla, si yo soy candidato por La Cisterna.
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La inscripción, la brecha y las platas
La confección de las listas parlamentarias es un momento especialmente dramático en la vida de los partidos. De algún modo, es la hora de la verdad. La selección de candidatos no sólo es un trabajo en el que las colectividades escogen a sus mejores hombres y mujeres para representarlos, sino también la instancia en la que fijan los estándares de calidad de la clase política del país. Obviamente, los partidos llevan a cabo esta función atendiendo a numerosas consideraciones. Mientras algunos entran a las plantillas en función de los nexos que han generado con sus partidos como dirigentes o como parlamentarios, otros lo hacen como militantes rasos, en calidad de apuestas por la renovación. Unos son escogidos en base a su coherencia ideológica, otros en base a su popularidad. Hay candidatos que son para ganar y hay también candidatos que son solo para acompañar o dar testimonio. Hay candidatos que lo son porque constituyen un lujo para los partidos que los llevan y hay otros casos en cuales, por la inversa, en que es el partido el que es un lujo para ellos. En fin, no en último lugar, esta vez también hay candidatas que lo son solo para cumplir las cuotas de género establecidas por ley.
Como ha ocurrido siempre, en la experiencia reciente de inscripción de las listas parlamentarias hubo de todo. Se dirá que no fue un espectáculo muy edificante. Sin embargo, las cosas nunca han sido muy diferentes. Los insumos de esos episodios no tienen buena presentación y son conocidos: encarnizadas guerras de egos, muchos aspirantes heridos, viejas lealtades que se fracturan para siempre, nuevas trenzas internas de poder que eran impensadas, atribuladas negociaciones de último minuto, muchos tira y afloja tras bambalinas, oportunismo rampante incluso en quienes se decían puros y súbitos tributos a las convicciones, incluso de parte de quienes nunca las tuvieron. Así es la política y no hay sistema electoral que pueda corregirla.
Pero dicho eso, y libres ya los partidos del estrés que les significó el trance de la inscripción, y que corresponde a un proceso del cual la gente preferiría no saber, porque lo único que hace es desvalorizar todavía más la política ante la opinión pública, viene ahora el reto, primero, de conectar con la ciudadanía y de hacerlo, segundo, en un contexto de austeridad que es nuevo en la política chilena, atendido que prácticamente se acabó el financiamiento privado de las campañas y hoy el grueso de los recursos proviene del Estado.
Son dos desafíos contundentes. El primero, el de la conexión, debería traducirse en un proceso conducente a ir cerrando las brechas que durante este gobierno han ido distanciando la política tanto de las necesidades como de las expectativas ciudadanas. De otro modo no se explica que tengamos una clase política muy polarizada, y radicalizada incluso, y un electorado que en lo básico sigue siendo moderado. Alguna vez se tendrá que estudiar el persistente desacople que se inicia cuando la actualmente agónica Nueva Mayoría elabora un diagnóstico del malestar de la sociedad chilena con el cual la mayoría del país desde muy temprano se mostró disconforme o en franco desacuerdo. En un sistema político menos rígido que el nuestro eso debería haberse expresado en rectificaciones del oficialismo o en deserciones políticas importantes. Pero no las hubo. Hubo corcoveos, hubo rezongos y hubo amenazas, sobre todo de parte de sectores de la DC, pero al final lo que se impuso fue la disciplina y la incondicionalidad. Donde no primaron los ideologismos, bueno, primaron las prebendas del poder. El presidencialismo chileno tiene razones que, aun no siendo reconocidas ni por la inteligencia ni el corazón, pueden ser muy poderosas para los partidos hambrientos de cargos y contratos. Por lo mismo, ante un escenario tan distorsionado, debieran ser ahora los ciudadanos los que reimpongan la lógica democrática. Se habla mucho de la crisis de la democracia representativa en Chile, porque la gente participa poco y los niveles de abstención son altos. Pero se habla poco de este otro vacío de representatividad, generado por una política que no sólo se ha vuelto indiferente a lo que la gente piensa, siente y quiere, sino que incluso, arrastrada por los gritos de la calle, se declara adversaria de las aspiraciones mayoritarias más profundas.
En el plano del financiamiento ya se están oyendo los primeros gimoteos. Los de esta semana del senador Guillier debieran ser incorporados a la antología de la inconsecuencia política. Como senador, debiera saber que empresas públicas como BancoEstado no pueden conceder créditos a los parlamentarios y debiera también sospechar que el incentivo que tiene la banca privada para dárselos es nulo atendidos los escándalos pasados y los riesgos futuros envueltos en el financiamiento de la política. Aducir que esto no fue así en la campaña del 2009 es colocar un estándar muy bajo y que en realidad fue vergonzoso. Por lo demás, el senador debería comenzar a hacerse responsable de las leyes que votó. Los problemas económicos que está enfrentando su campaña eran perfectamente predecibles y una candidatura ciudadana como la suya debería haber diseñado una estrategia para enfrentarlos. Lo cierto es que en este tema ha habido mucho fariseísmo. Lo hay sin perjuicio de que la sociedad chilena sigue haciéndose un poco la desentendida cuando se pregunta por quién debería financiar la política. Como todos miran para el techo, la respuesta de cajón en la actualidad es papá Estado, aunque es un secreto a voces que eso es insuficiente. Los partidos políticos, desprestigiados como están, por otra parte, tampoco han generado una cultura de aportes desde la sociedad civil, que es canal más vigoroso de soporte de la política en democracias desarrolladas. En algún momento seguramente tendrán que hacerlo. La pregunta es cuándo. Lo único claro es que, mientras eso no ocurra, los lloriqueos sobran.
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Bye Bye Blackbird…
Preparémonos para un posible adiós al período de exaltación nacional y guerra civil generacional que nos ha embargado los últimos cuatro años. Preparémonos para no saber más de evaluaciones de la gestión de la administración pública celebrados por una empresa cuyos ex dueños son examinados por la Contraloría y cuyas oficinas son inubicables, pero que, desde la clandestinidad domiciliaria, nos comunica con júbilo haber un 100% de exitoso mejoramiento. Preparémonos para no oír más a doña Narváez culpando a Piñera de “aprovechamiento político”. Preparémonos para que todo eso sea reemplazado, Dios mediante, por un quehacer siquiera medianamente inteligente. Y desde luego, preparémonos para despedirnos del frenesí de los termocéfalos porque su momento está pasando. Aun en el Frente Amplio la pleamar de entusiasmo púber que pretendía redimir la galaxia se repliega poco a poco. Los más listos de dicho sector se han dado cuenta -y lo han dicho- que las mejillas sonrosadas no son una virtud ni menos una recomendación.
En efecto, si las encuestas reflejan la realidad se diría que terminan ya los tiempos cuando el éxtasis político-psicótico era droga de consumo masivo. Fue una época que será recordada por sus marchas incesantes, pretenciosos y vacíos eslóganes coreados por dos tercios del país, una increíble glorificación de los colegiales, un esperarse la salvación de las “caras nuevas” y finalmente el imperio estético de Camila Vallejo, hoy ex reina de la primavera del progresismo. En ese clima se apoyaban los altos ratings de madame Bachelet y de esa sustancia anímica brotaba también el jolgorio con que se miraba el apaleo mediático y jurídico de los empresarios, así como finalmente, en el crepúsculo de dicha fase, de ahí vino la onda de energía alimentando el fugitivo entusiasmo -hoy en trances de dilapidarse- por la llegada meteórica del acogedor y socarrón Alejandro Guillier.
Tanta épica diaria cansa, pero además desentonaba; los versos eran y son pésimos y por todo eso se está desvaneciendo. El voluntarismo mitad histérico y mitad histórico aportado por infantes en un lado y ancianos en su segunda infancia por el otro, viejos tercios que no han podido desprenderse de su pasado, llegó a su fecha de expiración; al menos para la población en general el péndulo terminó su recorrido hacia la izquierda, se detuvo y comienza su viaje hacia el otro extremo, el de la “derecha”, el del modelo neoliberal, el del sentido común.
La Canción del Adiós
Pese a eso no será fácil desprenderse de la pegajosa crema pastelera cocinada durante años a base de altiva pretensión moral, buenas intenciones y malas elucubraciones. Los revolucionarios de sofá mirarán con nostalgia el período que se va y hasta les parecerá un paraíso perdido… una vez más. Para otros el salir del hechizo será como el trauma que provoca emerger de una disco a la implacable luz del amanecer y al trino majadero de los pájaros madrugadores. Ahí es donde y cuando entra la canción Bye Bye Blackbird. La recomiendo fervorosamente a los lectores. Fue compuesta en 1926 y pese a su tranquilo optimismo no logró ser un inmediato hit, pero terminaría siéndolo a partir de 1929, en los años oscuros de la depresión. Siempre es bueno oír a alguien decirnos que se pueden encerrar los pesares en la maleta e irnos a otro territorio. Es curioso, pero es preciso animarse hasta para abandonar las malas rutinas y las desgracias. Dicho sea de paso, la canción tiene una historia muy curiosa; fue usada por los nazis con letra ad hoc para desmoralizar a las tropas aliadas para luego, en otra voltereta sufrida durante los años 60, ser adaptada por los supremacistas blancos para reírse del movimiento de los Derechos Civiles. Más tarde dos de los Beatles la usaron en sus respectivos álbumes, Ringo Starr para Sentimental Journey de 1970 y Paul McCartney para su CD Kisses on the Bottom del 2012. Ahora la vieja y venerable torta, aun sabrosa y comestible, nos viene al pelo para despedir con buen ánimo y templada confianza un período de malos resultados en todo orden de cosas, pero además, por añadidura, trepado primero a una arrogancia monumental, ahora último a un caradurismo digno de tahúres y siempre, de principio a fin, a lomos de una pedantería y soberbia en virtud de la cual incluso hemos visto y oído, con pasmo, a escolares de 14 años dando cátedra en materia económica, política, ambiental, ética y hasta de cálculo tensorial.
Comezón e impaciencia
La fiesta ya termina; fue intensa pero ruinosa y llegó el momento de recoger los platos rotos y poner orden. Los tratadistas del futuro quizás sean perdonadores y dirán que la psiquis nacional necesitaba el desparramo. Después de 20 años de Concertación el país se moría de aburrimiento. Los cabros “no estaban ni ahí” y también en los adultos empezó a desarrollarse esa comezón e intolerable impaciencia que produce un período demasiado largo con más o menos de lo mismo en el menú de cada día y de cada año. Fue cuando los carcamales de la izquierda, estando el país sólido y en paz, comenzaron a soñar con el Segundo Advenimiento para poner de una buena vez en ejecución sus utopías de la adolescencia; los adolescentes, por su parte, quisieron experimentar cómo es eso de ser adultos y a la pasada salvar la nación; los “teóricos” del progresismo se hicieron tiempo para mamarse un esperpéntico tratado publicado por la Unicef o algo parecido en el cual creyeron ver la profecía del inminente apocalipsis; los partidos de la Concertación, aquejados de severa artritis, imaginaron posible resucitar al muerto con más de lo mismo o más bien más de la misma, la señora Bachelet; en breve, cada quien se desperezó y agitó y reacomodó dando por seguro lo que nunca lo es, el orden y el crecimiento, la casa bien puesta, cocina y baño funcionando, techo y parqué en buen estado.
Las placas tectónicas
Pero, ¿ocurrirá dicha despedida? Es bastante posible. No hace mucho hablamos de deslizamientos tan poderosos pero invisibles como los de las placas tectónicas. Desde entonces a la fecha no hemos sino comprobado que el proceso continúa a incrementada velocidad. Bajo las resquebrajadas capas institucionales de los partidos, los cuales pactan, subscriben, deciden y prescriben como si manejaran ejércitos de autómatas, subterráneas corrientes cambian de lugar las preferencias y los futuros votos. Una frase se lee -me dicen- en las redes sociales y se oye con cada vez más frecuencia en todas partes. Es la siguiente: “Nunca he votado por la derecha, pero…”.
¿Y qué sucede si eso no ocurre? ¿Si Guillier se corona presidente gracias al apoyo de toda la izquierda unida en un supremo esfuerzo de disciplina y sacrificio, gracias al instinto de supervivencia de quienes dan bote en el mundo privado, a los paquetes de tallarines repartidos al por mayor, a una enésima exhumación de muertos célebres para reavivar la causa y a todo lo que sea necesario? En ese caso es posible, bastante posible, que su retórica acerca de profundizar los cambios y continuar con el “legado” de Bachelet no sea sino eso, retórica en período de campaña para mantener a su lado a los soñadores irredimibles con derecho a voto. Siendo aceptablemente inteligente y leído, Guillier sabe mejor que sus jefes de campaña, voceros, ayudistas y lugartenientes que el país no aguantaría otro lapso de parálisis económica y despelote callejero infructuoso, conflicto social y luchas culturales que importan a media docena de ONG, a sus activistas y a sus acólitos, pero a nadie más.
Hay, en la dinámica de los sistemas sociales, fuerzas más poderosas que intenciones y cálculos electorales; normalmente son cambios en las percepciones y actitudes produciéndose en millones de individuos, PERO de uno en uno, sin presencia ni estruendo colectivo notorio. No sólo en Chile, sino en otros países adictos al intermitente progresismo que se asoma en estas latitudes cada 30 años están más o menos en lo mismo, en el despertar. Es la reversa del tsunami y -casi- tan poderoso como aquél.
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¿Y si algo ha cambiado?
En los mentideros de las ciencias políticas -que ya son vecinos con los de la política a secas- se ha puesto en boga una teoría con cierto aire apodíctico, según la cual Chile se encamina hacia una nueva fase de polarización ideológica, social y política. Coinciden en esto intelectuales de derecha y de izquierda, aunque estos últimos parecen entusiasmarse -siempre teóricamente, por supuesto- cuando subrayan que tal fenómeno será más agudo si las elecciones las gana la derecha.
A veces, no pocas veces, la amenaza de la ingobernabilidad ha sido esgrimida como una especie de veto sociológico para la derecha. Es como si fuera impensable que en un país tan subdesarrollado la derecha pueda ganar las voluntades populares. Como si fuera inaceptable que en un país tan tremendamente desigual pueda la oligarquía imponerse en los votos. Como si, en fin, fuera imposible que en el país del malestar, en el país de mierda, pueda la derecha gobernar sin escudarse en una dictadura militar.
Para aceptar estas sorpresas hay que aceptar sus premisas: que Chile es subdesarrollado, desigual y pesaroso. Esta es la manera en que lo ha visto una cierta sociología tradicional, cuyas raíces se remontan a los profesores Alberto Baltra y Aníbal Pinto (un radical y un DC en la terminología actual): el famoso “caso de desarrollo frustrado” tan brillantemente descrito 65 años atrás. No es necesario refutar a estas ilustres inteligencias nacionales. Basta constatar que hablaban de un Chile muy diferente, en un mundo muy diferente.
No es este el espacio para repasar la lata sociológica, todo lo que ha cambiado en los chilenos. Sólo se propone una pregunta sencilla: ¿Y si los chilenos votantes, ciudadanos, maduros, pertinaces y participantes de ahora, los de estos tiempos, ven al país de otra manera?
El mundo de la izquierda se ha tomado siempre con desdén el hecho de que el peor de sus monstruos, el general Pinochet, obtuviera un 44% (y 54% en La Araucanía) en el plebiscito de 1988. Tuvo que ser un error, se dice, un producto del miedo, una secreción dictatorial, un algo. Ocho años más tarde, en un régimen democrático, Joaquín Lavín estuvo a 30.000 votos de quitarle a Ricardo Lagos el triunfo al que estaba predestinado. ¿Otro error, ya no un producto del miedo, sino del consumo, de la alienación, de algo? Y nueve años más tarde, con dos gobiernos socialistas de por medio, la derecha sobrepasó la frontera del 50%. ¿Cuál fue el error ahora? La selección del candidato (¡el mismo que sacó la primera mayoría de toda la historia!), la propaganda, el comando, algo.
¿No son bastantes señales de que la derecha, si aún es minoría, lo es en los márgenes, porque la supuesta robustez de la otra mayoría no ha sido tal por casi 30 años? ¿No será hora de admitir que el electorado chileno no es “naturalmente” de centroizquierda, aunque lo haya sido en un extenso período clave de la historia de Chile?
Estas preguntas son cruciales, porque la frustración de no obtener mayorías aplastantes, la sensación de que el país no entendía lo que le convenía, fue uno de los factores principales por los cuales la izquierda abjuró de la democracia en la segunda mitad del siglo XX, aplaudiendo a regímenes totalitarios y alentando a los revolucionarios, siempre más fieles a la vanguardia que a la vulgar democracia. La izquierda chilena pagó muy cara esa tentación y no es cosa de andárselo enrostrando antes de cada elección. Pero viene a cuento cuando la propia izquierda olvida que su origen remoto es el liberalismo, es decir, la lucha por las libertades individuales de las mayorías en contra de la opresión de las minorías aristocráticas, monárquicas, eclesiásticas u oligárquicas. La izquierda moderna es parte del “socioliberalismo” (como lo llama Paul Thibaud) que ha sido el sustento del sistema democrático en el último medio siglo, cuando incluso tuvo que soportar el desafío de las “democracias populares”, que al final se revelaron como simples tiranías oligárquicas, cuando no dinásticas. Desde luego que persiste también otra izquierda, que no tributa a esa tradición libertaria y que no se avergüenza del ejercicio dictatorial cuando la mayoría es esquiva (Maduro) o incierta (los Castro). Una parte de esa izquierda iliberal ha encontrado escondite en el populismo, y por eso no es raro que sea vacilante ante, por ejemplo, la tragedia venezolana.
En el Chile de los últimos 30 años ha prevalecido la primera izquierda, la libertaria, y ha sido favorecida por la mayoría. Pero nadie podría creer que esa mayoría tendría que ser eterna, inmutable e invariable. Puesto que la naturaleza de la democracia consiste en que la mayoría no es “dada”, cuando un sector la deja de tener es porque la ha perdido; no es por culpa de otros. Y entonces, ese cambio en la mayoría, ¿debe conducir a la polarización de manera inevitable? Desde luego que no. Se necesita atizarla, pero el resultado tampoco está garantizado.
La polarización encuentra un buen alimento cuando la política es practicada como una fuente de empleos. En ese caso, perder la mayoría es perder los ingresos, es decir que el estímulo para impedir que gobierne una mayoría distinta de la propia es inmenso. Esto es algo que está ocurriendo en Chile: hay partidos y sectores de partidos de la centroizquierda que han hecho del empleo clientelar una forma de creación y mantención del poder. Y hay una forma de militancia que consiste en estar disponible para ocupar dicho empleo. Pero esta es, por fortuna, una condición minoritaria, que no alcanza para garantizar la polarización, aunque pueda estimularla.
La derecha está hoy en una situación aún más favorable que la que tuvo en el 2009, cuando también se habló de polarización e ingobernabilidad. Depende exclusivamente de sus líderes que sepan interpretar lo que está ocurriendo en la sociedad chilena. No hay una teoría cuyas intuiciones sean inevitables.
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Un problema de conciencia
Ignacio Sánchez, el rector de la Universidad Católica, nos ha anunciado que la conciencia es un asunto institucional. Algo que sobrepasa a los individuos, los condiciona y reside en las creencias de los directivos nombrados por el jefe de un Estado monárquico. La conciencia, entonces, se derrama desde una cima hasta la base. El rector ya había advertido durante la tramitación del proyecto de despenalización del aborto en tres causales el alcance de su idea de conciencia: ningún profesional que tenga una opinión distinta sobre el tema podría trabajar en la institución que encabeza. No sólo eso, también vaticinó que de aprobarse la ley sobre interrupción del embarazo, el brazo de esa conciencia institucional se extendería hasta los centros de salud pública, provocando la renuncia de centenares de profesionales. Lo dijo con la misma seguridad con la que le exige al gobierno que se le reconozca a la Pontificia Universidad Católica su rol público, en virtud de los cuantiosos fondos de dinero que le exige al Estado.
El rector ejerce su derecho de libertad de expresión para sugerirnos que no hay espacio para el disenso sobre este tema -y suponemos que para otros tampoco- dentro de su universidad. A juzgar por el silencio que suele guardar el resto de la comunidad universitaria de esa casa de estudios cada vez que su rector hace este tipo de declaraciones, esto debe ser así. El señor Sánchez no hace más que informarnos que allí dentro todos piensan del mismo modo y quien no lo haga debería buscar otro sitio para ejercer sus actividades. Curiosa manera de encarnar un rol público en una sociedad democrática. Porque aunque su universidad sea pontificia y dependa de un Estado extranjero, uno supondría que debe adaptarse al ordenamiento político de la sociedad local. Eso es algo que la institución supo hacer muy bien en un pasado reciente, cuando su conciencia se alineó con los acontecimientos y colaboró de modo entusiasta con un régimen que -tal como el rector Sánchez sugiere actualmente a las autoridades civiles- solía advertirle al país que más nos valía guardar silencio si no estábamos conformes con su forma de ver el mundo. Bajo estas condiciones, la institución que encabeza el rector Sánchez logró un impulso y un sitial que nunca antes tuvo y gozó de una libertad de conciencia tal que le permitía, por ejemplo, silenciar en su propio canal las opiniones del cardenal que le resultaba incómodo al gobierno, censurar obras de teatro que no se ajustaban a la moral de una de sus autoridades y hasta entregar alumnos a los agentes de la represión, sin que les generara ningún conflicto interno el destino que podrían llegar a tener esas personas.
Últimamente, incluso nos hemos enterado de que en esa época la institución se encargaba, además, de ocultar la información que podría haber aclarado los acontecimientos que provocaron la muerte de uno de sus egresados, el Presidente Eduardo Frei Montalva. Habría sido interesante durante esos años -cuando el aborto terapéutico aún era legal antes de que un puñado de varones de uniforme y sotana decidiera penalizarlo- haber escuchado un debate al respecto, haber sido testigos de cómo los representantes de la institución debatían sobre “la cultura de la vida versus la cultura de la muerte”, por ejemplo. En lugar de eso, lo que podíamos ver era cómo en su canal se destacaba el trabajo de profesionales como Hartmut Hopp, mano derecha de Paul Schäfer, condenado por la justicia chilena por abuso de menores.
Los caminos de la conciencia son misteriosos y en ocasiones se estrellan de frente con los del conocimiento, como lo pudo vivir en carne propia en plena democracia el médico Horacio Croxatto, un hombre católico que después de años de investigación tuvo la mala idea de formarse su propia opinión sobre la interrupción del embarazo y comunicarla. El doctor se enteró que un senador y ex vicerrector de su misma universidad tenía la intención de aumentar la penalización en casos de aborto. Su conciencia -la individual, no la institucional- le exigió actuar. Croxatto escribió una carta a los parlamentarios para frenar el proyecto. Logró hacerlo, pero la institución en la que estudiaba y había hecho carrera decidió despedirlo.
El rector de una universidad cristiana, cuya matrícula de pregrado está compuesta en su mayor parte por alumnos que viven en las cuatro comunas más ricas de Santiago, le ha anunciado al país que la institución que dirige tiene un compromiso con la moral pública y una conciencia colectiva intachable y firme. También ha abierto una puerta para que la memoria de esa conciencia comience a ser escrutada públicamente de cara a la próxima visita de su máxima autoridad, el Papa, que ha hecho de la justicia social y la sospecha sobre el mercado y el neoliberalismo -modelo de desarrollo establecido en nuestro país por egresados de la Católica- uno de los sellos de su pontificado.
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August 25, 2017
La toma del 67
En el Chile de hoy se anda permanentemente tratando de reescribir la historia, lo cual no tiene nada de particular -es propio de la historia que se la revise-, si no fuera que la intencionalidad es a menudo burda. Se nos quiere convencer que la Tierra es plana (después de todo seguimos usando geometría plana), o que el caballo blanco de Napoleón es pardo (Bonaparte alguna vez montó un caballo marrón, y así aparece en unas pocas imágenes). No. La Reforma Agraria no es causa de que niños campesinos hayan ido a la escuela, tengan zapatos, y exportemos frutas y maderas. Tampoco es cierto que desde la toma de la Casa Central de la UC el 67 el sistema universitario ha “progresado en forma creciente y significativa”. Se cae en esa lógica panglosiana y no faltará el ingenioso que trate de dorarnos la píldora contándonos que, con ocasión del bombardeo de La Moneda, se terminaron por abrir “las grandes alamedas”.
La modernización universitaria comienza en los años 50 si no antes en los 40, al iniciarse una serie de cambios: reestructuraciones (U. Concepción), centros de investigación desligados de las facultades (Flacso), ramos por crédito sin plan fijo, semestralización, jornadas completas, instancias de extensión (teatro experimental), líneas de publicación y editoriales (Editorial Universitaria), nuevas bibliotecas y planteles (U. Técnica, U. Austral), sedes provinciales, aumento de matrícula… La Ford Foundation, entre otros, aportó millones de dólares a nuestras universidades entre 1960 y 67. La Escuela de Economía de la UC hizo un acuerdo clave con la U. de Chicago, y hacia el 67 funcionaba conforme a estos novedosos parámetros.
Lo que es propio de la Reforma Universitaria a partir de 1967 son las tomas (empezando con la de la Católica de Valparaíso y de Santiago en ese orden), el activismo y su posterior radicalización, la demanda de cogobierno (que la del 67 en la UC consagra), el discurso del “compromiso con el Pueblo (obrero-campesino)”, “la Universidad Para Todos”, el aborto del proceso que antecediera, la crítica de indiscutibles académicos (J. Millas y M. Góngora, este último diciendo después que “el nivel intelectual de las Universidades no subió un punto entre 1967 y 1973”). La toma misma, precedida por agresiones y destempladas manifestaciones de dirigentes de la FEUC, involucró y gatilló presiones del gobierno de Frei, la interesada intervención del arzobispo de Santiago (Silva Henríquez) y de órdenes específicas (jesuitas), la renuncia forzada del rector y meses después la de J. Gómez Millas (ex rector de la UCh) como ministro de Educación al extenderse el “proceso” a otros planteles. La toma engendró al gremialismo y eventualmente el MAPU cuyas consecuencias políticas son de suyas conocidas.
El registro histórico habla por sí solo: no cabe “reescribirlo”.
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Mal cliente
Alejandro Guillier se queja amargamente del portazo que ha recibido por parte de la banca, al solicitar plata para financiar su campaña. Acusa de un supuesto bloqueo de los directorios o grupos de interés de dichas instituciones hacia su candidatura, argumento que se cae por sí mismo, al constatar que el primero que le dijo que no fue el propio BancoEstado, que se supone está ajeno a dichas consideraciones.
Más allá del problema legal que impide al BancoEstado prestar a los parlamentarios en ejercicio, lo fundamental es que Guillier es un mal cliente por donde se lo mire. Porque cuando se va a pedir plata, uno tiene que tener algún respaldo o una buena idea. Y este candidato no tiene nada de aquello. Su proyecto es malo, su respaldo es débil y sus posibilidades de triunfo son muy bajas. Entonces, su crédito se convierte en una operación muy riesgosa para cualquiera.
Incluso así, Guillier tenía dos maneras de salvar el punto. La primera, que ya no ocupó, era no ser un candidato independiente, con lo cual podría haber aspirado a una parte de los $3.800 millones que disponen los partidos como anticipo para financiar las campañas. Pero, el candidato no quiso ser empleado de los partidos y prefirió ser una suerte de empresario, pero sin proyecto, lo que es una contradicción en sí misma. Ahora, los partidos que lo apoyan se niegan a pasarle plata. Dicen que prefieren apoyar a sus parlamentarios, que es una forma elegante de decir que invertir en Guillier no es rentable.
La segunda posibilidad es que renuncie a ser senador. Con eso sería un ciudadano cualquiera y al menos el BancoEstado no tendría una excusa legal para pasar plata. Otra cosa es que se la pase. Pero Guillier tampoco quiere hacer aquello, porque sabe que el riesgo de quedarse sin nada es alto. O sea, quiere jugar a ser empresario, pero no correr riesgo, en una clara señal que ni él mismo cree en su proyecto presidencial. Bueno, el mundo no funciona así. Si él no es capaz de jugarse claramente por su idea, entonces no puede pedir a los otros que lo hagan.
Así las cosas, lo de Guillier cada día se parece más a una aventura que a un proyecto. Y nadie está para arriesgarse con aventuras de este tipo. Ni siquiera el gobierno, que también le dio un portazo a su idea de cambiar la ley a su favor. “No hay ninguna opción de cambiar un artículo de la Constitución”, le dijo ayer el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy.
La última esperanza es hacerlo a la Obama, quien renunció al financiamiento estatal, y creó un sistema de donaciones para sus seguidores que fue muy exitoso. Guillier dice que hará lo mismo, pero tiene un problema: él no es Obama. No es un candidato que entusiasme, ni ganador. En suma, una persona que es un mal cliente para los bancos, para sus partidos, para el gobierno y para la gente, es también un mal candidato. Esa es la única verdad.
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