Álvaro Bisama's Blog, page 93

September 2, 2017

To be or not to be

Se cita al Comité de Ministros para un lunes temprano. El viernes anterior comienzan a llegar por email decenas de documentos del polémico proyecto Dominga. El ministro Céspedes se retira argumentando que no hubo tiempo para analizar y digerir los argumentos. Pero el golpe blanco ya estaba orquestado. El proyecto se rechaza. Micco sale en defensa de la institucionalidad y del sentido común. El ministro Mena, el héroe político de este capítulo, intentó explicar lo inexplicable usando argumentos de todo tipo. Incluso, después de una respuesta más bien confusa, el ministro de Medio Ambiente termina abruptamente una entrevista radial, argumentando que era un programa que “analizaba inversiones”.


Mientras tanto, el Hamlet de Hacienda masculla el dilema del ser o no ser hasta que finalmente declara que “algunos no tienen el crecimiento dentro de las prioridades más altas”. La Presidenta no lo recibe y le responde en público hablando de “la economía verde y la economía azul” y la preocupación del gobierno por el medioambiente. Entre dimes y diretes, el capítulo termina con la renuncia de todo el equipo económico. Y Valdés, en un gesto simbólico, la anuncia en el mismísimo Ministerio de Hacienda.


Pero como a Bachelet no le entran balas, rápidamente reemplaza a Valdés por Eyzaguirre y a Céspedes por Rodríguez Grossi. Durante su discurso de cambio de gabinete, manteniendo esa porfía y contumacia que algunos voceros todavía prefieren llamar “su determinación” o “sus convicciones”, la Presidenta insistió con el “ciclo de cambios” y el “camino de cambios” que inició su gobierno. Por su parte, el ministro Valdés se despidió hidalgamente aclarando la importancia de que “el sector privado pueda desplegar su iniciativa con reglas claras y estables”, reconociendo que no logró que “todos compartieran esta convicción”. Enseguida, Bachelet, en una actividad de entrega de aguinaldos dieciocheros, agregó que no concibe “el desarrollo a espaldas de las personas, no me imagino un país donde solo importan los números”. Y el viernes reaccionó nuevamente rematando: “Yo siento que, lamentablemente, la política se ha transformado mucho en proyectos más individuales que en proyectos colectivos. Porque es dura la política, es duro para las mujeres todavía, para quienes entraron no desviarse del camino” (sic.).


Ahí están los hechos y algunos dichos. Ahora vamos a las interpretaciones. Aunque es sabido que la relación entre economía y política es compleja -no en vano en sus orígenes se hablaba de economía política y la primera Facultad de Economía en la Universidad de Cambridge (1903) se llamó Faculty of Economics and Politics-, veamos el carácter de Bachelet. Se habla de cómo en estas situaciones ella “afianza su liderazgo y autoridad”. Desde ese inolvidable “cartillazo” a Carabineros el año 2006 -escoltada entonces por el presidente del Colegio de Periodistas, Alejandro Guillier-, los ejemplos del ejercicio de su autoridad sobran. Y vuelve a la memoria el lapidario y tal vez premonitorio diagnóstico del historiador y columnista de este medio Alfredo Jocelyn-Holt, cuando en un seminario, en plena campaña presidencial en agosto del año 2005, encaró a la candidata Michelle Bachelet afirmando: “Pienso que es usted un producto mediático, populista, una carta tapada, no reconocida aún de la fuerza militar”. Es evidente que hay una actitud militar en su manejo de la autoridad o en su forma de gobernar. Valdés lo debe saber.


Sebastián Edwards, en su libro Conversación interrumpida, recuerda cómo en las marchas de trabajadores y obreros un Land Rover, que parecía sacado de una película, se abría paso entre la muchedumbre con un guapo joven rubio al volante y una rubia estupenda flameando la bandera socialista sobre el techo del jeep (pp. 59-60). El joven Edwards, que también vestía una camisa verde oliva, descubrió que era una pareja de estudiantes de Medicina. Eran Michelle Bachelet y Ennio Vivaldi. Bachelet proviene de esa aristocracia socialista en la que, como nos recuerda Orwell, algunos son más iguales que otros. Y por eso es la tribu cercana la que cuenta con su venia y confianza. Entonces, no debe sorprendernos que Eyzaguirre reemplace a Valdés.


Quizá estas dos características contribuyen a explicar su conducta y esa especie de desapego a la realidad. Pareciera no importarle lo que opine la gente. De hecho, al contraponer medioambiente versus crecimiento o al empujar la reforma constitucional a como dé lugar, ignora las grandes prioridades y preocupaciones de la ciudadanía. En la última encuesta CEP, ante la pregunta “¿cuáles son los tres problemas a los que debería dedicar el mayor esfuerzo en solucionar el gobierno?”, las grandes preocupaciones siguen siendo delincuencia, salud, educación, sueldos, empleo y corrupción. En ese orden. En cambio, la reforma constitucional y el medioambiente comparten el lugar número 14. Quizá no estamos tan mal como ella cree en ambos aspectos.


La renuncia de Valdés fue la crónica de una muerte anunciada. Dominga, la gota que rebasó el vaso. A mi juicio, hizo lo correcto, incluso desde el punto de vista republicano. Contrario a lo que pareció sugerir la Presidenta Bachelet, no fue fruto de un “proyecto individual”. Valdés encarnó una señal colectiva potente. Si cabe alguna crítica, quizá Valdés, en su afán de compatibilizar lo “político con lo económico”, cedió demasiado a lo primero.


El del jueves fue un amargo partido para el equipo económico. Pero no es el fin de ‘la roja’. El rule of law -esas “reglas claras y estables” a las que se refirió Valdés en su discurso de despedida- sigue en pie. Y es de esperar que después de este paréntesis sesentero liderado por Bachelet, Chile siga jugando por la copa del progreso.


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Published on September 02, 2017 22:05

Guillier sin margen

La encuesta CEP conocida el viernes vino a ilustrar la consolidación de las tendencias que han marcado el proceso político de los últimos meses. En primer lugar, un gobierno que no logra dejar atrás sus bajos niveles de aprobación, contrastando con la visible mejoría que las administraciones anteriores han exhibido en sus etapas de cierre. En paralelo, el reforzamiento de Sebastián Piñera como el candidato con más probabilidades de ganar la próxima elección, optimizando no solo sus eventuales resultados en primera y segunda vuelta sino, incluso, mostrando también avances importantes en la valoración de sus atributos personales y en expectativas de gestión.


El estudio de opinión del CEP dejó a su vez en una encrucijada compleja al candidato del oficialismo Alejandro Guillier, que se enfrenta a un empate técnico con la abanderada del Frente Amplio, al tiempo que tiene a la candidatura DC quitándole votos decisivos para asegurar su paso a segunda vuelta. En rigor, la enorme cantidad de respaldo que Beatriz Sánchez le arrebata a Guillier por la izquierda y que Carolina Goic le impide obtener en el centro, generan un escenario de muy difícil solución política, donde cualquier diseño que implique disputar en serio los votos de una, supone el riesgo de consolidar la pérdida de votos hacia la otra.


El dilema en que se encuentra el candidato de la Nueva Mayoría lo obliga entonces a una costosa ambigüedad, a una letanía que complica su posicionamiento y resta consistencia a sus definiciones públicas. Y en un momento donde precisamente lo que está en juego es la consolidación o eventual rectificación del ciclo político, momento que exige mostrar convicciones y claridad estratégica, el representante de la Nueva Mayoría es quien hoy se ve más limitado en sus opciones y movimientos, condenado a un camino de generalidades e impresiones, para no seguir arriesgando votación por el centro y por la izquierda.


El senador Gullier se encuentra en este cuadro forzado a un equilibrio en el límite de lo imposible, derivado de la amenaza que suponen dos candidaturas que se mueven en coordenadas políticas y culturales similares a las de su propio electorado, pero ninguna de las cuales disputa o pone en riesgo las bases de sustentación de quien es, en realidad, la única amenaza real para la continuidad en el gobierno de la Nueva Mayoría, es decir, Sebastián Piñera.


En definitiva, en el actual escenario todos los actores políticos parecen estar trabajando de manera coordinada para asegurar el triunfo del candidato de Chile Vamos. De los ocho abanderados que hoy compiten en la elección presidencial, seis se disputan el electorado de centroizquierda: casi un suicidio colectivo, al cual contribuye además un gobierno que no deja de hacer sus mejores esfuerzos para seguir cometiendo errores e impedir así avances significativos en sus niveles de aprobación. Al final del día, la encuesta CEP conocida a menos de tres meses de la primera vuelta, mostró a Alejandro Guillier, candidato que representa la continuidad de la Nueva Mayoría y de sus emblemáticas reformas, en un lugar muy parecido al peor de los mundos.


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Published on September 02, 2017 21:31

El bacheletismo

Si acaso es cierto que la actividad política se caracteriza por la capacidad de lograr acuerdos entre grupos de distinto signo, lo menos que puede decirse es que este gobierno ha fracasado rotundamente. Esto ocurre porque la Presidenta -más allá de su voluntarismo y de su triunfo de 2013- nunca ha dejado de tener enormes dificultades para comprender que, en democracia, el ejercicio del poder implica una dimensión colectiva. El gobierno de una persona debe ser también el gobierno en torno al cual muchos convergen.


La memoria de Michelle Bachelet es persistente y, por lo mismo, se prometió no olvidar cuán intervenida se sintió con la llegada de Edmundo Pérez Yoma a su primer gobierno. Con la férrea voluntad de no volver a permitir nada semejante, y de mantener el mando firme a cualquier costo, la Mandataria ha ido radicalizando esa curiosa estrategia de rodearse de personas de mucha confianza, pero sin peso específico. Un caso insigne es el de Nicolás Eyzaguirre, talentoso ministro de Lagos, que se ha transformado en una pantomima de sí mismo, incapaz de darle a todo esto la menor conducción (todo sería por “mala pata”). Eyzaguirre eligió, para quedarse en el gobierno, una mal entendida lealtad personal, en desmedro de la lealtad política propia de la democracia (que implica ejercer contrapesos internos).


Así, la Presidenta se ha ido rodeando de un círculo hermético de incondicionales que cumple (supuestamente) la función de protegerla, pero pagando el alto costo de desconectarla completamente del mundo real. Eso explica que sus intervenciones sean torpes, como a destiempo, a intervalos y casi siempre molesta. Es cierto que nuestro régimen es presidencial, pero un presidencialismo bien entendido tiene por función aunar criterios, construir confianzas, conciliar voluntades y constituir equipos de trabajo capaces de resolver los desacuerdos. Cada vez que Michelle Bachelet se ha visto enfrentada a una dificultad, termina cediendo a la tentación de insistir en su encierro, de seguir estrechando su radio de acción y su base política. Por eso, no resulta fortuito que su coalición se haya quebrado, y que las críticas más severas a su administración no provengan de la oposición, sino de las propias filas oficialistas.


En el fondo, Michelle Bachelet ha renunciado a la política democrática en beneficio de una comprensión cuasi monárquica del poder. Por extraño que suene, es el resultado lógico de la gestación de su segunda candidatura a Palacio: recibida como salvadora de una coalición agonizante, impuso su programa sin aceptar diálogo ni discrepancias y diseñó un gobierno despreocupándose de los equilibrios políticos. El último acto de este gobierno estará marcado por un bacheletismo de alta intensidad. Será un último acto coherente (nadie podrá apartarse de la línea), y también completamente solitario. Al menos ya sabemos que el bacheletismo ha sido muchas cosas -una ilusión, un carisma, un triunfo electoral, una historia personal-, pero que nunca logró encarnar una actividad política digna de ese nombre.


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Published on September 02, 2017 21:24

El cómplice

Siempre has sido tú, Nicolás. Menita y Ana Lya podrán compartir un fin de semana en Tunquén y satanizar Dominga hasta convencer a la Presidenta, pero el verdadero cómplice, en ésta y en casi todas las jugadas, eres tú.


¿Quién estuvo dispuesto a sacar adelante una pésima reforma educacional con tal de instalar una nueva concepción, ideológica de principio a fin? ¿Quién trasnocha en el Congreso reuniendo voto a voto para aprobar proyectos de dudosa calidad legislativa? ¿Quién si no tú Nicolás puede hablar de “Gordi” sin recibir un castigo de por vida?


Es cierto, esto de que el crecimiento no debía ser el eje del gobierno formó parte del diseño desde el primer día en La Moneda. Y de seguro, tú bien lo sabías.


Recuerda lo que decían los chicos listos de Peñailillo: Presidenta, Pedro Aguirre Cerda es recordado por sus obras, por la Corfo y la educación. Nadie sabe cuál fue el crecimiento económico durante su gobierno, así que tranquila, lo que aquí importa son las reformas.


Y ese mismo discurso es el que ha guiado las acciones de este gobierno hasta el día de hoy, punto. De hecho, sospecho que el problema de Valdés consistió en pensar que podría influir desde Hacienda e irradiar un poco de cordura entre este grupo de “ex artesas”, viudos y viudas del Café del Cerro, la fogata en Horcón y una que otra peña ochentera.


Pero su origen lo traicionó. Nadie que viviese en La Dehesa podría formar parte del clan. Por cierto, no es tu caso, Nicolás. Tú tocas la guitarra, te dejas una uñita más larga y algo sabes de trasnoches y bohemia.


Tampoco el de Menita, que monta bicicleta y adorna las oficinas del Ministerio con sus fotografías pedaleando por Santiago.


Dominga fue únicamente la excusa. Eso también lo sabes. El problema con Rodrigo Valdés no se reducía a un proyecto minero o portuario en particular, por mucho que la familia presidencial tuviese alguna parcelita en la zona o que un senador de tu partido estuviese a favor de privilegiar otra iniciativa cercana.


El problema es que se vienen las elecciones y el ex rostro no prende, no funciona, no tiene carisma y le pone poco esfuerzo. Así las cosas, el riesgo de quedarse sin pega o, peor aún, de tener que en realidad trabajar, se vuelve una amenaza evidente para este mundo “ex artesiano”.


Frente a ello, no cabe más que sacar a relucir la billetera fiscal. Nada de ponernos a pelear unos pesos con los empleados públicos. Contigo, todos suponen que el reajuste será suculento.


Y en los meses que quedan, a gastar se ha dicho. Mira que con la Ley de Aborto y el matrimonio igualitario retomamos la agenda. Eso es lo que todos dicen. La Presidenta está contenta. Echémosle para adelante. Tú eres el cómplice, recuerda.


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Published on September 02, 2017 21:17

Privacidad cero

El gobierno quiere que las policías y el Ministerio Público tengan más datos sobre nosotros. No sólo los datos privados que circulan libremente como mercancía a granel, entre bancos, casas comerciales y compañías de seguros y que revelan la casi inexistente institucionalidad que proteja la privacidad de los chilenos. No sólo los datos que cualquier operador de call center repite mientras llama para ofrecer un nuevo producto, avisándonos que sabe dónde vivimos y cuántas tarjetas de crédito tenemos. Ahora quieren los datos que las compañías de telecomunicaciones tienen sobre nosotros: con quién nos conectamos, qué vemos, cuándo lo hacemos, a quién le enviamos mensajes y desde donde. Mediante un decreto -como quien dispone de un asunto menor- parte de nuestra vida privada será almacenada por un par de años para quedar disponible al uso de la policía sin la necesidad de una orden judicial para obtenerlos. Aparentemente, la lógica detrás de la decisión es allanarles camino a Carabineros y la PDI en la solución de determinados casos. Es decir, en lugar de impulsarlos para mejorar sus habilidades de investigación y lograr, por ejemplo, detectar a tiempo millonarios desfalcos que ocurren bajo sus propias narices llevados a cabo por sus compañeros de oficina, lo que hace el gobierno es entregarles una llave maestra para mantenernos a todos bajo vigilancia. Alguien decidió, sin preguntarnos siquiera, recortar un poquito más nuestra privacidad en beneficio de una seguridad que poco a poco va tomando forma de jaula.


El mero hecho de que algo así se haga sin una discusión abierta recuerda esas viejas disposiciones de la dictadura que los adictos a la obediencia justificaban con el argumento de “quien nada hace nada teme”, una frase hinchada de estupidez que se acomoda en la sospecha alimentada de ignorancia y en el desdén por la democracia y la libertad. La misma lógica del control de identidad, que en Chile no es más que la reglamentación de los prejuicios sociales en formato policial. ¿Para qué buscar pruebas si los podemos mantener bajo vigilancia permanente? Bastará recolectar imágenes de cámaras callejeras, globos espías y llamar a las compañías de telecomunicaciones para resolver los casos que se quedan ahí congelados sin avance ni esperanza de tenerlo. Tal vez si este decreto hubiera estado vigente hace 20 años, ya habrían encontrado a José Huenante en Puerto Montt, a los asesinos de Jorge Matute en Concepción o el destino que tuvo Ricardo Harex, desaparecido en Punta Arenas en 2001. Incluso, la policía podría haberse ahorrado el bochorno de culpar a las niñas desaparecidas de Alto Hospicio de haberse fugado de sus casas para prostituirse, cuando lo que estaba sucediendo era algo muy distinto.


Seguramente si el decreto llega a entrar en vigencia, tendremos el consuelo de que el poder que les conferirá a los organismos del Estado será administrado de manera criteriosa, como fue manejada la reciente denuncia de una becaria costarricense de la Escuela de Oficiales de Carabineros, que luego de haber denunciado a un instructor por violación, fue enviada a una clínica psiquiátrica privada en donde la mantuvieron sedada contra su voluntad, incluso amarrada, según el testimonio entregado. ¿Nuestros datos privados estarán a disposición de personas como aquel instructor denunciado o como el oficial que mandó a la víctima a una institución psiquiátrica sin comunicárselo al cónsul de su país?


El gobierno espera resolver de modo más eficiente determinados delitos abriendo a la fuerza una puerta sin siquiera tener la delicadeza de golpear y pedir permiso. En ese gesto nos transforma a todos en sospechosos y le da a la democracia la apariencia de un gendarme.


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Published on September 02, 2017 21:12

La riña del año

En su derivación latina, el término cataströphe significa “tardío”, y la teoría literaria lo usa para describir el desenlace de una obra dramática. Recuperando el origen griego, donde katastréphein significa “destruir”, las dos principales acepciones modernas son, en primer lugar, “suceso que produce gran destrucción o daño” y luego “persona o cosa que defrauda absolutamente las expectativas que suscitaba”.


Es curioso: todos estos significados están presentes en la refriega gubernamental que culminó con la primera renuncia masiva de un equipo económico desde los tiempos de Pinochet; más exactamente, desde febrero de 1985, cuando los ministros de Hacienda y Economía, Luis Escobar Cerda y Modesto Collados, fueron removidos por el general Pinochet después de meses de sostenidas tensiones entre ambos y La Moneda. O sea, hace 32 años. Los contextos son muy diferentes, aunque en materia de conducción económica, los conflictos adquieren una semejanza de base: criterios técnicos contra condiciones políticas.


La de esta semana ha sido (hay que decirlo) una riña muy poco comedida, con escaso cuidado por las formas, enteramente inelegante. Los ministros de Hacienda y Economía han tenido que irse, no por el desflecado rechazo al proyecto de la minera Dominga, sino porque, en un momento tardío, han descubierto que la Presidenta no piensa como ellos. Después de horas de versiones y ríos de tinta, aún no es posible descartar que la pendencia haya sido desatada puramente por razones personales, broncas de temperamento y de modales sin un gran contenido económico, ni menos ideológico.


Sin embargo, en el cierre de la crisis, como postrera cachetada a los ministros caídos, la Presidenta insinuó un desacuerdo de este último tipo, cuando dijo que “no concibo un desarrollo al margen de las personas y donde sólo importan los números y no el cómo lo están pasando las familias en sus casas”. La conexión entre “los números” y “las familias en sus casas” es precisamente la economía; en otras palabras, sin divisar ese vínculo no se entiende la economía.


Lo que hace presumir que pudo haber más componentes personales que políticos es la escasa racionalidad de los hechos, su lado de katastréphein y de cataströphe: el inmenso daño, el carácter destructivo y la dimensión tardía.


Es muy difícil imaginar que algún gobierno pudiese planificar el despido de todo su equipo económico a seis meses del término de su mandato y a dos y medio de unas elecciones generales, en un cuadro donde todos los indicios apuntan a una victoria de la oposición. No, la sola idea de un tal plan resulta descabellada. Nadie quiere terminar su proyecto deshilachándose, cayéndose a pedazos. Los gobiernos tratan de irse de a poco, en lo posible sin que se note, con discretos cortesanos que aplaudan sus logros. Es insensato que un gobierno se provoque una estampida.


Pero, sin que nada de esto haya estado organizado, tampoco ha existido contención, ni siquiera por el sensible hecho de que hay elecciones en 10 semanas. Las perspectivas de todos los candidatos presidenciales situados desde el centro hacia la izquierda ya eran bastante malas antes de esta crisis, como lo confirmó la encuesta del CEP. Después de la charada de los ministros, ¿existe alguna posibilidad de que mejoren? Ninguna. Si el candidato de la Nueva Mayoría, Alejandro Guillier, sindicaba al gobierno como una de las instituciones que más lo perjudican, ahora puede decir que también es la que más está contribuyendo a incrementar las posibilidades de la oposición.


Esta cuestión vuelve una y otra vez como una incógnita ciega. Es claro que a la Presidenta no le interesa ni le gusta la política a la escala de los partidos. Le gustó, en cambio, la idea de construir su coalición propia -la Nueva Mayoría-, pero el trabajo de los tornillos lo hicieron Rodrigo Peñailillo y sus boys, cuya corta vida puede ser un indicio sobre la fortaleza de la criatura. El hecho es que, una vez nacida, La Moneda se ha acordado de ella sólo a la hora de distribuir los cargos públicos, sin más atención que la que se tiene hacia los controladores de los partidos, los inspectores de siempre. Punto.


Es extraño que la existencia de una coalición sea concebida solamente dentro del espacio de los funcionarios públicos y -por presión de los partidos- dentro de una reunión semanal cuya utilidad es de tal naturaleza que a veces no se convoca. Pero es incomprensible que un programa de reformas de largo plazo, proyectadas para modificar aspectos profundos de la vida social y, por lo tanto, para desarrollarse a través de muchos años, no considere ni por asomo el problema de la sucesión o, con más claridad, el de la continuidad. Sin tenerlo en cuenta, se llegará siempre a las mismas dos conclusiones que han sido favoritas en este cuatrienio: a) el gobierno es demasiado corto, y b) el gobierno tiene mala pata.


También es posible que sucesión y popularidad no sean lo mismo, y que el desanclaje entre ambas haga posible elegir una sin ocuparse de la otra. La Presidenta tiene la experiencia del 2010, cuando entregó el mando a un opositor y se fue a la ONU en las nubes de la simpatía popular. ¿Puede ser esa la expectativa de esta vez? Parece difícil: caen los ministros, el gobierno se desbanda, la coalición se quiebra, las elecciones se ven mal, en fin, cae la noche.


Pero viene el Papa.


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Published on September 02, 2017 21:05

Los saldos y el legado

“Es Chile -dijo el ex Presidente Ricardo Lagos- el que pierde”, al referirse al cambio de gabinete de esta semana. Ojalá eso no ocurra. Lo que sí está claro es que es difícil encontrar ganadores en la operación, aun cuando fue el propio gobierno el que la libreteó, la montó y la orquestó. Rodrigo Valdés tuvo que abandonar su puesto porque ya no le quedaba ninguna otra alternativa tras la escenográfica desautorización que la Presidenta Bachelet protagonizó en El Maule con el ministro de Medio Ambiente.


Al irse lo siguieron el ministro Céspedes y el subsecretario Micco, esto es, el núcleo básico del equipo económico. Si bien su gestión en Hacienda no fue especialmente gloriosa, sí proyectó dentro del gabinete una imagen de solvencia técnica, sentido común y racionalidad política que era importante dentro de una administración que se ha distinguido por sus chapucerías e improvisaciones.


Es probable que el gobierno no haya quedado ni mejor ni peor. Quedó donde mismo, aunque por cierto más desgastado en términos de imagen y conducción. El cambio ministerial, sin embargo, bien podría ayudar a transparentar lo que hasta aquí ha sido su hoja de ruta. De alguna manera la salida de Valdés hace caer algunas máscaras. Entre otras, la máscara de una administración que valoriza el crecimiento. A estas alturas importa poco el apellido que se le ponga: crecimiento sustentable, inclusivo, equilibrado, ciudadano o como quiera llamársele. El fracaso ha sido parejo, cualquiera sea la métrica que se utilice, y en el fondo representa el costo que la Presidenta decidió pagar, convencida como lo estuvo y lo sigue estando -legítimamente, por lo demás- que eran otras las variables que su segunda administración estaba llamada a priorizar. Otro cuento, por cierto, es que hubiera sido preferible, en tributo a la higiene política, explicitarlo desde el principio.


Con el tiempo, cuando se conozcan todos los antecedentes que condujeron al rechazo del proyecto minera Dominga, el país recién podrá empezar a calibrar la forma enredosa, oblicua y visceral en que se tomaron muchas de las decisiones de este gobierno. Cada día se hace más evidente que en ese rechazo lo que menos pesaron fueron las consideraciones ambientales. Al final este fue un mero juego de pulsos que convirtió un proyecto de inversión de 2.500 millones de dólares en una mera carta de desaires, estrellones, desquites y cahuines. En ese sentido es que cabe afirmar que el crecimiento nunca fue tema.


Al parecer, por desencuentros anteriores, las cuentas entre la Presidenta y su equipo económico estaban muy cargadas emocionalmente. Pero no cabe duda de que existían terapias bastante más económicas para limpiarlas. Un oportuno cara a cara, por ejemplo, hubiera sido harto más sano y más barato.


La renuncia de Valdés pone en su lugar también otro mito: que uno o dos ministros pueden ser capaces de conducir al norte un gobierno resuelto a navegar al sur. Eso no funciona. No al menos si no son empoderados y de ninguna manera si no cuentan con la confianza irrestricta de los mandatarios. Los gobiernos son máquinas en las cuales con frecuencia los gabinetes son apenas engranajes de un todo mayor y son tantos los factores que inciden en el rumbo de una administración que no tiene mucho sentido sobredimensionar lo que puedan hacer los llaneros solitarios.


La decisión de Bachelet, Mandataria que volvió a La Moneda con el más ideológico de los programas de gobierno que ha conocido el país desde el año 90 en adelante, es no mostrar deserción alguna en los meses que le restan de mandato. A eso vino y nadie la convencerá de otra cosa. Ni siquiera su propia coalición, con la cual, por lo demás, mantiene sus distancias. Su manera de entender las funciones de gobierno pasa mucho antes por un tema de lealtades incondicionales a su persona que por un proyecto histórico del cual los partidos y las bancadas parlamentarias puedan sentirse parte.


Porque, ¿de qué proyecto estamos hablando? La verdad es que no es fácil visualizarlo. Es borroso. El discurso presidencial insiste en la igualdad, en la inclusión y en los derechos sociales. Veta el crecimiento a cualquier costo, como si alguien estuviera por eso. Insiste en que el país debe comenzar a hacer las cosas de otra manera, lo cual es un eufemismo para instar a la demolición de la obra de la Concertación.


El oficialismo, que se emocionó y embriagó con esa propuesta, solo ahora comienza a tomarle el peso. Y se lo está tomando porque -como dicen todas las encuestas- a la ciudadanía no le gustó la aventura. Los indicadores de rechazo al gobierno no aflojan. La izquierda está más fragmentada que nunca desde el retorno a la democracia. Y la candidatura presidencial DC sigue debatiéndose en la irrelevancia.


Como saldo, qué duda cabe que es decepcionante. A la Presidenta, sin embargo, el asunto no le importa, porque solo estaría preocupada de su legado. La pregunta es si se puede, a partir de malos resultados, construir una pirámide perpetua de reconocimiento histórico. ¿Para quiénes se gobierna? ¿Para chilenos de hoy o para los que se cuenten cuentos en cien años más?


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Published on September 02, 2017 20:47

September 1, 2017

Incompetencias

Queman cerca de 50 camiones en La Araucanía en una semana y le siguen las declaraciones del Fiscal Nacional, el mismo día que lo visitara el ministro del Interior, comprometiendo su autonomía e imparcialidad. ¿Cómo calificamos este asunto?


Si nos atenemos a lo que dice la Constitución es bien claro: bastante más que meras incompetencias. El Presidente de la República debe velar por el gobierno y la administración a fin de conservar el orden público (Art. 24), impidiendo que se produzcan hechos como los de Los Ríos. El Ministerio Público, por su parte, debe atenerse estrictamente a lo prescrito en su Art. 83: investigar, determinar la participación punible, y adoptar las “medidas para proteger a las víctimas”. En ningún caso, ejercer funciones jurisdiccionales, atribuir a los lesionados descuidos o negligencia, y menos tratar de cubrirle las espaldas al gobierno (¿incompetente?).


Demos otros ejemplos también de esta semana. Bachelet desautoriza a su equipo económico y descarta el peso de “los números” (i.e. bajo crecimiento, alto desempleo), porque lo que realmente importaría es “cómo lo están pasando las familias en sus casas, cómo están resolviendo sus problemas día a día”. ¿También incompetencia de su parte? Digamos que recuerda a cuando, semanas antes, dijo que desconocía ciertos estudios de su propio gobierno y si eran suficientemente serios al desaconsejar medidas de su también administración (no habiendo leído la prensa esa mañana que los citaba).


Valgan estas otras tres intervenciones también recientes de la Presidenta: (1) “La igualdad no admite matices ni prejuicios” (sobre su proyecto de matrimonio igualitario anticipando críticas); (2) “Me parece que en democracia las minorías no pueden buscar cambiar la decisión de las mayorías” (contestándole a Piñera, su probable sucesor en La Moneda, respecto a lo de las causales de aborto); y (3) “La reforma educacional no va a ser reversible por caprichos ideológicos” (refiriéndose a los antojos doctrinarios no de su gobierno sino de “otros”, pérfidos por supuesto). ¿También estas afirmaciones suyas hemos de calificarlas como incompetentes?


Grados no menores de ineptitud se dejan entrever en algunos de estos casos, pero lo que más llama la atención es la actitud defensiva-agresiva de ahora último del gobierno y su principal autoridad. Como si sintieran que están en las cuerdas y tienen que demostrar que están a cargo del buque que apenas manejan en medio de la tormenta que ellos mismos han desatado. Alexis de Tocqueville lo decía: el peor momento de un mal gobierno es cuando le da “por reformar” para salvarse. Se apodera una ansiedad por hacer y decir cualquier cosa con tal de no quedar mal (más que frente al resto, ante sí mismos). Es que intuyen que no les queda tiempo, y se les acaba ese efímero poder que es el poder.


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Published on September 01, 2017 23:25

Queda poco

La frase no es mía; es de un antiguo partidario de Bachelet, el que, superado por los hechos, lo único que quiere es que este gobierno se acabe. Me asegura que no son pocos los que piensan lo mismo. Que lo sucedido esta semana con la renuncia del equipo económico es solo una prueba más del desánimo que cunde en su sector. Que, en fin, la casi seguridad de perder la elección, hoy no aparece tan mala, porque es mejor volver a ser oposición que participar de esta administración.


El diagnóstico es puntual, pero no es muy distinto del que hace la mayoría de la gente. Ayer, la encuesta CEP mostró lo mismo. Piñera se afianza como el seguro ganador de las elecciones de noviembre, con un porcentaje de adhesión que dobla al de sus seguidores más cercanos: Guillier y Sánchez. Pero eso no es todo. El expresidente aparece como el candidato más honesto y confiable, el más preparado para ser Presidente y que ostenta el mayor liderazgo.


En suma, si todo sigue igual, en la próxima elección puede suceder algo inédito: que todos ganen. Los partidarios de Piñera, que quieren volver a gobernar; y sus opositores, que lo único que quieren es dejar de ser del gobierno. Todo gracias a la gestión de Bachelet, que ha conseguido algo que pocas veces se logra: unir las fuerzas contra ella.


Nada de aquello está, por supuesto, en el radar de la Presidenta. Ella navega como si nada pasara. Ayer, luego de la crisis del gabinete, dijo que, lamentablemente, la política se ha transformado en proyectos más individuales que sociales. Es claro que ella sabe de aquello, ya que su proyecto es el más personalista que recuerde la historia reciente. Solo ella parece entenderlo, toda vez que casi todo lo que hace tiene un alto rechazo de la gente.


Frente a todo esto, Bachelet insiste en la importancia de su legado. En que entregará un país mejor del que recibió, pese a que nadie parece estar de acuerdo con su diagnóstico. Es más, tiene casi todas las prioridades cambiadas. En las encuestas, la gente señala, en forma muy consistente, que las urgencias del gobierno deben ser la seguridad, la salud, educación y el crecimiento. Muy por debajo de ellas, casi sin menciones, aparecen los temas favoritos de la Mandataria: la inclusión, la gratuidad o la Constitución.


Es cierto, pese a todo, Bachelet puede jactarse de que dejó instalados ciertos temas, pero lo que también debe reconocer es que casi ninguno de ellos logró entusiasmar a la gente. Al final, solo ella y su hoy pequeño grupo de seguidores pueden estar contentos. Por ello, su mayor legado será el haber transformado la Nueva Mayoría en una minoría, fracturada a extremos nunca vistos.


Dicen que Bachelet sueña con la fotografía que se tomará en los próximos días con Leonardo DiCaprio, que viene a Chile a un seminario ecológico. Será una buena postal para el fin de su gobierno: el Titanic.


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Published on September 01, 2017 23:20

Autoridad presidencial

La renuncia de los ministros Valdés y Céspedes y del subsecretario Micco tuvo que ver con algo aún más importante que el proyecto Dominga. Era la autoridad presidencial la que estaba en juego. Había sido muy poco seria la actitud del ministro de Economía de retirarse y no votar en el Comité de Ministros, al cual por ley pertenece, con el pretexto de no contar con todos los antecedentes de un proyecto que se viene discutiendo por meses. La verdad es que él legítimamente estaba por la aprobación del proyecto y sintió que su voto no era suficiente para inclinar la decisión en esa dirección.


Vinieron luego las declaraciones del subsecretario Micco respaldando la actuación del ministro Céspedes. Y la guinda de la torta, el ministro Valdés, jefe del equipo económico, se suma al coro del cuestionamiento a una decisión que, mal o bien, había sido tomada por una instancia prevista en la institucionalidad medioambiental.


Los ministros son funcionarios de la confianza de la Presidenta. No disponen de autoridad propia. Fueron designados por ella y le deben lealtad. Por cierto, tienen derecho a tener sus puntos de vista, pero deben agotar las instancias internas a fin de hacerlos valer. Lo que no pueden es disentir públicamente una vez tomada una decisión. Fui ministro durante casi tres años. En más de una ocasión tuve diferencias con alguna medida que el gobierno pensaba adoptar. Con el ministro Foxley teníamos un compromiso que cumplimos fielmente: resolver internamente nuestras discrepancias, no polemizar nunca en público. Más que de cuestión puramente disciplinaria, se trataba de proyectar siempre la imagen de un equipo bien cohesionado. Esa es una condición fundamental para generar confianza.


Los ministros, hoy día renunciados, debían haber agotado las instancias internas para hacer valer sus razones. Si un eventual rechazo al proyecto Dominga les parecía tan grave y no podían evitarlo, en ese momento debían haber dado un paso al costado. Pero no lo hicieron. Confiaron en que la supremacía del equipo económico, y especialmente del ministerio de Hacienda, terminaría por imponerse. Cometieron un grave error de cálculo. Desafiaron de una manera inaceptable la autoridad presidencial. Su presencia en el gabinete se hizo así insostenible.


El costo para el país es alto. Se agudiza la sensación de desprolijidad y falta de dirección política. En momentos en que el gobierno debía estar festejando su éxito con la aprobación del proyecto de aborto en tres causales, terminó instalando una crisis de gabinete que solo favorece a la oposición. El episodio pudo haberse evitado.


Pero, mayor aún habría sido el costo de la impunidad. La autoridad presidencial, factor clave en un sistema como el nuestro, habría sufrido un daño irreparable. La aceptación de la deslealtad ministerial habría sido interpretada como el fin prematuro del gobierno cuando todavía le falta más de medio año.


El nuevo equipo económico constituido por Eyzaguirre y Rodríguez Grossi no implicará ningún cambio trascendente. El equipo saliente justificó su renuncia en la falta de convicción de una parte del gobierno respecto del crecimiento. Ahora, la verdad sea dicha, su propio desempeño en este plano fue más que mediocre.


La entrada Autoridad presidencial aparece primero en La Tercera.

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Published on September 01, 2017 23:15

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Álvaro Bisama
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