Álvaro Bisama's Blog, page 223
March 12, 2017
Exijo una explicación…
Condorito nunca recibió la explicación que pedía sino sólo una patada en el trasero, pero al menos era sólo un personaje de historieta, no de la historia como lo son los seres de carne y hueso que habitan el país y quienes, del Congreso, nunca han recibido sino demasiadas de estas últimas sin siquiera la compensación de una risa. Pese a que se cacarea incansablemente acerca de las “demandas ciudadanas”, en Chile ya no hay ciudadanos sino variantes de Condorito menos cómicas y mucho más vergonzosas. A veces este patético personaje, creado ahora no por la mano de Pepo sino por la garra de la clase política, toma la forma de “doña Juanita”, a veces la de los damnificados de turno, en otras de los beneficiarios de tal o cual bono o encarna en una postal de seudoépica como los supuestos “empoderados” a los que se invita a “participar” cuando ya acabó o nunca llegó a existir el acto participativo; lo que el chileno de hoy nunca logra de verdad es ser depositario real de la legitimidad democrática, el sujeto a quien ha de rendirse cuenta y razón de todo. Se lo alaba, se lo adula, se le dice lo empoderado que está, pero en la práctica la honorable fraternidad que dice representarlo representa sólo sus propios intereses. Se pregunta uno para qué se molestan todavía en darnos explicaciones; ni las pedimos ni necesitamos porque ya sabemos a qué atenernos. Además somos supernumerarios; no se nos considera miembros activos y alertas de la República, sino simplemente los “hoi polloi” a quienes se tuerce la nariz, los tontos del barrio, las ovejas llevadas a votar a cambio de un paquete de tallarines y dos o tres palabras afectuosas y de buena crianza. Si aun así se molestan en darnos explicaciones ocurre por pura inercia, mera costumbre o el “qué dirán”. Y nos las ofrecen a borbotones. Nos dan explicaciones del porqué de leyes tan mal diseñadas, explicaciones acerca de los nutridos viajes sin justificación, explicaciones de las suculentas alzas en las dietas, explicaciones de “anticipos” pagaderos a 28 meses sin intereses, explicaciones de las ausencias, explicaciones de las salas vacías, explicaciones de abandonos del cargo por otro más lucido y luego de regreso si así conviene, explicaciones por pagos aun durante esos traslados y un largo etcétera de explicaciones. Las hemos descrito como patadas porque decirlo de ese modo suena un poco menos humillante que reconocer la verdad, a saber, que nos manosean y pellizcan el poto con la tranquilidad de un desacato grosero e indecente pero siempre impune. Y por eso perdieron la vergüenza. Ya se “pusieron rojos una vez” hace muchísimo tiempo y no les parece necesario repetir el ejercicio. Después de todo los honorables operan bajo la convicción, muy posiblemente correcta, de que la masa electoral del país sufre un grave problema de déficit atencional.
Ley de Partidos
Véase el caso de la Ley de Partidos votada por los honorables y cuyos efectos, como corresponde a la deslumbrante inteligencia de estos servidores públicos, los descubrieron recién ahora: la ley amenaza con quitarles derecho a su existencia -en su calidad de Trepadores Oficiales y Registrados en la Puja por el Poder- a las colectividades con menos de una módica suma de militantes inscritos. Fue creada, redactada y votada por ELLOS MISMOS, pero a diferencia de los casos anteriores, entendiéndose por “casos anteriores” todos los casos cuando han redactado y/o votado favorablemente leyes mal hechas, lo cual a su vez corresponde a todas las leyes que han votado y aprobado, incluyendo las anecdóticas y domésticas como la del cobro en los estacionamientos, el perjuicio SOLO lo ha sufrido o sufrirá el resto de la nación, pero no ELLOS MISMOS. Lo que hoy sucede es entonces lo que Julio Martínez habría llamado “justicia divina”, lo que mi abuela habría llamado “Dios castiga, pero no a palos”, lo que los griegos de la antigüedad clásica llamaban “némesis”, lo que la Biblia (Proverbios 27:12) describe como “el prudente ve el peligro y lo evita, el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias” y lo que los contemporáneos describen simplemente con “ser último de huevón”.
Errar es humano, aunque el reiterado exceso con que los congresales han probado la verdad de ese aserto los acerca más bien a la condición de asnos. Aun eso podría perdonárseles porque nadie elige el coeficiente intelectual con que va a nacer, pero han terminado por pasarse de la raya.
“Ley corta”
Y así sucede entonces que cada vez cuando protagonizan esos desaguisados, esto es, todas las veces, el desastre es descubierto tardíamente y lo reparan mediante una “ley corta” o algún artificio de la misma naturaleza. La “ley corta” no es otra cosa que un “borrón y cuenta nueva”, aunque la nueva cuenta nada garantiza porque sale de las mismas cabezas. Bien sabido es que el anexo creado para entender la enigmática ley tributaria -a la cual le debemos en alto grado la parálisis económica- resultó más voluminoso que la ley misma e igualmente ininteligible. Sin duda se necesitará un anexo para entender el anexo. No es imposible que algún dispositivo legal de esa laya -aunque no lo llamen “ley corta”- será ideado para permitir a los partidos seguir en su giro de negocios, su eterno juego para resolver “el problema del poder”, su festival de primarias, primeras vueltas, acuerdos programáticos y unidades indestructibles, pero sobre todo la indestructible unidad y fortaleza necesaria para seguir flotando.
A la incompetencia y desvergüenza que da lugar a un estropicio tras otro se ha ido agregando la paranoia. En relación a estos hechos y teniendo probablemente como telón de fondo el ABSOLUTO DESCREDITO de la clase política en su conjunto, en especial del Congreso, descrédito que se refleja contundentemente en encuestas que así lo señalan desde hace años, Zaldívar hizo el acostumbrado comentario que trasluce cierta vocación del progresismo por convertir sus fracasos en martirologios: “De todos lados hay una campaña contra nosotros…”.
De acuerdo a ese espléndido raciocinio las malas leyes aprobadas en estos años son producto del desequilibro mental provocado por la campaña de desprestigio, la existencia de senadores reconociendo “no haber leído” tal o cual proyecto de ley deriva del asesinato de imagen, las dietas millonarias y los viajes de placer disfrazados de viajes de estudio son fruto del complot fascista. Tómese debida nota.
“Presiones”
A esas campañas siniestras de asesinato de imagen urdidas por la CIA, el FBI, los Iluminatti y la Federación Galáctica se suman las presiones. Dijeron, los honorables, que la destructiva Ley sobre Partidos que hoy pende sobre sus cabezas como la espada de Damocles -corran, señores congresales, a echarle una mirada a Wikipedia- fue el resultado de haberla votado “bajo presión”. Con dicha presión se refieren no a un chantaje de organizaciones criminales enemigas de la democracia, sino a la molestia ciudadana por su menos que mediocre desempeño como cuerpo político y como individuos. Es, otra vez, la manía persecutoria elevándose a las egregias alturas del martirologio.
Dicho sea de paso, en el diccionario del discurso políticamente correcto se distinguen dos clases de presiones: las provenientes de sindicatos, “la calle”, organizaciones populares, etc. son “demandas sociales” y como tal legítimas, atendibles, plausibles; las que ejercen grupos empresariales, colegios profesionales y otras manifestaciones colectivas de la odiosa elite son parte de un lobby oscuro, clandestino, intolerable y despreciable.
Otra pregunta: ¿Qué clase de elite política es esta que se confiesa incapaz de resistir presiones? ¿No es la política sino la transacción en el ámbito de ciertas instituciones de las presiones -léase intereses locales, conspirativos, regionales, sindicales, etc.- que están todo el tiempo manifestándose como demandas, incluso como exigencias, esto es, como presiones? Respuesta: esta es la clase de elite que se siente, sin embargo, capacitada para darle otra Constitución al país.
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Acomodos, amenazas y pérdidas
Primarias o no primarias. Ir con un solo candidato a primera vuelta o ir con varios. Preparar el programa antes o hacerlo después. Mantener o desahuciar la Nueva Mayoría. Decir que el oficialismo anda un tanto confundido es decir poco. La verdad es que comenzó a extraviarse el día en que el gobierno de la Presidenta Bachelet perdió la brújula al persistir en un programa de reformas que el país rechazaba.
Esta fue una coalición que nunca voló por sí misma, que nunca tuvo motor propio. Los partidos la concibieron, la organizaron y se embarcaron en la aventura sólo porque vieron en Michelle Bachelet la posibilidad de reconquistar el gobierno con una candidata potente. Fue en lo único que convergieron y se pusieron de acuerdo. Y, al menos en términos políticos, la experiencia funcionó mientras ella mantuvo su carisma y ejerció el liderazgo. El día en que, por distintas razones, algunas de orden político y otras de orden personal, los atributos de confianza, cercanía y credibilidad de la Mandataria se vinieron abajo, la coalición entró a una zona de turbulencias y a una etapa de confusiones e inseguridades de las cuales nunca pudo salir. El espectáculo que el bloque está dando ahora es la expresión de eso. De una nave que perdió el timón, que navega sin rumbo por mares inciertos, probablemente a la espera de aguas más quietas, y que los partidos no abandonan porque, como sea, de momento la embarcación todavía se mantiene a flote. Siendo así, saltar por la borda puede ser mucho más riesgoso que permanecer.
Nada de lo que actualmente está ocurriendo en el oficialismo es ajeno al fracaso y a la impopularidad al gobierno. El dato que posiblemente más llama la atención al observador es que la Nueva Mayoría en la actualidad no tiene liderazgo. Fue la Presidenta quien se lo dio y se lo prestó mientras ella, en los buenos tiempos, lo tuvo en abundancia. Pero ahora, cuando existe un vacío de poder que comprueba que lo que le resta de liderazgo no da ni siquiera para unificar la acción de su gobierno, los partidos de la coalición afrontan la dolorosa experiencia de no tener claro qué quieren y de no saber tampoco para dónde van.
Confundida, desordenada y muy golpeada en términos anímicos, esta coalición tiene, sin embargo, un certero instinto de poder. Un instinto que incluso está inscrito en su acta de nacimiento y que es el factor que finalmente debiera sacarla de su actual encrucijada. Tal como están las cosas, más allá del desafío que tienen los partidos para lograr las cotas mínimas del refichaje de su militancia, hoy la Nueva Mayoría no tiene ningún candidato más competitivo que el senador Alejandro Guillier. Obviamente, el parlamentario no cumple con los estándares de la ortodoxia socialista o que hubieran preferido las dirigencias que trajeron de vuelta a Michelle Bachelet de Nueva York y que se embriagaron con la épica refundacional de la Nueva Mayoría. Pero, en tanto candidato y en términos de tonelaje electoral, en la coalición parece no haber nadie mejor.
Guillier es una figura sorpresiva y curiosa. De todos los parlamentarios de la Nueva Mayoría es por lejos el más independiente de las orgánicas partidarias de la coalición y el menos contaminado por los discursos de La Moneda. Que sea él quien a la postre termine dando la cara por el oficialismo tiene algo de tabla de salvación. Pero tiene también algo de derrota, porque significa que Bachelet y su gobierno no pudieron proyectarse en nadie que, superando la prueba de la pureza ideológica y del rating electoral, pudiera tomar las banderas que ella levantó.
Si bien las amenazas de fractura van a persistir con seguridad no solo hasta el 14 de abril próximo, que es cuando se sabrá qué partidos calificarán y tendrán derecho a inscribir candidatos, sino incluso hasta el día antes de las primarias del oficialismo, todo indica, en función del pragmatismo político, que la Nueva Mayoría debiera llegar a la papeleta presidencial de fin de año con un solo candidato. Es cierto que entre Guillier y la DC no hay grandes complicidades ni simpatías. Pero los que saben de política dicen que eso cuenta poco, porque en lo único que hay que fijarse es en los intereses, y cuando están en juego los puestos de cientos de militantes colgados del aparato del Estado, las razones para alcanzar acuerdos, misteriosamente o no, siempre aparecen.
El mayor problema para la coalición, sin embargo, no es tanto ese, el de la unidad, sino el de haber dejado perdido en el intertanto la épica de su discurso. La Nueva Mayoría ha dejado botada en el camino mucha chatarra utópica que en su momento le dio enorme capacidad de movilización. Gran parte de ese instrumental fue desvencijado o se oxidó pronto. Después de todo, la idea-fuerza de esta administración era asestarle un golpe letal al modelo de desarrollo y golpes hubo, pero no letales. Las cosas al final no salieron como se esperaba, el país se frenó y fue más bien pobre la cosecha de oportunidades para quienes estaban en desventaja. El oficialismo no puede menos que sentirlas como decepciones y tampoco puede menos que reconocerlas como la mochila con la cual ninguna coalición política quisiera llegar a una elección.
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March 11, 2017
Siete años de Bachelet
SE CUMPLEN siete años aunque intermitentes (con un respiro más o menos entre medio), en que Bachelet ha sido presidenta. Siete años es mucho tiempo en política. Royer-Collard, el liberal doctrinario francés de la segunda Restauración, que presidiera la Cámara de Diputados, emplazaría en una ocasión a sus colegas con las siguientes preguntas: “¿Ha habido algún sistema, algún ministerio, alguna verdad, alguna reputación política que haya durado siete años? ¿Qué será de nosotros, qué de vosotros dentro de siete años?” Bachelet es prueba fehaciente de ello. Nadie sale bien parado después de tanto tiempo. Año que pasa, año que menos se soporta. A Cristina Fernández hubo que aguantarla ocho años.
El registro del desempeño de Bachelet está a la vista. Si alguna vez alcanzó un 85% de aprobación, hoy día su rechazo ronda en 74% habiendo llegado antes al 77%; por lo visto, gatilla reacciones ciclotímicas entre los chilenos. Su gobierno nos tiene en plena incertidumbre; no se sabe para dónde va el país. Su irrupción en la política coincide con la destrucción de los partidos, en especial los de su propia coalición, sin haber podido convertir a los movimientos sociales en fuerzas alternativas disciplinadas.Ha empoderado a ciertos grupos (mujeres y jóvenes) pero sin que hayan dejado de ser meras agrupaciones de presión. Según voceros de estos grupos, Bachelet ha alcanzado a cumplir menos del 50% de lo que prometiera hacer.
No hay que autocalificarse de “ciudadano inteligente”, sin embargo, para darse cuenta que su capacidad de gestión es de lamentar. El actual crecimiento de la economía es demasiado bajo para un país como Chile. Su incompetencia para responder a emergencias ha quedado en evidencia repetidas veces (Transantiago, 27F, incendios forestales). Su disposición a reconocer errores ha sido baja si no nula; ha preferido salir diciendo que debió haber confiado en “pálpitos”, cuando no simplemente se ha victimizado, y ha culpado a gobiernos anteriores, terminando encapsulada en torno a incondicionales.
Ha puesto la posición de Chile en el contexto continental a la defensiva. Insiste en sostener que su “legado” va a ser en educación pero no somos pocos que pensamos que ha sido un desastre, muchos de los problemas siguiendo igual de mal, si no peor (lo de la Constitución también un lío). Acusaciones de corrupción han apuntado a miembros de su familia, comprometiendo la reputación de la presidencia. Ha sido cercana a las FF.AA., pero éstas, también, en su actual gobierno, han caído bajo la mira por motivos similares.
Su principal tanto es haber cambiado la agenda social en cuanto a igualdad y toma de conciencia de que existirían sectores que merecen un mejor trato. Propósitos válidos, pero a costa ¿de qué? ¿Medidas populistas como bonificaciones, gratuidad, y un discurso antielitista si no populista, radical y polarizador? ¿Es que sus dos gobiernos han sido para solo algunos, no todos los chilenos? ¿Ello, un logro o, a la postre, un desacierto? El futuro lo dirá.
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Luksic la lleva
¿CUÁL ES el escándalo? Se arrendó una casa y pagan buen precio. El tweet de Andrónico Luksic, buscaba responder a un reportaje del Wall Street Journal, respecto al hecho que su casa en Washington fue arrendada por la hija del Presidente Trump, al tiempo que el empresario mantiene un litigio en ese país por un proyecto minero.
Las reacciones en la redes no pararon. Notable, bien por él/Un like para Luksic/¡Basta de chaqueteo!/ Si los envidiosos volaran, estaría siempre nublado/ El hombre es exitoso y puede hacer lo que quiera/Grande Chile/, fueron algunos de los comentarios. Es cierto, hubo otros contrarios, pero la tónica fue positiva.
La irrupción de Luksic en las redes sociales es, sin duda, el fenómeno social del momento. Nunca un empresario, un hombre rico y poderoso, como el mismo se definió en su video de YouTube, había entrado de lleno a opinar en las redes sociales. Hoy, con más de 60 mil seguidores, se ha convertido en un personaje. Y, de a poco, está logrando transformar su imagen, muy dañada por el caso Caval, en la de un tipo cercano y hasta simpático. Y hace cosas insólitas. Hace poco, uno de sus seguidores le pidió que le recomendara un libro. Luksic señaló el texto “Un veterano de tres guerras”, y tuvo tanto impacto que anunció que regalaría mil ejemplares de la obra. En una hora se agotaron.
Dicen que él está feliz. Que le dedica mucho tiempo al asunto y que no se deja asesorar por nadie. Y tiene razón, porque los expertos en comunicación, y para que hablar de sus pares empresarios, miraban esto horrorizados. “Te van a matar en las redes”, le dijeron. Pero el hombre la tenía clara: les dijo que ya lo estaban matando todos los días. Que no tenía nada que perder. Que era una oportunidad para decir lo que piensa, que lo conozcan, para que, por último, lo critiquen con conocimiento.
Los resultados hasta ahora son positivos. De acuerdo a las mediciones, tiene más aprobaciones positivas que negativas. Pero, lo más importante, ha creado una tribu que lo sigue y con los cuales, en un lenguaje coloquial y directo, habla de política, empresas, el éxito y la vida. Tampoco le hace el quite a los problemas. “No estamos en el sector pesquero”, dijo cuando lo acusaban de comprar la ley de pesca. “No tenemos forestales”, informó para desmentir a Greenpeace durante los incendios.
Su éxito ha llevado a que muchos crean que quiere ser presidente. El se ríe de aquello. En Twitter se lo preguntan, pero él aclara que solo quiere participar. Que no financiará a ningún político. Que para lo único que pondría plata es para una campaña que incentive a los jóvenes a votar.
Nadie sabe cómo terminará esta aventura. Pero lo concreto es que es el único empresario que está sacando la cara en las redes. Que, pese a que posee un canal de televisión, entendió que el camino para influir era otro. Y su éxito es notable e importante para todos. Porque de alguna manera está acercando y desafiando la imagen que tienen muchos de los hombres de negocio. Por eso, sería ideal que otros siguieran su ejemplo. Pero claro, hay que ser valiente y entrar de lleno a esa verdadera jungla que es Twitter.
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¿Es necesaria una nueva Constitución?
SÍ, PERO por razones distintas de las que invocan los partidarios acérrimos de una nueva Constitución.
Pensamos que el argumento de la ilegitimidad de la Constitución del 80 es feble, pues, así como es indiscutible que nació bajo ese estigma, es también cierto que tras más de 30 reformas que se le han introducido, en más de un cuarto de siglo, bien se puede decir que, o ha terminado siendo legitimada, o este debate ha perdido utilidad y sentido. Avala esta última posición la referencia a múltiples experiencias de países donde sus cartas fundamentales -la de Japón, Alemania, la V República Francesa, las chilenas de 1833 y 1925- nacieron bajo circunstancias en que muchos cuestionaban su legitimidad, pero que terminaron transversalmente reconocidas.
Tampoco nos parece que se pueda negar la progresiva aceptación de la Constitución en la medida que sus reformas y funcionamiento efectivo, han permitido la elección de seis presidentes en procesos electorales indubitados. Algunos se preguntan si en el período de más de 25 años a partir de la recuperación de la democracia en 1990, y que se cuenta como el de mayor progreso económico y social, ella fue una contribución o un estorbo. Dados los resultados obtenidos en este ámbito, es difícil considerarla como un obstáculo.
Más allá de eso, esta discusión parece ociosa y bizantina, pues una Constitución es uno entre muchos factores relevantes que determinan el desarrollo de un país. Si ella fuera la piedra angular del éxito de los gobiernos democráticos, ¿cómo podríamos explicar la cambiante realidad de Estados Unidos en el período de más de 200 años en que ha regido su única Carta Fundamental? Por una parte, es cierto que si es mal construida ella puede llevar al país al caos, a la guerra civil, o a no proteger a sectores de la población, incluso mayoritarios, frente al abuso, o dejar indefensos a los ciudadanos frente a actos arbitrarios de poder. Pero, por otra parte, ni aun la más perfecta Constitución puede garantizar el éxito de los gobiernos y de las políticas públicas y menos asegurar el cumplimiento de sus objetivos. Atribuirle a una Constitución el origen de todos los males, o de todos los logros, es una exageración y un despropósito.
Una nueva Constitución, no parte de cero o de una hoja en blanco, tampoco reescribe la historia, si es un ejercicio fundacional, menos en un país como Chile que tiene una tradición democrática, republicana y constitucional, forjada de una evolución histórica, con avances y retrocesos, con períodos de estabilidad y ruptura. Difícilmente el actual gobierno podrá avanzar mucho más en este proceso, acaso su aporte -importante- termine siendo el haber diseñado y convocado a un proceso ciudadano de participación.
Resulta muy dudoso que los tiempos legislativos y políticos permitan tramitar un proyecto de reforma del actual capítulo XV de la Carta Fundamental, incluso forzar aquello, atendidos los altos quórums necesarios, puede resultar contraproducente
Sin embargo, cualquiera sea el resultado de las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre próximo, este debate llegó para quedarse, bien sea para concretarlo y algunos pocos para evitarlo.
En el libro “Sobre derecho, deberes y poder. Una nueva Constitución para Chile” , sus autores Genaro Arriagada, Ignacio Walker y este columnista buscamos contribuir a ese debate, necesario e ineludible.
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Razones de un fracaso
EL BALANCE de los chilenos sobre estos tres años de gobierno de la Nueva Mayoría quedó expresado en la última encuesta del CEP. Todas las áreas de gestión evaluadas de 1 a 7, obtuvieron nota roja y el gobierno fue reprobado con apenas un 3. Asimismo, la Presidenta Bachelet recibió la más baja aprobación en los últimos 16 años, mientras que el número de chilenos que piensa que el país está estancado alcanzó un triste récord histórico llegando a un 67%.
Detrás de este fracaso hay tres razones fundamentales. Primero, un mal diagnóstico de las necesidades y sueños de los chilenos que, desde hace tres años, quieren más y mejores oportunidades de trabajo y educación para progresar y vivir en un mejor país, no en un nuevo país.
Al programa de gobierno refundacional se agregó, en segundo lugar, una forma de gobernar dogmática, sorda al diálogo y poco republicana. Un estilo que fue descrito por el senador Quintana: “Nosotros no vamos a pasar una aplanadora, vamos a poner aquí una retroexcavadora, porque hay que destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal de la dictadura”. Es decir, un relato con todos los rasgos del populismo.
La “doctrina de la retroexcavadora” significó una ruptura total con el proyecto de país iniciado en democracia por el Presidente Aylwin, continuado por Frei, Lagos, la propia Bachelet en su primer mandato, y fortalecido durante el gobierno del ex presidente Sebastián Piñera. Un proyecto de país que conjugó exitosamente crecimiento, libertad y justicia social, y que puso a Chile como ejemplo internacional de buenas políticas sociales y económicas.
La tercera razón del fracaso de la Nueva Mayoría está en sus reformas educacional, tributaria, laboral y en su proyecto de nueva Constitución. La reforma educacional que prohibió el lucro, la selección por mérito académico de los alumnos y el copago de los padres, dejó sin patines a los estudiantes de los colegios particulares subvencionados y a los tradicionales liceos de excelencia. Dejando en la incertidumbre académica y financiera a los primeros, y malogrando la poderosa movilidad social que ofrecían los segundos.
En tanto, la gratuidad universal en la educación superior pasará a la historia como un ejemplo de promesa populista y de irresponsabilidad política.
Según el video oficialista que promovió la reforma tributaria, ésta haría posible una “educación pública y gratuita”, “mejor salud pública”, “más y mejores hospitales”, “más especialistas”, “más ambulancias”, “mayor acceso a medicamentos”, “más acceso a la cultura, al deporte, a un medio ambiente limpio y a mejores pensiones”. Sin embargo, lejos de mejorar la calidad de vida de los chilenos, la reforma tributaria junto con la reforma laboral han dañado la creación de buenos trabajos, el mejoramiento de los salarios y la inversión.
Es así como en los últimos tres años nuestro país ha crecido al 1,9% promedio, mientras el mundo lo hizo al 3,2%. A fines de 2013 Chile era el tercer país de la OCDE con mayor crecimiento, sin embargo hoy estamos en el lugar número 21.
La agencia calificadora Fitch Ratings bajó la perspectiva crediticia de Chile de “estable” a “negativa” dada la “prolongada debilidad de la economía”. Y por tercer año consecutivo se deterioró la posición de nuestro país en el Ranking de Libertad Económica 2017 de la Heritage Foundation, dejando a Chile con un índice global de 76,5% en 2017, su peor calificación desde el año 2002.
Pese a todo, podemos ver el futuro con esperanza. Sí, porque el mismo buen juicio de los chilenos que convirtió en minoría a la Nueva Mayoría, pondrá a este gobierno dentro de un paréntesis, como una pausa en el camino al desarrollo que Chile retomará en marzo de 2018.
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Sin miedo a reformas
LA OFERTA política que la Nueva Mayoría hizo a la ciudadanía el 2013, era la de un gobierno que no tuviera temor de afrontar y emprender las reformas que Chile requiere y que desde mucho antes una masiva movilización social venía demandando.
Estos tres años no han sido fáciles y la explicación puede ser multivariable. Pero parte de la resistencia a los cambios tiene que ver con que las reformas planteadas subvierten la lógica de mercado existente en sectores donde hoy la ciudadanía exige derechos.
Ejemplo de ello es la educación, donde ya es insostenible seguir manteniendo lógicas de consumo, pues se entiende que ella debe ser un derecho irrenunciable para nuestras niñas y niños.
Este año más de 95 mil estudiantes accedieron a la gratuidad en educación superior, completando así un beneficio que llega a más de 200 mil familias que ven como la educación de sus hijos, no queda supeditada al poder adquisitivo ni prisionera del crédito bancario. No está de más recordar que podemos afrontar este desafío, porque este gobierno llevó adelante una reforma tributaria que ha permitido contar con los recursos necesarios para solventar esta demanda social.
Este profundo cambio de matriz política, como era esperable, ha encontrado la férrea oposición de quienes han encontrado en el actual esquema institucional terreno fértil para el desarrollo de sus intereses particulares por décadas, y que les ha permitido -amarres constitucionales mediante- la entronización de un sistema económico altamente oligopólico y concentrado y de una democracia donde la soberanía popular es un factor relativizado, sin la capacidad de configurar un institucionalidad al servicio de las mayorías.
Pero a pesar de ello, el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, ha tenido la voluntad de desarrollar, quizás la más importante de las reformas: dotar al país de una nueva Constitución nacida en democracia.
Este proceso, aún inconcluso, ha permitido implementar un proceso de participación ciudadana donde miles de chilenos han tenido la oportunidad de expresar aquellos acentos que debiese contemplar la nueva norma constitucional.
Este es un país donde aún hay muchos pendientes. Ahí está la necesidad de seguir avanzando en la reforma al Código de Aguas que consagre el acceso al agua como un derecho humano, la urgencia de reformar un sistema previsional que no brinda las respuestas que la sociedad requiere y que obliga a los pensionados a seguir trabajando y la posibilidad de que Chile lidere la adaptación al cambio climático en la región, convirtiendo los desastres naturales en una oportunidad.
Por eso, a la hora de los balances, nuestra decisión y voluntad es proyectar los cambios estructurales que se han iniciado. Por lo mismo, no nos da lo mismo el rumbo que pueda tomar el país a partir de las elecciones de noviembre.
Lo importante es que hay acentos que no pueden ser retrotraídos. Como legados de esta administración quedará el impulso a los ministerios de la Mujer, de las Culturas, de Pueblos Indígenas y de Ciencia y Tecnología; la Subsecretaría de Derechos Humanos; la elección de gobernadores regionales; pero también las leyes que terminaron con el sistema binominal y todas aquellas que han permitido mayor transparencia y menor incidencia del dinero en la política.
Pero quizás lo más importante al final sea haber roto la inercia transicional, que con todo lo importante que fueron sus acuerdos, no podían terminar convirtiéndose en cortapisas a los cambios necesarios.
Lo importante es haber terminado con el miedo de algunos a torcer la poco justa mano invisible, para empezar a edificar la república democrática y moderna que nos demandan los ciudadanos del siglo XXI.
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Wikileaks, otra vez a la carga
Wikileaks no podría haber escogido un momento más sensible para revelar la documentación secreta de la CIA que detalla la capacidad de esta agencia para “hackear” comunicaciones electrónicas dentro y fuera de los Estados Unidos. Lo ha hecho cuando el espionaje centra el debate político, con los demócratas y la prensa acusando a Donald Trump de tener relaciones “non sanctas” con Rusia en base a informaciones de inteligencia y la Casa Blanca acusando a Barack Obama de haber grabado ilegalmente a su sucesor.
La documentación sale del Centro de Inteligencia Cibernética de la CIA y todo indica que se trata de un material de la máxima importancia, comparable o superior al que Edward Snowden filtró en su momento (y que no era de la CIA sino de la NSA o Agencia de Seguridad Nacional). Afecta lo mismo a gobiernos que empresas privadas, pues, por ejemplo, revela que la CIA tiene capacidad para penetrar todas las comunicaciones de los medios de uso masivo creados por Apple, Samsung y otras empresas que forman parte de nuestra vida cotidiana (lo cual a su vez revela cómo y por qué los sistemas de seguridad y privacidad de esos medios son vulnerables).
Como se ha dicho antes en esta columna, el protagonismo que tiene hoy el espionaje estadounidense en la vida política y comercial del país –y del mundo- con tiene precedentes en los tiempos posteriores a la Guerra Fría.
Es fácil caer en la tentación de decir que nunca el espionaje sufró tantas “traiciones” informativas, es decir filtraciones periodísticas, como ahora. Pero eso no es cierto. La única diferencia es la penetración de las comunicaciones electrónicas. En un mundo revolucionado por la tecnología informática, el alcance y la dimensión de lo que se revela puede parecer superior, pero en esencia el espionaje siempre ha sido vulnerable y su historia está cargada de revelaciones y espionajes de signo contrario. De otro modo, el contraespionaje perdería su razón de ser.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que, en los tiempos de la Posguerra Fría, nunca habían alcanzado los servicios de espionaje una importancia política tan directa. Afecta a los gobiernos de dos formas: en su lucha con la oposición y en su relación con los electores. Porque en última instancia la pregunta se reduce siempre a lo mismo: ¿están los gobiernos espiando ilegalmente a sus propios ciudadanos?
Este no es el lugar para responder esa pregunta. Con frecuencia los servicios de inteligencia violan la ley, como la violaron siempre allí donde hubo Estado de Derecho. Pero la ley es, en cuestiones de seguridad nacional, una arcilla moldeable que permite más de lo que permiten la lectura literal de la nomativa que limita a los servicios secretos y la conciencia del ciudadano preocupado por la privacidad y las libertades civiles. Lo que apunto aquí es que vamos a tener que acostumbrarnos a que los agentes de inteligencia, o quienes les prestan servicios, filtren constantemente documentos o informaciones (ciertas o no) para afectar tanto la dinámica gobierno-oposición como la relación entre el poder y los electores.
Es una paradoja importante el que, en el momento de mayor sofisticación de la tecnología informática, tanto la que está en manos del público como de los Estados, ella sea tan vulnerable. La consecuencia puede ser muy mala –por ejemplo si se debilita la capacidad para combatir al terrorismo- o muy buena (por ejemplo, si las periódicas revelaciones obligan a los gobiernos a ser menos irrespetuosos de la privacidad de las personas).
Vivimos tiempos de contradicciones morales que merecen reflexión y debate.
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Devaneos de la izquierda revolucionaria
Dentro de la izquierda hay dos grandes familias: la socialdemócrata y la revolucionaria. La primera es la de quienes no están dispuestos a traspasar la línea republicana, heredada de la Ilustración, por dos razones, una de realismo político, otra de principio.
El realismo les impide admitir la posibilidad de, sea por medio de la ingeniería social, sea por medio de una deliberación emancipatoria (y el correlativo desplazamiento del mercado), alcanzar algo así como un estadio en el que el Estado y el mercado devengan superfluos como instituciones. Además, se oponen a la revolución porque reconocen en la idea republicana de un poder dividido y una participación ordenada, maneras de disminuir la violencia sobre los ciudadanos y proteger su libertad.
Hay otra familia de la izquierda, que ha adquirido especial protagonismo en Chile y algunos países hispanohablantes, que aboga por no renunciar a un camino que culmine en la revolución, es decir, en la superación del entramado institucional republicano, del Estado y el mercado.
Esta izquierda goza en Chile de perspectivas de crecimiento relevantes. Cuentan con grupos intelectuales y cuadros políticos de nivel y han logrado la articulación de movimientos universitarios y sociales a gran escala.
Sin embargo, están afectados por un problema de difícil solución. Lo llamaría la cuestión del carácter regulativo de todo ideal. Por idea regulativa entendía Kant una noción capaz de guiar el pensamiento y la acción, pero que resulta imposible alcanzar. Así ocurre, por ejemplo, con la idea de “universo”. Pensamos a los objetos del mundo formando parte de algo como una unidad a la que llamamos universo. Las distintas ciencias avanzan suponiendo esa idea.
Piensan que tienen a la vista, por ejemplo, en la mecánica cuántica y en la clásica, un mismo universo, y que al descubrir amplían los límites de nuestro conocimiento sobre aquél. Sin embargo, pasa que, por más que se avance, nadie situado dentro del universo podrá “ver” al universo en cuanto totalidad (para lograr algo así tendría que poseer la descomunal capacidad de salirse del universo).
Con el discurso de la izquierda revolucionaria sucede algo parecido.
Él supone que hay un momento en el que -sea porque se logró una feliz alteración de las condiciones de producción, sea porque se alcanzó un nivel egregio en la emancipación de las consciencias respecto del interés egoísta- la historia cambia y se alcanza un nuevo estadio en el que las contradicciones han sido superadas.
En el intertanto, sin embargo, ocurre que ese momento no ha llegado. Mientras ese momento no llegue, la posición de la izquierda revolucionaria es asunto de fe o creencia. El revolucionario insistirá en la posibilidad de la superación de las contradicciones sociales, apoyándose en la creencia de que la consciencia del movimiento político al que se pertenece es la más avanzada posible y progresa. O sea: mientras la nueva época de hecho no haya irrumpido, no se conoce todavía si la época anterior ha terminado. Como no se sabe si terminó el estadio anterior, no puede emerger aún con claridad la consciencia correcta de que se ha alcanzado “el estadio emancipado”. No hay criterio para discernir si la nueva época ha comenzado.
Por eso, el revolucionario tiene que afirmar que la correcta consciencia histórica -que el pensador revolucionario se auto-atribuye- es la que permite clausurar la época anterior. Por medio de ejercicios del pensamiento, pretende auto-atribuirse así la insólita capacidad de clausurar la historia y la imprevisibilidad, insondabilidad y el abismo que, como la existencia misma, ella nunca deja de ser. Cual el metafísico que mediante la sola razón pretende alcanzar una visión total del universo desde fuera de él, el revolucionario termina atribuyéndose una inverosímil similar capacidad.
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Bolsa chilena: ¿Se justifica el repunte?
Preocupa la “preocupación” del ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, por la posible baja de la calificación de riesgo de la deuda soberana chilena. Ello porque dos indicadores económicos clave muestran deterioro.
Primero, la deuda del gobierno. La deuda bruta del país equivale a 18% del PIB, la que era 12% hace 5 años y menos de 4% hace diez. Por su parte, el balance fiscal registra su mayor déficit de los últimos 10 años (3.2% del PIB). Luego, está el crecimiento económico, estancado en torno al 2%.
A pesar de lo anterior, el mercado accionario local ha sorprendido positivamente, rentando 7.7% (8.5% en dólares) en lo que va corrido de 2017. En este ambiente de pesimismo, cuesta explicarse por qué. Sin embargo, varios estudios, evidencian la des-correlación entre las tasas de crecimiento económico de un país y el desempeño de su bolsa. Uno de 2010 de los autores Dimson, Marsh y Staunton del London Business School recolectó datos de 83 países de 1972 a 2009 y los ordenó según crecimiento de PIB de los últimos cinco años. Las acciones de países con mayor crecimiento registraron una rentabilidad anual promedio de 14.5%, mientras que para aquellos con menores tasas de crecimiento, ésta fue de 24.5%.
Si baja la calificación de riesgo de Chile no necesariamente se revertirá la tendencia al alza de la bolsa local. Detrás del positivo desempeño reciente, hay expectativas de cambio en la situación económica y de bajas en las tasas de interés locales, agotamiento de retornos de otras alternativas, el impulso reciente que registran los mercados emergentes, entradas de flujos y mejores resultados corporativos.
Si nos centramos en las variables que afectan la valorización de las acciones, por el lado de los resultados o utilidades, vemos que éstas repuntan (las utilidades de las empresas del IPSA aumentaron alrededor de 6% en 2016, luego de caer más de 11% en 2015). Estas utilidades se descuentan a la tasa de interés más el premio por riesgo. La tendencia de la tasa de interés es a la baja, pero el premio por riesgo aumentaría si baja la calificación de Chile. Entonces, el atractivo de la bolsa dependerá de las magnitudes de crecimiento de las utilidades, de las bajas en la tasa de interés y de la evolución del premio por riesgo.
¿Cuáles son las perspectivas? Primero, en el ámbito macro, la recuperación del precio del cobre desde sus mínimos, de mantenerse en los niveles actuales (2,6 dólares/libra), implicaría ganancias para Codelco de 1,000 millones de dólares, que en 2016 fueron de sólo 200 millones de dólares. Esto significaría mayores ingresos del gobierno, a los que se suman los de las productoras de cobre no estatales a través de los impuestos. Con ello mejoraría, tanto el endeudamiento como el crecimiento, y podría contribuir a evitar una baja en la calificación de riesgo.
En el ámbito corporativo y de la bolsa, las razones que justifican mayor potencial son más contundentes. El crecimiento estimado para las utilidades del IPSA en 2017 es de 7%, las valorizaciones están por debajo de sus promedios históricos (la razón precio utilidad estimada es de 16 veces versus 16.7, respectivamente), los flujos se mantienen positivos (entradas equivalentes al 9% de los activos manejados por fondos extranjeros en lo que va corrido de 2017) y, finalmente, aún queda mucho por recuperar luego de las caídas de los últimos años. El valor del fondo que replica el mercado chileno (el ETF ECH que transa en Nueva York), cayó más de 50% entre 2010 y fines de 2015. Desde ese mínimo, registra una recuperación de 27%; y así todo su valor aún es la mitad del máximo.
En el actual ambiente de esquizofrenia local (expectativas de cambio versus lento crecimiento) y global (alza de tasas en EE.UU. versus mejoras para el cobre y mayor crecimiento mundial) es de esperar que el “viaje” sea movido para los inversionistas en acciones. Pero bien vale la pena, ya que el destino sería más productivo que refugiarse en activos con bajo riesgo.
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