Hugo García Michel's Blog, page 252

July 24, 2014

Days of Being Wild

Imposible no remitirse a Elliott Smith al escuchar “The First Time”. la pieza que abre éste, el segundo álbum de Matt Kivel. Conforme el disco transcurre, los vientos de la música nos llevan por otros lares, pero la influencia del malogrado autor de Either/Or (1997) y Figure 8 (2000), entre otros grandes trabajos discográficos, continúa presente.
  Ex integrante de ese estupendo trío que fue Princeton (un proyecto casi de adolescencia que formó en 2005 junto a su hermano gemelo Jesse, cuando ambos estudiaban en la ciudad de Londres, y que grabó un par de platos muy recomendables) y de Gap Dream (el grupo indie-electrónico encabezado por Gabe Fulvimar), Matt Kivel ha logrado escribir una serie de canciones que van de lo etéreo y lo minimalista a un rock más, digamos, fuerte, aunque quizás habría que entrecomillar este adjetivo, ya que el cantante y guitarrista nunca llega a producir algo aproximado al estruendo.
  Days of Being Wild es un trabajo de apacible belleza, una obra que transcurre por parajes y atmósferas tan cercanas al folk como al dream pop. Producido y mezclado por Paul Oldham (quien además funge como ingeniero), en el disco resaltan la economía instrumental y las diferentes modulaciones vocales de Kivel, dueño de una garganta dúctil aunque de escasa potencia, de ahí que privilegie el canto tranquilo, casi murmurado, que alterna con su gusto por los falsetes, característica que de alguna manera lo hermana con Bon Iver.
  Catorce son los cortes que conforman al álbum y si hay algo que los asemeja es la facilidad melódica del compositor, algo que ya había mostrado en su larga duración anterior, el aún más tranquilo Double Exposure de 2013. Los aires melancólicos campean a lo largo de piezas como las hermosas “Blonde Boy”, “A Couple Hours” y “Only with the Wine”, en las que Kivel logra una expresividad altamente conmovedora y sutil. La elegancia esplende en “You and I Only”, en “End of Adventure” o en ese puente exclusivamente guitarrístico que es “Dolphins”, mientras que la emoción brota en la final y contenida “Waving Goodbye” o en las brevísimas “Little Girls” (apenas un minuto y medio de gran belleza armónica) y “Twins” (cincuenta segundos de figuras dulces con la guitarra acústica).
  Cuando el músico requiere de cierto poderío roquero –siempre relativo– y para ello aumenta –sólo un poco– la intensidad instrumental y los decibeles, crea temas tan buenos como “Open Road”, “Days of Being Wild”, “Underwater” y esa otra joya que es “Insignificance”.
  Days of Being Wild representa un importante paso en la carrera solista de Matt Kivel. Si su trabajo con Princeton lo había situado como un cantautor más que prometedor, con este flamante opus no hace sino consolidarse como lo que es: un artista en toda la extensión de la palabra.
  Un disco francamente recomendable.

(Publicado en la sección de reseñas discográficas del sitio de la revista Marvin)
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Published on July 24, 2014 21:37

July 23, 2014

RocknRolla

Divertidísima película de Guy Ritchie que repite la fórmula de sus anteriores Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y Snatch (2000), en cuanto al enfrentamiento de diferentes grupos de delincuentes, bandas y mafias que pelean todos contra todos por algún botín. En el caso de RocknRolla (2008) la manzana de la discordia es la riqueza inmobiliaria de Londres y un cuadro antiguo que subitamente desaparece.
  Como casi siempre en Ritchie, la habilidad narrativa es magnífica y los apuntes irónicos resultan en verdad delirantes. El retrato de personajes es francamente espléndido, con tipos (y tipas, en el caso de la sensual y desalmada Stella, la temible y fría contadora interpretada por la guapísima morena Thandie Newton) entrañables en su intrepidez o su torpeza, en su maldad o su simpatía, en su inteligencia o su estupidez.
  Violenta, hiperquinética, complicada, brillante, la cinta no da tregua y nos lleva de un lugar a otro, de una situación a otra con un vértigo infernalmente jocoso y brutalmente sardónico, hasta su repentina conclusión. Destacan personajes magníficos, como ese Archy (Mark Strong) flemático e implacable, ese Lenny Cole (Tom Wilkinson) corrupto y soberbio, ese Johnny Quidd (Toby Kebbell) punketo y lamentable (el único y verdadero RocknRolla), ese Uri Omovich (Karel Roden) mafioso y sofisticado o ese One Two (Gerald Buttler) que es el antihéroe supuestamente galano de la historia.
  Cada que veo los filmes de Guy Ritchie sigo sin entender cómo pudo realizar ese bodrio que es Swept Away (2002), con su entonces esposa, Madonna. Bueno, creo que con mencionar este último nombre yo mismo me respondí.
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Published on July 23, 2014 18:58

July 22, 2014

Morrissey y la paz mundial

Jamás he sido seguidor de Morrissey. Su música, solo o con los Smiths, jamás me ha llegado, hay algo en ella que no acaba de conmoverme, no la entiendo, no la siento. Tal vez sea esa manera manierista de cantar, esa afectación teatralizada de la voz, esos subeibajas melódicos que no tienen asidero. Me resulta por completo neutra y no la disfruto.
  Sin embargo, he estado escuchando el muy reciente álbum de este británico y debo decir que me gusta, me mueve y me conmueve.
  World Peace Is None of Your Business (Virgin EMI, 2014) es el título del flamante disco (su décimo como solista), un trabajo fino y elegante, con una docena de composiciones variadas y de espléndida factura. Hay una gran intensidad en la interpretación, los arreglos son casi siempre precisos y preciosos (aunque de pronto se apela quizás en demasía a guitarreos de estilo español) y las letras acuden en buena parte, cosa normal en Morrissey, a tópicos políticos y sociales, como el sencillo “The Bullfighter Dies” en el que se dicen cosas tan crudas y crueles como “¡Hurra, hurra!, el torero muere y nadie llora, porque todos queremos que el toro sobreviva” (palabras que harán felices a los enemigos de la llamada fiesta brava).
  No se si se trate de la producción de Joe Chiccarelli (quien trabajó con Frank Zappa, Oingo Boingo, American Music Club y otros). No se si sea la estructura de las canciones. Lo que sé es que escucho a un Morrissey más concreto, más austero, más profundo, con menos florituras vocales, cosa que en lo personal agradezco, aunque no sé cómo lo aprecien sus seguidores más empedernidos (que los hay de sobra: cuando menciono que nunca me han gustado los Smiths o el famoso Moz, suelen mirarme como se mira a un apestado).
  Si de destacar algunas canciones se trata, mencionaré piezas como “I’m Not a Man”, “Smiler with Knife”, “Istanbul” y “Mountjoy”. Pero en general se trata de un larga duración en verdad excelente. De lo mejor en lo que va del año.
  Hace dos años se hablaba del retiro de Morrissey y de que no volvería a grabar. Debo decir que por fortuna no fue así y que su regreso discográfico ha sido suntuoso.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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Published on July 22, 2014 19:10

July 21, 2014

Con Alain y Hallet

Hoy en la tardenoche vinieron Alain y Hally a visitarme, luego de su padrísimo periplo europeo. La pasamos muy bien, viendo un montón de preciosas fotos de su estancia en París, Berlín y Atenas. Fue uno de esos viajes en que todo les salió a pedir de boca y eso los hizo retornar muy felices y con muchas ganas de regresar pronto al viejo continente. Me dio gusto verlos tan contentos. Pasamos un rato delicioso.
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Published on July 21, 2014 21:00

July 20, 2014

La mujer de Benjamín

Yo juraba que ya la había visto, pero creo que no. Al menos no recordé una sola escena al verla anoche en MUBI. La mujer de Benjamín, realizada por Carlos Carrera en 1991, célebre película del cine nacional de esa década; retrato de un pueblo en una provincia mexicana entre creíble e inverosímil; historia que remite a la de La bella y la bestia (Jorge Ayala Blanco dixit) pero en versión condechi; fábula apanicada sobre un hombre gordo, feo e imbécil que se enamora de una joven hermosa, sensual y cabrona y la obliga (otra vez inverosímilmente) a vivir con él en su casa; cuento moral sin moraleja clara que sin embargo nos lleva a la conclusión de que secuestrar a alguien "por amor" a lo único que lleva es a ser humillado, burlado, manipulado, robado, ridiculizado y simbólicamente raptado.
  Protagonizada por Eduardo López Rojas (Benjamín) y una muy guapa, cachonda y joven Arcelia Ramírez (Natividad), la cinta se deja ver, es divertida, pero no puede escapar de todos esos afanes pretensiosos de intelectualidad que desde hace ya mucho tiempo padece la cinematografía mexicana.
  Varios personajes caen en el cliché y se les mira de manera un tanto prejuiciosa y esquemática. Falta en el director una mayor identificación con ellos: ya sea con la hermana de Benjamín y su constante amargura y mal carácter que esconden un corazón sensible y débil o con la madre de Natividad y su carácter regañón pero imposibilitado de imponer disciplina y respeto o con el tío desmadroso que es capaz de aconsejar a un cuasi oligofrénico que se lleve a vivir a su sobrina con él sin importar que para ello deba robársela o el curita de pueblo, libidinoso, cínico y demagógico, que juega con los deseos ocultos de las mujeres beatas para que le llevan de comer o hasta le alivien sus calenturas o el comerciante camionero galán y pagado de sí mismo que cree que todo lo puede y al final es madreado por el personaje más improbable.
  Vale la pena ver La mujer de Benjamín, pero no es ni por asomo la película más gozosa de nuestro cine. No sé si con el tiempo perdió la frescura... o si alguna vez la tuvo.
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Published on July 20, 2014 20:00

July 19, 2014

“Mamá Rosa” y la vida en blanco y negro

Los seres humanos solemos mirar las cosas en dos dimensiones, en dos colores que ni siquiera son colores, en blanco y negro. El maniqueísmo nos parece cómodo, implica mínimos esfuerzos mentales, nos facilita la visión de lo que nos rodea, aunque esa visión sea incompleta, injusta, parcial, prejuiciosa. Entre menos matices tengamos que contemplar, mejor será: nos quitaremos de encima el tratar de entender con mayor profundidad nuestro entorno; tendremos fórmulas elaboradas de antemano, como cristales bifocales a través de los cuales observaremos todo de la manera menos caleidoscópica posible.
  En lo que va del presente siglo, pero en especial del 2006 al presente, los mexicanos nos hemos especializado en ese maniqueísmo confortable y prejuiciado. Paradójicamente, en el sector en el cual se supone que debería campear el espíritu crítico, en el lado izquierdo del espectro político, es donde más se han profundizado los puntos de vista cerrados, bidimensionales, dogmáticos. Para una buena parte del progresismo nacional, la vida se divide en buenos (ellos) y malos (sus contrarios). No sólo eso: de unos años a la fecha, existe  una buena cantidad de tópicos que no admite discusión acerca de quiénes son los héroes y quiénes los villanos.
  Por ejemplo, dentro de los medios de comunicación ya está dictado cuáles de ellos son los malvados y cuáles los puros. También en cuanto a los partidos políticos o los personajes públicos: unos son malos-malos y otros buenos-buenos. No hay para qué pensar, meditar, matizar: el dogma está para ser aceptado, sin discusión o cuestionamientos.
  En temas internacionales, desde esa óptica, en Medio Oriente los judíos son los malos y los palestinos los buenos. Hamas es una organización buena porque ataca a los israelíes. No importa que sea terrorista y lance bombas.
  Por eso en México, en estos momentos, resulta tan difícil dilucidar si en el sonado caso de “Mamá Rosa”, la mujer es buena o es mala (claro, como Vicente Fox la defendió, entonces debe ser peor que Cruela de Vil).
  En síntesis, los de acá somos unas hermanitas de la caridad y los de allá son unos hijos de puta. Punto.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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Published on July 19, 2014 18:23

July 18, 2014

Elogio del futbol mexicano

Tiro de Horacio Casarín.Acaba el Mundial y al siguiente fin de semana comienza la Liga MX. Demasiado pronto, se dice. No lo sé. El caso es que hoy hay dos partidos para inaugurar el Torneo de Apertura y sobran los que hacen comparaciones entre nuestro singular balompié y el de ligas poderosas como la inglesa, la española, la alemana o la italiana.
  Es claro que no existe punto de comparación en cuanto a calidad o velocidad, en cuanto a espectacularidad e intensidad. Sin embargo, nuestro fut tiene lo suyo y hay algo que lo hace muy particular. No sé si es cosa de idiosincracia (bueno, más bien si lo sé), pero el futbol (palabra aguda, como la pronunciamos en México) nacional posee un encanto y una larguísima tradición que nos gusta y nos emociona tanto como si aquí jugaran el Barcelona o el Bayern Munich.
  Cierto que en cada jornada del campeonato regular hay varios partidos infames y que a veces se juega con una lentitud exasperante, pero también se dan grandes juegos y ya en la liguilla podemos ver encuentros memorables. Pero lo que seduce de este deporte en México es su folclor, su cariz un tanto caótico, su teatralidad. Insisto: el soccer en estos lares es un reflejo del ser nacional. Por eso no puede ser como el de Europa. Ni siquiera como el de Sudamérica (que en general resulta bastante aburrido).
  Desde sus orígenes, con toda esa mitología compuesta por legendarios equipos y jugadores de apodos rimbombantes (el "Trompo" Carreño, la "Marrana" Castañeda, el "Jamaicón" Villegas, el "Chato" Ortiz, el "Pirata" Fuente, el "Piolín" Mota, el "Tubo" Gómez, el "Cura" Chaires, el "Sobuca" García, el "Harapos" Morales y un largo etcétera que incluye a "los once hermanos" del Necaxa), nuestro futbol posee una muy larga historia de triunfos escasos y derrotas aplastantes que lo hacen tan interesante como fascinante. Sólo en un pambol como el nuestro pudo existir, por ejemplo, un delantero como el "Manquito" Villalón del Morelia a quien, en efecto, le faltaba un brazo o un arquero tan estrambótico como Jorge Campos. Pero también ha habido grandes ídolos, como Horacio Casarín o Enrique Borja, y narradores de antología, como Fernando Marcos o Ángel Fernández.
  Tenemos una infraestructura que ya quisieran muchos países, hay una enorme afición, mucho dinero se mueve entre los equipos más poderosos y aun así no hay manera de que aspiremos a alcanzar el nivel de calidad del futbol que se juega en algunos países del viejo continente. Pero ni falta hace: el fut mexicano es como es y así seguirá siendo, por la sencilla razón de que lo hacemos los mexicanos y en ello incluyo a jugadores, directores técnicos, directivos, árbitros, periodistas, medios de comunicación y aficionados. Somos como somos y así seguiremos siendo. Por los siglos de los siglos. Qué bueno.
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Published on July 18, 2014 12:38

July 17, 2014

La bluesología de Gil Scott-Heron

“La revolución no será televisada”, reza la frase más célebre de este poeta y músico de soul-jazz, título de su composición homónima, contenida en su primer álbum, Small Talk at 125th and Lenox, de 1970. No se trata sin embargo de una sentencia suya, pues era un eslogan común entre los grupos militantes del Black Power de la época, para cuestionar a quienes predicaban la revolución desde la comodidad de las aulas, los cafés y la prensa (algo semejante a lo que sucede hoy con los “revolucionarios” de la laptop, el celular y las redes sociales).
  Pero Gil Scott-Heron fue mucho más que aquella provocadora frase. Con su propuesta política de escribir poesía crítica y su estilo spoken word para interpretarla, se trata de uno de los pioneros del rap y el hip-hop, así como también de un músico y escritor de primer orden, hombre de su época que puso los cimientos del neo soul y mantuvo su congruencia artística y social a lo largo de más de cuarenta años.
  Nacido en Chicago en 1949, Gil fue hijo de una cantante de ópera y un futbolista jamaiquino, extraña combinación si las hay. Rebelde y talentoso desde sus años de estudiante, a fines de los sesenta publicó sus dos primeras novelas, The Vulture y The Nigger Factory, y por esa misma época formó a su primer grupo musical, Black & Blues, al lado de su desde entonces inseparable amigo Brian Jackson. Inspirado en la agrupación The Last Poets (e influenciado, según escribió él mismo, por Richie Havens, John Coltrane, Billie Holiday y Malcolm X). Scott-Heron sacó en 1971 su segundo álbum, Pieces of a Man, en el cual había menos spoken word y más canciones estructuradas como tales. Este plato, junto con el impresionante Winter in America de 1974, resultaría por demás influyente dentro de la música y la poesía negras de años posteriores.
  Durante los años ochenta, el artista fue uno de los más acérrimos críticos de la presidencia de Ronald Reagan y participó activamente en el movimiento antinuclear, sobre todo después del accidente en la planta atómica de Three Mile Island. Su actuación en 1979, durante el concierto No Nukes, con el enorme tema “We Almost Lost Detroit”, es histórica y quedó registrada en el disco que sobre ese concierto se grabó al lado de gente como Jackson Brown, James Taylor y Crosby, Stills & Nash, entre otros.
  Conocido por muchos como “El padrino del rap” (y yo especificaría: del rap politizado), Scott-Heron fue no obstante un crítico de los raperos, a quienes reclamaba no sólo su falta de compromiso, sino incluso su falta de preparación musical.  Militante antirracista hasta su muerte, estuvo en prisión en varias ocasiones por posesión de drogas y en 2008 declaró públicamente que era portador del virus VIH.
  Sin embargo, no dejó de escribir música y poesía. Autodefinido como bluesólogo siguió presentándose en concierto y en 2010 grabó el extraordinario I’m New Here que representaría su último legado, ya que falleció un par de años después, sin que se revelara la causa de su muerte.
  La revolución, sobra decirlo, aún no ha sido televisada.

(Publicado el pasado sábado 12  en el suplemento cultural "Laberinto" de Milenio Diario).
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Published on July 17, 2014 19:03

July 16, 2014

Beta y VHS

En una época en la cual imperan las televisiones inteligentes y los reproductores de blu-ray, guardar como reliquias los viejos aparatos de video Beta y VHS parecería un anacronismo insano. Más aún si ambos están descompuestos. Pero ahí los tengo y no sé qué demonios hacer con ellos. No sólo con ellos, sino con decenas de cassettes en ambos formatos que ocupan mucho lugar y no pueden ser reproducidos.
  ¿Venderlos? No creo que haya interesados en hacerse de ellos (¿o sí?). ¿Regalarlos? Quién podría quererlos. ¿Tirarlos a la basura? Parece lo más indicado, pero...
  Por una u otra razón, no he tenido la disposición de ánimo como para deshacerme de esas antiguallas que ni a vintage llegan. A ello puedo añadir mi tele Panasonic (en perfecto estado, por cierto) que con su obeso tamaño sólo me roba espacio y ya no veo y por la que en Mercado Libre me darían apenas cuatrocientos pesos (es real).
  En fin. Si alguien lee esto y tiene alguna idea que darme, le estaré muy agradecido. ¿Tiro mis reproductores de Beta y VHS? ¿Arrojo al bote de los desperdicios los cassettes respectivos? ¿Qué hago con la tele?
  Dilemas existenciales del consumismo rampante,
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Published on July 16, 2014 16:07

July 15, 2014

Buen rock culichi

Conocí a Roberto Fernández Echeagaray en 2007, cuando me invitó a cubrir la décima edición del Festival de Rock Sinaloa que a lo largo de cuatro días se llevó a cabo en la ciudad de Culiacán, famosa por muchas cosas, entre ellas por la belleza –más que verídica, me consta– de sus mujeres.
  La experiencia resultó divertida, aleccionadora e ilustrativa, no sólo por el festival en sí (con una enorme cantidad de grupos de diferentes partes de la república, así como de la ciudad de Los Ángeles, como Resorte o Vodoo Glow Skulls), sino por algunos recorridos que el buen Roberto me brindó por los más insospechados rincones de la capital sinaloense, incluido el templo dedicado a Jesús Malverde.
  Mucho conversamos de música y al final me regaló no sólo una canasta de platillos típicos sinaloenses (como chilorio o frijoles puercos), sino copias de varios discos de su selecta colección (por él descubrí a los Black Keys, en aquel entonces un dueto incipiente).
  Creo que desde esos días me habló de su proyecto personal, la banda de blues y rock Malverde Blues Experience, cuyo primer disco acaba de aparecer y que ya se puede escuchar en Spotify.
  Doce son los temas que conforman este álbum que lleva como título el propio nombre del grupo, un cuarteto híper rocanrolero, con una calidad instrumental inaudita, que realiza un rock duro de gran densidad y potencia. Fernández Echeagaray es el encargado de la voz principal y lo hace desde una garganta desgarrada y visceral.
  El estilo de la agrupación remite al rock blues sureño de los Estados Unidos derivado de bandas seminales como los Allman Brothers o Lynyrd Skynyrd, aunque con un sonido más oscuro, más duro y más compacto.
  El único prietito en el arroz, para mí, es que Malverde Blues Experience sólo cante en inglés (incluso esa enorme pieza que es “La mala vida” es interpretada en el idioma de Bob Dylan), pero eso no es motivo para dejar de recomendar este gran disco de rock culichi que merece ser escuchado, apreciado y disfrutado por todo el mundo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).
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Published on July 15, 2014 18:30

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Hugo García Michel
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