António Lobo Antunes's Blog, page 9
July 7, 2016
Livros que os Pariu edição 41 - Não Entres Tão Depressa Nessa Noite Escura
Por Alexandre Valinho Gigas
Rádio Universidade de Coimbra
Rádio Universidade de Coimbra
Published on July 07, 2016 14:09
July 2, 2016
ABC Cultura - «Los hijos de Lobo Antunes»
La sombra del escritor portugués, eterno candidato al Nobel, es alargada en la literatura de su país
foto ABC, Yolanda Cardo
La literatura de la mente y sus recovecos se escuda en António Lobo Antunes para proyectarse al límite. Las fronteras del cerebro se abren de par en par a través de su pluma estilográfica (¿o es que alguien puede imaginarse al eterno candidato al Nobel apostado, a sus 73 años, tras un impersonal ordenador?), guiada no sólo por su imaginación trufada de memoria histórica y recuerdos periodísticos angoleños. Su hermano João, eminente neurocirujano que ejerce de profesor emérito en la Universidad de Lisboa después de su carrera como investigador en Nueva York, se encuentra en la recámara. De sus conversaciones sobre los retos de la humanidad se infieren miles de matices que se alojan en los libros del desasosiego de este expsiquiatra rendido al poder de la palabra.
Cuando Svetlana Alexiévich fue la elegida en octubre por la Academia Sueca, todo Portugal sintió una vez más que aún no era tiempo para reverdecer aquellos laureles de 1998 encarnados en José Saramago. Pero su pulso literario continúa impasible: «Comisión de las lágrimas» o «Camino como una casa en llamas», sucesores de «Tratado de las pasiones del alma», «Exhortación a los cocodrilos» o «La muerte de Carlos Gardel».
La sombra de Lobo Antunes es tan alargada en la literatura portuguesa de hoy como lo es la octogenaria Paula Rego en la pintura. Expresionismo y dolor en ambos casos.
Los «hijos»literarios de don António aseguran la extensión de su legado, de su estela, de su marchamo, de sus enseñanzas… porque él se abre en canal cuando las palabras fluyen desde su convulso interior.
Tierra de nadie
José Luís Peixoto bebe de él y de Saramago, también de la calle, hasta del universo «hip hop» o de la liturgia más autóctona, la que deriva de las apariciones de Fátima. Tal cual refleja «En tu vientre», su 15º libro, donde se abandona a un «tour de force» de la memoria histórica del país vecino.
Y, precisamente, es una devoción casi religiosa la que despierta esa literatura hipnótica del maestro de 73 años, entre la racionalidad y su antagonista, en una tierra de nadie que sólo habita el artífice de «Tratado de las pasiones del alma».
Aureola fantasmagórica de raíz arquetípicamente portuguesa, lejos de los caprichos formales y sujeta a una autenticidad a prueba de bombas. Hondura. Estados alterados.
Otra de sus discípulas lo ha reconocido abiertamente, Dulce Maria Cardoso, después de dar a luz a «criaturas» como «Campo de sangre», «Mis sentimientos» o «El retorno»: «Sólo él consigue escribir lo indecible como ningún otro».
El resultado es que la deuda literaria crece en su honor, como atestigua Ana Margarida Carvalho, «madre» de «Qué importa la furia del mar». Ella se adscribe a sus rotaciones metafísicas, a una «prosa torrencial» que nos inunda. Obsesiones en gerundio herederas de quien dijo: «Mi oficio es traducir voces».
Rui Cardoso Martins da fe de una comunión similar a través de títulos como «Y si me encantase morir» o «Dejen pasar al hombre invisible». Su creatividad fluye de manera sinuosa, a veces cavernosa, nunca meliflua. Por si fueran pocas sus evidencias, acaba de poner en pie un montaje teatral surgido de su desbordante imaginación y encarnado en algunos manuscritos que le marcaron especialmente. Así nació «António y Maria», una especie de combate dialéctico con sabor a tragicomedia doméstica.
Tampoco podemos olvidar a Valério Romão, autor de «Autismo» o «De la familia» y permanente observador de la obra excelsa del «padre» de «Memoria de elefante», aquel debut de Lobo Antunes que antecedió a otra de sus creaciones más inquietantes, «Fado alejandrino», retrato vivo del Portugal que avanzaba con pies de plomo en la centuria anterior con un sentimiento de culpabilidad neocolonial palpable en aquellas páginas.
La metáfora como herramienta principal, de acuerdo con su reencarnación en manos de Frederico Pedreira, que reunió sus magníficos cuentos en «Un bárbaro en casa», una faceta que le otorga una dimensión muy diferente a la que suelen transmitir sus elegías.
Honestidad brutal
La arquitectura desconcertante se halla también presente en José Riço Direitinho, incapaz de conformarse con la epidermis en «La casa del fin» o «Una sonrisa inesperada». Eso sí, se ha atrevido a indicar que la conversión de su universo particular en una suerte de «club con el derecho de admisión reservado» constituye la única piedra que ve en su camino. Quizá porque sus intenciones son menos crípticas. Una confesión que rezuma honestidad brutal, especialmente si tenemos en cuenta que procede de quien se benefició de una ayuda personal por parte de don António en sus orígenes. Porque Riço Direitinho pudo encontrar editorial gracias al consejo de su tótemico modelo.
No es, por supuesto, la única generación de escritores que venera al arquitecto verbal transcrito en «La muerte de Carlos Gardel». Ya se había acreditado como tal José Cardoso Pires, alquimista de «Vals lento« y «Lisboa. Diario de a bordo», además de aguerrido azote del salazarismo.
El ADN «antuniano» se ha colado hasta en el reciente Festival de Berlín, pues se estrenó allí la adaptación cinematográfica de «Cartas de la guerra», una película de Ivo M. Ferreira basada en las misivas que un alférez de veintiocho años apellidado Lobo Antunes escribía a la que fue su segunda esposa en los días de la liberación colonial de Angola.
Hay quien proclama su firma en la antesala de una especie de subgénero literario, formado por el «progenitor» y su creciente número de «hijos», protagonistas de todo un renacer literario en la patria del fado, que tuvo a bien definir Fernando Pessoa como «la música del pueblo».
ABC Cultural23.06.2016texto de Francisco Chacón
[ler em português sobre o mesmo tema no artigo de Isabel Lucas do Público]
foto ABC, Yolanda CardoLa literatura de la mente y sus recovecos se escuda en António Lobo Antunes para proyectarse al límite. Las fronteras del cerebro se abren de par en par a través de su pluma estilográfica (¿o es que alguien puede imaginarse al eterno candidato al Nobel apostado, a sus 73 años, tras un impersonal ordenador?), guiada no sólo por su imaginación trufada de memoria histórica y recuerdos periodísticos angoleños. Su hermano João, eminente neurocirujano que ejerce de profesor emérito en la Universidad de Lisboa después de su carrera como investigador en Nueva York, se encuentra en la recámara. De sus conversaciones sobre los retos de la humanidad se infieren miles de matices que se alojan en los libros del desasosiego de este expsiquiatra rendido al poder de la palabra.
Cuando Svetlana Alexiévich fue la elegida en octubre por la Academia Sueca, todo Portugal sintió una vez más que aún no era tiempo para reverdecer aquellos laureles de 1998 encarnados en José Saramago. Pero su pulso literario continúa impasible: «Comisión de las lágrimas» o «Camino como una casa en llamas», sucesores de «Tratado de las pasiones del alma», «Exhortación a los cocodrilos» o «La muerte de Carlos Gardel».
La sombra de Lobo Antunes es tan alargada en la literatura portuguesa de hoy como lo es la octogenaria Paula Rego en la pintura. Expresionismo y dolor en ambos casos.
Los «hijos»literarios de don António aseguran la extensión de su legado, de su estela, de su marchamo, de sus enseñanzas… porque él se abre en canal cuando las palabras fluyen desde su convulso interior.
Tierra de nadie
José Luís Peixoto bebe de él y de Saramago, también de la calle, hasta del universo «hip hop» o de la liturgia más autóctona, la que deriva de las apariciones de Fátima. Tal cual refleja «En tu vientre», su 15º libro, donde se abandona a un «tour de force» de la memoria histórica del país vecino.
Y, precisamente, es una devoción casi religiosa la que despierta esa literatura hipnótica del maestro de 73 años, entre la racionalidad y su antagonista, en una tierra de nadie que sólo habita el artífice de «Tratado de las pasiones del alma».
Aureola fantasmagórica de raíz arquetípicamente portuguesa, lejos de los caprichos formales y sujeta a una autenticidad a prueba de bombas. Hondura. Estados alterados.
Otra de sus discípulas lo ha reconocido abiertamente, Dulce Maria Cardoso, después de dar a luz a «criaturas» como «Campo de sangre», «Mis sentimientos» o «El retorno»: «Sólo él consigue escribir lo indecible como ningún otro».
El resultado es que la deuda literaria crece en su honor, como atestigua Ana Margarida Carvalho, «madre» de «Qué importa la furia del mar». Ella se adscribe a sus rotaciones metafísicas, a una «prosa torrencial» que nos inunda. Obsesiones en gerundio herederas de quien dijo: «Mi oficio es traducir voces».
Rui Cardoso Martins da fe de una comunión similar a través de títulos como «Y si me encantase morir» o «Dejen pasar al hombre invisible». Su creatividad fluye de manera sinuosa, a veces cavernosa, nunca meliflua. Por si fueran pocas sus evidencias, acaba de poner en pie un montaje teatral surgido de su desbordante imaginación y encarnado en algunos manuscritos que le marcaron especialmente. Así nació «António y Maria», una especie de combate dialéctico con sabor a tragicomedia doméstica.
Tampoco podemos olvidar a Valério Romão, autor de «Autismo» o «De la familia» y permanente observador de la obra excelsa del «padre» de «Memoria de elefante», aquel debut de Lobo Antunes que antecedió a otra de sus creaciones más inquietantes, «Fado alejandrino», retrato vivo del Portugal que avanzaba con pies de plomo en la centuria anterior con un sentimiento de culpabilidad neocolonial palpable en aquellas páginas.
La metáfora como herramienta principal, de acuerdo con su reencarnación en manos de Frederico Pedreira, que reunió sus magníficos cuentos en «Un bárbaro en casa», una faceta que le otorga una dimensión muy diferente a la que suelen transmitir sus elegías.
Honestidad brutal
La arquitectura desconcertante se halla también presente en José Riço Direitinho, incapaz de conformarse con la epidermis en «La casa del fin» o «Una sonrisa inesperada». Eso sí, se ha atrevido a indicar que la conversión de su universo particular en una suerte de «club con el derecho de admisión reservado» constituye la única piedra que ve en su camino. Quizá porque sus intenciones son menos crípticas. Una confesión que rezuma honestidad brutal, especialmente si tenemos en cuenta que procede de quien se benefició de una ayuda personal por parte de don António en sus orígenes. Porque Riço Direitinho pudo encontrar editorial gracias al consejo de su tótemico modelo.
No es, por supuesto, la única generación de escritores que venera al arquitecto verbal transcrito en «La muerte de Carlos Gardel». Ya se había acreditado como tal José Cardoso Pires, alquimista de «Vals lento« y «Lisboa. Diario de a bordo», además de aguerrido azote del salazarismo.
El ADN «antuniano» se ha colado hasta en el reciente Festival de Berlín, pues se estrenó allí la adaptación cinematográfica de «Cartas de la guerra», una película de Ivo M. Ferreira basada en las misivas que un alférez de veintiocho años apellidado Lobo Antunes escribía a la que fue su segunda esposa en los días de la liberación colonial de Angola.
Hay quien proclama su firma en la antesala de una especie de subgénero literario, formado por el «progenitor» y su creciente número de «hijos», protagonistas de todo un renacer literario en la patria del fado, que tuvo a bien definir Fernando Pessoa como «la música del pueblo».
ABC Cultural23.06.2016texto de Francisco Chacón
[ler em português sobre o mesmo tema no artigo de Isabel Lucas do Público]
Published on July 02, 2016 08:17
June 27, 2016
Nelson Zagalo sobre Não É Meia Noite Quem Quer (blog Virtual Illusion)
Li centenas de crónicas de António Lobo Antunes (ALA), contudo este é o seu primeiro romance que termino. Não que me tenha esforçado por ler outros, confesso que outros antes não me motivaram suficientemente, nomeadamente pelo surgimento constante do tema da guerra colonial, que me provoca algum distanciamento. Este perseguia-me quase desde que saiu, pois gostei imenso das primeiras páginas, o retrato que ALA ali desenha abre para uma espécie de cenário tipo do cinema português dos anos 1990: urbano, melancólico, pausado, reflexivo, e profundamente introspectivo.“Não É Meia Noite Quem Quer” vem dividido em três grandes capítulos, por sua vez divididos em 10 secções cada, em que cada capítulo representa um dia, sendo que a acção decorre de sexta a domingo, tudo distribuído por 450 páginas. A escrita de ALA não é simples, desde logo porque trabalha em fluxo de consciência, estamos todo o tempo dentro da cabeça da protagonista, com excepção apenas para duas secções, em que somos convidados a entrar na mente de uma amiga e noutra vez do irmão que tinha ido para a guerra. Deste modo temos uma escrita entrecortada e fragmentada, sem contudo deixar de nos seduzir pela beleza do ritmo e texto, quase por vezes a roçar o poético.
A acção decorre nos anos 1990, a protagonista tem 52 anos e é professora, ao longo do livro vamos ficar a conhecer os seus três irmãos: o irmão que foi para a guerra e voltou louco; o mais velho que se suicidou; e o irmão surdo que vive revoltado. A mãe e vizinhas, o pai e seus vícios, a sua infância e amigas, o encontro do marido, a perda de uma filha que não chega a nascer nem permite que outras nasçam, a perda do marido que se deixa levar por outra, até à perda de uma parte do seu corpo levada por uma mastectomia.
Se o primeiro capítulo (sexta-feira) nos leva como uma onda, parecendo difícil parar de ler, queremos não apenas conhecer mais quem nos fala, mas também deleitar-nos com a escrita do autor, no segundo capítulo (sábado) muito disto perde-se, voltando apenas a reencontrar-se no terceiro momento (domingo). Deste modo fica-me uma sensação, no final da leitura, de falta de edição, o que havia para contar, para nos fazer sentir, podia ter sido conseguido em muito menos páginas, nomeadamente obliterando muito daquilo que está no segundo capítulo, e algumas partes do terceiro e até primeiro.
São vários os momentos que perturbam a leitura, e criam distanciamento, por serem extemporâneos, dos quais o mais saliente acontece o final do segundo capítulo, com toda uma secção a ser ditada pelo irmão que foi para a guerra em África, na primeira pessoa. Passamos do universo que acima defini, para outro completamente distinto, não apenas porque em termos de cenário é tão longíquo, mas porque o tom se transforma radicalmente, passando da melancolia à violência brutal, sem que isso tenha uma implicação directa na personagem principal. Ou seja, a manutenção deste todo, aparentemente sem edição, resulta tão pouco homogéneo acabando por retirar força à obra.
Efeitos desta falta de coerência acabam por resvalar e contaminar outros elementos, tais como a progressão narrativa, que se vai desvelando simplista porque previsível, nomeadamente dados os clichés que vão surgindo aqui e ali. Se a protagonista se caracteriza por via da caracterização dos demais, esses são por vezes tão óbvios que incomodam, como o irmão ensandecido que trouxe traumas da guerra, ou a mãe que engana o marido com o canalizador! Não se percebe a lógica de tão pobres construções, que acabam por se misturar e intensificar com o tom muitas vezes altivo, elitista, com que se vai descrevendo a “gentinha” ou os “pretos”, mesmo que sendo pela boca de personagens na primeira pessoa.
“Não É Meia Noite Quem Quer” acaba sendo uma obra a considerar, por ter o autor que tem, e consequentemente apresentar por várias vezes rasgos de escrita magistral, como a última secção do primeiro capítulo, toda num parágrafo que se prolonga por 15 páginas, que nos dá vontade de ler num único trago. Por outro lado, toda esta genialidade artística acaba por conferir toda uma dimensão de respeitabilidade que parece ter impedido a quem devia ter exercido o seu trabalho criticamente e assim contribuir para que o bom pudesse ter chegado a ser excelente.
por Nelson Zagaloem Virtual Illusion07.11.2015
Published on June 27, 2016 05:50
June 26, 2016
Emanuel Moreira sobre Que Farei Quando Tude Arde? (em Goodreads)
Dezarrezoado amor, dentro em meu peitotem guerra com a razão. Amor, que jaz
e já de muitos dias, manda e faz
tudo o que quer, a torto e a direito.
Não espera razões, tudo é despeito,
tudo soberba e força, faz, desfaz,
sem respeito nenhum; e quando em paz
cuidais que sois, então tudo é desfeito.
Doutra parte, a razão tempos espia,
espia ocasiões de tarde em tarde,
que ajunta o tempo; em fim vem o seu dia:
Então não tem lugar certo onde aguarde
Amor; trata traições, que não confia
nem dos seus. Que farei quando tudo arde?
Sá de Miranda
O soneto de Sá de Miranda resume bem a situação de Carlos quando confrontado com as questões "o que sou, quem é que sou". Até então se diria masculino mas na realidade pouco do que é se enquadra nesse padrão, descobre que[,] afinal, [é] Soraia. Este despertar ocorre talvez inevitavelmente tarde; Carlos já era casado com Judite, uma professora que posteriormente deixa de exercer a profissão e dedica-se ao alcool e à prostituição. E tarde também porque da relação já existe Paulo, filho do casal e a personagem central do livro.
Esta é a premissa de uma obra inspirada na vida de Ruth Bryden, aquela que foi uma das mais icónicas figuras do show travesti em Portugal. Ruth/Joaquim após o divórcio namorava com um rapaz quinze anos mais novo, Paulo (no livro Rui) que morre por overdose (suícidio) após a morte de Ruth (Soraia). Do casamento de Joaquim (Carlos) com Maria (Judite) há um filho, Rui (no livro Paulo).
A partir destas semelhanças a viagem vai muito além da realidade, levantando importantes questões sobre a identidade de género que[,] primariamente notórias em Carlos, são também vividas por Paulo. Quando Carlos já a entregar-se à Soraia a sua relação com a mulher muda, o tratamento, o respeito, finalmente começa a sentir na pele os avessos da condição feminina, num permanente faz, desfaz.
"uma filha não há-de passar o que passei, as mulheres são capazes do que eu não sou capaz, acostumam-se ao passado, vivem nele, respiram-no, distinguem-no, distinguem pela orientação do vento as sepulturas que habitam, uma filha não haveria de sentir o que sinto, estas mão que me puxam, me arrepelam, me prendem, as mulheres bebem o sofrimento como as plantas ou as éguas ou a terra ou as árvores, as mulheres são éguas e mantêm com a morte um diálogo secreto, conhecem as trevas do seu corpo onde me desloco às cegas e a direcção da paz, uma filha poderia fazer o que eu não"
Como se isto não fosse complicado o bastante Paulo e outras personagens consomem heroína, proporcionando momentos realmente complexos e obscuros. A partir do momento que o núcleo familiar se desintegra, Paulo não fica com nenhum dos pais. Assim seguimos os três percursos e de todas as novas personagens que fazem parte das suas vidas. Todos têm algo a dizer, modificar, deturpar, as pontas são lançadas e ficam soltas.
Ao longo do livro dei especial atenção às personagens enquanto crianças, nenhum daqueles adultos pediu para nascer e por inconsequências nasceram, e sofreram, nasceram como nascem os coelhos, são coelhos. A infância não é feliz, há antes uma sede de um ideal da infância, o que qualquer criança deveria ter, e estas não tiveram.
O final é aberto, o leitor escolhe. Este livro devolve uma admirável dignidade à condição feminina, o também ser-se Soraia. Como um produto de tudo que ardeu, podem dois seres distintos ter a mesma identidade?
por Emanuel Moreiraem Goodreads30.05.2016
Published on June 26, 2016 07:23
June 19, 2016
Melina Balcazar Moreno sur De la Nature des Dieux
Antonio Lobo Antunes ou le noyau de ténèbres
«Le monde a été fait à l’envers», a dit un jour un vieil homme dans un hôpital psychiatrique à António Lobo Antunes. Un homme que «les médecins appelaient schizophrène» et qui, en proie à ces mots qui le torturaient, a donné au jeune écrivain la plus simple leçon d’écriture qui soit: on ne peut écrire qu’à partir de ce qui précède les mots. C’est-à-dire les émotions, les pulsions qui lui donnent forme et, en même temps, déforment la mémoire. Ainsi, dans «Recette pour me lire»: «les mots ne sont que les signes de nos émotions, et les personnages, les situations et les intrigues, des prétextes apparents pour atteindre l’envers caché de l’âme. La véritable aventure que je poursuis est celle que le narrateur et le lecteur partagent dans les tréfonds de l’inconscient, siège de l’âme humaine» (Livre des chroniques III). Car, comme Lobo Antunes veut nous le rappeler, rien n’est plus incertain, plus imprévisible, que le passé.
Dans De la nature des dieux, son dernier roman – ou devrait-on plutôt dire son long poème, tant la frontière entre les genres semble fragile –, l’écrivain aborde le destin d’une grande famille portugaise, étroitement liée au pouvoir et à l’argent. Une histoire pleine d’incertitudes, de lacunes, de zones d’ombre, racontée de manière fragmentaire par un entrelacement de voix, de temps et de niveaux de conscience. Le lecteur se trouve ainsi confronté à une phrase syncopée, sans virgule ni majuscule, emportée par cette succession de voix, hantées par d’autres voix, qui s’interrompent et demeurent souvent en suspens. Ces monologues tendent pourtant vers la figure d’un homme, qui ne sera jamais désigné autrement que comme «Monsieur», mais détenant un pouvoir de décision sur leur vie, en tant que patron, maître, époux, amant ou père. D’ailleurs, Monsieur lui-même finit par prendre à son tour la parole, laissant paraître sa profonde angoisse de la solitude et de la mort: «si en plus des banques j’avais aussi la main sur la vie des gens, je leur interdirais de mourir». Plutôt qu’une réflexion sur les mécanismes du pouvoir, Lobo Antunes explore bien ici son envers, sa fragilité, voire son impuissance.
De l’enfance et de la peur du noir
L’écriture de Lobo Antunes cherche donc à se situer au-delà du récit, pour se concentrer sur la manière dont les souvenirs, particulièrement ceux de l’enfance, s’emparent du présent, jusqu’à le faire vaciller: «voyez un peu le pouvoir qu’a l’enfance, elle se niche au fond de nous et, sans qu’on s’y attende, paf, elle rejaillit». De la nature des dieux se présente ainsi comme «un miroir dans lequel on se voit tel qu’on est, nu et sans défense». C’est sans doute le défi le plus important lancé par ce roman au lecteur, qui se trouve sans cesse ramené à ses souvenirs, à son propre «noyau de ténèbres», à sa solitude: ce qui se trouve au cœur des personnages, au cœur de leur parole, c’est bien l’empreinte que l’enfance a laissé en eux et qui se prolonge dans leur vie adulte. Malgré les conflits et la violence de leurs relations, la hiérarchie qui régit leur existence, cette enfance continue à fermenter, à mûrir en eux et finit même par les rassembler. Les joies et les blessures de l’enfance ressurgissent et minent silencieusement le rôle qu’ils occupent dans les représentations sociales. Tel est le cas de Monsieur qui, dans l’intimité, auprès de sa femme, redevient un enfant :
La puissance des douleurs de l’enfance et de la peur du noir est en effet immense. Elle assaillit le sujet, le ramenant à la vulnérabilité propre à cet âge : des enfants soumis à la domination des adultes, victimes de leur indifférence, de leur violence, témoins silencieux de leurs échecs.
L’enfance est aussi un rapport unique au langage, qui travaille en profondeur la matière mémorielle dont sont constitués les personnages. Ce sont des mots qui «collent à la peau, qui s’incrustent et qui ne vous lâchent plus», comme celui que le père de Monsieur lui adressait, «pendard», et qui revient sans cesse, ponctuant l’injustice et la violence de ses actes, commis presque malgré lui, comme s’il ne faisait que se soumettre en quelque sorte à l’infamie du monde.
De la blessure secrète de tout être
Lors d’un entretien, António Lobo Antunes évoque un dialogue chez Dickens qui a provoqué une forte impression en lui: un homme demande à sa mère mourante, «as-tu mal maman?»; ce à quoi elle répond: «j’ai l’impression qu’il y a une douleur dans la chambre mais je ne sais pas si c’est moi qui l’ai». Telle semble être aussi une des questions principales qui traverse ce roman. À qui appartient finalement la douleur que l’on ressent? Car il s’agit d’une douleur qui dépasse le sujet, une douleur qui s’étend aux lieux, aux animaux, et dont la présence est si prégnante tout au long du livre: “il y a des bestioles qui pleurent énormément, elles se brisent en faisant le même bruit que les pierres, agonisent en silence”. Hommes, animaux, enfants se rejoignent ainsi par leur vulnérabilité, par l’abandon et l’indifférence qu’ils subissent: “la mouette sur la route sans une âme pour la sauver”.
Les flux de parole des personnages se cristallise alors autour d’un noyau de douleur, dont l’origine remonte à un temps ancestral que l’on pourrait décrire, avec Georges Didi-Huberman, en tant que «ce jeu impur, tensif, ce débat de latences et de violences» qui mine dès l’intérieur la tyrannie de l’ordre social. Et c’est sans doute ce que la figure silencieuse, mais persistante, du sans-abri qui traverse les récits des personnages essaie de nous faire comprendre. Il paraît nous rappeler cette solitude, cette détresse originaires que, à l’instar de ces voix du roman, nous essayons d’occulter par des faux-semblants: «je n’aurais pas pu toucher le sans-abri si d’aventure il était passé devant moi ni vérifier s’il était un ange comme Monsieur l’avait suggéré une fois, examinant son dos à la recherche d’ailes même s’il ne s’approchait jamais de quiconque, il se détournait toujours, de la même façon que Dieu jamais auprès de moi à aucun moment de ma vie, en voilà un autre dont je me demande bien ce que je Lui ai fait pour qu’Il se fiche de moi à ce point. »
Que reste-t-il donc dans ce monde déserté par les dieux ?
Il reste malgré tout ce livre, qu’il nous est pourtant conseillé de jeter, de «balancer à la poubelle» car il a été obscurci par «l’ombre du vol des oiseaux au-dehors». C’est certainement une grande leçon de ténèbres que Lobo Antunes nous offre ici, et qui nous fait enfin entendre la rumeur des morts.
par Melina Balcazar Moreno
en Diacritik
16.06.2016
«Le monde a été fait à l’envers», a dit un jour un vieil homme dans un hôpital psychiatrique à António Lobo Antunes. Un homme que «les médecins appelaient schizophrène» et qui, en proie à ces mots qui le torturaient, a donné au jeune écrivain la plus simple leçon d’écriture qui soit: on ne peut écrire qu’à partir de ce qui précède les mots. C’est-à-dire les émotions, les pulsions qui lui donnent forme et, en même temps, déforment la mémoire. Ainsi, dans «Recette pour me lire»: «les mots ne sont que les signes de nos émotions, et les personnages, les situations et les intrigues, des prétextes apparents pour atteindre l’envers caché de l’âme. La véritable aventure que je poursuis est celle que le narrateur et le lecteur partagent dans les tréfonds de l’inconscient, siège de l’âme humaine» (Livre des chroniques III). Car, comme Lobo Antunes veut nous le rappeler, rien n’est plus incertain, plus imprévisible, que le passé.Dans De la nature des dieux, son dernier roman – ou devrait-on plutôt dire son long poème, tant la frontière entre les genres semble fragile –, l’écrivain aborde le destin d’une grande famille portugaise, étroitement liée au pouvoir et à l’argent. Une histoire pleine d’incertitudes, de lacunes, de zones d’ombre, racontée de manière fragmentaire par un entrelacement de voix, de temps et de niveaux de conscience. Le lecteur se trouve ainsi confronté à une phrase syncopée, sans virgule ni majuscule, emportée par cette succession de voix, hantées par d’autres voix, qui s’interrompent et demeurent souvent en suspens. Ces monologues tendent pourtant vers la figure d’un homme, qui ne sera jamais désigné autrement que comme «Monsieur», mais détenant un pouvoir de décision sur leur vie, en tant que patron, maître, époux, amant ou père. D’ailleurs, Monsieur lui-même finit par prendre à son tour la parole, laissant paraître sa profonde angoisse de la solitude et de la mort: «si en plus des banques j’avais aussi la main sur la vie des gens, je leur interdirais de mourir». Plutôt qu’une réflexion sur les mécanismes du pouvoir, Lobo Antunes explore bien ici son envers, sa fragilité, voire son impuissance.
De l’enfance et de la peur du noir
L’écriture de Lobo Antunes cherche donc à se situer au-delà du récit, pour se concentrer sur la manière dont les souvenirs, particulièrement ceux de l’enfance, s’emparent du présent, jusqu’à le faire vaciller: «voyez un peu le pouvoir qu’a l’enfance, elle se niche au fond de nous et, sans qu’on s’y attende, paf, elle rejaillit». De la nature des dieux se présente ainsi comme «un miroir dans lequel on se voit tel qu’on est, nu et sans défense». C’est sans doute le défi le plus important lancé par ce roman au lecteur, qui se trouve sans cesse ramené à ses souvenirs, à son propre «noyau de ténèbres», à sa solitude: ce qui se trouve au cœur des personnages, au cœur de leur parole, c’est bien l’empreinte que l’enfance a laissé en eux et qui se prolonge dans leur vie adulte. Malgré les conflits et la violence de leurs relations, la hiérarchie qui régit leur existence, cette enfance continue à fermenter, à mûrir en eux et finit même par les rassembler. Les joies et les blessures de l’enfance ressurgissent et minent silencieusement le rôle qu’ils occupent dans les représentations sociales. Tel est le cas de Monsieur qui, dans l’intimité, auprès de sa femme, redevient un enfant :
«se déshabillant à l’autre bout de la chambre et moi surprise que les hommes ainsi, je ne les imaginais pas à ce point sans défense, je les croyais plus forts et je me suis alors rendu compte que ce n’est pas avec nous qu’il sont, c’est avec l’enfant qu’ils ont été, allongé à mes côtés sans oser me saisir
— Tu ne vas pas me faire de mal pas vrai ?
je suis si petit, protège-moi, prends soin de moi, mon mari, propriétaire de banques, de sociétés, de toutes les entreprises du monde
— Je n’ai pas grandi
[…] et mon mari progressivement mon mari à mesure qu’il se rhabillait, lorsqu’il a serré sa cravate autoritaire, féroce»
La puissance des douleurs de l’enfance et de la peur du noir est en effet immense. Elle assaillit le sujet, le ramenant à la vulnérabilité propre à cet âge : des enfants soumis à la domination des adultes, victimes de leur indifférence, de leur violence, témoins silencieux de leurs échecs.
L’enfance est aussi un rapport unique au langage, qui travaille en profondeur la matière mémorielle dont sont constitués les personnages. Ce sont des mots qui «collent à la peau, qui s’incrustent et qui ne vous lâchent plus», comme celui que le père de Monsieur lui adressait, «pendard», et qui revient sans cesse, ponctuant l’injustice et la violence de ses actes, commis presque malgré lui, comme s’il ne faisait que se soumettre en quelque sorte à l’infamie du monde.
De la blessure secrète de tout être
Lors d’un entretien, António Lobo Antunes évoque un dialogue chez Dickens qui a provoqué une forte impression en lui: un homme demande à sa mère mourante, «as-tu mal maman?»; ce à quoi elle répond: «j’ai l’impression qu’il y a une douleur dans la chambre mais je ne sais pas si c’est moi qui l’ai». Telle semble être aussi une des questions principales qui traverse ce roman. À qui appartient finalement la douleur que l’on ressent? Car il s’agit d’une douleur qui dépasse le sujet, une douleur qui s’étend aux lieux, aux animaux, et dont la présence est si prégnante tout au long du livre: “il y a des bestioles qui pleurent énormément, elles se brisent en faisant le même bruit que les pierres, agonisent en silence”. Hommes, animaux, enfants se rejoignent ainsi par leur vulnérabilité, par l’abandon et l’indifférence qu’ils subissent: “la mouette sur la route sans une âme pour la sauver”.
Les flux de parole des personnages se cristallise alors autour d’un noyau de douleur, dont l’origine remonte à un temps ancestral que l’on pourrait décrire, avec Georges Didi-Huberman, en tant que «ce jeu impur, tensif, ce débat de latences et de violences» qui mine dès l’intérieur la tyrannie de l’ordre social. Et c’est sans doute ce que la figure silencieuse, mais persistante, du sans-abri qui traverse les récits des personnages essaie de nous faire comprendre. Il paraît nous rappeler cette solitude, cette détresse originaires que, à l’instar de ces voix du roman, nous essayons d’occulter par des faux-semblants: «je n’aurais pas pu toucher le sans-abri si d’aventure il était passé devant moi ni vérifier s’il était un ange comme Monsieur l’avait suggéré une fois, examinant son dos à la recherche d’ailes même s’il ne s’approchait jamais de quiconque, il se détournait toujours, de la même façon que Dieu jamais auprès de moi à aucun moment de ma vie, en voilà un autre dont je me demande bien ce que je Lui ai fait pour qu’Il se fiche de moi à ce point. »
Que reste-t-il donc dans ce monde déserté par les dieux ?
Il reste malgré tout ce livre, qu’il nous est pourtant conseillé de jeter, de «balancer à la poubelle» car il a été obscurci par «l’ombre du vol des oiseaux au-dehors». C’est certainement une grande leçon de ténèbres que Lobo Antunes nous offre ici, et qui nous fait enfin entendre la rumeur des morts.
par Melina Balcazar Moreno
en Diacritik
16.06.2016
Published on June 19, 2016 08:03
June 4, 2016
antonioloboantunes.pt em outros idiomas
Olá!
Estamos a publicar vários textos no blog e facebook - artigos de opinião, crítica, entrevistas, etc - em outros idiomas, nomeadamente em castelhano, francês e inglês (também iremos publicar em italiano mais tarde) como o primeiro passo para a internacionalização do site antonioloboantunes.pt. Por favor espalhem a notícia!
¡Hola!
Estamos publicando varios textos en el blog y facebook - artículos de opinión, críticas, entrevistas, etc. - en otros idiomas, particularmente en castellano, francés e inglés (también vamos a publicar en italiano más adelante) como el primer paso hacia la internacionalización del sitio antonioloboantunes.pt. ¡Pasa la voz!
Salut!
Nous publions dans le blog et facebook divers textes - articles d'opinion, critiques, interviews, etc. - dans d'autres langues, notamment en espagnol, en français et en anglais (nous allons également publier en italien plus tard) comme la première étape vers l'internationalisation du site antonioloboantunes.pt. S'il vous plaît passent le mot!
Hello!
We are posting several texts on the blog and facebook - opinion articles, critics, interviews, etc. - in other languages, particularly in Spanish, French and English (we will also post in Italian later) as the first step towards the internationalization of the site antonioloboantunes.pt. Please spread the word!
Ciao!
Pubblichiamo alcuni testi sul blog e facebook - articoli d'opinione, critici, interviste, etc. - in altre lingue, in particolare in spagnolo, francese e inglese (ci sarà anche inviare in italiano più tardi) come il primo passo verso l'internazionalizzazione del sito antonioloboantunes.pt. Si prega di diffondere la parola!
Published on June 04, 2016 11:22
June 2, 2016
Antoine Perraud, "Les voix du silence" (sur De la nature des dieux / Da Natureza Dos Deuses)
edition Christian BourgoisL’enthousiasme désabusé, l’ironie macabre et le rythme envoûtant de l’immense écrivain portugais António Lobo Antunes, né en 1942, font merveille dans ce vingt-cinquième roman, annoncé comme le dernier par un prosateur qui ne résiste pas à jouer, entre autres, avec sa propre disparition. Voici, admirablement traduit par Dominique Nédellec, un magnifique da capo – mais l’auteur de Mon nom est légion, La Nébuleuse de l’insomnie, ou Quels sont ces chevaux qui jettent leur ombre sur la mer ?, a-t-il jamais cessé de ressasser en pure poésie ?Son écriture organise un réseau d’obsessions. Des soliloques se tressent. Impression de choralité. Polyphonie mais cohérence, en dépit d’une écriture multipliant les embardées, les tonneaux, ou les marches arrière. Une écriture hoquetant langoureusement le temps de phrases privées de ponctuation, grinçantes et douces à la fois, vibrantes de l’énergie du désespoir.
Une écriture contagieuse : les plus fervents lecteurs d’António Lobo Antunes se reconnaîtront peut-être un jour à psalmodier sur les places et sur les parvis ! Ils ne craindront plus d’entendre des voix ; à l’instar du romancier, jadis psychiatre, qui réverbère au long de son œuvre des récitatifs avec une technique de chef d’orchestre.
Cette musicalité radicalement énigmatique prend aux tripes, après un premier temps d’égarement face à la ronde carnavalesque ainsi instituée par un conteur hypnotique dans le sillage de Conrad. Et qui reprend, où Céline les avait laissées, des fulgurances chargées d’échos électrisants. Voici donc une houle de littérature nobélisable, on vous aura prévenus !
Splendide cantate éruptive d’impressions et de mots
Impossible à résumer, De la nature des dieux a pour épicentre, à Cascais, sur l’Atlantique, non loin de Lisbonne, une propriété entraînée dans une fin de cycle. Le roman compte quatre parties labyrinthiques. Il y a d’abord les visites de Fatima, chargée de livres que ne lira jamais Madame, qui se débat avec l’ombre du richissime Monsieur, son père hégémonique, dont nous découvrons ensuite les ravages, restitués par bribes, dans la bouche de ceux qui eurent à en souffrir, avant que Monsieur soi-même ne prenne part au débat, que viendra clore la parole d’une chanteuse populaire.
Le dispositif d’une telle répartition des voix évoque le Tuba mirum du Requiem de Mozart, où quatre chanteurs se passent le relais. Mais ici s’échappe, avec une puissance stylistique irrésistible, un monde chaotiquement cadenassé : ce qui pousse et tombe en ruine, les arbres et les oiseaux, le silence et le bruit du jardin, le craquement d’une marche d’escalier et le froid du marbre sous les pieds, les corps qui se déforment « avec une malveillance subtile », la mer dévorant les dunes, un désir de bleu inassouvi, les rencontres clandestines et les dominations officielles, « les douleurs de l’enfance et la peur du noir », le sans-abri lancinant comme un reproche, l’ombre de l’Afrique et les horloges omniprésentes comme toujours chez Lobo Antunes, les sourires qui se dissipent et les rictus qui se figent, la poussière qui nous guette tandis que nous hante « l’espoir de sentir un être vivant dans les parages »…
Splendide cantate éruptive d’impressions et de mots, témoignage des bouillonnements affranchissants de la langue qui travaille en chacun de nous, parti pris en faveur des femmes qu’il faudrait tout de même un jour décoloniser, réquisitoire contre la rapacité des rapports sociaux ou familiaux : ce roman, dont l’auteur sait s’effacer au profit de l’écriture, sème à foison des messages à première vue indéchiffrables.
De bout en bout, par exemple, un tournis de tours de clés compose une étrange et brutale poétique des battants qui s’ouvrent et se ferment. Comme si, par-delà Cicéron – auquel est emprunté le titre, De natura deorum –, António Lobo Antunes rendait hommage à Lucrèce. Lucrèce qui, dans son poème épique pionnier, De rerum natura, honorait Épicure pour avoir « désiré, le premier, forcer les verrous des portes de la nature ».
Voilà pourquoi le romancier portugais jamais ne capitule : toujours il récapitule !
par Antoine Perraud
en La Croix
02.06.2016
(merci a Dominique Nédellec pour la référence!)
Published on June 02, 2016 14:01
May 27, 2016
Emma Rodriguez opina sobre Sôbolos Rios Que vão
edição em castelhanopor Random HouseQuando António Lobo Antunes participou [n]a Guerra de Angola se dedicava a escrever cartas; cartas nas quais falava de muitas coisas e que nasciam de sua necessidade de comunicar que estava vivo. Para o escritor português os romances que escreve também partem desse desejo. O que faz é colocar-se junto do leitor e dizer-lhe: “estou aqui, contigo, diante deste mistério que não compreendemos, um mistério que nos ultrapassa" e que, como dizia Lorca, nos faz viver”. Assim me contava numa conversa que mantivemos na época da publicação de O arquipélago da insónia. Agora, o meu retorno à sua obra se dá com Sôbolos rios que vão, um romance que seduz com aquela perseverança da memória, com os rumores de um passado que nunca desaparece, que se torna presente enquanto exista alguém que siga mantendo suas recordações.
Já ao iniciar a nova viagem estive consciente das atmosferas do velho casarão desse “arquipélago”, um casarão cheio de quadros fotográficos, mas vazio de vozes, gestos, das palavras que o habitaram; atmosferas que seguiam em mim com a força dessa literatura que se passa no fundo, com uma suave e imperceptível palpitação, até acabar convertendo-se numa espécie de fértil raiz. António Lobo Antunes volta às estâncias familiares de sua infância, sua infância de interior, mas desta vez a partir de uma circunstância excepcional, seu internamento num hospital, onde foi operado de um câncer há algum tempo, e onde percebeu a proximidade com a morte.
Da impressão de afrontar literariamente esse momento, de buscar a linguagem capaz de expressar suas emoções extremas, era algo essencial para este homem que exerceu a psiquiatria antes de dedicar-se inteiramente às letras e de se converter num explorador dessas pulsões e afectos que nos definem e irmanam na ampla viagem da humanidade; esses sentimentos permaneceram imutáveis e nos fazem sentir que não mudamos nada enquanto ao nosso redor, fora da essência, os planetas têm seguido girando e se hão forjado sociedades cada vez mais complexas, evoluídas, altamente tecnológicas. “Mas seguimos perguntando-nos pelo sentido da vida e sentindo-nos desconcertados ante a morte”, recorro a outra frase do escritor, noutro encontro, dessa vez quando da publicação de Meu nome é legião, um livro de cariz diferente, menos biográfico, mais colectivo, em que dá voz aos humilhados, aos marginalizados, aos despossuidos. Um livro em que indaga sobre a violência, uma de suas obsessões, e chega a constatar de novo o quão só estamos, o quão pequenos somos ante a imensidão do mundo.
Mas voltemos a Sôbolos rios que vão; deixemo-nos arrastar por suas correntes, sabedores de que o território de António Lobo Antunes não é um território de fácil e cómodo acesso. Nadar em suas águas é como adentrar-se no oceano e sentir a estranheza do primeiro momento, esse frio que nos faz tremer e que nos impulsa a voltar à areia quente. Mas há que seguir avançando, avançando sem parar até o instante em que se chega a perceber a plenitude do contacto com o mais profundo, o som da respiração, o azul do céu envolvente, o ritmo do movimento, o afastamento do ouvido e de tudo que não seja a sua própria voz. Vale a pena estar aí e ficar um tempo, como vale chamar à porta do escritor e sentir o privilégio de ser convidado a entrar.
É certo. Desloca um pouco a quem se aproxima dela pela primeira vez, porque é uma obra diferente, inclassificável às vezes, construída pela ruptura. É necessário acostumar-se à maneira de olhar do escritor, a esse tomar sair pela parte irracional, pelo que não pode ser domidador nem dominado. Neste romance, António Lobo Antunes viaja ao seu centro e se mostra nu, sincero, humilde, só e perdido ante a dor, o medo, a busca dessas palavras que, ainda não nascidas, ainda não ditas, da mesma maneira nem nunca na mesma ordem de antes, ajudem a entender o que está passando. Como acontece em outros livros do escritor, como O arquipélago da insónia, tudo parece um delírio, um sonho, uma alucinação, um desvario. O homem no hospital é consciente da gravidade de sua situação, olha a chuva cair por detrás da janela e viaja ao passado, à infância, aos diferentes lugares da vida vivida. Quantos destinos, quantas identidades, quantos trajectos até à desembocadura, até chegar a perceber com lucidez o que foi, o que deixou de ser, aquele que se tornou.
A enfermidade, o câncer, é como “um ouriço de castanheiro” que se meteu dentro do corpo, como o ouriço que de pequeno torna-se em árvore. O mecanismo das recordações se coloca em marcha, igual ao relógio que se dá corda, é tudo associações, imagens sobrepostas. A vida em forma de camadas, de substractos de emoções, de sensações, de fragmentos. O homem que jaz na cama, às expensas dos profissionais que cuidam dele, não pode frear a dor, do mesmo modo que o menino não pode frear a bicicleta na primeira vez que seu tio ensinou a conduzi-la. E o cheiro do piso da enfermaria é igual ao da farmácia do povoado onde escutava contar histórias de lobos no inverno. E a enfermeira que se aproxima para apagar a luz do cômodo lhe faz lembrar sua mãe aproximando-se da porta de seu quarto para fazer o mesmo.
A escuridão aparece e o homem está só, igual [como] quando pequeno ficava sozinho com seus medos. E aparecem os avós, o pai, toda essa gente que foi e que segue sendo no fundo de seu coração, como parte dele enquanto sua existência se prolonga. Todas as sensações voltam, se repetem, porque somos aquilo do que nos nutrimos, porque as primeiras experiências, as primeiras descobertas, os primeiros desejos, estão aí, no poço profundo, e emergem sempre, em situações similares.
“que misteriosa a vida, davam-lhe banho na selha da cozinha e o desconforto de estar nu à vista da empregada, pequeno, magro, submisso tal como na enfermaria pequeno, magro e submisso de novo”, sublinho este trecho comovedor. “se a mãe encostasse a bochecha à dele, mesmo idosa, mesmo cega, a palavra filho a fazer sentido, não a palavra morte, enquanto ia caminhando com os rios sem nada que o estorvasse, acompanhado pelo pasodoble de um saxofone remoto, na direção do mar”, elejo esta outra passagem porque diz muito da maneira de narrar, de contar, de construir, do escritor. Um estilo de enorme plasticidade, não-linear, em desacordo com as sinalizações convencionais do texto, feito de interrogações em busca de respostas, de repetições que são como flashes de lucidez, à maneira de um poema. Um poema longuíssimo que cheio da potência das metáforas, de imagens, e ante o qual chegamos a perceber que tudo cobra sentido, que de alguma maneira se deu um pequeno milagre que nos conduz a um foco de luz capaz de iluminar traços de verdade que antes éramos incapazes de perceber.
Nesta ocasião a linguagem da poesia, do mais íntimo, se mistura com o frio vocabulário do hospital: das salas de cirurgias, de radiografias, sondas, soro, botijas de oxigênio, as receitas, análises, agulhas, diagnósticos, terapias. Uma mistura explosiva que funciona, enfrentados todos esses termos aos de outros dicionários, dicionários de sentimento, da natureza: veredas, árvores, perfume de eucaliptos, líquens e rochas do rio da infância... E o escritor impõe seus contrastes, seus ritmos, como quem dirige uma orquestra, um todo que nos faz girar, nos envolve e nos fascina.
O fluxo da memória de António Lobo Antunes é caudaloso e selvagem. E a melhor maneira de segui-lo é deixar-se levar pelo ritmo das ondas que se elevam e acabam sempre por cair, por essa prodigiosa melodia que se ascende e descende por sendas diversas, por pensamentos díspares, por uma sábia combinação de pausas e de silêncios. “Escrever é estrutura, por carne a um delírio”, volto a recuperar uma dessas falas em que me dizia que nunca partia de respostas, só de perguntas; que muitas vezes lhe parecia que estava caminhando por um sonho; que em ocasiões só tinha a impressão de que os livros estavam no ar, independentemente do autor que lhes desse forma; que a maior parte das vezes a escrita era uma ofício de paciência, mas que quando encontrava a palavra exata para expressar uma emoção, um sentimento, ele, que não era homem de lágrimas, não podia evitá-las.
Tampouco quem se aproxime de suas narrativas pode evitar as lágrimas. Lágrimas em certo sentido satisfatórias, refrescantes. No caso de Sôbolos rios que vão, ainda que partindo da dor, da enfermidade, não é a dureza do que se conta o que mais emociona. São os momentos de beleza que se alcançam, essa evocação do acontecido, nada sensível apesar de tingido com as cores da doçura e da melancolia, são forças de compreensão que se abrem em meio de uma memória ziguezagueante que em determinados momentos ganha espessura e bifurcações capazes de se tornar difíceis de decifrar. Não queiramos entender tudo, não busquemos argumentos. Acaso a vida tem um roteiro fixo? Acaso a memória responde como um guia?
“tentava dar nome às formas e não achava os nomes, estava e não estava acordado como quando parece compreendermos o sentido do mundo que no instante de o compreendermos se esfuma”, divaga o protagonista. “devolvam-me os pinheiros, a serra, a infância que trouxe para o hospital e me pertence”, emite seu grito mudo. Tudo sucede em seu interior, um longo monólogo que só escutam os mortos, os que se foram. Eles são mais reais que as visitas. Eles enviam mensagens reveladoras, acompanham-no por paisagens onde aprendeu a intuir o sublime, a descrever o desejo, a paulatina transformação do seu corpo, o despertar do sexo. O sorriso do jovem de dezesseis anos que foi e aí retorna.
Parece que não acontece nada no romance, mas na verdade se revelam muitas coisas nesse transcorrer da memória em que o protagonista manuseia em busca de si próprio. “Entenderás quando cresceres”, lhe diziam na infância. Parece que não acontece nada, mas dessa imersão sai a frota dos afetos que não ficaram esquecidos; as primeiras decepções, por exemplo, a do pai que engana sua mãe com a criada e a quem nunca voltará a gostar da mesma maneira de antes, os primeiros abandonos, o do tio querido que vai para a Espanha para trabalhar e nunca mais regressa. E as mortes dos mais queridos que não voltam do outro lado, do invisível. E as recordações desse primeiro amor que o abandonou e que segue como importante no traçado de sua biografia, de sua existência.
São os acontecimentos-chave na vida, mas além das circunstâncias de trabalho, dinheiro ou êxitos, aqueles que têm realmente um valor verdadeiro. Esses momentos capazes de iluminar tudo. “Tantos segredos e tanto assunto suspenso”, pensa o narrador enquanto recolhe os fragmentos de toda uma vida. “que coisa impossível de entender o tempo”, o escutamos dizer. “O quarto não mudou, as luzes permaneciam iguais, os enfermeiros ocupavam-se dele no ritmo do costume com as palavras do costume e no entanto a impressão de se achar no centro do que não sabia o que era e de que a vida dependia, sem nada que ver com a doença e tão apagado pelos anos que não lograva encontrá-lo, a chave capaz de girar na porta que conduzia a ele mesmo...”, seguimos.
edição brasileira AlfaguaraAlheio a modismos, às listas de mais vendidos, António Lobo Antunes ergueu um particularíssimo território, seu oceano, título a título, encontro após encontro. É por isso que pode descer até esses fundos no que ainda é temor, vingança, o sentimento de indignação, de humilhação. Frente a uma sociedade que dá às costas ao que dói, que segue adiante sem deter-se ante os que sofrem, ele se atreve olhar de frente aos rostos da solidão e a atravessar com palavras a ponte até a morte. Pode fazer porque foi tocado com o dom da escrita e, sobretudo, porque aposta pela vida, pela vida consciente.“O que de verdade me inquieta é a resignação. Esse momento em que alguém decide parar. Meu pai morreu no em que parou e se sentou numa cadeira olhando o mar. Algo dentro dele mudou. Penso nos esquimós que sentam no gelo e penso na maior parte da gente que está sentada no gelo. Essa gente morta sem saber. Que vidas tão mal empregadas! Somos casas com muitos quartos, mas só somos capazes de viver em dois ou três. Temos muito medo do que está dentro de nós”, recupero agora parte do que me disse o escritor numa conversa distante.
O que ele tinha medo, que medo pode ter um homem que não se senta no gelo?, lembro que lhe perguntei. E me respondeu que tinha medo da sua violência interior, uma violência que não soube que existia até ir para a guerra, quando se encontrou com tanta gente jovem e boa, mas com uma enorme capacidade de causar dano se fosse o caso. “Então aprendi que a maldade convive com a bondade. Aprendi a ser muito prudente na hora de emitir juízo sobre os outros”, disse. Foram palavras, apreciações que se prenderam em mim num momento em que percebia que estava rodeada de gente no gelo, ainda não era capaz de lhe dizer as palavras justas.
A literatura de António Lobo Antunes tem a capacidade de colocar essas palavras justas, iluminadoras, como recém-nascidas em suas mãos que juntas transformam sentidos. Seus livros são uma aposta pela vida, sim, uma intenção de percorrer todas esses quartos sobre os quais fala. “sua vida cheia de passados e não sabia qual deles o verdadeiro, memórias que se sobrepunham, recordações contraditórias, imagens que desconhecia e não sonhava pertencerem-lhe”, lemos em Sôbolos rios que vão. Um romance em que novamente o escritor avança por estas instâncias sem medo de ir abrindo portas. Detrás dessas portas pode haver monstros ou demônios, mas também o sorriso franco do jovem de dezesseis anos com tudo por descobrir, capaz de transmitir o valor necessário para prosseguir o caminho, andando, avançando até o momento em que o rio abre os braços ao mar.
texto original de Emma Rodriguez
em Lecturas Sumergidas, 2014
texto citado da tradução livre de Pedro Fernandes em Letras In.verso e Re.verso
10.05.2016
[revisão da tradução do texto para PT-BR por José Alexandre Ramos]
Published on May 27, 2016 00:00
May 26, 2016
Pedro Fernandes opina sobre Não É Meia Noite Quem Quer
edição brasileira Alfaguara«não temos certeza se existiu ou nos deram imagens que amontoamos na esperança de conseguir o que se chama vida». Este fragmento colectado de Não É Meia Noite Quem Quer (*) bem poderia servir de síntese temática sobre esse romance ou ainda de chave de leitura sobre os títulos da obra mais recente de António Lobo Antunes, estes que foram lidos pelo próprio escritor como a revisão obsessiva de um mesmo livro. A razão para tanto – a da síntese – é também enunciadora dessa afirmativa que o português faz sobre a sua obra.Novamente, estamos diante do limiar da condição humana – território sobre o qual tão bem a literatura antuniana tem se construído. A voz que domina esse complexo labirinto de idas e vindas da memória ou esses lapsos que surgem numa e desaparecem noutra vez do pensamento é de uma mulher marcada por uma diversidade de perdas; o conjunto de iluminações nasce do seu reencontro com [o] passado através da visita à casa onde viveu até antes do casamento. É um fim de semana tomado pela revisão sobre grande parte dos episódios de um tempo quando o pai ainda vivo é um palerma, a mãe uma mulher visceral que não despreza a traição com os funcionários de grande monta que visitam a casa quando na ausência do companheiro sempre a se queixar do filho surdo – sua cruz, o irmão surdo que costura a narrativa com um refrão que também será síntese da obra – “Ata titi ata” (uma das variantes) e o irmão que foi para a Guerra [colonial] em África (ou não foi?) e suicidou-se jogando-se do penhasco para o mar, o que torna em figura obsessiva nos reflexos dessa narradora; narradora que está num casamento apagado, interrogando-se sobre sua própria sexualidade pelo suspeitoso envolvimento com a amiga Tininha, com a vida marcada pela perda de um seio para o câncer e do aborto de um filho – para citar outros três dramas maiores.
De facto, a presença do irmão suicida é a mais forte entre os frangalhos de recordação, que é afinal o corpo da obra; está alinhavada por uma extensa quantidade de trivialidades do dia-a-dia comum de uma menina de forte pendor introspectivo, às voltas na invenção de diálogos com e entre as árvores de próximo à casa onde vive ou inquieta ante o ir e vir dos pássaros, o fluxo do mar e, além da paisagem, também os objectos que estão no seu entorno; de uma menina que lembra continuamente determinadas situações, aquelas que ficam presas e vão e vêm como flashs toda vez que se confronta com o passado: uma ida à praia, os passeios de bicicleta com o irmão mais velho, as trapalhadas do irmão surdo, as queixas da mãe, o silêncio do pai envolvido pela bebida, as idas à venda do bairro, o contacto com os poucos vizinhos, etc. É afinal um passeio entre ruínas cujo interesse é coisa nenhuma; não estamos, por exemplo, ante uma personagem como é Maria Clara de Não entres tão depressa nessa noite escura , interessada em construir a história de seu passado a fim de se compreender na figura que é no presente da recordação. Não É Meia Noite Quem Quer é um fluxo contínuo do que vem à memória de alguém que depois de tanto tempo é confrontado com um passado que jurava apagado, mas está apenas adormecido.
Por citar Não entres tão depressa nessa noite escura e este romance, é válido pensar na presença da noite como traço simbólico de aproximação e distinção das obras. No primeiro, o apelo é propulsor da acção contrária: uma viagem aos confins de noite, que é a um só tempo esse passado que assume a vida da personagem e a escuridão de seu próprio eu. No título ora lido, a afirmativa é quase uma tese a ser corroborada pela extensa visita a uma existência tomada pela presença recorrente da perda. Note-se, entretanto, que o tema perda é recorrente num e noutro romance; é a obsessão contínua de António Lobo Antunes com sua literatura. Em Não É Meia Noite Quem Quer é como se o autor estivesse interessado em dizer, depois de compreender a biografia de sua personagem, que nem todos estão condenados à escuridão da existência mas é para os que estão que devemos (ou a literatura deve) virar sua atenção. Isto é, o escritor irmana-se com parte mais frágil da humanidade, essa que é margem e passa despercebida aos olhos dos que estão imersos demais na correria da vida contemporânea e já não são mais capazes de ver os tragados pelo peso de existir ou o que a existência lhe reservou de contínua dor.
A sugestão do tema só estará nascida na leitura integral do romance e é uma poderosa estratégia ou desafio que o escritor lança para o leitor do mesmo lugar habitado pela poesia; não é o título de um poema uma fresta pela qual se espreita o volume de sua forma dada na leitura integral da peça? Pela recorrência nessa estratégia chamada pelo escritor de contra-epopeia, talvez seja exagero nenhum dizer que António Lobo Antunes se afirma com um autor de exímios poemas em prosa, já que sua narrativa nos propicia a mesma obsessão interior experimentada pela personagem; obriga-nos à posição de desassossego no sentido mais sincero dessa palavra.
Se lembrarmos que do passado toda a grande literatura se manteve porque cultivou o verso ou que essa era a forma perfeita para traduzir também uma totalidade da existência e olharmos para o presente para ver que ao verso reduziu-se o conteúdo da lírica marcadamente descontínua e fragmentada também não será exagero dizer que o retorno feito pelo escritor português é uma resposta de, no mesmo desejo que sustentou a narrativa – o de melhor dizer sobre a realidade – melhor dizer sobre os movimentos internos do eu, única maquinaria que, fraca, resiste complexamente frente a um mundo de indivíduos e que já não é mais campo de aventura e experimentação para o homem.
É preciso dizer que a leitura de Não É Meia Noite Quem Quer, assim como a de nenhuma obra contemporânea, não está feita apenas se esbarrarmos na compreensão do cerzido das histórias engendradas pela narrativa (no caso do romance ora lido, trazidas pela memória da narradora); é preciso que o leitor tenha a mesma disposição aventureira de singrar por esse labirinto verbal para instalar algumas curiosidades que o permitam sair do universo aberto do romance a fim de buscar na possível rede de diálogos construídos pela obra e melhor sentir as filigranas da narrativa. Alguém terá dito sobre a poesia de Ezra Pound e a de T. S. Eliot que são tessituras marcadas pelo enigma estrategicamente arquitetado pelos poetas a partir da transfiguração de suas próprias Babel; na outra margem alguém terá chamado isso de incompetência poética porque uma vez decifrada a charada, o que sobraria do texto, se não uma velharia de palavras? Mas, será que os dessa margem terão conseguido tornar o poema em sucata ou terão sido sucateados pelo tempo?
No caso de António Lobo Antunes há ainda outra linha que é necessário avivar entre os nomes que melhor terão dado ao texto o fôlego para tornar seus leitores tomados pela incapacidade de vencer integralmente as malhas do texto: a de sempre nos dá um novo texto – não só pela revisão da interpretação porque passa os sentidos de todo leitor mas pela possibilidade de descobrir outras narrativas igualmente possíveis ante a que formamos na primeira leitura ou a que nos é entregue pelas sinopses em notas como estas. O escritor faz o texto prolongar-se no infinito. Uma continuidade alimentada toda vez que despertamos [d]os seus livros e sobre a qual nunca temos controle. Um exemplo? O citado caso da ida ou não do irmão dessa narradora de Não É Meia Noite Quem Quer para a Guerra em África. Alguém poderá perguntar, afinal, qual importância tem isso para o andamento do romance e basta pensar que uma coisa é o suicídio ter sido um não definitivo à imposição de ir ao front e outra coisa é o suicídio ter sido depois de haver estado num inferno na terra. Há no primeiro gesto uma atitude de heroísmo muito cara às personagens antunianas, em grande parte, fiapos de gente teimando em alçar algum vôo a partir do convívio doloroso com o passado e o presente; essa personagem do romance ora lido, é um exemplo, não será alguém cujos sentidos se voltam cada vez para o irmão porque assim se vê em sua condição existencial? Já se a atitude tiver sido fruto do pós-guerra, amplia-se o legado medonho, a crítica ao Estado facínora, capaz de tornar homens em zumbis tal como é aquele soldado atormentado em Os cus de Judas .
Sobre a necessidade de visitar outros lugares com os quais flertam essa narrativa, fiquemos com o título e a informação oferecida pelo romancista na epígrafe de que esta é uma frase de René Char; depois veremos, frase não, um verso do poema “De relance”, do poeta que integrou por um tempo os vultos do surrealismo francês, René Char: “Semeio com minhas mãos, / Planto com os meus rins; // É muda a chuva fina. // Numa estrada estreita, / Escrevo o meu segredo. // Não é meia noite quem quer // O eco é meu vizinho, / A bruma, a minha sequência”. Essas informações e a leitura do poema são, como vê, esclarecedoras sobre o romance: à medida que compreendemos o traço ou o tônus surrealista que corre de uma ponta a outra a narrativa, sabemos estar ante uma narradora que exercita-se na compreensão íntima (e pública quando somos seu espectador) de seus segredos feitos de ecos do passado e imprecisos da mesma maneira que uma bruma, incapaz de se rever como uma imagem pura e limpa porque isso não é o que somos, sobretudo quando somos noites. Agora, isso desaba o edifício verbal que é a obra? De maneira alguma. Amplia-o, permite ao leitor renovar o encanto pela narrativa e reinaugurar seu itinerário por ela.
(*) Apesar de ter sido publicada no Brasil como "Não é meia-noite quem quer", decidi usar a grafia original do título.
por Pedro Fernandes
em Letras In.verso e Re.verso
09.02.2016
[revisão do texto por José Alexandre Ramos]
Published on May 26, 2016 08:11
May 21, 2016
Bebel Lye opina sobre Os Cus de Judas
edição brasileira AlfaguaraCalma! Os cus de Judas é uma expressão portuguesa que equivale ao nosso dito popular "onde Judas perdeu as botas". Olá lyevráticos! Tudo bem com vocês? Quem segue o blog no Instagram sabe bem que o livro Os Cus de Judas, do autor António Lobo Antunes, deu trabalho para mim. O post de hoje além de resenha, será uma conversa franca sobre esta obra. Bem, para começar adianto que se você for um leitor iniciante ou ainda não tiver uma boa bagagem literária, é interessante evitar este trabalho. Por um motivo muito simples: complexidade.
ENREDOO narrador - que é o personagem principal - é português, reside em Lisboa e é mandado para a guerra na África - local que ele denomina cus de Judas (onde Judas perdeu as botas) - para servir como médico. Na realidade a histórica começa com o próprio narrador contando sua experiência na guerra a uma moça num restaurante em Lisboa. Conta de seus medos, das tragédias que viu, das mulheres que teve, das noites que se masturbou, da esposa que sentiu saudade, da filha que não viu nascer...
Toda a história é em formato de monólogo e confesso que não achei o ápice do enredo - aquele momento crucial. É um livro de não tão simples compreensão, porque o tempo não é cronológico e sim, psicológico. O narrador é criança, de repente já está na guerra, depois volta a ser adolescente... Outra dificuldade são os fluxos de consciência e memória. Eles se sobrepõem à história sem nenhuma marcação nítida: o narrador está na guerra combatendo doenças num parágrafo e no outro já está em casa com sua filha em Lisboa, depois volta à guerra.
Eu li a versão em ebook, que contém 91 páginas muito bem organizadas. Não perde em nada para a versão impressa - tive acesso as duas. Uma observação interessante vai para a escrita: se você for o tipo de leitor que não gosta de ler obras com palavrão, evite esse livro. Por ser num contexto de guerra, por falar bastante dos desejos sexuais dos homens e etc. e etc... A história tem muitos palavrões. Particularmente não gostei da forma com que o livro trata e retrata as mulheres, mas isso seria assunto para outro post.
O lado positivo - sim, o livro tem muita beleza! - na minha opinião é a forma com que o autor descreve a Guerra da África, a escravidão, o período fascista em vigor, as citações que faz sobre Salazar... Essa descrição, cheia de humanidade é linda. Sem dúvidas, isso é o que faz o livro ser uma verdadeira obra de arte. O narrador é muito marcante.
por Bebel Lye15.05.2016em Sete Véus - Leitura e Revisões de Texto
Published on May 21, 2016 07:08
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