Óscar Contardo's Blog, page 11

December 27, 2017

Lo que viene

Los comicios del 17 de diciembre tuvieron la particularidad de ser una elección con dos resultados. Una primera vuelta en la cual las candidaturas presidenciales favorables a reformas sociales alcanzaron en torno al 56%. Ello no fue un espejismo -desmentido por la segunda vuelta- sino que se materializó en la nueva composición del parlamento: 83 escaños para los que apoyaron a Guillier y 72 para los que apoyaron a Piñera (siendo 78 la mitad más uno de la Cámara).


El resultado de la segunda vuelta fue políticamente relevante. No por lo obvio -triunfó Piñera y será el próximo Presidente-, sino por la forma en que lo hizo, esto es, por el aumento y no por la abstención de los votantes; y por un margen superior al previsto. Lo anterior supuso la capacidad de la derecha de romper el abstencionismo histórico a su favor y de atraer votos de centro y del Frente Amplio (FA). Ello ha dejado el espacio para infinitas elucubraciones y correrán ríos de tinta buscando dilucidar lo ocurrido.


¿Qué esperar de lo que viene? Una actitud inicial más cauta del nuevo gobierno, dado el resultado de primera vuelta (el “giro social” de Piñera en segunda vuelta fue sintomático y se lo recordarán). Si un triunfo de Guillier dejaba el centro de gravedad en el FA, el cual habría marcado el ritmo y profundidad de las reformas, el triunfo de la derecha traslada el eje hacia la DC (y la Federación Regionalista). Allí están hoy los votos que pueden hacer la diferencia.


La mayoría parlamentaria de la nueva oposición tendrá su primer test en la elección del nuevo presidente de la Cámara. Esta posible articulación no cambiará el sello del nuevo gobierno, pero puede fijar sus límites. La fragilidad de la mayoría parlamentaria, y que ella dependa de unos pocos votos conservadores en la DC, enfría las expectativas sobre el nuevo Parlamento. Ello debiera llevar a la izquierda y al progresismo a no consumirse solo en la acción parlamentaria, sino a poner mucha energía en volver a vincularse a la sociedad civil, y en repensar y reconstruir su proyecto.


En el mediano plazo, cabe esperar una reconfiguración del sistema de partidos y de alianzas. Es muy probable que termine por disolverse el espacio que antes ocupó la Concertación y la Nueva Mayoría. Sus partidos caminarán, por un tiempo, sin alianzas definidas. Se confrontarán ideas de sociedad y de cambio, y surgirán distintas propuestas de alianzas: una buscará, bajo nuevas denominaciones, reeditar un acuerdo del centro con la izquierda, más cargado al centro que a la izquierda, lo que significa excluir o subordinar al PC y a las posiciones socialistas de izquierda; otra intentará una articulación amplia, sin exclusiones, que vaya desde el progresismo DC hasta la izquierda en sus distintas vertientes, incluido el FA. El proceso que se avecina será intenso, quizás traumático, y no muy breve en su decantación y síntesis.


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Published on December 27, 2017 04:31

La calidad de las universidades

Esta semana miles de jóvenes conocerán sus puntajes en las pruebas de selección y van a realizar sus postulaciones a las universidades. La semana pasada se publicaron dos ránkings de evaluación de la calidad de las universidades de nuestro país. Ambos son esfuerzos serios para sistematizar las diferentes áreas de la labor universitaria, con indicadores específicos para medir la calidad de los estudiantes, académicos, el proceso formativo, la gestión institucional, la investigación, la formación doctoral y la productividad en la generación de nuevo conocimiento, entre otros.


Sin duda los rankings tienen un gran valor en la información a los postulantes, sus familias y a la sociedad, son instrumentos que comparan la labor y calidad universitaria, que se realizan a nivel nacional e internacional. La evaluación de estos se centra en la actividad docente, en la creación de nuevo conocimiento y en la solidez institucional. Sus resultados destacan la labor y dedicación de las comunidades de cada universidad, es decir, profesores, estudiantes, profesionales y administrativos, sus logros representan un esfuerzo común.


Las universidades son instituciones que deben actualizarse de manera constante, y en este cambio, sus estudiantes juegan un rol primordial. Así, en los próximos años, estos instrumentos debieran enriquecerse con nuevos indicadores, como son la evaluación de la innovación docente; la implementación de políticas de inclusión para estudiantes con menores oportunidades de acceso y para aquellos con necesidades educativas especiales; la transferencia de la investigación a la sociedad a través de patentes y licenciamiento; el apoyo a la internacionalización a través de un mayor intercambio académico de estudiantes y profesores; el desarrollo de la educación continua y la colaboración entre universidades para un crecimiento armónico del sistema.


Otro de los aspectos a evaluar, debiera ser el vínculo de las instituciones con la sociedad a través del aporte a la resolución de problemas acuciantes de nuestro país, así como la vinculación de las universidades con sus egresados y con el territorio en las que están ubicadas. Las universidades tienen una gran responsabilidad en aportar al desarrollo de la sociedad, mediante la evaluación permanente de las necesidades del entorno y las vías de aportar a su crecimiento cultural y material, a través del trabajo conjunto con quienes han sido parte de sus aulas. De esta manera, debemos formar parte activa de la reflexión, aporte al acervo cultural, científico y artístico de nuestro país a través de nuestras comunidades y por la extensión de nuestros egresados. Los actuales postulantes están invitados a participar de este desafío futuro.


El apoyo del Estado y de los privados -a través de la filantropía-,  es clave para lograr un aumento sostenido en la calidad de las universidades de nuestro país que nos permita tener instituciones de clase mundial. Los estudiantes que hoy postulan serán protagonistas de este cambio. Esta meta debiera estar en la agenda de la educación superior en los próximos años, ya que es vital para un desarrollo integral de nuestro país.


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Published on December 27, 2017 04:29

Votos y gestos

La última elección presidencial se puede describir como un proceso marcado por una sucesión de sorpresas que a todos -o casi, casi todos- nos desconcertó sucesivamente. El impacto mayor lo sufrió la Nueva Mayoría y la izquierda en general, con el resultado de segunda vuelta. ¿Por qué tantos nos equivocamos tanto? En mi caso particular confiaba bastante en el triunfo del expresidente Piñera, pero esperaba un resultado bastante mejor en primera vuelta y mucho menos contundente en segunda.


Cuando fallan los pronósticos acerca de la evolución de la realidad, lo más probable es que haya un diagnóstico equivocado de las circunstancias y, por lo tanto, de los supuestos sobre los que se formulan los augurios. Obvio, pero cuáles son esos errores, esa es la cuestión interesante. Una buena pista se encuentra en la satisfacción generalizada que se produjo el día de la elección y los inmediatamente siguientes con los gestos de los principales actores políticos: el candidato derrotado, la Presidenta de la República y, por cierto, el candidato ganador.


La imagen cordial de ambos contendores con sus respectivas señoras, uno reconociendo su derrota, el otro valorando la trayectoria del perdedor; la Presidenta que, superando sus obvios sentimientos políticos, llama al vencedor y lo visita en su casa a primera hora del día siguiente; el resultado que se proyecta a pocos minutos de cerradas las mesas y que se confirma en apenas dos horas como máximo.


Lo que los chilenos valoraron con una combinación de alegría, orgullo y alivio, fueron esas horas en que volvimos a ser un país cuyos líderes dejaron de lado los diagnósticos amargos, las descalificaciones a los adversarios, así como esa actitud grandilocuente desde la que se denuncia que el país se juega entre la justicia cuasi perfecta y el abuso inicuo de los poderosos sobre los débiles.


Parece que con su voto y con sus aplausos posteriores las personas nos estaban diciendo que nada es tan dramático, por ende no se justifican los proyectos refundacionales ni la polarización de los discursos. Que la impresión de fondo es que este país ha andado bien en los últimos 30 años y que la gente quiere -cómo no- que ande mejor, de hecho mejor y más rápido. Pero nada de partir de cero, de retroexcavadoras, de buenos y malos. Trabajemos para dar un salto hacia delante en la ruta, pero nada de cambiar el camino y mucho menos a golpes, todo lo contrario, es demasiado lo que se valora este país moderno, con malls, zapatillas de marca, estabilidad política y gusto a movilidad social.


Harían bien los políticos de centroizquierda, identificados con el período de la Concertación, en mirar estos signos y volver a creer en el proyecto de moderación y acuerdos que dejaron de lado por seguir un discurso y un estilo que fue lapidariamente derrotado el domingo de la elección, con los votos y con los gestos.


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Published on December 27, 2017 04:00

Mayoría social: la peor pesadilla de la izquierda

Seguirán por un tiempo los análisis respecto al resultado del 17-D. Para el mundo de la derecha, un triunfo contundente, inapelable, indisputable. Carecería de seriedad cualquier tesis que diera cuenta de una “derrota de la izquierda” más que de “un triunfo de la centroderecha”. Si el Frente Amplio se hubiese desplegado por Guillier, habría sido un resultado más estrecho, pero es altamente probable que Chilevamos hubiese obtenido un triunfo igual: un pésimo Gobierno, con pésima aprobación (la mayor de la historia), con el peor segundo candidato en primera vuelta desde Marmaduque Grove, con citas entremezcladas de “che Guevara” y concertacionismo inverosímil, y sin acuerdo programático. ¿Podrían los muchachos del Frente Amplio haber revertido todo aquello en tres semanas? Muy difícil.


No son pocos quienes dicen que la derecha chilena se encuentra en el momento más competitivo de su historia: unidad y disciplina (aunque no exentas de dificultades); claridad en el mensaje; un despliegue sin precedentes 50.000 personas el día de la elección para evitar que un resultado estrecho se hubiese definido igual que el mito de la elección del ‘99 (un voto por mesa). A lo anterior se suma capacidad de trabajo en equipo y, lo más importante, sentido patriótico del deber.


Esto fue lo más clave. No fue sólo el mundo político tradicional de los partidos de la centroderecha quienes hicieron su habitual despliegue. Fueron cientos de miles quienes concurrieron movilizados para evitar la continuidad del peor gobierno desde la Unidad Popular. Este hito sin precedentes, dio cuenta que en Chile existe una mayoría social real que no hace alarde y que contribuye al bien común desde la actitud cívica desde el día a día que significa ocupar posiciones de trabajadores; de pequeños, medianos y grandes empresarios; de profesionales; de gente de familia de esfuerzo, y de distintas posiciones económicas y sociales.


En el fondo, esto es lo que más le dolió a la izquierda: ver cómo el mito de una derecha económica y que supuestamente obtenía poder político desde los enclaves autoritarios (el binominal se acabó) se desvanecía entre 3.792.747 votos válidamente emitidos. No pudieron resistir que el silencio de las conciencias movilizadas por progreso y bienestar –y no a través de la chapucería movilizadora de las consignas callejeras- acallaran en un día la estridencia de las agendas de izquierdas que hicieron de la campaña del terror (la cantinela del “retroceso” en los avances de las reformas), el arma principal de su campaña. De ahí que los epítetos con desprecio sobre la presencia de gente rubia en recoleta, o la mención de “desclase” en televisión de la diputada comunista Karol Cariola hacia los votantes piñeristas en sectores populares, son síntoma de la peor pesadilla de izquierda: ver que la centroderecha es capaz de conquistar verdaderamente una mayoría política social (silenciosa) que no está más disponible para experiencias regresivas y populistas que amenacen el progreso de Chile.


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Published on December 27, 2017 03:48

2017: el año estelar de la derecha

En el plano político, 2017 será recordado como el año en que el candidado presidencial de la derecha logró ganar una segunda elección presidencial desde la vuelta a la democracia electiva en 1990. Piñera reunió eficazmente al electorado tradicional de su sector, aquel que vota por un candidato de sus ideas cualquiera éste sea, motivado por sus intereses,  convicción ideológica y visión de mundo, electorado que no es menor a alrededor de un 40% de los votantes en el Chile de hoy, es decir los sectores de altos ingresos y buena parte de los sectores medios y populares conservadores. Y también logró la adhesión de cerca de un 15% adicional del electorado, constituido por aquel voto fluctuante que no encontró en la candidatura de Guillier una alternativa creíble y/o quiso expresar un voto de protesta frente al desempeño del gobierno en materia de empleo, educación, salud, seguridad y probidad, sin adscribir necesariamente a la derecha y habiendo votado en muchos casos por parlamentarios de otros sectores.


El curriculum de un presidente con amplios conflictos de interés, ex ministros encausados por cohecho y manejo de su fortuna desde paraísos fiscales, que suele no impresionar mucho al electorado de derecha, tampoco impactó al votante fluctuante. Este electorado sin grandes definiciones ideológicas al parecer privilegió la idea de que un gran empresario, aunque tenga eventuales conductas límites desde el punto de vista del interés público, está en mejores condiciones de empujar a la economía y sus intereses cotidianos que un senador independiente que proviene del periodismo con una coalición dividida. En efecto, el hecho que la Nueva Mayoría en el gobierno se presentara al electorado con dos candidaturas y sin primarias, proyectó una imagen de desorden que se agregó a la imagen de debilidad en la gestión de gobierno, más allá de los avances en diversas áreas. El contraste fue grande con una derecha que expresó su diversidad y divisiones, por momento rudas, pero también mostró capacidad de confluir alrededor del candidato común Piñera y del interés de volver al gobierno.


En materia ecónomica, la política seguida por la actual administración no fue capaz de empujar el crecimiento, que fue sistemáticamente inferior al potencial de la economía, mostrando una notoria impericia en la conducción macroeconómica y en la capacidad de diseñar y explicar reformas en las que muchas de las autoridades simplemente no creían y que eran sin embargo indispensables para el propio crecimiento del país a largo plazo y para su cohesión básica. El Banco Central no colaboró mucho, pues como suele hacer reacciona tarde y poco frente al deterioro de la actividad, terminando el 2017 con apenas 1,5% de crecimiento del PIB y una inflación de 1,9% anual, muy por debajo de rango meta de 3%, lo que no tiene mucho sentido desde el punto de vista de su mandato legal, que no es enfriar sistematicamente la economía en detrimento del empleo y de las condiciones de vida de las mayorías. La consecuencia de esta política deflacionista ha sido un estancamiento del empleo asalariado y crecimientos fluctuantes de las remuneraciones que enfriaron el primer motor de la economía, el consumo. El segundo motor, la inversión, experimentó una fuerte caída desde 2013, empujada por la inversión minera por razones externas y por la construcción por razones internas, la que inexplicablemente no fue compensada con aumentos contracíclicos de la inversión pública, que disminuyó en los dos últimos años. Un déficit fiscal algo más amplio, financiable a bajo costo, habría sostenido una mayor actividad y, con cierta probabilidad, evitado la rebaja de la nota crediticia chilena provocada por el bajo crecimiento. El tercer motor de la economía, las exportaciones netas, sufrió de un contexto externo que no mejoró hasta 2017. Se consagró así una morosidad económica que fue contrastando con una percepción de buen desempeño del empleo y de las remuneraciones en 2010-2013, lo que favoreció mucho a Piñera. Aunque ese desempeño fue empujado por altos precios del cobre y por las políticas fiscales expansivas post crisis de 2009, el ciudadano de a pie no tiene por qué hacer estas disquisiciones: la situación fue mejor en estos aspectos en 2010-2013 que en 2014-2017, sin discusión.


Estaban así reunidos todos los ingredientes para una nueva derrota de la presidenta Bachelet en la proyección de su campo político. Evitarlo requería una atención mayor de su parte hacia los partidos y la representación parlamentaria que en teoría debía apoyarla. Y nombrar ministros en los puestos claves que creyeran en una política fiscal contracíclica y en reformas estructurales de diversificación productiva, de sustentabilidad ambiental y de disminución de la desigualdad. No lo hizo ni en el plano político ni en el económico-social  tanto en su primera (recordemos que el neoliberal Andrés Velasco hoy en la derecha fue su ministro de Hacienda) como su segunda administración. Increiblemente, tuvo que sacar del gobierno el año pasado a un ministro del Interior que la desafiaba abiertamente  desde posiciones conservadoras y en agosto de este año a todo su equipo económico por una ortodoxia antiambiental inconducente que no daba para más. Por otro lado, pequeños cambios regulatorios demostraron que Chile puede enfrentar una rápida transición energética a bajos costos, en la que sus ministros no creían demasiado, obsesionados con políticas “procrecimiento” que siempre han confundido con políticas que favorezcan las utilidades rentistas de corto plazo de las grandes corporaciones. En política y en economía, en nombre de las astucias, no se puede señalizar para un lado y doblar para el otro sin consecuencias, porque eso termina en el rechazo de los ciudadanos al desorden y la incoherencia que inevitablemente provocan. El hecho que la presidenta no haya avanzado nada en materia constitucional, más allá de unos interesantes debates, y aún no se conozca su proyecto de nueva Constitución a pocas semanas de dejar el cargo, expresa bien esta situación de falta de coherencia entre los dichos y los hechos en temas cruciales de la agenda pública comprometidos por ella misma.


A pesar de la victoria contundente de Sebastián Piñera en la elección presidencial, fue electo por solo el 26,5% de los habilitados para votar, mientras la derecha no triunfó en la elección parlamentaria. Los chilenos que votaron (un 48% de los habilitados) le dieron a Piñera un voto de mayor confianza relativa, pero sin otorgarle los instrumentos legislativos para un gobierno que vuelva atrás, por ejemplo, en el aborto por tres causales, la reforma tributaria y la laboral, por limitadas que sean. O bien el nuevo gobierno de Piñera busca ampliar su arco parlamentario, lo que parece bastante difícil, o bien abandona esas promesas de campaña, como ya lo hizo en parte en materia de gratuidad educacional. Dicho sea de paso, esto no le resultó tan difícil pues la política del gobierno actual terminó en un gigantesco subsidio injustificado a universidades privadas e institutos de calidad cuestionable, con un alto costo fiscal, en vez de haber fortalecido la educación escolar y universitaria pública, que recibirán mucho menos dinero adicional que varias universidades de negocio.


El hecho es que hoy existe una nueva situación político-partidaria. La Fuerza de Mayoría (PS, PPD, PC, PR) obtuvo en la elección de diputados, dato que mide el estado de las adhesiones públicas a los partidos, un 24% de los votos. El Frente Amplio, un 16,5%. Los partidos Progresista y País, un 3,9%. El MAS e Izquierda Ciudadana un 0,4%. Estas expresiones políticas de izquierda sumaron el 45% del electorado participante. Cabe considerar, además, a la emergente Federación Regionalista Verde, con un 1,9% de los votos, y  a la Democracia Cristiana, que reunió el 10,3% de los votos. La derecha tradicional (Chile Vamos) obtuvo el 38,7%  de los mismos y la neoderecha (Amplitud y Ciudadanos) el 1,6%, sumando un poco más del 40% del voto expresado, con un premio en la representación parlamentaria por haber ido más unida que sus contendores y dada la mecánica levemente mayoritaria de la cifra repartidora con pocos escaños a repartir que es propia del nuevo sistema electoral. En resumen, entre los que participaron en el voto parlamentario, la izquierda es más que la derecha y bordea la mayoría absoluta. El centro tradicional es hoy muy minoritario. Y la abstención sigue siendo la mayoría absoluta…


La principal fuerza parlamentaria son los tres partidos conservadores agrupados en la coalición Chile Vamos, que obtuvieron 72 de los 155 escaños en disputa en la Cámara de Diputados, a 6 de la mayoría absoluta, y 12 senadores de los 23 en disputa. Pero como el Senado se renueva cada 4 años en la mitad de las 15 regiones, sumó 19 senadores de 43, no logrando tampoco la mayoría absoluta. Le sigue la Fuerza de la Mayoría, que eligió 43 diputados (19 de los cuales del Partido Socialista y 8 de cada uno de los tres partidos restantes, el PC, el PPD y el PR) y 7 senadores, sumando 15 miembros de la cámara alta


No está claro como evolucionará la oposición. Tal vez se contituya de modo permanente el bloque PS-PC-PPD-PR que apoyó a Guillier en primera vuelta, por razones prácticas de elegibilidad futura o bien adicionalmente buscando dotarse de una identidad de izquierda histórica y reformadora, especialmente si la Democracia Cristiana, con sus 14 diputados y 6 senadores, persiste en una proyección propia a la que es dfícil que renuncie. Eventualmente este bloque podría llegar a acuerdos de oposición parlamentaria y social con el Frente Amplio, manteniendo una relación de colaboración parlamentaria y política con la DC, con la Federación Regionalista-Verde y el PRO-País. ¿Se unificará la oposición y avanzará a una renovada fuerza de cambio (un “bloque por los cambios”) con un programa creíble de no retroceso en las reformas, de cambio constitucional y de cambios antineoliberales en educación, salud y pensiones y en cobre, litio y pesca?. No lo sabemos, aunque en esta ocasión, gracias a las reformas del financiamiento de campañas aprobadas en el actual gobierno, el peso del poder económico tendrá, en teoría, menos capacidad de influir en la oposición como lo hizo en el primer gobierno de Piñera, y de manera bastante vergonzosa en el caso del royalty minero y la ley de pesca.


Si no se producen transformaciones de las prácticas políticas (con apego a una estricta probidad e independencia del poder económico, rechazo al clientelismo, vuelta a la sociedad para representar sus intereses mayoritarios, vuelta a la centralidad del proyecto de transformación igualitaria, progresista y sustentable), no habrá una renovada fuerza de cambio que prepare una alternancia en cuatro años, ahora sin figuras providenciales. Habrá tal vez acuerdos por arriba, pero sin proyección ni credibilidad. Seguir igual que siempre prolongaría, con alta probabilidad, el predominio de la derecha en los próximos gobiernos. Poner por delante nuevas prácticas políticas tomará un tiempo, pero, como dice un buen amigo, los buenos días se dan en la mañana. No habrá tiempo que perder para el campo progresista.


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Published on December 27, 2017 03:30

December 26, 2017

El antilegado

El único legado cuantificable al terminar el gobierno es el escenario político que queda. Y lo que dejó la Nueva Mayoría está lejos de ser un éxito. Sus resultados: 1. El descalabro electoral: si el triunfo de la NM significó mayorías para la centroizquierda, su salida es en el descampado y en minoría. Crecen sus sectores opositores: el Frente Amplio y ChileVamos. Piñera es el Presidente más votado en 24 años. Y el Frente Amplio la nueva coalición más exitosa a costa de la NM. Se achica el electorado de centroizquierda y crece el de la centroderecha. Y, cruel ironía, a mayor participación, peores resultados para un gobierno autodefinido como “ciudadano”.


2. El desastre del relato: su abstracta reivindicación de derechos sociales funcionó para que creciera una izquierda en las antípodas de lo que fue el éxito de la construcción de grandes mayorías. El nuevo discurso reivindicó una izquierda individualista -en que lo importante era lo que se daba-, capturada por sus grupos de interés -todo su foco en educación superior-, desconfiada del sector privado -satanizando el lucro y el éxito-, maximalista -pidiendo todo como maná del cielo- y con un alto grado de desprecio por lo técnico y por sus opositores.


3. La ausencia de renovación: que Fernández y Eyzaguirre sean los “niños símbolos” del gobierno es el triste corolario de un proyecto que se agota. No dejó renovación política por falta de interés en ella. Y mató a sus equipos de renovación técnica –Valdés, Micco, Céspedes- por hacer su pega. Solo sobreviven Elizalde, Orrego y Landerretche, que lo hacen por sus méritos más que por un gobierno que no admite sombras.


4. El desprecio por lo técnico: si algo resume esto fue la fantasía de una nueva Constitución. Mucho ruido, pocas nueces. Hizo de esto una máxima en todas sus reformas: lo importante era lo que se decía, no cómo se hacía. Sistemáticamente despreció los consejos de los exministros para hacer una mejor reforma tributaria y una mejor reforma educacional. Olvidó la importancia de los resultados siendo autocomplaciente por el hecho de “instalar” el tema y transformando su agenda en un asunto de fe. Ergo, su déficit político lo transformó también en una grave deuda técnica.


5. El fin de la convivencia del centro con la izquierda y la jibarización de la socialdemocracia: la cuasi desaparición de la DC/PPD y la absorción de Piñera del votante de clase media, son el resultado final de este antilegado. Hoy hay menos gente que antes en el mundo de la centroizquierda. Y esto fue más producto de la soberbia que de la automarginación. Donde no hay espacio para la diversidad, hay poco margen para la construcción de mayorías. Tuvo la extraña habilidad de por la izquierda y por el centro crearse nuevos opositores. El resto del legado deberá ser juzgado por la historia. Lo que queda por evaluar: sus avances en las libertades individuales y la instalación del debate por la inclusión en el centro de la política. La principal conclusión: parece que serán otros los que puedan reivindicar de mejor forma en la historia su aporte a la construcción de una mejor sociedad, en la cual convivencia social, justicia y libertad sean pilares de nuestro desarrollo.


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Published on December 26, 2017 04:24

Gratuidad

Es difícil saber de dónde surgió la peregrina idea de que los derechos no deben tener costo, pero ya se ha convertido casi en un lugar común en este país. Se nos ha repetido hasta el cansancio que si se nos cobra por algo ya no puede ser considerado un derecho porque ellos, por definición, debieran estar desprovistos de toda contraprestación económica.


La Constitución reconoce derechos sociales en materias como salud, educación y seguridad social. El Pacto de la ONU agrega otros como el derecho a un nivel de vida adecuado, lo que incluye la alimentación, el vestido y la vivienda. Pero nada de lo anterior significa que las personas tengamos derecho a que se nos provea de salud, alimento o vivienda en forma gratuita. La principal consecuencia de considerar estas prestaciones como derechos es otra, es la obligación que asumen los estados de desarrollar políticas públicas que les permitan a todos sus ciudadanos acceder efectivamente a ellos, independientemente de su condición social. No es simplemente porque nuestros estados son pobres que estos bienes no se asignan gratuitamente en forma universal, pues por muy ricos que seamos, siempre nuestras necesidades superarán a nuestros recursos y lo que hoy nos parece superfluo mañana bien puede sernos fundamental.


Es cierto que en materia educacional la situación es algo distinta, desde el momento en que el Estado obliga a todos a cursar la enseñanza escolar. Como ese tipo de educación ya no es una opción para los ciudadanos, es lógico que deba ser provista por el Estado en forma gratuita. Distinta es la situación de la educación superior que, además de no ser obligatoria, apareja mejoras significativas en la posición económica de quienes la cursan. Por ello, en este caso la obligación del Estado se limita a asegurar que nadie sea excluido por motivos puramente económicos. Esto último puede lograrse estableciendo una educación gratuita para los más desfavorecidos o bien sistemas de becas u otro tipo de ayudas estudiantiles. El pacto antes citado reconoce expresamente lo anterior, señalando que la educación primaria debe ser obligatoria y, por ende, gratuita para todos. Para la enseñanza secundaria y superior, que no considera obligatorias, solo dispone la obligación estatal de hacerlas accesibles a todos, señalando que ello debe hacerse sobre la base de la capacidad de cada uno, por cualquier medio apropiado y, en particular, por la implementación progresiva de la enseñanza gratuita, pero siempre bajo un criterio de focalización.


Parece razonable lo anterior puesto que la gratuidad universal de la enseñanza universitaria, además de cara, limita la innovación, pues las universidades y sus programas necesariamente deben pasar a ser controlados centralmente, precisamente para acotar los costos. Más grave aún: es injusta, pues tiende a beneficiar a las personas más pudientes que son las que mayoritariamente acceden a ella.


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Published on December 26, 2017 04:22

La fuerza de Mariana

En la televisión o en los programas de radio su voz se escucha en un tono más bien suave, incomparable con la irritación que sus ideas provocan en algunos correligionarios de la Democracia Cristiana. La crispación y molestia pudiera explicarse en lo que para ella parece ser el simple ejercicio de tres postulados del partido, hoy vigentes en sus estatutos: luchar por construir una sociedad  justa y solidaria; hacer que el partido sea libre y tolerante y, tal vez la más importante, adherir sin reservas al humanismo cristiano, cuestión que constituye la esencia del ser democratacristiano.


En abril de 2016, el expresidente Ricardo Lagos Escobar escribió en memoria de don Patricio Aylwin un hermoso resumen de su personalidad, que es muy pertinente recordar en estas líneas. Dijo que a lo largo de su vida tuvo fuerza en sus convicciones, amplitud de criterio y gran tolerancia en sus ideas. Contó que don Patricio fue formado por un agnóstico masón y una ferviente católica y que de ahí aprendió el respeto por las diferencias y el entendimiento por la diversidad. Conoció también el servicio y la vocación pública, la importancia de las ideas y convicciones y la necesidad de luchar por ellas en beneficio de la sociedad.


No es extraño, entonces, que la vida de Mariana Aylwin tenga este sello tan directo y que en sus actuaciones se advierta la marca vertical del ejemplo familiar y paterno y su propia vivencia como autoridad pública y ex Ministra de Educación, entre otros importantes cargos.


Por otro lado, el PDC experimenta hoy -al igual que todos los partidos que componen la Nueva Mayoría- un síndrome de agotamiento político de graves proporciones. No solo han sido derrotados en las recientes elecciones presidenciales sino, peor aún, carecen de un ideario a futuro que ofrecer al país para los próximos años. En el caso específico del PDC, la situación puede ser más seria, pues se arriesgaron -sin un auténtico consenso- con una candidata propia, redujeron su participación en el Congreso y perdieron senadores emblemáticos y de gran carisma como Andrés Zaldívar e Ignacio Walker. En el desarrollo de la carrera presidencial fue demasiado evidente que desde dentro del partido hubo diputados y otros personeros que manifestaron su apoyo sin reservas al candidato Guillier e impugnaron siempre a Carolina Goic, contribuyendo a su derrota y al desprestigio del propio partido ante la opinión pública.


Es probable que en las próximas semanas Mariana Aylwin deba hacerse cargo de la demanda de expulsión del partido. No será, sin lugar a dudas, por haber transgredido los valores ni principios que lo inspiran, ni por haber faltado en su conducta a la rectitud en la búsqueda de una sociedad más libre, justa y solidaria. Para alguien que no es democratacristiano, como quien escribe estas palabras, ella es una expresión de honestidad y convicciones que, en estos tiempos turbulentos y de caudillos ególatras, son necesarias para nuestro país.


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Published on December 26, 2017 04:20

Los nudos estratégicos del Gobierno de Piñera

 


La victoria inesperadamente amplia de Sebastián Piñera en la segunda vuelta el pasado domingo 17 de diciembre ratifica que los desafíos electorales son diferentes de los de un buen gobierno. A pesar de la victoria rotunda del candidato de Chile Vamos que se expresó en casi diez puntos porcentuales de diferencia con el candidato de la Nueva Mayoría y en sendos triunfos en regiones emblemáticas como Valparaíso (52,21%), Bío Bío (58,52%) y La Araucanía (62,40%), desde el día siguiente se empezó a configurar el nuevo puzzle para la gestión política del futuro gobierno de la coalición de derecha.


En esta perspectiva distinguimos tres dilemas que el gobierno de Piñera deberá resolver en los próximos meses para  fortalecer su capacidad de agenda y asegurar una gestión gubernamental efectiva y legítima.


Primero, el Presidente electo deberá articular una relación efectiva entre el Ejecutivo y el Legislativo en un contexto caracterizado por la división y una mayor fragmentación del Congreso después de  las elecciones del 19 de noviembre. Los resultados de los comicios arrojan como coalición parlamentaria un contingente cercano al 48% en la Cámara Baja, lo que si bien deja al gobierno ad portas de la mayoría absoluta todavía constituye una correlación insuficiente para garantizar los quorum calificados y supermayorías necesarias para gestionar reformas relevantes. Esto significa que para impulsar políticas Piñera estará obligado a negociar con sectores de la oposición y, por tanto, a la búsqueda de puentes con los parlamentarios de la Democracia Cristiana, que a la postre puede convertirse en la fórmula decisiva para viabilizar las políticas sectoriales priorizadas por la futura administración.


Además, se debe agregar la tendencia a una sostenida y creciente fragmentación del Parlamento que eleva sistemáticamente los costos de construcción de acuerdos para el ejecutivo durante el período 1990 a 2017. Observando el número efectivo de partidos (NEP) como índice de fragmentación del sistema de partidos chileno (calculado según fórmula de Laakso y Taagepera), se aprecia que el NEP aumentó en Chile desde 5,3 partidos en el gobierno de Patricio Aylwin a 6,2 partidos durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet y será de 7,7 para la administración de Sebastián Piñera desde marzo de 2018. Sin ser un fenómeno mecánico, se puede concluir que la segunda administración de Piñera tendrá la mayor fragmentación partidaria desde la recuperación de la democracia, tendencia incrementada por el cambio en la fórmula electoral en el 2015. Producto de este nuevo sistema, el total de partidos con representación en el Congreso subió de nueve en 2013 a dieciséis en 2017.


Como segundo desafío surge la necesidad de una agenda legislativa con prioridades claras y estratégicas considerando los temas que se encuentran activados. Efectivamente, un asunto ineludible será definir convergencias en una coalición gubernamental caracterizada por una alta polarización interna entre diferentes actores y liderazgos que compiten por la hegemonía de este espacio. Entre estos referentes se cuentan la derecha social de Manuel José Ossandón, el polo liberal de Evópoli de Felipe Kast y el ala conservadora de José Antonio Kast. Encontrar fórmulas de gobernanza interna de la coalición gubernamental representa un imperativo frente a temáticas que están activadas como fuerzas centrífugas que amenazan la unidad de la coalición, como la reforma educacional, el perfeccionamiento del sistema de AFP, la gestión del conflicto en La Araucanía, y el diseño e implementación de políticas para enfrentar el cambio climático que incluye múltiples dimensiones como energía y medioambiente. Resolver con asertividad las prioridades programáticas supone gestionar oportunamente, con efectividad y coherencia, las políticas sectoriales, dado que la demora excesiva en temas como la ley de universidades estatales y el avance de la gratuidad podría ser un primer chispazo para encender la movilización social.


¿Cómo resolver las tensiones internas de la coalición de gobierno? ¿Cómo construir una mayoría parlamentaria para respaldar aquellas prioridades legislativas más allá del oficialismo? ¿Cuál debiera ser el orden de prioridades para la gestión legislativa? ¿Cuáles debieran ser aquellos contenidos de las políticas que permiten consolidar y dar proyección a la alianza en el poder?


No dar respuestas efectivas a estos dilemas podría exacerbar la fragmentación y potenciar  las fuerzas centrifugas en el oficialismo o enfrentar una pérdida de apoyo en la opinión pública como ocurrió en la segunda administración de Bachelet. Por ejemplo, la reforma laboral parte el 2014 con alrededor de un 45% de apoyo para terminar en la actualidad con un 34%; la reforma educacional se inicia también el 2014 con un 60% de respaldo y termina este año con un 36%, y la reforma tributaria comienza en 2014 con un 52% de adhesión y termina el 2017 con un 25%.


Un tercer desafío consiste en gestionar eficazmente el conflicto social en el contexto de un país polarizado y con fuerte aprensión frente a lo institucional. Distintos estudios muestran que  una parte importante de la sociedad es indiferente frente a la política o desconfía absolutamente de ella. Como manifestación de lo anterior, Somma y Bargsted han analizado la creciente autonomización de la protesta social en Chile que implica la desestructuración de la relación entre actores políticos formales y organizaciones sociales. Asimismo, existe un debate importante respecto del peso del centro político en la actualidad de la democracia chilena. Aunque desde 1990 la creencia predominante de actores públicos y expertos chilenos frente a la competencia electoral se apoyó en la “teoría del elector medio” (Kenneth Arrow), que sostiene que para ganar una elección es necesario controlar los votos del centro político, hoy ese supuesto se encuentra en entredicho por las tendencias centrífugas de las dos coaliciones tradicionales y por la virulencia en las narrativas de las candidaturas presidenciales en la primera y segunda vuelta.


En consecuencia, a pesar de que Piñera ha sido el tercer presidente con mayor votación desde 1990 y que ha sido el más sufragado de los candidatos presidenciales triunfadores en segunda vuelta, el uso adecuado de la “caja de herramientas presidencial” tendrá una importancia capital en un país y una región donde más allá de un teórico y retórico “hiperpresidencialismo latinoamericano” los presidentes sobreviven siendo cada vez más vulnerables frente a la presión de la calle y el apremio parlamentario.


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Published on December 26, 2017 02:45

December 25, 2017

¿Sorteo fácil?

Sonrientes, pero no exultantes, andaban los dirigentes de Colo Colo tras el sorteo de la Copa Libertadores. En el papel, tomando en cuenta los rivales potenciales, al cuadro administrado por Aníbal Mosa no le fue nada de mal: Atlético Nacional de Medellín, Bolívar de la Paz y Delfín de Manta. Ningún brasileño, ningún argentino… Pero, y esto lo saben bien en el Monumental, una cosa es que los rivales no “suenen” tan complicados y otra muy distinta es que su realidad futbolística sea tal.


Atlético Nacional, el equipo dirigido por el argentino Óscar Almirón, fue campeón de la Libertadores el 2016 y viene ganando, al menos, un campeonato colombiano por años sin interrupción desde el 2011. Un verdadero récord para su país. Un equipo que tenga a Dayro Moreno y Andrés Rentería, asistidos por Macnelly Torres, se hace respetar y temer en cualquier cancha de Sudamérica. Durísimo.


El Bolívar, pese a la importante baja que significa perder a su entrenador Beñat San José, hizo tabla rasa en la última temporada en Bolivia ganando el Apertura y el Clausura. Cuenta con, al menos, siete seleccionados bolivianos (Arce, Flores, Azogue, Fierro, Ribera, Eguino, Justiniano…) y en La Paz le pueden ganar a cualquiera. De esa manera, asegurando los puntos en casa, trepó hasta las semifinales de la Libertadores el 2014. El que los visita en el Hernando Siles sabe que hay que remar mucho para llevarse un punto. El Bolívar suele en la fase de grupos de la Libertadores, ganar sus tres partidos de local y pasar de ronda. Es casi una costumbre.


¿Y el ignoto Sporting Delfín? Dirigidos por el uruguayo Guillermo Sanguinetti, se colgaron sorpresivamente del subcampeonato ecuatoriano este 2017 y tiene varios seleccionados como Giovanny Nazareno, Roberto Ordóñez (que tuvo de cabeza a la defensa chilena en el Monumental), el venezolano John Chancellor o el emergente Jacob Murillo. Un equipo físicamente muy recio y rapidísimo.


En Colo Colo comenzaron a trabajar rápido para evitar sorpresas y avanzar de ronda. La llegada de Lucas Barrios, de concretarse en las próximas horas, señala que los albos jugarán con dos delanteros bien marcados y fuertes en área rival ¿Quién será el sacrificado para que entre Barrios? Debería ser Paredes, pues Rivero fue fundamental en el último título. Pero el termómetro emocional de la hinchada dice otra cosa. Carlos Carmona indica, también, que se tomaron las cosas en serio: le dará la marca e intensidad que el fútbol chileno no tiene en mediocampo. Y lo de Miiko Albornoz indica algo muy claro: le da velocidad europea a la defensa. Es decir, en la banca de Colo Colo saben que, jugando a la velocidad del torneo local, casi sin marca en el medio del terreno, no hay posibilidades en la Copa. Aquí hay que subir un par de cambios. Mosa abrió la billetera. Como pocas veces en la historia, los albos se lo están tomando en serio.


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Published on December 25, 2017 21:39

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Óscar Contardo
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