Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 30
November 27, 2013
Las casitas del barrio alto
Dicen que el nacionalismo es una enfermedad que sólo se quita viajando. Gran verdad. Uno está convencido de las singularidades de la “raza de bronce” y las idiosincrasias del México profundo hasta que conoce a los argentinos de a pie, los colombianos que compran en el mercado o a los brasileños en una playa popular. En un estadio de futbol los regiomontanos se parecen más a los bilbaínos o los irlandeses –ambos apoyan a su equipo sin importar el resultado- que a los tapatíos que abuchean a Las Chivas en el Omnilife. Viajar con oídos dispuestos y mirada inédita permite constatar que detrás de un acento o una peculiaridad, predomina la condición humana.
Para verla, desde luego, hay que quitarse los filtros del cerebro y los clichés de la pupila. Viajar como lo hacen tantos norteamericanos en una burbuja que los lleva de Marriot en Marriot y de McDonald´s en McDonald´s no es viajar; tampoco lo es eso que hacen los japoneses para quienes el mundo no es más que una sucesión de postales a capturar desde un tour de autobús. Viajar así no hace sino confirmar las imágenes preconcebidas de los que es México o Tombuctú. Albert Einstein, lo dijo de manera categórica: “Es más fácil desintegrar el átomo que superar un prejuicio”
La frase me vino a la mente estos días viajando por Sudamérica para la presentación de mi novela Los Corruptores. Conversar con libreros y pasar los días con periodistas argentinos, colombianos o peruanos permite entender que su vida está hecha de la misma sustancia que la nuestra. El cliché del argentino engreído y narciso no resiste dos días de roce con el bonaerense de las calles. Prejuzgar que el peruano sólo puede ser culto y aristócrata o indígena serrano y causimudo, es tan falso como pensar que el mexicano es una versión de Speedy González.
Hace unos días escribí un artículo sobre los usos y abusos de los prejuicios a propósito de la indignación que provocó la discriminación de un funcionario de Aeroméxico en contra de pasajeros por su condición humilde y su apariencia indígena (no subieron al vuelo para el que traían boletos). Y es que el prejuicio no sólo impide ver, es mucho peor que eso; nos lleva a ver de manera equivocada y, en ese medida, propicia la reproducción incesante de desigualdades y discriminaciones.
En el artículo del domingo pasado (http://bit.ly/17Sh3LA) señalé que el cadenero que opera en la entrada de los antros de moda recibe una consigna que bien podría resumirse de la siguiente manera: “No dejes entrar a nadie que se parezca a ti” (no con esas palabras, pero en la práctica con ese significado). Es decir, nadie que sea moreno, de cara redonda y chata y parezca pobre.
Ese güerito de cara afilada que deja pasar el cadenero, que vive en Polanco o un barrio similar y asiste a reuniones donde todos se parecen a él, es como el japonés o el norteamericano que viaja por el mundo sin salir de su país. Vive encerrado en su república de unos cuantos, prisionero de sus clichés. Para él y los suyos los morenos suelen ser ignorantes o maleantes en potencia, según sea el caso. Aunque la mayoría de las veces simplemente son considerados un detalle desagradable, salvo que se trate de la servidumbre. E incluso cuando es esto último, “la muchacha” debe viajar en el asiento de atrás del automóvil, no vayan los vecinos a creer que es amiga de la señora; o si la llevan de Nana a las vacaciones, la disfrazan para dejar en claro que no tiene nada que ver con la familia.
Se me dirá que lo que acabo de describir es, a su vez, un cliché sobre los prejuicios de las clases altas. Ojalá lo fuera. Sin duda hay innumerables excepciones pero este patrón de comportamiento es dolorosamente reiterable en toda excursión a las casitas del barrio alto, como decía Víctor Jara.
Romper prejuicios supone salir de ese país de espejos en el que nos hemos encerrado. Prejuicios de clase, de raza o nacionalidad empobrecen vidas y provocan injusticias y sufrimientos que nacen de la incomprensión mutua. Pero, sobre todo, empobrece nuestras vidas; lo dijo bien El Principito: “sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.
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November 24, 2013
El Cadenero
“No dejes pasar a nadie que se parezca a ti”, palabras más palabras menos es la instrucción que recibe típicamente un cadenero o guardia que trabaja en la entrada de cualquier antro de moda. Los dueños de la noche sólo quieren güeritos bien alimentados, perfiles angulosos, cabelleras blondas, narices puntiagudas. Y lo que no quieren son morenos de caras redondas y narices chatas , ni cuerpos mas rollizos que robustos envueltos en ropas de tiendas milano y no de Milán. Es decir, los antros no desean que los códigos postales de la pobreza se cuelen en la pista de baile y contaminen o destruyan la imagen de “distinción” y privilegio que ofrece una concurrencia venida de Polanco, Las Lomas y barrios emparentados.
Es el mismo prejuicio que lleva a Aeroméxico a desconfiar de una media docena de indígenas que intentan subirse a un avión creyendo que su dinero vale lo mismo que el de la señora que apesta a Carolina Herrera. Como es sabido, hace algunos días un supervisor en Oaxaca de la principal línea área mexicana, un tal Sr. Cáseres, decidió convertirse en “cadenero” de su avión y consideró que la apariencia física y el atuendo de seis indígenas serían ofensivos para el resto de sus distinguidos pasajeros. El tema ha desatado una denuncia en la Comisión Nacional de Derechos Humanos y generado una disculpa por parte de la empresa, pero eso no subió a los afectados al avión en el que deberían haber volado.
Los prejuicios tienen una función, desde luego. Y no siempre son negativos. Son, en efecto, juicios anticipados que en muchas ocasiones permiten protegernos de situaciones peligrosas o meramente indeseables para las cuales no hay tiempo de formarse un juicio completo y cabal. Yo suelo esquivar de manera casi hostil a todo guerito adolescente de pelo a rape y corbata sacada del diván, camisa blanca de mangas cortas y un libro negro en la mano, que se me aproxime. Por lo general ese libro suele ser la biblia y su portador un aprendiz de predicador que tratará de ilustrarme sobre la inminente condenación de mi alma. Opero sobre un prejuicio , desde luego, y no dudo que en más de una ocasión he dejado frustrado y sin ayuda a algún pobre turista extraviado. Pero algo me dice que la mayor parte de las veces simplemente me he evitado terminar comprando una suscripción de la Atalaya o financiando viajes de mormones en los que no creo.
Y tampoco podemos ser ingenuos; acercarse a pedir fuego a tres chicos con tatuajes que nos evocan a la Mara Salvatrucha no es una buena idea. Hay una alta probabilidad de regresar con el cigarro encendido pero aligerados del celular.
El problema con los prejuicios es que aplicados de manera indiferenciada terminan por dañarnos de la peor manera. El miedo y la inseguridad propician que tanto los individuos como las clases y los grupos sociales construyan prejuicios de la misma manera en que los ejércitos cavaron trincheras en la Primera Guerra Mundial: una detrás de otra hasta terminar encerrados en opresivos laberintos.
El temor a la otredad termina por hacer de nosotros meros archipiélagos, de espaldas al resto del mundo, ajenos a todo lo que no sea una isla idéntica a la propia. El cadenero que colocamos en la puerta de ingreso a nuestras vidas cancela una oportunidad tras otra de cultivar gustos, sabores, olores, pieles y humores distintos a los que aporta el ADN familiar y social en el que crecimos. En una palabra, cancelamos la posibilidad de enriquecer nuestras vidas. El cadenero acaba convertido en carcelero y nosotros en prisioneros esterilizados y empobrecidos por nuestra propia ignorancia.
Allá cada quien. El problema es cuando los prejuicios se convierten en políticas institucionales no escritas pero efectivas en contra de grupos desfavorecidos. Lo que hizo el empleado de Aeroméxico es inadmisible. La discriminación que deviene en práctica pública debe ser combatida y denunciada.
No se trata de construir un discurso hipócrita y paternalista sobre la mujer, los indígenas o los pobres. Por lo general es una narrativa que entraña actitudes prepotentes que en realidad desdeñan al otro y lo definen, de entrada, como algo que inspira lástima porque es inferior. Pero sí tendríamos que exigir que las políticas públicas de instituciones oficiales o privadas traten a todos por igual. El voto, el dinero y la calidad humana tendrían que valer lo mismo independientemente de la procedencia. Y en una de esas descubriremos que lo que está detrás de un huipil es mucho más interesante que lo que esconde un Armani.
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November 17, 2013
El lavadero de Moreira
En cualquier sociedad moderna Moreira estaría levantando pesas en la cárcel y no en un gimnasio de Barcelona, en donde cursa una maestría becado por el sindicato de maestros, faltaba más.
Como suele suceder cuando un cartón es bueno, el de Sifuentes el pasado viernes resumía de manera perfecta lo que entraña el torso de lavadero que exhibió Humberto Moreira en una foto que circula en internet. En lugar de los supuestos músculos del ex gobernador de Coahuila la ilustración dejaba ver las pacas de dinero acomodadas como adoquines sobre su pecho.
El juego de palabras no es casual. No se si Moreira realmente tiene cuerpo de atleta. Con eso de que los ex gobernadores ganan maratones internacionales tomando atajos y que Marín el goberprecioso “photoshopeaba” su rostro para colocarse en el centro de la imagen de mandatarios cuando todo mundo lo enviaba como apestado a la orilla, resulta poco confiable cualquier testimonio gráfico de un político.
En todo caso el sentido común de los moneros ubica a Moreira más cerca del lavado de dinero que del pecho de lavadero. Y seguramente no andan errados. El mandatario pasará a la historia de México como el peor administrador del que se tenga memoria reciente. No sólo se trata de un asunto de finanzas irresponsables (en cinco años convirtió una deuda de 196 millones en casi 34 mil millones), sino de ilegalidad. Hay muchos gobernadores manirrotos que gastan más de lo que tienen, el problema es cuando comienza a falsificar garantías y a engañar a sus acreedores. Moreira dejó endeudados a sus paisanos por varias generaciones. El hecho de que su tesorero y otros allegados se enriquecieron de manera obscena obligaría a investigar la fortuna del ex mandatario. Pero ya sabemos, fue presidente del PRI nacional y hombre muy cercano a Peña Nieto.
En abril de este año Reforma publicó que por su chalet en Valldoreix, un exclusivo barrio de Sant Cugat –el segundo Municipio más rico de toda Cataluña– paga, mes con mes, 3 mil 500 euros (unos 60 mil pesos), según información de la inmobiliaria AMAT disponible en el portal LaComunity. De acuerdo con esta versión, la residencia de estilo moderno cuenta con 700 metros cuadrados de construcción en un terreno de poco más de mil metros cuadrados, reporta el catastro del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas del Gobierno de España. El inmueble tiene una piscina cubierta, seis recámaras en dos plantas, seis baños y biblioteca. En la cochera, con espacio para dos automóviles, Moreira guarda una camioneta todoterreno Volvo XC60 versión D4 último modelo, cuyo precio ronda los 39 mil euros (unos 616 mil 200 pesos). El automóvil aparece a nombre de Humberto Moreira Valdés en el Registro de Vehículos de la Dirección General de Tráfico de España.
La fotografía que muestra a un orgulloso Moreira levantando la sudadera para presumir el torso, revela mucho más que a un deportista. Nadie puede estar en desacuerdo con que un hombre de mediana edad (tiene 47 años) se mantenga en buena condición física. Pero en la imagen distribuida hay un inevitable muestra de vanidosa frivolidad que va más allá de un tema de salud. De alguna forma explica buena parte de un sexenio fallido por el culto a la personalidad en su versión más pueril y pedestre. Escuelas, parques y obra pública bautizadas con el nombre de su madre, su hija o su pareja; gastos faraónicos en ceremonias, viajes y agasajos; desplantes dicharacheros de un gobernador que se distinguió más por los videos de baile que por la gestión ciudadana.
Por desgracia Moreira es sólo un matiz de las muchas versiones de estos sátrapas regionales con los que nos ha castigado la geografía nacional. Mandatarios imberbes en Veracruz, Quintana Roo y Chiapas embriagados por el poder repentino que se comportan con excesos más propios de Justin Bieber y Miley Cyrus, con el agravante de que ellos no saben cantar. O en el otro extremo, gobernadores cuyo estado de salud está muy por debajo del reto que enfrenta su entidad (como es el caso de Michoacán), pero se resisten a dejar el poder. Y entre medio una gran cantidad de mandatarios sujetos a ningún tipo de control en la medida en que controlan la mayoría en sus congresos estatales.
Moreira es apenas una versión de las muchas que padecemos. ¿Qué ha pasado con la clase política?; la frivolidad y la codicia han sustituido la visión de Estado, el compromiso con la comunidad, la responsabilidad que entraña el servicio público. Cuando lo único que tiene para presumir un ex gobernador es su abdomen, algo no va bien en la vida pública del país.
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November 13, 2013
La estadística chatarra o vivir en el Nilo.
En su desesperación por el fracaso de la lucha contra las drogas las autoridades suelen ponerse creativos en materia de explicaciones. El crimen organizado ha incursionado en otros delitos -como la extorsión o la piratería- debido al éxito que el gobierno ha tenido en el combate al narcotráfico, dijo palabras más o palabras menos la semana pasada Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación (disculpen la cacofonía: el nombramiento de funcionarios nunca ha puesto atención a las malas rimas).
La frase tendría que guardarse en el arcón de las letras de bronce de la política mexicana junto con aquella de “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario” robada, literalmente, a Cantinflas. Alguien tendría que decirle a nuestro secretario que es justamente la impunidad y el éxito que ha tenido el crimen organizado en el tráfico de drogas lo que han provocado que el efecto irradie a muchas otras actividades. Resulta absolutamente inverosímil creer que los carteles se van a poner a controlar regiones, extorsionar a municipios completos, abducir decenas de inmigrantes como si fueran sus propietarios, ordeñar ductos de Pemex a escala industrial o desplazar a las compañías mineras y exportar el mineral directamente a China. Y todo ello porque le tuvieron miedo a las autoridades en materia de narcotráfico. Ajá.
En esto de sacarse ases de la manga donde no los hay, a Felipe Calderón le dio un tiempo por comparar nuestras estadísticas de homicidios contra los de Colombia y Brasil, para demostrar las bondades de la justicia mexicana. Edgardo Buscaglia ha llamado “estadística chatarra” a tales ejercicios numéricos*. Falsas comparaciones para ocultar el fracaso de estrategias y políticas públicas. No necesariamente existe correlación alguna entre las tasas de homicidios y el poder mafioso. Peor aún la correlación puede ser negativa: los homicidios pueden descender cuando los grupos criminales ocupan los vacíos que deja el Estado o cuando lo desplazan, se transforman en autoridad, eliminan a sus competidores y consolidan sus territorios. En suma, eliminan los homicidios en las zonas bajo su control.
Asumir que eso representa un éxito en el combate al narcotráfico es como creer que un matrimonio es feliz porque no existen pleitos entre los cónyuges; en ocasiones la calma resignada simplemente esconde la peor de las desavenencias: la indiferencia.
En ambos casos, la inseguridad pública o la infelicidad matrimonial, como tantas cosas en la vida, tiene que ser abordada desde una visión de conjunto. Es absurdo presumir un descenso en el número de ejecuciones cuando al mismo tiempo se ha disparado el número de secuestros y la extorsión a comercios se ha generalizado en buena parte de los centros turísticos del país.
Según un amplio reporte de Cidac, una prestigiada organización independiente, de 2010 a 2012 se experimentó una disminución de 4 por ciento en los homicidios dolosos, pero los secuestros aumentaron 27 por ciento. El impacto de un secuestro en la percepción de inseguridad en México equivale al impacto que tendrían 2.5 homicidios*. Y no puede ser de otra manera: la mayoría de las ejecuciones sucede entre facinerosos (no todos), mientras que los secuestros afectan a particulares ajenos a los circuitos criminales.
Por otra parte, las estadísticas mismas son muy poco confiables. No sólo porque quien las recaba –la autoridad- es la más interesada en que el conteo sea lo más parco posible; es decir, constituye juez y parte en el asunto. También porque una gran porción de los crímenes “no acuden” al registro civil, por así decirlo. Lo que la autoridad capta en materia de extorsiones y secuestros es una punta del iceberg, toda vez que la mayoría de las víctimas no denuncian los delitos. Ni siquiera la estadística de ejecuciones es fidedigna porque en muchas ocasiones no existe cuerpo del delito: ¿cuántas fosas habrá en el país en espera de ser encontradas? ¿cuántas más nunca encontraremos? ¿cuántos esposos que nunca regresaron y padres ausentes que se fueron a hacer la vida son cadáveres anónimos sin que lo sepamos?
No hay soluciones mágicas al problema de la inseguridad en México (aunque no faltan propuestas interesantes de especialistas que han ofrecido planteamientos alternativos a la estrategia que ha seguido el gobierno*). Lo que sí me queda claro es que cualquier solución pasa por el involucramiento de la sociedad en su conjunto y esto no será posible si se mantiene a la opinión pública engañada o desinformada sobre un tema que padece en carne propia. El primer paso para combatir un problema es entenderlo cabalmente; el manejo de estadísticas y explicaciones chatarras lo único que hace es ocultar y distorsionar el problema. En el mejor de los casos equivale a vivir en la negación (navegar en el Nilo, dicen los norteamericanos por el juego de palabras: denial); en el peor, recurrir al engaño. Mal asunto.
*Nota: Las estadísticas citadas proceden del libro Vacíos de Poder en México, de Eduardo Buscaglia, editorial Debate. En el texto el autor hace una interesante propuesta de combate al crimen organizado a partir de una estrategia de controles judiciales, patrimoniales, sociales y de anti corrupción.
Publicada en Sinembargo.mx
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November 10, 2013
Tocar Madera
En el mejor de los casos es como el predial que no se ha apagado, la piedra en el riñón que deberíamos quitarnos más temprano que tarde, el plazo de la tesis que no hemos escrito. Así es el tema de la inseguridad para los mexicanos. Fuente de desazón vaga pero omnipresente, una nube oscura que aún no es tormenta pero ya cambió nuestros planes. Insisto, eso en el mejor de los casos. En el peor, la inseguridad nos estalla en la cara el día menos esperado y nos cambia la vida.
Durante años hemos procrastinado con la idea de que la inseguridad es tan deplorable que no puede hacer otra cosa que mejorar. No sabemos cuándo ni cómo pero queremos creer que algo habrá de arreglarse antes de que la bola de fuego llegue a nuestro patio. Por desgracia la realidad revela que sin importar cuan descompuesta esté la situación, siempre tiene oportunidad de empeorar. Primero apareció la extorsión a comercios en Playa del Carmen y sitios similares; una década más tarde los ayuntamientos son víctimas de la extorsión. Se estima que alrededor de 10 por ciento de las presidencias municipales enfrentan el dilema plata o plomo: 100 pesos mil mensuales en efectivo las pequeñas, 200 mil o más las medianas. Exigen los contratos de obra y se apropian de los nombramientos de la oficina de seguridad pública municipal (datos de AALMAC, Asociación de Autoridades Locales de México).
Los que vivimos fuera de Tamaulipas o Michoacán nos consolamos con la idea de que en nuestra ciudad las cosas no han llegado ni llegarán a ese punto. Los que están en Morelia se compadecen de los de Apatzingán, y los de Apatzingán de los de alguna comunidad de Aquila que es literalmente propiedad del Narco.
El problema es que el día menos pensando en nuestra ciudad comienza a suceder lo que se padece en Morelia, y en Morelia aparecen los primeros signos de lo que antes sólo se veía en Apatzingán. De esa manera escala el problema hasta que nos cambia la vida, de la misma manera en que la piedra del riñón no atendida inexorablemente nos arrastrará entre estertores al hospital más cercano. Lo que eran lunares de irritación en el territorio nacional se están convirtiendo en una urticaria casi generalizada. Y cuando nos consolamos creyendo que en nuestra tierra el tema no pasará de urticaria pronto descubrimos que han surgido insoportables ampollas supurantes. Así es como sucedió en Tamaulipas y Michoacán, así es como se está extendiendo en el norte del país, en Quintana Roo o en Colima.
El asesinato y tortura esta semana del alcalde de Santa Ana Maya, Michoacán, Ygnacio López Mendoza, obedece a su probable negativa a ser extorsionado. Pertenecía a la mesa directiva de la AALMAC y hace algunas semanas hizo una huelga de hambre en la Ciudad de México para exigir recursos para su comunidad. Era un médico muy querido y en su casa fungía una clínica para personas de escasos recursos.
Sería demasiado peligroso que el país se acostumbre al hecho de que las propias instituciones sean extorsionadas. Se supone que uno acude a la autoridad en caso de sufrir una amenaza. Pero ese principio se rompe cuando la autoridad no puede protegerse a sí misma.
El secretario de Gobernación dijo dos cosas al respecto (una de ellas cierta, la otra no). “No podemos cuidar a todos”, afirmó refiriéndose a los alcaldes amenazados. Duro, pero tiene razón. Pero no la tiene cuando dijo que el éxito en el combate al narcotráfico provocó que el crimen organizado se hubiese orientado a otro tipo de delitos. De hecho, es lo contrario: el fracaso en el combate al narco es lo que ha provocado la impunidad del delito prácticamente en cualquier actividad que emprenden los hampones.
Como sucede con todo cáncer severo, la enfermedad que nos aqueja no admite remedios simples. Calderón y ahora Peña Nieto han echado mano de lo más granado de sus recursos, incluyendo al ejército, que era una especie de “rómpase en caso de emergencia”. Pero la solución militar ha sido una quimioterapia con muy escaso resultado y enormes efectos secundarios.
Quizá ha llegado el momento de que el país en su conjunto, la sociedad toda, entienda que esto se ha convertido en la prioridad número uno. Así como se ha derrumbado el turismo en Acapulco o se han apropiado de la minería en Colima, muchas otras piezas del dominó que constituyen la cotidianidad de la vida que conocemos podría ir desapareciendo. Hasta que un día la fatalidad toque a nuestra puerta. Para que eso no suceda usted y yo tendríamos que hacer otra cosa que simplemente tocar madera.
Publicado en una quincena de diarios
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November 4, 2013
El particular, poder tras el trono
“Detrás de un gran hombre invariablemente se encuentra una gran mujer… sorprendida”. El remate tras los puntos suspensivos siempre me ha parecido imprescindible para la cursi e inexacta frase. Porque aceptémoslo, detrás de los hombres de poder normalmente encontramos a una mujer sombra que ha tragado durante años infamias e indignidades. A los héroes admirados, y a los autores de libros, mejor conocerlos por sus obras que por sus personas; como bien lo saben las parejas que viven con la cotidianidad del personaje cuando este no se encuentra desempañando tareas públicas de prócer o artista iluminado, según sea el caso.
Pero luego de reflexionar sobre la clase política he llegado a la conclusión de que otra frase es mucho más exacta. “Detrás de cada hombre de poder se encuentra… un canalla que funge como secretario particular.
Si me apuran diría que en México el poder político y económico es manejado por no más de cien personas: Veinte empresarios, otros tanto miembros del gabinete, gobernadores, coordinadores del poder legislativo y cabezas de organismos claves; son ellos los que toman de una manera u otra las decisiones que definen el rumbo del país (por lo menos las que quedan luego de que la globalización hace lo suyo).
Pero no son ellos quienes las ejercen, sino sus “particulares”. Estos personajes a la sombra, que rara vez aparecen en los diarios o en las cámaras, son quienes convierten en realidad los decisiones de los amos de México. Ellos operan el poder en el día a día, y en ocasiones durante las noches porque muchas veces lo hacen desde el lado oscuro de la escena pública. Y por desgracia, es en este lado opaco en donde transcurre buena parte de la vida real en materia económica y política.
“El Particular” de un hombre de poder es ese capaz de remover obstáculos insalvables para el resto de los mortales. Puede despertar a un gobernador en la madrugada, conseguir un pasaporte en domingo o firmar a Juan Gabriel para una fiesta del junior del patrón.
Se supone que constituyen una “extensión” de los deseos y la voluntad del Jefe, lo cual significa que funcionarios y otros directivos que están por encima del “Particular” en el organigrama, quedan en realidad subordinados a esta figura en muchas ocasiones.
Por lo general se trata de una personalidad poderosa y a la vez modesta; responsables de las mayores ignominias pero de mano exquisita cuando así se requiere. Impositivos o cautivadores; prepotentes o de servilismo abyecto; ángeles al rescate si el patrón desea ser magnánimo o verdugos sádicos si se pretende ofrecer un escarmiento. Invariablemente son leales, trabajadores infatigables, muy eficientes.
Por lo general, como escuderos que son, su carrera suele correr la misma suerte de aquellos a los que sirven. Emilio Gamboa Patrón es la gran excepción: secretario particular de Miguel de la Madrid cuando este fungió como secretario de Programación y Presupuesto con López Portillo; y continuó en ese puesto cuando su jefe llegó a Los Pinos. Desde entonces Gamboa no ha abandonado la cúpula del poder. Si hay una verdadera figura transexenal es esa: treinta años de historia pública lo confirman. Hoy coordina a los senadores priistas.
Desde luego ha sido un hombre visionario, por lo que menos en lo que respecta a su propia fortuna. Se afirma que cuando era particular de Miguel de la Madrid jugó un papel en la sucesión presidencial: agendaba visitas o llamadas de Carlos Salinas cuando el presidente estaba de buen humor, y de Silva Herzog cuando andaba de malas. Imposible saber si la conseja es verdadera. Lo cierto es que cuando Salinas llegó al poder convirtió a Gamboa en director del Infonavit, del IMSS, de Fonatur, de la Lotería Nacional y en Secretario de Comunicaciones.
Ser un “Particular” entraña esfuerzo y vocación. No cualquiera puede. La mejor prueba de lo anterior la ofreció Vicente Fox quien al asumir la presidencia se dio cuenta de que carecía del conocimiento de las correas de transmisión que verdaderamente operan el poder político en México. Lo resolvió contratando como secretario particular a Alfonso Durazo, quien lo había sido de Luis Donaldo Colosio. Sí, un priista. Pero el único que durante la mudanza panista a Los Pinos conocía el contacto con aduanas, se sabía los apodos de quienes manejan los sindicatos, los teléfonos de los líderes industriales o los gustos de los embajadores de las potencias.
Así es el poder por dentro. En la fachada de la escena pública se pierde de vista a esos fontaneros y electricistas que hacen que las cosas funcionen… a modo para los poderosos. Unos no se entienden sin los otros.
Nota: para los que tienen la novela Los Corruptores: a partir de la página 175 toda una construcción psicológica de Cristóbal Murillo, el “particular” que se hace cirugías para parecerse a su jefe.
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October 29, 2013
Entran al bar un francés, un inglés y un mexicano
Un alemán, un francés, un inglés y un mexicano comentan un cuadro de Adán y Eva en el Paraíso que cuelga atrás de un bartender solícito. El alemán dice:
-Miren qué perfección de cuerpos: ella esbelta y espigada; él con ese cuerpo atlético, los músculos perfilados… Deben ser alemanes.
Inmediatamente, el francés reacciona:
- No lo creo, es obvio el erotismo que se desprende de ambas figuras; ella tan femenina, él tan masculino. Saben que pronto llegará la tentación…Deben ser franceses.
Moviendo negativamente la cabeza el inglés comenta:
-Noten la serenidad de sus rostros, la delicadeza de la pose, la sobriedad del gesto. Sólo pueden ser ingleses.
Después de unos segundos de contemplación, el mexicano exclama:
-No estoy de acuerdo. Miren bien: no tienen ropa, no tienen zapatos, no tienen casa, sólo tienen una pinche manzana para comer, no protestan y todavía creen los muy pendejos que están en el Paraíso.
¡¡¡Esos güeyes a huevo que son mexicanos!!!
Es un chiste casi tan viejo como la fábula de Adán y Eva, y la primera vez que lo leí los mexicanos eran egipcios, pero igual podían haber sido del sur de África o de cualquier país latinoamericano. A la hora del recuento de tragedias el reparto es universal.
El tema me vino a la mente luego de leer lo que está sucediendo en Michoacán. Las noticias sobre el ataque orquestado contra las torres eléctricas me llegaron junto a un anuncio turístico que pregonaba “Michoacán, el alma de México”. Paradojas de los algoritmos de la blogosfera que ven en un atentado terrorista la posibilidad de promover viajes de placer a la Meseta Tarasca. O lo que es lo mismo, hambre y desnudez igual a paraíso.
Durante los años ochentas viví cinco años en esta hermosa región, cuando aún se podía pueblear y circular por caminos vecinales. Y en efecto, por historia y geografía Michoacán tiene algo que evoca el espíritu de México. Ninguna entidad posee la enorme variedad de nichos climáticos, desde los llanos pegados al Edomex hasta las playas casi inaccesibles del Pacífico, pasando por los lomeríos de la Ciénega de Chapala, los bosques altos de la Meseta, el infierno de Tierra Caliente, los valles dulces del Bajío.
Quizá por eso preocupa tanto lo que está sucediendo en Michoacán. Si de alguna forma constituye la esencia de la mexicanidad, pues estamos jodidos. El fracaso político, policiaco y militar podría ser el laboratorio de lo que suceda a nivel nacional. Me explico:
Uno podría suponer, y hasta entender aunque nunca justificar, que el narco se hiciera del control de zonas aisladas y muy poco comunicadas en la sierra de la costa como Aquila; o en la región de Tierra Caliente en la cuenca del Tepalcatepec, conocida por su fiereza y poblada con ex presidiarios a principios del siglo pasado. Durante centurias estas regiones han constituido un microcosmos per se gracias a su asilamiento. Lo que desalienta es la manera en que el crimen organizado ha ido tomando el control de otras regiones sin importar que se trate de contextos sociales muy diferentes. Desde poblaciones rancheras muy prósperas y perfectamente comunicadas en el Bajío hasta comunidades purépechas de la meseta que arrastran problemas ancestrales. Hoy el mapa “político” de Michoacán tendría que ser redibujado con caracteres propios de la serie televisiva Juego de Tronos: enormes territorios perdidos y pequeñas zonas liberadas, núcleos urbanos donde la gente vive más o menos atrincherada.
Desde hace tiempo los cárteles escalaron a un estadio superior en la entidad, tienen años aspirando a convertirse en un Estado paralelo: desde las pretensiones de La Familia de convertirse en una especie de Robin Hood capaz de ofrecer justicia allá donde el gobierno ha fallado, hasta el operativo para dejar sin luz a una porción importante de la población. Son actividades que trascendieron hace mucho el cultivo y trasiego de la drogas. Ya no se trata de bandas criminales que corrompen autoridades para que estas les dejen hacer sus negocios ilegales; ahora quieren convertirse ellas mismas en la autoridad.
Ahora su principal negocio es la piratería (controlan buena parte de lo que circula en el economía informal: vestido y calzado, películas, aparatos) y la extorsión en todas sus modalidades, secuestro incluido. Una especie de impuesto a todo lo que se mueve bajo su territorio. En muchos pueblos han sustituido a las oficinas municipales para recabar el pago del predial.
El problema de fondo es que tampoco podemos consolarnos creyendo que el caso de Michoacán es resultado del abandono o el descuido. Sobre este territorio fue aplicado uno tras otro los recursos legales e ilegales que el sistema podía ofrecer. En diciembre de 2006 fueron lanzaron miles de soldados a sierras y caminos michoacanos y con intermitencias se siguió haciendo durante el calderonismo. Con algunas variantes el operativo militar de gran escala se ha repetido en este primer año de gobierno peñanietista. La inteligencia castrense, la infiltración y el espionaje empleados tras el granadazo de la noche del Grito en 2008 no hicieron mella, pese a la sofisticada ayuda norteamericana. El crimen organizado ha resistido, e incluso crecido, pese a los esfuerzos de gobiernos federales panistas y priistas, y de gobiernos estatales perredistas y priistas. La alternancia política, los programas federales y las inversiones han servido poco o nada.
¿Cómo explicar este fracaso y hasta que punto es un anticipo de lo que podría generalizarse en el resto del país?
La respuesta requeriría de otro artículo, pero adelanto una hipótesis. En Michoacán simplemente se está rompiendo el tejido por lo más delgado. Una porción cada vez mayor de la sociedad y la economía mexicana se encuentra en la zona oculta y marginal. Economía informal, piratería, evasión, marginación de leyes y ausencia de estado de derecho. Buena parte del sistema sólo opera para la mitad de la población e incluso esa se encuentra en remisión. La zona sumergida, la mitad de la población que está en la pobreza, el 60% de la PEA que trabaja en la economía informal, el 92 % de los crímenes que no se denuncian, etc., conforman el México negro. Y en esta zona debajo de la superficie, la que se está comiendo al México emergido, es el crimen organizado el que tiene mayores posibilidades de convertirse en el verdadero Estado. Lo de Michoacán podría ser un anticipo.
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October 27, 2013
José no era gente
La noticia es brutal: José Sánchez, de 38 años, murió en Guaymas por desnutrición y desatendido luego de estar tirado durante cinco días afuera de un hospital del sistema público de Salud del estado de Sonora. En un video filmado horas antes de su muerte José describe de manera dramática que tiene tres semanas sin comer; sus brazos de delgadez cadavérica confirman lo que sus palabras, a ratos incoherentes, sólo permiten intuir.
José carecía de dinero o de las credenciales que lo acreditaran como miembro del servicio asistencial; requisitos indispensables para ser considerado un ser humano por doctores y directivos del hospital en cuestión. No se si las camas estaban todas ocupadas y los servicios de urgencia saturados. Pero el hecho de que alguien se muera de inanición afuera de un hospital tras cinco días de agonía me hace pensar que se trata más de un caso de deshumanización e indiferencia que de falta de recursos.
Puedo entender, aunque no justificar, que personas como José Sánchez no sean “gente” para el sistema de salud. Las instituciones cosifican a los seres humanos y los convierten en casos, estadísticas, objetos sometidos a normas. Lo que me cuesta trabajo tragar es la actitud de doctores, enfermeras y funcionarios que vieron una vida diluirse día tras días ante sus ojos y su indiferencia criminal.
Que José Sánchez no sea “gente” para el sistema de salud sonorense ya es lamentable. Pero que no sea “gente” para otras gentes revelan que algo anda mal en nuestro sistema de valores y en el diluido tejido social que construye nuestra convivencia.
Al respecto recuerdo un relato de la sierra potosina que me comentó una colega periodista. Por allá en los años veintes, en el marco de las revueltas postrevolucionarias cuando las distintas facciones disputaban el control de cada región, la población potosina pasaba las de Caín para transitar y no morir en el intento (más o menos como hoy en día por algunas zonas de Michoacán y Guerrero debido al crimen organizado). Sorprendida por un retén al caer la noche, una familia fue conminada a gritos a que se identificara: “¿Quién anda allí? ¿Son gente de Rojas o son gente de González?” Temerosos de las represalias que cualquiera de las dos opciones pudiera desencadenar, los vecinos respondieron de inmediato “No siñor, nosotros no somos gente”.
El video de José Sánchez me hizo recordar a esa familia potosina. Como ellos, José tampoco era “gente”. En sus palabras no hay ni siquiera indignación. Describe la negativa de los médicos para atenderlo casi como algo natural, sin agravios ni resentimiento aparente, como alguien que asume que no es “gente” porque nunca perteneció a los Rojas ni a los Gonzáles; porque nunca tuvo dinero ni credencial que lo acreditara; porque no fue tratado como si fuera gente por parte del personal hospitalario.
José describe, con voz dulce y sin inflexiones lastimeras, su debilidad extrema, su incapacidad para poder caminar. Venía de Chihuahua y había estado trabajando en la pisca de la sandía hasta que se lastimó la espalda. Explica que afuera del hospital simplemente le dijeron que se quitara la ropa para que se le refrescara. Murió deshidratado y desnutrido.
Tampoco es que se trate de linchar a médicos y enfermeras. Frente al escándalo que el video de José ha desatado en redes sociales, el director del hospital ha sido destituido y se ha ordenado una investigación. Con eso las autoridades cubren el expediente e intentan que el papeleo termine por sepultar el infame caso.
En realidad todos somos un poco responsables. ¿Qué habríamos hecho usted y yo si trabajásemos en ese hospital o si fuésemos vecinos y hubiésemos pasado cinco días seguidos frente al cuerpo de José tirado en el pavimento? ¿Cuántas veces hemos pasado de largo ante cuerpos de indigentes a los que no les damos más atención de la que prestaríamos a un tronco o, peor aún, los asumimos como un incidente desagradable en la escenografía de la calle? La etimología de indigente no procede de “indiferencia de la gente” pero bien podría hacerlo, porque casi se ha convertido en sinónimo.
El egoísmo deshumanizado en el que transcurre nuestras vidas se alimenta de muchas fuentes: el consumismo, el éxito como quintaesencia de la felicidad, la confusión entre ser y tener, el cinismo, el atrincheramiento en nuestros propios círculos y el desdén por todo lo que entrañe vida pública o comunidad. En suma, por la incapacidad de solidarizarnos o conmovernos por todo aquello que no sea nosotros mismos o aquello a los que consideramos “gente”. Al parecer, José no lo era. (liga al video: http://bit.ly/1aj44ix )
Publicado en una quincena de diarios
@jorgezepedap
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October 23, 2013
¿Más dañina la cocacola que la cocaína?
¿Qué es peor, la cocacola o la cocaína? Podría parecer una comparación absurda. Si de adicciones se trata, todos preferiríamos tener un pariente cocacolero y no un cocainómano. El primero se daña solamente el sistema digestivo y los dientes, al segundo se le funde el cerebro. En algunos casos es una gran pérdida.
Pero cuando hablamos de salud pública la cocacola terminaría siendo una substancia mucho más dañina. La estadística no engaña. La manera en que esta bebida ha penetrado en los hábitos de consumo de millones de mexicanos tiene un carácter poco menos que epidémico. En muchos pueblos y barrios del país es el líquido más socorrido que utiliza la gente para quitarse la sed.
México rebasó hace poco tiempo a Estados Unidos como el país con mayor proporción de habitantes con sobrepeso, lo cual no deja de ser paradójico si consideramos que todavía no dejamos atrás rezagos importantes en materia de hambre y desnutrición.
No toda la culpa la tiene el refresco de soda, por supuesto, pero es el principal aditivo que los mexicanos usan para libar el resto de la comida chatarra. Según datos proporcionados el pasado abril por la propia compañía, con sede en Atlanta, México no sólo es el país que con mayores índoles de consumo de cocacola, es también un líder absolutamente desproporcionado a escala mundial. El año pasado consumimos 745 botellas per cápita (de 355 mililitros); es decir alrededor de dos cocas diarias por persona. El país que sigue, Chile, consume “apenas” 486 botellas anuales por cabeza, es decir 56% menos que el primer lugar.
No es que quiera echarle a la cocacola la culpa de todos los males nacionales, derrotas de la selección incluidas, pero tendríamos que comenzar a reflexionar sobre los efectos que produce a largo plazo un consumo de azúcar y de cafeína tan considerable en el conjunto de la población. Consideremos que si ese es el promedio, eso significa que millones de mexicanos consumen entre tres y cuatro refrescos de cola por día, y cada día de sus vidas. Supongo que un pueblo encocalocado no es el mejor caldo de cultivo para generar atletas de alto rendimiento.
A razón de doce cucharadas de endulzante por botella, es cuestión de asumir lo que medio tarro de azúcar diaria producen en el cuerpo. No es casual que México sea uno de los países con mayor índice de enfermos de diabetes: se estima que diez millones de mexicanos la padecen, un sexto de la población adulta. Después de las enfermedades del corazón, y a veces superándola, la diabetes es la segunda causa de mortalidad en el país (datos publicados en The Economist: http://www.economist.com/blogs/americ...)
La diabetes mata 70 mil mexicanos anualmente; el crimen organizado necesitó de siete años para alcanzar la misma cifra. Lo cual nos regresa de nuevo a la comparación entre cocaína y cocacola. El común denominador, además de que ambos son productos nocivos para la sociedad, es que las dos apelan a las responsabilidades del Estado en materia de salud pública.
La reforma fiscal intenta tasar el consumo de los refrescos a razón de un peso por litro. Como sabemos, la industria refresquera ha puesto el grito en el cielo y asegura que se perderán 10 mil empleos por la probable disminución de la demanda. También perderán una proporción de las enormes ganancias con las que han operado en esta mina de oro que es la garganta insaciable de los mexicanos.
Me parece que es un lamento exagerado y una cifra desproporcionada. Pero incluso si así fuera, es un costo social menor que continuar en la situación en la que estamos. El año pasado el consumo aumentó 2% con respecto a 2011, una tendencia ascendente que parece interminable. La obesidad infantil es aun más preocupante que el de la población adulta. Por negligencia o ignorancia, las familias están en su derecho de comer hasta matarse, si así lo desean, pero el gobierno tiene una responsabilidad social para con las futuras generaciones.
En otro lugar expresé mis reservas sobre el contenido de la iniciativa de reforma fiscal que se encuentra en revisión en el poder legislativo. Sin embargo, creo que el tema de la comida chatarra y los refrescos es urgente y debe ser tratado como una tragedia en términos de salud pública. No es un mal camino introducir un desincentivo al consumo de algo tan perjudicial.
Pero sería lamentable que la política oficial al respecto se quede simplemente en una medida impositiva. Es deseable que los recursos adicionales obtenidos por este impuesto sean, en efecto, canalizados a promover una cultura dietética que ataque al problema de raíz: los malos hábitos alimenticios de la gran mayoría de los mexicanos.
¿Y la cocaína? Ese también es otro tema sobre el cual el Estado tendría que cambiar sus política públicas. Pero, como el cartón de Boligan lo ilustra muy bien, mucho más urgente es comenzar por el de la coca embotellada. ¿No cree usted?
Publicado en Sinembargo.mx
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October 20, 2013
Reforma Fiscal: todos pierden
¿Cómo es que algo sobre lo que había consenso entre la mayor parte de los actores económicos y sociales termina tan mal? La necesidad de una reforma fiscal era evidente para unos y para otros. Pero las reformas aprobadas esta semana dejan inconformes a los empresarios, exasperadas a las clases medias y molestos a los pobres; dejan al PRD hecho trizas y al PAN marginado. Se queja el empresariado nacional y extranjero, y en la frontera están hechos una furia. Pero sobre todo dejan mal parado al supuesto gran beneficiario: el gobierno de Peña Nieto. Y lo dejan mal parado porque la reforma fiscal le ayudará muy poco a sus finanzas y mucho al deterioro de su imagen.
Y es que los nuevos impuestos nos pegan a usted, a mí y al vecino de enfrente, sin aparente beneficio. Y peor aún, tiene tantos parches y recortes que el monto recaudado al final se quedará demasiado corto para hacer alguna diferencia sustancial para el gobierno. En suma, muchos costos políticos, pocos beneficios económicos.
Se salvó usted de pagar IVA en colegiaturas o en la compra y venta de inmuebles (que a mi juicio estaban incluidos en el proyecto de ley para quitarlos y ofrecerlos como moneda de negociación). Pero le aumentará el IVA en su consumo diario, el ISR si pertenece a la clase media, y muy probablemente disminuirán su fondo de ahorro y gastos para viáticos si usted es empleado.
El grueso de los nuevos impuestos recaerá en el consumidor final y en el trabajador, no en los grandes corporativos, pese a lo que se diga. ¿Qué ya no le permitirán al empresario deducir ciertas prestaciones a los empleados? Pues se acabaron esas prestaciones y/o se reducirán los empleos: no es el patrón el afectado sino el trabajador. ¿Qué se aplica un impuesto a la comida chatarra (definida de tal manera que sólo los espárragos se salvan)? Pues los corporativos simplemente se lo trasladarán al consumidor. Eso y el IVA a determinados alimentos afectarán inexorablemente la cuenta del súper.
Cobrar impuestos nunca es popular. Pero todos sabíamos que la recaudación fiscal en el país mostraba una situación insostenible: es muy baja, se presta a la evasión y está plagada de privilegios y exenciones arbitrarias. La caída de la renta petrolera está abriendo un hoyo en las finanzas públicas que en un futuro próximo podría paralizar a la administración pública.
Así que razones para el nuevo atole fiscal sobraban; el problema es que se les hizo engrudo en el proceso de cocinarlo. Lo que iba a ser una gran reforma fiscal quedó en una especie de miscelánea agrandada. Cuando no está claro para que sirve un aumento de impuestos el público termina asumiéndolo como una expoliación del dinero de la sociedad. Y tiene razón.
Si el 32% de lo que gano va a servir para pavimentar mi calle y mejorar la escuela de mis hijos, es probable que me parezca una contribución aceptable, aún cuando ello signifique abstenerme de comprar una mejor casa. Lo que resulta duro de tragar es que me quiten más dinero cuando me consta que lo que antes aportaba estaba siendo empleado de manera ineficiente y corrupta.
La reforma fiscal quiso venderse como un sistema redistributivo: quitar al rico para ofrecer al pobre. Pero por más que me digan que aumentará el gasto social, la presencia de Rosario Robles para operarlo, una mujer dedicada desde hace tiempo a la política electoral, me deja frío. O los reiterados casos de impunidad frente a la riqueza inexplicable y obscena de ex gobernadores y líderes sindicales premiados con curules y embajadas.
Peña Nieto tuvo diez meses para convencer a la opinión pública de que su gobierno había emprendido una cruzada histórica en contra de la corrupción y a favor de la rendición de cuentas. Habría sido un buen argumento para solicitar de la sociedad un esfuerzo adicional. Pero sólo han habido discursos: la aprehensión de Elba Esther Gordillo quedó reducida a una vendetta política, pues nunca tuvo la intención de iniciar la limpia de la podredumbre en la vida pública.
Difícil interpretar cuál será el impacto de los costos políticos y sociales de esta fallida reforma. El Pacto Político por México queda prendido de alfileres (PAN se opuso a la reforma) y los partidos de oposición salen débiles y divididos. Más grave aún, el malestar que provoca una exacción adicional sobre consumidores y contribuyentes cautivos, es una vuelta de tuerca más a la exasperación y molestia de amplios grupos sociales. Una piedrita más en el zapato cuyo efecto final resulta imposible de pronosticar. Y eso es lo más grave.
Publicado en una docena de diarios
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