Jorge Zepeda Patterson's Blog, page 29
January 16, 2014
Robin Hood con Kaláshnikov
Nos gustaría decir que una historia digna de Robin Hood se está desarrollando en suelo mexicano. Grupos de ciudadanos, hartos de la impunidad con la que operan los cárteles de la droga en sus tierras y poblados, han decidido emprender una lucha a muerte en defensa de sus bienes y sus familias.
Y en efecto, los llamados grupos de autodefensa de Tierra Caliente, Michoacán, formados por vecinos exasperados por la violencia y la expoliación de la que han sido víctimas durante diez años, tomaron sus armas largas, montaron en sus camionetas, y comenzaron a hacer una purga, pueblo tras pueblo, con el propósito de llegar hasta Apatzingán, la capital del temido cártel de Los Caballeros Templarios.
El resto de los mexicanos, incluyendo las autoridades, que habían hecho un buen trabajo haciéndose los distraídos durante los últimos años, han comenzado a preguntarse si lo que está sucediendo en Michoacán es una guerra civil. Y no estarían muy desencaminados. Los Templarios es un cártel local, que a su vez disputa el control de la región con lo que queda de La Familia Michoacana. Pero todos ellos, incluidos los grupos de autodefensa, están conformados por habitantes de la zona enfrentados unos con otros, al margen del Estado. Es decir, vecinos contra vecinos.
Michoacán representa la suma de todos los fracasos del Estado mexicano para enfrentar al crimen organizado. Se atribuye a los cárteles un ingreso anual que fluctúa entre 25.000 millones y 40.000 millones de dólares, dependiendo de la fuente. Cifras que superan la renta petrolera del país o los ingresos por concepto de turismo. Tales montos otorgan al crimen organizado una fuerza irresistible para corromper a los cuerpos policiacos y castrenses, al aparato de justicia, a las autoridades civiles. En la última década la impunidad alcanzada por los delincuentes les ha llevado a expandir sus actividades a muchos otros renglones: el secuestro, la extorsión generalizada a comercios y servicios, el control de la piratería, la extracción clandestina de ductos petroleros y un largo etcétera.
En diciembre de 2006, en su primera semana como presidente, un Felipe Calderón acosado por las impugnaciones de una victoria milimétrica y sospechosa sobre el candidato de la izquierda, decidió hacer del combate al Narco su estrategia de legitimación. Sin más preámbulos lanzó al ejército a las calles y asumió que en cuestión de meses el problema estaría resuelto. Setenta mil muertos y siete años más tarde, los cárteles son hoy más poderosos que nunca. Desde entonces el ejército ha ido de región en región dando palos de ciego, saliendo de un territorio pacificado para tener que regresar dos años después; cortando la cabeza de un cártel sólo para atestiguar el surgimiento de otras cuatro cabezas enfrentadas en los procesos sucesorios. El argumento calderonista de que la disputa entre los propios cárteles y las ejecuciones recíprocas terminaría por debilitarlos resultó fallido. Cientos de miles de jóvenes aspiran a engrosar las filas del Narco, un ejército industrial de reserva que ha probado ser inagotable.
La comentocracia de la capital del país (columnistas, conductores y tertulianos de radio y televisión) afirma que Michoacán constituye el primer síntoma de un Estado fallido. La ruptura del contrato social por la incapacidad de la autoridad para ejercer el monopolio de la violencia y garantizar la seguridad de los ciudadanos. Bajo tal premisa tendríamos que concluir que en Michoacán, o algunas de sus porciones, nunca se estableció cabalmente el Estado.
Michoacán es una abstracción como entidad política; un amplio territorio del centro occidente de México, formado por nichos ecológicos dispares e incomunicados entre sí, precariamente sujetos por el artificio de Morelia, una capital regional inventada. El Bajío michoacano, de valles extensos y planos de cultura ranchera y población mestiza y blanca, tiene poco que ver con la Meseta Tarasca, de bosque frío e integrada por comunidades purépechas. Y esta a su vez, es ajena a la Tierra Caliente con depresiones al nivel del mar y temperaturas emparentadas con el infierno.
Tierra Caliente, en particular, es digna de novelas de épica salvaje. Una zona inhóspita que corre a lo largo de la profunda depresión que forma el Río Balsas en la Sierra Madre Occidental y que disfrutó de su época de oro durante el auge del cultivo del algodón a principios del siglo XX. Poblados con nombres como Nueva Italia y Lombardía fueron producto de las tierras que el gobierno mexicano ofreció a migrantes de cualquier país dispuestos a asentarse en la zona. Al final, la colonización tuvo que completarse con prisioneros de las cárceles a cambio de su libertad.
Las guardias autoarmadas que ahora surgen simplemente hacen honor a la tradición local de saberse huérfanos de Estado, a la inclinación para hacerse justicia por mano propia y a la cultura wildwest de resolver por sí mismos sus cuitas.
Pero tampoco hay mucho idílico en estos Robin Hood con Kaláshnikovs. Los vecinos que combaten a los narcos portan chalecos antibalas y armas largas automáticas, y algunos se transportan en caravanas de camionetas flamantes. En algunos casos son los bravucones del pueblo autodesignados defensores de la comunidad, en otros casos líderes con verdadero arraigo. En más de uno hay la sospecha de que se trata de grupos armados por el cártel rival; en alguno otro proliferan cuadros políticos vinculados al PRI deseosos de blindar su territorio contra los avances de la izquierda de origen cardenista (Michoacán es el bastión del cardenismo histórico).
El pluralismo político de Michoacán ha contaminado de la peor manera las intervenciones federales sobre el territorio. Deseoso de conquistar a la entidad para el PAN y hacer de su hermana la siguiente gobernadora, el presidente Calderón socavó la gestión de los mandatarios de la entidad pertenecientes al PRD, de filiación de izquierda. Eso debilitó aun más las posibilidades de que el gobierno local tuviese mayor peso en el territorio. Al final, también en eso se equivocó Calderón: fue el PRI el que recuperó Michoacán en las elecciones de 2011.
Por su parte, el gobierno federal encabezado por Peña Nieto, que marcó el regreso del PRI luego de 12 años de gobiernos panistas de filiación conservadora, recurrió a la sencilla estrategia de ignorar el problema. Obsesionado por las reformas económicas que el país necesita, quitó de sus prioridades el combate al crimen organizado.
El escándalo nacional e internacional de los combates civiles en Tierra Caliente ha forzado a Peña Nieto a una intervención apresurada en los últimos días y seguramente en contra de su voluntad: las guardias autoarmadas habían logrado recuperar once municipios de manos del Narco. Algo que el Ejército nunca pudo hacer.
Este lunes el gobierno ordenó el desarme de las guardias y desplegó miles de soldados en la zona. Pero en el fondo enfrenta un problema sin solución. Todo indica que sin las guardias autoarmadas es incapaz de enfrentar a los cárteles locales, pero tampoco puede entregarse en los brazos de estos grupos paramilitares que al margen de la ley suplantan al Estado. En los últimos meses había tolerado, e incluso apoyado, a algunas guardias que le resultaban afines o que consideraba benignas; pero la atención de la prensa le obliga hoy a endurecer su posición.
Frente a la nueva disposición (detener y castigar a todo el que porte armas no autorizadas) el gobierno se encuentra ante escenarios deplorables. Iniciar una guerra en contra de ciudadanos que defienden a su comunidad y, en los casos en que lo logre, asumir que el narco recuperará las poblaciones liberadas . En el peor de estos escenarios los grupos desarmados pueden convertirse en las víctimas fáciles de la represalia de los cárteles.
En suma, el Estado está obligado a intervenir y, al mismo tiempo, su intervención tiene todos los visos de que provocará el empeoramiento del problema. Hay zonas de México en que un Estado fallido es mejor noticia que un Estado incapaz y entrometido. Esperemos que, contra toda probabilidad, Peña Nieto nos demuestre lo contrario.
Jorge Zepeda es periodista y escritor, su último libro el thriller político Los Corruptores (Planeta)
@jorgezepedap
Publicado en El País.com (http://internacional.elpais.com/inter...)
Comentario:
¿Estado fallido o Estado metiche e inepto?
¿Qué prefiere usted, un Estado fallido y ausente, o un Estado metiche e inepto? La pregunta se justifica por la intervención del gobierno Federal en Tierra Caliente para desactivar a las brigadas de autodefensa que ya habían logrado “liberar” a once municipios del control del crimen organizado.
Se necesita mucho valor o mucha irresponsabilidad para plantear lo que Osorio Ochón, secretario de Gobernación, esta semana: exigir a los grupos que enfrentaron a los Narcos que regresen a sus pueblos, depongan las armas y le dejen a la autoridad la tarea de defenderlos.
El problema para el gobierno es que la realidad no parece estar de su lado. No sé a ustedes, pero eso de que el ejército entre a Michoacán para someter a los cárteles de una vez por todas, me genera una poderosa sensación de déjà vu. Se anunció así varias veces durante el sexenio anterior, y lo volvimos a vivir en mayo, durante el gobierno de Peña Nieto. Cuando se echa mano en repetidas ocasiones de ese recurso extremo, el que lleva la etiqueta de “úsese en casos emergencia”, siempre con resultados infructuosos, resulta inevitable una sensación de incredulidad, por decir lo menos.
Algo nos dice que después de un tiempo el crimen organizado recuperará las plazas hoy perdidas y, en el peor de los casos, ejecutará a aquellos, ahora desarmados, que osaron desafiarlos.
Supongo que el gobierno no podía quedarse cruzado de brazos como era su propósito. Las brigadas de autodefensa han teniendo éxito allá donde el ejército había fracasado. Y para nadie es un secreto que desde hace meses la autoridad apoyaba a grupos que consideraba benignos o cercanos (el de José Manuel Mireles, por ejemplo). Pero la atención nacional e internacional les ha obligado intervenir: el gobierno mexicano no podía ser exhibido como un Estado fallido, aquél en el que los ciudadanos tienen que convertirse en su propio ejército por la incapacidad de la autoridad.
Asi que aquí estamos, en una intervención gubernamental apresurada, probablemente incluso contra su propia voluntad, en la que nadie cree y con tan pocas posibilidades de éxito.
Tampoco quiero idealizar la naturaleza de las guardias de autodefensa. Hay de chile, de mole y de dulce. Vecinos que portan armas automáticas y se ponen chalecos antibalas para patrullar en caravana con flamantes camionetas es algo que debe despertar sospechas. Algunas responderán a liderazgos genuinos, otras son presumiblemente apoyadas por cárteles rivales de los Caballeros Templarios.
En otras palabras, en algún momento el gobierno tenía que intervenir. Los grupos paramilitares que operan al margen de una estructura jurídica, tarde o temprano terminan siendo una carga para las comunidades de las emanan. ¿Quién los nombra? ¿Quién evita actos arbitrarios contra ciudadanos que se atreven a diferir? ¿Cómo evitar que terminen usurpando otras tareas de la autoridad?
Lo que me parece incorrecto es que la intervención del Estado sea más un producto de la presión de la opinión pública que de la convicción de tener soluciones capaces de resolver el problema. Más las ganas de dar un manotazo para argumentar el peso del Estado, que de resolver una situación por demás compleja.
El problema en Tierra Caliente es que tanto las brigadas de autodefensa como los narcos de integrantes de ambos cárteles son locales (Caballeros Templarios y Familia Michoacana). Los únicos foráneos son los soldados. Se trata de una batalla entre vecinos que puede derivar en una pequeña guerra civil regional. Pacificar desde afuera nunca ha sido fácil (toda proporción guardada, allí está la experiencia Afgana o Iraquí).
La verdadera solución pasa por fortalecer a las propias comunidades y a su capacidad de establecer un estado de derecho. El ejército podrá tomar estas comunidades y pacificarlas momentáneamente, pero volverán a sus viejas querellas en cuanto dejen de ser territorios ocupados.
En otras palabras, si detrás de la intervención del ejército no hay un verdadero esfuerzo de la sociedad mexicana para empoderar a las estructuras locales, fortalecer sus opciones económicas y hacer eficientes a los cuerpos policiacos y a la impartición de la justicia local, todo la operación está condenada al fracaso. En tal caso los michoacanos habrían preferido un Estado fallido a un Estado metiche e inepto. O, en otras palabras, no me ayudes compadre.
Nota al calce: No podemos confundir el caso de las guardias autodefensa en Tierra Caliente con las de la Meseta Tarasca. En esta última el sentido de identidad de la comunidades purépechas y su larga tradición de lucha otorga a las brigadas un carácter orgánico, en ocasiones incluso institucional, que no existe en la zona de Apatzingán.
Publicado en Sinembargo.mx
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January 12, 2014
Paramilitares en México
Nadie puede negarle a las comunidades el derecho a defenderse si el gobierno es incapaz de detener la expoliación sistemática de las mismas por parte del crimen organizado. Ningún individuo o grupo de individuos está obligado a ser víctima pasiva, una y otra vez, del secuestro, la extorsión o la violación de hijas y familiares.
Las brigadas de autodefensa que han surgido en diversas zonas, principalmente en Michoacán y Guerrero, no son una moda de temporada. Son el resultado de años de abuso y de la consiguiente exasperación contenida. Años de apelar a las autoridades locales y foráneas con el único resultado de constatar la impunidad que nace de la negligencia o de la corrupción.
Por lo mismo resulta difícil reprochar algo a las comunidades que han decidido generar brigadas de autodefensa para enfrentar al crimen organizado y al desorganizado. Y sin embargo, la historia muestra que es una vía anacrónica y que entraña peligros tan graves como los que intenta resolver. Constituye un salto atrás en el proceso civilizatorio; una solución que borra de cuajo siglos de consolidación de un régimen político y de un orden institucional.
Primero, porque ¿Quién regula la elección de estas brigadas al interior de las comunidades? ¿Son una expresión democrática o la imposición de los bravucones del pueblo? Y una vez organizadas, ¿Quién se asegura que no terminen abusando de su propia autoridad en detrimento de la comunidad o de sus miembros más débiles?
Segundo, ¿Cuando dejan de ser brigadas de autodefensa y cuando comienzan a ser brigadas de ofensa? Buena parte de las comunidades rurales en este país están inmersas en conflictos nuevos y viejos entre sí, por asuntos limítrofes o por el acceso a recursos como el bosque, el agua o las tierras para la agricultura y el pastoreo. Permitir el desarrollo de “ejércitos” en cada comunidad equivale a sembrar las bases de infinidad de guerras y convertir al territorio mexicano en un campo minado. En pequeña escala fue justo lo que sucedió en Chiapas cuando el gobierno (estatal y federal) propició que diversas comunidades contrarias al zapatismo se armaran con el propósito de contener al movimiento indígena. Varias de estas comunidades usaron las armas largas para cobrarse viejas rencillas con los pueblos o las etnias vecinos.
Tercero, una vez que una comunidad decide asumir por cuenta propia el tema de la seguridad pública, inicia de manera natural un camino creciente hacia la autonomía, por no hablar de un autismo local. Pronto asume que si ya está ejerciendo las tareas policiacas debe cubrir también las relacionadas con la justicia. Y si constituye sus propios tribunales capaces de impartir y ejecutar sentencias, ¿por qué debe pagar impuestos a las autoridades foráneas? ¿Por qué obedecer leyes que no son las propias? ¿Por qué no cobrar al que transite por la carretera que cruza su territorio?
Cuarto, la proliferación de fuerzas paramilitares constituye la coartada perfecta para que el crimen organizado se haga del control de comunidades a las cuales había expoliado desde afuera o sangrado en calidad de parásito. Nada impide que los capos apertrechen de armas largas y vehículos al matón del pueblo y a sus amigos, y este se erija en jefe de la defensa local. ¿Quién va a ser el guapo que le diga que no? En ese sentido, las brigadas de autodefensa pueden constituirse en la cara legitimadora de los cárteles en contra de otros cárteles y el gobierno mismo.
En suma, los daños que entraña el recurso de protegerse por mano propia son infinitamente mayores que el perjuicio que intenta combatir. La violencia generalizada que ha estallado en los últimos días en algunas ciudades de Michoacán es apenas el inicio de esa debacle.
Insisto, no se puede recriminar a las comunidades, desesperadas como están, por la violencia crónica. Pero sí se debe recriminar al Estado. Las autoridades no pueden recurrir, como lo están haciendo, a tratar de distinguir entre brigadas “buenas y malas”. Es un camino subjetivo, falible y sujeto a la corrupción. En el peor de los casos pueden reclutar tales brigadas para reconstruir cuerpos policiacos locales, pero la noción de brigadas de autodefensa es inadmisible.
Como también es inadmisible la abdicación del gobierno de su papel de garante de la seguridad pública. Casi siempre lo ha hecho mal, pero nunca había renunciado a intentarlo. Algo debe hacer el gobierno y debe hacerlo ya. No se trata sólo de estar perdiendo una batalla en contra del crimen organizado. De lo que se trata es que se está disolviendo el contrato fundamental entre sociedad y Estado, eso que convierte al territorio en un tejido social e institucional, y no en una sucesión de feudos salvajes sujetos a la ley del más fuerte.
Publicado en una quincena de diarios.
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January 5, 2014
La derrota de la calle
El primer año de gobierno deja al Presidente con algunas lecciones aprendidas. Me temo que algunas de ellas no son favorables para el desarrollo de instituciones y prácticas que favorezcan la vida democrática. ¿Qué aprendió Peña Nieto en estos primeros trece meses?
Aprendió que la calle ladra pero no muerde. El mandatario de los últimos meses contrasta notablemente con el presidente electo que los meses previos a su toma de posesión anunciaba medidas democráticas para apaciguar a los críticos (#Yosoy132, entre otros). Apenas diez días después de su triunfo en las urnas anunció, entre otros propósitos: Crear una Comisión Nacional Anticorrupción; ampliar facultades del IFAI para transparentar la información de estados y municipios; crear una instancia ciudadana para supervisar contratación de publicidad oficial; acelerar reformas económicas para mejoría del bienestar de la mayoría. Eran momentos de preocupación porque el porcentaje con el que había ganado resultó menor al esperado y aún no se apaciguaban los escándalos de Monex y otros excesos de campaña.
Trece meses después sólo las reformas económicas han prosperado y muchos cuestionarían que sirvan al bienestar de la mayoría. El resto de la agenda, como dirían los tapatíos, “ya no se ocupa”. Al final, el #132 se diluyó, aprendió que la crítica en las redes se apaga pronto y que las marchas de protesta se desinflaron. Hay un gran trecho entre el Peña Nieto que anunció su reforma petrolera mencionando a Lázaro Cárdenas más de una docena de veces para tranquilizar a la izquierda, con ese otro Peña Nieto que presume este diciembre una ley que permite romper tabúes del pasado.
La principal lección que recoge Peña Nieto de su primer año de gestión es que no necesita a la izquierda, ni desgastarse en largas negociaciones o en sacrificadas concesiones. Después de diez meses de intentar sacar sus reformas por acuerdos unánimes con PRD y PAN, terminó por convencerse de que los azules constituyen un aliado más cómodo y seguro. En lugar de hacer concesiones a uno y otro bando para terminar con leyes llenas de parches, ahora sabe que basta con hacer algunos guiños a la derecha para concretar sus iniciativas constitucionales. Para las restantes ni siquiera necesita al PAN, le bastan sus satélites para alcanzar el 50% más uno que requiere en la Cámara.
El Presidente arrancó el sexenio convencido de que el Pacto por México y la firma del PRD en sus proyectos de reforma eran necesarias para evitar ser rebasado por la calle. Había el temor fundado de que las nuevas leyes, sobre todo la fiscal y la energética, podrían provocar inestabilidad y malestar popular. Pero no fue así: las divisiones de la izquierda, la declinación de la popularidad de López Obrador o el cansancio y la desarticulación de la sociedad no dieron para más.
Este año Peña Nieto también aprendió que la opinión pública mundial está dominada por los intereses del mercado, no por Amnistía Internacional. Bastó que se anunciara la reforma energética que permitirá la participación de capitales foráneos en la explotación petrolera, para que el mandatario mexicano sea aplaudido en las metrópolis como un jefe de estado con dimensiones históricas. Poco importó que la desigualdad social haya seguido creciendo durante su gestión, que la inseguridad pública mantenga las cotas salvajes del pasado o que la corrupción no haya cedido un ápice.
Aprendió que la manipulación de las élites sindicales es más rentable que la introducción de reformas encaminadas a transparentar la vida laboral en el país. El encarcelamiento de Elba Esther Gordillo no es una limpia sino un golpe de estado al interior de la organización gremial del magisterio gracias al cohecho de los líderes que sustituyeron a la Maestra. En otras palabras, la remoción de Elba no favoreció a las bases, sino a las cúpulas que ascendieron a su puesto. La misma lección puede desprenderse en Pemex: las reforma energética no supuso una negociación con los trabajadores sino con la camarilla corrupta que encabeza Romero Deschamps para neutralizar a estos trabajadores.
En suma, Peña Nieto inicia el 2014 con un talante mucho menos inclinado a la negociación y más a la ejecución expedita. No me refiero a sus convicciones personales, ni a su vocación democrática cualquiera que ella sea. Hablo de la correlación de fuerzas: una oposición dividida y el fracaso de la calle para influir en la cosa pública, le dejan con la peligrosa percepción de que los consensos no son necesarios, después de todo. Es una buena noticia para la operación política; pero una mala para el proceso democrático.
Publicado en una quincena de diarios
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December 18, 2013
Peña Nieto: ¿oficio o maña?
A los políticos, como a los autores de lo libros o a los artistas, no hay que evaluarlos por su persona sino por sus resultados. Hay funcionarios cálidos y simpáticos cuyas gestiones resultan un desastre; y viceversa, libros maravillosos que se nos caen de las manos cuando conocemos al autor, quien resulta un verdadero hígado.
El primer año del regreso del PRI no puede ser evaluado a partir de las virtudes y defectos de Peña Nieto, sino de los logros y limitaciones que arroja el ejercicio de su gobierno. Que López Portillo haya sido culto, que Carlos Salinas tuviese un IQ notable o que Vicente Fox se mostrara campechano y ajeno al protocolo no fue mella para que sus gobiernos resultaran una calamidad.
Por lo mismo, interesa menos que el esposo de La Gaviota no recuerde tres libros leídos o que tenga una personalidad de rock star wanabe. Lo que importa es el balance de su gestión y la manera en que eso impacta en la vida de los mexicanos.
De entrada habría que reconocer que en un año Peña Nieto ha generado más cambios estructurales que los panistas en dos sexenios. Todas las reformas aprobadas o en proceso se quedan cortas en mayor o menor medida con respecto a la urgente necesidad de modificar las estructuras anquilosadas. Pero eso no quita que representen una buena sacudida al entramado institucional.
Reforma educativa, reforma fiscal, reforma política (en proceso), reforma energética, reforma a telecomunicaciones (en proceso). Casi todas ellas están por aterrizar en leyes secundarias, pero en términos políticos Peña Nieto ya hizo lo más difícil: conseguir la aprobación por mayoría constitucional (dos tercios de la votación en las cámaras). Lo que sigue, el detalle de esas leyes, que es donde verdaderamente se definen sus alcances, está bajo su control porque sólo requieren el 50% más uno de los votos legislativos. Algo que el PRI y sus satélites (PVEM y PANAL) están en condiciones de ofrecerle a su presidente. En otras palabras, ahora que Los Pinos no necesita tan estrechamente del PAN y el PRD comenzará a gobernar con mayor margen de operación.
Nada mal para un primer año. Recordemos que la falta de esa mayoría constitucional fue lo que paralizó a Fox y a Calderón durante los doce años que fueron rehenes de la partidocracia en el Congreso. Eso, me parece, es el mayor mérito político, independientemente de que muchos estemos en desacuerdo con el contenido concreto de algunas de estas reformas.
Del otro lado, las dos principales abolladuras en lo que pretendía ser un flamante primer año del regreso priista al poder, son el comportamiento de la economía y el estado calamitoso de la inseguridad pública. La caída del PIB a un mediocre 1.3% en 2013 (contra casi 4% anual en los dos últimos ejercicios de Felipe Calderón) convirtió al mexican moment en una película de slow motion. Para la vida diaria de los mexicanos la atonía económica tiene mucho más impacto que saber por los periódicos que algunos obstáculos estructurales se han están destrabando en el Congreso gracias a la aprobación de las reformas.
El problema de la violencia es tan desastroso o más que el económico. El número de muertos vinculados al crimen organizado es similar o mayor que durante el calderonismo y delitos como la extorsión y el secuestro han aumentado. Peor aún, el Estado sigue perdiendo el control de regiones enteras frente a los cárteles, al grado de que los grupos autoarmados se están generalizando en esas zonas.
El gobierno de Peña Nieto intenta vender la noción de que las reformas habrán de mejorar la economía; quizá, aunque eso está por verse. Sin embargo no hay nada claro con respecto al segundo de los problemas. Todo indica que México seguirá despeñándose por ese desfiladero.
El supuesto oficio político que traería el PRI con su regreso al poder sólo se ha cumplido parcialmente. Las reformas son un argumento a favor de esa tesis, pero la parálisis del gasto público que se experimentó en 2013 y la incapacidad para activar la economía revelan que una buena parte del PRI tiene que ver más con las malas mañas que con el buen oficio. La presencia de personajes como Rosario Robles o el regreso de los impresentables ex gobernadores Ulises Ruiz y Mario Marín (Oaxaca y Puebla, respectivamente) revelan que muchos priistas siguen creyendo que las dos cosas -mañas y oficio- son lo mismo.
El balance del primer año de Peña Nieto es justamente eso. Una mezcla de buenos y malos oficios. Una combinación incierta del PRI de viejo cuño y de operadores profesionales modernizadores a favor de las necesidades del mercado. Demasiados claroscuros para ser concluyente. Lo que no se advierte, aún, es donde cabe el México de los pobres en la gestión peñanietista. Gran ausente del primer año.
@jorgezepedap
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December 15, 2013
EPN: contra poderes fácticos
El PAN no gobierna hoy porque Fox y Calderón fueron víctima de la parálisis frente a los poderes fácticos. Más allá de sus errores o su escasa visión de Estado, los gobiernos de la alternancia carecieron del margen de maniobra que les permitiera enrumbar a la sociedad mexicana por vías de mayor crecimiento y eficiencia. Ambos habitaron en los estrechos confines a los que les condenó la expansión que experimentaron los poderes fácticos ante la caída del viejo régimen presidencialista: monopolios empresariales, sindicatos, gobernadores, crimen organizado, partidocracia, etc. Los Pinos de Fox y de Calderón se estrellaron contra los privilegios y rigideces de ese campo minado que hoy en día son los poderes reales de este país.
Peña Nieto sabe que si no gana terreno frente a esos protagonistas su gobierno está condenado también a nadar de muertito. Por eso es que hoy libra una batalla soterrada y opaca pero decisiva en varios frentes. Su éxito o fracaso dependerá en buena medida de su capacidad para ampliar el margen de maniobra político ante el resto de los poderes fácticos de este país. Esto no quiere decir que vaya a emprender una batalla frontal en contra de esos otros polos de poder; la fracción política a la que pertenece el Presidente, y el PRI mismo, tienen muchos vasos comunicantes con ese tejido de intereses. El arribo al poder del propio Peña Nieto es en gran medida resultado de una alianza con sectores empresariales, medios de comunicación, gobernadores y sindicatos que lo consideran uno de los suyos. Lo que intenta el Ejecutivo es ampliar su perímetro de acción, de la misma manera que un comensal agita sus caderas en una banca apretada para ganar algunos centímetros o el que despega los codos del cuerpo en el Metro para aliviar la presión de la multitud.
El encarcelamiento de Elba Esther Gordillo y la apertura de Pemex le dan al Presidente un poder de negociación significativa frente a dos poderosos sindicatos que venían operando casi de manera autónoma. El SNTE ha vuelto al redil y el gremio petrolero queda tocado frente a la pérdida del monopolio de la explotación de hidrocarburos que sufrirá la paraestatal. De entrada, el sindicato pierde su posición en el Consejo de Administración de Pemex, desde donde neutralizaba todos los intentos del gobierno para acotar los privilegios y la ineficiencia sindical. El deseo de regresar al país que tiene Napoleón Gómez Urrutia, líder de los trabajares mineros, actualmente exiliado en Canadá, le ofrece a Peña Nieto una carta de negociación para subordinar a otro de los grandes sindicatos. En ese terreno, pues, el Ejecutivo ha ganado terreno.
Mucho más difícil es el tema de los monopolios. La reforma hacendaria y la reforma de telecomunicaciones le han dado herramientas para acotar el inmenso poder de estos gigantes, y no obstante resultan un hueso muy duro de roer. La batalla por las leyes secundarias no será sencilla y es muy probable que buena parte del alcance de las reformas sea neutralizado en la práctica. La influencia de los medios de comunicación en la opinión pública, la fuerza de la telebancada en el Congreso y el peso de la cúpula empresarial en la actividad económica lo convierten en un rival formidable. Con todo, Peña Nieto ha logrado despegarse algunos centímetros de la égida de Televisa, con quien se le identificaba en demasía luego de la campaña que lo llevó a la silla presidencial.
Con los gobernadores tampoco lo tiene fácil. Él llegó al poder en virtud de una alianza entre mandatarios estatales, gracias a los cuales pudo imponerse a la cúpula del PRI nacional (Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes, entre otros). Pero ahora necesita restablecer la supremacía de la presidencia sobre el fragmentado territorio en manos de estos señores feudales. La impunidad flagrante, el déficit de las finanzas publicas y la ineficiencia en la que incurren los virreyes atenta contra todo intento de racionalizar la administración pública. Iniciativas como el Instituto Nacional Electoral y la intención de fiscalizar los recursos estatales por distintas vías, constituyen pasos titubeantes en esa dirección, pese a la oposición de los mandatarios.
En conjunto, Peña Nieto ha logrado recorrer algunos centímetros su ámbito de operación frente al resto de los actores. Muy lejos aún de poder restablecer botones y palancas para conducir la nave a mayor velocidad sin poner en riesgo la estabilidad. Algunos poderes comienzan a aceptar la llegada del nuevo árbitro; otros (el crimen organizado por ejemplo) están muy lejos de admitir alguna limitación a sus privilegios y a su área de influencia. La batalla será larga y de resultado incierto. Pero en ella se juega Peña Nieto el éxito o el fracaso de su gestión.
Publicado en una quincena de diarios
@jorgezepedap
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December 11, 2013
Una dolorosa lección
Al final la mancuerna PAN y PRI pudo despacharse con la cuchara grande al disponer por sí sola de los términos en que se aprobó la reforma energética. Con este episodio la derecha y el centro han podido comprobar que pueden gobernar juntos sin necesidad de incorporar los puntos de vista de la izquierda. Una mala señal para lo que resta del sexenio.
Peña Nieto tenía claro desde el principio que le bastaba con alguna de las dos fuerzas para lograr la mayoría constitucional que requieren sus reformas. Pero el presidente se había empeñado en conseguir la anuencia de todo el espectro político legislativo (PRI, PAN PRD y morralla), aunque eso implicara incorporar puntos de vista de unos y otros en las iniciativas votadas. Así fue con la reforma educativa, por ejemplo. Pero así no fue con la reforma energética.
Como sabemos, el PRD se encontró entre la espada y la pared, y prefirió abandonar el Pacto antes que avalar una reforma que ponía en riesgo el control paraestatal de la explotación del petróleo. Pero en el proceso perdió capacidad para influir en los términos finales en los que quedó definido el futuro de los energéticos en México, lo cual no es poca cosa. Dicho en plata pura, al salirse del Pacto, la reforma resultó varias vueltas de tuerca más a la derecha de lo que habría sucedido si el PRD se queda a negociar su voto.
Se me dirá que es un asunto de ética o de principios: abrir la explotación de Pemex a la iniciativa privada nacional y extranjera era un asunto intransitable para una izquierda que ha hecho de la expropiación petrolera uno de sus símbolos fundantes. Y no es nada casual que la figura clave en la fundación de PRD sea Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del icono histórico de el 18 de marzo, Lázaro Cárdenas.
Sin embargo, más que de ética el asunto fue de correlación de fuerzas. Los Chuchos, fracción dominante en el partido, resistió hasta donde pudo la mantención del Pacto para estar en condiciones de influir, pero la presión de “la calle” le resultó excesiva. Los dirigentes, encabezados por Jesús Zambrano, consideraron que dejar la bandera de la defensa del petróleo a MORENA y a López Obrador sería suicida políticamente. El propio Cuauhtémoc se había inclinado ostensiblemente ante el clamor de la calle (igual que Marcelo Ebrard). La cúpula del PRD corría el riesgo de quedarse peligrosamente aislada. Es en ese contexto creyó necesario renunciar a la negociación legislativa.
No obstante sigo pensando que la izquierda en su conjunto salió perdiendo. Participar en el proceso legislativo para matizar las iniciativas del ejecutivo no puede ser visto como una traición. En realidad es un mandato ético y democrático. La representación que tiene el PRD en las cámaras es producto del votante que puso allí a diputados y senadores de izquierda para influir en las leyes que nos habrán de regir a todos. Renunciar a ello equivale a traicionar ese mandato, pues abdica de esa facultad y la deja en manos exclusivas del centro y de la derecha.
El problema con nuestra izquierda es su acentuado canibalismo. Cada una de las fracciones está más obsesionada en los juegos de poder interno, que en el conjunto del tablero político. La izquierda radical y la izquierda parlamentaria tendrían que operar como pinzas a favor de una agenda que privilegie la igualdad, la justicia, los derechos humanos. Pero en lugar de ello, se estorban mutuamente.
El trabajo parlamentario es tan importante como el de la presión de la calle. De hecho se complementa. Las marchas y presiones de la izquierda radical le ofrecen a las posiciones moderadas un enorme margen para negociar frente al ejecutivo. Entre más sólida sea la respuesta de la calle más las posibilidades de influir en la agenda legislativa; y viceversa, la protección de las marchas y una política de respeto a los derechos humanos (vital para el ejercicio de la protesta) necesita ser defendida desde adentro del poder, para disuadir cualquier estrategia represiva. Es decir, la robustez del ala radical favorece a la moderada y viceversa.
De allí que un trabajo de pinzas desde ambos frentes es la mejor estrategia para impulsar una agenda favorable a los grupos desprotegidos. Por desgracia la intransigencia de cada una de las fracciones para aceptar los matices que caracterizan a la otra (radical vs moderados) termina por debilitar a ambos.
La ley energética es el mejor ejemplo de lo anterior. Ambas fracciones perdieron y con ello todos los mexicanos.
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December 8, 2013
Mandela y Fox
La muerte de Nelson Mandela es un buen recordatorio del hecho de que la historia también está hecha de pequeños o grandes actos heroicos de personas concretas y no sólo de tendencias estructurales, determinaciones económicas e idiosincrasias culturales.
La historia de Sudáfrica habría resultado distinta, sin duda, si la voluntad de Nelson Mandela hubiera flaqueado en los 27 años que estuvo en prisión. Rechazó una y otra vez las promesas de liberación a cambio de aceptar su culpa por delitos políticos de los que él moralmente se sentía inocente. Cuando salió de la cárcel su imagen pública era de tal magnitud que cambió la historia de su país. Al momento de su muerte Mandela era la persona más amada y respetada universalmente.
La comparación con Vicente Fox y Nelson Mandela que anticipa el título de esta columna es evidentemente desproporcionada. Como Brasil y México en futbol, que corresponden a un combo diferente. Pero hay algo que lleva a una comparación inevitable: ambos fueron la figura central en “la primavera democrática” por la que transitaron sus respectivos países.
Una de las tragedias de la historia de México es que la caída del viejo régimen en el año 2000, luego de 70 años de preeminencia priista, es que -en lugar de Václav Havel o Nelson Mandela- nos tocó Fox. En ese momento frágil en que la historia es de plastilina y por breves momentos los procesos estructurales admiten la intervención de la fiabilidad humana, justo en ese momento, no nos tocó Lázaro Cárdenas o un Gómez Morín, vamos, ni siquiera un Reyes Heroles. No, justo en ese momento la historia nos jugó una mala pasada y puso en el centro del escenario un personaje caricaturesco como Fox.
Este viernes en la FIL de Guadalajara, en un homenaje en honor a Jorge Ibargüengoitia, Juan Villoro comentó que la vigencia del mordaz escritor se mantenía incólume a treinta años de su muerte. Y no podía ser de otra manera, dijo Villoro: el propio Fox, también guanajuatense, parecía producto caricaturizado de alguna de las novelas de Ibargüengoitia. Sólo un personaje de “Los Relámpagos de Agosto” podría haber sido capaz de emitir frases como “comes y te vas” o “las mujeres, esas lavadoras con patas”.
Desde luego que el fracaso de la alternancia no puede ser exclusivamente atribuido a Fox. Pero sí es cierto que los dos primeros años luego de su triunfo, el país perdió la oportunidad histórica para aprovechar el impulso de renovación que de alguna forma recorría el ambiente político. En la opinión pública había la sensación de que, en efecto, estábamos viviendo un tiempo extraordinario: el poder de nuestro voto, contra toda probabilidad, había sacado por fin al PRI de Los Pinos, ¡y sin violencia alguna! Nos sentíamos aspirantes a país de primer mundo, y se hablaba incluso de que el PRI quedaría desmantelado y con alta probabilidad de desaparecer con los estertores del viejo régimen.
Incluso aquellos que no habían votado por el panista abrigaron la sensación de que el país vivía un momento histórico. Mandela en Sudáfrica y Václav Havel en Checoslovaquia aprovecharon la energía inaugural que los instaló en el poder para impulsar modificaciones estructurales a contra pelo de las inercias del sistema.
Fox careció de toda perspectiva histórica en ese sentido. Aunque tenía un patrimonio político enorme, nacional e internacional, gracias a haber sido la figura que venció al poder monolítico del PRI, nunca quiso ponerlo en riesgo. Vivía obsesionado por las encuestas (él inauguró la costumbre de hacer un sondeo diario) y prefirió acomodarse al status quo en lugar de desafiarlo. Confundió la presencia en los medios con liderazgo. Creyó que su aversión a la pompa oficialista equivalía a una democratización del poder. Ciertamente su actitud ayudó a desmantelar a la institución presidencial, pero sin que eso significara un traslado a de ese poder a un tejido de instituciones democráticas. El vacío al que condenó a la vida política fue llenado de inmediato por los poderes fácticos que adquirieron una fuerza mayor a la que ya tenían (monopolios, grandes empresarios, líderes sindicales, gobernadores). En cierta forma resultó un salto hacia atrás.
Mandela y Fox. Por distintas razones las primaveras democráticas que encabezaron estas figuras políticas duraron un suspiro, pero la de Sudáfrica terminó cambiando la vida de aquél país; mientras que la nuestra culminó reinstalando al PRI doce años después.
Para desgracia de México, la oportunidad histórica para dar el giro democrático, coincidió con la preeminencia de un personaje tragicómico: el vaquero bigotón de las ocurrencias patéticas.
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December 4, 2013
Tú, el Cadillac y la Boquitas
Cientos de miles de personas leyeron entre este lunes y martes dos reportajes de Sinembargo.mx que se convirtieron en piezas virales en las redes. En el primero Sanjuana Martínez desnuda los testimonios de las mujeres convertidas en esclavas sexuales en el antro el Cadillac; en el segundo, Humberto Padgget recupera la historia de una niña de 12 años transformada en la Boquitas por sus explotadores.
En ambos casos hay un monstruo capaz de cometer bajezas de crueldad inconcebible. En El Cadillac, según testimonio de las víctimas, Alejandro Iglesias Rebollo, dueño del lugar y antes del Lobohombo, ordenó destazar a una prostituta enfrente de sus compañeras simplemente por haber intercedido por un cliente que no tenía para pagar la cuenta. En el caso de la Boquitas, la víctima es sometida a incontables infamias y torturas regulares, entre otras la quemadura de los genitales con una plancha hirviendo por parte de Gerardo Altamirano, su proxeneta.
Los dos textos pueden ser leídos como un descenso a los infiernos; un vistazo al inframundo de ese otro país que nos afanamos en creer que no es el nuestro. El México salvaje y brutal del tren la Bestia en la que se viola y asesina regularmente a los centroamericanos, el de las cárceles abarrotadas donde seres humanos se denigran día a día en situaciones límite, el de campamentos de la sierra en los que campesinos y migrantes son utilizados como esclavos por los cárteles de la droga.
Parecería un mundo paralelo y ajeno a ese que nosotros habitamos, imperfecto e injusto, pero normalizado por la vida cotidiana. Y en efecto, poca responsabilidad tenemos en las atrocidades cometidas por los Zetas o en las vidas trituradas en una prisión federal.
Pero cuando me pongo a pensar en las decenas de cuerpos que todos los días pasaban encima de La Boquitas a sus trece o catorce años, ya no estoy tan seguro que podamos sacudirnos esa infamia mediante el simple expediente de atribuirlo al subsuelo siniestro en el que los monstruos viven.
El Cadillac existe y las Boquitas son “producidas” porque todas las noches hay miles de mexicanos que lo demandan. Vecinos de usted y míos que no viven en el subsuelo sino en la oficina a la que acudimos y se sientan a la mesa familiar en la que nos sentamos los domingos.
No son Alejandro Iglesias o Gerardo Altamirano la causa de estas atrocidades, de la misma manera que una Kalashnikov no puede ser responsabilizada por los cadáveres que provoca. Proxenetas y explotadores deben ser castigados por la ley, mucho más cuando se trata de engendros como los dos terribles victimarios arriba descritos. Pero no nos engañemos, desaparecido cualquiera de ellos otros tomarán su lugar de manera inmediata. Rescatar a la Boquitas del infierno es una buena noticia; aunque debemos asumir que otra niña va a ocupar su puesto. ¿Por qué? Porque los cuerpos que buscaban a la Boquitas seguirán haciéndolo. Es terrible pero es así: su vecino, su pariente, usted mismo quizá; personas sin ninguna relación con el crimen organizado o desorganizado, pero razón última de su existencia.
Vivir en una sociedad de mercado significa que toda demanda genera una oferta. La oferta es el vehículo, la demanda es el motor. La oferta (prostitutas) procede del inframundo, la demanda (sexoservicios), de la comunidad en la que vivimos. La oferta la ponen monstruos como Iglesias y Altamirano; la demanda la ponemos nosotros. Es decir, personas normales, ciudadanos, padres de familia, jóvenes prometedores; todos los cuales podemos indignarnos al leer un reportaje como el anterior.
No pretendo ponerme moralino con el tema de la prostitución. Las pulsiones para acudir a una profesional del sexo son muchas. Las autojustificaciones son tan viejas como la profesión. “Hombres son hombres”, “la prostitución evita las violaciones entre la población”, “la mujer es dueña de su cuerpo y puede convertirlo en su fuente de ingreso”, “siempre las trato con amabilidad”, “no soy regular, solo ocasional”, “siempre ha existido y lo seguirá haciendo”, etc.
El que acude a la prostitución puede usar la justificación que quiera. Allá él. Lo que no puede hacer es leer cualquiera de los dos reportajes anteriores y creer que su decisión está desvinculada de los fenómenos que acaban de indignarle. ¿No cree usted?
Ligas a los dos reportajes mencionados. Cadillac y Boquitas
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December 1, 2013
Este pacto no es con Dios
Para un tango se necesitan dos (takes two to tango, dice el refrán), para un pacto se requieren tres. La salida del PRD del cacareado Pacto por México firmado al inicio del gobierno de Peña Nieto hace añicos la posibilidad de una base de entendimiento permanente entre la derecha, el centro y la izquierda en nuestro país.
El pacto era imperfecto y tenía carencias evidentes. Primero, porque PRI, PAN y PRD difícilmente pueden acreditarse como legítimos representantes del centro, la izquierda o la derecha, respectivamente. El PRI es del centro simplemente porque no es de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario; o sea, es lo que haga falta. El PRD es de izquierdas aunque la mayor parte de la gente de izquierda no lo sienta suyo; y el PAN tiene tantas derechas que ya no sabe bien a bien qué representa.
Por lo demás, resulta evidente que el Pacto era más una foto de cúpulas que un encuentro de tres fuerzas políticas y sociales. Tenía que ver mucho más con los intereses políticos de Peña Nieto, Los Chuchos y Madero, respectivos líderes, deseosos de impulsar sus agendas personales. Tanto es así, que la firma del Pacto provocó retortijones en los cuadros medios y la base del PRD y PAN. En el primero dio el pretexto al lopezobradorismo para escindirse y en el segundo generó una rebelión que todavía no termina en contra de Madero.
Con todo, la idea del Pacto no era deleznable. Por precaria que sea la representación real de la sociedad mexicana en los tres partidos, son los institutos que dominan la política formal y jurídica; es decir, son los poderes formales. Los únicos que pueden introducir cambios de fondo en el entramado institucional. El hecho de que pudieran construir consensos de largo plazo sobre una base permanente de diálogo, era una buena noticia para un sistema político paralizado por el jaloneos de los protagonistas.
La mera foto de las tres fuerzas firmantes no lo convertía en el Pacto de la Moncloa o la Conferencia de Yalta, pero constituía una bandera blanca para abandonar la guerra de sabotaje en la que se había convertido la vida política institucional.
A lo largo de casi un año esta débil tregua permitió al gobierno soñar con la posibilidad de introducir cambios importantes. Y, por lo menos al nivel de la narrativa, lo consiguió, comparado con los seis años anteriores. Reformas educativa, fiscal, política y energética, entre otras, se convirtieron en titulares de los diarios a lo largo de 2013, aunque con resultados más que inciertos.
En la práctica no va a pasar nada. En realidad cada uno de los acuerdos tenía que ser negociado desde cero, y, como siempre, cada una de las fuerzas pedía ventajas a cambio de la firma. Al PRI le basta el apoyo del PAN para lograr la mayoría calificada que exige un cambio institucional. La salida del PRD simplemente significa que el PAN encarecerá su factura política para darle su amor a Peña Nieto cada que este les pida su firma. Y punto.
Y por lo demás, la salida formal del PRD tampoco significa que este haya quemado sus naves con Los Pinos. Como bien se sabe, Jesús Zambrano, presidente de este instituto, abandonó el Pacto a regañadientes, por la presión de los cuadros en contra de la reforma energética que impulsa Peña Nieto. Pero nada impide que los legisladores de ese partido voten a favor de iniciativas presidenciales en otros temas.
La política sigue su curso, pues. Business as usual. En la práctica nada cambia. Una abolladura más para Peña Nieto, aunque más de imagen que otra cosa, y una buena noticia para el PAN. Lo demás apenas da para recordar el bolero de Álvaro Carrillo con el muy apropiado nombre “La mentira”:
“Se te olvida que me quieres a pesar de lo que dices pues llevamos en el alma cicatrices imposibles de borrar… Y hoy resulta que no soy de la estatura de tu vida y al soñar otros amores se te olvida que hay un pacto entre los dos. Por mi parte te devuelvo tu promesa de adorarme ni siquiera sientas pena por dejarme que ese pacto no es con Dios”.
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