Sergio Alejo Gómez's Blog, page 3

May 20, 2022

Filipos y el nuevo orden republicano

Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana vuelvo a retomar la saga de artículos dedicados a lo que ocurrió en la República romana después del asesinato de Julio César. Recordad que los anteriores artículos llevan por título: La República tras la muerte de César, El advenimiento de Octavio: de niño a hombre y El segundo triunvirato y la lista de proscripciones. En la entrega de hoy voy a hablaros de Filipos y el nuevo orden republicano. Os garantizo que os va a encantar.

¡A por la venganza!

Dejamos al joven César y a Antonio camino de Oriente, prestos a vengar la muerte del dictador. Tarea que no iba a ser sencilla, ya que los llamados Libertadores, es decir los conjurados para entendernos, no se habían quedado de brazos cruzados. Habían aprovechado bien el tiempo para reclutar más de veinte legiones. Un número nada despreciable, que sumadas a las casi cuarenta que tenían los triunviros en total, nos llevan a las sesenta o más. Imaginad la cantidad de recursos militares que había movilizados en aquellos tiempos.

De esas veinte legiones, algunas de ellas fueron creadas por Julio César en su día, y ahora estaban en el bando de sus asesinos. No es que le debieran nada al dictador, y menos a su heredero o a Antonio, pero al menos parece chocante a simple vista. En todo caso, sobre si eran más leales a los aristócratas que las dirigían, si me permitís, también tengo mis dudas. Así que más bien podría decirse que eran leales a las monedas que estos les pagaban por servirles.

Esas provincias orientales de la República también se vieron afectadas por la guerra, ya que fueron presionadas fiscalmente para sufragar los costes. No es que tuvieran muchas alternativas, y más viendo lo que le ocurrió a la isla de Rodas tras oponerse. Casio al frente de sus legiones la invadió, y después vendió a parte de su población como esclava, al igual que a algunas comunidades de Judea.

Las acciones de los «Libertadores» en Oriente

Bruto no se quedó corto, y asedió y saqueó la ciudad de Janto, en Licia, provocando que toda su población acabara suicidándose para no ser vendida como los rodios. Con esos ejemplos, es lógico que al final, la mayoría de las ciudades acabaran entregando lo que se les solicitaba.

Bruto fue más allá, e incluso osó acuñar moneda de plata con su propia efigie en el anverso. Julio César ya lo hizo en su momento, y los triunviros también, así que con su gesto se igualaba a ellos. A mí me da que lo de Libertador le iba un poco grande al tipo.

En el verano del 42 a. C., los dos ejércitos combinados de Casio y Bruto cruzaron el Helesponto y entraron en la región de Macedonia. Allí entablaron un primer choque contra la avanzadilla de los triunviros, compuesta por tan solo ocho legiones. Estas se tuvieron que replegar hacía Anfípolis, situada al oeste de la provincia. Sus enemigos no les persiguieron, sino que se hicieron fuertes en la ciudad de Filipos, que fue fundada en el siglo IV a. C., ¿a qué no sabéis por quién? Sí, por Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno.

Mientras tanto César y Antonio se esforzaban por poder cruzar el Adriático con el resto de tropas. Algo que sin duda no era sencillo, ya que las flotas enemigas no dejaban de hostigarles. Incluso en el mismo puerto de Brundisium, en Italia, eran atacados. ¿A qué no sabéis quien era el que les molestaba? Pues ni más ni menos que Sexto Pompeyo. El rebelde hijo de Pompeyo Magno que estaba siempre atento a molestarles.

Simbólico fue también el punto escogido para desembarcar por César. Se trataba de la ciudad de Apolonia, el mismo lugar desde el que partió más de dos años antes cuando le llegó la noticia del asesinato de su tío abuelo. Fue allí donde le dio uno de sus famosos achaques. Eso le impidió poder avanzar más, cosa que por otra parte sí que hizo Antonio. El triunviro llegó a Anfípolis para reforzar las defensas con sus tropas.

Primeros movimientos de tropas

La osadía de Antonio era tal, que incluso acampó cerca de Filipos. Aunque los Libertadores le superaban con creces, optaron por no abandonar las defensas. Quizás se equivocaron al no aprovechar aquella oportunidad, ya que, en diez días, César se reunió con su socio. La cuestión es que fue transportado hacía el frente de batalla en litera ya que aún no se había recuperado, y eso que no había cumplido aún los 21 años.

Analicemos ahora las fuerzas enfrentadas para tener una mejor idea de lo que estaba por venir. El ejército de los triunviros contaba con diecinueve legiones y se enfrentaba a las diecisiete que dirigían Casio y Bruto. Estos tenían ventaja en lo relativo a jinetes, teniendo a su disposición veinte mil contra los trece mil de sus enemigos. Aquí es donde surge la siguiente duda. ¿Sabemos si las legiones estaban completas? Si así hubiera sido, estaríamos frente a unos números espectaculares, ni más ni menos que cercanos a los doscientos mil combatientes.

Llegados a este punto, deberíamos ser cuidadosos como siempre os digo. Imaginad los recursos que consumirían tantos hombres y animales. Es muy probable que no todas las legiones estuvieran al 100% de efectivos. Aunque hubiera veteranos en ambos bandos, lo cierto era que la inmensa mayoría eran inexpertos. Al igual que lo eran los oficiales al mando, y eso no dejaba de ser un contratiempo importante.

Ni Casio ni Bruto poseían mucha experiencia militar. Antonio la tenía, aunque no era César ni Pompeyo, y el joven César carecía de ella. O sea que la conclusión que podemos sacar antes de meternos en el meollo de la cuestión, era que los ejércitos pese a ser numerosos y grandes, no dejaban de ser torpes y sin un liderazgo eficaz. Imaginad que Pompeyo y César en la batalla de Farsalia disponían de la mitad de hombres que ellos, y ya les costó comandarlos.

Y ni siquiera estaban unidos por bandos, ya que los ejércitos de Casio y Bruto no estaban integrados en uno solo, como tampoco los de los triunviros. Cada uno luchaba para su benefactor y el mando no era único.

Situación de los ejércitos

En cuanto a la disposición de los campamentos de Bruto y Casio, sabemos que estaban separados entre sí y en posición elevada. El de Bruto estaba situado en el flanco derecho, pegado a una línea de colinas, y el de su socio a la izquierda, junto a una amplia extensión pantanosa. Los dos castra se unían por una línea de fortificaciones. Como es de cajón, el acceso al agua era bueno y los suministros llegaban desde la costa por una ruta segura.

Al contrario que sus enemigos, que tenían algunas carencias en cuanto a provisiones. Es muy posible que los Libertadores pensaran que era mejor esperar que se quedaran sin suministros para poder tener más ventaja. Los dos triunviros eran conscientes de sus limitaciones, así que no les quedó más remedio que tomar la iniciativa en las operaciones. Las legiones de César acamparon frente a las de Bruto, y las de Antonio frente al otro campamento. Pasaron días sin que se entablara combate alguno, más allá de leves escaramuzas.

Antonio trató de rodear la posición de Casio avanzando por la zona pantanosa, aunque este se dio cuenta y construyó unas defensas en la zona para evitar el ataque. El 3 de octubre, Antonio ordenó lanzarse contra esas fortificaciones laterales dando inicio a la batalla de Filipos.

¿Una batalla demasiado campal?

Fue ahí donde surgieron los problemas de coordinación entre los oficiales de alto rango de los Libertadores, que no tenían experiencia alguna para dirigir a un ejército tan grande y tan nobel. Las legiones avanzaron desordenadamente siguiéndose unas a otras. El flanco izquierdo de los triunviros, en el que formaba la legión IV fue sobrepasado y flanqueado por el enemigo, emergió el pánico y el ejército de César perdió la disciplina y emprendió la huida. Las tropas de Bruto se veían victoriosas y comenzaron la persecución, llegando a acceder al campamento del triunviro. Comenzó el saqueo del mismo, dejando de lado a los enemigos.

Mientras tanto, los hombres de Antonio consiguieron sobrepasar la muralla lateral del campamento de Casio y avanzaron hacia el interior dirigidos por su general. Los legionarios de Casio comenzaron a recibir noticias de la cercanía del ejército enemigo y comenzaron a perder la moral. La situación parecía tan adversa que incluso el propio Casio confundió a la caballería de Bruto con la del enemigo. Acto seguido le pidió a su criado personal que le ayudara a quitarse la vida con honor antes de ser capturado.

Mientras tanto, en el flanco contrario, los hombres de Bruto, cargados con el botín saqueado, regresaron a su campamento desobedeciendo las indicaciones de su general. Así pues, teníamos dos victorias, una para cada bando, en cada uno de los flancos.

¿Y dónde estaba César mientras tanto?

Sobre el papel de César, existen dudas, ya que no se le vio en el campo de batalla. Las malas lenguas dijeron que no estaba al frente de sus tropas, ya que continuaba estando enfermo, pero tampoco nombró a un oficial para que le supliera. El vacío de poder generado en ese flanco, pudo ser una de las causas de la derrota de su ejército. Parece ser que el médico del joven, aconsejó trasladarle antes de la batalla a un lugar más seguro. Permaneció escondido durante tres días antes de regresar al que había sido su campamento, lo cual no le dejó en muy buen lugar.

El resultado de la primera batalla de Filipos fue el de empate técnico, aunque las bajas fueron más numerosas entre las filas cesarianas, llegándose a perder incluso algunos estandartes. Además, el convoy con provisiones que les llegaba desde Italia a los triunviros fue asaltado y destruido, con lo que las cosas pintaban aún peor.

Antonio aprovechó el repliegue de las tropas de Casio tras la derrota para tomar una posición elevada en su flanco y construir una fortificación. Ahora el triunviro controlaba también la línea de suministros del ejército de Bruto.

Segunda parte de la batalla

Un poco contra las cuerdas, el 23 de octubre, Bruto decidió plantar batalla a sus enemigos. Pero aquella vez, la respuesta de los triunviros fue mucho más coordinada e hicieron retroceder poco a poco a las tropas rivales. Bruto se replegó en orden y mantuvo la posición un tiempo, hasta que dándose cuenta de que estaba todo perdido, siguió a su colega Casio a la otra vida de la misma manera, arrojándose sobre su espada.

Por suerte para él, el joven César ya estaba suficientemente recuperado y había tomado parte activa en la segunda batalla. Eso le dio algo de crédito, aunque el que se llevó casi todo fue Antonio. La mayor parte de los aristócratas que habían sido derrotados, alabaron a Antonio y decidieron unirse a él y a su causa antes que a la del muchacho, al cual tampoco tenían en gran consideración.

Aunque no se hubiera llevado el máximo mérito, la venganza del asesinato de su tío abuelo se había llevado a buen puerto. Lo siguiente era conceder tierras a los hombres que les tocaba licenciarse y ese iba a ser un nuevo escollo con el que lidiar. Esa tarea le tocaba a César, mientras que Antonio se quedaría en la parte oriental asegurándose la lealtad de las provincias y que pagaran con creces su traición.

Pero antes de embarcarse rumbo a Italia, César volvió a enfermar gravemente. Incluso durante algún tiempo se temió pos su vida sin saberse con certeza cuál fue su dolencia.

De lo que ocurrió después, os hablaré en la siguiente entrega. Sed pacientes que todo llegará.

Un saludo,

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

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Published on May 20, 2022 09:00

April 22, 2022

Los bárbaros y la decadencia del ejército romano

Bienvenidos a una nueva entrega del blog. Esta semana seguiré con la serie dedicada a los bárbaros en los ejércitos romanos del bajo Imperio. Como sabréis esta es la tercera entrega y todo apunta a que va a ser la última. En ella voy a hablaros sobre los bárbaros y la decadencia del ejército romano.

Vamos a ello pues si os parece. Para empezar debemos partir de dos momentos que siempre se ha considerado como clave en la historia del Imperio: el desastre de Adrianopolis. este como ya sabéis afectó directamente a la parte oriental, pero sus consecuencias llegarían hasta tiempos de la batalla del río Frígido, que afectaría a ambas partes.

Dos episodios que llevaron a tener que reestructurar los ejércitos y el concepto que se tenía de ellos hasta ese momento. Aunque los ejércitos no desaparecieron ni fueron eliminados por completo, sí que es verdad que fue el momento clave para llevar a cabo una serie de reformas.

Momento de cambio

Un elemento importante fue el hecho de la calidad de las tropas disponibles. Pese a que se perdieron muchas vidas en esas batallas, seguían habiendo recursos humanos suficientes. Aunque para ser sinceros estos comenzaron a ser de menor calidad o valía.

Estos desastres se pueden comparar con otros vividos durante el Alto Imperio. Como por ejemplo la pérdida de las legiones en Teotoburgo, o los desastres vividos en Dacia en tiempos de Domiciano. Pero la diferencia radica en lo que os he comentado un poco más arriba. Y es que en los tiempos pasados, la disciplina de las legiones y su gran cantidad permitieron que la afectación fueran mínima cuando se producía una derrota de ese estilo.

Pero a finales del siglo IV, tras tantas décadas de crisis a todos los niveles, al ejército le iba a costar mucho reponerse. Las circunstancias no eran las mismas que en los «buenos tiempos». De ahí la necesidad de implementar un cambio. Por ejemplo, la Galia estaba todavía recobrándose de las incursiones de francos y alamanes. Y si a eso se le tenía que sumar lo del río Frígido, imaginad como estaba la situación.

La legión, poco atractiva

Servir en las legiones ya no motivaba a los ciudadanos romanos. Veían que era una pérdida de tiempo y no les reportaba nada. Ningún beneficio, así cómo tampoco el prestigio de antaño. Era pues, una profesión poco atractiva para un romano de finales del siglo IV.

¿Y a dónde creéis que nos conduce irremediablemente esa negativa de prestar servicio militar? Pues sí, imagino que lo habréis acertado la mayoría. A tener que enrolar aún más bárbaros en los ejércitos para poder cubrir ese déficit de hombres. Estos bárbaros ya habían participado como dijimos en las anteriores entregas como tropas federadas en los ejércitos durante ese siglo IV. También habían estado presentes a los largo de los siglos II y III. Pero a partir de ese momento ya podemos afirmar que asistimos a una mayor dependencia de esas tropas no romanas.

Por suerte tenemos datos sobre como Teodosio I afrontó legalmente esa reestructuración a partir del 378. Sabemos que tomó medidas para tratar de buscar a todos aquellos que querían escaquearse del servicio militar. La merma después del desastre de Valente, dejó al ejército Oriental en muy malas condiciones, y Teodosio, encumbrado como emperador por Graciano, tuvo que esforzarse para conseguir recomponer sus tropas. Pero claro, no solo tuvo que hacerlo en el aspecto físico, es decir, reponer las pérdidas humanas, sino también en lo relativo al ánimo y la moral.

Teodosio I y sus leyes

Así, en el 380, el emperador, instó a que se hiciera cumplir la norma que decía que todos los hijos de los veteranos debían alistarse. Posteriormente se establecieron castigos y penas para aquellos que enviaban a esclavos en lugar de hombres libres para que cumplieran sus obligaciones por ellos.

Y cómo no, seguía habiendo casos de jóvenes que se auto mutilaban para no tener que servir. Para ellos también hubo castigos y podemos decir que las penas fueron más severas por cometer tal práctica. Incluso se instó a los reclutadores a coger dos mutilados que harían las veces de un soldado sano.

Pero obviamente era una tarea muy dificultosa. Había mucho que controlar y siempre se escapaba alguien. Hacia el 406 se emitió una ley por la cual se aceptaban los esclavos en el ejército. Imagino que a causa de la necesidad de contar con hombres en unos tiempos complicados. La cuestión era tener reclutas, sin importar la condición social de estos. Eso ya era secundario, ya que los voluntarios eran más bien escasos.

¿Que hacemos sin veteranos?

Vuelvo a Adrianópolis, un punto de inflexión en la historia del ejército romano, en este caso de Oriente. Allí se perdió un valor añadido: un gran número de veteranos. Veteranos que sobre todo eran disciplinados y con un entrenamiento a la romana.

La situación de un Imperio herido requería una reacción inmediata. Pero las prisas siempre fueron, son y serán malas consejeras. El Imperio descabezado como quedó (recordad que el emperador Valente falleció o al menos desapareció en combate como Chuk Norris), obligó a Graciano, el único emperador a tener que tomar medidas drásticas. Cedió el mando de la parte oriental a su general y nuevo colega Teodosio, y este tuvo que hacer lo que buenamente pudo. Una de las medidad inmediatas fue la de reclutar bárbaros para reponer las pérdidas, y tropas noveles, sin algo tan necesario como la experiencia.

Por suerte el ejército oriental poco a poco se fue reponiendo, con un poco de fortuna y también de buena gestión. Fortuna por poderse defender mejor que sus hermanos de Occidente. Pese a que el enemigo persa estaba allí presente, no supuso una amenaza tan letal como las incursiones bárbaras en Occidente.

Mientras tanto en Occidente…

Los emperadores de occidente a lo largo del siglo V optaron por no nombrar a ningún magister militum de origen bárbaro después de la muerte de Estilicón. Pero irremediablemente las tropas sí que lo fueron, básicamente porque era difícil conseguir propias. Los recursos se fueron gastando, las provincias perdiendo, y poco a poco se tuvo que recurrir cada vez más a los del otro lado de la frontera, que ya estaban en este.

Por suerte el parche lo puso un hombre de los grandes, Flavio Aecio, que estableció un poco de orden al asunto. Pese a tener un ejército compuesto de bárbaros en su mayoría, demostró estar a un buen nivel. Y estas tropas se curtieron en las muchas campañas que tuvo que llevar a cabo.

Lo que sí es una evidencia es que cada vez había más bárbaros que gestionar. Las filas estaban cada vez más repletas de estos, tanto de fuera del limes como de dentro y, eso, sin duda era un problema. Y es que según los autores del momento no eran de fiar. Algunos los definieron como indisciplinados, decían que abandonaban sus puestos, saqueaban cuando no tocaba y creaban confusión en el decurso de las batallas.

Vamos que los romanos no estaban demasiado satisfechos con este tipo de tropas. Pero claro, tampoco es que pudieran hacer otra cosa para remediarlo. Podría decirse que era mejor tenerlos de su parte que en contra.

Poco agrado por parte de los clásicos

Siguiendo con el asunto de las descripciones de estos bárbaros, Amiano Marcelino decía que eran viciosos e inhumanos. Y por si eso no fuera suficiente, afirmaba que a nivel militar tenían una moral muy baja. Cuando perdían, o se veían superados, no dudaban en retirarse. También decía de ellos que eran incapaces de seguir un plan de batalla ya que eran desorganizados.

Zósimo, que no era muy partidario de Teodosio y de su política de foedus, también le metió caña. Afirmó que el emperador no velaba por mantener al día el registro de soldados inscritos en el ejército. Además, los desertores que había vuelto a incorporar a filas, podían marcharse cuando quisieran.

Tal afirmación creo que no es demasiado lógica. Primero por la poca afinidad que podía sentir el autor por el emperador. Y segundo porque sería un mal precedente proceder de esa manera. Castigar a unos hombres por desertores, hacerlos volver a filas, para dejarlos marchar de nuevo. No sé qué opináis vosotros al respecto. 

Escuchad a Vegecio: cualquier tiempo pasado siempre fue mejor

Lentamente, por esa falta de disciplina y en general de instrucción “a la romana”, lo métodos tradicionales fueron desapareciendo. Vegecio dijo en su Epitoma Rei Militari, que disciplina e instrucción habían sido claves para que Roma pudiera someter al resto de pueblos. Algo que cómo hemos dicho escaseaba en esos tiempos convulsos.

Sin dejar al bueno y nostálgico Vegecio, le citaremos para que conozcáis una de sus premisas: “Una pequeña fuerza bien entrenada, es más probable que gane batallas, que una horda desorganizada e inexperta”.

Y esa frase nos lleva a la siguiente conclusión, que por otra parte es una regla de tres, o por lo menos se podía aplicar en esos momentos. La instrucción únicamente era posible si existía un núcleo de veteranos en torno al cual formar cada unidad. Así que, siguiendo ese precepto, debería ser indiferente la procedencia de los reclutas. Aunque esos veteranos escaseaban ya en esos tiempo, por no decir que quizás ya no existían.

Pero para que la romanización de esos bárbaros fuera eficaz, se tenía que dar un condicionante: que la cultura a imponer fuera hegemónica. Y ahí es donde el engranaje volvía a fallar.

Los pilares para sustentar el ejército

Para poder llevar a cabo todo ese proceso hacían falta dos elementos claves: oficiales capaces y sobre todo dinero en las arcas del Estado. Pero para desgracia del imperio occidental, coincidió que llegó un momento en el que no hubo ninguna de las dos cosas disponibles. Al igual que los veteranos anteriormente nombrados. Pero aunque lo hubieran tenido todo, también faltaría algo esencial: el tiempo.

A principios del siglo V, la incapacidad del gobierno occidental llevó a un descontrol administrativo y a un empobrecimiento de los recursos. A ello se le debía añadir un mal endémico que siempre existió en la historia de Roma: las guerras civiles. Cosa que hacía menguar significativamente los recursos humanos y económicos que tenían disponibles.

A su vez, las provincias más alejadas comenzaron a abandonarse a su suerte. La primera de ellas fue Britania allá por el 407, y la siguió Hispania hacia el 411. Pronto la extensión territorial comenzó a reducirse, y a su vez los recursos también disminuyeron. Ya no había marcha atrás.

Crónica de una muerte anunciada

Con ello nos vamos al fatídico año 476, el principio del fin. Y aunque la tradición suele marcar ese año como el de la caída del imperio de occidente, es cierto que no todo desapareció por arte de magia. Sabemos que muchas instituciones romanas prevalecieron. El derecho o el ejército por ejemplo convivieron con los nuevos reinos bárbaros emergentes.

Y sobre el ejército, podemos afirmar que no desapreció mediante un decreto emitido desde Rávena o Roma. Los mismos soldados que servían en él es muy probable que siguieran pensando que formaban parte del mismo. Es probable que cuando Roma cayó y con ella Italia progresivamente, los militares apostados lejos de allí, dejaran de recibir sus pagas. Aunque eso no fue inmediato, sino que debemos entender eso como un fenómeno progresivo.

Así se nos describe el caso de la guarnición de la ciudad de Bátava. Los soldados permanecieron en sus puestos. Pero optaron por enviar mensajeros para saber el motivo por el cual no llegaban sus pagas. La respuesta que recibieron no fue la esperada. Días después, los cuerpos de los enviados flotaban en el Tíber. Eso dejó clara la evidente incapacidad de una Roma que ya no era más que una sombra de lo que había sido antaño.

Lo siguiente que ocurrió, aunque ya sabéis que es, lo dejamos para otro momento.

Concluye de esta manera esta saga que tantas páginas ha ocupado y que espero que haya sido de vuestro agrado. Nos leemos en la siguiente entrada de ¿Sabías qué?

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

La entrada Los bárbaros y la decadencia del ejército romano se publicó primero en Sergio Alejo Gomez.

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Published on April 22, 2022 09:00

April 8, 2022

Bárbaros en el ejército romano

Bienvenidos a la segunda entrega de esta saga o serie de artículos dedicada a la llamada barbarización del ejército tardo romano. Barbarización porque como ya os expliqué en la primera entrega, fue a partir de finales del siglo IV cuando se empezaron a introducir contingentes de bárbaros en el ejército romano.

No voy a extenderme de nuevo en explicar el fenómeno. Para ello os invito a que vayáis a la primera parte de la serie que estoy convencido que os gustará.

En la entrada de hoy vamos a sumergirnos un poco más en el interior de estos ejércitos para comprender mejor este fenómeno. Algunos autores los señalan como uno de los que jugaron un papel destacado en la caída del Imperio de occidente. Aunque si hacemos caso a las investigaciones más modernas, veremos que fue sólo uno de los elementos que formó parte de ese complejo entramado de causas que condujeron al declive.

En fin… No nos adelantemos a los acontecimientos, ya habrá tiempo para llorar y lamentarse.

Grandes personajes de origen bárbaro

Comenzaremos hablando un poco sobre los verdaderos protagonistas de esta historia, los soldados que conformaban esos contingentes. Fueron muchos los bárbaros que sirvieron a Roma y sangraron defendiéndola. Es por ello, que la lógica nos lleva a deducir, que también fueron muchos los que obtuvieron sus recompensas en forma de ascensos.

No es necesario que os nombre a todos ellos, aunque sí que quiero hacer inciso en algunos que seguro que os sonaran y que tal vez no sabíais que eran bárbaros de origen. Por ejemplo, ¿os suena el nombre de Magnencio? Estoy convencido de que de algo. Por si acaso no lo sabéis, os comento que fue un usurpador que llegó a ser emperador por un tiempo tras la muerte de Constancio. Pues este hombre que llegó hasta la cúspide, debéis saber que era un laetus.

Otro nombre importante que seguro que también os suena, es el de Arbogastes. Este fue un personaje de procedencia franca que llegó a ser magister militum durante el reinado del emperador Valentiniano. También alcanzó un rango importante, el de comes domesticorum, un tal Ricomeres, que sirvió siendo franco al emperador Graciano y que jugó un papel destacado en las campañas que el emperador libró contra los alamanes en tiempos del desastre de Adrianópolis. Otro compatriota suyo, Bauto llegó a ostentar el cargo de cónsul durante el gobierno de Arcadio. O por ejemplo el escita Modares fue elevado a magister militum en tiempos de Teodosio I. Y cómo no, está el caso más conocido, o uno de los más conocidos, el del gran Flavio Estilicón, hijo de una romana y de un oficial vándalo que sirvió a Roma como el comandante de los ejércitos del Imperio de Occidente en tiempos de Honorio.

¿Tropas leales al imperio?

Ya os hablé en la primera entrega de los reclutamientos de contingentes completos que hicieron algunos emperadores. Os hablé de Marco Aurelio, que ni corto ni perezoso, reclutó unidades de germanos, que acabaron combatiendo contra otros germanos del lado de los romanos. El emperador Claudio II reclutó a los godos tras haberlos derrotado en batalla y el ejército que Constantino llevó al Puente Milvio estaba plagado de germanos, galos y algunos britanos poco romanizados. Cómo veis una práctica muy habitual y en cierto modo factible.

Y es que si lo hicieron estos grandes emperadores sería en gran medida porque eran tropas leales y de buena calidad. ¿Si no por qué iban a perder tiempo y recursos en ello? Otro de los factores que favorecieron esta práctica fue el hecho de que las tribus eran independientes unas de otras, es decir no existía una identidad común entre ellas. Lo que hacía que no tuvieran lealtades y pudieran servir a Roma sin demasiadas preocupaciones. Sin duda eso los romanos lo supieron detectar y explotar debidamente. Eran expertos en ese tipo de maniobras.

Voluntad de integración

El objetivo de esos hombres que servían a Roma iba más allá de cumplir con sus años de contrato, ya que aspiraban a integrarse en la sociedad romana. O cómo habéis visto antes, a ir ascendiendo en el ejército o en la vida pública como cualquier otro ciudadano. Oportunidades las tenían y si destacaban como buenos soldados, ¿por qué no iban a tener su oportunidad?

Es más, tenemos datos que nos confirman que los asentamientos de estos pueblos estaban supervisados por personal romano de la administración estatal. Estos recibían el nombre de praepositi. Además, los que servían en el ejército, integrados en las unidades de auxilia, estaban sometidos a la autoridad de un oficial también romano. Diferente era el caso de los contingentes de foederati que tenían sus propios mandos oriundos como comentamos en la entrega anterior.

A juzgar por los datos que os he presentado, estoy convencido de que esos germanos que ocuparon altos cargos civiles y militares en el Imperio, se sentían mucho más romanos que la mayoría de los propios romanos.

El foedus de Teodosio I

Hablemos ahora de un tratado de foedus que ya nombramos en la primera entrega. Aquel que firmó Teodosio I en el año 382 con los godos y que sirvió para abrir este tema. Debemos destacar que cuando eso sucedió, el proceso de barbarización del ejército ya estaba avanzado, por lo que no innovó en nada.

Lo más importante de dicho foedus radicaba en la obligación que se impuso a los godos de nutrir al ejército con soldados, cosa que tampoco era una novedad por otra parte, ya que se les había venido usando desde hacía ya más de un siglo. Y aquí sacamos a relucir un tema que hemos tratado unas líneas más arriba, el de la supervisión. En este caso, los godos gozaron del liderazgo de sus propios jefes, no como otros pueblos que estaban sometidos a liderazgos por parte de oficiales romanos.

Eso sin duda les concedió un rango mayor de autonomía respecto a otras tribus. Este punto se puede discutir, como siempre, y es que no todos los autores lo ven así. Algunos son de la opinión de que pese a que sus líderes les mandaban, estos a su vez rendían cuentas a un oficial romano que estaba por encima. En cierto modo podría ser cierto, pero es evidente que no contaban con el liderazgo directo de un romano, al menos en el campo de batalla.

Los godos en el ejército romano

Pese a la firma del tratado del 381 quiero hacer inciso en que antes del acuerdo ya había godos sirviendo en el ejército regular. Muchos de esos hombres se habían enrolado antes de la firma del foedus. Pero con la firma del tratado, los romanos recibirían contingentes completos y no incorporaciones individuales o de pequeños grupos de guerreros que lo hacían por cuenta propia y con el afán de conseguir riquezas, botín o incluso obtener alguna ventaja social. Y eso venía muy bien ya que se podían reclamar en el momento en el que las necesitaran para llevar a cabo alguna campaña.

La cuestión es que autores clásicos, cómo Zósimo, dejaron por escrito que los godos, causantes de grandes penalidades para el Imperio, sacaron provecho de ese tratado con Teodosio. Vamos, que nuestro buen amigo historiador, tachó al emperador de iluso al concederles aquel estatus a unos bárbaros que acabarían asolando el Imperio al cabo de unos años.

Pero no nos creamos todo lo que nos dicen los clásicos. Cómo historiadores debemos tratar a esos autores con delicadeza y no creer todo lo que nos explicaron. También se dijeron pestes sobre Calígula o Nerón, y ahora parece que las nuevas líneas de investigación han concluido que tampoco fueron tan malos como se dijo en su día.

Es más, otros autores defendieron que los godos sirvieron a Roma con lealtad. Y que lo que pasó después no fue culpa del bueno de Teodosio, sino que algo les harían para llegar a ese extremo. Es por tanto acertado plantarse en un punto medio.

Posturas más radicales

Hubo por otra parte autores del momento, como Sinesio, que defendieron la postura de destituir a todos los oficiales bárbaros de alto rango del ejército. Él habló de que eso serviría para purificarlo. Y es que tras el desastre de Adrianopolis, los fantasmas emergieron y el temor se apoderó de los altos mandos romanos. Se enviaron órdenes a los comandantes para que se reuniera a los godos del ejército de Oriente con la excusa de pagarles el stipendium. Pero en realidad lo que se debía hacer era ejecutarlos.

Y esa no sería la única ocasión en la que se llevaron a cabo purgas entre los godos. También se hizo una en el año 386. Desde esas fechas el ejército de Oriente parece que comenzó a reducir el reclutamiento de germanos, sobre todo de godos. Pasó a reclutar tropas indígenas de otras regiones, como los famosos isaurios, unos valerosos y temibles guerreros de la zona de Anatolia.

Por lo menos en los años siguientes los ejércitos de la parte oriental, tuvieron que hacer frente a menos amenazas externas así que no se vieron obligados a reclutar muchas más tropas bárbaras. Eso sin duda fue todo un alivio ya que este tipos de soldados también ocasionaban problemas.

En Occidente no era tan sencillo

Mientras que en Oriente los emperadores supieron usar la diplomacia para defenderse, en la parte occidental las cosas no fueron tan fáciles. Y podemos afirmar que la cosa empeoró aún más cuando Honorio mandó ejecutar a su baluarte. Al hombre que se encargaba de la defensa de Roma: Estilicón. Si queréis saber más sobre este gran personaje, podéis leer el artículo que le dediqué en su día: La vida del magister militum Flavio Estilicón. Seguro que os gustará profundizar en la vida de este gran militar que tanto hizo por salvaguardar el imperio y que fue injustamente recompensado.

Este magister militum era un hombre capaz y sus soldados le eran leales. Al deshacerse de él, el ejército quedó muy debilitado en un momento en el que la amenaza goda de Alarico planeaba en el horizonte. La cuestión es que la facción anti bárbara de la corte de Occidente se tuvo que conformar con los pactos del emperador para aplacar la ira de Alarico y sus godos, que como sabéis se cebaron con Roma.

La conclusión a la que podemos llegar es que el ejército de Occidente, a diferencia del oriental, jamás pudo dejar de reclutar tropas bárbaras. La única opción viable que les quedó fue excluir de los puestos de responsabilidad a esos germanos. Aunque fue capaz de aceptarlos en última instancia, no logró asimilarlos de la manera adecuada, cosa que les hizo estar en una situación tan precaria. Y eso obviamente tuvo algo que ver en el destino final que corrió.

Este creo que es un buen punto para dejar la entrega de hoy. Espero que hayáis disfrutado de esta segunda parte de esta saga, que no va a ser la última. Os prometo seguir hablando un poco más sobre esta temática que espero que os esté gustando.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

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Published on April 08, 2022 09:00

February 25, 2022

La barbarización del ejército tardo imperial

Bienvenidos a una nueva entrega de ¿Sabías qué? Esta semana vamos a iniciar una saga que llevo tiempo queriendo hacer. Para ello volveremos a Roma, pero de la Roma bajo imperial, a la que últimamente le estoy cogiendo más que cariño. En fin, que se le va a hacer, esto va por rachas. En cualquier caso, el tema seguro que os gustará ya que quizás haya sido poco tratado. Sería uno de los puntos que pudo determinar en cierto modo un cambio o transformación en las estructuras del ejército. Y es que algunos autores pensaron que fue uno de los puntos clave que desestabilizaron el Imperio. Me refiero a la barbarización del ejército tardo imperial.

Los tratados de Foedus

Pero vamos a entrar en materia, y para ello empezaremos a hablar del texto del tratado de foedus que firmó el emperador Teodosio I en el año 382 con los godos. Un tratado que acabaría con una larga guerra que estuvo a punto de hundir al Imperio, por lo menos a la parte oriental tras el desastre de Adrianópolis.

Pero no creáis que aquel fue el primer tratado de ese tipo que los romanos firmaron. No. Ni mucho menos, ya que el foedus fue una práctica muy habitual. En líneas generales, cuando una guerra concluía, los romanos establecían una especie de tratado mediante el cual se dejaban claras las condiciones en las que el vencido debía contribuir para con el vencedor. Pero esto no siempre se hacía de la misma manera. Podía ser de manera masiva y coyuntural o bien de manera periódica. Eso dependía de las necesidades que tuviera el imperio en cada momento.

Una estrategia no tan mala

Y viéndolo desde el prisma de los romanos, el movimiento parece acertado. Al integrar a esos guerreros en las estructuras imperiales, se les frenaban las ansias de venganza una vez eran vencidos. Era una buena manera de romanizar a la vez que el Estado sacaba provecho engrosando las filas de las legiones. Porque estas también perdían efectivos en esas guerras.

La práctica más habitual era la de enviar a estos foederatii (federados) a la otra punta del Imperio para evitar tentaciones de alzarse contra sus nuevos señores. Una medida sin duda lógica y destinada a evitar futuras tentaciones.

También es de justicia dejar claro que había muchos enemigos, pero también muchos bárbaros (recordad que esa palabra hace referencia a los extranjeros), que querían integrarse en el Imperio. Fueron muchos los pueblos que solicitaron permiso para cruzar el limes y pasar a formar parte del estado romano. Y es sabido que en ocasiones se les permitió la entrada e incluso se les concedieron tierras donde instalarse.

Práctica muy antigua

Sin ir más lejos, en tiempos del gran Augusto, un total de cincuenta mil getas fueron admitidos e instalados en la provincia de Mesia. Tiberio, sucesor del anterior, permitió que unos cuarenta mil alamanes entraran en la Galia y en la zona de Renania.

Bastante tiempo después, el gran Marco Aurelio hizo lo propio al permitir la entrada a tres mil nasristae en territorio romano. Probo, que gobernó más bien poco tiempo, dejó que cien mil bastarnos también cruzaran la frontera . O por ejemplo, Constantino instaló ni más ni menos que a trescientos mil sármatas en las provincias de Tracia, Italia y Macedonia.

Así que, como podéis ver, la política de acceso fue mayor y más antigua de lo que quizás os pensabais. Aunque como siempre decimos debemos analizar esas cifras, ya que a priori pueden parecer algo exageradas. Cómo he dicho antes, fueron muchos los pueblos que solicitaron la entrada. Aunque es de ley decir que en el bajo Imperio quizás los romanos tuvieron menos opciones de frenarlos. Así que las circunstancias les obligaron a tener que admitirlos porque tal vez se les habrían colado de todas maneras.

Tipos de tratados y condiciones

Uno de los puntos clave de este tipo de tratados era que los romanos exigían a los bárbaros que defendieran las tierras que les eran entregadas, además de trabajarlas y pagar los impuestos correspondientes. Estas, normalmente estaban ubicadas en zonas fronterizas. Cómo ya he comentado antes, la firma del tratado también exigía mayormente la entrega de contingentes de hombres.

Sobre los tipos de foedus, es posible que existieran varios modelos, y que cada cual tuviera sus propias clausuras. A día de hoy es difícil saber cuántos había y en que se diferenciaban entre ellos. Por ejemplo, uno de ellos era el de los Gentiles, y es que este término ya de por si es muy general. Sirve para nombrar a los pueblos libres que vivían más allá de las fronteras y para los bárbaros instalados dentro del Imperio. Estos gentiles solían estar integrados en unidades como las Scholae del propio Diocleciano. Hay constancia de que un gran número de gentiles sármatas sirvieron en el ejército de Italia.

Los laeti

Otra condición era la de los Laeti. Sabemos que sólo se encontraban en la Galia y en Italia. En origen la palabra pudo aplicarse a ciudadanos libres de provincias que habían sido prisioneros en tierras bárbaras y que regresaron posteriormente al Imperio. Estos se asentaron en tierras reservadas para ellos y también tuvieron que ceder tropas a los ejércitos romanos.

El estatus de Laeti era hereditario y en ocasiones como sucedió en tiempos del emperador Juliano, los francos salios tras rendirse fueron asentados en territorios imperiales. Con el tiempo, estos francos se acabaron integrando e incluso guardaron mejor relación con los romanos que con sus hermanos del otro lado de la frontera. Para que veais hasta que punto esto tratados servían para llevar la romanidad a los pueblos bárbaros.

Existe una estela funeraria de un individuo que dice ser ciudadano franco y soldado romano, o lo que es lo mismo y dicho en latín: Francus ego cives, Romanus miles in armis.

Asistimos pues a un claro ejemplo de dualidad en la que con el paso del tiempo, esos bárbaros acabarían romanizándose en toda regla.

¿Cómo se formalizaba el foedus?

Pero, ¿de dónde viene ese empleo de bárbaros en el ejército romano? Podemos afirmar que de muy atrás como seguramente habréis deducido vosotros mismos. Recordad que ya os he comentado antes que Augusto, Tiberio o Marco Aurelio ya los usaron en sus tiempos para defender las fronteras del Imperio. Normalmente se solía hacer mediante una alianza con un líder tribal o con un rey que tuviera el estatus de cliente de Roma.

Era habitual que esas tropas de foederati combatieran bajo las órdenes de sus propios comandantes, y junto a los romanos durante la campaña. Al final de esta, solían regresar a sus lugares de origen. Cómo vemos el tratado podía incluir la cesión temporal de tropas. Aunque también podía ser que pudieran formar parte de los ejércitos romanos de manera permanente. Se integraban como destacamentos fijos, aunque separados de las unidades romanas.

Estos reyes o líderes tribales solían estar apoyados por las autoridades romanas. A Roma le interesaba mantenerlos en el poder siempre y cuando fueran leales y sobretodo se encargaran de defender esas fronteras. Más que nada por el insignificante detalle de que ellos no podían protegerlas y era la única manera de poder hacerlo.

Significado de la palabra foederati

Pero definamos si os parece el término foederati para poderlo entender un poco mejor. Esta palabra abarcaría diferentes tipos de tropas. En el bajo Imperio por eso, viene a referirse tanto a las reclutadas entre esos pueblos bárbaros de dentro de las fronteras, como a las que procedían del exterior.

Fue a finales del siglo III cuando la práctica de asentar contingentes de población bárbara se hizo más habitual. Obviamente eso se hacía mediante los tratados que hemos comentado (foedus). Pero llegados a este punto surge otra pregunta. ¿Eran más débiles los romanos por tener que reclutar a estos contingentes? ¿Daban al menos esa imagen cara a sus enemigos? En principio no tenía porque ser así. Sobre todo teniendo en cuenta que estos asentamientos estaban sometidos a la regulación del derecho romano.

Además, las autoridades romanas se encargaron de prestar ayuda a estos asentamientos, así que los bárbaros les tenían que estar agradecidos. Inicialmente lo hacían mediante los correspondientes subsidios, las llamadas annonae foederaticae. Estas se entregaban en forma de especie aunque después se comenzaron a pagar mediante moneda. Todo ello a cambio de recibir esa ayuda militar tan codiciada. Cómo veis todo era un contrato, los romanos pagaban, pero los bárbaros les cedían tropas.

Amplio concepto de la palabra

También era muy probable que la palabra foederati no fuera exclusivamente referente a un único grupo étnico o tribal. Es decir, podría ser que un líder o comandante dirigiera a un contingente formado por tropas de diferentes tribus. Estos foederati normalmente obedecían al alto mando romano en última instancia aunque siempre rendían cuentas directamente a sus comandantes.

Pero ya en el siglo VI, el concepto de foederati del ejército romano de oriente ya cambia sustancialmente. Se trataba de tropas regulares, pagadas, entrenadas y disciplinadas al estilo romano. Los antiguos foederati, los de siglos anteriores, fueron llamados entonces aliados o symmachoi en griego.

Por tanto, esos foederati del siglo VI no eran los mismos que los de finales del III o principios del IV. En ese aspecto debemos ir con cuidado, sobre todo los que nos dedicamos a la investigación, ya que el contenido del término cambiaría sustancialmente.

Hasta aquí la primera entrega de esta serie que voy a dedicar a la presencia de los bárbaros en el ejército tardo imperial. Espero que os haya gustado, y prometo regresar con mucho más contenido sobre este interesante tema. porque queda mucho por explicar aún.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

La entrada La barbarización del ejército tardo imperial se publicó primero en Sergio Alejo Gomez.

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Published on February 25, 2022 09:00

January 28, 2022

La supremacía babilonia en el próximo Oriente

Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana voy a hablaros de Hammurabi y la supremacía babilonia en el próximo Oriente. Volvemos de nuevo hasta los territorios del creciente fértil para proseguir con el relato de los hechos tras el declive del Imperio antiguo Asirio. Y es que como ya os conté al final del artículo en el que os hablé de él, le sucedería una nueva potencia en la región: la todopoderosa Babilonia.

Y como emblema de ese podríamos llamar reino o Imperio babilonio, nos encontramos a un personaje que seguro que os sonará: Hammurabi. Este gobernante estuvo en el trono entre el 1792 y el 1750 a. C., y pese a ascender al mismo siendo aún joven, se erigió como un político capaz y un buen militar. A él se le atribuye la fundación de Babilonia como ente imperial, ya que unificó una Mesopotamia que hasta ese momento había estado más bien fragmentada. Hoy en día se cree que toda esa fama es más bien atribuible a su propia persona, que hizo una buena labor propagandística durante su reinado.

Y es que los documentos hallados en el palacio de Mari, nos dan más bien una imagen opuesta a esa. Le tachan de turbulento aspirante que se rodeó de personalidades no menos capaces, como por ejemplo los reyes de Larsa, Asiria y la propia Mari. Basándonos en esos datos, es posible que Hammurabi simplemente se limitara a aprovechar las circunstancias favorables que se le presentaron.

¿Gran guerrero o más bien buen diplomático?

Es posible que su política de alianzas con los reyes de Lagash y Mari fuera algo más bien estratégico, ya que todos ellos querían la caída de Asiria. Una vez esta fuera relegada a un segundo plano, la diplomacia daría paso a las armas, y los antiguos aliados serían elevados a la categoría de enemigos. Esas eran las reglas del juego, y el monarca babilonio era consciente de que las usaría llegado el momento. Además, demostraría ser hábil haciéndolo.

Su primer movimiento fue la frontera meridional de Babilonia, así que puso su vista en la ciudad de Larsa, que por aquel entonces estaba bajo la órbita de Uruk. Poco después se puso en marcha y atacó los países de Emutbal y Malgium, que estaba ubicados al este del río Tigris. También se hizo con el control de las ciudades de Rapiqum y Shalibi. Eso sucedería más o menos cuando el rey asirio Shamshi-Adad I pasaba a mejor vida. Llevaba por aquel entonces Hammurabi diez años en el trono.

Podría decirse que el monarca comenzó a construir su imperio valiéndose un poco de la astucia y la habilidad. Supo mover los hilos políticos llegado el momento y saber usar las armas. Además, para ser sinceros, es muy posible que jamás tuviera que enfrentarse sola a algún enemigo superior. Contó con aliados, aunque en las fuentes, Hammurabi, omitió nombrarlos, mucho menos cuando celebraba sus victorias y triunfos.

Tiempos de calma

Durante los siguientes veinte años, la situación pareció estabilizarse en la región. Hammurabi mantuvo vigilancia en las fronteras de su Imperio y se encargó de reorganizar sus territorios. Se acercó al rey de Mari, Zamri-Lim y al reino de Yamhad, que estaba ubicado en la zona Occidental, cerca de la actual Siria. Aprovechó esa calma para potenciar su faceta constructora, y es que levantó templos y fortificaciones. También se dedicó a construcciones de obras dedicadas a la irrigación, como un gran canal que debía proporcionar agua a las ciudades de Nippur, Eridu, Ur, Larsa, Uruk e Isin.

Hammurabi retomó la conquista en los últimos años de su reinado. Así pues, se enfrentó a una coalición formada por Eshunna, Asiria, Qutium, Malgium y Elam, que poco pudieron hacer ante la embestida babilonia. Pronto fueron absorbidas, aunque por ejemplo, sabemos que Asiria pudo mantener cierto dominio sobre algunos de sus antiguos territorios. El antiguo y esplendoroso imperio quedó reducido a la ciudad de Assur y poco más, y teniendo que rendir tributo a Hammurabi. También cayó la ciudad de Larsa, y con ello, el monarca babilonio se convirtió en señor de Súmer y Acad. Ese título s ele asignó durante el trigésimo primer año de su gobierno.

Durante su siguiente año de reinado, Hammurabi incorporó a su imperio la ciudad de Eshunna, que acababa de sufrir unas tremendas inundaciones. No le costó mucho conquistarla y anexionarla aprovechando las circunstancias favorables. Una vez fuera de combate aquel temible enemigo que le había hecho sombra durante décadas, tan solo tuvo que centrarse en el siguiente: Mari. Esta ciudad fue destruida en el año 1753 a. C., como consecuencia de la rebelión de su regente, Zimri-Lin, que hasta hacía poco había sido su aliado. Pero ya sabéis lo que os he comentado anteriormente, los aliados de hoy, podían ser los enemigos de mañana.

Los últimos años de Hammurabi

Durante esos últimos años, la expansión se refrenó. Asiria estaba en pie aún, pero muy limitada en movimientos y ya no era un rival a tener en cuenta. El monarca decidió no proseguir con su expansión hacia Occidente, ya que allí se había conformado una federación de tribus hurritas que estaban dirigidas por una aristocracia indo-aria. Así que quizás Hammurabi optó por no arriesgarse a abrir un nuevo frente de guerra y gozar de algo de calma y tranquilidad. Casi todos los territorios de Mesopotamia estaban bajo su dominio, dependiendo del poder centralizado de su capital desde tiempos de la III dinastía de Ur. Es decir, hacía más de dos siglos ya.

Y es que el Imperio organizado por Hammurabi se basó en el refuerzo y la capacidad de intervención del Estado en todo lo relativo al ámbito político. Eso contrataba con la tendencia general de la época que se dirigía más hacia la privatización de actividades económicas y relaciones sociales. Esa centralización acabó pues con el fenómeno de la independencia política de las ciudades que fueron anexionadas. Esas pasarían a ser capitales de una especie de distritos, para entendernos, o sedes administrativas de rango provincial en un país unido políticamente. Una especie de estado federal salvando las distancias y para que lo entendáis en términos modernos. La intención del rey, era unir como antaño a Súmer y Acad bajo una sola bandera.

En cuanto a la política interior del monarca, debe destacarse el hecho de que era difícil unir a todo ese conglomerado de ciudades bajo un poder centralizado. Cada una de ellas disponía de sus organismos internos y estructuras particulares y tratar de integrarlas en un único sistema no era sencillo. Fue entonces cuando Hammurabi impulsó la redacción de su famoso código legislativo, conocido popularmente como el Código de Hammurabi. También se le llamó la ley del Talión, o el más vulgar: «Ojo por ojo, diente por diente». La intención era dotar a su Imperio de una homogeneidad jurídica.

El Código de Hammurabi

Pasaré a tratar ahora ese compendio legislativo con un poco más de detalle. durante mucho tiempo se consideró a este rey como el primer legislador de la historia. Pero poco a poco fueron apareciendo otros códigos anteriores en el tiempo, como el de Shulgi, del cual ya os hablé en du día que dieron al traste con aquella afirmación. Y si analizamos lo que aportó ese código, tampoco hallamos indicios claros de que innovara. Es decir, no impulsó ninguna reforma a nivel jurídico o legislativo. Los compendios anteriores ya habían incluido los preceptos que el utilizó. No se trató de un código progresista, sino que se limitaba a regular el orden socialmente establecido.

La importancia de este compendio de leyes, que incluye la friolera de doscientos ochenta y dos artículos tanto de derecho penal, procesal, patrimonial, civil y administrativo, radica en que unificaba a las ya existentes. Es decir, lo que hizo Hammurabi fue reunir en un solo tratado, el contenido de los preexistentes, cosa inaudita hasta aquel momento. Eso hacía que todos los territorios del Imperio estuvieran regidos por un ente legislativo común.

No es moco de pavo… Es decir, tuvo que reunir los preceptos, sistematizar un conjunto de estos, revisarlos y ponerlos al día. Eso no era sencillo, ya que se tuvieron que adaptar en cierto modo ya que pertenecían a tiempos anteriores. Las tuvo que modernizar en cierto modo y adaptarlas a su nuevo Imperio. Pero incluso y así, se pueden apreciar en el código, ciertos elementos regresivos, así que no todo iba a ser positivo.

Ley del Talión

El aspecto más destacado, quizás por ser el más negativo del código viene a ser el de la parte de derecho penal, la llamada Ley del Talión. Era estricta pero hay que tener claro que se suavizaba a la hora de ser aplicada entre ciudadanos de la misma clase social. Llegados a este punto, quiero destacar que hasta la aplicación de estas leyes, el sistema más usado en la zona de Mesopotamia era la de la compensación económica. Pero con la implantación de esa nueva reforma jurídica, asistimos a una vuelta al pasado. ¿Y por qué se hizo así? Seguro que os lo estaréis preguntando. Es probable que se deba a la necesidad de aplicar un castigo severo a la reiteración de causas. Además se tenía que tener en cuenta el principio de que en igualdad de condiciones (sociales), y sin malicia (dolo), la pena no debía superar el daño infligido. Si el daño era grande, la pena debía ir acorde.

Aunque no fue demasiado innovador, el Código impulsó una reforma judicial de gran alcance e importancia. Se estableció en cierto modo una igualdad jurídica entre ciudadanos, sin perder de vista el elemento clasista del que os hablaba antes. Al igual que ha ocurrido a lo largo de la historia, las normas no se aplicaban de la misma forma a todos los ciudadanos, no seamos hipócritas y tratemos de disimularlo. Y es que a nivel jurídico, la población se dividía en tres clases o grupos. El primero estaban los ciudadanos acomodados, llamados awilu, que poseían todos los derechos y siendo eximidos de algunas obligaciones. Después estaba el pueblo llano, mushkenu, que dependían del palacio, templo o de otros particulares. Y por debajo de ellos, estaban los esclavos, wardu, de los que no hace falta especificar nada. Así pues, el delito se castigaba más severamente cuando se cometía contra un miembro de la primera clase.

El sistema administrativo babilonio

Por encima de todos estaba el monarca, eso creo que queda claro. Y es que Hammurabi, como sus predecesores era consciente de que su papel era complejo. Debía ser el encargado de dispensar justicia, de proteger a los débiles y menos favorecidos a la vez que se erigía en el «pastor». El pastor haciendo referencia a su gestión del rebaño que era a los que tenía que proteger pero a la vez vigilar. Además de eso, debía ser esforzado y sabio, cosa que el mismo monarca se encargó de enaltecer a nivel propagandístico. Así que también era el jefe supremo del ejército, cosa por otra parte habitual. Para hacer frente a todos esos campos, sabemos que contaba con un grupo de consejeros o dignatarios que le auxiliaban en sus tareas. Estos tenían un poder considerable para facilitarles las gestiones.

Un poder centralizado requería una gestión compleja, y en este caso, el rey tenía claro que debía aplicar una política basada en colocar a gente de confianza al frente de las ciudades conquistadas. Teniéndolos bien situados, el resto de funcionarios de inferior rango, obedecerían sin más. Así pues, los antiguos ensi, aquellos príncipes gobernantes de las ciudades, pasaron a una posición residual dentro de la nueva administración. El sistema no les necesitaba y creó nuevos cargos y eliminó a otros de los que se podía prescindir.

Existía como cargo elevado el prefecto de palacio, llamado shapiru, que era uno de los más importantes. Por debajo de este, estarían los gobernadores provinciales, una especie de proto sátrapa, que recibían el nombre de sha nakkun. Estos se encargaban del orden, del reclutamiento de tropas y de la economía provincial entre otras muchas cosas. Por debajo de estos se encontraban los jefes de poblado, un rango más local, que eran llamados suqaqu.

Otros entes públicos

Complejo, ¿verdad? Pues ahora os voy a liar un poco más y os diré que existían las asambleas populares, o los antiguos consejos locales. ¿Pero no nos has dicho que era un poder centralizado y que el rey movía el cotarro? Seguro que ahora estaréis pensando en eso. Sí, lo he dicho, tengo que reconocerlo, pero también tengo que reconocer que estas asambleas, compuestas evidentemente por los ricos, no tenían tampoco mucho que decir. Servían más que nada para administrar los bienes locales, se encargaba del arrendamiento de las tierras y de recibir los impuestos que luego se enviaban a la capital. Poca cosa en cualquier caso.

El rey delegaba esas funciones pero seguía siendo el que decidía, y ni los gobernadores provinciales ni los jefes locales gozaban de capacidad de decisión. Y esa carencia de iniciativa a la larga podía ser un problema, sobre todo a la hora de afrontar situaciones críticas que requerían una respuesta rápida por parte del poder central. Imaginad que se tratara de un tema militar.

Y ya que hablamos del ejército

Para concluir esta entrada tan larga pero interesante, quisiera hablaros del aparato militar babilonio. Como recordaréis, en la cúspide estaba el propio rey. Por debajo de este teníamos al ugala-martu, que era una especie de general, que a su vez tenía otro subordinado, el wakil amurrim. Vaya nombres más complicados, ¿eh? Este era un cargo heredado de la tradición antigua, cuando existían tropas amorreas aliadas.

El reclutamiento lo llevaban a cabo los gobernadores de provincia y se hacía en forma de levas. Pero a parte de estas, existía un ejército de carácter permanente y de tipo profesional. Estaba mandado por oficiales de la clase más privilegiada, que a cambio de sus servicios, recibían pago en parcelas de tierra que podían ser heredadas por sus hijos y por sus viudas. Sí, habéis escuchado bien, sus viudas. Algo que las sociedades posteriores no supieron mantener en el tiempo.

Los laputtu eran los oficiales que dirigían a los contingentes del ejército. Y la tropa común recibía el nombre de redu. Y ahora dejadme que os hable de una figura interesante, no militar, pero si vinculada estrechamente a los soldados. Me refiero a los haru, que serían una especie de adivinos, sin los cuales los hombres no se ponían en marcha. Cuando los efectivos se reunían para ir a la guerra, estos hombres se encargaban de solicitar a los dioses su beneplácito para emprender las operaciones. Ya sabéis el fuerte contenido religioso y supersticioso que tenían los antiguos.

Creo que con lo expuesto en la presente entrada, os he dado mucha información sobre Hammurabi y la supremacía babilonia en el próximo Oriente. Este repaso por uno de los imperios más interesantes de la zona del creciente fértil seguramente os haya despertado la curiosidad. Así que ya sabéis que podéis seguir investigando más a fondo para saber más de ellos.

Un saludo y nos vemos en la siguiente entrada del blog.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii

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Published on January 28, 2022 09:00

January 21, 2022

Alejandro: regreso a casa y final de la aventura

Bienvenidos a la entrada semanal de mi blog. Continua la aventura del rey de Macedonia y nos adentramos en sus últimos años de vida. Recordad que en el último artículo os narré la campaña que llevó a cabo en la India contra el rey Poro. En el de hoy os hablaré de una nueva etapa a recorrer, que aunque no estuvo marcada por la guerra, fue mucho más complicada que cualquier regla. La entrada de hoy se titula, Alejandro: regreso a casa y final de la aventura.

Antes de comenzar quisiera destacar que el afán que tuvo el rey macedonio por descubrir nuevas tierras sería a su vez la perdición. Y lo digo para que entendáis que tomó una decisión que a la postre resultaría catastrófica. A la hora de emprender el regreso a Babilonia, cometió un errer de cálculo, ya que en lugar de hacerlo por donde habían venido, ordenó cambiar la ruta. Quiso alcanzar el mar siguiendo el curso del río Indo, pero no cualquier mar, sino el Mediterráneo.

Creía que podría hacerlo, o que el mismo río iba a desembocar allí. Pensaba que el río giraba hacía el oeste y que siguiéndolo acabaría llegando hasta Alejandría. Pero estaba muy equivocado y la marcha se llevó a cabo paralelamente entre la flota fluvial y el grueso del ejército que iba a pie.

Regreso a casa conquistando

Como era de esperar la voluntad de conquista no cesó en ningún momento y el ejército macedonio tuvo que enfrentarse a diferentes pueblos en ese trayecto. Un episodio destacado fue el de la lucha contra los  malios. En el asalto a su ciudad, Alejandro fue alcanzado por un proyectil en el pecho y sufrió una herida grave, llegando a desmayarse.

Sus hombres, al verlo caer y pensar que había muerto, arrasaron la ciudad acabando con casi todos los habitantes. El rumor de la muerte se extendió por el campamento cuando los hombres no lo vieron en varios días. Sus oficiales se lo hicieron saber, y el rey, montó a caballo y se presentó ante ellos para demostrarles que seguía vivo.

Cuando se recobró, envió a parte de su ejército por una ruta interior de nuevo hacia Persia, mientras él continuaba con la flota hasta la desembocadura del río Indo. Pero llegados a ese punto, la flota y el ejército se separaron. La primera, bajo las órdenes del almirante y amigo del rey, Nearco, saldría con los vientos favorables. Él, al frente de sus tropas, avanzaría bordeando el mar con el resto del ejército.

El cruce del desierto de Gedrosia

Ese fue quizás el mayor error que cometió a lo largo de su vida. Partió en pleno verano, con un calor terrible y se adentró en el temible desierto de Gedrosia, la actual Belachistán.

El monzón apareció y la flota tardó mucho más de lo esperado en partir. Evidentemente el ejército de tierra avanzó pero no se encontró jamás con el apoyo de los barcos que eran los que llevaban los suministros. Se habían quedado solos y desprovistos.

El avance fue lento y penoso, y el agua y los alimentos cada vez escaseaban más. Pero no solo se enfrentaron a eso, sino que además las temperaturas eran terribles, así que solían moverse cuando el sol se escondía.

El primer paso fue el de ir matando a los animales de carga para poder alimentar a los soldados. Eso era un problema, ya que los enfermos y heridos no se podían transportar, por lo que se fueron abandonando a su suerte por el camino.

Una travesía larga y terrible

La columna se calcula que podía estar formada por cerca de ochenta mil personas, entre combatientes y comitivas preceptivas de mujeres, niños, comerciantes,…

Sufrieron desde riadas que arrasaron su campamento, hasta tormentas de arena e incluso se desorientaron en la ruta varias veces. Como podéis comprobar no lo pasaron nada bien. Aquel ejército conquistador, forjado en muchas batallas, estaba siendo derrotado por un desierto. Y contra ese enemigo, nada se podía hacer.

No fue hasta bien entrado el mes de enero cuando Alejandro logró reunirse con la flota de Nearco. Pero de los ochenta mil que salieron con él en julio, solo quedaban vivos unos veinticinco mil. Ese fue el mayor de los desastres que tuvieron que afrontar los macedonios desde su partida de Grecia. Una derrota contra un enemigo implacable y que no daba cuartel ni hacía prisioneros.

Varios fueron los errores cometidos, y Alejandro no era de fallar en esos cálculos. Salir sin la flota en paralelo, había sido fatal, e imagino que no pasaría día en el que el rey no se arrepintiera de haber tomado aquella decisión.

El regreso a Babilonia y un nuevo amotinamiento

En el año 324 a. C., Alejandro ya estaba de regreso y se dedicó en primera instancia a poner orden en su Imperio. Se habían dado algunos casos de corrupción y mala gestión en su larga ausencia, y tenía que centrarse ahora en el gobierno de sus vastos dominios.

Lo primero que hizo, medida muy merecida, fue conceder a los más veteranos, sobre todo a los heridos y mutilados una licencia que les permitiera regresar a Macedonia.

Lo que otrora habría sido una decisión popular, se convirtió en todo lo contrario, ya que muchos de esos curtidos veteranos llevaban combatiendo desde el principio por él. Creyeron que el rey quería sustituirlos por sus nuevos súbditos persas, ya que había incluido en la caballería de compañeros a nobles iranios.

Así pues, esos veteranos descontentos se amotinaron cuando estaban en la ciudad de Opis, cerca de la desembocadura del Tigris. El rey no tuvo más opción que presentarse ante ellos y pronunciar un discurso en el que les exponía todo lo que habían hecho su padre y él por elevarles hasta la cima del Olimpo.

Pero sus palabras de poco sirvieron y de nuevo se encerró en su tienda (como si fuera un niño enfadado) y amenazó con devolverle todo a los persas. Fueron los propios soldados los que le pidieron que no lo hiciera. Evidentemente la estratagema funcionó y Alejandro se salió con la suya de nuevo, no sin antes encargarse de ejecutar a los cabecillas de aquella revuelta.

La muerte de su querido Hefestión

Al final, logró convencer a diez mil veteranos que regresaron a su patria bajo el mando de Crátero y con una buena paga por sus servicios prestados.

Al poco, en Susa, se celebraron las bodas de ochenta oficiales macedonios con mujeres persas pertenecientes a la nobleza, para ligar ambas naciones. Incluso él mismo, se casó con la hija de Darío, Estatira, en ese afán de unir a todos bajo un solo gobierno.

Pero no todo iban a ser buenas noticias, ya que al cabo de poco tiempo, Hefestión, el hombre confianza de Alejandro y quizás algo más, enfermó gravemente contrayendo unas altas fiebres acompañados de terribles dolores de estómago. No duró demasiado, y cuando el rey llegó a Ecbatana, su amado amigo ya había pasado a la otra vida.

Fue un duro golpe para él, y se sumió en una depresión terrible. Decretó el luto oficial, se cortó el pelo e hizo que se cortaran las crines de los caballos en señal de duelo.

Según las fuentes, el rey mandó construir una pira funeraria de más de cincuenta metros de altura, conformada por seis pisos, decorados incluso con estatuas. Todo este montaje no era más que un símil del dolor que sintió su héroe y referente, Aquiles, al incinerar el cuerpo de su querido Patroclo.

A juzgar por los síntomas que tuvo en su agonía Hefestión, existe una alta probabilidad de que fuera envenenado. Estaba junto a Alejandro y eso provocaba la envidia de muchos hombres importantes. La cuestión es que jamás se investigó como tal.

Después del luto, vuelta a la guerra

En el invierno del 324 al 323 a. C., Alejandro continuó batallando. Quedaban pocos enemigos a los que enfrentarse, pero los coseos, una tribus de montañeses de la zona de Ecbatana todavía se resistían a ser conquistados.

Fue por aquellas fechas cuando dejó encinta a Roxana, que le daría su único heredero. En primavera de ese mismo año, regresó a Babilonia y recibió a muchas embajadas extranjeras, como la enviada por Cartago.

Su afán de conquista era tan grande, que tras controlar sus dominios comenzó a planear cuales iban a ser sus siguientes pasos. Su objetivo inmediato iba a ser la zona de Arabia. Aunque quizás pensó llegar incluso más lejos, hasta la propia Cartago.

Pero todos esos planes se quedaron en eso, ya que a principios de junio de ese 323 a. C., el rey cayó enfermo. Sabemos, gracias a Diodoro, que exactamente el día 2 de junio, Alejandro participó en un banquete organizado por su amigo y compañero Medio de Larisa, en el palacio de Nabucodonosor II, en Babilonia.

El trágico final de un conquistador

Tras una noche de borrachera y excesos, en la que Alejandro bebió un enorme bol de vino en honor a Heracles, cayó gravemente enfermo. Diodoro cuenta que Alejandro padeció fiebre alta, escalofríos y cansancio generalizadounido a un fuerte dolor abdominal, náuseas y vómitos.

Fue empeorando con el paso de los días, aunque inicialmente continuó ejerciendo las funciones de su cargo. Pero a partir del cuarto día aproximadamente, comenzó a sentirse mucho peor, hasta el punto de que era incapaz de andar y, más tarde, incluso de hablar.

Poco a poco el rumor de la muerte del rey se extendió entre los hombres, hasta el punto en el que para desmentirlo, se abrieron las puertas de la alcoba en la que estaba postrado. Todos los soldados desfilaraon una última vez ante el hombre que les había llevado a la gloria.

Fue la mañana del 10 de junio cuando según las fuentes, el rey expiró. Tenía tan solo 33 años, pero había logrado más que nadie en muy poco tiempo. Evidentemente desde ese instante su fama y su gloria se convirtieron en algo a imitar, que muchos otros grandes hombres trataron de igualar.

En fin, muchas sombras planean sobre la temprana muerte del rey macedonio. Unos dicen que fue una enfermedad como la fiebre tifoidea, una pancreatitis o incluso la malaria, aunque otros afirman que fue envenenado.

Si al final fue envenenado, es evidente que podría haber sido cualquiera ya que era un hombre más que importante. Sospechosos no faltarían, pero en aquel preciso momento nadie estaba para investigar las causas de la muerte del rey. Sus mismos generales, que pasarían a ser conocidos con el nombre de Diádocos (sucesores), no esperaron mucho para combatir por hacerse con el control de su reino.

Pero esa es ya otra historia, que si os parece dejaremos para otro momento.

Espero que os haya gustado este apasionante viaje por la vida de un gran conquistador y que lo hayáis disfrutado como si hubierais cabalgado junto a él.

Un saludo y hasta la próxima entrega,

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

La entrada Alejandro: regreso a casa y final de la aventura se publicó primero en Sergio Alejo Gomez.

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Published on January 21, 2022 09:00

December 17, 2021

Alejandro y un cambio de estrategia en la campaña

Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana voy a seguir relatando la expedición de Alejandro por el extenso imperio que una vez fue de los Aqueménides. En esta nueva entrega os hablaré sobre Alejandro y un cambio de estrategia en la campaña.

Después de los trágicos acontecimientos sucedidos en el banquete que le costó la vida a Clito, se puede afirmar que Alejandro volvió a arrpentirse de haber sufrido un nuevo arrebato de ira. Además, las cosas, lejos de solucionarse, se complicaron aún más. Espitámines continuaba estando libre y campando a sus anchas, y eso no le convenía al rey, así que tuvo que replantearse la situación.

Nueva estrategia

Decidió que para debilitar al noble rebelde, debía acabar con sus apoyos, y la mejor manera era la de no ejecutar a los vencidos. Así que optó por comenzar a mostrarse clemente con ellos. Esa nueva estrategia dio sus frutos rápidamente, y el rebelde fue entregado a Alejandro por los masagetas. Estos, eran un pueblo de la zona, que para congraciarse con el rey macedonio, no dudó en traicionar a Espitámenes. Al fin y al cabo, le hicieron lo mismo que había hecho él con Besos.

Pero no le entregaron al rebelde con vida para que Alejandro le diera tormento, sino que le hicieron llegar su cabeza. Eso hizo que la rebelión se fuera apagando lentamente. En esa política de acercamiento a los sogdianos, Alejandro contrajo matrimonio con la hija de Oxiartes, uno de los más influyentes y que casualmente tenía su base en la roca Sogdiana.

La hija de este se llamaba Roxana, y seguro que os sonará porque sería la madre de su único hijo. Ese gesto serviría para acercarse en gran medida a las élites de la región.

Herencia paternal y que no falten las conjuras

Parecía que esa nueva política era un reflejo de lo que había hecho su padre Filipo II en su día, ya que él había sido muy hábil al casarse con varias esposas con fines políticos. Alejandro entendió la importancia de ese tipo de enlaces matrimoniales.

Después del enlace, tomó el camino hacía Bactria de nuevo, pero fue entonces cuando tuvo lugar otro episodio bastante oscuro: una nueva conjura contra su persona. Como veis era un constante sin vivir el ser rey, ya no se podía fiar de nadie, ni siquiera de los suyos. Aunque teniendo en cuenta el destino que había sufrido su propio padre…, todo era posible.

Esa conjura  fue llamada la de los pajes. Y es que fue protagonizada por los jóvenes de origen noble que servían al rey. Estos muchachos eran enviados por sus aristócratas padres para formarse cerca del rey antes de convertirse en miembros de los Compañeros. Era todo un honor para ellos, pero por lo que parece, algunos de ellos no lo tenían tan claro.

La cuestión fue que Alejandro que en un momento dado castigó a uno de ellos, de nombre Hermolao, y el resto no se lo tomaron muy bien y tramaron asesinarle. Eran jóvenes e impulsivos y por ello fueron descubiertos pronto.

Los pajes y Calístenes

Tras someterles a tortura, alguno de ellos nombró a Calístenes, el sobrino de Aristóteles, que formaba parte de la expedición. Responsable o no, implicado o no, fue encerrado y posteriormente ejecutado por orden del rey. Teniendo en cuenta que era uno de los más firmes opositores a la postración, quizás no le fue mal a Alejandro deshacerse de él, porque nunca se sabe lo que podría haber llegado a hacer.

En fin, a finales de la primavera del año 327 a. C. todo estaba a punto para emprender una nueva campaña, en dirección a Oriente, concretamente a la India. Una empresa compleja y que se aventuraba dura. Además, lo que difería en esa nueva empresa que estaba a punto de iniciarse, era que saldría de los límites del Imperio Aqueménida para adentrarse en un territorio desconocido.

Aunque para ser exactos podría decirse que la expedición de Alejandro no entró jamás en la India tal y como la conocemos actualmente, sino que la región correspondía más bien al actual Pakistán.

Pero no lo hizo a lo loco, sino que previamente había enviado a Hefestión, su hombre de confianza, para que echara un vistazo. El compañero ya se encargó de preparar logísticamente la campaña, e incluso tendió puentes sobre los ríos para facilitar las cosas al grueso del ejército.

La campaña de la India

Así pues y entrando en materia, el primer territorio al que llegó el ejército de conquista fue al de Taxila, cuyo rey no dudó en postrarse de manera pacífica y no resistirse. Pero, ¿por qué no se defendió de la invasión? Pues sencillo. Quería que aquellos extranjeros le ayudaran a luchar contra uno de sus rivales, el rey Poro.

Este rey, gobernaba las tierras más al este de las suyas, y poseía un numeroso ejército, entre los que tenía un elevado número de elefantes, y claro, el de Taxila vio una oportunidad de igualar fuerzas. Pero los macedonios ya sabían que eran esa clase de bestias, ya que parece ser que en Gaugamela, Darío había traído algunos de ellos. No se puede afirmar con certeza que entraran en combate, pero al menos es evidente que Alejandro y sus hombres los habían visto.

La sorpresa llegaría en el momento en el que los invasores se dieran cuenta que los elefantes de Poro no eran de adorno, si no que estaban preparados para combatir. Además, esos elefantes no solo usaban su fuerza de ataque contra hombres y bestias por igual, sino que también transportaban a uno o varios hombres sobre ellos que arrojaban proyectiles aprovechando su posición elevada.

La batalla del Hidaspes

El choque se produjo cuando las tropas de Alejandro llegaron a orillas del río Hidaspes, el actual Jhelum que es un afluente del mismo Indo. El ejército del rey indio era imponente, y oscilaría entre los treinta y cuarenta mil infantes, cerca de cinco mil jinetes, trescientos carros de guerra y doscientos elefantes. El ejército de Alejandro, sería más o menos parecido en números, pero eso sí, no tenía ni carros, ni paquidermos.

El único problema por eso no era el ejército de Poro, sino que el obstáculo más inmediato era el mismo río. Evidentemente era mucho más caudaloso que el Gránico, cosa que no era demasiado difícil, y eso dificultaba en gran medida el poderlo cruzar.

El otro elemento era el factor miedo que causaban los elefantes en hombres y sobre todo en los caballos. Se produjo entonces una situación extraña, y es que Alejandro comenzó a mover a sus jinetes río arriba y río abajo como si quisiera cruzar.

Jugando al gato y al ratón

El rey Poro hizo lo mismo desde la otra orilla. Tras varias intentonas y dándose cuenta de que los macedonios no iban a cruzar, el rey Poro decidió que era más sencillos tener vigías que controlaran las intenciones de sus enemigos.

Tuvieron que pasar unos cuantos días para que Alejandro se decidiera a cruzar el río, y tuvo que hacerlo usando el amparo de la noche y veintisiete kilómetros río arriba. Dejó varios contingentes en puntos escalonados del río, y les dio la orden de cruzar cuando el combate diera inicio.

Él llevó consigo tan solo a seis mil infantes y cinco mil jinetes, obviamente a los mejores, ya que los necesitaría en primera instancia. Es pues de cajón afirmar que estaban con él los hipapistas y como no sus queridos Hetairoi.

Operación anfibia de desembarco en el Hidaspes

El río era ancho y bajaba con fuerza, así que tuvieron que cruzarlo mediante pequeñas balsas que ya habían construido días atrás. El tramo final lo hicieron con el agua al pecho, ya que desembarcaron en una isla sin darse cuenta.

La cuestión es que al llegar a la otra orilla, los hombres de Poro se les echaron encima sin dejarles apenas respirar. Al ser un pequeño contingente, los macedonios los superaron sin dificultad y Alejandro avanzó con sus jinetes hacía donde estaba el grueso del ejército enemigo.

No tardó en dar con ellos, que estaban ya bien formados y esperando la llegada. Por suerte para el rey macedonio, varios de sus contingentes ya habían cruzado y se habían ido sumando a sus fuerzas, reduciendo de esa manera la inferioridad inicial.

En cuanto al combate, Arriano afirma que los falangitas se centraron en los conductores de los elefantes, abatiéndolos inicialmente. Pero las bestias al ser alcanzadas y heridas por los macedonios se volvían locas y arremetían con fiereza sobre las filas compactas, causando gran pánico. El uso de los elefantes supuso un grave problema para los macedonios, que eran incapaces de mantener las líneas ante el ataque y embestida de aquellas moles enfurecidas.

Pero ya sabéis que los animales heridos son peligrosos, y los elefantes atacaban a todo lo que se cruzaba en su camino. No distinguían de bandos, y aplastaban a los hombres de Poro por igual. Según el relato de Arriano, cuando los animales se agotaron, se retiraron del campo de batalla dejando libre el paso a la falange.

Una nueva victoria para Alejandro pero con sabor amargo

La derrota de los indios fue total y Alejandro volvía a salir victorioso de una situación que se le había complicado quizás más que en otras ocasiones. Por si eso no fuera poco, la fuerza y la potencia de los paquidermos impresionó al rey macedonio e incluso a sus generales, que ya sabemos que pasarían a usar estos tanques de la antigüedad en sus conflictos venideros.

La nota negativa de aquella batalla del Hidaspes fue la muerte de Bucéfalo, el famoso y ya mayor caballo del rey que tenía la friolera de treinta años.

¿Y qué fue del rey Poro? Alejandro admiró su valentía y le trató con respeto, llegando incluso a entablar una amistad y una subsiguiente alianza. Le dejó seguir siendo gobernante, pero en lugar de hacerlo como rey, lo debería hacer como sátrapa. Estaba muy lejos de su zona de control, así que sabía que tenía que usar a esos aliados para controlar la zona.

La ambición de Alejandro no tenía límites y su intención era seguir avanzando y conquistando. Fueron sus tropas las que le frenaron y le dijeron que ya estaban cansados de tanta guerra. La información que sacó de los habitantes locales tampoco le sirvió para esperanzar a sus soldados, ya que la tierra parecía no acabarse jamás y el futuro inmediato estaba plagado de guerra.

Incluso amenazó a sus hombres de que si no le acompañaban, continuaría él solo. Pero ni eso funcionó y Alejandro se encerró en su tienda durante tres días hasta que por fin se rindió a la realidad. Cedió a la presión de sus hombres y ordenó la retirada hacía el corazón de su nuevo imperio.

Hasta aquí esta nueva entrega. Espero que os haya gustado y os informo de que ya nos acercamos al final de esta epopeya. Hasta la siguiente entrada.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

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Published on December 17, 2021 09:00

November 19, 2021

Alejandro y la conquista de Sogdia

Bienvenidos a una nueva entrega de mi blog. Esta semana os traigo la siguiente entrega del periplo de Alejandro por el Imperio persa. Hoy vamos a entrar en un territorio duro y difícil que le complicó mucho la vida al rey de los macedonios. Hoy os hablaré de Alejandro y la conquista de Sogdia.

Empecemos desde un momento concreto: la captura y posterior ejecución de Beso. Después de eso, Alejandro se dirigió a la capital de la satrapía de Sogdia, que era misma en la que se había refugiado el asesino de Darío. Esa ciudad no era otra que Maracanda, o lo que es lo mismo, Samarcanda. La ciudad fue ocupada sin resistencia ni oposición, así que el rey decidió acantonar una guarnición como solía hacer habitualmente.

Tras el descanso merecido, el avance por el interior de la satrapía continuó y se llevó a cabo la ocupación de hasta siete ciudades. La mayor de ellas fue Cirópolis (evidentemente este es el nombre en griego que le dieron los macedonios). Acto seguido, Alejandro convocó a los nobles de Bactria a su presencia a la vez que fundaba una nueva Alejandría, esta llamada Alejandría Escate a orillas del río Yaxartes.

La tempestad después de la calma

Mientras nuestro protagonista estaba enfrascado en la fundación de la ciudad, le llegaron malas noticias. Los habitantes de aquellas siete ciudades recién sometidas, se alzaron en armas y eliminaron a las guarniciones que él había dejado. Es decir, estalló una revuelta que ni vio venir.

Su reacción fue como siempre, rápida y eficaz, y en poco tiempo se encargó de reconducir la situación. Eso sí, volvió a ser herido en una incursión en Cirópolis con otra pedrada que le dio en la cabeza. Se dice que le afectó al habla y a la vista durante algún tiempo, aunque volvía a demostrar su predisposición al situarse al frente de su ejército.

En uno de sus arrebatos de ira, mandó asesinar a los hombres, y vender como esclavos a mujeres y niños de algunas de esas ciudades. Una vez aclarado el tema, retomó las obras de la ciudad. Aunque tampoco gozó de calma, ya que uno de los nobles que habían entregado a Besos, Espitámenes, se alzó en armas. Al frente de un ejército compuesto por nobles bactrianos y sogdianos asedió la guarnición macedonia de Maracanda.

Y otro grano en el culo de Alejandro

Arriano nos dice que mientras el rey se quedó en la ciudad haciendo frente a unos ataques de la tribu nómada de los sacas, envió a un contingente de auxilio a Maracanda. Estaba compuesto por unos setenta hetairoi y por cerca de dos mil trescientos mercenarios. Quino Curcio nos da la cifra de tres mil ochocientos soldados, pero eso es lo de menos. La cuestión es que la fuerza de apoyo era numerosa y Alejandro quería asestar un duro golpe a los que se oponían a él.

Cuando el ejército macedonio llegó a la ciudad, las fuerzas persas se retiraron. Esperaron a recibir un numeroso grupo de jinetes de apoyo y entonces se enfrentaron a sus perseguidores en el valle del Politimeto. Sobre el resultado de esta batalla, existen tres versiones, pero el resultado es que el ejército macedonio fue derrotado. Y asistimos a la primera derrota sufrida por el ejército heleno en suelo persa.

La noticia llegó hasta el rey que parece ser que ordenó que no se hiciera púbica para mantener la moral alta. Fue entonces cuando tomó la decisión de cruzar a la otra orilla del Yaxartes y enfrentarse en campo abierto a los sacas que no dejaban de incordiarle. El rey de esta tribu pactó con Alejandro y le aseguró que los atacantes eran bandidos y no gente de su tribu.

Vengar la derrota

Como tenía asuntos más importantes en Maracanda, Alejandro tomó un nutrido grupo de tropas entre las que estaba el cuerpo de hipaspistas. Acudió en auxilio de la ciudad que volvía a ser asediada por los exultantes persas. Espitámenes huyó al percatarse de la llegada del rey, y cuando llegó Alejandro no había enemigo contra el que luchar. Así que mandó arrasar el valle del Politimeto como represalia a la ayuda que sus habitantes habían prestado al rebelde.

Parecía que la satrapía estaba lejos de quedar pacificada y la resistencia seguía siendo un problema. Las tropas macedonias se retiraron hasta Bactra, la capital de la satrapía de Bactria para pasar allí el invierno. Pero, ¿por qué esa reacción por parte de los persas cuando la invasión había sido llevada de manera pacífica?

Según Borja Pelegro Alegre, y extraído de su artículo de la revista Desperta Ferro, número 47 titulado A sangre y fuego, en las campañas de Asia Central, Alejandro cometió dos errores de cálculo. El primero fue la fundación de la propia Alejandría Escate. El segundo, la convocatoria de los nobles bactrianos a la ciudad.

En su opinión, la primera acción suponía la imposición de una frontera militarizada en el Yaxartes que provocaría una fisura social entre las diferentes tribus que componían la satrapía. La segunda acción suponía que Alejandro imponía su autoridad por encima de esos nobles. Eso se alejaba de la tradición política de los aqueménides. Tanto Bactria como Sogdia se habían regido por una política más independiente que el resto de satrapías. Y eso suspuso una amenaza contra unas estructuras sólidas y mantenidas en el tiempo.

Consecuencias de los errores

No hay duda de que se trató de un error de cálculo de Alejandro, y que eso le trajo más quebraderos de cabeza de los esperados. Aquel invierno del 329 al 328 a. C. fue complicado, ya que las acciones del rey macedonio en los valles provocaron que el ambiente estuviera más revuelto entre la población de Bactria y Sogdia

Pero aquel invierno sirvió para replantear la situación. Llegó a la región un contingente de veinte mil mercenarios provenientes de Grecia y eso le permitió desplegarlos sobre el terreno. Fue dejando contingentes bajo el mando de sus compañeros de confianza en puntos concretos.

Él remontó el río Oxus hasta cruzarlo y penetrar en la zona más oriental de Sogdia. Allí inició una serie de campañas breves en intensidad que sirvieron para someter los focos de resistencia. La región era vasta y complicada de someter, y más teniendo en cuenta que los enemigos combatían en guerrillas. Llegó un momento en el que se topó con Arimaces, un noble que se atrincheró en un punto casi inaccesible: la llamada Roca Sogdiana.

El episodio de la roca Sogdiana

Esta era una fortaleza que estaba en la cima de una montaña de muy difícil acceso y eso la hacía prácticamente inexpugnable. El noble sogdiano consiguió reunir en la fortaleza un ejército numeroso. Los sogdianos se hicieron fuertes en su refugio y obligaron a Alejandro a tener que emplearse a fondo.

Pero este era tozudo y obstinado como ya sabréis. Así que en lugar de pasar de largo, decidió que debía tomar la fortaleza para demostrar de nuevo que no se podía jugar con él. En cualquier caso tampoco le convenía mucho pasar de largo y dejar a esa gente a sus espaldas.

El asalto frontal era complicado y someter aquel lugar a un asedio también se antojaba una ardua tarea. Lo que sus enemigos no sabían era que para el rey macedonio no existían los límites. Cuando se entablaron negociaciones con los sogdianos, estos se mofaron de Alejandro. Dijeron que como no tuviera soldados con alas, jamás podría tomar aquella fortaleza.

Ese exceso de confianza fue el peor de los errores para los defensores. Estaban tan convencidos de que era imposible el aslato que ni siquiera apostaron vigías en la parte posterior de la ciudadela. Y es que esa era la zona de más difícil acceso, y por donde no esperarían recibir un ataque.

Los soldados alados de Alejandro

Fue precisamente ese punto por el cual Alejandro decidió mandar el ataque. El punto por el que nadie lo haría, vamos nadie en sus sano juicio lógicamente. Para lograr ese asalto exitoso el rey ofreció una alta recompensa. La friolera de 12 talentos de oro al primero de sus soldados que llegara a la cima. Si se tiene en cuenta que un talento equivalía a un peso de 35 kilos aproximadamente, imaginad lo motivante que podía llegar a ser.

Pero además, no contento con ello, habría recompensas suculentas para todos los que lo lograran. Eso sí, la cantidad sería descendente según el orden de llegada de los soldados. ¿Os parece motivante lo que ofrecía el rey? Sin duda eso demostraba lo importante que era para él lograr hacerse con la fortaleza.

Ese suculento premio hizo que se presentaran 300 voluntarios para llevar a cabo la arriesgada escalada de aquella pared. La operación tuvo lugar aprovechando el amparo que ofrecía la noche, y se hizo usando cuerdas de lino y estacas de hierro que se iban clavando en la roca.

Se calcula que un buen número de esos expertos proto alpinistas se despeñaron y murieron aplastados contra las rocas. Los que lo lograron, superaron la fortaleza y desplegaron una serie de banderas para que los macedonios se cercioraran del éxito.

La rendición de los defensores y la toma de la roca

Alejandro Informó entonces a los sogdianos de que había usado sus hombres alados para llegar hasta la cima. Estos al comprobar que era cierto no dieron crédito a lo que vieron y decidieron rendirse. El rey macedonio imagino que recompensó a los valientes escaladores, y a su vez castigó severamente a los defensores. Aunque en aquella ocasión se mostró benevolente con la población civil perdonándoles la vida.

Aquí el relato vuelve a ser un poco confuso, ya que algunos autores afirman que mandó crucificar al noble rebelde y sus seguidores más cercanos. No queda demasiado claro lo que ocurrió. El ejército macedonio continuó con su campaña de sometimiento de la zona.

Mientras tanto, Espitámenes no se rindió y atacó la región de Bactria a sabiendas de que el grueso del ejército invasor estaba en Sogdia. Atacó por tanto la retaguardia del ejército macedonio. Y Alejandro y sus respectivas columnas regresaron al finalizar el verano a Maracanda. Allí se acantonaron y fie donde tuvo lugar un incidente bastante relevante.

La muerte de Clito

En un banquete en esa misma ciudad, se produjo otro de los episodios más oscuros de la vida de Alejandro. Uno en el que otro de sus leales y antiguos generales acabaría perdiendo la vida fruto de la ira del rey. En esa ocasión le llegó el turno a Clito, el mismo que le había salvado la vida en el Gránico.

Todo vino por los elogios que recibió Alejandro por parte de sus súbditos persas. A Clito no le gustó que le trataran como un Dios, y el general le recordó a Alejandro que le debía todo a su padre. Le dijo que el proyecto ye el ejército habían sido creados por Filipo. Al fin y al cabo, no le faltaba razón, ya que sabréis a estas alturas que lo heredó ya perfectamente estructurado de su padre.

Lo siguiente fue un arrebato de ira del rey, que atravesó con una lanza al que había sido su general y amigo. Alejandro se dio cuenta inmediatamente de lo que había hecho, y el mundo se le vino encima. Las fuentes dicen que se encerró en su tienda sin comer ni beber nada durante tres días. De nuevo su fuerte carácter se impuso al sentido común. La campaña perdía a otro de sus pilares y no precisamente en combate. La situación cada vez estaba más tensa y Alejandro estaba cruzando la línea.

Pero todavía queda mucho por explicar, así que nos leemos en la siguiente entrega de esta historia. Saludo a todos.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

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Published on November 19, 2021 09:00

November 5, 2021

La muerte de Darío y el final del Imperio aqueménida

Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Aunque hace ya mucho que dejé de lado esta serie dedicada a Alejandro, he decidido que ha llegado el momento de retomar esta saga de artículos. Preparaos porque hoy vamos a entrar en el corazón de Persia para hablaros de la muerte de Darío y el final del Imperio aqueménida.

Situémonos en el mes de mayo del año 330 a. C., que fue el momento en el que el rey macedonio abandonó la ciudad de Persépolis. Avanzó hacia Ecbatana, ciudad en la que presuntamente se había refugiado Darío, y que se hallaba a una distancia más que considerable de Persépolis, a unos ochocientos kilómetros. Esa era mucha distancia y exigía de nuevo un periplo más que largo para las tropas ya fatigadas de Alejandro.

Cuando las tropas llegaron a la magnífica capital, se percataron, primero, de que la realidad era otra, y segundo, de que Darío ya no estaba allí. El huidizo monarca persa había abandonado la ciudad llevándose consigo una gran cantidad de talentos y un contingente de jinetes bactrianos. No se rendía y se dirigió hacia las Puertas Caspias con sus jinetes. Entre ellos había algunos de sus nobles y generales que continuaban siéndole fieles.

La eterna huída y el trágico final

Por ello, cansado de no poderle dar caza, Alejandro dejó atrás el convoy, dirigido por el bueno de Parmenión y avanzó a marchas forzadas con una unidad de jinetes. Al llegar a las Puertas Caspias, las pasó sin problemas, ya que no había guarnición alguna defendiéndolas.

Fue entonces cuando ocurrió algo con lo que a priori no contaba Alejandro. Los oficiales persas, algunos de ellos parientes de Darío, al ver que se les acercaban, optaron por apresar al Gran Rey. Y teniéndoles aún más cerca, decidieron acabar con su vida. Esta vil acción suele atribuírsele a uno de ellos, llamado Besos o Beso.

Cuando Alejandro encontró a Darío, este ya estaba o bien muerto o bien agonizando, por lo que poco pudo hacer por salvarle. Así que ordenó que trasladaran su cadáver hasta Persépolis para ser enterrado en la necrópolis que tenía la familia real.

Un Imperio sin Gran Rey

Alejandro se consideró siempre el heredero de Darío ya que había sido él quien lo había derrotado. Por ello pensó que era su deber vengar su muerte y dar caza a aquellos que lo habían matado de aquella manera tan cobarde.

Pero no todo iba a ser tan sencillo, ya que también tuvo que dedicarse a someter las actuales regiones de Afganistán, Uzbekistán y Tayikistán. Y esa guerra no iba a ser como las que había librado hasta ese momento. Se acabarían las batallas campales entre grandes ejércitos, y se daría paso a la temida guerra de guerrillas. Esa era la manera de combatir que tenían las tribus de esas remotas regiones. El rey macedonio no tuvo más alternativa que adaptarse a ese estilo de combate.

Una vez que la guerra parecía que estaba finalizada, con un cierto dominio y control del territorio, Alejandro mandó licenciar a sus tropas griegas pertenecientes a la Liga de Corinto. Ofreció la posibilidad de que aquellos que quisieran quedarse cómo mercenarios lo pudieran hacerlo, sin duda algo que tras tantos años de campaña quizás no apeteciera demasiado.

El rey macedonio comenzó a incorporar en su ejército a tropas persas y eso no acabó de agradar a sus hombres. Ahora el ejército griego pasaba a ser una mezcla da naciones que hacían difícil la convivencia entre los integrantes.

La maldita proskynesis

Pero eso no fue lo peor, sino que el hecho de que Alejandro añadiera la proskynesis a al asunto no acabó de encajar entre los griegos. Ese vocablo hace referencia al gesto que los persas hacían con su Gran Rey. La postración y que era una costumbre que se remontaba a los tiempos de los reyes asirios, y que los persas habían tenido a bien heredar. Ese acto no agradó a los macedonios, ya que era símbolo de divinidad.

Su rey no era un dios, si no que seguía siendo un líder mortal al igual que antes de vencer a Darío. Aunque los persas lo hicieran, ni los macedonios ni los griegos estaban dispuestos a pasar por semejante humillación y eso traería mucha tensión a la postre.

Todo eso hizo que el rey se volviera más paranoico de lo que ya esra. Comenzó a ver conspiraciones por todas partes, ya que veía que sus súbditos no obedecían sus indicaciones. Una de ellas fue la que según el monarca encabezó Filotas, el hijo del leal Parmenión. No hay detalles muy claros sobre los motivos que le hicieron sospechar de uno de sus Compañeros.

Pero todo podría estar relacionado con el asunto de esa ligera “inclinación”, nunca más bien dicho, a las costumbres persas. Una vez hubo ejecutado al hijo, hizo lo propio con el padre, y es que temía que el anciano militar buscara venganza. Sus éxitos y sacrificios en las batallas que habían librado los macedonios no le salvaron de su final trágico. Envió a unos mensajeros que en realidad debían acabar con la vida del anciano general que estaba en Ecbatana.

Borrón y cuenta nueva…

La cuestión es que se puso en marcha de nuevo con sus tropas en el año 329 y se adentró en el temible Hindu Kush. Y es que muy a su pesar, y sobre todo al de sus hombres, los oficiales de Darío que le habían ejecutado seguían empeñados en continuar con la guerra. Él quería darles caza.

Su ejército pasó verdaderas penalidades en la travesía de esa cordillera, comparables a las que le tocó vivir a Aníbal al cruzar los Alpes. Tuvieron que hacer frente al mal de altura, al hambre, a la hipotermia, a las avalanchas y a todo tipo de contratiempos.

Tenía ya a tiro a Besos, y más cuando algunos de los nobles que en teoría estaban con él, desertaron del ejército y buscaron la clemencia del rey macedonio. El que no lo hizo fue Besos, que además de no rendirse, se autoproclamó Gran Rey, haciéndose llamar Artajerjes V.

Incluso uno de los sátrapas, Artabazo se entregó y rindió a los mercenarios griegos que aún servían a su causa. Alejandro en aquella ocasión, trató a los hoplitas con respeto. Bueno a todos menos a los espartanos, a los que mandó arrestar. Y es que, en la Grecia continental, sus compatriotas todavía estaban en pie de guerra contra Antípatro, regente de Macedonia.

Una eterna persecución

En marzo de ese mismo año 329 a. C., Alejandro y sus hombres llegaron a la región de Parapamísada, tras cruzar el Hindu Kush. Fue allí donde fundó otra de sus Alejandrias, destinada a controlar los pasos de montaña. Desde allí continuó la persecución del sátrapa traidor, que se replegó al otro lado del río Oxus quemando previamente las cosechas y los campos. También hundió las balsas para impedir el cruce de las tropas de Alejandro.

Pero el rey macedonio no iba a desistir y mandó construir balsas con pellejos de animales y paja. Cuando logró atravesar el río, se encontró que los pocos nobles persas que quedaban, le entregaron encadenado a Beso.

Según dicen las fuentes, el rey macedonio lo envió a Bactria, donde le fueron amputadas la nariz y las orejas para posteriormente acabar siendo ejecutado en la ciudad de Ecbatana. Fatal destino por querer ser rey en lugar de entregarse.

Se puede concluir que de esa manera Alejandro vengaba la muerte del rey Darío, al que sin duda respetaba pese a haber sido su gran enemigo. Además, desde ese momento ya no habría un ejército regular persa al que enfrentarse. Aunque eso no quería decir que la conquista hubiera terminado. Nada más lejos de la realidad, ya que el rey continuó avanzando y tratando de someter todos los territorios de Asia Central. Quedaba mucho por hacer todavía.

En cualquier caso, este momento de la conquista que englobaría el período comprendido entre los años 329 y 327 a. C. queda un poco cojo en cuanto a fuentes. Se confunden regiones y campañas militares lo que hace el relato un poco confuso.

Pero de eso ya hablaremos en uns próxima entrega de este gran viaje del cual ya llevamos varias etapas recorridas. Nos leemos en la siguiente entrada amigos.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

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Published on November 05, 2021 09:01

October 23, 2021

El final de la guardia pretoriana

Bienvenidos a una nueva entrega de mi blog. Esta semana os voy a hablar de una de las unidades de élite más famosas del ejército romano: los pretorianos. Pero no de sus mejores tiempos, de los que ya hablamos en su día, sino de los últimos y aciagos tiempos que vivieron como cuerpo de guardia imperial. Voy a tratar de arrojar algo de luz a lo que fue el final de la guardia pretoriana.

Como ya sabréis, los pretorianos fueron creados en tiempos de Augusto. No se sabe en qué fecha concreta, aunque sí que hay datos que evidencian que fue un proceso más bien paulatino. Es decir, no sucedió de la noche a la mañana. Augusto no se levantó un día y dijo: “Hoy voy a crear una unidad de guardias personales”. Fue algo meditado pero no espontaneo.

Podría decirse que fue más producto de la necesidad del momento y de las circunstancias. Imagino que el hombre más poderoso de la República se tuvo que rodear de hombres de confianza que le protegieran. Y es que no dejaba de ser un objetivo, y tenía siempre la sombra de la conjura planeando sobre su cabeza.

La protoguardia del pretorio

En cuanto a esa guardia del pretorio inicial, estoy convencido de que fueron legionarios leales a su persona. Con el paso del tiempo y a consecuencia de ese servicio especial que llevaban a cabo, les otorgó el rango de unidad propia y de élite.

Sabemos que tanto Augusto como algunos de sus predecesores, como el mismo Julio César, poseían otras guardias de corps. Encontramos por ejemplo a los Germani Corporis Custodes. Estos eran guererros germanos reclutados al otro lado del Rin, entre las tribus de los bátavos y los ubios. Se encaragaban de la protección de su valedor con lelatad, sobretodo porqué no tenían ningún interés político.

En el caso de Augusto, también sabemos que se rodeó de una guardia de élite formada por hispanos. Concretamente por guerreros oriundos de la ciudad de Calagurris, lo que es la actual Calahorra.

Los pretorianos y su poder

Pero bueno, dejando de lado esos cuerpos de guardia y centrándonos en los pretorianos, todos sabemos ya en que se llegaron a convertir. Los prefectos del pretorio, es decir los hombres al mando de esa unidad, fueron asumiendo cada vez más poder e influencia. De hecho, os hablé de ellos en la entrada de mi blog titulada: La figura del prefecto del pretorio.

Sabemos que llegaron a deponer y a colocar emperadores en el trono. También que en algún momento concreto, como el ocurrido tras la muerte de Cómodo y de su sucesor, Pértinax, subastaron el mismo cargo. Tuvo que ser Septimio Severo quien acabara con esa corruptela. Lo hizo deshaciéndose de esos hombres poco leales, y colocando a sus legionarios de confianza en su lugar.

Sin duda una sabia deicisión, aunque la institución continuó vigente durante muchos años más. Lo cual me hace pensar que las malas praxis continuaron vigentes. Y sin querer entretenerme más de lo debido, voy a saltar directamente hasta los últimos años de vida y existencia de los pretorianos.

El principio del fin

Para ello debemos trasladarnos a inicios de la llamada Tetrarquía. Este fue el modelo de gobierno del Imperio instaurado por Diocles. Diocles, o el conocidísimo Diocleciano, el general que subió a emperador y que puso fin al longevo y complejo período conocido como el de la Anarquía militar.

Este emperador si que contó con unidades de guardia pretoriana. No fue el encargado directo de eliminarlos. Aunque al ser cuatro emperadores los que había en la cúspide, es probable que las unidades también se repartieran entre todos. Imagino que los dos más poderosos, es decir los que ejercían como Augustos, poseyeran más hombres que los Césares.

Los equites singulares Augusti

Pero en este punto creo que deberíamos hacer constar a otro cuerpo de élite vinculado estrechamente a la figura de los emperadores: los equites singulares augusti. Estos eran los jinetes de la guardia imperial. Y es que esta unidad estaba estrechamente vinculada a la guardia del pretorio. Sus hombres se reclutaban de entre los mejores jinetes de los auxiliares que servían en las legiones.

Eran los únicos extranjeros o peregrini, que podían servir dentro de la guardia pretoriana. No se les requería poseer la ciudadanía romana para ingresar. Si los pretorianos tenían su cuartel general en el llamado Castra Praetoria, los jinetes los tenían en el Castra Priora y en el Castra Nova.

Los pretorianos y su participación en las campañas

Todos estos contingentes no dejaban de ser soldados, y por lo tanto se les podía usar en campañas militares. En tiempos de Diocleciano y sus sucesores inmediatos, sabemos que participaron en algunas de estas. El mismo Diocleciano los usó como parte de su ejército en la guerra civil que libró contra Carino en el año 285.

Una vez obtenida la victoria, el nuevo emperador se encargó de reorganizar la guardia. Y es que algunas unidades destacadas en la parte occidental del Imperio, habían combatido en el otro bando. Mantuvo las diez cohortes tradicionales para no perder la esencia de la unidad. Eran hombres valerosos y bien entrenados, así que no era lógico deshacerse de ellos.

En las posteriores campañas libradas por su socio de gobierno, Maximiano, los pretorianos también jugaron un papel destacado. Constancio Cloro, en calidad de César también los usó en la campaña librada en Britania en el año 296. Pero tras la abdicación voluntaria de Diocleciano en el 305, y la pronta muerte de Cloro tan solo un año después, la situación se complicó en el Imperio.

Guerra cívil

El fantasma de las guerras civiles volvió a emerger, y Constantino, hijo de Cloro, se quiso imponer a los demás candidatos a la púrpura. Uno de sus rivales más directos fue Majencio, que a su vez era hijo de Maximiano, el antiguo socio de gobierno de Diocleciano.

Sí, vaya lío de emperadores… Y es que la tetrarquía no es sencilla de entender sin un esquema delante de vosotros.

Pero vayamos al meollo y es que se suele pensar que los pretorianos fueron leales a Majencio, por eso de que era él quien controlaba Italia. Pero es probable, basándonos en el dato de que Cloro contará como Augusto con un nutrido grupo de pretorianos, que su hijo los heredara de él.

Con esto no quiero decir que una vez definidos los dos bandos, el contingente de Constantino desertara. Es más que probable que ocurriera así y que el total de la guardia se pasara al de Majencio por una cuestión de lealtad global de la unidad. Tendría más sentido que hubiera ocurrido tal cual, si tenemos en cuenta la resolución final que tomó el vencedor llegado el momento.

El motivo de esa deserción queda poco claro en las fuentes. La cuestión fue que Majencio se hizo fuerte y consiguió atraerse a su causa a los pretorianos del otro César. Más que atraerlos, lo que hizo es que estos se deshicieran del gobernante y se fueran con él.

Movimientos previos a la batalla final

Pero no solo estuvieron en Roma, sino que sabemos que el prefecto Volusiano se llevó a sus hombres al norte de África. Lo hizo para acabar con una sublevación que ponía en grave riesgo el suministro de grano de la capital. O sea que asistimos en este momento a una ya casi completa integración de los pretorianos en la órbita de Majencio. Queda claro que habían elegido a su emperador, aunque al posicionarse no sabían que se habían equivocado.

Con esto nos vamos al año 312, momento en el que Constantino, al frente de su ejército se lanzó a la conquista de Italia. Los pretorianos siguieron leales a Majencio, pero fueron vencidos en una batalla librada cerca de Verona. El prefecto que los dirigía, Ruricio Pompeyano, cayó en batalla y el camino hacia Roma quedó libre de obstáculos para el avance de Constantino.

Majencio, lejos de defenderse tras las murallas de Roma, salió a campo abierto buscando un enfrentamiento directo con los invasores. Y este enfrentamiento se produjo en el Puente Milvio, dando nombre a la batalla que le daría la victoria a Constantino.

La batalla del Puente Milvio y el final de la guardia

Llegados a este punto, hay que dejar constancia de que Majencio erró a la hora de elegir el punto en el que combatir. Dejó a sus espaldas el río Tíber con el riesgo que eso suponía en caso de tener que retirarse. Quizás estaba convencido de que vencería y por eso no prestó atención a ese detalle. Además, destruyó el puente para evitar un hipotético paso de sus enemigos, dejando uno temporal hecho en madera. A la postre, esa sería la trampa que acabaría costándole la derrota, e incluso la vida.

Cuando el ejército de Majencio se retiró, los pretorianos resistieron con firmeza demostrando ser una unidad bien entrenada. Pero ese aguante que acabó con la mayoría de ellos, sirvió de muy poco, ya que la estructura de madera cedió ante el peso de las tropas replegándose. Muchos hombres cayeron al río y acabaron ahogados. Entre ellos el mismo Majencio, que acabó sus días de esa manera tan poco honorable.

Sin una cabeza visible, el ejército se desmoronó, dejando acceso a la ciudad al victorioso Constantino. Este se encargó pronto de disolver la guardia pretoriana y de arrasar sus acuartelamientos. La figura del prefecto del pretorio fue también eliminada al no ser ya necesaria.

Un final que podría haber sido peor

Pero Constantino era inteligente, y supo sacar provecho de los pretorianos que sobrevivieron a la batalla del Puente Milvio. Eso sí, los envió tan lejos como pudo, a la frontera Renana para que sirvieran como legionarios. Al menos no los envió a la otra vida.

Para suplir a esa guardia imperial, el vencedor tuvo que crear otras nuevas. Fueron cuerpos de élite también y semergieron de las llamadas scholae. Al ser asignadas al palatium imperial, pasaron a ser denominadas scholae palatinae.

Las scholae no eran de nueva creación, sino que ya existían en tiempos de Diocleciano. Estaban vinculadas al mismo emperador, y es por ello que sabemos que algunas de ellas eran incluso de origen germano. Y en este caso, se puede afirmar que mejor contar con hombres de origen bárbaro o extranjero, que con aquellos que tenían la ciudadanía.

Un nuevo escenario sin la guardia del pretorio

La experiencia había demostrado lo poco leales que podían ser aquellos que tenían intereses políticos. Se volvía pues a los momentos en los que hombres como César o Augusto habían tenido guardias compuestas por bárbaros o elementos no romanos.

La cuestión es que estas nuevas unidades de guardia imperial dependieron directamente del propio emperador. Así se evitaba interponer una figura intermedia que pudiera influir en ellos. Dependían directamente del magister officiorum, aunque era más funcional que real.

Sobre el número de efectivos que las componían, no hay demasiados datos. Sabemos que estaban formadas por elementos de caballería ligera, caballería pesada e incluso los acorazados clibanarios. Asistimos pues a un cambio en el tipo de unidad que les confiere más importancia a las tropas montadas que a las que combaten a pie.

Estas unidades estaban dirigidas por un oficial con el cargo de tribuno y es más que probable que a su vez se subdividieran en destacamentos más pequeños, al estilo de las antiguas turmae. Al igual que ocurriera en tiempos anteriores con los pretorianos, estas scholae palatinae podían ser usadas en campaña llegado el caso. Pero no dejaban de ser una guardia de corps.

De entre ellos existían un grupo de elegidos. Estos eran los más leales y cercanos al emperador y recibían el nombre de candidati. Eran una cuarentena y se encargaban de la seguridad personal del hombre que gobernaba el Imperio.

Los protectores y los protectores domestici

Un cuerpo también importante y vinculado a la protección de los emperadores fue el de los redundantes protectores. Estos ya venían de tiempo atrás, incluso de antes de la Tetrarquía. Cuando Constantino fue proclamado emperador, estaban por encima en rango a las scholae. Pero a diferencia de estos últimos, los protectores, llamados ya protectores domestici se encargaban exclusivamente de la seguridad del emperador cuando estaba en su corte.

Es decir, no entraban en combate como las scholae ya que no le acompañaban al frente. Eran más bien caseros para entendernos. Sobre cómo funcionaba el reclutamiento de estos protectores hay constancia de que había un alto porcentaje de hombres que entraban gracias al nepotismo. Hablando claro, que eran unos enchufados o recomendados. El cuerpo estaba dirigido por el comes domesticorum, y su influencia era también algo a tener en cuenta.

Aunque algún tiempo después, cuando el cuerpo se fue aposentando, ese cargo se dividió en dos. Por un lado estaba el comes domesticorum equitum y por otro el comes domesticorum peditum. O lo que es lo mismo, el de caballería y el de infantería.

Conclusiones

En fin, como podéis ver, con la desaparición de la guardia pretoriana, fueron otros los que ocuparon su lugar. Y me juego algo, no mucho por eso, a que también tenían sus cosillas. No me creo que figuras como las de los comes domesticorum no jugaran un papel determinante en decisiones importantes para el Imperio. Estaban muy cerca del emperador y es muy probable que alguno de ellos acabara ocupando el cargo en algún momento puntual. No es descartable esa idea.

Los pretorianos tuvieron un final claro tras la contundente victoria de Constantino. Evidentemente pudo ser mucho peor para ellos, y los que salieron con vida del desastre del Puente Milvio, tuvieron la oportunidad de seguir sirviendo. Pero los que fueron colocados para suplirlos no fueron mejores ni más honrados que sus predecesores. Y es que incluso en tiempos posteriores, ya cuando el Imperio de Occidente sucumbió, y solo quedó el de Oriente, los llamados excubitores, heredaron esas funciones. ¿Y creéis que no tuvieron influencia en las decisiones de la corte imperial? En fin, podríamos afirmar que los nombres cambiaron, pero las personas que ocupaban el cargo no.

Hasta aquí la entrada de esta semana. Espero que os haya gustado y nos leemos en la siguiente.

Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?

La entrada El final de la guardia pretoriana se publicó primero en Sergio Alejo Gomez.

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Published on October 23, 2021 03:56