Roberto Wong's Blog: El Anaquel, page 7

June 16, 2020

La parte profunda – Brenda Becette

La parte profunda fue el reciente ganador del premio JEP “Ciudad y Naturaleza”. Es, en resumen, un libro apocalíptico, la presentación de paisajes y personajes distópicos cuyos claroscuros terminan revelándose conforme leemos los textos.


“El juego de la oca”, por ejemplo, plantea un futuro en el que la escasez y la división social acrecientan el egoísmo. “Homo novum” habla, sobre todo, de la crueldad. “La parte profunda” explora la soledad de la discapacidad pero, más importante aún, lo extraños que pueden ser los otros. “Anverso y reverso” repite una historia que conocemos bien por Cortázar: ¿por qué yo no podría bien ser otro? “En los rescoldos”, una promesa erótica se torna en humillación y, finalmente, en “Como los perros”, la supuesta transición hacia la madurez cae, estrepitosamente, en el horror.


Lo alienado, la oportunidad, el deseo, la supervivencia: todos estos temas se mezclan en un volumen corto, pero sólido, de una nueva narradora —Brenda Becette es argentina (1976) y “La parte profunda” es su primer libro de cuentos.


Recuerda escuchar nuestro podcast, ahora en su tercera temporada.














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“La parte profunda” fue el reciente ganador del premio JEP “Ciudad y Naturaleza”. Es, en resumen, un libro apocalíptico, la presentación de paisajes y personajes distópicos cuyos claroscuros terminan revelándose conforme leemos los textos. “El juego de la oca”, por ejemplo, plantea un futuro en el que la escasez y la división social acrecientan el egoísmo. “Homo novum” habla, sobre todo, de la crueldad. “La parte profunda” explora la soledad de la discapacidad pero, más importante aún, lo extraños que pueden ser los otros. “Anverso y reverso” repite una historia que conocemos bien por Cortázar: ¿por qué yo no podría bien ser otro? “En los rescoldos”, una promesa erótica se torna en humillación y, finalmente, en “Como los perros”, la supuesta transición hacia la madurez cae, estrepitosamente, en el horror. Lo alienado, la oportunidad, el deseo, la supervivencia: todos estos temas se mezclan en un volumen corto, pero sólido, de una nueva narradora —Brenda Becette es argentina (1976) y “La parte profunda” es su primer libro de cuentos. Gracias a @jafjafjaf por el regalo. . . . . . #libros #bookstagram #librosrecomendados #book #libro #books #librosymas #leer #librosenespañol #libros

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Published on June 16, 2020 07:14

June 11, 2020

Pájaros en la boca y otros cuentos – Samanta Schweblin

Pájaros en la boca es el segundo libro de cuentos de Samanta Schweblin, publicado por primera vez en 2009, aunque fue hasta 2018 que se editó esta versión de Almadía en México. En él, la escritora argentina mezcla anécdotas inusuales con recursos poderosos: en “El Hombre Sirena”, por ejemplo, lo que pudiera ser leído como un cuento fantástico, gira rápidamente hacia el realismo a partir de un par de detalles en la conversación; en “Bajo Tierra”, el desapego de un narrador en tercera persona enfatiza el horror del cierre de la historia.


En adición a esto, destaca la transición continua entre el realismo, lo fantástico y lo raro, decisión que dota al libro de dinamismo y sorpresa. Entre lo señalable, quizás, esté cierta preferencia por la atmósfera y la anécdota, incluso por encima de cualquier efecto —pienso, por ejemplo, en el cuento que le da título al libro: una anécdota ominosa genera apenas dudas y un malestar sutil en el narrador.


–Comés pájaros, Sara –dije.

–Sí, papá.

Se mordió los labios, avergonzada, y dijo:

–Vos también.

–Comés pájaros vivos, Sara.

–Sí, papá.

Pensé en qué se sentiría tragar algo caliente y en movimiento, algo lleno de plumas y patas en la boca, y me tapé con la mano, como hacía Silvia.


¿Ante qué nos enfrentamos? ¿Una metáfora? ¿Una posibilidad? Geney Beltrán, en una reseña de 2011, señala que «los personajes (…) de la autora determinan entregarse a la resignación apenas se descubren inmersos en rupturas de la lógica». Quizás. Habríamos de preguntarnos, sin embargo, si este punto de vista no resulta un tanto anquilosado, es decir, si es verdad que la literatura representa un cambio en tanto sus personajes transitan siempre de un punto A a un punto B; que en una historia necesita tener una conclusión; que no hay cuento corto sin knock-out —algo me hace sospechar que no es así, ya no, o quizás nunca lo fue. En todo caso, la literatura aquí presente trasciende cualquiera de estas notas al pie: parafraseando el cierre de uno de los cuentos, «la literatura es suya, usted no puede cavar».


Pueden leer uno de los cuentos de este libro en este link y una entrevista con la autora aquí. Recuerden, además, escuchar nuestro podcast, ahora en su tercera temporada.















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“Pájaros en la boca” es el segundo libro de cuentos de Samanta Schweblin, publicado por primera vez en 2009, aunque fue hasta 2018 que se editó esta versión de Almadía en México. En él, la escritora argentina mezcla anécdotas inusuales con recursos poderosos —en “El Hombre Sirena”, por ejemplo, lo que pudiera ser leído en inicio como un cuento fantástico, gira rápidamente hacia el realismo a partir de un par de detalles en la conversación; en “Bajo Tierra”, el desapego de un narrador en tercera persona enfatiza el horror del cierre de la historia. En adición a esto, destaca la transición continua entre el realismo, lo fantástico y lo raro, decisión que dota al libro de dinamismo y sorpresa. Entre lo señalable, quizás, esté cierta preferencia por la atmósfera y la anécdota, incluso por encima de cualquier efecto —pienso, por ejemplo, en el cuento que le da título al libro: una anécdota ominosa genera apenas dudas y un malestar sutil en el narrador. Así, ¿ante qué nos enfrentamos? ¿Una metáfora? ¿Una posibilidad? Geney Beltrán, en una reseña de 2011, señala que «los personajes (…) de la autora determinan entregarse a la resignación apenas se descubren inmersos en rupturas de la lógica». Quizás. Habríamos de preguntarnos, sin embargo, si este punto de vista no resulta un tanto anquilosado, es decir, si es verdad que la literatura representa un cambio en tanto sus personajes transitan siempre de un punto A a un punto B; que en una historia necesita tener una conclusión; que no hay cuento corto sin knock-out —algo me hace sospechar que no es así, ya no, o quizás nunca lo fue. En todo caso, la literatura aquí presente trasciende cualquiera de estas notas al pie: parafraseando el cierre de uno de los cuentos, «la literatura es suya, usted no puede cavar». . . . . #libros #bookstagram #librosrecomendados #book #libro #books #librosymas #leer #librosenespañol #libros

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Published on June 11, 2020 08:06

June 4, 2020

La primera vez que vi un fantasma – Solange Rodríguez Pappe

Cada vez es más común ver libros de autores latinoamericanos en España —varios han hecho mella: Patricio Pron (Argentina), Emiliano Monge y Alberto Chimal (México) y Mónica Ojeda (Ecuador). A estos se suma ahora Solange Rodríguez Pappe (Ecuador) con La primera vez que vi un fantasma, un volumen de cuentos que se sitúan en ese espacio que Tódorov define entre lo extraño y lo maravilloso (con sus correspondientes efectos: lo siniestro y lo terrible).


El cuento que da título al libro, por ejemplo, narra un abandono cortado de pronto por lo sobrenatural.



Me desperté de nuevo con la certeza de que alguien estaba en la habitación. Eran las ocho de la noche, lo supe por la hora que marcaba el reloj digital que estaba debajo del televisor. Por un segundo vi con claridad el bulto blanquecino parado junto a mí que hacía un un ademán que de vestirse o de desvestirse, no sé bien. Tenía formas altas, flacas, indefinibles… Vico, llamé con voz quebrada y por un segundo todas las luces en mi corazón se encendieron, pero en seguida supe que lo que estaba viendo no era humano, o más bien, no era algo sólido, porque en cuestión de segundos se disolvió haciendo volutas el aire, dejándome con los latidos aún acelerados.



El efecto es doble: no solo nos estremece lo espeluznante, sino también el destino de la protagonista tras la partida de Vico.


Vale la pena mencionar el rol de la mujer en la mayoría de los cuentos de Solange: las vemos bajo amenaza, pero nunca como víctimas. El cuento que ejemplifica mejor este punto tal vez sea “Matadora”, una historia sobre una madre y su hija en medio de una serie de feminicidios:



Enciendo la televisión del comedor, una reliquia que sintoniza en blanco y negro, y que venía con el piso. Un periodista habla sobre un crimen cometido hace apenas unas horas: una joven recibe 30 puñaladas.



Así, en medio del horror, asistimos al empoderamiento fantástico de ambas —la historia recuerda un poco a Naomi Alderman y su novela “The Power”, donde las mujeres desarrollan la capacidad de generar descargas eléctricas desde sus dedos.


“A tiempo para desayunar”, acaso mi historia favorita del volumen, narra por su parte los recuerdos dispersos de un fantasma que se mueve en una especie de hospital o manicomio —su fuerza no está en la revelación de la naturaleza del narrador, sino en las características de sus recuerdos.


En una entrevista, Solange comentó que La primera vez que vi un fantasma tiene una serie de imágenes «que se relacionan con el miedo, pero usualmente también son metáforas de ese miedo. Hay símbolos, como por ejemplo los fantasmas (…), la oscuridad, los espejos y los animales, que tienen que ver con lo salvaje, con lo que no terminamos de controlar. Y a partir de esos símbolos trabajo la ficción que me interesa”.


En resumen, una propuesta única en la que la precareidad, el feminismo y lo extraño se mezclan en historias que nos llevan hacia la incertidumbre, el miedo o la extrañeza. Para conocer a otras autoras latinoamericanas, escucha nuestro podcast al respecto:



 














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Cada vez es más común ver libros de autores latinoamericanos en España —varios han hecho mella: Patricio Pron (Argentina), Emiliano Monge y Alberto Chimal (México) y Mónica Ojeda (Ecuador). A estos se suma ahora Solange Rodríguez Pappe (Ecuador) con “La primera vez que vi un fantasma”, un volumen de cuentos que se sitúan en ese espacio que Tódorov define entre lo siniestro y lo maravilloso. . “A tiempo para desayunar”, acaso mi historia favorita del volumen, narra los recuerdos dispersos de un fantasma que se mueve en una especie de hospital o manicomio —su fuerza no está en la revelación de la naturaleza del narrador, sino en las características de sus recuerdos. . Cobra especial atención, además, el rol de la mujer en estos cuentos: la vemos bajo amenaza, pero nunca como víctima —el cuento que ejemplifica mejor este punto tal vez sea “Matadora”, una historia sobre una madre y su hija en medio de una serie de feminicidios: «Enciendo la televisión del comedor, una reliquia que sintoniza en blanco y negro, y que venía con el piso. Un periodista habla sobre un crimen cometido hace apenas unas horas: una joven recibe 30 puñaladas». Así, en medio del horror, asistimos al empoderamiento fantástico de ambas —la historia recuerda un poco a Naomi Alderman y su novela “The Power”, donde las mujeres desarrollan la capacidad de generar descargas eléctricas desde sus dedos. . . En una entrevista, Solange comentó que «”La primera vez que vi un fantasma” tiene una serie de imágenes que se relacionan con el miedo, pero usualmente también son metáforas de ese miedo. Hay símbolos, como por ejemplo los fantasmas (…), la oscuridad, los espejos y los animales, que tienen que ver con lo salvaje, con lo que no terminamos de controlar. Y a partir de esos símbolos trabajo la ficción que me interesa”. . En resumen, una propuesta única en la que la precareidad, el feminismo y lo extraño se mezclan en historias que nos llevan hacia la incertidumbre, el miedo o la extrañeza. . . . #libros

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Published on June 04, 2020 08:30

June 2, 2020

Los que aman, odian – Silvina Ocampo y Bioy Casares

Los que aman, odian es la única novela que Silvina Ocampo y Bioy Casares escribieron juntos. La premisa es típica en el género policial: una mujer aparece muerta en la habitación de un hotel. Imposibilitados para salir —afuera hay una tormenta—, el narrador comienza sus pesquisas en torno a lo que se cree es un asesinato —poco después nos enteramos sobre un triángulo amoroso y varios personajes siniestros o, al menos, cuestionables. El narrador cuenta su historia entre el patetismo del hombre enamorado (como buen detective, ha sucumbido ante los encantos de la principal sospechosa) y del escritor frustrado —su objetivo, antes de ser interrumpido por el crimen, era escribir la adaptación cinematográfica de un libro de Petronio.


Así, la novela está llena de guiños y homenajes al género, aunque resaltan dos: la condición de lector de los detectives y el uso de fármacos para enfrentarse a la realidad —recordemos la afición de Holmes por la morfina.



—¿No cree —me preguntó— que el momento más enorme de la literatura es aquél en que Hugo nos habla de ese lord inglés aficionado a las riñas de gallos y que en un club hace bailar sobre las manos a dos mujeres? A una, que era soltera, le dio una dote y al marido de la otra lo nombró capellán.


Yo estaba agradablamente perplejo ante el fervor literario de Aubry, incómodamente perplejo ante su pregunta.



Además de estos guiños y homenajes al género, la propuesta de Ocampo y Bioy presenta a unos detectives que se equivocan, rumian sobre sus sueños insatisfechos y se pierden constantemente por los vericuetos de sus pensamientos.



El sueño es nuestra cotidiana práctica de la locura. En el momento de enloquecer diremos: “este mundo me es familiar. Lo he visitado en casi todas las noches de mi vida. Por eso, cuando creemos soñar y estamos despiertos, sentimos un vértigo en la razón.



O:



Me levanté impaciente. Miré por la ventana. Una aurora parda, arenosa, se insinuaba entre el vendaval. El mundo parecía los restos de un incendio amarillo. Sobre oscuros postes caídos se levantaba en espirales la arena, como un humo furioso.



La novela gira así en torno a triángulos amorosos, celos, infidelidades, mentiras, pero también la pasión, el heroismo y el sacrificio que solo comparten los amantes. Por tal razón, no deja uno de pensar en cómo el texto se entreteje con la vida de Ocampo y Bioy —hoy sabemos los detalles de las frecuentes aventuras del escritor. En otras palabras, ¿están aquí reflejadas las pasiones que un día moldearon sus días? En algún momento Silvina dijo sobre su esposo: “ambos nos conocíamos desde siempre”. Tal vez esa certeza es la que se intuye al leer el colofón de la novela:



Solo me falta agregar que Emilia y Atwell se han casado y que, según creo, son felices. En ocasiones me pregunto cómo será la intimidad de estos enamorados que tantas veces se miraron creyéndose criminales y que nunca dejaron de quererse.



A los lectores nos resta imaginar si fue Silvina o Adolfo el que escribió esa potente frase.


 














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“Los que aman, odian” es la única novela que Silvina Ocampo y Bioy Casares escribieron juntos. La premisa es típica en el género policial: una mujer aparece muerta en la habitación de un hotel. Imposibilitados para salir —afuera hay una tormenta—, el narrador comienza sus pesquisas en torno a lo que se cree es un asesinato —poco después nos enteramos de un triángulo amoroso y de varios personajes siniestros o, al menos, cuestionables. El narrador cuenta su historia entre el patetismo del hombre enamorado (como buen detective, ha sucumbido ante los encantos de la principal sospechosa) y del escritor frustrado —su objetivo, antes de ser interrumpido por el crimen, era escribir la adaptación cinematográfica de un libro de Petronio. . Además de los guiños y homenajes al género, la propuesta de Ocampo y Bioy presenta a unos detectives que se equivocan, rumian sobre sus sueños insatisfechos y se pierden constantemente por los vericuetos de sus pensamientos. . «El sueño es nuestra cotidiana práctica de la locura. En el momento de enloquecer diremos: “este mundo me es familiar. Lo he visitado en casi todas las noches de mi vida. Por eso, cuando creemos soñar y estamos despiertos, sentimos un vértigo en la razón». . La novela gira así en torno a triángulos amorosos, celos, infidelidades, mentiras, pero también la pasión, el heroismo y el sacrificio que solo comparten los amantes. Por tal razón, no deja uno de pensar en cómo el texto se entreteje con la vida de Ocampo y Bioy —hoy sabemos los detalles de las frecuentes aventuras del escritor. En otras palabras, ¿están aquí reflejadas las pasiones que un día moldearon sus días? En algún momento Silvina dijo sobre su esposo: “ambos nos conocíamos desde siempre”. Tal vez esa certeza es la que se intuye al leer el colofón de la novela: «solo me falta agregar que Emilia y Atwell se han casado y que, según creo, son felices. En ocasiones me pregunto cómo será la intimidad de estos enamorados que tantas veces se miraron creyéndose criminales y que nunca dejaron de quererse». A los lectores nos resta imaginar si fue Silvina o Adolfo el que escribió esa potente frase. . . #libros

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Published on June 02, 2020 20:18

May 28, 2020

Arquitectura del Fracaso – Gina Cebey

Arquitectura del fracaso, de Gina Cebey (México, 1982), es un libro de ensayos, ganador del Premio Nacional de Ensayo José Vasconcelos. Los ocho textos que componen el libro nos ofrecen, en la tradición de Walter Benjamin, un recorrido entre espacio e historia en el que podemos no solo leer el origen de edificios y monumentos emblemáticos de la Ciudad de México, sino también los sueños y expectativas de una nación entusiasta por entrar en aquello que llamamos la «modernidad».


La mayoría de estos esfuerzos, dice Cebey, fueron un fracaso. El libro comienza con la historia de la Torre Latinoamericana, el primer rascacielos de la Ciudad de México. La expansión vertical, como antesala de la exploración espacial, se convirtió en el sueño de las urbes en el siglo XX.



Lo más extraño de la nueva verticalidad mexicana es que fue inaugurada en el ombligo del país, sepulcro indígena.



El proyecto se convirtió, al poco tiempo, en caricatura de sí mismo, su destino final fue convertirse en souvenir, en llavero (la Torre, al día de hoy, sirve como mirador sobre la explanada de cemento y concreto que es la Ciudad de México. Decenas de despachos se encuentran vacíos, reafirmando la ilusión de aquello que pudo ser y no fue).


Esta imagen abre el resto del libro. El dicho popular dice que México es el país del ya merito. Arquitectura del fracaso refleja el carácter nacional a partir de ésta y otras anécdotas: la construcción del metro Insurgentes, el Monumento a la Revolución, el Museo de Arte Moderno y el Memorial a las Víctimas de la Violencia evidencian las promesas rotas del siglo XX y parte del XXI.


Mi ensayo favorito acaso sea «Insurgentes 300, espectro de la modernidad», texto sobre el edificio en V que se yergue, brutal, sobre la avenida más larga de América Latina. Las razones por las que el texto me sedujo tienen que ver con una licencia que Georgina no se da en el resto del libro: aquí vemos a la escritora transitar no solamente por el espacio y la historia, sino también por la memoria al recordar un incendio del que fue testigo en su niñez.



Estoy parada en un camellón angostísimo que divide Insurgentes. Miro hacia el cielo y mi papá me agarra de la mano. No tengo más de siete años y todavía llevo el uniforme de la escuela puesto. Del cielo han empezado a caer hojas de libros. O mejor dicho: caen de los últimos pisos del condominio que en esos momentos está siendo consumido por el fuego.



Tal imagen podría ser el colofón del libro. Christopher Domínguez Michael, en un ensayo al respecto del libro, menciona que «a la literatura mexicana le hacen falta ensayistas como Georgina Cebey, (cuya) prosa es sutil y penetrante, la mirada inteligente y severa sin abandonar nunca la curiosidad del paseante ni su necesaria impertinencia». Concuerdo: Arquitectura del fracaso es un primer y poderoso libro que, sin duda, entrará al canón de la literatura escrita sobre la Ciudad de México.


Para conocer a otras escritoras mexicanas y latinoamericanas, escuchen nuestro podcastal respecto:



 














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Arquitectura del fracaso, de Gina Cebey (México, 1982), es un libro de ensayos, ganador del Premio Nacional de Ensayo José Vasconcelos. Los ocho textos que componen el libro nos ofrecen, en la tradición de Walter Benjamin, un recorrido entre espacio e historia en el que podemos no solo leer el origen de edificios y monumentos emblemáticos de la Ciudad de México, sino también los sueños y expectativas de una nación entusiasta por entrar en aquello que llamamos la "modernidad". . La mayoría de estos esfuerzos, dice Cebey, fueron un fracaso. El libro comienza con la historia de la Torre Latinoamericana, el primer rascacielos de la Ciudad de México. La expansión vertical, como antesala de la exploración espacial, se convirtió en el sueño de las urbes en el siglo XX. "Lo más extraño de la nueva verticalidad mexicana es que fue inaugurada en el ombligo del país, sepulcro indígena", escribe al respecto. El proyecto se convirtió, al poco tiempo, en caricatura de sí mismo, su destino final fue convertirse en souvenir, en llavero (la Torre, al día de hoy, sirve como mirador sobre la explanada de cemento y concreto que es la Ciudad de México. Decenas de despachos se encuentran vacíos, reafirmando la ilusión de aquello que pudo ser y no fue). . Esta imagen abre el resto del libro. El dicho popular dice que México es el país del ya merito. Arquitectura del fracaso refleja así el carácter nacional a partir de ésta y otras anécdotas: la construcción del metro Insurgentes, el Monumento a la Revolución, el Museo de Arte Moderno y el Memorial a las Víctimas de la Violencia en México, entre otros, evidencian las promesas rotas del siglo XX y parte del XXI. Mi ensayo favorito acaso sea "Insurgentes 300, espectro de la modernidad", texto sobre el edificio en V que se yergue, brutal, sobre la avenida más larga de América Latina. Las razones por las que el texto me sedujo tienen que ver con una licencia que Georgina no se da en el resto del libro: aquí vemos a la escritora transitar no solamente por el espacio y la historia, sino también por sus recuerdos. . . . #bookstagram #books #libros

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Published on May 28, 2020 20:08

May 26, 2020

La memoria del aire – Caroline Lamarche

Caroline Lamarche (Liége, 1995), escribe en La memoria del aire un poderoso documento sobre el machismo y el patetismo de nuestra masculinidad. Para hacerlo, se vale de dos momentos: una relación fallida con un escritor y, de forma terrible y poderosa, de una violación.


La novela comienza con un sueño: la narradora encuentra a una mujer muerta en el fondo de una cañada. Se propone, al descubrirla, hablar con ella. Tiene una historia que contar, pero solo hablando —o escribiendo— descubrirá cuál es. La visión abre una brecha al pasado cuyas consecuencias serán devastadoras:



Ayer me dormí escuchando en la radio un programa sobre los pacientes borderline. Nunca he pensado en mí como una persona borderline, sin embargo esta mañana me he acordado, o tal vez fuera ayer por la noche, antes de ceder al sueño, de que el último hombre que he amado, el hombre de antes, como yo lo llamo (pero ¿antes de qué?), dijo de mí enseguida, al principio de nuestra relación, que nunca había conocido a ninguna mujer que cambiara de humor tan rápido, varias veces al día, a la hora e incluso al minuto; uno de los síntomas, me informó, de esas personas, de los borderline.



Lo que parece una novela sobre l’amour fou, se convierte poco a poco en un retrato sobre las formas de la violencia masculina —la violencia verbal escala a lo afectivo y, poco después, a lo físico. Lamarche, en todo caso, evita victimizarse:



La tristeza de los hombres es una enfermedad que me contamina con bastante facilidad, no estoy hecha de mármol ni de goma ni de jabón ni de nube, su desaliento no me resbala, penetra, mi piel es una esponja.



Ese hombre inseguro, patético, se repite después en la forma de un violador.



No, la cosa no marchaba, yo no lo conseguía, fingir, y fue aquella incapacidad así como el terror al cuchillo lo que hicieron que perdiera la cabeza y empezara a llorar y a chillar: “¿por qué haces esto?” (…) De repente se hartó, se hartó de verdad, de esta pregunta que yo repetía, repetía y repetía, ¡llorando y chillando! Bruscamente, dejó de intentar hacer aquello que en cualquier caso no marchaba, se enderezó y con un tono completamente desquiciado me dijo: “¡Porque no puedo hacer otra cosa!” (…) Pobre tipo, me dije, estupefacta.



El resto de la narración es igual de devastador y, al menos tiempo, familiar: sucede la revictimización, la culpa, el señalamiento —la narradora, de pronto, se sorprende en el banquillo de los acusados. Escrita con laxitud y distancia, la novela no llega a la rabia, sino a una fría disección del machismo (o bien, de los motivos de la lucha feminista) y su testigo: “el aire y su memoria”. Una gran novela, sin duda.


Para otras novelas similares, los invitamos a escuchar nuestro podcast sobre escritoras:















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Caroline Lamarche (Liége, 1995), escribe en “La memoria del aire” un poderoso documento sobre el machismo y el patetismo de nuestra masculinidad. Para hacerlo se vale de dos momentos: una relación fallida con un escritor y, de forma terrible y poderosa, de una violación. La novela comienza con un sueño: la narradora encuentra a una mujer muerta en el fondo de una cañada. Se propone, al descubrirla, hablar con ella. Tiene una historia que contar, pero solo hablando —o escribiendo— descubrirá cuál es. La visión abre una brecha al pasado cuyas consecuencias serán devastadoras: «Ayer me dormí escuchando en la radio un programa sobre los pacientes borderline. Nunca he pensado en mí como una persona borderline, sin embargo esta mañana me he acordado, o tal vez fuera ayer por la noche, antes de ceder al sueño, de que el último hombre que he amado, el hombre de antes, como yo lo llamo (pero ¿antes de qué?), dijo de mí enseguida, al principio de nuestra relación, que nunca había conocido a ninguna mujer que cambiara de humor tan rápido, varias veces al día, a la hora e incluso al minuto; uno de los síntomas, me informó, de esas personas, de los borderline.» Lo que parece una novela sobre l’amour fou, se convierte poco a poco en un retrato sobre las formas de la violencia masculina —la violencia verbal escala a lo afectivo y, poco después, a lo físico. Lamarche, en todo caso, evita victimizarse: «La tristeza de los hombres es una enfermedad que me contamina con bastante facilidad, no estoy hecha de mármol ni de goma ni de jabón ni de nube, su desaliento no me resbala, penetra, mi piel es una esponja». Ese hombre inseguro, patético, se repite después en la forma de un violador. «No, la cosa no marchaba, yo no lo conseguía, fingir, y fue aquella incapacidad así como el terror al cuchillo lo que hicieron que perdiera la cabeza y empezara a llorar y a chillar: “¿por qué haces esto?”». Escrita con laxitud y distancia, la novela no llega a la rabia, sino a una fría disección del machismo (o bien, de los motivos de la lucha feminista) y su testigo: “el aire y su memoria”. Una gran novela, sin duda. . . . #libros

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Published on May 26, 2020 08:58

May 20, 2020

Vivir en Dubai: apuntes para un futuro diario (actualizado)

Feb 2019


En Dubai, lo nuevo y lo inacabado coexisten todo el tiempo (la grúa es tan común como el rascacielos).


(sobre los retratos de los jeques) ¿Quiénes son estos hombres, que nos miran como padres severos o bondadosos?


¿Cuántos años llevas en Dubai?, le pregunto al conductor del taxi.

10 años, contesta.

¿Te gusta?

Dubai life is good, me responde.


Los primeros rascacielos aparecieron en el siglo XIX en ciudades ya habitadas. Aquí pareciera que primero llegó el edificio y luego la gente.


Hay algo vintage en el horizonte de Dubai. Acaso es el uso de los vidrios polarizados en sus edificios, o la arquitectura que se yergue como uno de los sueños futuristas del pasado.


El brunch, en Dubai, tiene las mismas connotaciones que ir a Xochimilco el fin de semana.


¿Qué opinaría Le Corbusier de Dubai? Creo que, a grandes rasgos, le gustaría: es el triunfo del automóvil y del concreto contra un enemigo impensable: el desierto.


Marzo, 2019


Hay cierto tipo de restaurantes en Dubai que no visita nadie salvo los repartidores en motocicleta –su atmósfera, por alguna razón, me hace pensar en el cyberpunk: todo es velocidad, poco importa la interacción social.


Si Dubai es un pueblo Potemkin, los que vivimos aquí somos entonces sus fantasmas.


Fui a ver una charla de Douglas Coupland. Dubai is brash, dijo en algún momento. Una de las acepciones de dicha palabra es «sin gusto», pero la otra es «arrogante» –en el foro, Coupland calzaba unas sandalias birkenstock.


Siempre me fascinará la manera en que ciertos lugares se superponen a otros. Pienso, por ejemplo, en la obra «Las alas de México», una escultura de Jorgé Marín que vi por primera vez en Reforma, justo frente al museo de Arte Moderno. Su presencia en  Dubai me regresa a aquella calle y sus fantasmas: el tráfico palpitante, el olor de los puestos de comida callejera y ¿los mismos? transeúntes tomándose fotos para sus redes sociales frente a la misma escultura. Es una sensación vaga, irreal, casi incomunicable, que me recuerda este texto de Juan Villoro –»no sé si me di a entender, mi jefe».


A la luz del cambio climático, los Emiratos Árabes parecen haber construido aquí una de las formas del futuro: universos contenidos, Alephs autosuficientes. No es raro encontrar, entonces, un mall con una pista de nieve o un conjunto de islas que intentan recrear el mundo. Tal esfuerzo, me parece, es casi borgeano.


Abril 2019


Miro Google Maps: me toma una hora y cuarenta minutos recorrer a pie una distancia que, en coche, toma diez minutos. En esta ciudad el flâneur queda cancelado automáticamente.


El museo más importante de los Emiratos Árabes Unidos se llama Louvre. ¿A qué necesidad responde nombrar lo local como algo no-local? Tal vez es un vestigio de la colonización –necesitamos que nos miren aquellos que primero nos masacraron.


Se equivocan los que comparan a Dubai con el futuro a partir de sus construcciones –no es esto, en realidad, lo que nos hace prever lo que viene. Dubai es el futuro porque ha conquistado el vacío –¿no es el espacio tan solo otro tipo de desierto? Así, Dubai es el anticipo a Marte.


Pese a las restricciones sociales, la gente aquí parece vivir un tipo edénico de libertad. Les preguntó por qué. No hay ninguna sociedad a la que adaptarse. No hay que encajar, me responden.


Mayo 2019


Ramadán acaba de comenzar. Tiene algo de hermoso escuchar la oración de maghrib que rompe el ayuno de los musulmanes –Bismilláh ir-Rahmán ir-Raheem, que significa «en el nombre de Dios, el más amable, el más misericordioso».


Para los árabes, el nombre de Dios es un misterio. «Bismilláh», entonces, es tan solo una de sus 99 acepciones –en otras palabras, uno de sus tantos atributos (en este caso, «el compasivo»).


El ifthar es la comida que rompe el ayuno durante el Ramadán. Es, en pocas palabras, un buffet que nos recuerda la época en que los árabes vivían todavía en el desierto. Para el individuo, es el trayecto desde la penitencia hacia la comunidad, desde la penuria hasta la misericordia.


Al parecer,  muchas cosas se han relajado en Dubai durante el Ramadán: los hoteles siguen vendiendo alcohol, las tiendas siguen sirviendo comida tras unas cortinas. A los no practicantes se les recomienda no comer, beber o fumar en público, pero en algunas zonas llegué a ver algunas personas hacerlo. Me pregunto, entonces, si este lugar es el punto de inflexión para el mundo árabe, un modelo multicultural que el resto del Golfo Pérsico puede emular.


Junio 2019


Todo en Dubai parece transitar entre el intento de una vida saludable –el fitness, el vegetarianismo, la comida baja en calorías– y la decadencia –los brunchs con sus mimosas interminables, la arena que se cuela en todas partes, las tarjetas con teléfonos de prostitutas tiradas en las aceras. Entre ambos extremos no hay puntos intermedios.


Ha comenzado el calor. Si piensa que no debe ser tan distinto a alguna situación que haya experimentado antes, se equivoca –salvo que tenga en mente esos segundos de bochorno al abrir el horno de la cocina.


Resulta curioso cómo las áreas verdes son un signo de riqueza en el desierto –el agua es igual o más importante que el petróleo.


Dubai y la paciencia. Exhibit A: me subo a un taxi y le pido al chofer que me lleve al lugar X. Dice que no sabe cómo llegar. Le respondo que yo lo puedo guiar con el GPS, pero revira diciendo que él no confía en los GPS. Exhibit B: somos cuatro personas en una mesa con tres sillas. Pido una silla adicional. El hombre me contesta que esa mesa solo tiene tres sillas, pero no explica 1) por qué no puede traer otra o 2) las razones por las que esta mesa está destinada a tener tres asientos y nada más. El hombre se va y me deja con mis dudas en la boca. Minutos después le pido a alguien más –sorpresa, es latina– una silla. Llega a los pocos minutos.


A los egipcios no les importa ni un ápice el Egipto faraónico. Para ellos, sus vestigios empatan perfecto con la idea de ruina: ha concluido su derrumbamiento y, en algún momento, su presencia física. Mientras esto sucede, cobran la cuota respectiva.


Julio 2019


El Burj Khalifa. Las islas del mundo. La feria mundial 2020. La falta de historia gesta proyectos titánicos –de lo contrario, ¿por qué se parecen tanto los proyectos de Dubai a aquellos citados en los anales de la historia?


El museo del Burj Khalifa es, en cierta manera, un memorial de la Torre de Babel.


(las siguientes dos notas provienen de mis exploraciones alrededor del concepto de staycation)


He visitado un bar llamado Gold on 27 en el último piso del Burj Al Arab –el mito cuenta que es el único hotel 7-estrellas, lo cual es falso. El lugar está decorado con motivos dorados (por supuesto) y los que lo visitan pueden beber diversos cócteles, entre ellos, uno con tequila llamado Sabkha (nombre en árabe de la corteza salina que se forma tanto en las costas como en el desierto) y otro con  vodka y oro (por supuesto) llamado Djin Genie (los djin son demonios dentro de la mitología musulmana). No sé qué pensar al ver ambos tragos uno frente al otro.


A las afueras de Sharjah hay una villa abandonada –según el guía que nos ha llevado hasta ahí, la aldea estaba habitada por la tribu Al Kutbi, pero nadie sabe por qué se fueron. Se rumora, sin embargo, que el lugar está embrujado. Apenas hay un puñado de casas situadas en dos hileras y, al final de lo que antes fue la única calle del pueblo, hay una pequeña mezquita . El sitio, poco a poco, ha sido devorado por la arena. La sensación de abandono se mezcla con la certeza de que allí hubo alguien en algún momento. El desierto, sin embargo, no perdona: avanza y avanzará y seguirá avanzando hasta sitiar cada rincón de este lugar.


Agosto 2019


He escapado del calor y me he ido a México. Dubai es tan solo un (mal) recuerdo.


(Tres semanas después) He regresado al calor. Dubai es ahora (una mala) realidad.


Septiembre 2019


La vida se ha convertido en un bucle infernal: trabajar, quejarse del calor, beber el jueves por la noche, brunch, repetir.


Mi trabajo tiene la dicha de llevarme a sitios que, de otra forma, no visitaría. El último ha sido Sudáfrica, en específico, Sanbona, una reserva a tres horas de Ciudad del Cabo. Entre las actividades laborales nos hemos dado tiempo para hacer un Safari, que no es otra cosa que un viaje en Jeep por los caminos de la reserva –el sitio es del tamaño de Manhattan, pero el nuestro no ha sido un viaje extenso. «Cuando hablo sobre los rinocerontes me dan ganas de llorar», ha dicho el guía en algún momento. La confirmación del cambio climático y la destrucción del mundo por el hombre me ha dejado devastado –por citar un ejemplo, quedan alrededor de 30 mil rinocerontes en su hábitat natural en todo el mundo. ¿Qué hacer? ¿Cómo vivir en un mundo que se encamina hacia el acantilado? Estas preguntas no me han abandonado.


Hay un mito urbano en Dubai: los bares en los que se divierten las azafatas. Todo mundo sabe que existen, pero nadie sabe a ciencia cierta cuáles son. Tienen mucho de oasis y, con esto, de promesa –en el fondo, tal idea no es sino otra versión de las huríes, esto es, la imaginación musulmana de un paraíso lleno de mujeres.


Octubre 2019


El clima ha comenzado a cambiar y esto (se nota) tiene un impacto en el humor de las personas –se les nota más alegres, vivarachas. Por lo que sé, algo similar sucede en Escandinavia tras el invierno. ¿Qué tan elementales somos que dependemos, para ser felices, de los cambios meteorológicos?


Fue mi cumpleaños e hice una fiesta. Uno se da cuenta que ha envejecido cuando le preocupan que las cenizas de cigarro caigan en las terrazas de sus vecinos.


Después de casi medio año de duelo he comenzado a salir de nuevo. Salgo con una chica de Kazajstán que me habla de inviernos de -40 grados (el frío, me dice, se encaja como agujas en la piel); me habla de su niñez en Mongolia tras la migración de sus padres debido a la invasión soviética (ella, a diferencia de sus connacionales, no habla ruso); me cuenta de sus juegos de la niñez (en los que ponía a pelear en una caja a un par de insectos); en síntesis, de su vida, una ventana en Dubai hacia un infinito número de cosas y recuerdos apuntando siempre hacia otra parte.


Noviembre 2019


Me han dado una oferta de trabajo en Barcelona. La he aceptado. No llevo ni un año en Dubai, pero siento que he tenido suficiente. No extrañaré el calor del desierto, ni las luces brillantes de sus antros, ni los edificios a medio construir. Tampoco echaré de menos sus inmensos centros comerciales, sus hoteles como ciudades ni sus noches de frenesí interminable. O, tal vez, solo esto: sus noches solitarias, frenéticas, sí, pero llenas de posibilidades.


Conocí a una chica de Rusia que se acaba de separar.


Diciembre 2019


He hecho un viaje a Tailandia de una semana.


Salgo ahora con una chica de Rusia, otra de la India (cuyo olor me fascina) y otra más de Eslovenia. No conozco mucho de sus países pero siento, sobre todo, que me hacen falta preguntas (En 1990 nació la chica de la India –yo tenía ocho años e intentaba aprenderme de memoria un poema para un concurso de oratoria. En su departamento tiene una copia del Bhagavad Gita, del que no conozco nada.  Eslovenia, según me entero, se convirtió en un país independiente hasta 1991. ¿Qué estaba haciendo yo en ese momento? Tenía nueve años ). Resulta curioso cómo la vida de los otros siempre se teje, de una forma o de otra, con la nuestra.


Enero 2020


Leo, por primera vez, sobre el Covid-19. Semanas antes se habían detectado diversos casos en la provincia de Wuhan, la más poblada en el centro de China, pero fueron ignorados por negligencia del Comité Central. Cuando la crisis estalló a comienzos del año, la ciudad cerró el aeropuerto y canceló las celebraciones del Nuevo Año Lunar, en un intento por limitar el contagio. Ahora sabemos que ya era demasiado tarde.


Celebro mi último día de trabajo en dubizzle, la empresa que me ha contratado por poco menos de un año. Un grupo de personas de la empresa hemos ido a un bar llamado «Garden on 8», pero no es un jardín, tan solo tiene una alfombra verde, como las que se estilan en los parques de mini-golf (en su defensa, sí está en el piso 8 de un hotel en la Marina). Alguien habla del virus en China y yo comento que todo irá bien. «Recordemos el H1N1 hace unos años», digo, con una certeza que no sé de dónde viene.


Días después viajo a Barcelona a unas reuniones con mi nuevo trabajo –la visa no ha sido aprobada aún, pero es una buena idea utilizar este viaje como una especie de onboarding. Fuera de la presencia de varias personas con cubrebocas en los pasillos del aeropuerto, todo luce normal. 


Febrero 2020


Ya en el taxi, le pregunto al conductor si está preocupado por el virus y su impacto en el turismo, pero no me contesta –tan solo en 2019, Dubai recibió cerca de un millón de turistas provenientes del gigante asiático, y se espera que el número crezca en los próximos años. Miro la ciudad desplegarse en esa mezcla entre lo nuevo y lo inacabado (¿no es ésta una definición de la esperanza?): decenas de grúas y edificios a medio terminar esperan su conclusión de cara a la Expo 2020. En mi celular, sin embargo, aparece la nota de un hombre fallecido en Filipinas debido al coronavirus. Es el primer deceso fuera de China.


 


Se ha confirmado el primer caso de coronavirus en Dubai: una familia china que se encontraba de vacaciones en la ciudad.


En El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, los personajes inventan un juego para entretenerse: cada uno de ellos elegirá un tema diario (el amor, la inteligencia y la fortuna, principalmente) sobre el cual el resto contará una historia. “Hemos de vivir festivamente, pues no otra cosa que las tristezas nos han hecho huir”, dice uno de ellos. Pienso en esta frase mientras miro a mi alrededor: es fin de semana y hemos venido a un brunch, que en Dubai no es otra cosa que un buffet con alcohol ilimitado en alguno de los tantos hoteles de la ciudad. La mayoría en la mesa se encuentran borrachos. Frente a nosotros, en la pista de baile, un hombre cae al suelo riendo. Vivir festivamente es un tipo de optimismo, pienso. O, acaso, una variante del cinismo.


En la literatura, la quintaesencia de una pandemia es una ciudad deshabitada (Procopio termina su relato como Matheson comienza el suyo). Barcelona, en este sentido, no llega a transmitirme ese dejo apocalíptico, pero luce vacía para esta época del año en la que normalmente se realiza el Mobile World Congress (MWC), evento de tecnología que reúne a operadores de telecomunicaciones, empresas de tecnología y fabricantes de dispositivos móviles a nivel mundial. En esta ocasión, sin embargo, el evento ha sido cancelado debido a la amenaza del virus –se estima que la derrama económica por el MWC es de aproximadamente 500 millones de euros, por lo que su cancelación deja un boquete importante en las finanzas de Barcelona. Esto no solo afecta a la Ciudad Condal: el coste global podría ser de casi 3 billones de dólares debido, principalmente, al decremento en las exportaciones, la caída en las principales bolsas financieras, la interrupción de distintas cadenas de producción y, finalmente, la contracción del turismo a nivel mundial. Más aterradora, sin embargo, es la desigualdad evidenciada por el coronavirus: falta de flexibilidad para trabajadores en sectores de servicios o con contratos temporales que los obligan a trabajar en condiciones que para otros son de riesgo. Los trabajadores autónomos y negocios pequeños son otro segmento que será severamente afectado: una amiga que trabaja como diseñadora independiente y maestra de baile en Alemania me cuenta que todas sus clases y presentaciones han sido canceladas por los próximos meses. “No sé qué vamos a hacer”, remata con obvia desesperanza.


Marzo 2020


Llego a la Ciudad de México un miércoles en la noche. En el taxi, hago las preguntas de rigor: “¿cómo está el país? ¿Cómo va la cosa con López Obrador?”. La conversación nos lleva, invariablemente, hacia el coronavirus.

“Está muy sospechoso, joven”, me dice el conductor mientras saca el celular de su bolsillo y busca un mensaje entre sus chats. “Yo creo que los gringos le quieren dar en la madre a los pinches chinos. Mire, a ver qué le parece”.

Me pasa su teléfono con un video que narra (con una voz parecida a la de un robot) una teoría conspirativa sobre el diseño del virus en un laboratorio británico. Me llama la atención un detalle: la baja tasa de mortalidad (TM) del COVID-19 como supuesta prueba de que fue diseñado –la TM del coronavirus es baja: entre el 2 y el 3% , en comparación contra el 10% y 35% del SARS y el MERS respectivamente.

De ser así, ¿por qué nos asusta tanto lo que está sucediendo alrededor del COVID-19? Giorgio Agamben, filósofo conocido por sus escritos sobre el “estado de excepción” como mecanismo para limitar garantías y libertades, ha criticado la respuesta ante el coronavirus como un montaje más de esta maquinaria estatal. Otras voces apuntan a teorías igual de inadmisibles: la guerra comercial entre China y Estados Unidos o el episodio de una guerra biológica, como si la mutación de un virus conocido fuera una idea demasiado descabellada como para ser cierta.

Lo que la mayoría ignora es que el riesgo de una epidemia no reside únicamente en su tasa de mortalidad, sino también en la rapidez del contagio, el desconocimiento de la enfermedad (una fracción de las personas contagiadas por el virus no presentan síntomas) y el impacto en los sistemas productivos y de salud de un país (en Wuhan, muchas personas que murieron por el Covid-19 podrían haber sobrevivido si hubieran tenido acceso a una infraestructura de salud pública más robusta).

Albert Camus, en su novela La peste (que, por cierto, ha tenido un repunte de ventas en estas fechas), explica nuestra incapacidad de encontrar respuestas adecuadas de la siguiente manera:


Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas. El doctor Rieux estaba desprevenido como lo estaban nuestros ciudadanos y por esto hay que comprender sus dudas. (…) Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: “Esto no puede durar, es demasiado estúpido”. Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si dejara de pensar siempre en sí mismo. (La peste, primera parte)


He regresado a Dubai después de más de dos semanas fuera. Al aterrizar, una estación itinerante nos espera para tomarnos la temperatura a todos los pasajeros. Aquellos con fiebre serán enviados a una estación secundaria, donde les tomarán distintas muestras y los harán firmar una carta que los compromete a una semi cuarentena voluntaria. Las escuelas, por su parte, han decidido suspender clases por las próximas cuatro semanas y los lugares de trabajo han activado diversas políticas de labor a distancia.


Por mi parte, regreso a la lectura de Procopio de Cesárea: su texto no solo relata los síntomas de la peste (“repentinamente les daba fiebre”), sino también el desconcierto (“no había ninguna causa de esta enfermedad que pudiera ser comprendida por el razonamiento humano”) y la histeria social (“hacían por no oír ni siquiera la llamada de sus amigos y los dejaban encerrados en sus habitaciones”) que aquejó a Bizancio en esa época. Por alguna razón, dichos párrafos no suenan demasiado distinto a lo que estamos viviendo ahora: en Birmingham, por ejemplo, un hombre golpeó a una mujer tras acusar a su amiga de ser portadora del virus, mientras que en Londres un joven de Singapur fue atacado en un incidente relacionado al coronavirus.


Al escribir estas líneas no hay desenlace visible para el Covid-19 (hay más de 125 mil casos registrados a nivel mundial y el número sigue creciendo). Pese a esto, la literatura nos enseña, en múltiples instancias, que la enfermedad del cuerpo puede ser una metáfora sobre la enfermedad del espíritu. De ser así, tal vez haya que prestar igual atención a esos síntomas que suceden entre las líneas de los encabezados diarios, aquellos que señalan no la fiebre, sino la histeria; no el resfriado, sino lo peor: la maldad, la ignorancia y el cinismo.


Abril 2020


He pasado más de diez días sin salir de casa. Por la ventana veo el paseo de la Marina vacío: la vista me recuerda las imágenes de Chernobyl años después de la catástrofe. Algo tienen las ciudades abandonadas:


Comienzo a sentirme nostálgico sobre la idea de partir.



 


(diario inconcluso)


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Published on May 20, 2020 12:26

May 19, 2020

Reseñas breves de Atilgan, Vladislavic y otros

Algunos libros que leí recientemente, pero que no he tenido tiempo para escribir más sobre ellos.



Motherland Hotel, Yusuf Atilgan. Una obra maestra de la literatura turca. Zeberjet, el personaje principal, es el dueño de un hotel —lo ha heredado de su abuelo y no le requiere demasiado esfuerzo mantenerlo. Un día aparece una mujer que perturba su mundo: la pasión (o la promesa de una pasión) destruye el frágil andamio en el que Zeberjet mantenía su vida. Lo que sucede nos recuerda al Extranjero de Camus: ante el absurdo de la existencia, no hay mayor sentido que el que nosotros le otorgamos a la vida.
El convidado de las últimas fiestas, Villiers de I’Isle-Adam. Un favorito de Borges y una lectura obligada para los amantes de la crueldad, lo extraño y lo macabro. Dice Borges en el prólogo que el mejor relato de la serie es “La esperanza”, texto que trata sobre la crueldad en el alma de un hombre. Si Poe nos propone un horror físico, escribe Borges, Villiers propone horrores de orden moral.
Flashback Hotel, Ivan Vladislavic. Escritor sudafricano de ascendencia Ucraniana. Vladislavic bien podría entrar en eso que en Uruguay se han llamado “los raros”, cajón de sastre para lo inclasificable. La literatura de Vladislavic cabalga entre la herencia de Brautigan, Beckett y Rodolfo Wilcock, en la que el absurdo se teje de manera naïve y juguetona con la realidad. Imperdible.
En una noche oscura, San Juan de la Cruz. Me interesa el misticismo dentro del corpus católico y, en este caso, la obra poética de San Juan de la Cruz es interesantísima —propone el vacío, a la manera del budismo y otras filosofías orientales, como único mecanismo para acercarse a la Unidad (Dios o el Cosmos, da igual). Fue, además, uno de los primeros escritores en proveer su propia exégesis.
The reluctant narrator, Ana Teixera Pinto (editor). Colección de ensayos sobre la narración (y obras de arte asociadas a esta idea) y las distintas prácticas alrededor de ella —la tesis principal es que la vida está compuesta no de hechos, sino de historias que se tejen unas con otras.

Síganme para más reseñas.


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Published on May 19, 2020 08:34

May 14, 2020

Tsunami – Gabriela Jauregui

Tsunami es una colección de textos y ensayos feministas en México, cuyo eje rector es las  formas de la violencia ejercidas contra la mujer en nuestro país. La vigencia del tema es clara, en adición al esfuerzo de la antologadora por ofrecernos un compendio multi-generacional e intersecante. Gabriela Jauregui, su editora, comenta que el libro nació de la «necesidad de darnos cuenta que estábamos quedándonos insatisfechas con las discusiones que se daban, sobre todo en redes, acerca del feminismo. (…) Hubo completa libertad; podía ser un cuento, algo visual, un poema, lo que fuera».


Hay, así, fragmentos de un diario, una exploración visual sobre la obra de Semónides de Amorgos (cuyo objetivo es «carcomer» el texto misógino del poeta griego) y un poema devastador que comienza con estos versos:


Las mujeres de mi familia / familia de mi padre / siempre son «las otras».


Violencias y micro-violencias se despliegan de distintas formas en los textos de estas mujeres a la vez que entendemos las distintas facetas del ser mujer en México. Destaca, entre estos textos, las reflexiones de Cristina Rivera Garza en torno al feminismo y su propia vida:



Siempre sospeché del amor. (…) Si una quería llevar a cabo sus planes y consecuentar su deseo, lo mejor era no enamorarse. Había que resguardar el corazón y atender selectivamente los llamados del cuerpo. Una de mis tretas favoritas de aquel tiempo consistía en enamorarme locamente de individuos lejanos e imposibles, gente a la que no conocía bien y con quien sólo tenía un contacto tentativo o efímero. Mantenía así la teatralidad del amor, la ansiedad y la intensidad que le achacaban, pero desde una distancia precavida que me regalaba la letra. Mi otra treta favorita era acercar el cuerpo, pero mantener intacto, en algún lugar bajo llave, todo lo demás: los libros, las ideas, los planes para el futuro. Los escritos.



Rivera Garza avanza a través de este inventario de revelaciones hacia una conclusión que parece permearse en otros textos: existen, fueras de las reglas del patriarcado, otras formas de hacer comunidad, otras formas de relacionarse (“vivimos en sociedades que valoran hasta la saciedad la independencia”, escribe la autora en el mismo texto). Ante la brutalidad de la experiencia, las mujeres nos enseñan que es posible generar nuevos vínculos, ajenos a las estructuras que nos llevaron hasta aquí.


Vale la pena mencionar, además, el ensayo “La sangre, la lengua y el apellido” de Yásnaya Elena Gil, en el que relata las preguntas en torno a su identidad y su segunda lengua, el castellano.



Ciertas palabras del castellano siempre se erigieron ante mí como preguntas abiertas sobre mi posición respecto de ellas, sobre mi identidad tejida en una nueva red léxica y sus implicaciones. En muchas de las lenguas indígenas, como en el caso de mi lengua materna, la palabra indígena no tiene un equivalente, los elementos léxicos con respecto de otro colectivo se configuran mediante otra diferencia: ser mixe y no serlo. Narro, cada que tengo oportunidad, cómo es que, ante una pregunta expresa mi abuela, hablante de mixe, negó ser indígena: soy mixe, no indígena. Esa palabra no se manifestaba ante ella, inquiriéndola, en una lengua que no habla.



La experiencia de ser mujer siempre es distinta, condicionada como está por la cultura del sitio que habitamos y desde el que hablamos. Así, si la visibilización es una de las caracterísiticas clave para entender esta nueva oleada feminista, Tsunami nos ofrece además de diversas herramientas para entender a fondo su contexto. Una lectura sin duda imperdible, de la que comento un poco más en el siguiente podcast:















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Tsunami es una colección de textos y ensayos feministas cuyo eje rector es la violencia ejercida contra la mujer en México. La vigencia del tema no eclipsa el esfuerzo de la antologadora por ofrecernos un compendio multi-generacional e intersecante. Gabriela Jauregui, su editora, comenta que el libro nació de la "necesidad de darnos cuenta que estábamos quedándonos insatisfechas con las discusiones que se daban, sobre todo en redes, acerca del feminismo. (…) Hubo completa libertad; podía ser un cuento, algo visual, un poema, lo que fuera". Hay, así, fragmentos de un diario, una exploración visual sobre la obra de Semónides de Amorgos (cuyo objetivo es "carcomer" el texto misógino del poeta griego) y un poema devastador que comienza con estos versos: Las mujeres de mi familia / familia de mi padre / siempre son "las otras". Violencias y micro-violencias se despliegan de distintas formas en los textos de estas mujeres a la vez que entendemos las distintas facetas del ser mujer en México. Destaca, entre estos textos, las reflexiones de Cristina Rivera Garza en torno al feminismo y su intersección con la vida de la autora: . "Siempre sospeché del amor. (…) Si una quería llevar a cabo sus planes y consecuentar su deseo, lo mejor era no enamorarse. Había que resguardar el corazón y atender selectivamente los llamados del cuerpo. Una de mis tretas favoritas de aquel tiempo consistía en enamorarme locamente de individuos lejanos e imposibles, gente a la que no conocía bien y con quien sólo tenía un contacto tentativo o efímero. Mantenía así la teatralidad del amor, la ansiedad y la intensidad que le achacaban, pero desde una distancia precavida que me regalaba la letra. Mi otra treta favorita era acercar el cuerpo, pero mantener intacto, en algún lugar bajo llave, todo lo demás: los libros, las ideas, los planes para el futuro. Los escritos". . Rivera Garza avanza a través de este inventario de revelaciones hacia una conclusión que parece permearse en otros textos: existen, fueras de las reglas del patriarcado, otras formas de hacer comunidad, otras formas de relacionarse. . . #libros

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Published on May 14, 2020 08:32

May 12, 2020

Anticitera – Aura García-Junco

El mecanismo de Anticitera fue un dispositivo griego capaz de predecir posiciones astronómicas y eclipses. Era, en esencia, un complejo sistema de relojería para medir el tiempo y la posición de los astros con respecto a la Tierra. De forma inexplicable, la expansión de este tipo de tecnología se detuvo en algún momento: tendrían que pasar más de mil quinientos años para volver a verla. Aura García-Junco retoma esta anécdota para proponernos dos libros. El primero está dividido en tres partes y nos propone, en primer lugar, un mecanismo.



Estaba el objeto más complejo que había visto y su corazón intuía lo que su mente no podía armar del todo: la posibilidad de cambiar el orden de la bóveda celeste, de acelerar el curso del tiempo y la de por sí breve existencia humana.



La ambición de dicha tecnología nos recuerda a Borges en “Del rigor en la ciencia”: la perfección de la máquina propuesta intenta emular al universo.



Conforme los años pasan, el sueño se vuelve más exacto: más preciso es el mapa del cielo que dibuja en su mente, al grado de que al despertar se sorprende con su exactitud. Lo compara con los mapas celestes de la biblioteca y ahí en papel está lo que sus párpados cerrados tallaron en su mente.



El libro apunta, poco a poco, hacia una idea que reconocemos: el mundo es también una copia imperfecta de otro, aquel que los griegos llamaron «hyperuránion tópon». El arte, parece sugerirnos la novela, es la única manera de acercarnos a ese mundo de ideas perfectas —¿por qué, si no, desaparece Boldini en su cubo de los sonidos? En todo caso, la segunda parte de la novela ofrece un contrapunto a la técnica: lo que rige ahora es la pasión y la locura —en otras palabras, hay un mecanismo, sí, pero también vemos sus efectos.


Años después, cuando el ermitaño había olvidado cómo hablar, había olvidado a Lesbia, había olvidado también todo sobre el baúl y el gato y las demás preocupaciones de cuando era un hombre, se le permitió ver el contenido de la caja. (…) Adentro sólo había un disímil duplo de objetos: un manuscrito sin tapas, carcomido por los hongos, y una caja metálica con grabados circulares. (…) Era útil para el fuego.


Dije que Anticitera propone dos libros: el segundo es un manuscrito que se repite de distintas formas y atraviesa a los personajes de distintas maneras. En otras palabras, el mecanismo es, también, el libro que leemos. “Si Anselmo creó un Dios de lenguaje”, escribe la autora, “de lenguaje e imagen también pueden ser mis inventos”.



El único rumor que no corre de boca en boca, la única teoría que jamás se teje, es muchas veces la verdad. Pedro no quiso cargar con el peso del libro que Abelardo le dejó. Tampoco quiso deshacerse de él. Quería leerlo, pero le temía irracionalmente.



La aspiración de abarcar la totalidad es, al mismo tiempo, la de regresar a la nada. Para escuchar más sobre ésta y otras novelas escritas por mujeres, escucha nuestro podcast en El Anaquel:















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El mecanismo de Anticitera fue un dispositivo griego capaz de predecir posiciones astronómicas y eclipses. Era, en esencia, un complejo sistema de relojería para medir el tiempo y la posición de los astros con respecto a la tierra. De forma inexplicable, la expansión de este tipo de tecnología se detuvo en algún momento: tendrían que pasar más de mil quinientos años para volver a verla. Aura García-Junco retoma esta anécdota para proponernos dos libros. El primero está dividido en tres partes y nos propone, en primer lugar, un mecanismo. . “Estaba el objeto más complejo que había visto y su corazón intuía lo que su mente no podía armar del todo: la posibilidad de cambiar el orden de la bóveda celeste, de acelerar el curso del tiempo y la de por sí breve existencia humana”, escribe la autora en sus páginas. . La ambición de dicha tecnología nos recuerda a Borges en “Del rigor en la ciencia”: la perfección de la máquina propuesta intenta emular al universo. . "Conforme los años pasan, el sueño se vuelve más exacto: más preciso es el mapa del cielo que dibuja en su mente, al grado de que al despertar se sorprende con su exactitud. Lo compara con los mapas celestes de la biblioteca y ahí en papel está lo que sus párpados cerrados tallaron en su mente". . El libro apunta, poco a poco, hacia una idea que reconocemos: el mundo es también una copia imperfecta de otro, aquel que los griegos llamaron "hyperuránion tópon". El arte, parece sugerirnos la novela, es la única manera de acercarnos a ese mundo de ideas perfectas —¿por qué, si no, desaparece Boldini en su cubo de los sonidos? En todo caso, la segunda parte de la novela ofrece un contrapunto a la técnica: lo que rige ahora es la pasión y la locura —en otras palabras, hay un mecanismo, sí, pero también vemos sus efectos. . Dije que Anticitera propone dos libros: el segundo es un manuscrito que se repite de distintas formas y atraviesa a los personajes de distintas maneras. En otras palabras, el mecanismo es, también, el libro que leemos. “Si Anselmo creó un Dios de lenguaje”, escribe la autora, “de lenguaje e imagen también pueden ser mis inventos”. . . #libros

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Published on May 12, 2020 10:21

El Anaquel

Roberto Wong
El Anaquel es un blog y podcast sobre Literatura y Libros, realizado por Roberto Wong, escritor mexicano ("París D.F." es su primera novela. "Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción", es un ...more
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