Silvia Zuleta Romano's Blog, page 11

October 5, 2021

La utopía de un mundo sin trabajo

Hoy hablamos de un mundo sin trabajo a propósito de la obra Inventar el futuro de Nick Srnicek y Alex Williams. Exploraremos de la mano de estos teóricos y, en constante diálogo con Keynes, qué estamos haciendo mal para que, a pesar del avance tecnológico, trabajemos aún muchas horas. Disfruten.

Un diálogo entre un abuelo y un nieto

En junio de 1930, Maynard Keynes llegó de la mano de su esposa la bailarina rusa Lidia Lopujova a Madrid. Se alojaron en el Hotel Ritz, comieron en la Embajada británica y fueron entrevistados por los principales diarios de la época[1].

A la tarde se fue a la Residencia de estudiantes y fusiló un viejo texto que había leído en 1928 en el que jugaba a imaginar y construir un futuro utópico del que disfrutarían sus nietos. Su discurso, y posterior ensayo, estaba dirigido a nosotros. Se llamó Las posibilidades económicas de nuestros nietos y en él vaticinaba cosas que tendrían que estar sucediendo hoy en 2021:

“La lucha por la supervivencia, que ha sido el problema permanente del género humano, habrá quedado superada”.

Básicamente, en el ensayo, de tono muy optimista, a pesar de la crisis mundial que atravesaban los países occidentales, señalaba a la tecnología como emancipadora de una sociedad que cada vez iba a poder trabajar menos horas. Y en el que la labor de ganar dinero se transformaría en lo que siempre fue: un oficio vil que dejaría lugar a otro tipo de actividades más gratificantes para el género humano: las artes y la creatividad.

Nos estaba hablando a nosotros. A aquellos que nacerían en los ochenta. Y claro, él no sabía que viviríamos, casi sin uso de razón, momentos tan trascendentales como el fin de la guerra fría, el auge y caída de Nirvana, las Barbies y la televisión binaria y patriarcal.

Aquellos niños de los ochentas, hoy rozamos los cuarenta y nos encontramos, quizás en condiciones de ver o saber si realmente el mundo o la utopía que Keynes imaginó, está en vías de cumplirse. Por supuesto, sabemos la respuesta. No somos tan ingenuos como Keynes. Pero preferimos acudir a alguien más serio. También inglés.

Nick Srnicek, como bisnieto de Keynes, nos desasna el mundo que imaginó. Una sociedad altamente tecnificada y sin empleo, tal como lo concebimos. Veamos.

Sociedades boyantes con desempleo estructural

Hace rato que se viene hablando sobre ciertos temas que, evidentemente, no tenemos resueltos. Uno de ellos, es el asunto del trabajo. España, como muchos países, tiene un desempleo estructural, en especial, entre los jóvenes, que no logramos paliar. Dense cuenta que incluso, en la época de gran bonanza económica en la Comunidad de Madrid, a mediados de los dos miles, había casi pleno empleo  (6,5% de población desempleada) pero cuando desagregabas esos datos por segmento etario se veía un desempleo estructural de los jóvenes de más del 18% para el mismo período[2].

Hasta ahora los políticos no se atreven a prometer un mundo en el que no sea necesario trabajar. Siguen en sus campañas prometiendo empleo. Pero,

¿Y si la solución fuera trabajar menos y producir menos?

¿Y si nuestros actuales medios tecnológicos nos permitieran por fin dejar de vender nuestra fuerza de trabajo a terceros?

¿Y si pudiéramos dedicar ese tiempo libre y ganado al arte y la creación?

¿Y si pudiéramos dedicar más espacio de nuestras  vidas a otro tipo de trabajos no remunerados?

¿Y si los ciudadanos fueran capaces de crear democracias más sólidas y vigilantes?

¿Y si las mujeres dejaran de depender de la generosidad sus maridos, padres y jefes para dejar un lugar de violencia o para prosperar en igualdad de condiciones?

¿Y si…?

Hoy desgranaremos las respuestas que dan Nick Srnicek y Alex Williams a estos y otros asuntos en Inventar el futuro (Malpaso, 2017). Para ello, lo haremos en permanente diálogo con ese Keynes, nuestro bisabuelo, que desde la tumba nos recuerda lo que él ya profetizó en un discurso que no muchos tomaron en serio: vamos hacia un mundo sin trabajo y sin escasez en un contexto de automatización plena.

Pero empecemos por el principio.

¿Quién es Nick Srnicek?

Nick Srnicek, economista de la King’s College (la misma universidad donde estudió Keynes) especializado en Economía digital, aboga por un postcapitalismo que supere la escasez y el mundo del trabajo tal como lo conocemos. Los que estamos familiarizados con la economía de la cultura, o economía de la creatividad y más específicamente con la economía digital, ya hemos estado inmersos en una concepción de la ciencia económica que ya NO parte del supuesto de escasez en el que se basa toda la teoría clásica y parte de la teoría keynesiana. Ya hemos hablado, cuando se discutió la economía del big data, los principios que rigen este tipo de bienes intangibles. Son bienes que por sus principales características[3] desafían la idea de escasez. Hay una pregunta que atraviesa todo el libro. No la hace abiertamente pero constituye el principal desafío de un sociedad con automtización plena.

¿Podemos construir una nueva economía en el que esa principal característica de los bienes intangibles se pueda extrapolar al resto de la economía?

Dicho esto, Srnicek junto Alex Williams, se vuelven bastantes célebres con su Manifiesto por la una política aceleracionista, un texto que, a mi juicio, sentará las principales premisas de su obra posterior Inventar el futuro.

¿Y cuáles son las principales claves del manifiesto?

Yo diría que algunas de las ideas más interesantes son las que desarrollaré a continuación.

La importancia de la retórica

Una de las preguntas clave del libro con la que arranca es: ¿qué hizo de bien el neoliberalismo para imponerse de forma más rotunda? Esta pregunta de capital importancia entronca casi a la perfección con el concepto de ideología que esboza Thomas Piketty en su última obra. Ya saben que Piketty sustenta y explica los distintos regímenes desigualitarios a partir de una ideología que funciona como sostén y justificación de esa desigualdad[4]. De alguna manera, es una retórica que se impone y que es fundamental para imponer ciertas ideas. Ya Dreidre Mc Clusckey[5] había reducido la ciencia económica a un mero ejercicio de retórica. Triunfan las ideas que mejor expuestas están. Srnicek parece ir en esta misma línea. ¿Qué debemos copiar de los neoliberales para llegar a triunfar e imponer otro paradigma? Y aquí creo que patina un poco la obra ya que le otorga una excesiva racionalidad a un largo proceso que, quizás comenzó con Mont Pellerin y terminó con la imposición del monetarismo en la década de los setenta.

Srnicek ve racionalidad y largo plazo. Un plan consciente y universal. Yo veo más azar y circunstancias propicias para imponer ciertas ideas. No podemos olvidar que durante años Hayek fue una figura menor y su pensamiento era minoritario mientras que las ideas de Keynes, en especial después de la publicación de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (FCE, 2002), venían dominando las esferas universitarias y gubernamentales de las dos principales potencias, UK y USA, y lo harían hasta mediados de los setenta. La historia del neoliberalismo también es la historia de muchos fracasos y no tiene una trayectoria lineal hacia el éxito. Piénsese en quién era Keynes cuando debate con Hayek y cuando éste último escribe Camino de servidumbre.

Keynes era carismático, mundialmente conocido y, según cuenta Zachari D Carter en El precio de la paz, había revolucionado la ciencia económica de una manera más bien rocambolesca: había escrito un tratado infumable (La Teoría general) deliberadamente oscuro y errático pero con ideas potentes. Tan oscuro era que necesitó de un ejército de neokeynesianos y discípulos que se encargaran de explicar y reeditar las partes más importantes. Ese fue el mayor logro de Keynes: formar a un potente grupo de discípulos como Joan Robinson, Richard Kahn o John Galbraith (que llevó sus ideas a Estados Unidos), entre muchos otros que, fueron excelentes divulgadores de su obra. De alguna manera, escribió una Biblia que requería de algunos santos que la interpretaran para nosotros. ¿No es eso lo que hacen las religiones? ¿Eligen un profeta para que difunda la palabra de Dios?

Keynes fue Dios demasiado tiempo y cuando su modelo se agotó, las ideas de  Ludwig von Mises y Friedrich Hayek se habían ya consolidado y estaban en el lugar y en el momento correcto para aplicarlas. No le otorgo esa capacidad que sí le dan Srnicek y Williams de estrategas. Puede que al final hayan triunfado pero ni fue planificado ni estaban dispuestos a esperar cien años. Hay una frase en el libro que me hace mucho ruido:

“La sociedad Mont Pelerin puso sus miras en el largo plazo y esperó cuarenta años a la crisis del keynesianismo” (p.99)

Mire no, la Sociedad Mont Pelerin no esperó porque no es un ser vivo. Nadie espera cuarenta años para nada. Lo intentaron varias veces y de pronto lo lograron. Es curioso eso de crear un relato y dar una racionalidad que no existe a entes que ni siquiera son personas. Ninguna Sociedad espera. Nadie está dispuesto a esperar pacientemente nada (al menos en Occidente). Ni los unos ni los otros. Me parece que este relato es demasiado simplista y peca de lo mismo que critican: simplificar en exceso la realidad. 

Crear cultura requiere dinero

Dado que se propone un modelo de postcapitalismo en el que la escasez y el empleo no son premisas básicas, cabe preguntarse hasta qué punto hay economistas pensando en un modelo económico alternativo que no sean parches al capitalismo actual. Y aquí volvemos al éxito de Mont Pelerin.

Sí, “esperó” cuarenta años y en el medio se encargó de convencer a varios millonarios de que sufragaran sus ideas. Fíjense en los pequeños detalles tangenciales que hacen que una obra como Camino de la servidumbre escrito por un economista que nadie conocía cobrara notoriedad sin que ni el mismo autor lo esperara. Veamos.

Un puñado de hombres ricos se sintieron atraídos por sus ideas y el Reader’s digest imprimió una versión corta del libro que dueños de empresas como General Motors repartieron gratis entre sus empleados. Otro dato no menor: la vinculación de Hayek con el millonario Luhnow, un empresario de la industria de los marcos y los cuadros que se deslumbró con Camino de servidumbre.

Hasta entonces, Hayek no lograba mucho entusiasmo en el ámbito científico, ni siquiera entre los conservadores pero es el dinero de Luhnow el que le abre las puertas  del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Hasta el punto de que, aunque Hayek era empleado de la universidad, era el millonario el que pagaba su sueldo. Un acuerdo similar hizo con von Mises y la Universidad de Nueva York. Y este personaje, ayudaría a Hayek a fundar Mont Pelerin y se hizo cargo de los gastos de viaje de figuras que luego serían dominantes como Milton Friedman[6].

Es importante esta información para dimensionar el papel que juega el dinero en la propagación de las ideas económicas. Quizás hoy funcionen las cosas distinto pero sigue siendo necesario economistas y pensadores que tengan recursos para pensar otro futuro.

No podemos explicar Mont Pellerin sin explicar el rol que jugaron millonarios en la difusión de sus ideas.

La izquierda deja de lado las vertientes más anticapitalistas

Hay una crítica profunda a los grandes movimientos de izquierda como Occupy o el 15M. Sus logros son pequeños y puntuales. Aquí no vemos nada muy original, en este sentido Pensar el futuro se suma a una ola pequeña pero creciente de pensadores progresistas que hacen una crítica desde la izquierda hacia la izquierda, ahí podemos nombrar títulos, al menos interesantes como: ¿La rebeldía se volvió de derecha? de Pablo Stefanoni, La traición progresista de Alejo Schapire (con prólogo de Pola Oloixarac), Mona, también de Pola, que desde la ficción hace una lectura mordaz y critica de la izquierda o el mismo Thomas Piketty en Capital e ideología. Cada uno en su ámbito, la ciencia política, el ensayo, la economía, la ficción, vienen alzando la voz por repensar la izquierda[7].

Pero volviendo a Srnicek quiero destacar su crítica al excesivo horizontalismo que hace que no prosperen las ideas. Hay un concepto interesante porque involucrarse en política requiere tiempo y la gente está trabajando y no tiene las herramientas para analizar y exigir sus derechos. Se ve claramente en algunos movimientos fuertes como el feminismo. En los últimos años, se han propuesto huelgas de mujeres en el día 8M y yo pienso: ¿quién se puede dar el lujo de dejar de cuidar? Al final, estas luchas siguen siendo las batallas de una clase media privilegiada y no lleva a ningún cambio profundo. Por otra parte, el capitalismo sabe muy bien cómo apropiarse de eslóganes de lucha para transformarlos en mercancía. Pasa claramente con el pinkwashing, el purple washing o el greenwashing y todas las campañas que hacen las empresas para vender más por ejemplo, en el mes del cáncer de mama o contra el cambio climático, usando banderas potentes mientras venden y fomentan productos contaminantes. En este sentido, debemos decir que los actuales movimientos sociales que surgen con fuerza dejan de lado las vertientes más anticapitalistas. Esto lo hemos visto claro con el feminismo. Ya lo he dicho a propósito de varios libros que ha escrito Barbara Ehrenreich en donde esboza esa relación estrecha entre capitalismo y feminismo, un vínculo que muchas empresas y estados se encargan de oscurecer.

A todas estas ideas y maniobras de la izquierda por intentar cambiar algo, los autores llaman política folk. Pero hay más.

La trampa de lo pequeño es hermoso

Los autores son críticos con cierta progresía que pondera lo local y chiquito, frente a lo grande y global. Confieso que en el pasado me he sentido atraída por esta idea, en especial, después de leer Small is beatiful de EF Schumcher.

Con la excusa de lo local, formamos comunidades snobs y elitistas que supuestamente luchan contra el sistema. Uno de los máximos exponentes de esta cultura es el auge de la educación alternativa donde todo se traduce en colegios chiquitísimos y carísimos para unas minorías privilegiadas. Lo mismo sucede con la reciente moda de criticar y boicotear a empresas como Amazon que ya sabemos que son oligopólicas, opacas y, quizás siniestras (he hablado bastante sobre Amazon aquí) como toda empresa tecnológica cuasi monopolio natural pero este hecho no vuelve a los pequeños en automáticamente buenos. Como atacamos a Amazon debemos endiosar al librero. ¿Acaso no hay explotadores y prácticas dudosas entre los pequeños?[8]

El error  de convertir lo difícil en fácil

Me pareció excelente este concepto muy arraigado en ciertos sectores de la izquierda. Los buenos y los malos. Lo simple. El eslogan. El cortoplacismo. Al final, predomina la idea del NO esfuerzo ante la complejidad en la que vivimos. Quizás es la salida más pragmática pero, insisto, formar ciudadanos libres y proactivos requiere tiempo y aprendizaje pero ¿cómo hacemos en una sociedad en la que no hay tiempo y en donde se buscan las conquistas sociales (y el resto también) en el cortísimo plazo? Me gusta la idea que esbozan de ampliar nuestras capacidades. Quizás es utópico pero ¿queremos un mundo simplificado, algorítmico y fácil de digerir? ¿Podemos pedirle más a este sistema? Los autores van en esta línea. Habría que ver en qué se concreta eso de “ampliar capacidades” y qué rol juega el cambio tecnológico. Por otra parte, me cuestiono hasta qué punto la gente puede esperar. Los autores piden tiempo, largo plazo pero el ciclo vital humano es corto y es lógico que queramos soluciones para nuestra vida ya. Jugamos una partida que sabemos que vamos a perder. Necesitamos cambios profundos que llevan tiempo y, al mismo tiempo, somos finitos y nos morimos, con suerte y salud, a los ochenta. ¿Cómo conciliamos estos dos extremos?

Yo no tengo respuesta.

Mañana más. Esto se está haciendo muy largo.

Continuará.

Para leer másLa utopía de un mundo sin trabajoKeynes y su utopía de pleno desempleoBertrand Russell sobre la felicidadEconomía circular para luchar contra la desigualdad y el cambio climáticoCuando la desigualdad genera violencia e intolerancia

[1] Fuente: Sellares, Bernat. Keynes en Madrid y la “delightful people”. Iberian Journal of the Economic Thought. Ediciones complutense.

[2] Datos obtenidos del INE para el primer trimestre de 2005, vemos un 18% de paro entre jóvenes de 20 a 25 años tanto a nivel nacional como en Comunidad de Madrid mientras que la tasa de paro sin desagregar por edad era del 7% y el 10% respectivamente.

[3] Algunos teóricos hablan de ausencia de tres características intrínsecas que sí poseen el resto de bienes. A saber:

Exclusión: en la vieja economía basada en la escasez y en los bienes materiales era posible excluir a alguien del consumo. Si todo fuera gratis no habría negocio para las empresas.  Pero cuando hablamos de bienes intangibles — digitales — ya no es fácil ni barato excluir. Es por eso que en este contexto, algunos plantean como solución a las ineficiencias, el consumo colaborativo (se habló sobre este tema la semana pasada, puedes ver el link aquí).Rivalidad: los bienes materiales son rivales si, por ejemplo, un consumidor se come una manzana y otro consumidor no puede comerse la misma pieza de fruta. Lógica pura ¿no? Pues, con los bienes digitales ocurre lo contrario: dos personas pueden consumir el mismo bien sin que disminuya su cantidad. Desaparece la escasez como premisa de la ciencia económica. Pero surgen más problemas: si solíamos fijar el precio en función del costo marginal de producir un bien y éste es tendiente a cero como sucede con los bienes digitales, todos los productores se irían a la bancarrota. Y es por eso que economistas como Jeremy Rifkin (2014) hablan de la “economía del coste marginal cero”.Transparencia: este es el punto más interesante. Cuando hablamos de bienes en los que interviene la tecnología estamos pensando en bienes con una cierta complejidad. Un ejemplo clásico de la literatura económica ha sido el mercado de los autos usados, un mercado que ha servido a los economistas para teorizar sobre aquellos bienes de los cuales no podemos tener toda la información. En este sentido, hay bienes que requieren un aprendizaje previo antes de ser demandados y consumidos (Kahin & Varian, 2000)[1]. Es  el caso de muchos bienes llamados culturales y —por supuesto— de la privacidad. Pero no solo hablamos de aprendizaje previo sino también de un cierto tipo de “racionalidad”. En algunos tipo de bienes, se habla de “racionalidad limitada o acotada”. 

[4] En términos de Piketty, la noción de ideología tiene que ver con pensar la historia de la humanidad, no como la historia de la lucha de clases sino como la historia de la lucha de ideologías en pugna. Cada estructura de desigualdad necesita una retórica que la sostenga. Esta es poderosa y es el pilar más importante que justifica la desigualdad. Fuente: Piketty, Thomas. Capital e ideología. Deusto. 2019

[5] Mc Closckey, Deirdre. The rhetoric of economics. The University of Wisconsin Press. 1998

[6] Fuente: Carter, Zachary D. El precio de la paz. Paidós. 2021

[7] Los hay muchos más pero me he limitado a nombrar algunos textos con los que me he topado a modo ilustrativo.

[8] Sobre la polémica Amazon vs los libreros, puedes leer esta serie de artículos.

La entrada La utopía de un mundo sin trabajo se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

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Published on October 05, 2021 01:17

August 15, 2021

Una Almería particular

Hoy recorro el oriente de Almería. Algunas playas. Sus carreteras y pueblos. Un camino que nos lleva a la economía, al trabajo. A las mujeres, a la historia de España y a la literatura. Disfruten.

Almería está vacía

Nada es lo que parece en estas playas. Lo primero que llama la atención de estas costas es que no huele a mar. Al menos no, como en el Atlántico Sur o en el Norte de España.

Cuando llego, me choca con fuerza la humedad del aire. Me doy cuenta porque me brilla la frente y se me ven los poros. Sin embargo, el contraste del sol del desierto y la brisa del mar es curioso. Yo nací en un lugar muy húmedo pero acá es distinto. Porque el desierto siempre está presente aunque no lo veas. No hay un océano bravo. Un viento que acompaña con agua de mar. Acá es solo una masa de agua oscura y silenciosa que parece más un lago. Silente y peligroso por lo que esconde. Cascotes y una corriente marina que te arrastra si te descuidas. Porque te das cuenta que apenas hay plataforma submarina. El socavón es pronunciado y lo ves aunque no te metas porque la misma forma del agua te avisa que allí abajo hay una canaleta. Muchos días el mar está dudoso a pesar de la ausencia de olas.

La procesión va por dentro.

El sur de España tiene su aquel pero hay algo implacable en ese enclave que se llama Almería y que está casi en «el etcétera» de Andalucía. Es una tierra curiosa. Desconocida. Hasta cierto punto, vacía.

Transitamos en auto por Cabo de Gata, el interior es diáfano y te parece que no estás en España porque no hay rastro humano. La naturaleza no tiene misericordia. El clima. La brisa que horada las pieles de los turistas. Aquí, por un momento, piensas que no hay historia. Los árabes. Los judíos. La reconquista. Pero me cuentan que sí. Que con la expulsión de los berberiscos, los terremotos y las talas masivas Almería se sume en un largo silencio. No queda nada de la Vera musulmana. Ni de las modernas técnicas de regadío de los musulmanes. Y ese largo mutismo dura demasiado, casi hasta el siglo XIX en el que empieza una lenta inversión de infraestructuras. Aun así, entrado el siglo XX esta parte de Almería sigue sumergida en un olvido pasmoso.

Acá no hay un «de paso». Siempre es punto final. Para mí son tierras curiosas porque España es tierra ocupada. Siempre hay un pueblito. Siempre hay un vestigio de algo. Sin embargo, esta parte de Almería es distinta. Hay paisaje y hay vacío. Como en mi tierra que puedes recorrer miles de kilómetros sin que haya vestigios humanos.

Almería fue por mucho tiempo la hermana pobre de Andalucía. Demasiado lejos de la capital. Unas tierras áridas. Un clima inmisericorde y esa sensación de que no hay nada de paso excepto el vacío de camino a África.

Pueblos que reviven por los extranjeros

Camino por las calles intrincadas de Mojácar. Enclavado en la punta de una montaña veo el mar a lo lejos. La brisa es fuerte y se me vuelan los pelos porque por acá siempre ando despeinada. Camino por los senderos. Apenas veo españoles. Porque este enclave está dominado por gente que viene de lejos buscando algo.

Entro a una casita-museo. Se supone que recrea la vida rural de estas tierras. De mujeres trabajadoras. De mujeres pescadoras. Acarreadoras de agua en grandes tinajas. Y una mujer con acento ruso me habla de la pobreza de la región. De las casas. O de las No casas porque muchas familias vivían en infra viviendas o en las mismas cuevas.

En Níjar sucede algo parecido. El cactus se ha convertido en un reclamo turístico. Hay belleza, obvio. Y un reconstruir las ruinas en pos de algo que llaman prosperidad. De Níjar se dicen muchas cosas, por ejemplo que ya producía esparto desde la Edad Media pero no sería hasta el siglo XIX que esta región se vería favorecida por la Guerra de Secesión americana que frenó la producción de algodón y potenció la de esparto almeriense que empezó a exportarse. Hoy es una industria más bien simbólica y artesanal, al igual que el cactus. Una mercancía que se transforma en objeto cultural.

Nijar en Almería.Níjar y una puerta de color. Con cactus, obvio.

De camino a Vera observo la tierra horadada, antiguas minas. Una roca que está destruida por el paso del hombre. Y observo agujeros. Grandes orificios. Porque allí además de hormigas vivían personas.

En mi llegada a Vera me encuentro con un paisaje, de a ratos, desolador. Urbanizaciones a medio hacer. Terrenos loteados a la espera de la gran oportunidad urbanística. Carteles prometiendo adosados y prosperidad. Sol y playa. Camino por aquellas urbanizaciones. Un hombre pedalea desnudo. La piel está curtida por el sol. Y observo los grandes hoteles antaño prósperos y ostentosos que hoy luchan por sobrevivir. Me siento en una terraza. Hay poca gente. Solo se habla inglés y me pido un bagel porque las meriendas inglesas son buenísimas.

Cae el sol. Y corro al pequeño supermercado que hay cerca. Cierra a las ocho. Porque esta región parece respetar los horarios de la Europa del Norte.

Un zumo y una crema de sol, obvio.

Y hablo con la primera almeriense que veo.

Es la cajera.

-Mi hijo se fue. ¿Qué va a hacer acá? Está en México. Se fue a estudiar y nunca volvió.

Todos coinciden en que los invernaderos y el turismo han levantado la zona de forma impresionante hasta el punto de que Almería de expulsar población hasta hace 30 años, ahora recibe mucha inmigración. Y recuerdo la conversación con una amiga que me cuenta que su hermano acaba de dejar la próspera Madrid para instalarse en estas tierras que tienen trabajo para el que quiera trabajar. Según, los últimos datos del INE, la provincia de Almería ya supera en PIB per cápita a Granada, Córdoba o Málaga.

No me extraña.

Creo que esta tierra en la que tan ausente estuvo el Estado ha tenido que buscarse la vida. Todavía hoy hay mujeres relativamente jóvenes que no saben leer y ni escribir y que, sin embargo, han tenido que ganarse la vida trabajando. Muchas veces solas porque los maridos emigraban bien a Argentina o a Alemania o a Cataluña. Mujeres que han habitado una tierra en donde no había hospitales ni escuelas. En donde las redes del Estado de Bienestar tardaron más de lo deseable en aparecer.

Los días son todos iguales en Almería. No está esa incertidumbre tan entretenida que representa el tiempo. Siempre hay sol. A veces hay un viento terrible y el polvo lo impregna todo. Ya les dije que la arena no es tal y cuando vuelvo de la playa tengo las patas sucias como si hubiese estado corriendo en un descampado. Aquello no es arena, es tierra. Son escombros.

Desvaríos sobre la cala solitaria

Me parapeto bajo una sombrilla. Miro el horizonte. Veo grandes buques cargueros. Y me entretengo viendo gente desnuda.

Normalmente, no me saco la ropa. A pesar de que nací cerca del mar no soy un bicho de playa. Siempre me ha parecido un paisaje inhóspito. La arena me pica. El viento me molesta. Y en general me aburro. Ahora con los niños más grandes es distinto. Ellos juegan y yo leo. Me entretengo viendo a la gente. No entiendo muy bien la pasión por las calas solitarias. ¿Qué hago en una cala solitaria? A mí me gusta la gente, el chiringuito. El kiosko de diarios. El palito bombón helado. La liturgia de la playa. La calita abandonada está muy bien para sacar una foto y huir al bar.

Al final, me convenzo de ir a la calita. Son lindas. En especial, la cala del Peñon Cortado que está entre Águilas y Vera y donde hay una mina abandonada. Saco fotos de la roca porque es curiosa. Le busco un fin a este paseo que es saber más sobre esta mina y esa roca. Saco fotos que mando a mi amiga geóloga. Me acerco al mar bravío que explota casi en mi cara. Y me digo que esta no es playa para los niños.

Termino el paseo descalza. Cuando vuelvo a buscar mis sandalias, ya no están.

El mar alemeriense se las ha llevado mar adentro.

En estas calas la piedra parece ceniza volcánica o trozos de chocolate para comer.Cala solitaria. Hermosa en la foto.Lo bello, lo feo y lo económico

Un día decidimos, no sé por qué, ir hacia Murcia y terminados en una ciudad balnearia feísima y calurosa. A mí no me importa mientras vea gente. Es curioso. Seguimos escuchando el cockney por todos lados. Y los carteles de SE VENDE inundan el paisaje. La gente es feliz y lo entiendo porque en realidad uno sabe que sentirse bien no pasa por la belleza de las cosas. Quizás es compartir un momento. O aprender algo. O disfrutar la brisa. Nunca entiendo a los que eligen lugares bellos para veranear.

¿Qué me importa a mí la belleza de la cala solitaria?

Para mí la belleza es ver culos arrugados en la playa. Es tirarme a leer. Es comer un rico arroz con bichos de mar mientras admiro unas palmeras artificiales. O escuchar el cockney de unos ingleses tatuados que charlan entre sí.

Con esta elucubraciones, nos sentamos en una terraza donde el sol no es tan asesino y comemos barato y mal. Igual la pasamos bien. España también es eso. Observo las palmeras. Veo a mis niños. Caminamos. Charlo con mi chico.

En otra ocasión, vamos Agua Amarga. Hay piedras. El mar parece una laguna chata y oscura. Los niños saltan de piedra en piedra porque no hay arena. Yo toco esas rocas. La verdad es que Almería tiene hermosas rocas. De distintos colores. Mi niño se entretiene con las formas. Las texturas. Los colores. Y pienso en los elementos que a lo largo de los siglos han creado esas formas. Pienso en los dedos de mis hijos acariciando esos objetos. Y me entretengo imaginando la vida de esaa gente del pasado que también tocó esas rocas. Los mineros. Los piratas bereberes. En efecto, no solo Agua Amarga, Los genoveses, Las negras, eran escenarios de invasiones piratas y de luchas por defender ese territorio que, en realidad, poca gente quería habitar.

Cuando buscamos un lugar para comer está todo lleno porque siempre improvisamos. El sol raja la tierra y los chicos están de mal humor. Estamos cansados y calurosos. Y por fin encuentro un italiano con aire acondicionado. Debo decir que la cocina italiana de Almería es muy buena.

Transcurrimos por las callejuelas. Hay un uso espurio de cactus. Se lo ve en los jardines, en las esquinas, en las macetas de los vecinos y también en los bolsos, en los imanes de heladera. El cactus se transforma en mercancía y sucumbo comprando un imán para mis hijos. Al igual que las tinajas, antaño medio de vida, y hoy objeto de decoración de las familias de clase media.

Todos coinciden en que los invernaderos han traído prosperidad y me acuerdo de Keynes que decía que lo feo y vil trae prosperidad económica y lo bueno y bello, no. Como decía en Lo bello, lo bueno y el dinero, Keynes planteaba una utopía sin empleo en el que el cambio tecnológico nos iba a librar de las tareas más arduas pero, mientrs tanto, era menester dedicarse a la vil tarea de ganar dinero. Dejar de lado la belleza en pos de un futuro utópico y hermoso lejos de las garras del dinero. Han pasado casi 100 años y no parece que estemos cerca de esa utopía o por lo menos la utopía en Almería y en muchos otros sitios pasa por tener trabajo porque no tenerlo, lejos de abocarnos a la creación de belleza nos aboca a la pobreza.

Por suerte, Cabo de Gata es un parque protegido. Gracias a ello, no vemos invernaderos y disfrutamos de esa calma. Pero entiendo que el invernadero es prosperidad para muchas familias y entonces dudo. Esa tensión constante entre la belleza y la economía es fascinante. A mi me gustan las dos pero está claro que lo bello es antieconómico. O por lo menos en términos capitalistas.

Nos detenemos en San José. Paro en un tienda gourmet de aceites de olivas andaluces. Un kiosko hermoso que vende The Sun y otras revistas del corazón en alemán y en inglés. Al lado, hay un bazar chino que vende montañas de snorkeles para ver los peces. Y me acuerdo de la rusa que me contó la historia de Almería y de aquellas mujeres.

Y no puedo dejar de preguntarle,

―¿Y este museo es suyo?

―Compré la casa y la fui refaccionando poco a poco. Yo vivo arriba.

A un costado veo un rincón con libros de la zona y ella que me sigue contando la historia de cada rincón del pueblo con una devoción que no le he visto a ningún nativo. En especial, porque casi no he visto nativos.

―¿Y recibe alguna ayuda del Ayuntamiento para su museo?

Se ríe. Porque esta gente es simpática.

― No, solamente un cartel indicativo.

Me detengo en el kiosko y lo toco todo. Los diarios. El olor de las revistas. Los cubos de la playa. Vayas donde vayas, no hay playa si no hay un buen kioskón donde hojear cosas. Este me pareció especialmente lindo.

Kiosko en San José. Un bello kiosko en San José.Los exploradores de antes

Gracias a este paseo descubro a Juan Goytisolo y sigo sus pasos en Campos de Nijar. Él lo hace a pie. Va solo. O eso parece y pienso que ese viaje una mujer nunca podría haberlo hecho y que esa hermosa crónica nunca podría haberla escrito yo porque andar sola sigue siendo hoy peligroso para una mujer incluso en países como España. Pero veo que tiene pasajes maravillosos y que sigue vigente. Es esa melancolía. Esa tristeza infinita mezclada con la luz cegadora. Y me acuerdo del relato de unos viejos que esperan a su hijo que vuelva. Saben que no lo hará y sentados hablan con Goytisolo.

Solo esperan la muerte.

Y Goytisolo me hace acordar a Gerald Brenan, otro fugitivo de su tierra, alguien contemporáneo que arriba a una tierra ignota y la hace suya. Así que quedó plasmado en obras como Al sur de Granada. Y pienso que estos viajeros se maravillaron por ese enorme retraso ¿O había algo de acomodaticio en eso de dejar la prosperidad y ser el «señorito bien» en un territorio de pobres y analfabetos? Todo esto me lleva a pensar si en la era del me too hubiese sido posible una película tan entretenida como buenista como lo fue Al sur de Granada, basada en las memorias algo polémicas de Gerald Brenan. Y también pienso en la modernidad y qué significa. Porque estoy leyendo a Nick Srnicek y ando deconstruyendo términos neoliberales como ese. ¿Lo moderno es económico? ¿Lo moderno es bello? ¿La modernidad es capitalista?

Garrucha es artificial y curiosa

Otra de mis paradas es Garrucha. Esta ciudad balnearia es simpática. Recuerda un poco a Necochea. Tiene el caos urbanístico típico de cualquier ciudad al borde del mar y pienso que quizás nosotros, los del Atlántico Sur, hemos heredado algo de esa decadencia. Pero hay algo más. Su playa es muy fotogénica. La arena parece blanca pero cuando te acercás, es polvo. Un polvo mugriento que te deja las patas negras.

Insisto: a mi no me importa andar un poco mugrienta. Pero a lo que quería ir es que me dicen que antes esta playa no existía. Garrucha apenas era un conjunto de piedras en el mar pero la construcción de las dos escolleras y el transporte de arena artificial produjo una gran playa que sale muy bien en las fotos. Es amplia, es blanca. Pero para los niños no es muy apta por la gran presencia de cascotes y la complejidad de este mar.

Camino por las calles con algunas bolsitas en las manos. Siempre llevo mi mochila cargada de cosas importantes como cartas Pokemon, una libreta, al menos dos libros. Por supuesto, unos lápices. Crayones. Y mucha, mucha mugre. Migas de diversa índole. Virutas de lápiz. Algún alimento aplastado.

Esta vez estoy decidida a encontrar una librería. Yo siempre asocié el verano y la playa a los libros, quizás porque siempre veraneé en una playa con mal tiempo y los libros, los fichines y los juegos de mesa eran fundamentales. En Almería no es necesario que la gente lea, o eso parece. Además es super entretenido ver cosas hermosas como un auto rojo con un guepardo en el capot. Los lugares de playas siempre tienen algo de decadente y marginal que le suma mucho al veraneante. De estas cosas a veces discuto con mi chico que siempre anda buscando la belleza. Y yo pienso que si tanta gente elige estos lugares es porque busca otra cosa. Y, de vuelta, vuelvo a la felicidad y pienso que ese felino en el capot también es la felicidad. Pero después de caminar un tiempo sin rumbo encuentro lo que busco, una librería papelería que tiene un pequeño fondo. Se llama Macondo. Es más un paseo. Una intención que otra cosa. Me llevo dos libros infantiles a buen precio. Y dudo si llevarme algo de Stephan King porque es muy lindo que al menos en cualquier librería haya algo de King.

Felino en el capot. Esto también es la felicidad.

Camino por la costanera. Y me pongo a buscar a una verdulería. Parte del plan en los lugares de veraneo es buscar cosas. Una librería. Una carnicería. Un resturante. Leer reseñas es otro plan. Y pensando en estas cosas se te pasa el día.

Y entro en un mercadito donde me llegan los aromas de las frutas de invernadero. Porque de esos plásticos feos salen unas frutas riquísimas. Me llevo unos duraznos y charlo con la vendedora una señora amable y de poco hablar. Me dice que estuvo con mucho calor. Cree haber tenido fiebre porque se ha vacunado.

Charlamos sobre lo obvio. Las dosis. Las fiebres y las farmacéuticas. Y pienso que quizás tuvo calor porque efectivamente HACE mucho calor.

Sigo camino con mis bolsas de frutas. Todos en mi familia las devoran.

El agua es un milagro

Cerca de Vera-playa hay un milagro. Algo que si no estuvieramos en Almería, no nos sorprendería. Un espejo de agua chulísimo que al atardecer parece un plato dorado y playo. O, de a ratos, plateado. Y clavados en el agua, aquellos palos, que en realidad, son las patas de las garzas. También hay flamencos y, obvio, les miro las extremidades. No son rojas como las de Horacio Quiroga. Son todos blancos. Y hay patos y otras aves de la familia. Mi hijo me recuerda que, en el fondo, son todos dinosaurios.

Las garzas planean. Agitan y baten las alas en el agua. Mi chico lo capta todo con su cámara. El movimiento queda fijo, atrapado en esa imagen. Y en mi retina.

También en todo eso hay belleza.

Una charca en Vera.En pleno vueloPatos en una charca en Vera. Patos al anochecerSobre la inevitabilidad de la sombrilla y otros mandatos

Todo el mundo me dijo antes de viajar que me comprara una sombrilla. Acá es un elemento imprescindible. Y además, me inundaron de recomendaciones imprescindibles para el veraneante de las playas del sur.

Y debes madrugar.

Y debes llevar sombrilla.

Y vete a una cala lejana.

Mejor vete tarde.

No vayas en coche.

Vete en coche.

Llevate unos sandwiches.

Imprescindible, la neverita.

Agotador, señores.

Y solo de pensar en lo arduo del asunto, concluyo que lo mejor es ir a la playa en las horas más tardías o alquilar sombrilla que es asombrosamente barato. Paso de preparar meriendas y movidas. Mi chico sucumbe a la neverita y la carga con orgullo. Es un veraneante feliz y yo celebro tener agua fresquita.

Me acerco a un señor de una playa poco salvaje. El chiringuito tiene la música cañí a todo lo que da. Un loro azul despintado en el muro de la entrada. El Blue Parrot está abierto dispuesto a que alguien lo experimente. El sombrillero me mira y le pregunto por el precio. Apenas habla y lo que dice me cuesta entenderlo. El andaluz de estas tierras habla poco. No es charlatán. Yo quiero conversar. Decir algo interesante. Sacar algo de información. Me cuesta obtener algo de estos habitantes tan herméticos. Abro la boca. Pronuncio palabras. No me responde. No me escucha. O no me entiende. Y no hay manera.

Logro que coloque dos tumbonas que acá llaman hamacas.

Nos sentamos a mirar el mar. Toda la familia. Y las hordas de parejas están desnudas porque resulta que estoy en un enclave nudista de referencia en Europa. Y escucho a lo lejos el ruido del tren turístico. Solitario y a medio llenar que pasa por ahí. Se desvía del hotel emblema del nudismo porque tuvieron que cambiar el itinerario por los insultos y burlas de los pasajeros. El nudismo por acá es un estilo de vida y a los que no nos quitamos la ropa nos llaman textiles. Playas textiles y playas nudistas. Y muchos tatuajes porque si vas a ir desnudo, el tatuaje es una forma de vestirse. Y me rio porque a la noche tenemos una linda charla con mis niños sobre los pitos de Almería, sobre los tamaños y sobre todo lo que hemos aprendido sobre el asunto.

Y decido que es hora de partir. Guardamos las cosas. Los toallones con el mapa de Almería. Los cubos. La crema. Nuestra humanidad completa. Y deambulamos por las semivacías urbanizaciones al son de una lejana música.

Alguien canta en inglés para un escaso público que toma pintas.

Esperan ansiosos la final de Inglaterra vs Italia.

Fuentes

Goytisolo, Juan. Campos de Nijar. Seix Barral. 1959

Sira Laguna y Cándida Rodríguez. Yo no fui a la escuela. Mujeres de Nijar. Asociación Amigos del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar

INE. Instituto Nacional de Estadística.

Brenan, Gerald. Al sur de Granada. Tusquets.1997

Keynes, Maynard. Las posibilidades económicas de nuestros nietos. Residencia de estudiantes. 1930

Srnicek, Nick. Inventar el futuro. Postcapitalismo y un mundo sin trabajo. Malpaso. 2017

Para leer másUna Almería particularUn escritor en la Biblioteca Municipal Eugenio TríasSara Mesa y la ficción que nos alimentaUn paseo por utopías y distopías económicasKeynes y su utopía de pleno desempleo

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Published on August 15, 2021 09:12

August 2, 2021

Un escritor en la Biblioteca Municipal Eugenio Trías

Vuelve nuestra serie dedicada a las bibliotecas. Seguimos buscando el lugar perfecto para trabajar. La última vez hablé de la hermosa Biblioteca del Banco de España y luego ya nos agarró la pandemia. En esos momentos de encierro, muchas bibliotecas redujeron sus servicios al mínimo pero hubo otras que usaron la creatividad para seguir cerca de los lectores. Por otra parte, entrevisté a dos bibliotecarias que dejaron todo en esta pandemia. Y ahora, casi dos años después, vuelven muchas bibliotecas a sus actividades habituales. Hoy me voy al Retiro. A conocer la magnífica Biblioteca Municipal Eugenio Trías. Casa de fieras.

La biblioteca pública y sus usos a lo largo del tiempo

El primer recuerdo que tengo de la biblioteca es la de mi colegio primario. Apenas una habitación y columnas de estanterías. Ya tenía algo de especial toda la mística de tener un carnet y acceder a miles de libros. Tiempo después, ya estando en la facultad, solía preparar los exámenes en la magnífica Biblioteca Nacional de la Ciudad de Buenos Aires. No solía sacar libros. Sí recuerdo haber hecho algún trabajo del colegio y haber consultado cosas pero no la utilizaba como fuente de libros de ficción. Seguía siendo para mí un espacio de silencio y estudio. Recuerdo también escaparme a la Hemeroteca a hojear revistas frívolas. La verdad es que era un edificio imponente. Probablemente, subutilizado. Y recuerdo también el ascensor con ascensorista. Y la burocracia que suponía esperara que llegara. Y yo pensaba que era mejor subir escaleras porque ahí nadie mediatizaba nada.

No nos olvidemos también que las bibliotecas fueron de los primeros lugares que ofrecieron (y siguen ofreciendo) servicio de Internet a miles de personas que no tenían acceso desde sus casas. Todavía hoy la biblioteca sigue siendo para mucha gente el único lugar donde pueden conectarse.

Cuando vine a España y tuve hijos, descubrí otros usos. Y me di cuenta de que no era necesario ir a la librería todo el tiempo ni comprar por Internet. Además vivo en un pueblo pequeño con poca oferta de librerías. Toda esta reflexión me hizo pensar que estos espacios públicos cumplen muchas funciones. No solo es entretenimiento. Es aprendizaje y es un espacio de silencio que no está atravesado por el dinero.

Por último, hay que destacar el aspecto ecológico. La biblioteca fomenta la economía circular y la reutilización.

Hoy en día, además, las bibliotecas son espacios donde se hacen cosas de diversa índole como presentar libros de autores, realizar clubs de lectura o hacer cuentacuentos.

Pero vamos al grano.

El antiguo Zoo de Madrid

Las instalaciones de la biblioteca Eugenio Trías pertenecen a lo que antes se llamó Casa de fieras[1]. Los madrileños de larga data ya sabrán que antiguamente funcionaba allí el Zoo que luego cerró para dar paso, con el tiempo, a la construcción de la actual biblioteca municipal. La verdad es que es bastante nueva: se inauguró en 2013 y se nota. Está pensada para las necesidades de hoy. Y se llevó a cabo siguiendo el decálogo del experto en bibliotecas Faulker Brown.

Yo no soy bibliotecaria ni pretendo serlo pero ya saben que un escritor necesita varias cosas.

Un espacio para escribir. Un espacio para leer. Silencio. Buena onda por parte del personal.

Y ya saben lo importantes que son las bibliotecas para los escritores.  Ray Bradbury decía que había que formarse en la biblioteca, incluso él abogaba por abolir la enseñanza reglada. Tan importante fueron las bibliotecas para él que escribió Fahrenheit 451 en el sótano de una de ellas, echando monedas  a las máquinas de escribir de alquiler que había allí[2].  

Yo no llego a tanto. Creo en la educación reglada pero una biblioteca pública es un buen comienzo para cualquiera, sea escritor o lector. Simplemente porque es un espacio de libertad en donde ni la autoridad de turno, sea un profesor, un padre o el mercado, nos dice lo que debemos leer. Es una puerta abierta a un universo infinito. Con este espíritu surgió esta serie dedicada a bibliotecas molonas para trabajar.

Hoy quiero hablar de la Biblioteca Municipal Eugenio Trías. Casa de fieras que está en un lugar emblemático y hermoso.

Un entorno privilegiado

Madrid está vacía. Hay poca gente en todos lados pero hace poco vi una cola larga de gente esperando. Me acerqué para ver qué había de interesante.

Era una casa de Loterías. Obvio.

Ya ven. Las librerías y las bibliotecas siguen vacías.

La verdad es que lo mejor que se puede hacer en pleno verano en Madrid, es buscar sitios con aire acondicionado o esperar que caiga el sol. Al entrar a este recinto nos encontramos con un edificio lleno de ventanales. Es decir, pura luz natural. Se aprovecha al máximo la vista del verde del Retiro. Espacio amplios. Muchas mesas. Esta biblioteca tiene un fondo bastante interesante que sobresale de la media de bibliotecas de la Comunidad de Madrid, en efecto, me vine buscando un libro de Mariana Enríquez que no tenían en Torrelodones. Debo decir que el personal es amable y atento. Incluso a los que venimos con niños.

La única nota discordante fue el tema del barbijo que la señora de Seguridad controlaba en los niños sin preguntar la edad de los mismos. No me quejo porque fue lo único incómodo. Otra cosa de orden práctico: hay wifi y enchufes. Un punto más a favor y yo aproveché para cargar mi celular que estaba bajo mínimos.

En la planta baja, nos encontramos con varias salas de ficción y de alquiler de películas y música. Una pasada para los que venimos de pueblos pequeños. Incluso hay una sección dedicada a ejemplares firmados por sus autores, todo un lujo para una biblioteca pública. Lo más lindo es el patio interior que hay con sillas para poder leer al aire libre. Una maravilla.

En la planta baja también hay un lindo patio interior para leer. Sala infantil y juvenil luminosa.Sala infantil con patio interior. Mucha luz natural.Homenaje a Galdós. Para tirarse a leer toda la tarde y decidir bien por qué obra empezar.Todas las ediciones en español de las obras de Galdós.Lugar perfecto para los niños

La parte de arriba fue la que más me gustó. Una sección infantil que es increíble. Un fondo interesante para los pequeños lectores en donde incluso hay revistas. Destaca también que haya bebeteca. Esto lo señalo porque es muy cómodo poder estar con los niños sin molestar al resto de personal.

Hay espacios amplios y luminosos también y un patio muy bien puesto. Lo que más me gustó de esta sección infantil es que no hubiera personal de la biblioteca mirando todo el rato lo que hace uno. Siempre tengo la sensación de que los bibliotecarios están ahí pendientes de señalar todo el rato lo que uno hace mal. Lo he vivido mucho en otras bibliotecas en donde se reprime al niño y al adulto constantemente. Luego nos quejamos porque los niños no leen pero cuando van a las bibliotecas, los miramos con rostro de sospecha. En este caso, debo decir que estábamos solos con mis chicos en un espacio enorme para nosotros. Sin que nadie nos molestara.

Excelentes espacios para trabajar

Hay algo excepcional que hay que destacar para los que trabajamos con niños en casa. Las salas de lectura están muy cerca de la sala infantil. Y como todo es diáfano, es posible, si tienen cierta edad, soltarlos en las zonas infantiles e irse a trabajar a las salas que están aledañas. En el peor de los casos, se puede también trabajar en la zona infantil, porque, por lo menos en los meses de julio y agosto NO hay nadie. Lo cual  me hace pensar en que España sigue siendo un país donde la gente deja de trabajar y estudiar en verano y yo pienso que el verano es la mejor época para trabajar en Madrid. Todo vacío. Todo diáfano. Todo sin utilizar.

Siguiendo el recorrido. Vemos en esa misma planta, numerosas salas para trabajar. Hay enchufes. Mesas amplias. Y además, en esta ocasión, un pequeño homenaje a Pérez Galdós que vale la pena visitar.

¿Qué más se puede pedir?

Una mesada con todas las ediciones de este autor. Unos sillones. Unas vistas magníficas al Retiro. El que no es feliz es porque no quiere porque esta biblioteca es lo más cercano a la felicidad que puede haber en este tórrido verano.  

Aire acondicionado. Libros. Y ya está.  

Y uno piensa que vale la pena pagar impuestos para estas cosas.

Señores. Repito. Estos recintos están vacíos. Aprovechen estos espacios. Escapen del calor. Viva la biblioteca pública. Y si tiene que trabajar, un lugar único. Huya de los co working y venga a las bibliotecas.

Altamente recomendable.

[1] Para más información sobre la Casa de fieras, les recomiendo el excelente informe de Carlos Robledo Alvarez. (2017). La biblioteca Eurgenio Trías Casa de fieras del Retiro.

[2] Fuente: Un siglo en el universo de Bradbury. El cultural.

Para leer másUn escritor en la Biblioteca Municipal Eugenio TríasDos bibliotecarias nos cuentan su labor en pandemiaEl mundo del trabajo en tiempos de Covid-19Gobernanza y participación ciudadanaLos nietos de Keynes y el absurdo mundo del trabajo

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Published on August 02, 2021 07:25

June 21, 2021

Sara Mesa y la ficción que nos alimenta

A partir de la lectura de Mala letra de Sara Mesa, reflexionamos sobre las narración de lo oscuro, sobre los pueblos y los parajes abandonados y sobre la necesidad de crear y creer los cuentos que nos rodean. Para ello, visitamos a Capote, Lovecraft, Ishiguro, Roth, Nemirovsky y alguno más. Porque la ficción también nos alimenta. Tanto como una buena comida.

Lo oscuro en la vida cotidiana

Hay algo que me gusta de la buena literatura y es la capacidad de generar incomodidad y mal rollo en escenarios comunes y realistas. Es una búsqueda personal. La incomodidad. La duda. Lo oculto. Lo que no parece obvio. El horror está aquí. Los fantasmas están aquí. Por eso la lectura de los cuentos de Sara Mesa me engancharon desde el primer momento. Por supuesto, hay de todo. Pero sobre todo hay un factor inquietante que es la vida misma. Hay personajes sórdidos a medio camino entre el monstruo y el hombre. Y me pasa todo el tiempo que veo gente que me parece inquietante aunque no lo parezca. Hay algo de monstruoso en ser algo y parecer otra cosa. En descubrir algo oculto. En toparse con ese doblez. Un poco vi eso en los cuentos de Samantha Schweblin, yo no sé si llamarlo terror (o sí), terror en lo cotidiano, en lo pequeño. Se percibe, por ejemplo, en “La respiración cavernaria”[1]. La idea del infierno en la tierra. La prisión de no poder morir. El arrastrar la vida como si fuera una losa.

En los cuentos de Sara Mesa, su escritura es terrosa. Simple. Casi desaparece su lenguaje en pos de una historia sin ornamentos. Algo parecido me pasó con dos autores en realidad muy disímiles: Fernando Aramburu y su Patria (Tusquets, 2016) y Kazuo Ishiguro en El gigante enterrado[2] (Anagrama, 2016). Es una forma de escribir que no endulza. Más bien, parece que el autor, quiere que te olvides de la escritura y te concentres en la historia. Y esa falta de emotividad, aunque parezca que le resta a la obra, por alguna razón, le aporta mucho.

De a ratos, parece que no se involucra, no hay emociones. Eso me había pasado con Un amor, de la que hablé hace unos meses y viéndola ahora en retrospectiva me parece más un buen relato al que le sobran 40 páginas que una novela. Tanto en el tono como en la atmósfera se acerca más a un cuento que a una historia larga. Pero volvamos a Mala letra.

Con este libro me llevé una grata sorpresa porque pude ver un registro más amplio. Y de lejos “Nosotros los blancos” me pareció el mejor relato de todos porque muestra a los personajes con sus luces y sus sombras y comienza de una manera y termina de otra y te deja el sabor amargo e incómodo que deben dejar los cuentos. Me pareció del todo inesperado y al mismo tiempo, bien resuelto. Casi una pequeña novela. Creo que es donde más cómoda se la ve. En los relatos y las nouvelles. Esa capacidad para condensar en poco espacio todo un universo, pocos pueden hacerlo. Y me vienen a la cabeza dos escritores de obras cortas que han llevado la ficción a la categoría de obra maestra: Joseph Roth (pienso en la maravillosaa La tela de la araña por poner un ejemplo) e Irène Némirovsky (El vino de la soledad entre otras). En dos registros muy distintos a Sara Mesa, han sabido condensar en pocas páginas narraciones que conmueven y logran esa tan anhelada compenetración. Y con Sara Mesa, a diferencia de los dos autores antes citados, sea novela o no, el aroma es siempre a relato corto. Las narraciones tienen el ritmo más de un cuento que de una novela, independientemente de su extensión.  Pero hay más.

El pueblo y la infancia no es la patria a la que queremos volver

Hace poco se armó algún revuelo en torno a las declaraciones de Ana Iris Simón, autora de Feria, sobre la vuelta al pueblo y a la vida de los padres. Este tipo de mensajes los he oído a menudo en España por parte de cierta generación. “Me voy al pueblo”, la vida de los pueblos. Las historias de los pueblos. A mí es un tema que me apasiona porque los pueblos tienen muchas historias pero son todo menos románticas. Ya Lovecraft[3] hablaba de unos pueblos perdidos y de unos personajes inquietantes a partes iguales y Mesa, en un tono menos críptico apela también a describir una atmósfera, al menos, agobiante de la vida de los pueblos. Lo vimos muy claramente en Un amor y lo volvemos a ver en Picabueyes. Siempre hay temor. Acoso. Chismorreo. La niñez no es del todo idílica y la vida de los adultos no es lo que pensábamos. Y me gusta esa mirada crítica sin caer quizás en la frivolidad de tener que contar una historia de terror. Mesa llega con una bazuca a dinamitar esa nostalgia y quizás por eso me gusta tanto.

El horror en las cosas pequeñas y realistas

Sara Mesa no es una escritora de terror pero claramente es capaz de contar historias sórdidas sin caer en el género. “Papá es de goma” cumple con todas las premisas de lo inquietante pero siempre manteniéndose en el terreno de lo realista. La temática “niños abandonados” está en la literatura universal desde que el mundo es mundo y, si lo está, es porque es más común de lo que suponemos. De alguna manera, en los relatos de Mesa habita lo inquietante en terrenos muy realistas. Eso le da un plus. Alguien que puede atemorizar sin recurrir a los fantasmas o a lo sobrenatural tiene todos mis respetos porque es capaz de captar parte de ese miedo que siento yo ante situaciones que son cotidianas. Y esas pequeñeces que nos rodean pueden tener un registro oscuro o, por el contrario, cómico. Y, por alguna razón, este cuento me llevó a Truman Capote, no porque se parezcan en la forma sino porque narran con sencillez vidas de niños abandonados o que pasan mucho tiempo sin sus padres. En “Una navidad”, “Un recuerdo navideño” o en “El invitado de acción de gracias”[4] nos acercamos un poco a esa infancia. La diferencia es que Capote emociona, casi hasta el dulzor. Quizás el hecho de escribir en primera persona realza esa emotividad que no tiene Mesa en sus relatos. Pero esto no es un defecto. Son dos miradas distintas. Mesa aborda la infancia desde la fría lejanía de un narrador que todo lo observa. Capote aporta la subjetividad del niño grande que se pone a recordar. Dos miradas diferentes e igualmente profundas. La infancia como instancia de desasosiego y soledad está presente en ambos autores.

La especie fabuladora

A menudo, en las mesas familiares nos encontramos con discusiones acerca de hechos o anécdotas del pasado. Todo comienza con una narración en tercera, quizás una madre o un padre recordando algo que sucedió hace treinta años. Pero hay interrupciones. Algún tío retruca. Dice que eso no fue así. Y se establece un diálogo. Un intercambio de opiniones. Y quizás, solo quizás, haya una persona más escuchando todo esto y pensando: aquí hay una historia. Aquí pasa algo. Y capaz lo interesante esté justamente en esa subjetividad que constituye la memoria y también la ficción. He visto claramente este recurso en “Nada nuevo”. Al principio, me confundió un poco. Lo tuve que leer varias veces porque si bien la historia es bastante simple en cuanto a hechos, tiene varias capas interesantes. Dos narradores o, mejor dicho, una narración en tercera, entremezclada con diálogos que constituyen una historia en sí misma. Me parece un recurso interesante que va despiezando la trama poco a poco y subyace esa idea atrayente que tiene que ver con la memoria, los rumores, el paso del tiempo y lo que recordamos y las historias que nos creamos o creemos recordar y que luego narramos a otros. Ese narrar es tan personal que de alguna manera viene a decirnos: todos somos narradores. Todos somos cuentistas. Las historias están. Las narraciones están. Somos una especie fabuladora como nos recuerda Nancy Huston en su obra del mismo nombre. Tenemos ese ímpetu porque, como ella bien nos recuerda, sabemos cuándo nacemos y sabemos que vamos a morir y ya ese mismo acto de reconocimiento de la propia existencia finita es una forma de relato. La narración empieza en nuestra cabeza. Nacemos. Morimos. Y en el medio suceden cosas que deben ser narradas.

Necesitamos creer como alimentarnos

Como seres humanos narramos hechos todo el rato. Lo vemos en la cola del banco. Una señora me empieza contar su vida. Tiene una necesidad. Y yo la escucho y la veo gesticular. Y le veo los ojos. Y no la conozco pero le creo. También le creo al gobierno a veces cuando dice que me va a llamar para vacunarme y le creo al señor y al verdulero cuando me dice que los plátanos que compro son de Canarias. Hay quien me dice. No les creas. Es todo mentira. Nos engañan. Y entonces, yo les digo que si no creo, aunque sea, un poquito, me voy a morir. Y que esa necesidad de creer en realidad no es un cheque en blanco. Es un ímpetu por vivir. O mejor dicho instinto de supervivencia. Y en la ficción me pasa lo mismo. Nos narran historias todo el rato. Y necesitamos creer al menos algunas, más allá de que no existan en la realidad. Sopesamos la posibilidad de que no existan pero elegimos creer para seguir adelante.

En palabras de  Pablo Maurette, nos compenetramos porque lo que nos narra nos parece evidente:

“Estamos en las primeras páginas de una novela, (…), sin darnos cuenta aceptamos el mundo que se nos presenta, nos compenetramos con él, proyectamos en él nuestras emociones, sufrimos, gozamos. (…)Sabemos que ese mundo ficticio del cuento, del film, del cuadro, está construido con ladrillos muy distintos de los que componen aquel que habitamos en carne y hueso, y sin embargo lo aceptamos como quien, al sentarse, acepta sin más la realidad de la silla”.[5]

 Y de alguna manera, las narraciones son como el alimento de todos los días. Las necesitamos para subsistir tanto como la comida. Las creamos. Las creemos. Son el pan nuestro de cada día.

Amén.

Para leer másSara Mesa y la ficción que nos alimentaUn paseo por utopías y distopías económicasKeynes y su utopía de pleno desempleoHacer literatura de no ficciónEl movimiento en la vida de los escritores

[1] Swebling, Samantha. Siete casas vacías. Páginas de espuma. 2015

[2] Sobre este tema del lenguaje y de Ishiguro hablé en Por qué leo cuentos de hadas.

[3] Aunque Lovecraft crea parajes abandonados o casi como Dunwich en Nueva Inglaterra. En general, hay un componente folclórico y casi mitologico que no se ven en los cuentos de Mesa. Lovecraft define personales pueblerinos que son siniestros pero siempre ligados a una idea de abandono que no vemos en los pueblos de España que retrata Mesa. Un cuento que refleja muy bien esa idea de territorio abandonado es “El día de Nahum Wentworth”.

[4] Todos ellos en Cuentos completos (Anagrama). Para mí, de los mejores libros de Truman Capote.

[5] Fuente: Maurette, Pablo. Por qué nos creemos los cuentos. Clave intelectual. 2021

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Published on June 21, 2021 00:52

June 7, 2021

Un paseo por utopías y distopías económicas

Hoy hablamos de utopías y distopías económicas en el mundo del relato corto. Queremos conocer mundos posibles e imaginarios que nos muevan a la reflexión sobre nuestro propio sistema económico. Para ello, hacemos un pequeño repaso por algunos cuentos verdaderamente inquietantes, hermosos y, profundamente, lúcidos.

La utopía como final de la historia

Hace muy poco hablábamos de la utopía menos conocida de Keynes, un hermoso mundo en el que la tecnología nos llevaría a una economía de «pleno desempleo«. Hoy seguimos por esa vía. Es muy común en economía simplificar la realidad para crear un modelo económico. Se hacen unos supuestos, que no tienen por qué ser realistas y en base a esos supuestos, se hace inferencia. A veces esa inferencia nos puede llevar a una especie de verdad. La economía de Robinson Crusoe[1] es una bonita metáfora sobre un comienzo en el que un hombre está solo y abandonado en una isla y debe sobrevivir. Este comienzo constituye uno de los cimientos más importantes de la escuela neoclásica de economía. Cualquier lector iniciado en las bases de la microeconomía sabe que los libros de texto suelen comenzar así: con un hombre que se encuentra con otro hombre y empiezan a intercambiar. Pero hay más, los economistas no solo ficcionan los comienzos.

También ficcionan los finales.

Las utopías son eso: el final de la historia. El punto de convergencia al que todo aspiramos. Para algunos fue el pleno empleo, para otros, la maximización de la riqueza individual, para otros la igualdad incluso a costa de la democracia. Por eso siempre que hablamos de democracia en el fondo estamos hablando de economía y, obvio, de filosofía.

La distopía económica allí donde falla la predicción

Una de las críticas que se le hicieron a Thomas Piketty fue que sus propuestas de política económica eran demasiado utópicas[2]. ¿Impuestos a los más ricos? ¿Renta básica? Eso es muy difícil. Eso no se puede. Piketty, tiene el mérito, como todo economista, de explicar muy bien el pasado y, en base a eso, proponer algunas medidas. Posiblemente sean inalcanzables pero están ahí como camino a recorrer.

Pero hay otra vía.

Analizar y criticar el presente, no a través de una utopía que funciona como una brújula, sino contando una bella distopía. Una distopía es capaz de mover los cimientos de una manera que la utopía carece. A la utopía se la critica justamente por su principal propiedad: que es irrealizable pero la distopía, se puede volver terrorífica porque justamente puede suceder.

La distopía nos auxilia allí donde la predicción en economía no llega. Porque yo soy de los que creen que no se puede hacer predicción en economía. Pero sí podemos imaginar mundos posibles. Catastróficos y poco edificantes pero, aun así, incluso bellos. Por eso hoy ahondamos en algunas magníficas distopías económicas. Pero antes, quiero hacer algunas aclaraciones.

Qué entendemos por utopía y distopía económica

En la literatura de distopías y utopías hay más novelas que relato corto. Supongo que tiene sentido porque siempre crear un mundo nuevo lleva muchas páginas y es normal que la historia se alargue, dicho esto, hoy me centro en algunos relatos cortos que me parecen interesantes. Son miradas profundas en torno  a nuestro sistema económico usando la distopía como recurso de crítica social y económica.

Cuando hablo de distopía o utopía económica me refiero a textos de ficción que planteen escenarios alternativos que pongan de manifiesto todos o algunos de los siguientes aspectos de la economía:

Cambio climático y economía ambientalSociedades tecnológicas y sus desafíosLa privacidad en un entorno económico altamente tecnificadoLa explotación laboralLa inmigraciónEl patriarcado como parte del sistema económico

Este recorte que hago es arbitrario y subjetivo. Quiero aclararlo porque no soy ni profesora de filosofía, ni de literatura. Hablo como lectora, escritora, ciudadana y consumidora que ve y analiza el mundo. Lo aclaro para que no me salten con consideraciones académicas. También quiero decir que los textos que recomiendo no son exhaustivos. Es una pequeña selección, sabiendo que hay muchos más. Por eso es importante que si crees que hay algo que debí mencionar, lo digas en los comentarios. Yo soy de las que piensan que los comentarios mejoran un artículo y espero siempre las contribuciones de los lectores. Por último, por cuestiones de espacio, me he circunscripto al relato corto. Dicho todo esto, empezamos.

Una utopía contra el capitalismo patriarcal

Ya saben que vengo hablando de economía feminista hace rato y ya saben que dentro del feminismo hay muchas corrientes. Yo pienso que no hay manera de cuestionar el patriarcado sin cuestionar a su principal cómplice: el sistema económico que es capitalista. En este sentido, vivimos un sistema de trabajo y cuidados que debe estar al servicio de determinadas profesiones que suelen estar ocupadas por hombres. Ya hemos hablado bastante de trabajo invisible y de cómo la pandemia destapó ese “detrás de escena” que es el sistema capitalista. No decimos nada nuevo pero a veces en las escuelas de economía se debería leer más ficción. Y, seguro, a los adalides de la economía del Robinsoe Crusoe, les diría que lean el magnífico relato de Cecilia Eudave “Sin reclamo”[3]. Yo diría que es una utopía porque plantea un mundo en donde hay cierta justicia poética.

Un hombre, cruel, discriminador y machista y explotador se queda paralizado y sin poder moverse en el asiento de un aeropuerto en una sociedad en la que cada vez más las mujeres de la limpieza deben encargarse de ellos. Es decir, llevarlos a algún oscuro depósito donde se van apilando los paralizados. Me parece que no es casual la elección del aeropuerto, un NO lugar por excelencia, un sitio de paso, de tránsito en el que nadie desea quedarse. El peor castigo para cualquiera es permanecer en un sitio así. En el relato, cada vez hay más hay hombres paralizados y aunque no se esboza una sociedad nueva, sí que asistimos a una sociedad injusta con los pobres y las mujeres pero que se venga de los malos a los que descarta dejandolos tiesos en el aeropuerto. Creo que se acerca bastante a una utopía para muchos. En especial, para muchas mujeres sometidas tanto por la violencia física, psicológica como económica. De alguna manera, la utopía pasa por la venganza en este caso. No podemos cambiar la sociedad pero ya se encargará la misma naturaleza de poner a los malos en su lugar. Opera, de alguna manera, la maldición, como en los cuentos de hadas. Un hechizo que pone todo en orden otra vez.

La distopía económica y el cambio climático

Distopías relacionadas con las catástrofes naturales hay muchas tanto en la literatura como en el cine. No me explayaré sobre ellas. Creo que suelen tener algo en común.

En un escenario extremo, desaparece el mercado y desaparece la moneda como medio de cambio y volvemos al estado de naturaleza de Hobbes. Un escenario siniestro siempre involucra la ausencia del Estado y la ley del más fuerte. El relato “Abel” de Annacristina Rossi[4] va en esa línea pero apuesta a más. La protagonista queda sola en una tierra arrasada en donde ve que ella se va lentamente adaptando a ese nuevo ambiente en donde no hay casi oxígeno y en donde intuimos que ella se va transformando en un anfibio. Y la autora relata con maestría esa estrecha relación entre el quiebre climático y la supervivencia. Es decir entre lo ambiental y lo económico y justamente ese es el punto de inflexión:

“Ese año de la campaña intensiva falló la estación seca y las cosechas se pudrieron, hubo poco que comer. Cuando yo nací ya habían muerto las abejas (…). Decían que las había matado los agroquímicos o el exceso de onda electromagnéticas de la civilización, pero nunca se supo con seguridad.” (p.168)

En otro pasaje nos cuenta que la protagonista solo se alimenta de flores. Y nos sugiere la autora un mundo quizás no tan lejano pero posible. Y mucho más. Creo que nos dice que en esa lucha por la supervivencia, no habrá contemplaciones, ni siquiera con lo más cercano: la familia. La supervivencia económica, el drama de la escasez transciende las relaciones. Las arrasa. Las mutila. Para mí, eso es lo más valioso de este cuento. Y su lectura me hizo acordar ligeramente a “La cueva” de Yevgueni Zamyatin, un cuento un tanto oscuro que también nos invita a una tierra arrasada en donde ha llegado el invierno eterno en una San Petersburgo en donde la lucha por vivir impregna también todas las relaciones entre sus habitantes. Y esa conflictiva relación con los elementos también pone de manifiesto uno de los dramas más acuciantes de la ciencia económica: la escasez. Y nos regala el autor estas bellas líneas para plasmar esto:


Glaciares, mamuts, yermos. Negros farallones nocturnos semejantes a casas; y en los declives, cuevas. Y nadie sabe quién trompetea por la noche en el rocoso sendero que corre entre los escarpes, quién alza el polvillo de nieve al escarbar en el camino. Quizá sea un mamut de trompa gris o quizá el viento. ¿Será el propio soplo helado del mugir del rey de los mamuts? Una cosa es cierta: estamos en invierno. Y hay que apretar los dientes para evitar que choquen entre sí, hay que partir leña con un hacha de piedra, y todas las noches hay que llevar el fuego de cueva en cueva cada vez a mayor profundidad. También es preciso envolverse cada vez mejor en pieles de animales muy peludos.

La cueva de Zamyatin

Es muy del siglo XIX y XX hablar de escasez en economía. Tiene sentido. Así nos enseñaron a todos que era el principio que regía la oferta y demanda. Sin embargo, pronto esto cambiaría para muchos bienes con la irrupción de la tecnología en ámbitos nuevos. Ya hablé en otros artículos sobre las características intrínsecas de los bienes intangibles, cuyo principio de la escasez desaparece pero antes hablemos de algunos textos conmovedores que explican y muestran mejor que yo cómo es una sociedad tecnológica.

Una sociedad que se anticipa a nuestros deseos

Hay algo escalofriante en la idea de poder cumplir todos nuestros deseos materiales. De alguna manera, Keynes decía en su Las posibilidades económicas de nuestros nietos que teníamos dos tipos de necesidades, las importantes que cubriríamos con la tecnología y aquellas correspondientes al consumo conspicuo (*). Estas segundas son las que hay que mantener a raya para lograr que la tecnología pueda servir para lo que fueron creadas: para trabajar menos. O al menos eso era lo que esperaban muchos. Creo que Keynes fue ingenuo porque el acceso al consumo es como una droga terrible ¿dónde termina la necesidad y empieza el capricho? ¿Quién traza esa línea divisoria? ¿En qué preciso momento transformamos lujos en necesidades? ¿Y a qué velocidad lo hacemos?

Como consumidores transformamos en necesidades aquello que eran lujos hace poco años y como sabemos que los seres humanos no somos muy racionales y tenemos ilusión monetaria, es decir nos duele más que nos quiten que que NO nos den, yo abogo por no entrar en el siempre adictivo, hermoso, placentero y sin sentido mundo del consumo desenfrenado. Qué difícil es. Y que complicado es luego salir. EF Schumacher invitaba justamente a los países menos desarrollados a no entrar. Yo pienso que es como el opio que metieron  los ingleses en China para ganar un mercado[5]. El consumo es nuestro opio y una vez que lo probamos no podemos soltarlo y entonces nos damos cuenta de que el problema económico es, en realidad, un problema de salud mental. Es patológico.

Y todo este excurso es para decirles que Ray Bradbury fue un visionario porque escribir “La pradera”[6] en 1950 es adelantarse no solo a  muchos economistas sino a toda una sociedad del consumo que no estaba viendo qué significaba esto de entregarse al consumo desenfrenado. En «La pradera», unos padres se preocupan porque viven en una casa inteligente que les hace todo hasta el punto de que el padre debe tomar pastillas para dormir. Los hijos crean realidades virtuales en su habitación y todo parece indicar que ya no necesitan a sus padres. Otra vez vemos lo mismo: el capitalismo rompe los vínculos familiares. El sistema económico llevado a su extremo solo puede dinamitar las relaciones más íntimas. Y si no me creen, lean «La pradera» porque allí está perfecto lo que quiero decir. Es como si tuviéramos que hacer un esfuerzo por mantener a raya a ese monstruo que crece dentro nuestro. Yo personalmente lucho cada día porque a pesar de ver que este sistema como nefasto, soy parte de él y participo. Y por eso me enojo cuando hay empresas que aprovechan toda esta movida de la conciencia social, ecológica o feminista para seguir ganando dinero y más me enoja cuando, como borregos consumidores, sucumbimos a esos cantos de sirena. Ya hablé hace tiempo del washing, el último grito del capitalismo para mantenernos atados. “La pradera” se adelantó en mucho tiempo a uno de los lados más oscuros de la tecnología, a ese lado que Keynes no supo ver porque él seguía viviendo en el reino de la escasez.

Un mundo en donde se acaba la vida privada

Los que me conocen saben que llevo mucho tiempo hablando de privacidad. No me voy a repetir. Pero el estrecho vínculo entre un mundo menos privado y el capitalismo es evidente y lo vemos cada vez más en esta sociedad de la vigilancia. Por eso me conmovió mucho «Paulina» de Laura Ponce[7] en donde nos muestra un Buenos Aires apocalíptico que me recordó mucho a este momento pandémico. Controles en la carretera. Trabajos esenciales.  Una vigilancia férrea en el mundo del trabajo y una mujer que queda embarazada y debe esconder el bebé para no ser echada extra muros. Una madre que quiere que su hijo sea ciudadano de la metrópoli y no tirado más allá de la General Paz y entonces nos acordamos de que este universo de segregados y controles migratorios es el mismo que produce bienes baratos para llegar a un consumo masivo a costa de una población que todavía debe pelear por sus derechos más básicos y que este sistema que disfrutamos tan cómodamente en Europa se sostiene por toda a esa gente sin derechos que está dispuesta a arriesgar su vida para progresar. Pero hay más: el relato nos muestra ua vez más la dificultad de ser madre en un sistema incompatible con los cuidados. ¿Cómo se transforma la familia nuclear cuando hay que salir fuera de casa? ¿Cómo configuramos la gestión familiar, que también es económica y política, cuando debemos sobrevivir y llevar el pan a nuestra casa? Y entonces, caigo en manos de Engels que a veces me ilumina y ya vemos como el origen de la familia y su transformación está estrechamente ligado al avance tecnológico de los medios de producción. ¿Qué pasa cuando dejamos de ser cazadores y recolectores y nos volvemos sedentarios y nos dedicamos a la agricultura? ¿Cómo permitimos que nuestra vida privada, que antes era un lujo de las clases pudientes se transformara en moneda de cambio y símbolo de estatus? Paulina vive en un mundo en el que ha perdido el principal de sus derechos: la intimidad. Y sabe que perder esa esfera es perderlo todo porque el control de la propia identidad, hoy más que nunca, es la pérdida de nuestro hogar.

Perder tu vida por un rato

Unos apartados atrás hablábamos de la metáfora del naufrago Robinson Crusoe para explicar el sistema capitalista, el intercambio y la competencia en los libros de microeconomía. Hay quien piensa que estas simplificaciones son necesarias en pos de hacer ciencia económica. Pero entonces, tengo que volver a otro clásico, los Manuscritos filosóficos y económicos de Marx que se encarga de desnaturalizar estos conceptos. Que lo diga él que lo dice mejor:


No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a uña lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento lo que debería deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas, Por ejemplo, entre división del trabajo e intercambio. Así es también como la teología explica el origen del mal por el pecado original dando por supuesto como hecho, como historia, aquello que debe explicar.


Nosotros partimos de un hecho económico, actual.


El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general.

Manuscritos filosóficos y económicos (1844)

Marx ya hablaba en esos primeros escritos de «trabajo alienado» y veía con claridad qué pasaba cuando el trabajador regalaba su fuerza de trabajo y se desvinculaba de la naturaleza. Y podemos ver este asunto llevado al extremo en el cuento “Mil euros por tu vida” de Elia Barceló[8]. En esta obra nos acercamos a esa idea perversa de intercambiar tu vida por un rato con alguien que la alquila por un tiempo. Evidentemente, en una sociedad de clases sociales, siempre habrá alguien necesitado de entregar parte de su vida por un dinero. Y este relato me ha parecido una metáfora hermosa y monstruosa sobre la explotación laboral, en especial, de aquellos que vienen de otros países y que por un puñado de horas de su tiempo diario, pierden mucho más de lo que ganan. Este intercambio desigual se traduce en muchas cosas: una familia lejos. Enfermedades no tratadas. Frustración. Falta de oportunidades. Menos estudio. Cosas irreversibles que no vuelven. Que se las lleva el viento y, aun así, miles de trabajadores están dispuestos a hacerlo por sus hijos o por su familia en general. Y me pareció que tenía una forma de hilvanar las palabras muy sincera, no solo por cómo están construidos los diálogos sino por la diversidad de asuntos que trata: no se trata solo de transhumanismo, se trata de una economía que pone por encima de todo el dinero y la juventud, incluso a costa de la familia con los consiguientes desafíos que se plantean en este escenario de “vida eterna”. Creo que la autora plantea la peor distopía económica posible. Los ricos compran juventud pero, sus hijos, los hijos de los protagonistas, lejos de alegrarse por saber que sus padres extienden su vida, al menos, cincuenta años más, empiezan a preocuparse por la herencia. ¿Cómo se gestiona la forma jurídica de una sociedad que no envejece? Los dilemas del transhumanismo ya se han abordado en muchas obras de ficción. No las nombraré porque ya hay excelentes páginas que se dedican a ello y lo van a hacer mejor que yo pero quise destacar este cuento porque retrata de forma breve un mundo que se nos antoja algo conocido. ¿Hasta qué punto podemos aprovecharnos de las necesidades de otros para nuestro propio bienestar?

Al final todo se reduce a un tema moral

No le pongo el tono acusador porque me incluyo plenamente en esos dilemas. Estamos todos manchados por este pecado original. Ya nacemos dentro. Sucios. Pecadores. Sabedores de que con nuestros actos estamos perjudicando a otro con menos recursos. Aunque no queramos. Aunque nos queramos convencer de lo contrario. No me quiero poner apocalíptica y por eso no soporto a los moralistas que señalan con el dedo. Me parece agotador señalar las miserias humanas de otros cuando todos las llevamos dentro y vivimos en contradicción constante. Aceptarlo es más sabio.

Ya ven que no podemos despojarnos de lo económico aunque quisiéramos. No podemos olvidar la economía en casi cualquier acto humano. Así nació el pequeño grupo de Economía y Literatura, como un acercamiento a lo material a través de la literatura o un repositorio de obras o todo eso a la vez. Vaya uno a hacer. Y es lo que hemos querido hacer aquí: acercarnos a obras de ficción que ilustran con maestría los conflictos de un sistema económico cada vez mucho más difícil para la mayoría de la gente.

Todos soñamos con algún tipo de utopía y tememos algunos escenarios distópicos que nos han mostrado cosas que tememos. Creo que esos mundos futuros, hermosos o monstruosos, más allá de su realización o no, nos guían, nos marcan un camino. Nos iluminan en los días malos. Nos impulsan a seguir. A buscar. A intentar comprender. A intentar cambiar lo que no nos gusta.

Y en el medio del camino, disfrutar.

Para leer másUn paseo por utopías y distopías económicasHacer literatura de no ficciónBertrand Russell sobre la felicidadLos niños y la naturaleza: algunos libros que recomiendoUn viaje por algunos cuentos maravillosos y sangrientos

[1] Varian, H. (2001). Microeconomía intermedia: Un enfoque actual (5a.ed.–.). Barcelona: Antoni Bosch.

[2] Puedes leer sus propuestas de política económica en Thomas Piketty, Capital e ideología (2019). Deusto.

[3] Fuente: Teresa López-Pellisa, Ricard Ruiz Garzón (eds.). Insólitas. Narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España. Madrid: páginas de espuma, 2019

[4] Fuente: ob.cit.

[5] Puedes leer en la obra antes citada de Piketty, la atrapante narración de este economista sobre el ingreso de China a la economía mundial de la mano de las Guerras del opio contra Reino Unido.

[6] Kattelman, Beth. Critical Essay on «The Velt,» in Short Stories for Students, Vol. 20, Thomas Gale, 2005.

[7] Este cuento aparece también en la obra ya citada Insólitas editado por Páginas de espuma.

[8] El relato aparece como parte del libro Futuros peligrosos editado por Edelvives (2008). Todos los relatos contenidos en esta obra tocan temas relacionados con las nuevas tecnologías y el capitalismo pero «Mil euros por tu vida», me pareció el más impactante y significativo aunque sin duda, invito al lector a leer todo el libro porque retrata muy bien hacia donde estamos acercándonos.

(*) Para saber más sobre consumo conspicuo o consumo ostensible siempre recomiendo leer la obra de Veblen Teoría de la clase ociosa. Está editado en Alianza de bolsillo y es un libro que no envejece.

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Published on June 07, 2021 04:45

May 21, 2021

Keynes y su utopía de pleno desempleo

Hoy hablamos de utopías en las que el trabajo desaparece. Indagamos en algunos autores como Nick Srnicek, EF Schumacher o Bob Black que buscan llegar a esa panacea que es la «pereza», o mejor dicho, el arte de hacer cosas que se tienen que hacer. Pero antes hubo alguien. El menos pensado, que desarrolló esta idea de un mundo tecnificado de pleno desempleo. Fue Keynes. Sí, el adalid del pleno empleo tenía varias caras. Al economista ya lo conocemos, hoy nos centramos en el filósofo, el humanista, el amante de las artes. En el soñador utópico que imaginó un mundo sin dinero, con renta básica y solo 15 horas de trabajo semanal. Una utopía de pleno desempleo en toda regla.

¿Para qué sirve la tecnología?

El otro día tenía que comprar un cable. Acudí a Amazon en donde sabía que encontraría lo que necesitaba. El cable llegó al día siguiente aunque la verdad es que yo no tenía urgencia. El capitalismo se encarga de darnos cosas que no necesitamos. ¿Para qué queremos la tecnología? ¿Para trabajar menos? ¿ Pero quiénes son los que trabajan menos? ¿Se crea tecnología para que algunos trabajen menos y otros trabajen más y otros simplemente se queden sin trabajo?

El incidente del cable que NO necesitaba con tanta urgencia, obvio, desató un montón de reflexiones sobre el asunto. Keynes escribió en la década del treinta que la tecnlogía nos haría libres. A través de ella, sería posible reducir la cantidad de trabajo remunerado suficiente para la subsistencia a 15 horas semanas. Keynes nos dejó en ascuas porque dejó muchas cosas sin aclarar. ¿Qué nivel de vida estaba suponiendo? ¿El suyo? ¿El de un obrero de Reino Unido? Keynes situaba el problema del hombre económico como un problema de escasez. Tenía razón, de alguna manera, pero ¿qué ha pasado noventa años después?

Vivimos en la sociedad de la abundancia, del acceso. Pero hay algo que no ha cambiado. El afán del hombre en crear escasez allí donde no la hay, o lo que es lo mismo: el afán de generar barreras al consumo. Formas de restringir y poner un precio. La escasez va a seguir existiendo en la medida en que sigamos incrementando las necesidades de una parte de la población en detrimento de otra y de la naturaleza. Keynes no tuvo la suficiente lucidez para ver que el hombre siempre va a querer más y no se va a conformar con un trabajo de 15 horas a la semana.

Trabajo y tecnología intermedia

Tuvo que llegar EF Schumacher para que pusiera un poco de orden y nos viniera a decir: «Muchachos. Hay algo que no cierra. El problema no es tecnológico.» EF Schumacher fue discípulo de Keynes. Lo admiró un tiempo pero un viaje a Birmania cambió su paradigma (otro día hablaré de la apasionante vida de este economista alemás afincado en Reino Unido y iniciador de la economía budista).

¿Tiene la economía herramientas suficientes para solucionar la pobreza del mundo? Schumacher analizó otras formas de vida. En especial, la vida oriental bajo el budismo y se hizo muchas preguntas. ¿Debemos llevar el desarrollo a la manera occidental allí donde no llegó? EF Schumacher acuñó un término llamado tecnología intermedia. En donde la utopía no es un mundo tecnificado y sin trabajo como el que planteaba Keynes. O el que plantearían más adelante otros teóricos como Srnicek. La utopía es que todos tengan un trabajo y acceso a esa fuente de trabajo independientemente de su productividad. La clave está según Schumacher, tal como nos lo cuenta en su célebre Small is beautiful en las siguientes premisas:

Los puestos de trabajo deben crearse en las areas donde vive la gente evitando migraciones masivas.Estos puestos de trabajo deben ser, en promedio, baratos de crear.Los métodos de producción deben ser relativamente simples.Los materiales de producción deben provenir, en lo posible, de fuentes locales y cercanas.

Para que esto se cumpla EF Schumacher plantea que no es posible trasladar alta tecnología de países desarrollados a países en vías de desarrollo. Tampoco abogar por una vida en exceso rudimentaria. Se apela a una tecnología accesible e intermedia con pocas barreras a la entrada.

Debo reconocer que la idea es atractiva. En especial, para países en vías de desarrollo. No somos conscientes nosotros hasta que punto nos encontramos con barreras a la entrada al mercado laboral que perfectamente podemos desempeñar y esas barreras pasan desde años de educación institucionalizada, hasta red de contactos, situación familiar, renta. Y esto nos lleva a pensar cómo puede ser que nada de esto lo hayamos estudiado los economistas.

Dos libros para pensar en el mundo del trabajo. No van en la misma línea pero ambos cuestionan el actual sistema.La utopía de Keynes

Es curioso porque en la facultad nos enseñan otras cosas. Una narrative diferente. Un camino que hay que alcanzar que siempre tiene que ver con el pleno empleo. Y una convergencia en el tema del crecimiento económico. Eso quería Keynes cuando escribió su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (FCE, 1992). Y por eso fue famoso en el mundo entero. Una economía que debe crear empleo sí o sí, sin importer la calidad o la utilidad.

Pero escondido, o no tanto, estaba el otro Keynes, el más interesante. El que odiaba ese mundo del dinero en el que estaba inmerso y del que había sacado grandes rendimientos (Keynes muere siendo millonario. No solo tenía su sueldo como alto funcionario sino que era un excelente especulador y comprador de obras de arte. Tenía grandes dotes para hacer dinero como bien cuenta su biógrafo Skidelsky). Y la paradoja es que en Las posibilidades económicas de nuestros nietos vislumbra un escenario futuro (a cien años) en el que:


El amor al dinero como posesión – a diferencia del amor al dinero como medio para los goces y realidades de la vida – será reconocido por lo que es, una morbosidad más bien repugnante, una de esas propensiones semi-criminales, semi-patológicas de las que se encarga con estremecimiento a los especialistas en enfermedades mentales. 

Las posibilidades económicas de nuestros nietos

En la utopía de Keynes, habría un cambio cultural en el que el dinero sería visto por lo que de verdad es a sus ojos, un vicio horrible, un medio sucio, nunca un fin.

Y Keynes soñaba con su utopía. La misma que plantean tecnólogos como Nick Srnicek 90 años después (de su obra hablaremos dedicándole un canguro aparte porque dispara cosas muy interesantes). Él, su nieto. Todos nosotros, somos sus nietos, especulamos con ese mundo. Un mundo tecnológico y en el que solo con 15 horas a la semana podamos sobrevivir, y una renta básica y mucho tiempo para que el hombre pueda dedicarse a otras cosas, las importantes. Cuidar de otros. Disfrutar de la naturaleza. Crear arte. Consumirlo.

EF Schumacher viene a decirnos. Ese mundo es posible. Pero para ello debemos hacer algo casi imposible. Capar nuestras necesidades espurias. Quitarle alas. Dejar de desear más comodidad. Más rapidez. Más objetos. Más experiencia.

Al final, esto del consumo es como un virus incurable. Todos estamos dentro. Hasta el más progre y comprometido está inoculado con esa enfermedad que es la busqueda del confort. El placer. Y cabe preguntase si ya es tarde. Si ya no hay nada que hacer. ¿Cómo hacemos para renunciar a todo?

Está claro. El problema no es tecnológico. Ni económico.

El asunto es moral.

Y tiene difícil arreglo.

Solo me queda una opción. No es muy popular. Seguir observando. No casarme con nadie. Estamos todos inoculados con el virus del neoliberalismo. Con el culto al trabajo. ¿Y si no debemos ir hacia el pleno empleo? ¿Y si ese pleno empleo es más hambre y contaminación? Habitan varios Keynes en su obra. Él mismo habla de los vicios privados como base de una sociedad próspera.

Hacia una nueva definición del trabajo

Yo sigo pensando. Y veo a España. La UE. Argentina. Creo que vamos como pato sin cabeza. Una huida hacia adelante. Sabemos que no habrá trabajo pero nos empeñamos en crearlo de forma artifiosa. ¿Para qué crear trabajos que no sirven? ¿es la renta básica un ejercicio de honestidad brutal? En esta linea va también Bob Black en su La abolición del trabajo (Pepitas de calabaza, 2013), un pequeño tratado en el que se aspira al «pleno desempleo». Bajo esta mirada se critica tanto a la izquierda como a la derecha por su culto al trabajo y Black propone abolir el trabajo como solución a grandes problemas como los medioambientales o los del patriarcado. Bajo esta óptica, la mayoría de los trabajos son inutiles, contaminantes y ahondan en la división sexual del trabajo. Y aboga por una idea interesante ligada al juego. En esta utopía hermosa y también, ultra tecnológica, «No habrá empleo sino cosas que hacer y gente que quiera hacerlas.» Más allá de lo practicable de su propuesta, es interesante porque se sale de esa concepción del trabajo como algo que solo existe si es remunerado. Una idea muy decimonónica y vintage en este mundo cada vez más robotizado y pandemico. Ya hemos visto, en este último año como la economía se paró y pudo subsistir de mala manera a base de una suerte de rentas básicas. Ya estamos aproximándonos lentamente a un mundo en donde hay muchas cosas que hacer y gente dispuesta a hacerlas pero que no obtienen una remuneración en dinero. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Debemos redefinir el concepto de trabajo? Seguiré pensando sobre esto.

Que tengan una linda primavera.

Para leer másKeynes y su utopía de pleno desempleoKit de supervivencia en tiempos de pandemiaMud Murch: las mujeres que caminaban en el barroLos nietos de Keynes y el absurdo mundo del trabajoLa vida de Eglantyne Jebb, fundadora de Save the children (1)

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Published on May 21, 2021 02:15

May 5, 2021

Hacer literatura de no ficción

Hoy hablamos de literatura de no ficción y te recomiendo algunas joyas que vale la pena leer. A veces rozan la crónica. Otras, el chisme o algún suceso histórico. Pero siempre hay mucha literatura. Disfruten.

Todos estamos llenos de anécdotas. Desde nuestra infancia nos inundan con cuentos más o menos reales. Luego llegan los rumores y fantasías del colegio para llegar finalmente a los cotilleos y relatos del mundo laboral e íntimo. Muchos reclaman verosimilitud, otros buscan la verdad o la belleza. Hoy tengo ganas de hablar de relatos e historias hermosamente narradas sobre personajes reales, célebres o no, o momentos históricos concretos. Creo que hay una manera de narrar que trasciende el mero relato histórico. Ya he hablado sobre las memorias, las biografías y las historias. También hemos reflexionado sobre el chisme, como origen y fuente de otros formatos narrativos como la novela, la crónica y el relato corto. Pero hoy me centro no en las grandes memorias y biografías (las hay excelentes) sino en el relato o perfil corto acerca de un hecho concreto o una persona en particular. Bebe de la crónica y el chisme pero el autor le suele poner una cuota de literatura. Disfruten.

La muerte de Anton Chéjov por Raymond Carver

Carver es conocido por sus maravillosos relatos cortos. No tanto por sus crónicas. Por eso, este relato es una excepción. La obra narra los últimos días de Anton Chéjov. Para ello, hace una semblanza hermosa del personaje con lindos tintes literarios. Realmente, no queda claro si el relato es ficticio o real pero acá se juega otra cosa. Se describe una atmósfera concreta en donde los datos específicos no son lo más relevante. Deja un halo de misterio y de belleza al mismo tiempo. Me cautivó completamente porque de Carver esperaba una crónica más cruel. Más dura. Pero con este texto descubrí a un Carver sensible. Crea belleza no solo de la violencia o de la sordidez sino de otras cosas. Me encantó y lo recomiendo. Es curioso que a este texto se lo considera dentro del género del relato. O sea que hay margen para pensar que pueda ser pura ficción. Yo no lo sé.

La fundación de Buenos Aires por Manuel Mujica Láinez

Este cuento, titulado “El hambre, es muy bestia pero vale la pena. Qué prosa, por Dios. Recrea la primera fundación de Buenos Aires a manos de Pedro de Mendoza. Aparece en la antología Misteriosa Buenos Aires (Belacqua, 2008) que estoy viendo que está descatalogada. Se consigue el libro usado (¿Cómo no está ya un editor haciendo una edición linda de este clásico?). En el enlace que comparto hay además un comentario histórico que es muy interesante. También se lo considera ficción pero nos invita a entender de forma mucho más cercana un momento concreto de nuestra historia que quizás con un libro de texto pasa desapercibido. Todo el libro va narrando distintos momentos históricos de la ciudad de Buenos Aires, siempre a través de relatos de ficción.

La llegada de Scott y Admunsen al Polo Sur, narrada por Stefan Zweig

Acantilado publica Momentos estelares de la humanidad (Acantilado, 2012 ), no como obra de ficción sino como divulgación. Zweig se documenta y nos narra con belleza y precisión la carrera vertiginosa de algunas potencias por conquistar nuevos territorios. Podríamos pensar que nos encontramos ante una obra netamente de historia pero Zweig nos regala más. Cosas bellas. Una narración que parece de ficción aunque no lo sea porque dota a los personajes de alma. Por eso todo lo que escribe es magistral, en especial, cuando escribe biografías. Y te parece que estás leyendo un culebrón pero no. La llegada de Scott y Admunsen nos muestra mucho más de lo que podría llegar a mostrar un libro de historia. Rivalidad. Competencia. Perseverencia. Se mete en la psiquis de estos dos personajes. Nos abre su alma.

Una charla con Marilyn, por Truman Capote

Capote es el maestro en el arte de narrar memorias y momentos que ocurrieron. En efecto, se ha metido en problemas por este asunto. Aquí vemos en este relato muy claro la estrecha relación entre el chisme y la literatura. Y el autor lo lleva con maestría porque en sus manos, no suena vulgar. En este caso, un encuentro entre Marilyn y él en el funeral de una amiga en común. Un escenario perfecto para el cotilleo más profundo. A raíz de este hecho, se inicia un diálogo entre ellos en el que se chicanean y se confiesan historias y amoríos. Es una narración pequeña que no espera ser profunda pero está escrita con tanta belleza que vale la pena que la lean. De Capote dicen que fue uno de los que inventó el Nuevo periodismo pero acá hablamos de otra cosa. NO es ficción pero de alguna forma, lo es. Es una narración. Es un punto de vista. Es una forma de ver las cosas. El texto que cito “Una creatura adorable” aparece en Música para camaleones (Anagrama, 1980 ). No dejen de leerlo. Vale la pena.

Oscar Wilde después de la cárcel por Julian Marías

Confieso que de Marías sé poco, pero este libro me enganchó bastante. En este caso, hablamos de un retrato coloquial y cercano sobre este escritor tras sus pasos luego de que fuera a la cárcel en un momento en que la homosexualidad se castigaba en UK. Piénsese que hasta mediados del siglo pasado fue así y aunque en ciertos círculos estaba permitida (pueden leer sobre los miles de affaires en el Círculo de Bloomsbury o de los Apóstoles de Cambridge) se cuidaban mucho en su vida pública. Este contraste tan inglés era posible. En el relato de Marías que aparece en Vidas escritas (Santillana, 2002) se entretejen rumores y chismes. Narraciones de su entorno cercano, que no sabemos si son ciertas, pero que construyen un poco la personalidad y destino de este escritor al que la cárcel arruinó y envejeció. Tiene ecos de Capote al narrar extravagancias y miserias y por eso nos gusta y lo recomendamos. Vale la pena detenerse en su vida y Marías lo hace con maestría.

Un periplo de Frank Sinatra por Gay Talese

Esto es monumental. La revista Esquire le paga a Gay Talese para que persiga a Frank Sinatra y escriba sobre él. Por supuesto, el cantante no quería saber nada de una entrevista (lo cual yo creo que mejora la obra) y Talese tuvo que buscarse la vida buscando información de su entorno o de debajo de las piedras. Es más duro el trabajo de un escritor cuando no le dan la información pero, a su vez, lo que obtiene es más preciado. Cuando el entrevistado no quiere hablar es ahí donde el escritor tiene que hacer uso de dos dotes muy importantes: la investigación y la creación. Hay que crear una narración creíble o, en el peor de los casos, bella aunque no sea verdadera. De todas formas, Talese construye un relato verdadero y bello. Verdadero no en el sentido de fidedigno. Eso no lo sabemos pero es una narración honesta en sus intenciones. Aparece en español en la revista Letras Libres bajo el título Frank Sinatra está resfriado.

George Steiner sobre Bertrand Russell

Los retratos de Steiner se diferencian bastante de los anteriores. No son tan literarios y ahondan menos en la vida privada. En este caso, nos encontramos con un largo comentario a la obra de Russell. Resulta sumamente interesante, en especial para los amantes en la filosofía de la mente, pero no va más allá. El análisis es sesudo y menos placentero pero es un lindo racconto de toda su bibliografía y abre la puerta a ahondar en diversos campos de estudio en los que Russell se involucró. No solo la filosofía matemática, sino también la religión, el pacifismo, la política.

La conferencia de la Paz por Keynes

Maynard era conocido por su faceta de economista, obvio, pero era mucho más que eso. Era además un excelente cronista de su tiempo. Escribió y narró momentos históricos asi como escribió biografías y obituarios diversos. Muchos de ellos se encuentran en sus Ensayos biográficos, una obra que está descatalogada en español pero reúne todo lo que se publicó en Collected writings. Sin embargo, se cree que es autor de miles de perfiles y obituarios que no están contenidos en esa obra[1] pero que sí aparecieron cuando era jefe editorial del Economic Journal. Pero en este caso, quiero citar la brillante crónica de aquellos días aciagos en que se estaban negociando las reparaciones de guerra para Alemania. “El doctor Melchior. Un enemigo derrotado” es una crónica en la que el lector llega a empatizar con el jefe de la delegación alemana. Por supuesto, Keynes estaba en contra de multas severas a Alemania pero a parte de eso, debemos decir que el economista era un gran amante de la cultura alemana. Podemos dejar entrever en esta narración su profundo desprecio por los franceses pero al mismo tiempo la delicadeza y la agudeza con la que describe escenarios, vestuarios, miradas. De a ratos es una crónica política o económica pero también es el retrato de varias psiquis, varias culturas y varios status. Merece la pena adentrarse en el detrás de escena de este acontecimiento histórico.

Podría seguir pero este artículo se está haciendo demasiado largo. Yo mientras tanto vuelvo a Retratos de Truman Capote y me olvido un poco de la pobre escena de política local. O más bien, me refugio en estos clásicos para poder entender o lidiar con el presente. Porque al final todo se repite. Y, sea biografía, crónica, chisme o novela, es la literatura la que nos salva en estos momentos de oscuridad.

Y tú ¿tienes alguna linda narración de no ficción para recomendar? ¡Te espero en los comentarios!

Para leer másHacer literatura de no ficciónEl movimiento en la vida de los escritoresRelatos cortos para entender la economíaBertrand Russell sobre la felicidadEconomía feminista: una mirada literaria

[1] Fuente: Kent, Richard. Keynes as biographer and obituarist. 2016

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Published on May 05, 2021 02:20

April 20, 2021

El movimiento en la vida de los escritores

Hoy hablamos de los escritores que se mueven. De aquellos que incorporan el ejercicio como parte de su proceso creativo. También hablamos del movimiento como fuente, no solo de imaginación, sino de vida. Las cosas se mueven porque están vivas. El movimiento en la vida de los escritores es más importante de lo que creemos.

Escritores que se mueven

Últimamente estoy cambiando mis rutinas. Normalmente, hago siempre lo mismo todos los días. Pero cada tanto, tengo que cambiar. Adoptar nuevos hábitos y convertirlos en costumbre. Hay una que incorporé hace poco y es el running.

Todo comenzó durante el confinamiento cuando empecé a entrenar en casa con videos de You Tube, no había mucha alternativa pero en cuanto mis chicos volvieron al colegio y pude volver a trabajar más horas, se hizo necesario incorporar el deporte otra vez. Empecé de a poco y con metas muy cortas. Mágicamente pasaron cosas lindas.

Tuve que resignar algo de tiempo de escritura pero al mismo tiempo mi proceso creativo se potenció. Quizás era el aire libre. La misma actividad cardiovascular. O los podcasts interesantes que me ponía. Había algo inexplicable que me hacía llegar al escritorio con más ganas. Golpear el tecleado con mis dedos. Ese sonido maravilloso pero al mismo tiempo el anhelo del aire libre. Son dos fuerzas opuestas y complementarias. Porque como escritora el afuera es fuente de inspiración. Y el adentro, una necesidad muy grande.

En realidad, la cosa comenzó no por una búsqueda de bienestar físico sino mental. Todos buscamos mecanismos para no volvernos locos (o, al menos, para que se nos note lo menos posible). Ahora me doy cuenta de que es lo mismo.  Y entonces, volví a De qué hablo cuando hablo de escribir porque recuerdo que había un capítulo que hablaba del tema. Obvio, Murakami[1] es un friki y yo no llego a tanto pero nos cuenta su experiencia y ahora leyéndola, no puedo más que empatizar.


Según las investigaciones actuales de los neurólogos, la cantidad de neuronas que se generan en el hipocampo del cerebro aumenta considerablemente con el ejercicio aerobico, por ejemplo, la natación o correr, (…). Si no hay ejercicio las neuronas mueren al cabo de un día. (…) pero si por el contrario se las estimula intelectual y físicamente, terminan por activarse y conectarse a la red ya existente en el cerebro.”

p.171. de qué hablo cuando hablo de escribir

De alguna manera, el aspecto físico es esencial también para el bienestar emocional y creativo. No quiero generalizar. Es una experiencia personal basada en la intuición pero creo que cuando corro escapo de la estupidez.

Buscando estabilidad mental

Sigo teniendo los mismos fantasmas. La soledad. La incertidumbre. Pero correr tiene algo que conecta muy bien con la experiencia diaria de un escritor. Quizás tiene que ver con la perseverancia. Él seguir adelante más allá de las consecuencias. Yo escribo más allá de los resultados. No puedo evitarlo. No lo considero una virtud pero intuyo que el aprendizaje pasa por ahí. Y por supuesto, me encuentro algo sola porque nadie lo vive como uno. Y porque la gente te suele mirar un poco raro pero estoy dispuesta a convivir por ello. Y aunque es duro como dicen muchos, parafraseo otra vez a Murakami, más duro tiene que ser levantarse a las seis de la mañana, montarse en un tren lleno de gente y acudir a un trabajo arduo y aburrido por un mísero sueldo. En ese sentido, el escritor, aunque precario y sin un horizonte claro, es un afortunado. Hace lo que le apasiona. Es libre porque no tiene jefes.

Cada tanto recalculo y siempre emerge al eterna pregunta ¿habré hecho bien? Y me contesto siempre que sí. De momento, no he encontrado nada mejor que esto. No sé si es mi vocación pero es algo que quiero realizar todo el rato. Lo que le pasa un poco a Murakami con el running. Es algo que tiene que hacer. Yo no considero que la escritura sea buena o mala per se. No hay algo moral. Simplemente, está el convencimiento de que debo seguir haciéndolo. Cuando no estoy cumpliendo mis obligaciones, estoy escribiendo o estoy leyendo. Y cuando se me quema el cerebro, salgo corriendo (literal). Es una linda metáfora. La de escapar de los problemas. La de conectar con otra cosa. Correr es una acción que requiere movimiento y el movimiento siempre está bien. O uno intuye que todo está bien cuando las cosas se mueven y dejan de estar quietas.

Observar el movimiento en la naturaleza

Imagínense. El otro día andaba por esos hermosos senderos que conectan Torrelodones con Molino de la Hoz y se podía escuchar el ruido del agua en movimiento. Los perros que algunos hasta dan miedo. Los pájaros que chisporrotean con su cantar. Y es ahí donde vemos la vida y pensamos que está todo bien. Obtenemos un bienestar físico que pocas cosas me las dan. También el movimiento urbano es enriquecedor y hermoso. El ruido de las tazas en el bar. El barullo de la gente charlando y tomando un tinto de verano. Nos parece que todo tiene solución cuando vemos esa actividad. Mi hijo pequeño, en efecto, sin saber por qué se fascina con las hormigas. ¿Por qué?

Porque se mueven.

Porque no tiene que ponerles pilas ni simular que caminan. Ya lo hacen. Desde chico el ser humano observa fascinado y sabe que lo que se mueve es de interés. Los niños buscan el movimiento incluso cuando quieren un juguete. Lo quieren con pilas. Que camine. Que vuele. Porque saben que ahí está la gracia. Y ya sabemos que cuando aquel objeto de sus juegos no tiene ese movimiento, ellos lo simulan y se divierten igual. Y terminan abandonando en un rincón los juguetes sin pila y vuelven su interés, otra vez, a aquella que no los abandona. Que siempre está disponible: la naturaleza (hace poco hablé de hermosos libros para chicos en Los niños y la naturaleza).

Y ahora los dejo con unos versos de Walt Whitman porque el amor también es movimiento. Y esta poesía resuma naturaleza, vida y sabiduría. Se llama: «Nosotros, dos muchachos siempre unidos».

Cubierta de Hojas de hierba de Walt Whitman.

Nosotros, dos muchachos siempre unidos,

sin separarnos nunca el uno del otro,

recorremos los caminos de arriba abajo, hacemos

  excursiones por el Norte y el Sur,

disfrutamos de nuestra fuerza, estiramos los brazos,

  cerramos los puños

armados y audaces, comemos, bebemos, dormimos,

  amamos

a ninguna ley nos debemos más que a la nuestra,

navegamos, fanfarroneamos, robamos, amenazamos,

asustamos a los avaros, a los criados, a los sacerdotes,

  respiramos aire, bebemos agua, bailamos sobre el césped

  o en la playa,

cantamos con los pájaros, nadamos con los peces, echamos

  ramas y hojas con los árboles,

inquietamos a las ciudades, despreciamos la comodidad,

   nos burlamos de las estatuas, perseguimos la debilidad,

colmamos nuestras correrías[2].

Que tengan un lindo martes. Y a vos ¿te ayuda el deporte en tu proceso creativo?

Para leer másEl movimiento en la vida de los escritoresRelatos cortos para entender la economíaBertrand Russell sobre la felicidadEconomía feminista: una mirada literariaLos niños y la naturaleza: algunos libros que recomiendo

[1] Murakami, Haruki. De qué hablo cuando hablo de escribir. Tusquets. 2017

[2] Whitman, Walt. Hojas de hierba. Alianza. (2006). P.237

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Published on April 20, 2021 05:40

April 5, 2021

Relatos cortos para entender la economía

Hoy les traigo una selección especial de relatos cortos que ilustran muy bien la vida económica de las personas o en donde el dinero juega un papel central en las relaciones de los personajes. Por que yo soy una convencida de que, nos guste o no, la economía moldea todos los aspectos de nuestras vidas. Estos relatos cortos para entender la economía son un intento por no olvidar aquello que a veces nos repugna y, otras, nos desvela. Disfruten.

Los que me siguen saben que hace unas semanas abrí un grupo en Facebook para interesados en la Economía y literatura. Allí recopilo y comparto textos literarios (de ficción o no ficción) y les doy una mirada económica. Ya saben que pienso que nuestra situación crematística determina muchas de nuestras decisiones ya sea en el ámbito de la pareja como del trabajo. Hace poco, les hablé de algunas novelas que nos ilustran muy bien esos aspectos económicos que vivimos todos los días, hoy me animo con el relato corto. Historias cortas pero contundentes que te llegan al alma.

La sociedad inglesa previa a la crisis del treinta

A Katherine Mansfield la descubrí a través de la cartas de Virginia Woolf. Y de casualidad el otro día me topé con este relato suyo: «Fiesta en el jardín«. Para mí es un fresco de una época muy concreta de la Inglaterra de principios de siglo XX en donde asistimos a los últimos años de su estatus como potencia económica. Todavía no había llegado el crack de 1929 ni la Segunda Guerra Mundial ni Bretton Woods y las clases medias acomodadas creían que aquel orden iba a durar para siempre. Parte de esa desolación ante el cambio de regimen fue esbozada magistralmente por Maynard Keynes en My early beliefs. Pero mientras tanto, la revolución industrial había dejado a miles de obreros y obreras en situación de extrema vulnerabilidad. Y ese choque entre clases produjo durante el el siglo XIX y XX una literatura que reflejaba mucho mejor que cualquier libro de ciencia económica las relaciones de trabajo y económicas de la era industrial. En este relato, asistimos a los preparativos de una fiesta en la campiña inglesa mientras que a pocas cuadras, un obrero joven pierde la vida. Esta edición de Nordica Libros que comparto tiene unas ilustraciones hermosas de Carmen Bueno. Una elección perfecta para el tipo de relato que leemos.

Italia durante la Segunda Guerra mundial

Natalia Guinzburg mezcla a la perfeccción la maestría del relato con la crónica. Domingo, editado por Acantilado (2021) reúne algunas crónicas interesantes sobre la vida dura de los campesinos y los trabajadores de las fábricas. Ilustra muy bien la pobreza extrema de la Italia bajo el fascismo y luego bajo el regimen nazi. Son artículos muy cortos y muy ilustrativos. Se los recomiendo. Es una buena estampa de la situación económica durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra en Italia. Se ve muy bien también la situación de la niñez y las mujeres. La austeridad con la que se vivía en aquella época incluso las clases pudientes. Destaco el relato «Regreso» que narra la historia de una niña que debe vacacionar con una tía por falta de dinero mientras el resto de su familia permanece en la ciudad. Con una prosa simple y dulce Guinzburg esboza con maestría las duras condiciones económicas en la que estaba sumida Italia en ese período nefasto de la historia.

La España pobre del siglo XIX

«El indulto», de Emilia Pardo Bazán es un cuento muy corto que refleja a la perfección el momento histórico y económico de España en el siglo XIX. En la historia, una pobre lavandera es víctima de violencia de género. Todo esto, en el contexto de una España en donde más del 80% de su población femenina era analfabeta. Además, la esperanza de vida apenas superaba los 30 años. Realmente, si quieren entender el contexto económico de esta época en España, les recomiendo este breve y doloroso relato. Tiene además, estudio preliminar y comentario con análisis histórico y cultural. Aparece en esta antología llamada Cuando ellas cuentan (Relee, 2019) de cuentistas hispanoamericanas que siempre recomiendo. A mí este relato me impactó por la fuerza de esta narración. Por la crudeza con la que está contada y lo que nos muestra de una época muy oscura, en especial, para las mujeres.

Cuando el amor y el dinero van de la mano

Quiero traer a esta lista a Evelyn Waugh, para mí, de los mejores escritores de relato corto del siglo XX. Me he reído con él y he reflexionado a menudo sobre la sociedad que esboza en sus historias. Hoy les traigo «Lucy Simmonds» que en realidad, es el capítuo 2 de su novela inacabada que está recogida en Cuentos completos (RBA, 2011). En ella se plasma la relación entre varios amigos y sus matrimonios. El ambiente de los bailes de salón de Londres en donde las chicas de origen pudiente van a buscar candidato en función de su dote. El dinero es protagonista cuando Lucy, una huerfana y heredera que vive con una tía que vive de su fortuna, conoce a Roger. Los hombres intentan obtener una mujer que valga la pena camuflando sus origenes o metiéndose a diputados porque eso les da puntos para encontrar una candidata que sea próspera. El patrimonio inmobiliario también es importante en la configuración de las amistades hasta tal punto que la historia comienza en la casa de campo del protagonista y se narra de forma magistral cómo eso determina el tipo de vínculo que tiene con sus amigos. No les cuento más pero vale siempre la pena leer este fantástico libro que tiene cuentos imperdibles.

De momento, eso es todo pero me encantaría escucharlos a ustedes. ¿Qué historias se les ocurre que reflejen a la perfección la situación económica que estamos viviendo o hemos vivido en el pasado? ¿Qué rol juega el capital en las tramas literarias que leemos? Te espero en los comentarios.

Para leer másRelatos cortos para entender la economíaBertrand Russell sobre la felicidadEconomía feminista: una mirada literariaLos niños y la naturaleza: algunos libros que recomiendoUn viaje por algunos cuentos maravillosos y sangrientos

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Published on April 05, 2021 08:33

March 25, 2021

Bertrand Russell sobre la felicidad

Hace tiempo recomendé algunas herramientas para salir a flote sin tener que acudir a los fármacos en el Kit de supervivencia en tiempos de pandemia. Algunos filósofos, de verdad, me cambiaron la vida en estos últimos meses. Hoy quiero hablar de felicidad acudiendo a otro: Bertrand Russell. Matemático y filósofo. Miembro del Grupo Bloomsbury y Premio Nobel de Literatura.

Bertrand, el ateo

A Bertrand lo descubrí gracias a su maravilloso ensayo Por qué no soy cristiano, del que hablé hace poco en Lo que tienen en común la religión y el capitalismo. Tiene una forma de exponer las cosas que lo aleja de la clásica figura del filósofo. Se asemeja más a un abuelo. Bertrand fue parte del Grupo Bloomsbury y profesor de Keynes y estuvo muy influenciado por el filósofo de la Universidad de Cambridge y padre de la filosofía analítica, G.E Moore, y los Apostoles (aquel grupo de elegidos más parecido a una secta que a otra cosa).

Russell escribió los afamados Principia mathematica (como nota color, la obra le costó diez años de trabajo, la editorial Cambridge University Press les dijo que tenían que poner dinero de su bolsillo. Tanto él como Alfred Withehead, el otro autor salieron a buscar donaciones. En rigor, fue una co-edición que pasó a los anales de la historia matemática). Su teoría de la probabilidad fue aprovechada por Keynes en su Teoría general del empleo y en su Tratado de probabilidad (*).

Sin embargo, aquí nos centraremos en una obra menos conocida que nos regala algunos tips interesantes para llevar el día a día. Porque la lógica está muy bien y es muy entretenida pero no nos hace tan felices.

La conquista de la felicidad, el libro del que hablaremos hoy, tiene título de guía de autoayuda de tercera categoría. Pero nunca hay que fiarse de las cubiertas ni los títulos.

Pero antes de seguir, quiero hacer algunos disclaimers.

La obra es machista. Tiene una imagen esterotipada de las mujeres. Está escrito para un púbico básicamente masculino aunque se leen también pasajes en las que defiende el trabajo profesional de las mujeres.Hay una crítica velada a la democracia. La defiende pero considera que todo es más duro. Más difícil. Russell era un hombre comprometido con la democracia pero veía sus luces y sus sombras. Era activista pero al mismo tiempo acomodaticio y vividor. Tiene un punto clasista. Hay que verlo como un ciudadano de su tiempo, perteneciente a una clase privilegiada de un país que era la primera potencia del mundo (aunque entrando en decadencia).Esta guía está pensada para personas que ya tienen las necesidades básicas satisfechas tanto económicas como emocionales. Este punto hay que aclararlo.  

Sin embargo, a pesar de estos asuntos, rescato algunas ideas interesantes.

El hombre no está hecho para no trabajar

Estamos en la búsqueda perpetua. Una de las claves de la felicidad es carecer alguna cosa que se busque. El que ya lo tiene todo, ya no busca. Ergo, ya no es feliz. Hay algo en esa idea de movimiento que es atrayente. Todos buscamos. Nos movemos. Y en ese movimiento hay algo vital conectado con la vida. Por eso el aburrimiento es el peor de los males y el que más contribuye a la infelicidad. Subyace una idea parecida en Las posibilidades económicas de nuestros nietos, en donde Keynes se pregunta ¿qué pasará cuando hayamos llegado a ese punto de la sociedad en el que hayamos satisfecho todos nuestras necesidades materiales mediante la tecnología y podamos dedicarnos realmente a lo que nos gusta? ¿seremos capaces de prescindir de esa lucha diaria en pos del disfrute del arte y el conocimiento? Pues, parece que no. Cien años después, podemos decir que la tecnología no ha logrado que trabajemos menos y haya más prosperidad para todos. El hombre no se conforma. Quiere más. Y más que el tro. Porque la desigualdad no es solo económica. Es ideológica. Es la religión de muchos. Y eso nos lleva a lo siguiente.

El hombre es esclavo de la “lucha por la vida»  

Y aquí entrecomillamos porque lo que Russell llama lucha por la vida, en realidad, es lucha por el éxito. Muchas veces me he encontrado con gente bien acomododa y bien educada hablándome de lo mucho que trabajan y realmente lo pinta como una lucha por la vida, cuando en realidad no pueden vivir sin esa necesidad constante de demostrar que ellos son exitosos. Hay una necesidad de aplauso que la vemos constantemente y que la disfrazamos de necesidad económica pero ¿Cuántos estarían dispuestos a renunciar a su nivel de vida en pos de más tiempo y menos consumo? Muy poca gente. Parece que hay una necesidad constante de tener más. Bienes. Exito. Carrera. Dinero.

El que dedica toda su jornada al trabajo relegando otras cosas, tiene una necesidad de justificarse en que “no le queda otra” y yo me rio porque me parece muy bien que la gente haga lo que quiera. Pero siempre causa gracia tanta explicación. Muchas veces esta gente se queja de su vidas. Se cansan. Putean. Y cuando alguien les sugiere que intenten cambiar algo, te dicen que no les queda otra. Que están atrapados. Yo antes me preocupaba por esta pobre gente pero después me di cuenta que era una forma de felicidad para ellos. Está la impostura de no decirlo. Parte del juego es decir que no eres feliz como si la mera idea de expresar felicidad fuera pecaminoso. Es un camino psicologico sinuoso e interesante que observo con admiración.

Este tipo de gente puede buscar la felicidad de diversas maneras pero no lo hace. Russell les diría que dejaran de quejarse. Incluso muchos de ellos sufren lo que él llamaba «manía persecutoria» de la forma más extrema con pensamientos del tipo “en este país nadie trabaja”, “son todos unos vagos”, “estoy hasta arriba de trabajo”. Hace poco se discutía la jornada de 4 días. Keynes ya abogaba por por trabajos de 15 horas a la semana y una renta básica. ¿Está la pandemia reconfigurando el trabajo? ¿No estamos yendo, de facto, hacia una sociedad sin trabajo y con rentas básicas en forma de ayudas?

Pero volviendo a las causas de la infelicidad. La siguiente es más engorrosa aun.

La búsqueda desenfrenada de estímulos

El aburrimiento es la base la infelicidad y de la mayoría de los pecados pero al mismo tiempo la monotonía es necesaria para alcanzar las grandes cosas. Es decir, necesitamos hacer grandes esfuerzos a veces. Lograr la maestría en algo requiere trabajo y dedicación. Quizás una monotonía más ligada al rigor.

En estos momentos de pandemia, me dicen: me muero por viajar. Estoy harto de estar encerrado. Me refiero a encierro en la misma ciudad o en la misma provincia que, no es un encierro real. ¿Se dan cuenta lo acostumbrados que estaban algunos a moverse? No saben lo interesante que puede ser el mundo sin moverte de casa. Russell nos invita a buscar esos asideros en las aficiones. En la consecución con pasión de cualquier actividad que no implique drogas, alcohol, sexo. Fijense que Russell era un vividor pero era consciente también de dónde estaba la felicidad. Cuando nos sumergimos en cualquier pasión, el tiempo vuela, y nos parece que la vida vale la pena. Pueden ser cosas peregrinas. Desde coleccionar rocas. Observar a los insectos en primavera. Perseguir a las hormigas. Es como si el entorno tuviera otra dimensión cuando cambiamos la mirada. Así soportamos mejor la monotonía o, mejor dicho, se acaba la monotonía. Y dejamos de centrarnos en nosotros. Ponemos afuera nuestra felicidad.

Lo que te ocurra no le importa a nadie

Esta máxima deberíamos tatuárnosla en el brazo y repetirla todos los días. Qué chiquitos que somos. Qué poco importantes somos para los demás. Qué deforme está nuestra mente para llevar al nivel de la gigantografía sentimientos y personas que no valen la pena. Incluso en esta pandemia nos hemos encontrado con gente que se enoja ante la enfermedad. Te dicen: “me cuidé y me enfermé igual”. “Estoy harto de estar encerrado”. «A ver si se va este bicho». Como si esa mala disposición del azar fuera transitoria y no el pan nuestro de cada día.

Y uno vislumbra un cabreo que no sabe contra quien es. Una perplejidad ante la desgracia que se acerca pero que en realidad siempre estuvo ahí. Al acecho.

Señores. Nos morimos. Nos enfermamos. Y parece que recién nos dimos cuenta.

Russell nos dice. “Tus desgracias no le importan al planeta”. “Nada de lo que pase es realmente importante”.

La envidia como base de la democracia

Hay una idea polémica que plantea Russell. Dice defender la democracia pero alega estar fundada en un pecado: la envidia. El deseo de igualdad. El deseo de tener los mismos derechos y bienes que el prójimo es lo que impulsa la democracia. Es como si siempre hubiera un pecado original. Es curioso porque la envidia es de los pocos pecados que no dan placer. El envidioso sufre. Desea el mal del otro. Sufre cuando otro tiene más. E incluso le da bronca que lo ayuden. Desprecia la caridad. De alguna manera, necesita de la envidia para alimertarse pero al mismo tiempo lo hace infeliz. Ya hemos hablado que Russell, al igual que Keynes beben de una visión de la sociedad y la economía que pone este pecado en primer lugar como base y construcción de la sociedad. Lo vemos claramente en la Fábula de las abejas de Bernard Mandeville en donde la envidia se ve como algo positivo y necesario para construir un país próspero. Pero volviendo al envidioso, debemos decir que no suele querer salir de su estado, sospecha del que le tiende la mano.

Y a veces. Hace bien.

El filántropo ¿es un egoísta encubierto?

Hace poco hablaba de estas empresas y personas que usan causas nobles para mejorar su imagen. Lo hemos  visto con el feminismo, con el cáncer de mama, con el medio ambiente. Se llama washing y es una práctica cada vez más extendida, en especial, en redes sociales. Hace unos días discutía esto con un amigo. ¿Qué hacemos cuando nos enriquecemos o ganamos mucha influencia gracias a una buena causa? ¿Es filantropía o es washing?

Russell cree que hay un tipo de filántropo que “siempre está haciendo el bien a la gente en contra la voluntad de ésta, y que se asombra y se horroriza de que no le muestren gratitud.” (p.112) y plantea una idea que hace rato que venía cavilando. ¿Realmente estamos buscando el bien del prójimo cuando ayudamos?

Hace poco se debatía sobre algunas series con historias duras como Ski Rojo que propone denunciar la trata, el documental Nevenka emitido en Netflix o el de Rocío Carrasco de Mediaset.

Se mezcla la denuncia con grandes audiencias. ¿Es lícito lucrar con una causa buena? Russell interviene en ese aspecto para recordarnos que muchas veces nuestras razones para hacer el bien rara vez son tan puras e inocentes como pensamos. Y otra vez vuelvo a la pandemia y a todo este gran esfuerzo que hacemos para cuidar al otro, incluso aunque ese otro no quiera ser cuidado.

A menudo me encuentro con gente que se enoja ante esto. Me hablan de falta de solidaridad. O del poco miedo a la muerte de algunos que no cumplen las normasl sanitarias. Y a esos quejosos que se hacen mala sangre con la humanidad les respondo que el ser humano es kamikaze por naturaleza. Maneja borracho. Se va a hacer la guerra. Fuma. Bebe. Todo a sabiendas de que está mal.

Mi conclusión es: nos hemos empeñado en cuidar a los viejos, a los jóvenes. A la sociedad. Y puede que quizás, y solo quizás, ellos no quieran ser cuidados. ¿Quiénes somos nosotros para pedirle a un viejo que está sano y que, tal vez no le quede mucho de vida, que no salga de su casa durante un año? Cada vez creo más que los filántropos experimentan un placer ligado al poder de ayudar. Russell habla de afán de poder y de vanidad.

Lo vemos en especial con los periodistas estrellas que denuncias causas. Me gustan que lo hagan pero… ¿qué pasa cuando sus carreras profesionales despegan gracias a esas buenas acciones? ¿No entra la vanidad en juego? ¿El deseo por ser venerado? Y esto nos lleva a pensar en aquellas profesiones que son apasionantes y complejas. La ciencia y el arte.

El aplauso es secundario para el verdadero artista

A la gente que no concibe que se realice cualquier actividad si no hay dinero de por medio, esta maxima le cuesta. Esto aplica a los verdaderos escritores. Y al sastre. E incluso a un plomero. Aquellos que trabajan por el mero hecho de intentar hacer las cosas bien. Como el carpintero que quiere hacer un bonito mueble. Por supuesto que necesita el dinero pero hay también un amor al esfuerzo y quizás una adicción a querer ver algo bien hecho. Y recuerdo otra vez a Natalia Guinzburg de Las pequeñas virtudes que nos hablaba del amor al trabajo por el mismo interés por hacer cosas bonitas, independientemente de su compensación o justicia. Esa idea me parece maravillosa  Y esto me conecta con lo siguiente:

Todo es potencialmente interesante

Russell nos pide que “tengamos una reacción amistosa” con las cosas. La idea es buena aunque, como siempre, intuyo que es difícil cuando nos tenemos que afrontar a los problemas graves de la vida. Aun así, es un buen consejo.  Desarrollar pasiones (las hay muy baratas) da verdadero placer y lo recomiendo en estos tiempos de pandemia.  Sin embargo, volviendo a científicos y creadores, hay un reconocimiento que tiene el científico que no tiene el artista. El primero es feliz y el segundo sufre (esto a ojos de Russell).

Yo no pienso igual.

Sí pienso que el creador está más jodido. El científico no tiene que dar explicaciones, el segundo, muchas. Quizás el problema sea que el artista a menudo necesita “prostituir” su arte para subsistir. Tiene que apelar al cinismo. Desdoblarse. Y seguir dando explicaciones. O ponerse a exponer que también es un trabajador que necesita pagar sus facturas. El vínculo entre el artista y el dinero es complejo y no está resuelto. El científico lo soluciona fácil pero el creador lo tiene complicado. Ya he hablado de esto en numerosas ocasiones, ene especial en Arte y economía: una mirada desde la historia y la filosofía.

Los moralistas aburren

Es interesante el camino de Russell porque llega a los mismos preceptos que el moralista pero por otro sendero. Mucho más interesante. Se trata de hacer el bien porque hay un “estado mental” que acompaña (esta idea se a roba al filósofo G.E Moore). Por eso él habla de egoísmo, incluso en los actos más altruistas, y no lo ve como algo malo sino como el motor de las relaciones humanas. Incluso en el amor hacia el otro, nos gusta pensar que el otro nos quiere y al mismo tiempo es feliz con nosotros. Necesitamos de alguna manera que el otro, al que amamos, busque su felicidad. Nadie quiere tener un mártir o un moralista al lado. Creo que Russell es honesto en esto. De alguna manera, desenmascara al moralista que hoy en día está tan presente en nuestras vidas. Y señores, Russell tiene razón en esto. Los moralistas aburren. Dan pereza. Prefiero quedarme con esa bella idea de hacer las cosas buenas, bellas y útiles por el simple placer de verlas y crearlas. Más modesto. Menos rimbombante.

Y terriblemente honesto.

(*) Para más información sobre la obra y vida de Bertrand Russell pueden leer esta magnífica semblanza de Manuel López Pellicer. Bertrand Russell: centenario de Principios de la Matemática.

Y a tí ¿te ha ayudado la filosofía en tus problemas personales?

Para leer más Bertrand Russell sobre la felicidadLos niños y la naturaleza: algunos libros que recomiendoUn viaje por algunos cuentos maravillosos y sangrientosEntender la economía a través de las novelasKit de supervivencia en tiempos de pandemia

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Published on March 25, 2021 04:11