Silvia Zuleta Romano's Blog, page 9

September 27, 2022

De prólogos y otras hierbas

Hace poco me pasó algo tremendo: leí el peor prólogo de mi vida. No voy a nombrar al autor o autora porque está vivo y no me gusta hablar mal de la obra de alguien. Solo puedo decir que ese prefacio fue abyecto, autorreferencial, largo, mal estructurado y, lo peor de todo, con ¡autocitas! En condiciones normales, soy una gran lectora de prólogos, me gustan, me suman, me atraen, -tanto si son del mismo autor como si están hechos por un tercero- y en este caso, como una incauta me leí un prólogo infumable que ocupaba prácticamente la mitad del libro. Hoy quiero hablar de diversos prólogos y además te voy a contar cuáles son mis preferidos, aquellos hermosos que se te quedan en la memoria y en el corazón.

Los prólogos ¿qué son?

En realidad, no necesito ir al diccionario. Los veo todo el tiempo. Para mí son una introducción a la obra. Es un comentario que la sitúa en su contexto. Puede ocupar una página, cinco o medio libro. En esta definición, yo incluyo a la subcategoría del “Estudio preliminar” que es un prólogo un poco más “técnico”. A veces son más sesudos pero, aun así, para los que no somos expertos en teoría literaria, nos suma.

Pero vayamos al diccionario María Moliner para confirmar nuestros prejuicios en torno a los prólogos.

Viene del latín, en el teatro griego y latino era el discurso que se daba antes de la obra. También se lo define como “acción o relato breve, independiente de los de la obra misma”.

Casi todas las definiciones rondan lo mismo pero mi preferida es: “Cualquier cosa que precede inmediatamente a otra…”.

Me gusta porque engloba muchas cosas diversas.

Aun así, no me quedo satisfecha y sigo buscando. Quiero saber más. Consulto a Borges, que algo sabe de esto, y nos dice lo siguiente a propósito del prólogo a Reposo de Elvira de Alvear.

“Considero que la función del prólogo es entablar la discusión que debe suscitar todo libro, y evitar al lector las dificultades que una escritura nueva supone.”

Y continúa más adelante:

“en el libro común, el prefacio no tiene razón de ser, es un mero despacho de cortesías; en el excepcional, puede ser de alguna virtud” (p.93)[1].

Bien. Pero sigamos. ¿Por qué este pedazo de texto a medio camino entre apéndice y extremidad despierta tantas pasiones? Conozco gente que los odia y se los salta, con la típica frase de: “no quiero que otro me cuente el libro”.

Hay una especie de indignación u orgullo en reconocer que alguien sabe más que tú y te lo puede contar. Me los imagino a estos antiprologistas como grandes enfadados gritando a los cuatro vientos ¡Cómo se atreve! ¡Qué tupé!

Yo les tomo sus dudas pero discrepo con esta gente. A mí los prólogos me sirven. Se trata de un tema de confianza. Digamos que confío y creo en el prologista. En especial, si sé poco sobre el contexto de la obra o sobre el mismo autor. Incluso funcionan también como una sinopsis ampliada ya que pueden definir, o no, la compra de un libro.

En última instancia un buen prólogo —como los trailers de las películas al ir al cine—, te salvan de un mal libro. Aunque es raro el caso de que un buen prólogo preceda a un mal libro. También puede pasar al revés, un mal prólogo puede lograr el efecto deseado: dan más ganas de leer la obra.

Un apéndice interesante

Lo que me atrae de la idea del prólogo es que sea algo que no pertenece a la obra pero está ahí: cerca. El prólogo es extranjero. Pero depende de ella para sobrevivir. Digamos que hay una simbiosis. En rigor, no puede existir un prólogo sin obra. Es como algo que sobresale, que no pertenece. Siempre pienso que en esos apéndices, como en los epílogos, los índices analíticos o las notas al pie, está lo verdaderamente interesante. Quizás es una quimera. Una esperanza. Siempre pienso que hay algo escondido en los prólogos porque son como extremidades de un torso-obra-protagonista que, quizás furiosos y egocéntricos, pelean por ocupar un mayor lugar que el que les corresponde. Es como el actor secundario, debe ensalzar al autor, nunca opacarlo.

¿Qué le pido a buen prólogo?Que no sea autorreferecial (ya lo dije pero lo repito).Que no sea demasiado técnico. Puede estar bien documentado pero al mismo tiempo tener un lenguaje asequible.Que no destripe demasiado la trama. He leído prólogos que te cuentan demasiado, incluso algún final o moraleja. Estos prólogos son como niños pequeños que reclaman atención y lo logran adelantándose a la obra. Son como esos chicos chivatos que corren a contarte una novedad que no soportan mantener en silencio. En el fondo, quieren ser protagonistas.Que no sea escrito por un amigo del escritor. El prologuista amigo ya es sospechoso.Que, en lo posible, haya una distancia en años y geografía entre prologador y prologado. Lo ideal es que uno de ellos haya muerto. En rigor, es deseable que el autor haya muerto hace mucho tiempo (al prologuista lo necesitamos vivo, al menos para escribir el prólogo). Me detengo en este punto: si la muerte es reciente ya estaremos en manos del sentimentalismo y la subjetividad de sus contemporáneos. Mejor que sea una muerte lejana.

Dicho esto, no es necesario que el prólogo lo escriba un tercero. Casi prefiero un buen prólogo escrito por el mismo autor que un prólogo moñas escrito por un amigo. Me banco el prólogo del editor de la obra o del traductor porque pueden aportar un poco del detrás de escena. Te cuentan la cocina, los orígenes de la obra. El proceso.

¿Cuándo leer un prólogo?

A menudo, lo más interesante de un artículo son los comentarios de la gente. De alguna manera, ese texto puede ser concebido como el prólogo involuntario de los aportes de los lectores.

Hay prólogos que te dicen tanto que es mejor leerlos al final de la obra. Yo soy muy de transformar los prólogos en epílogos. Me gusta mucho leer sobre un libro que ya he leído. En ese sentido, el prólogo cobra importancia a posteriori así como las críticas de otros lectores. Y en ese sentido, podemos transformar en prólogos textos que, a priori, fueron concebidos como obras en sí mismas.

En este caso, si leo el prólogo al final, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Quién prologa a quién? ¿No será que la obra prologa al prólogo? Y puede que esta sea la gran tragedia de esta creatura. El perder el estatus de texto y transformarse en mero prólogo.

Para mí no sería bajar de categoría pero la gente tiene mucho ego y prefiere ser el cantante del concierto principal y no el telonero. Lo bueno es que el autor de la obra nunca sabrá si fue prólogo o prologado. Es, al fin de cuentas, una tragedia que sucede sin que nadie se entere. Es como un dolor que no existe, que es silencioso. O un dolor que no tiene doliente. Está ahí pero no hay nadie para que lo experimente. El torso deviene extremidad sin que nadie lo note excepto el lector que también es ajeno a ese drama porque a los lectores no les importan estas cuestiones banales.

Los prólogos ficcionales

Pero centrémonos unos minutos en aquellos prólogos escritos por el mismo autor en clave ficcional. Estos prólogos son raros. No hay que saltárselos porque se pierde la esencia de la obra.

 Un ejemplo, maravilloso: el “Prólogo indispensable” de Leopoldo Marechal en Adan Buenosayres, para mí de los mejores prefacios jamás escritos, en especial, porque ese narrador se confunde con el autor y es un especie de juego divertido. Y ya que estoy, aprovecho para decir que el Liminar de Piglia que aparece en la edición de Fondo de cultura económica es excelente y entretenido, tiene todo lo que le pido a un prólogo: que esté bien escrito y que me aporte algo del contexto, detrás de escena y alguna anécdota personal. El prólogo de Piglia para mí es una obra artística.

Prólogo indispensable de Adán Buenosayres.

Otro prólogo ficcional es El ruletista de Mircea Cărtărescu que abre su libro Nostalgia (Impedimenta, 2014) . El narrador se confunde entre la ficción y la realidad. Intuimos que es el propio autor y, como Marechal, juega con el lector. En este caso, hablamos de un prólogo-cuento que abre esta colección de historias.

Prólogos de gente afín

Hay otra categoría de prólogos que me encocoran y me crispan un poco: suceden en esas traducciones hermosas de obras maestras extranjeras, prologadas por un local. Peligroso el asunto. Por ejemplo, veo una obra magnífica de una grosa feminista de habla inglesa y se me cae el alma a los pies cuando esa bonita edición está prologada por la feminista local de turno. Y entonces, se me arruga la frente y se me quitan las ganas de todo. Son prejuicios pero pienso que la feminista de moda no sabemos si va a perdurar, entonces, me parece que se torna medio banal el asunto. Me da todo reclamo comercial para vender más a costa de una causa noble. Quizás no es esa la intención pero eso parece.  Pero no pasa solo con el feminismo, a menudo con los libros políticos o de no ficción sucede algo similar. Hemos visto a varios políticos prologando a otros políticos o a escritores a fines prologando a autores con posicionamientos políticos claros. Lo entiendo y no lo condeno pero como lectora no me suma.

Y se parecen a menudo a la siguiente categoría de prólogos: los que son meros reclamos comerciales.

El prólogo de alguien más famoso

Cada vez más vemos libros cuyas cubiertas llevan el subtítulo de: “Prologo de Menganito”. En este caso, el prólogo de alguien de mayor talla funciona como un elemento de propaganda. Quizás es un acuerdo del editor con algún otro autor de su catálogo. Lo desconozco pero en este caso, ya sospecho. Y me suelo saltar estos prólogos, o los leo con curiosidad y extrañeza porque quiero saber cómo es una loa de escritor a escritor.

Lo mismo pasa con los textos de la faja esa que va en los libros. Desconozco si los prólogos se cobran. Recuerdo que yo escribí prólogos para terceros. Eran prólogos más técnicos y siempre eran anónimos, incluso no sé si fui negra de prólogos, he escrito prólogos que han firmado otros. Fíjense lo bajo de mi escalafón. Era la ghostwriter de prólogos. En cualquier caso, a mí me gustaba hacerlo porque me encantaba escribir cualquier cosa y me daba igual quién firmara.

Los prólogos de los biógrafos e historiadores

Para mí estos son los mejores prólogos. Hacen verdaderas maravillas porque te cuentan detalles jugosos sobre la obra que han investigado. Recuerdo con verdadera pasión el prólogo de la biografía de Maynard Keynes hecha por Robert Skidelsky. Allí nos contaba en primera persona, no solo sus dificultades para obtener información sino que reflexionaba sobre el tiempo y la capacidad de hacer buenas biografías cuando la familia y los amigos estaban cerca. Esa mezcla de ensayo, crónica y  reflexión fue perfecta para entrar en su obra.

Otros grandes prologadores son los traductores de la obra que conocen tan bien el texto que se han ganado su lugar: por ejemplo, Marian Ochoa de Eribe tiene hermosos y clarificadores prólogos de la obra de Mircea Cărtărescu. Me aporta que una española experta en literatura rumana me cuente por qué hay que leer a este escritor. Los traductores siempre son candidatos naturales a buenos prologuistas. Pasa lo mismo con las notas del traductor Sanz Irles en La tierra baldía (Olé Libros, 2022). Ya lo dije en La guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y Maynard Keynes y me repito. Estos prólogos son altamente interesantes para los lectores. Siempre queremos saber por qué es importante ese libro y, básicamente, por qué lo estamos leyendo. Ellos lo saben y nos lo cuentan.

Prólogos que son clases magistrales

Cuando hablamos de antología, la presencia del prefacio, introducción o prólogo es casi es indispensable. De alguna manera, el editor debe explicar al lector porqué ordena ese material de esa forma y porqué ha elegido esos cuentos. El trabajo de curación se puede tornar en sí mismo obra de arte. Para mí, esto es muy importante porque no soy una intelectual ni tengo formación literaria, entonces que alguien que sabe más que yo, de lo que sea, me haga una selección y me explique por qué cree que es importante, me sirve.

Hay gente que se enoja con esto. No es mi caso. Valoro mucho las antologías de lo que sea cuando están bien prologadas. Justamente por el trabajo previo de curación. Cuando veo un libro que pone “Cuentos completos de xxx” o incluso ediciones baratas que son antologías sin prólogo, no presto atención. Me parece que ahí no hay un trabajo cuidadoso con la obra.

Yo siempre quiero saber por qué el editor de turno hizo esa selección. Además, pienso: no necesito leer TODOS los cuentos de un autor. Necesito leer LOS MEJORES. Y entonces, en ese caso, una buena selección hecha por un experto en el tema es recomendable. En este terreno tengo dos prólogos que son libros en sí mismos para recomendar. 

Un buen lector valora los prólogos en los que se puede aprender algo más del género en cuestión. Es el caso por ejemplo del excelente trabajo de Introducción. Las hijas de Metis escrito por Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz Garzón publicado en Insólitas (Páginas de Espuma, 2019) la antología de literatura fantástica escrita por mujeres. Realmente es un racconto interesantísimo sobre la evolución el género en Latinoamérica que suma mucho a los que no somos licenciados en letras ni estudiosos del tema. Otra magnífica introducción, erudita y muy completa, es la que aparece en Cuentos de hadas de Angela Carter (Impedimenta, 2016)). Es increíble todo lo que se aprende sobre los mitos y los cuentos maravillosos con estos dos libros y sus prefacios.

Otro prólogo memorable, en especial para las inútiles como yo que saben poco de poesía, fue el de Ernesto Hernández Busto a La tierra baldía, que ya conté que fue una guía útil para entender y disfrutar de este poema. Es un faro impecable de cada capítulo del poema que, sumado a las notas del mismo traductor Sanz Irles, realmente enriquece la experiencia de leer este poema. Fíjense la distancia que hay entre los prologadores y la obra. Casi 100 años. El tiempo perfecto para que nadie salga herido.

Quiero mencionar, por erudición y buen escribir, el prólogo de Jorge Guillén a las Obras completas de García Lorca en edición de Aguilar (1955).

“Hondo, el caudal. Dentro del hombre latía su infancia”.[2] (p.xvi)

Este prólogo embellecido, cuenta con capítulos y fotos y una prosa que es puro arte.

Los prólogos no escritos

Vivimos en la época de los prólogos y epílogos. Toda obra es susceptible de ser comentada y, quizás estos prefacios devienen más importantes que la obra misma. Se tornan protagonistas y escapan de su rol secundario.

Pero hay otra clase de prólogos menos visibles.

Son aquellos que no se escriben.

No existen y no se leen pero posibilitan que exista la obra.

Puede ser la soledad necesaria.

El silencio previo a la escritura.

Un dinero guardado para poder comprar tiempo.

Una caminata rápida que ordena las ideas.

La ducha. Los viajes en tren. La charla con alguien.

Un espacio confortable. O, quizás, algo incómodo.

Las decepciones. Los olvidos. Los recuerdos de lo necesario.

Marguerite Duras cuenta que compró su casa previo a su “locura por la escritura”. Fue necesario construir ese espacio para luego dedicarse a los libros. El prólogo de su escritura fue aquella casa en Neuphle-le-Chateau.

Me gustan los prólogos y los epílogos pero no dejan de ser apéndices de algo más grande. Se pierde el misterio, se traza un recorrido que viene delimitado, hay menos libertad en la escritura de un prefacio. Hay algo que tiene el escribir que es sublime y que ningún prólogo ni epílogo podrá superar: y es el empezar desde cero en la más absoluta soledad y libertad. Con el vértigo de no saber a dónde ir. Mirando a ciegas. Construyendo en el camino con los sentidos medio cercenados.  Marguerite Duras nos dice:

“Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de la nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar”. (p.22)[3]

Amén.

Y tú ¿lees prólogos? ¿Hay alguno que te haya dejado cautivado o que te haya aburrido soberanamente? Te espero en los comentarios.

[1] Borges, Jorge Luis. Textos recobrados. Sudamericana. 2007

[2] Lorca, Federico. Obras completas. Aguilar.1955

[3] Duras, Marguerite. Escribir. Tusquets. 1994

Para leer másDe prólogos y otras hierbasEl silencio y la miradaTorres de Babel: una entrevista con el fundador de The UntranslatedPor qué no me gusta el veranoEl manuscrito Voynich quiere escapar

La entrada De prólogos y otras hierbas se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 27, 2022 02:06

September 11, 2022

El silencio y la mirada

Hoy hablamos de nuestra mirada y de lo que observamos según nos movemos. Y del silencio que conforma espacios de creatividad y es además un privilegio. ¿Está la tecnología moldeando nuestros lenguaje y la forma en que miramos?

Lo chiquito que no vemos

Cuando miro la calle al cruzar, doblo el cuello hacia los lados. Me duele porque lo hago fuerte. Necesito ver bien. No sé por dónde pueden venir los autos. Cuando salgo a correr, incluso miro detrás de mí. Me altera mucho no saber lo que está sucediendo a mis espaldas. Es desquiciante. Me pasa también cuando hago marcha atrás. No me fío de los espejos retrovisores y además yo sé que hay un punto ciego. Un pequeño espacio de silencio en la vista que se ausenta por un segundo. En ese punto, nada existe porque no lo vemos.

Lo que veo y dejo de ver, condiciona mi ánimo, me pone alerta. Y me pasa algo.

Hay dos cosas que no veo bien. O más bien, que nadie ve.

Las cosas demasiado pequeñas  y las demasiado grandes.

Creo que para las pequeñas hay alguna solución. ¿Un microscopio? Tal vez. Cuando funciona, vemos otra vez un nuevo paisaje. Allí donde había una gota de sangre, un tejido, un ALGO concreto y unido por células, se convierte en miles de moléculas que, no sabemos bien por qué, están juntas.  

¿Por qué han decidido unirse en un ALGO susceptible de ser nombrado? Y ese ojo de avispa que te mira porque ya está pensando en picarte, en realidad, visto de cerca, de muy cerca, son miles de ojos que nos están mirando.

Entonces, pasa algo mágico. Ese ente desaparece y ya son muchos. La vista se modifica porque es capaz de pluralizar las cosas. Donde había UNO, empieza a haber MUCHOS y a mí eso siempre me ha parecido inquietante.

Somos muchos más de los que creemos.

Avispa con sus ojos.El ojo de la avispa son muchos ojos

Y entonces vuelvo a pensar: menos mal que no lo veo todo.

Agradezco no ver las cucarachas que caminan en ese restaurant que a veces voy. Y celebro mi ceguera para las cosas feas. Dejar de ver cosas también nos permite vivir. Nadie quiere verlo todo.

Hay otro asunto más problemático.

Lo gigante se vuelve invisible

Cuando algo es tan grande, tampoco lo vemos. Esto me asusta aún más. Creo que la escritura y la filosofía tiene que ver con eso. Poder poner palabras a aquello que vemos todos los días pero no somos capaces de nombrar. Cuando algo es tan grande y ocupa tanto espacio, no lo aprendemos. Y entonces llega el silencio.

Si no se nombra, no existe.

Y cuando alguien, un poeta, un matemático, un filósofo, da con la clave, experimentamos algo parecido al placer o al éxtasis. Fíjense en este poema de Alejandra Pizarnik[1]:

(…)

*

Los bordes de silencio de las cosas

Lo callado que recorre la presencia de las cosas

*

Estos ojos

Solo se abren

Para evaluar la ausencia

*

Quien me perdió

En el silencio fantasma de las palabras

(p.309)

Cuando funciona un poema, no hay nada más que agregar. Se justifica por sí solo y queda estéril la pregunta ¿para qué sirve la poesía?

La poesía ES ante todo y no necesita explicación.

Un poema es capaz de nombrar aquello de lo que tenías alguna certeza pero no podías traerlo a la conciencia. Puede que la literatura o la filosofía, quieran traer de la ultratumba todo aquello que ya está y, que cuando emerge, es como despertar de un gran sueño.

Creo que todos andamos medio dormidos por la vida.

Deambulamos sonámbulos y caminamos sin rumbo. Y de pronto alguien nos sacude y nos dice que algo que sabemos, quizás es verdad.

Y por alguna razón, misteriosa, eso es hermoso.

Esa cosa llamada silencio

“Quiero escribir una novela sobre el silencio, le dice Hewet a Rachel en Fin de viaje[2] de Virginia Woolf. Pero la dificultad es inmensa, agrega.

Pero, ¿de dónde proviene el silencio? ¿Cómo se crea? ¿Cuál es su razón de ser? ¿Qué materia misteriosa lo conforma?

Todos vemos. (Menos lo que no pueden ver). Pero aquellos que ven, quizás no puedan traducir a palabras lo que capta el ojo. En efecto, ya en nuestra forma de ver, recortamos con creatividad. Y ya no digo qué recortamos. No quiero ni ponerle palabras a aquello. Algunos lo llaman REALIDAD. Miren qué puñetero es el ojo que capta cosas únicas según el dueño que los lleve puesto.

La literatura es el caso más palmario. Cuando posamos la vista en un texto que nos cautiva, lo hacemos nuestro. Lo vemos con NUESTRA mirada. Porque el lector, aloja las pausas y los silencios donde quiere. Y porque en el fondo maneja el tiempo como le da la gana.

El escritor hace lo mismo. Yo siempre digo que los libros ya están escritos y solo nos falta ir soltando lastre con algo de elegancia. Y pienso que la tarea del escritor también es colocar silencios en todo ese masacote de ruido pegajoso que inunda nuestra cabeza.

Yo voy soplando por entre las palabras y según soplo, meto aire y el aire es espacio. Voy ubicando pausas y mutismo en ese torbellino de palabras.

Pero hay otro aspecto: cuando contemplamos una obra de arte, quizás lo hacemos callados porque nos parece que así nos va a llegar toda su esencia.

“Ese silencio llena de luz el acto mismo de la contemplación. Se trata de un silencio necesario para que las pinturas hablen y el espectador pueda oírlas y, al hacerlo, se oiga a sí mismo.”[3] (p. 9).

Y volviendo a la escritura, el silencio de la escritura es necesario y es un privilegio, como nos recuerda,

Tillie Olsen en su ensayo Silencios (Las afueras, 2022).

Alejarse para ver mejor

Otros usos del ojo puñetero. Puedo ver un cuadrado si está a una distancia media, prudente. Pero ¿qué pasa si el objeto está muy cerca o es muy grande (que sería lo mismo) que soy incapaz de ver sus contornos?

Pues, que no soy capaz de verlo.

Y entonces, es probable que piense que no existe.

Escribir es alejarse. Es intentarlo. Quizás es una quimera.

Dice Berger: “siempre miramos las relación entre las cosas y nosotros mismos” (p.14)

Los economistas hacen lo mismo. Siempre hablan de ratios y relaciones entre las variables. Nada tiene sentido cuando hablamos de magnitudes absolutas.

¿Un cinco? ¿Un mil? ¿Qué son sino números que flotan sin sentido?

Necesitamos situarlos. Situar es relacionar. Es hablar con fracciones. De alguna manera, cuando vemos, hacemos lo mismo.

Vemos relaciones. Quebrados. Imágenes que hablan entre sí. Se parten en dos o en tres.

Vemos en quebrados.

Fraccionamos para poder entender.

El borde es el límite de algo

A veces queremos escribir sobre aquello que todos ven pero no se habla. No es mala voluntad es solo que aquello a veces es tan grande que no podemos verlo ni verbalizarlo. Y quizás, aunque no seamos capaces de ver los vértices y contornos de aquello inmenso y mastodóntico, podemos imaginarlos. ¿Estarán? ¿Por dónde andarán? Y entonces, una vez que los descubrimos, sea porque hemos podido alejarnos o porque hemos sido capaces volvernos muy grandes (que es lo mismo), quizás podamos dar el siguiente paso: imaginar qué hay más allá de esos bordes y tal vez eso pueda significar que somos capaces de pensar en otros mundos posibles.

Pero primero habrá que observar el contorno. El límite. El borde.

A día de hoy, nadie es capaz de imaginar esos otros mundos porque nadie es capaz de ver los contornos de su propia vida. Quizás da miedo pensar que nuestra vida tiene unos bordes donde más allá solo está lo desconocido.

Sentimos que no podemos escapar. Los economistas se devanan los sesos, los filósofos, los ciudadanos y, a lo máximo que llegamos, es a escribir distopías porque nos parece que la distopía tiene que ver con aquello que estamos viendo y NO nos gusta. Yo quiero imaginar una utopía. Me parece más valiente situarse en el bando de la imaginación y la exploración.

La tecnología cambia nuestra forma de ver

A veces me pasa que siento que el agua sabe distinto si la tomo de una botella de plástico o de vidrio. Algo tiene el vidrio que me da placer. Quizás es esa frescura que tiene cuando lo tocamos y cómo se pone todo lleno de vaho y gotas cuando está bien frío. Posiblemente eso nos condiciona. Siempre nos parece que el plástico está caliente o que huele mal y entonces el contenido cambia.

Ya decía John Berger en Modos de ver que la invención de la cámara había revolucionado la manera en que por ejemplo, la gente miraba los cuadros. En cada reproducción de la obra pasaban cosas que no pasaban con el original. La obra ahora viaja y no es el espectador el que lo hace. En literatura esto ya venía sucediendo pero las redes sociales como medio, determinan el mensaje. Lo moldean y entonces parece que vemos distinto. Yo siento que miro de otra forma. Incluso mis ojos se ven somnolientos cuando pasan de la pantalla al mundo analógico.

Cuando escribo en redes sociales reacciono de forma distinta. Quizás nos alteramos más o vemos que todo se polariza. A mí me asusta nuestra capacidad para ver SOLO lo que nos gusta. Cuando opera el algoritmo ya él mismo se encarga de tapar lo que no queremos ver (y exaltar lo que apoyamos, transformándonos en unos hooligans de nuestras propias palabras). Vemos diferente porque nos hacen ver diferente y, cuando lo hacemos, actuamos de otra manera.

Ya lo advertía Guy Debord[4] hace más de cincuenta años cuando auguró y describió la sociedad del espectáculo en donde el medio, es al mismo tiempo, el fin. Y además, “no quiere llegar a ninguna parte”. En redes sociales, nos transformamos en espectáculo. Dejamos la esfera individual y somos entes sociales que se metamorfosean según el medio en el que se expresen.   

Somos el vaso y somos el agua.

Y en este juego de transformación del yo, perdemos la noción de quienes somos realmente. Yo me pregunto todo el rato, ¿quién es el YO verdadero? ¿El de las redes, el del teléfono, el de las fotos?

Volviendo al algoritmo que nos oculta y nos muestra a su antojo, que es un antojo económico y a la postre, el antojo de alguien que está detrás y tiene su propia agenda, solo puedo decir que me rebelo ante ello. Y aun así, sucumbo como todos. Y mi mirada quizás ya no es más cristalina. Tiene un vicio. Un sesgo. Está mediatizada.

Depende de nosotros luchar contra ello. Y abrir espacios de libertad.

¿Dónde podremos encontrarlos?

[1] Pizarnik, Alejandra. Poesía completa. Lumen. 2004 (Aproximaciones)

[2] Woolf, Virginia. The voyage out.  Kindle version. La cita completa en inglés es la siguiente: “I want to write a novel about Silence,” he said; “the things people don’t say. But the difficulty is immense.” He sighed. “However, you don’t care,” he continued. He looked at her almost severely. “Nobody cares. 

[3] Eulalia Bosch en el prólogo al libro de Berger, John. Modos de ver. GG. 2000

[4] Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. La marca editora. 2018.

Para leer másEl silencio y la miradaTorres de Babel: una entrevista con el fundador de The UntranslatedUn paseo por mi Solenoide particular (2)Un paseo por mi Solenoide particular (1)Cambiar el futuro empieza por cambiar la conversación

La entrada El silencio y la mirada se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 11, 2022 07:24

August 17, 2022

Torres de Babel: una entrevista con el fundador de The Untranslated

Hoy les traigo una entrega especial. Por primera vez en español, un diálogo con Andrei, fundador de The Untranslated, uno de los blogs de referencia en obras maestras que aun no han sido traducidas al español. De la mano del escritor George Salis que lo entrevista, descubrimos interesantes recomendaciones y reflexiones de un políglota muy particular. Disfruten.

Por qué la entrevista

Los que son visitantes asiduos de este espacio, saben que inauguré una nueva sección dedicada a traducciones pequeñas de cosas curiosas que veo por ahí y que creo que pueden interesar a mis lectores de habla hispana. La sección se inauguró con el apasionante relato que tuve el honor de traducir y compartir con ustedes de Ariadne Birnberg sobre la vida de su abuela, Naomi Bentwich, mecanógrafa de Las consecuencias económicas de la paz de Maynard Keynes. Para mí fue un placer poder acceder a este material y ofrecerlo en exclusiva en español para ustedes.

Hoy vengo con algo diferente. La entrega de hoy está dedicada a Andrei, creador de The unstralated, uno de los sitios de referencia en reseñas de libros que NO se han traducido al inglés. Andrei, procedente de la ex Unión Soviética, nos cuenta en esta entrevista sus motivaciones y sus pasiones literarias. Para mí, su espacio es una invitación siempre a descubrir obras maestras de la literatura. Creo que muchos de los libros que recomienda, no están traducidos ni al español. Quizás en el futuro alguien se anime a crear algo similar en nuestro idioma (o tal vez ya existe). Pero su espacio es mucho más que un refugio de reseñas, sino que son verdaderos ensayos sobre los libros que lee. Incluso, mantiene un diario de algunas de sus lecturas más desafiantes.

¿Por qué quiero ofrecerles esta entrevista? Porque, en muy poco espacio, Andrei, entrevistado por el escritor George Salis en su espacio The collidescope, nos despliega toda una gama de inquietudes que tienen que ver la con la literatura, con la traducción y con lo que esperamos de una obra literaria. Las inteligentes preguntas de George Salis, que ha entrevistado a escritores de la talla de Mircea Cărtărescu o Salman Rushdie, sacan lo mejor de Andrei y nos invita a sumergirnos en un mundo fascinante de obras maestras que no podemos dejar de leer.

Quiero agradecer especialmente tanto a Andrei como a George Salis por permitirme traducir esta entrevista que espero que disfruten. Pero antes, unas palabras a modo de introducción sobre el asunto.

Los sinuosos caminos de la obra traducida

Cuenta Andrei, en su artículo dedicado al quinto aniversario de su blog, que su fascinación con la literatura llegó de la mano de un profesor de la Universidad de Stanford que les hizo leer la poesía de García Lorca en español. Algo pasó cuando fue capaz de acceder a una obra literaria en su idioma original. Con ese propósito, se propuso aprender varios idiomas para poder acceder a obras maestras, así aprendió a leer en español, francés, italiano, rumano, alemán, entre otros. No solo eso: Andrei tiene un método para aprender a leer en idiomas extranjeros que lo cuenta en su blog y recientemente ha abierto varios clubs de lectura en estas lenguas para todos aquellos que quieran leer obras complejas en su idioma original.

Me pareció fascinante su historia cuando llegué a él a través de su magnífica reseña de Solenoide y fue allí en donde empecé a reflexionar sobre las traducciones. Ya dije, a propósito de esta obra en Un paseo por mi Solenoide particular, que el trabajo de traducción me parecía asombroso. Claro, yo no hablo rumano. En realidad, no puedo juzgar la calidad de la traducción pero tengo que decir que cuando Marian Ochoa de Eribe (su traductora en español), escribe, nos olvidamos que existe. Para mí es un elogio porque parece que cuando narra no estamos en España, siento que sigo en Bucarest y al mismo tiempo, ella desaparece y su españolidad no se nota. Si se perdieron cosas en el camino, nunca lo sabré, como tampoco sabré cual fue el cosmos que el autor quiso transmitir pero debo decir algo: al menos en esta obra, el trabajo es monumental. ¿No les parece que, quizás, es más difícil traducir un libro como Solenoide que escribirlo?

El trabajo del lector en la construcción de la obra de arte

El otro día se debatía en Twitter sobre si era el lector el menos pasivo de los receptores culturales y lo comparábamos con el que mira una serie. A mí me parecía que requería menos esfuerzo consumir un producto audiovisual que leer un libro. De alguna manera, el lector reconstruye un universo que es único en su cabeza. Es como si el escritor solo marcara un sendero difuso que el lector termina de completar. Requiere de un esfuerzo por parte del lector y siempre hay equívocos, en el buen sentido de la palabra. Un abismo hermoso que se abre entre el que escribe y el que lee.

Eso es la literatura, ese espacio de azar.

En un momento de la entrevista, Andrei habla de esto y se pregunta justamente si no es el cine un mejor medio para transmitir ciertas ideas. En especial, las que tienen que ver con el subconsciente. Quizás la literatura falle en eso de querer llegar a mucha gente, en su narrativa, en querer cambiar las cosas. Puede que haya medios superadores en intentar construir un futuro. Otros mundos posibles. ¿Es mejor la danza, la música, el cine? Y este asunto, me desvela. Tengo que seguir pensando. Porque algo tiene la literatura.

Algo tiene que haber.

Tal vez es eso: su “ineficiencia” en relación a otros medios. Requiere de receptores activos. Proactivos. La literatura abre espacios de incertidumbre. Y de espera. Y de volver a leer para comprender. De pausa. De espera.

Las motivaciones del autor, sean cual sean, se desvanecen ante la mente única del receptor. En realidad, ¿qué me importa a mí lo que el autor haya QUERIDO decir? Lo único que importa es la obra que tengo delante.

Ese grado de incertidumbre que se da en la obra artística tiene diferentes gradaciones, por supuesto, dependiendo del tipo de disciplina. Pero aventuro una hipótesis (que sujetaré a revisiones periódicas): en la música, la danza, el cine, el teatro, entre creador y receptor hay menos interferencias. Menos discrepancias, no digo que no las haya, pero son menores. En la literatura estás construyendo un mundo propio con tus propias formas, colores, olores, sensaciones DESDE EL INICIO. O mejor dicho, en su totalidad. Desde los mismos cimientos. Es demasiado el espacio de libertad y “ruido” desde que la obra sale de la mente del creador y aterriza en la del receptor. Y en ese camino, la labor del lector, no sé si es más ardua que la del mismo autor. En ese mismo debate, se dijo, que quizás el intérprete de música supere al lector en ese esfuerzo majestuoso por recrear un cosmos ajeno y transformarlo. Y lo tomo.

Pero luego pienso.

¿Quién supera al intérprete en atrevimiento e impulso? ¿Quién se pone a hombros la obra, la lee, la experimenta, la reproduce en su cabeza y la vuele a escupir?

El traductor.

Miren las grandes obras de la literatura. Un Adan Buenosayres. Un Solenoide. Un Ulises. Imaginen el trabajo de esos traductores. No solo leyeron el material, son autores también. Recrean en su cabeza y según lo hacen vuelven a construir un nuevo mundo.

La literatura, un hermoso malentendido

De alguna manera, el traductor hace el trabajo de los ingenieros. Desarma las piezas. Las analiza. Destroza el cacharro y lo vuelve al armar. Y cuando lo hace, crea otro artefacto. Y hay magia porque ese nuevo artefacto no sabemos si se parece al original. En realidad, es incomprobable para los que no conocemos el idioma original pero claramente crea algo nuevo y por eso es considerado autor. Esa capacidad de crear algo distinto a partir de algo viejo, haciendo de cuenta que solo está “copiando en otro idioma”, es misteriosa. No sabemos el resultado. Tampoco sabemos lo que esperamos. Vamos a ciegas como lectores y solo esperamos que esa nueva obra nos conmueva.

Y lo mágico y absurdo de todo es que, si funciona ese nuevo cacharro, nos pondremos a loar al autor que, ajeno a ese nueva creatura, nos dará las gracias. Cuando, en realidad, deberíamos loar al traductor y a nosotros mismos los lectores por tomarnos el trabajo, también de recrear en nuestra cabeza, aquellos universos que una vez concibió el autor. Y en ese viaje con varias paradas que hace el texto, se transforma y nos encontramos que unos se elogian a otros sin saber muy bien por qué lo están haciendo, porque el autor, que tampoco controla el idioma al que está siendo traducido su texto, no sabe qué ha imaginado ese lector y todos sonríen y se felicitan y yo pienso que la literatura es un gran malentendido pero, aun así, muy hermoso.

Esa necesidad de equívocos e ineficiencias que tiene la literatura, creo que no la tiene otras formas de arte. Ese ese ruido. Los tropezones. Las borrascas. El residuo. Lo inexplicable. Aquello que se escapa del entendimiento. Lo que no tiene fin.

Yo imagino a veces que es como una pequeña traición del texto hacia su autor, que escapa de él mismo y huye en todas las direcciones metamorfoseándose en las cabezas de sus lectores (y traductores). La obra es como un amante que disfruta de esa primera noche con su autor, la unión y el disfrute es total. Se embelezan mutuamente. Se seducen. Remolonean juntos. Murmuran en voz baja. Son cómplices texto y autor como dos crédulos amantes. Pero, a la primera de cambio, desaparece el texto en busca de nuevas aventuras. Y me vienen a la mente estos versos de Kavafis[1]:

El origen

Han satisfecho su placer

prohibido. Y del lecho se levantan,

vistiéndose apresuradamente sin hablarse.

Abandonan por separado, furtivamente la casa; y mientras

caminan algo inquietos por las calles, parece

como si sospecharan que algo en ellos traiciona

en que clase de lecho cayeron hace poco.

Pero cuanto ha ganado la vida del artista.

Mañana otro día, años después escritos serán

los versos vigorosos, que aquí tuvieron su principio.

Buscando la lengua común

No quiero terminar sin hablar del mito de la torre de Babel, la búsqueda del idioma universal que supuestamente Dios nos arrebató porque lo consideró un acto de soberbia por parte del hombre. Quizás la misma idea de traducir de una lengua a otra, sea un atrevimiento más del hombre de buscar equivalencias entre mundos diversos. Wittgenstein plantea algo interesante porque habla de “parentesco”. En su Investigaciones filosóficas, nos recuerda Walter Schulz[2] estas palabras:

“En lugar de aducir algo que sea común  a todo lo que llamamos lenguaje, digo que no hay nada en absoluto común a todos esos fenómenos, gracias a lo cual pudiéramos emplear para todos la misma palabra, sino que están emparentados unos con otros en formas muy diversas. Y a causa de ese parentesco o parentescos los llamamos a todos ‘lenguajes’”.

Tal vez la traducción se trate de, más que buscar equivalentes, reproducir un contexto y traerlo a nuestra lengua. Y por eso digo que los traductores deben tener muchas de las dotes del escritor. Deben construir un universo, trasladarlo y no simplemente “convertir palabras”.

La lengua común puede que nunca llegue a existir pero sí quizás, y solo quizás, podamos crear un “sistema de parentesco” y relaciones que nos lleven a otros espacios lejanos, como caminos que nos transportan. Nos ayudan a transitar, nos dan ese empujoncito para entrar en esos mundos maravillosos que el autor ha creado para nosotros.

De todo esto (y de mucho más), va la siguiente entrevista. Disfruten.

Torres de Babel: Una entrevista con el fundador de The Untranslated

PUBLICADO EL 21 de julio de 2019

Nota del editor: The Untranslated es, sin duda, mi blog favorito. Dirigido por un erudito políglota, el blog consiste en reseñas en inglés de “obras literarias significativas aún no traducidas al inglés.” Así, Andrei, el fundador del blog, hace porosa la barrera del idioma, permitiéndonos a los “monoglotas” que se odian a sí mismos (o a los que sólo tienen unas pocas lenguas dispares) asomarnos a los contenidos de obras maestras literarias extranjeras que pueden o no estar traducidas, y mucho menos ser traducibles. Leer su blog es como leer un cuento de Borges sobre un libro que no existe, y sin embargo existe. Agradezco a Andrei todo su trabajo y que haya accedido a esta entrevista.

George Salis: ¿Por qué cree que el público de la ficción traducida es tan reducido? ¿Se debe a que, para empezar, el público de la ficción en general no es tan grande?

Andrei: El hecho de que este público sea una pequeña fracción de la pequeña fracción de personas que leen ficción es lamentable en sí mismo, pero es algo más que una simple cuestión de declive de la lectura en el siglo XXI. En este caso hablamos de los lectores de habla inglesa, por supuesto, ya que la literatura traducida goza de una considerable popularidad entre los hablantes de otras lenguas, aunque es la literatura anglófona la que más leen traducida. Quizás suene extraño viniendo de mí, pero una de las razones obvias es que hay mucho material bueno escrito originalmente en inglés. Los dos mayores innovadores de la literatura del siglo XX, Joyce y Pynchon, escribieron sus textos de referencia en inglés, y eso es algo a tener en cuenta. Además, tomemos cualquier género como la ciencia ficción, el misterio, el terror o el romance: los principales defensores en la mayoría de los casos son escritores en lengua inglesa. Además, uno se acerca a una obra en el idioma original en sus propios términos, pero con una traducción hay muchas variables. La traducción puede estar mal hecha; puede ser demasiado literaria o, por el contrario, demasiado displicente con el original, lo que sea. Le sorprendería saber cuánto del texto original se omite a veces en la traducción. Es decir, se omiten frases enteras. Y no me hagas hablar del atroz fenómeno de las traducciones abreviadas sin ninguna mención en el libro traducido. Además, hay una cierta incomodidad de sumergirse en un marco de referencia extranjero, y muchos lectores no están preparados para ello. Recibir, por ejemplo, el 0,5% de todas las referencias culturales de un libro traducido del ruso o del japonés puede ser, como mínimo, desmotivador. También es cierto que la literatura traducida no recibe suficiente publicidad. Si los principales medios de comunicación prestaran más espacio a los títulos traducidos, la balanza se inclinaría sin duda.

GS: ¿Qué es lo que hace que una traducción sea fiel y qué importa? ¿O lo único que importa es el arte de la traducción?

R: Ese es el eterno debate de la domesticación frente a la extranjerización[3], así como la ingenua creencia de que es posible alcanzar un equilibrio. Creo que cada caso debe tratarse de forma individual. Soy muy consciente de que las traducciones rusas que me permitieron conocer El quijote y Gargantúa y Pantagruel, al ser productos de la escuela de la domesticación, frivolizaron con los originales más de lo necesario, aunque no lo hubiera deseado de otra manera. Luego hay libros como Finnegans Wake o Larva de Julián Ríos cuya traducción “fiel” es sencillamente inconcebible.

GS: ¿Quiénes son sus traductores favoritos y por qué?

R: No puedo decir que tenga un traductor favorito porque hoy en día no leo demasiadas traducciones, ya que la mayoría de las veces canalizo mis energías hacia la lectura de literatura en su idioma original. Dicho esto, cuando mi español no estaba a la altura, me impresionó mucho la traducción de Margaret Sayers Peden de Terra Nostra de Carlos Fuentes. Fue un logro espectacular. En mi opinión, logró captar la grandiosidad y la excentricidad desenfrenada de esta obra monumental. Recomiendo encarecidamente su traducción.

GS: ¿Hay libros que haya leído tanto en el original como en la traducción? ¿Ha aprendido algo significativo al hacerlo?

R: Sí, ha habido algunos. Primero leí la traducción y luego el original. Lo que más aprendí fue que la idea de que la traducción puede ser tan buena o, en algunos casos, incluso mejor que el original es un mito, al menos en el caso de la ficción literaria. Hay errores garrafales y disparidades chocantes incluso en las traducciones más expertas, de alto nivel, que inspiran temor. Es mejor no saberlo.

GS: Si hubiera más gente que conociera más idiomas, tal vez las novelas verdaderamente multilingües podrían ser una realidad. ¿Qué opina de esta idea?

R: Esto me hace pensar en la primera página de Guerra y Paz de Tolstoi, donde hay más texto en francés que en ruso. Creo que las sociedades multilingües son más propensas a producir novelas que reflejen su situación lingüística, pero si por una novela “verdaderamente multilingüe” se entiende un libro cuyo texto esté distribuido uniformemente entre varias lenguas, soy bastante escéptico de que una obra así pueda ser de gran calidad literaria y trascender la condición de rareza. Hay muy poco tiempo para que un ser humano pueda llegar a producir una prosa notable en más de dos idiomas. Sí, tenemos los ejemplos de Nabokov y Beckett, pero ¿ha habido algún escritor de su calibre que pueda escribir igualmente bien en tres idiomas? Ahora que lo pienso, me gustaría que Nabokov hubiera escrito una novela mitad rusa y mitad inglesa, es decir, realmente al 50%. ¿Cómo se traduciría?

GS: ¿Cuál es el atractivo de los libros que demuestran “complejidad, experimentalismo, excentricidad, extrañeza”, como dice en su post de aniversario?

R: Si hablo de mí, esta fascinación se debe sobre todo a que estoy harto del “retrato de la clase obrera[4]” y de la tradición realista en general. No lo soporto más. No quiero seguir reconociendo los mismos patrones de un libro a otro. Haciéndome eco de Steven Moore, autor de una historia alternativa de la novela, me frustra que la novela realista del siglo XIX haya sido aceptada como una especie de referencia de la literatura. ¿Qué pasa con todas las locas epopeyas fantásticas escritas miles de años antes? Quiero que me sorprendan las ideas extravagantes e inesperadas expresadas en una obra literaria, o su salvaje erudición, o su exuberancia lingüística, e idealmente las tres cosas. “Sólo lo difícil es estimulante”, escribió célebremente José Lezama Lima, el autor de Paradiso, quizá la novela más exuberante jamás escrita, y tenía razón. Todas esas obras innovadoras, atípicas, complejas, nos ofrecen una ilusión de trascendencia, de ir más allá de los límites de nuestra experiencia, de nuestro lenguaje, incluso de nuestra conciencia, que creo que es una de las ilusiones más importantes para cualquier ser humano. Un texto tradicional no deja mucho espacio para ese tipo de trascendencia, y eso tiene algo de desesperante. Por favor, no me ofrezca el Flaubert de Madame Bovary; ¡déme el Flaubert de La tentación de San Antonio!

GS: ¿Hay algún libro concreto del que podamos esperar leer en su blog en un futuro próximo?

R: Soy demasiado partidario del suspense y la sorpresa como para ser tan específico en este sentido, pero puedo compartir mis intenciones generales. Si hablamos de idiomas, me encantaría reseñar más obras escritas originalmente en catalán y portugués, entre otras cosas porque fueron los dos últimos idiomas que aprendí a leer. También me gustaría reseñar más poesía, algo que he descuidado imperdonablemente todo este tiempo. No tengo mucha experiencia escribiendo sobre poesía, así que puede ser un reto que merezca la pena afrontar en el futuro. También es posible que intente reseñar una novela gráfica. Y, por supuesto, habrá más megarrevisiones de meganovelas: seré fiel a mí mismo en este sentido.

GS: ¿Es Zettel’s Traum[5] el libro más sorprendente que se ha traducido, o hay alguno más?

R: Zettel’s Traum se lleva el premio, sin duda. Aparte del esfuerzo de John E. Woods, me sorprendió bastante la traducción de Between Dog and Wolf[6], de Sasha Sokolov, realizada por Alexander Boguslwaski. Soy un ruso nativo, educado (quiero creer) y no pude con el original. Es un texto muy exigente e intrincado, un “scrimshaw[7]” lingüístico de una novela, si se quiere. No tengo ni idea de cómo podría traducirse al inglés. No puedo decir nada sobre esta traducción porque no la he leído, y a decir verdad, no pienso hacerlo, en parte porque en general leer obras traducidas de mi lengua materna me asusta, y en parte porque mi intuición me dice que para mí sería una experiencia de lectura decepcionante. Sin embargo, no quiero desanimar a nadie que no lea ruso a que le dé una oportunidad: incluso si el original es intraducible, puede ser posible vislumbrar algo de su esplendor en la traducción.

GS: Si tuviera que elegir un libro aun sin traducir para ser traducido al inglés, ¿cuál sería?

R: Es una pregunta difícil. En mi blog tengo una lista de las diez mejores novelas sin traducir, e idealmente me gustaría que todas estuvieran disponibles en inglés. En realidad, recientemente se ha hecho público que una de ellas, la epopeya surrealista Solenoide[8] de Mircea Cărtărescu, va a ser traducida al inglés y publicada por Deep Vellum, así que eso me deja con sólo nueve libros para elegir. Aunque… espere un momento. En realidad no, porque, desde que salió ese artítuclo, he leído y reseñado la nueva y ambiciosa novela de Michael Lentz, Schattenfroh[9], que realmente creo que es la mejor novela alemana del siglo XXI hasta el momento. Así que todavía tengo que elegir entre diez títulos. Creo que me quedaría con la gigantesca obra magna de Alberto Laiseca, Los sorias. En mi reseña la llamo El arco iris de gravedad de Latinoamérica, y con razón. No sólo es la novela argentina más larga, sino también una de las obras literarias más alucinantes jamás producidas. Extraña, enorme, obscena, divertidísima, inmerecidamente olvidada, y totalmente intransigente en su visión artística, ¿cómo no amarla?

GS: Larry Riley, harto de esperar una traducción de Los lanzallamas de Roberto Arlt (la segunda parte de una novela en dos partes que comienza con Los siete locos), acabó traduciendo el libro él mismo, incluso con su limitado conocimiento del español. Una cosa llevó a la otra y finalmente fue publicada por River Boat Books. ¿Ha pensado en traducir libros usted mismo?

R: Solía jugar con la idea de convertirme en traductor literario, e incluso traduje a mano una pequeña novela de ciencia ficción del inglés al ruso cuando tenía unos 16 años (entonces no tenía ordenador), pero ese deseo pasó. Hoy en día me conformo con leer libros en diferentes idiomas y compartir ocasionalmente las impresiones en mi blog.

GS: Muchos escritores, como Joyce, han intentado dar forma lingüística al subconsciente de nuestro cerebro. ¿Cree que el lenguaje del subconsciente es universal, individual o intermedio? ¿O es demasiado primitivo o primordial para dilucidarlo?

R: En cuanto el caos del subconsciente queda atrapado en el lenguaje, se convierte en un artilugio artificial, así que nunca lo sabremos. Me fascina lo que Joyce y los surrealistas han intentado hacer, pero en mi opinión, el texto no es la réplica más adecuada para conjurar este homúnculo, y el cine siempre tendrá más éxito en ello. Una película de David Lynch es más eficaz para darnos una visión del subconsciente que cientos de páginas con escritura automática.

GS: El mito de la Torre de Babel está obviamente obsoleto, en términos literales, ahora que la humanidad ha llegado a la Luna y más allá. ¿Hay implicaciones metafóricas que podamos extraer de ese mito?

R: ¿La falta de comprensión impide el progreso? Tal vez, pero por poco tiempo. A largo plazo, el fracaso en la terminación de la Torre de Babel parece un mero contratiempo en la continua búsqueda de expansión de la humanidad. La confusión de lenguas siempre puede mitigarse con la adopción de una lengua franca, y entonces podrá construirse otra torre, más imponente que la anterior. Este mito nos habla más de nuestra desenfrenada ambición como especie que de nuestras limitaciones.

GS: ¿Qué opina de los intentos de la historia por crear una lengua universal? ¿Es práctico? ¿Tiene algún valor literario?

R: La creación de lenguas artificiales ha sido una empresa noble, que previsiblemente ha fracasado en su propósito de establecer una igualdad lingüística para todos. Nunca habrá cientos de millones de hablantes de esperanto. Estoy bastante contento con el inglés como lengua universal: es fácil de aprender a un nivel básico y, volviendo a la pregunta anterior, se ha convertido en un importante facilitador de nuestra expansión y progreso. En cuanto al valor literario, bueno, aún no he oído hablar de ninguna obra maestra de la literatura escrita originalmente en una lengua artificial. No veo que eso ocurra. La lengua es más que un sistema de signos; es como un tejido vivo, y sólo las lenguas “naturales” pueden utilizarse en la creación de grandes obras literarias.

Andrei es el fundador y principal colaborador de The Untranslated, un blog dedicado a la literatura aún no traducida al inglés. Es originario de Europa del Este y tiene un doctorado en literatura comparada.

George Salis es el autor de Sea Above, Sun Below. Sus obras de ficción han aparecido en The Dark, Black Dandy, Zizzle Literary Magazine, House of Zolo, Three Crows Magazine y otras publicaciones. Su crítica ha aparecido en Isacoustic, Atticus Review y The Tishman Review, y su artículo científico sobre la mecánica del mal natural apareció en Skeptic. Actualmente trabaja en una novela enciclopédica titulada Ecos morfológicos. Ha enseñado en Bulgaria, China y Polonia. Puedes encontrarlo en Facebook, Goodreads, Instagram, Twitter y en www.GeorgeSalis.com.

[1] Kavafis, Konstantino. Poesías completas. Hiperión 1997

[2] Schulz, Walter. La negación de la filosofía. G. del toro. 1970

[3]Para el interesado en la historia de la traducción y sus diferentes vertientes recomiendo el libro de Hurtado Albil, Amparo. Traducción y traductología. Cátedra. 2001

[4] En el original: “kitchen sink realism” acuñado originariamente en Reino Unido.

[5] Bottom’s dream en inglés. No hay traducción al español. La obra traducida al inglés por John E. Woods se divide en ocho libros y pesa más de seis kilos.

[6] La obra de Sasha Sokolov prácticamente no está traducida al español. La única excepción hasta el momento es Escuela para idiotas, publicado por el Círculo de lectores en 1994. Lamentablemente, no es fácil conseguir ejemplares. Se venden algunos como antigüedad en páginas como todocolección y otras librerías de viejo.

[7] El término hace referencia al arte de la escultura y la talla sobre los huesos de ballenas y cachalotes que realizaban los marineros. Esta práctica ancestral tendría su origen en Portugal e Islas Azores. En este contexto, se refiere algo exótico, complejo y minoritario.

[8] Publicada en español por Impedimenta, se prevé que el próximo otoño salga finalmente en inglés editada por Deep Vellum en traducción de Sean Cotter.

[9] No traducida aun al español.

Para leer másTorres de Babel: una entrevista con el fundador de The UntranslatedPor qué no me gusta el veranoEl manuscrito Voynich quiere escaparEl trabajo de pintar la verja y otras reflexionesUn paseo por mi Solenoide particular (2)

La entrada Torres de Babel: una entrevista con el fundador de The Untranslated se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 17, 2022 06:59

July 28, 2022

Por qué no me gusta el verano

Aclaro antes de que se escandalicen. Estoy exagerando. Por eso este artículo tiene el solo y exclusivo objetivo de explicar este título y matizarlo. Para ello hablaremos de literatura, de la memoria y del entusiasmo por las cosas. Todo a propósito del verano. Disfruten.

La obligación de ser feliz en verano

Hay una especie de intraquilidad que gobierna la época estival. Son como una hormigas en la panza que aparecen sin saber muy bien por qué. Tal vez es porque escribo menos. No lo sé. O porque las rutinas se desbaratan. El calor aplasta. Cuesta eso de escribir pero se puede. Para mí es un refugio porque, en general, no me gusta mucho el verano. Se inundan las redes sociales de gente sonriente que está obligada a decir que se lo ha pasado genial. Quizás lo que provoca algo de desasosiego, es que hay una necesidad de que el verano sea un tiempo especial y feliz. Y yo me pregunto:

¿Por qué le pedimos más al verano que a otras épocas del año?

Quizás es porque iniciamos cosas que queremos que salgan bien. O comenzamos viajes, o nos anotamos en un curso de algo, o visitamos amigos. Siempre sucede algo extraordinario y en ese iniciar, hay un componente de azar que aumenta cuando abandonamos la rutina.

En El verano en el que mi madre tenía los ojos verdes (Impedimenta, 2019) de Tatiana Tibuleac, unos meses promisorios para el protagonista, se transforman en un periodo de dolor y aprendizaje. El telón de fondo es un pueblo francés y un hijo con su madre. Ese contraste entre el paisaje siempre idílico del verano, hace que la tragedia sea más notoria. Incluso uno espera que sucedan cosas malas en invierno. Pero el verano tiene tanta luz y hay siempre paisajes tan hermosos que la tragedia toma una corporeidad excesiva. Más amable es el verano de Mia, en Un verano sin hombres (Anagrama, 2011) de Siri Hustvedt, una poetisa recién abandonada por su marido luego de treinta años de matrimonio en donde el pueblo de la infancia al que regresa, es refugio y descubrimiento de viejos secretos. También la atmósfera bucólica contrasta con la mente atormentada de la protagonista.

Pero sin duda, el que plasma a la perfección ese contraste grotesco entre el estío y el hastío es Truman Capote en sus maravillosos Cuentos completos (Anagrama, 2004):


“Esta parte de Alabama es espantosa, y los mosquitos son capaces de matar a un búfalo a la menor provocación, por no hablar de las peligrosas cucarachas voladoras y de la cuadrilla de ratas locales , tan grandes que podrían arrastrar un vagón de tren de aquí a Tumbuctú.”

p.68
Mostrar el entusiasmo del verano

Fotos de brindis, reuniones de gente que se dicen amigos. Yo los miro con curiosidad y pienso que si hay una necesidad de mostrar felicidad es porque no se está bien en realidad. Y me dicen: si algo te gusta, tienes que decirlo. Pero a veces experimento placer por cosas hermosas y estoy tan feliz que no tengo tiempo de hablar de ello.

En mi caso personal, prefiero escribir que hablar sobre lo que me interesa, me apasiona, me conmueve.

Me cuesta mucho entender a la gente que muestra entusiasmo por las cosas. En realidad, los admiro porque son capaces de ilusinarte por cosas que quizás no tendrías en cuenta. A mí siempre me compran los entusiastas y les creo todo. Yo quiero ser como ellos pero cuando algo me entusiasma estoy tan metida en ello que no puedo pensar en transmitir nada. También pienso que no tiene por qué interesar a nadie.

Y esto me lleva a otra cosa. En general, la gente no escucha. No nos escuchamos y entonces resuelvo que lo mejor es estar callada. A los entusiastas este extremo parece no importarles. Ellos esparcen el entusiasmo a todos los ángulos. La gente tiene déficit de atención. Por eso, encuentro más útil observar a la gente. A veces no me doy cuenta que miro muy fijamente a alguien y mi chico me tiene que decir: deja de mirarlo, se va a dar cuenta.

Él mira las rapaces como yo miro a la gente.

En general, no me detengo tanto en lo que dicen sino en cómo lo dicen. Las miradas. El tono de voz. La ropa. Los ojos del que mira al que habla. Eso me intriga mucho y en especial la manera que tiene la gente de despedirse. Porque para mí es un momento difícil. Me cuesta despedirme de la gente. El small talk del Adiós no lo sé manejar. No hablo de las grandes despedidas sino de esas chiquitas cuando quedaste a comer con alguien por ejemplo. Entonces, me gusta ver cómo lo hacen otros para sacar ideas. Me he visto en situaciones de huída a lo largo de mi vida. Me escapo. Desaparezco. La charlita del “Hasta luego”, me exaspera un poco. Quizás es porque pienso que me van a querer retener. No lo sé. Pero volviendo a esas reuniones de gente, a parte de ver los ojos de los que escuchan a los que hablan, me fijo en las facciones que utilizan para demostrar que están prestando atención. A mí también me pasa. Me distraigo con facilidad si la historia no está bien narrada. Y entonces, me doy cuenta de que estamos todos en nuestros cráneos y no salimos. Lo intentamos y tal vez no es culpa nuestra y puede que sea una imposibilidad neurológica. Parece que salimos de nosotros mismos y que somos empáticos pero seguimos dentro nuestro cuerpo. Estamos presos.

A veces con la literatura, nos parece que escapamos a otra dimensión pero es mentira: seguimos en nuestra mente. Es una prisión perpetua eso de la existencia.

La memoria como narración

Pasa algo curioso que a veces me hace gracia. Incluso habitando el mismo espacio, experimentamos cosas diferentes. Y esto me lleva a la memoria como narración subjetiva. Dice Elisabeth Loftus, matemática y psicóloga estadounidense especializada en estudiar la mente de la gente que recuerda cosas que NO sucedieron, que la memoria es como una página de Wikipedia que edita todo el rato y también crea cosas que no pasaron. Esto lo experimento todo el rato. El ¿te acordás de cuando fuimos a Miramar en el 86? No, yo nunca fui. Sí fuiste. Y me encanta cuando se dan estas discusiones en la familia porque ahí me doy cuenta de que estamos haciendo literatura todo el rato. 

Vuelvo al tema del entusiasmo.

Escribir como vía de escape

Cuando algo realmente me mueve por dentro, necesito escribir, no hablar. El otro día una escritora en Twitter se quejaba porque su familia nunca le preguntaba por su trabajo.  Se sentía incomprendida. No entendí su enojo. Yo no pretendo que nadie entienda mi trabajo porque, probablemente ni yo lo entienda. La literatura tiene que ver con aquello que es incomprensible. Incluso, los verdaderos escritores se adelantan a su tiempo, no deben ser “entendidos”.

A mí no me interesa que nadie comprenda lo que hago porque es algo tan íntimo que no se explica y cuando alguien me pregunta, respondo pero todo lo que pueda decir, son banalidades y cosas insustanciales. Entonces, callo y me doy cuenta  de que justamente escribo para no tener que hablar. Un escritor nunca debería tener que presentar su propio libro. Para mí, hablar sobre mi trabajo es lo más parecido a escribir con la izquierda: hago un esfuerzo ímprobo por esbozar una idea pero me sale otra cosa.

Hablo con garabatos.

Mi voz son garabatos torpes que componen su propia música.

Los veranos felices

Acomodo la toalla. Me saco la arena de las piernas. Los cabellos vuelan y veo que estoy toda pegajosa por la crema que me tengo que poner para que el sol no me queme. A lo lejos veo a una familia cargando bártulos infames como neveritas portátiles, patas de rana, sombrillas. Un flamenco hinchable a lo lejos quiere escapar de una niña inquieta. El veraneante de playa siempre carga objetos ordinarios. La playa es muy vulgar. Yo también me veo inmersa en eso de los veraneos felices. Y la gente se la pasa hablando de los lugares lindos. Qué poco importan los lugares hermosos para ser feliz. Qué poco se necesita en realidad. ¿Por qué nos empeñamos en buscar la belleza como locos? ¿Por qué queremos hablar de ello? Yo a veces me dejo llevar por esa inercia de los lugares lindos. Se está bien y uno se siente privilegiado pero siempre surge la pregunta del ¿para qué?

Hay una catedral hermosa. Mirá ese pueblito qué mono. Hay un templo precioso.

Es como una droga. Algo que necesitan los ojos. Y la lengua que quiere hablar de ello.

Gastamos recursos. Nos endeudamos. Contaminamos. Comemos peor. La gente se mueve y se accidenta. Se emborracha. Se pelea. Cuando la gente está ociosa y se mueve hace cosas inconvenientes. Con esto no estoy haciendo una apología del trabajo, por Dios. Nada más lejos. A mí me encanta trabajar pero no deja de ser algo que no todo el mundo disfruta. Quizás se pueda pensar en un ocio más chiquito, menos rimbombante, más amigable con nuestros cuerpos, con nuestra naturaleza.

O tal vez se pueda pensar en formas de descanso y trabajo que se mezclen y se alternen sin necesidad de que haya un corte tan tremendo y drástico que cueste entrar y cuesta salir. Quizás así la gente se traumatice al pasar de un estado a otro.

Yo confieso que una de las cosas más lindas del verano (aparte de ciertos momentos familiares que se pueden experimentar en cualquier momento del año) fue descubrir estos versos de Francisco Álvarez Velasco, un libro que compré la hermosa librería Paradiso de Gijón.

Del libro Gregor Samsa frente a la ventana editado por Hiperión.Los feriados y el verano

Hay algo en ese silencio. El calor. Las siestas. Las persianas bajas. Es como que cada día hay que reconstruir el ocio. Armarlo. Porque salir de la rutina es quedarse a la intemperie y todos los días hay que construir la misma tremenda pregunta:

¿Qué hacemos hoy?

A mí me mata esa pregunta. El ¿qué hacemos hoy? Es desesperación. Desasosiego. Es como caer en un pozo muy negro y muy profundo. En especial, cuando hay niños. Por supuesto, este problema entra de lleno en los white people problem. Lo admito pero aun así es tenebroso el asunto de resolver qué hacer cada día. Es construir la casa de ladrillos cada vez. Te hunde en un vacío que solo puede solucionar la hermosa rutina que es como un cable fuerte que no se rompe. A mí me encantan las rutinas porque cuando las rompes, da más placer y porque la rutina es una soga fuerte a la que te puedes agarrar cuando todo lo demás está oscuro. Son los cimientos. Es el esqueleto de la vida. Está oculto en las entrañas. Nos ordena. Nos limita. Nos obliga a seguir adelante. Y nos da felicidad porque descansamos en ella, como en una cama placida. Y podemos cerrar los ojos y dejarnos llevar.

Cuando descansamos, parece que estamos flotando.

Y yo quiero flotar todo el día.

Y me viene otra vez los versos de Álvarez Velasco

Adobes

Fueron paja trillada

Y agua fresca y arcilla

Sol de agosto

Hoy son muro y te ofrecen

Contra la luz de julio

Donde apoyar la espalda

Y el amor de la sombra.

Cuando suena el teléfono

Ya nadie llama. Muy poca gente. En general, es altamente disruptivo eso de que suene el celular. Nos manejamos por mensaje y cuando mi teléfono suena, mis hijos incluso se alteran, vienen corriendo, creen que algo novedoso va a suceder.

Es SPAM, digo.

Yo también tiemblo un poco. Ya me dan mal rollo las conversaciones por teléfono. El hecho de que sea excepcional me produce ansiedad.

Dicho esto, hago mía las palabras de Schopenauer en Aforismos sobre el arte de vivir (Alianza, 2009).


“se persigue no tanto el placer como la simple ausencia de dolor y un estado imperturbable, al menos si la persona correspondiente, es sensata. Cuando en mis años mozos tocaban a mi puerta, me alegraba: pensaba que al fin había llegado lo que esperaba. Pero con el tiempo, mi sensación ante el mismo hecho ha terminado por parecerse a un asusto: temo que me den una mala noticia”.

(p.297)

Es lo que le pido al verano y a la vida. Sortear los obstáculos y las malas noticias.

Lo chiquito. El silencio. Las conversaciones de a dos.

Nada más.

Para leer másPor qué no me gusta el veranoEl manuscrito Voynich quiere escaparEl trabajo de pintar la verja y otras reflexionesUn paseo por mi Solenoide particular (2)Un paseo por mi Solenoide particular (1)Se charló en el último mesSilvia Zuleta en Por qué no me gusta el verano28 julio, 2022

Hermosa librería. Un descubrimiento de este verano.

Granpa en Por qué no me gusta el verano28 julio, 2022

Todo bien, pero que linda la librería de Gijón.

Silvia Zuleta en Un paseo por mi Solenoide particular (1)1 julio, 2022

Mira. Me has dado ganas de leer Nostalgia. Es un no parar de pensar. Sus entrevistas son muy interesantes. Creo…

Antonio Carralón en Un paseo por mi Solenoide particular (1)1 julio, 2022

Leo por primera vez a Cărtărescu y me tiene asombrado algo que también te he leído aquí, Silvia: las miles…

Alien Carraz en Publicar relato corto: el panorama de las revistas literarias digitales27 junio, 2022

Perdón. Dije estimados cuando debí decir Silvia querida

La entrada Por qué no me gusta el verano se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 28, 2022 09:07

June 20, 2022

El manuscrito Voynich quiere escapar

Escribí sobre los eventos literarios, sus luces y sus sombras. Y pensando, como siempre, terminé hablando de economía y renta básica. Todo, a propósito del apasionante y misterioso manuscrito Voynich.

Los eventos literarios y los ruidos

La primavera tiene ruido, evento, gente y vanidades. Qué lejos queda la literatura cuando llega el buen tiempo. La gente se junta, se mira. No hay tiempo para reflexionar porque hay que estar seduciendo y diciendo cosas interesantes. Hace unos días estuve en la Feria del Libro. Ya sabemos que es un negocio. No me escandaliza. En general, no acudo mucho a estos eventos. Pero también pienso: deambular un poco y confirmar prejuicios también está bien. Y a veces, solo a veces, uno puede encontrar algo, o alguien, interesante. Sin embargo, sigo constatando el abismo entre el mundo literario y la literatura.

Escribir tiene que ver con la incertidumbre. Con el miedo. Con intentar responder preguntas. Camila Sosa decía en una entrevista que la literatura no cura heridas, las abre. Yo pienso igual. Echa sal en la herida y hay algo placentero en eso. No en el dolor, pero sí en intentar visibilizar algo que está oculto. Lo que sea. El escritor siempre quiere mostrar algo que no se ve.

El evento, al contrario, es pura luz. Es puesta en escena. Es premeditación. Es cálculo. Tiene todas las premisas que se le exige al capitalismo.

Escribir nunca parte de un plan agradable. Parte de una incomodidad. También pienso que tiene que ver con tratar de salir del canon. Abandonar lo trillado, lo que todo el mundo aplaude. También es caer mal ¿por qué no? Incomodar. Y pienso que muchos escritores que dicen salirse del canon, no se dan cuenta de que ya están dentro del canon. Qué tremendo. Quizás a mí me pasa lo mismo y no me doy cuenta. Y la pregunta siempre vuelve: ¿Cómo hacer arte por fuera? ¿Cómo matar el ego del creador? ¿Cómo intentar ser disruptivo dentro de este sistema? Exploré la idea en Arte y economía y después de varios años, sigo con más preguntas que respuestas.

La literatura que no se lee

Mircea Cartarescu dice que la verdadera literatura no tiene vocación de ser leída. Yo dudo porque lo dice un candidato al Premio Nobel pero, en el fondo, coincido. Escribir siempre tiene que ver con un cosmos que habita en mi cabeza. A veces escribo sobre Buenos Aires o sobre los lugares en los que he vivido y pienso que quizás ningún porteño se reconozca allí, es mi universo. Mi patria construida con mis palabras. Y entonces me relajo y ya no me importa.

También me pasa con los relatos de otros. Descubro nuevas Buenos Aires y también me gusta eso de deambular por los lugares conocidos con la mirada ajena. Es como pedir prestado sus ojos, viajar en la mirada de otro.

En realidad, aunque suene mal. El lector nunca está cuando escribo. Hay un punto egoísta en todo esto porque siempre el lector está muy lejos. Por eso digo que en esa instancia, no hay vocación de ser leída. Más bien son ansias por comprender algo.

Y escribir siempre es el primer paso.

El lector, en esta etapa no es para mí tema de conversación. Luego, mucho después aparece en mi mente. Se sienta y me mira. Y ahí empiezo a leer mi obra con los ojos de ese lector imaginario. A veces sufro porque sé que puedo decepcionar pero dura poco ese estado porque ya no me importa mucho caer bien o mal.

O trato de no pensar mucho en ello. 

El manuscrito Voynich y la belleza de lo oculto

Volviendo a la literatura que no transciende, hace unos días en el CCCB de Barcelona hubo una charla sobre el manuscrito Voynich que les recomiendo que vean. (La escritora y periodista Elisa McCausland conversó con los escritores Diego Salgado y Francisco Jota-Pérez). No me quiero explayar porque ya hay mucha información en Internet, pero es un códice del siglo XV que nadie ha podido descifrar. Se ha intentado de diversas maneras y se sabe que tiene un lenguaje pero no ha sido posible decodificarlo. Además tiene unas ilustraciones muy extrañas y sugerentes. Lo mismo hay mujeres desnudas, como hay plantas. La charla versó un poco sobre la historia del manuscrito y sobre su periplo hasta la actualidad que descansa en la Universidad de Yale. La editorial Siloé ha lanzado hace muy poco un facsímil que reproduce de forma exacta el documento que está en la Universidad de Yale. Todo esto asunto me ha suscitado algunas reflexiones.

La idea del manuscrito imposible

Me sale pensar lo siguiente: una literatura que no tiene vocación de trascendencia y, sin embargo, trasciende contra su voluntad es una tragedia. Este asunto es primordial: el hombre intenta descifrar la naturaleza. Hay una suerte de impulso por la violación de algo oculto. Algo que no se quiere dejar ver. Ese empeño del hombre a veces me da escalofríos.

Al mismo tiempo, trasciende el códice a lo largo de los siglos pero lo hace callado, con un mutismo aterrador. No quiere hablar y no lo van a hacer hablar. Me gusta la rebeldía del manuscrito. Y me gusta que el ser humano sea incapaz de descifrarlo. Tanto en ciencia como en arte está esa idea subyacente de “avanzo por la dudas”. Y la compro pero no puedo dejar de pensar que lo hacemos a costa de algo, posiblemente de la naturaleza (o de los más débiles). Y se me ocurre que, tarde o temprano, pagamos un precio por ese atrevimiento. Insisto: me gusta y me aterra a partes iguales.

Una literatura sin autor

Se han hecho numerosos estudios para saber qué dice y quién ―o quiénes― son los autores. Pues quizás estamos mirando con ojos de hoy una pieza escrita en una época en que no era importante la autoría de las cosas. Los manuscritos se escribían y muchos partían de la tradición oral. Cuando contamos historias, el autor desaparece. Los mitos y los cuentos de hadas entran en esta categoría. Son historias que pasan de padres a hijos. Son narraciones que construyen moral, quizás, o son fuente de entretenimiento. ¿Cuántas cosas se simplifican cuando el autor desaparece? ¿Por qué nos importan tanto los autores? Sigo preguntándome porque nos interesan tan poco los plomeros y tanto los escritores.

En el manuscrito Voynich, no hay autor y no hay mensaje a los ojos del lector pero, aun así, hay una música y patrones que se repiten. Hay una suerte de estadística oculta. Yo diría que ni siquiera hay lector, sino alguien que mira y aprecia.

Lo secreto como acto de rebeldía

Puede que el manuscrito, como plantea Francisco Jota-Pérez, funcione a modo de rezo o mantra. Yo especulo con un lenguaje secreto que quiere escapar de la autoridad de turno, una especie de logia o sociedad secreta que crea un lenguaje para huir de la opresión imperante. El lenguaje secreto es un acto de rebeldía. Cuando era chica, yo tenía un lenguaje secreto con unas amigas. Y nos encantaba que nadie nos entendiera. Siempre subyace la idea de que lo que es inteligible, es manipulable. Uno cuando es chico también quiere eludir la autoridad de turno. En especial, la que ejercen los niños más populares.   

En relación al manuscrito, especulo con que al final, se cargaron a todos los miembros de la logia y por eso no sabemos quiénes son. Especulo con que quizás han matado una cultura y solo se salvó este libro misterioso. Otra opción, no menos plausible: que todo sea una tomadura de pelo. ¿Se ríen de nosotros?

Siempre alguien se ríe de nosotros y no pasa nada.

Solenoide y el manuscrito Voynich

Solenoide de Mircea Cartarescu está vertebrada por la historia del periplo de este manuscrito. Y es a partir de su narración sobre lo que ve el narrador en ese manuscrito, que uno se enamora de ese misterio. Bellas son las palabras del narrador cuando se topa “Con carruseles de rostros que representan alegorías tan oscuras como los comentarios que figuran a su alrededor” (p.710).

A mí ya no me interesa lo que diga el manuscrito, sino su capacidad para generar belleza y todas esas tramas que se tejen alrededor, de la que Solenoide es parte. Y la idea siempre latente y hermosa de una literatura sin autor me sigue atrayendo.

En otro pasaje de Solenoide, el narrador niño lee “El tábano” de Ethel Voynich, hija del matemático Boole y esposa de Voynich y no entiende nada. Sin embargo, se emociona hasta las lágrimas. La literatura tiene esa capacidad para mover fibras extrañas en donde a veces el lenguaje se mira pero no se comprende con la razón y en donde la lengua solo es un conjunto de signos o de sonidos. Es hermoso eso y de alguna manera uno se abandona y se deja llevar a otra dimensión. En realidad, uno se sugestiona un poco y se deja manipular. Los escritores son grandes manipuladores. De alguna manera, nos hipnotizan.

El facsímil detiene el tiempo

Interesante la idea de facsímil que se expone en la charla. El facsímil es una foto de un manuscrito que sigue envejeciendo. Representa la imagen de algo que ya no existe como aquellas estrellas que se apagaron hace mucho pero nos sigue llegando su brillo. El narrador accede al facsímil del manuscrito Voynich por parte de un bibliotecario. Y especula en torno a una obra que ya no es. Que sigue envejeciendo en algún lugar de Estados Unidos. Y yo me pregunto: ¿Hasta qué punto sería viable crear un artefacto digital que siguiera en tiempo real el envejecimiento de la obra? ¿Y hasta qué punto nos interesa llegar a ese grado de certeza? Yo lo veo como un intento humano de manipular lo imposible. En ese sentido, el manuscrito es tirano, poco conciliador. Tozudo hasta el extremo. De nuevo: el hombre está ansioso por doblegar a la naturaleza. El ser humano no se puede quedar quieto contemplando. No es capaz  de observar con las manos en reposo. Necesita intervenir. Y cuando lo hace, algo tiene que cambiar, algo se tiene que producir. No vale solamente con pintar verjas o recoger las migas del suelo. Debe haber algun tipo de legado. Producción. Trascendencia. Algo que nunca se biodegrada. De nuevo, es el ego. Y pienso que si no se biodegrada, contamina.

Sí, el ser humano lleva la contaminación en la sangre. La necesita para sentirse alguien.

Escapar del capitalismo a través del mutismo

El manuscrito Voynich representa, tal vez, el último grito contra un capitalismo que necesita autores y mensajes con eslóganes. Aquí no hay autor y no hay mensaje, por lo tanto no hay mercancía, solo verdadera literatura.

Y sin embargo, a continuación, dudo: el manuscrito escapa a su destino mercantil, como un correcaminos antisistema que se niega a ser comprendido, no así todo lo que se genera alrededor. Al final, nos atrapa en su red. La araña mercader que trasciende los siglos y teje su tela fuerte y estoica.

Como escritora, me debato este asunto diariamente. Porque es, al mismo tiempo, nuestro trabajo y también es un arte que no queremos que se manche. Y vuelve la pregunta eterna. ¿Cómo hacemos para no envilecer el arte? ¿Cómo hacemos para no depender del recomendador de turno? ¿De las modas pasajeras? De los mandatos ideológicos. De los caprichos del mercado. De la moral cortoplacista que nos asiste y nos machaca.

Y me viene a la cabeza otra vez. ¿Puede ser la renta básica una solución a muchos de los problemas de los artistas que al final necesitan seducir de alguna manera, al editor de turno, al catedrático, al empleador, al que circunstancialmente está en situación de elegir? ¿Cómo sería realmente el arte si realmente los artistas no necesitaran la tribu de recomendadores?

Y entonces, me doy cuenta de que siempre termino hablando de economía y vuelvo a pensar lo inmensamente libres que seríamos los trabajadores en general con una renta básica. Mientras tanto,  asisto a veces perpleja a esta feria de vanidades, de halagadores seriales y amigos de amigos y los sigo mirando asombrada. Quiero seguir mirando con extrañeza.

Y ser extranjera.

Siempre.

Para leer másEl manuscrito Voynich quiere escaparEl trabajo de pintar la verja y otras reflexionesUn paseo por mi Solenoide particular (2)Un paseo por mi Solenoide particular (1)Ser madre y ser hijo: un eco que no se acaba

La entrada El manuscrito Voynich quiere escapar se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 20, 2022 04:31

June 6, 2022

El trabajo de pintar la verja y otras reflexiones

Hoy hablamos de los trabajos apreciados y ninguneados. También nos preguntamos qué expectativas creamos en nuestros niños cuando les deseamos trabajos prestigiosos.

Ningún niño quiere limpiar mocos de mayor

Cuando les preguntamos a nuestros hijos qué quieren ser, a menudo dicen cosas bastante comunes como piloto, ciclista, diseñador. Se ven a sí mismos ejerciendo profesiones “trascendentes” quizás porque nosotros los adultos, les imponemos ciertos modelos.

No he conocido ningún niño que diga: quiero limpiar casas, quiero dedicarme a quitar cutículas de los pies de la gente  o quiero limpiar los mocos de niños ajenos. Lo máximo que podemos escuchar son profesiones relacionadas con manejar la caja. Yo quería ser cajera de supermercado. Recuerdo de chica mirar fascinada cómo esas mujeres organizaban  los billetes y las monedas. Y las admiraba porque me parecía muy difícil eso de calcular el cambio.

Hace un tiempo, dije en Cambiar el futuro es cambiar la conversación que me parecía que cada vez había más gente que se autopercibía desempleada. Gente a la que la sociedad, o ellos mismos, le puso un cartel de parado. Sin embargo, cuando rascás un poco te das cuenta de que mucha de esa gente está aportando al capitalismo de otra manera que no es remunerada. Es lo que a menudo llamamos trabajo invisible. Hablo justamente de esas actividades que ningún niño quiere hacer y que ningún padre desea para su hijo.

El amor por hacer las cosas bien no es capitalista

Hay toda una serie de actividades que también están mal pagadas o se hacen y son aquellas que tienen que ver con la ciencia y el arte.

Estas actividades, sí se las deseamos a nuestros hijos aunque todavía hay padres que piensan que se van a morir de hambre y entonces les dicen: estudiá otra cosa por las dudas.

Ese miedo era entendible, décadas atrás cuando parecía que había carreras que aseguraban cierta estabilidad. Pero ahora, vamos hacia un modelo en el que van a sobrar ingenieros, economistas, incluso bomberos. No es viable que todos se dedican a estudiar carreras que luego no van a tener salida.

Pero luego pienso: estudiar siempre vale la pena si no lo pensamos solamente como un camino a la vida laboral. Estudiar, sea lo que sea, siempre sirve y es un buen entrenamiento para la vida. Amplia horizontes. Te salva muchas veces. Siempre es un buen ejercicio hacer algo sin saber por qué uno lo hace o sin ver una consecuencia inmediata. Recuerdo siempre cuando empecé a estudiar Filosofía y había gente que me decía. Es por hobby, ¿no? No podían entender que no era mi lógica elegir una actividad pensando en metas laborales, que son además, opacas y cambiantes. ¿No les parece un poco arriesgado solo elegir una carrera por esas razones? ¿No se abre un abanico de posibilidades cuando conectamos con algo disfrutamos mucho?

Pero volvamos a todo ese trabajo NO remunerado que realizamos sin saber ¿Cuánto de trabajo gratis es necesario para que surja algo “valioso”?

El que va tranquilo o tranquila a la oficina mientras sus hijos están cuidados y duchados y recogidos, a menudo tiene a alguien que le plancha, alguien que se ocupa de las extraescolares de sus chicos, que los busca, que los consuela, que les limpia esos mocos o que los despioja. ¿Cuánto vale todo eso en el mercado? ¿Cuánto de ese sueldo que ganará ese trabajador remunerado se lo debe a esa otra persona que estuvo colaborando? ¿Cómo premia el sistema a todos esos trabajadores silenciosos que están fuera de las Cuenas Nacionales de los países?

A menudo, se asocia la idea de progreso personal con la realización de estas actividades sumamente visibles. Esto casi es más importante que el dinero. Pero aun asi, siguen las cosas sin cambiar. Sigue habiendo alguien que tiene realizar todas esas tareas de cuidados que no remunera el sistema. Y si vamos hacia un mundo en el que no es sostenible que todos sean ingenieros ¿cómo hacemos para no generar expectativas poco realistas en los niños? ¿No sería más prácticos educarlos en la paciencia y el amor por el conocimiento y el arte? ¿No les damos así más herramientas para aquellos momentos de turbulencia?

Hacer ciencia y arte requiere mucho trabajo NO remunerado

Pero vayamos a ese segundo grupo también muy miserable y precario aunque con algo más de prestigio. El de los escritores y científicos.

Dense cuenta que en este segundo grupo, el de las actividades artísticas y científicas, es necesario el ensayo y el error y una alta dosis de libertad en el proceso creativo. Eso es incompatible con el sistema económico. Ya lo dijo Bifo Berardi en su excelente Futurabilidad, el verdadero conocimiento no debe ser funcional al capital, tiene que experimentar, ir más allá de lo conocido.

Hace tiempo les hablé de Humboldt y sus enormes aportes a la ciencia y al estudio del cambio climático. A los niños del taller que di hace unos meses, les expliqué que mucho del trabajo que hizo Humboldt fue NO remunerado. Lo hizo por amor a la ciencia y el conocimiento. Seguramente si se hubiese sometido a los parámetros de costo beneficio, nunca hubiese podido hacer los viajes de exploración que realizó sin embargo, algo tan fortuito como la herencia de su madre, le permitió solventar los viajes y la publicación de sus libros.

Tendríamos que enseñar eso a nuestros niños. Que  a veces hay que hacer las cosas por el amor y la pasión a hacerlas bien. Porque hay algo placentero y hermoso cuando uno disfruta lo que hace.

Hay algo también de paciencia en el proceso. Algo que tiene que ver con la carrera de fondo.

Sabes que no sabes. La incertidumbre manda.

Nunca es seguro que el trabajo que estás haciendo va a fructificar y sin embargo, es el camino que debes seguir para obtener algo, lo que sea. A veces necesitas tres o diez intentos hasta dar con el resultado. Y esas primeras nueve veces, nadie te la pagó. ¿Es tiempo perdido? Por supuesto que no, fueron necesarias para que la décima saliera bien.

 A menudo me encuentro con gente que empieza a escribir y me dice: “escribí 10 paginas, no me gustan pero me da pena tirarlas”. Lo que muchos no saben es que es necesario para llegar ese resultado, el que sea, escribir nueve páginas, quemarlas y quedarte con la décima. Eso no es perder el tiempo. Es ese trabajo invisible que nadie ve y, como nadie lo ve, creemos que no existe.

Lavar los platos es poco prestigioso

Lo mismo pasa cuando limpio la mesa que una y otra vez se ensucia. Hay gente que se frustra y dice, ya limpié la mesa 10 veces. Y piensan que es como tirar el tiempo a la basura y en realidad es necesario limpiar esa mesa 10 veces. Y las primeras nueve veces, no se verán, no se plasmarán en ninguna minuta, nadie se dará cuenta y quizás por eso es tan frustrante para que el que realiza esas tareas.

No es solo el dinero. Es una soledad muy grande. Es como si nadie viera el trabajo. La sociedad no lo ve y no existe. Entonces, esa gente anda diciendo que es desempleada. Además, como son trabajadores aislados, no se pueden agrupar, no pueden armar un sindicato. El oprimido de la fábrica al menos tenía a sus colegas con los que se podía juntar a conspirar pero ahora el capitalismo ha logrado que haya un ejercito de precarios totalmente atomizados.

¿No es todo eso un poco loco? Hay gente diciendo que no trabaja. Hay gente que no aparece en las estadísticas. Quizás esa misma gente esté diciendole en este momento a sus hijos. Ten un trabajo que no sea entrópico, que no se invisible presionando aun más a esos seres humanos a que busquen algo que, quizás no encuentren.

Pero vayamos más allá. ¿Por qué son estas actividades tan importantes y al mismo tiempo tan mal pagadas o NO pagadas directamente?

¿Que las distingue del resto?

Se me ocurren algunas cosas.

Son trabajos que no requieren calificación (en algunos casos).Son trabajos en los que hay AMOR implicado.Son trabajos en donde la oferta es superior a la demanda.Requieren de una enorme paciencia y fortaleza mental. Son como una carrera de fondo.No se ven. Son invisibles. Y como no se ven. Para muchos, no existen.Llamemos a los robots

Es un poco como si te dijeran: tu trabajo se autodestruirá al cabo de 24 horas. No se capitaliza. Todos los días vuelve a empezar. ¿Qué fortaleza mental se necesita para soportar que nadie vea o valore tu trabajo?

Yo abogo por un robot que hiciera todo ese trabajo desagradable, rutinario y aburrido pero aun así, hay otras actividades que no sería ético que las hiciera un robot como puede ser cuidar niños y ancianos.

Entonces, ¿no sería posible eliminar la ansiedad y la desazón en torno al mundo del trabajo si pudiéramos redefinir este concepto? ¿No se aliviarían los corazones de miles de trabajadores que no se sienten reconocidos o que, tienen ese reconocimiento pero pagando un precio muy alto?

Algunos creen que la renta básica tendría ese propósito. Y lo suscribo si está bien pensada, no como una limosna sino como una verdadera remuneración por aquel trabajo invisible. Una renta que permitiera un verdadero plan de vida en el que salga a cuenta dedicarte a la tarea de los cuidados o de la ciencia o del arte.

El budismo y el trabajo cíclico

Y entonces me acuerdo de la primera escena de Karate Kit en la que el maestro manda al alumno a pintar la verja, limpiar los pisos, etc. El alumno se queda extrañado, él fue a aprender karate, no a pintar verjas.

Quizás todos deberíamos aprender a pintar verjas.

Quizás deberíamos salir de ese laberinto infame que es la especialización y ver qué hace el de al lado.

Pero sigue escapándoseme algo. Acudo otra vez a Fridjot Capra[1] que entrevista a Hazel Henderson, una pionera en esto de la mujer y la economía con perspectiva ecológica.

Hay algo en común entre la economía feminista y la economía de la cultura porque ambas implican trabajo precario y poco remunerado. Pero ella habla de dos tipos de trabajo: el cíclico o entrópico que es aquel que hay que rehacer todo el rato, como barrer, lavar los platos o pintar una verja. No es casual que este tipo de trabajo lo realicen las mujeres y grupos minoritarios. Son esenciales para el capitalismo y se remuneran poco y nada.

Y luego están aquellos trabajos que dejan una huella, algo concreto, tampoco es casual que normalmente sean las actividades más contaminantes. Es interesante este diálogo porque sí que ahonda en esa idea budista de los trabajos cíclicos en donde el aprendizaje está en hacer y rehacer una tarea constantemente que, además, es invisible. Conecta con la espiritualidad no solo de budistas sino también de monjes y frailes cristianos.

Y ahora los dejo. Me voy a tomar mi vermuth mientras mi chico recoge los platos.

[1] Capra, Fritjof. Sabiduría insólita. Kairós. 1992

La entrada El trabajo de pintar la verja y otras reflexiones se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 06, 2022 06:18

May 18, 2022

Un paseo por mi Solenoide particular (2)

Continuamos hablando de Solenoide de Mircea Cărtărescu. Esta vez, nos divagamos sobre la cuarta dimensión, las ansias de conocimiento, el mundo literario y la soledad del artista para crear. Disfruten.

Si te perdiste la primera parte, puedes leerla acá.

Escapar a otra dimensión

Hay que reconocer que la literatura y la ciencia han manoseado el tema de una manera pasmosa. Pero el asunto no se agota ni se agotará nunca. ¿Qué es la cuarta dimensión? Una metafora más, un ideal geométrico, un camino. Un lenguaje inventado que, a la postre, es un bastón. Un asidero al que nos agarramos para subsistir en esta vida. En pocas palabras, es escapar.

Es andar en bicicleta en un día primaveral y que te de la brisa en la cara. Y sonreir. Y olvidar que las cosas pesan. Es cerrar los ojos y dejar que la música entre. Soñar. Dormido y despierto. Es hacer el amor. Es sumergirse en los libros en la biblioteca. Es escribir y olvidar que existe el tiempo. Es correr por el campo. Es acurrucarme en un abrazo de mis hijos. Quedarme ahí. Y respirarlos. Que ellos entren por mi nariz y por mis oídos. Refugiarme en la fantasía que ellos van creando. Y tenderles trampas con el lenguaje. ¿Es la religión? ¿Es entregarse a la drogas? ¿Es perseguir el conocimiento absoluto?

Otro asunto relacionado con lo anterior. No le doy importancia a los finales. Nunca juzgo una obra por eso porque, para mí, no existen los finales de las cosas.

Pero creo que en el final de Solenoide caben muchas interpretaciones.

Yo lo veo como un final irónico.

Pero prefiero contarles el final que quiero ver.

El narrador se entrega a la drogas, verdadera puerta de entrada a esa otra dimensión. En ese cosmos, todo cabe, formas colores y esa sensación de “amor”. O quizás, pueda ser la droga la lupa de la conciencia humana.

Hay cierto empalago. No es critica. Justamente, asocio el empalago con el sentimiento religioso y con el amor más cursi. Aquel que se exterioriza, que no es íntimo. Que pegotea. Yo instintivamene me alejo pero me río cuando lo leo. Lo observo como se mira una mosca en la miel. Y pienso que a veces necesitamos la luz y el azúcar como drogas que nos dan placer inmediato. Me gusta pensar al narrador como un personaje bastante imperfecto. Incluso cursi, ¿por qué no? La cursilería nos humaniza. Me gusta que la idea de huida esté ligada a algo banal.

Y puede ser un escape.

Volvemos a lo mismo.

La desesperación puede llevarnos a la poesía, a la filosofía, a las drogas pero a algunos puede llenarlos de una búsqueda de fe.

¿Es el teseracto la fe?

Imagen del libro Geometrical Psychology: Mathematical Models of Consciousness by the 19th-Century Psychologist Benjamin Betts . Dominio público. La biblioteca infinita

La idea del salto de la dimensión involucra el concepto de conocimiento. Si estoy en una dimensión superior puedo tener más información.

Dice el narrador refiriéndose a esos habitantes del plano: “podemos robarle el dinero de sus bancos”. (…) Somos sus dioses. (p.437)

Huyo porque no comprendo pero, como esbocé en La gracia está en no llegar, ¿hasta qué punto queremos o necesitamos llegar a ese punto de conocimiento total? Yo huyo cuando escribo. Cuando no entiendo. Cuando quiero aprender.

Pero.

¿No es una trampa maravillosa para que nos entretengamos en el camino? ¿No es hermosa esa búsqueda de belleza o verdad?

Dice el narrador de Solenoide: “Sin embargo, no escribo para que esto lo lea alguien, sino para intentar comprender qué me pasa, en qué laberinto me encuentro” (p.265)

 ¿No sería triste un mundo en donde ya no hubiese necesidad de buscar, de huir, de comprender?

Yo no quiero saberlo todo porque el conocimiento inteligible es manipulable. Susceptible de ser sistematizado.

Quiero esferas de oscuridad. Quiero huecos. Quiero elipsis. Quiero vacío. Quiero silencios. Quiero abismo. Malos entendidos. Divagaciones. Especulaciones. Azar. Quiero incógnita. No quiero la biblioteca de Borges. O la quiero con sus misterios no resueltos. Me espeluznan las certezas. Me asustan. Me espantan. Me vuelven pequeña. Me hastían. Y la trascendencia, también me cansa.

Y la gravedad del ego que pesa como un yunque. Levitar en los sueños. Ser nadie. Eso es huir.

El tiempo está viviéndome.

Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia.

Ellos son imprescindibles, únicos merecedores del mañana.

Mi nombre es alguien y cualquiera.

Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.

                                                            Jactancia de quietud (Luna de enfrente, Borges, 1925)

Lo conocido es manipulable. Lo cuantificable es susceptible de ser manoseado. Yo no quiero que me manoseen. Yo no quiero que me sistematicen. Que me conviertan en una tendencia. Y aquí veo un nexo con nuestra vida actual, sometida al hastío y la implacabilidad del big data y las redes sociales.

Porque mientras más públicos somos, menos libres somos.

Y en realidad, puede que esa sea la verdadera cárcel.

El hombre se emborracha de datos, los acumula como una droga. Los monopoliza, los analiza, los estruja y los transforma en mercancía.

La máquina junta y hace lo que no puede hacer la conciencia humana. Y aun así, ni la maquina más certera podría abordar todos los aspectos del universo porque requiere de un lenguaje que necesariamente recorta y limita, crea un subconjunto.

No hay texto que lo abarque todo. (Menos mal).

Pero el narrador de Solenoide sube la apuesta y dice:

Ningún libro tiene sentido si no es un evangelio. (p.265)

Yo dudo.

La celebridad y el costado oscuro

Hay un punto irónico en Solenoide y que conste que, hasta acá, no he hablado de la trama pero esbozo el planteo saliéndome del plano del libro. La premisa es la siguiente. Y puede que ésta sea la verdadera novela, si tal concepto es posible:

Un escritor de éxito, eterno candidato al Premio Nobel, nos cuenta cómo es la vida de un escritor fracasado.

En la subtrama, un escritor fracasa en su aspiración y termina siendo un gris profesor de secundaria. Toda la novela es el diario de este escritor en el que experimenta y siente una libertad para hacer verdadera literatura: la que no está destinada a nadie.

Y en este punto, me gusta imaginar que los autores, y hablo en general, incluso aunque escriban cosas tétricas y tristes, en el fondo se están riendo un poco de nosotros.

El escritor juega a tendernos una trampa.  

Nos pone acertijos.

Se ríe.

Me pasa también con Stephen King: yo pienso que es un señor que se ríe mucho cuando escribe. No sé cómo es en realidad pero lo imagino en su casa de Maine, puteando por la política de su país y sonriendo en cada página que escribe. Intuyo a veces ese nexo difuminado entre el horror y el humor. Entre lo que genera risa en el escritor y en lo que llega al lector.

Yo imagino siempre a un narrador atormentado y a un escritor risueño. 

La eterna vuelta a la infancia

Y siguiendo con la premisa: ¿cómo esboza un escritor candidato a premio nobel, la vida de un loser? ¿Cómo puede meterse en la cabeza de un perdedor cuando él mismo ha sido consagrado en su famoso cenáculo? 

¿Cómo construye la realidad, su realidad, desde el éxito?

Me podrán argumentar: cuando escribió todo eso, no era célebre. Y lo tomo. Nunca lo sabremos y tampoco debería importarnos. Pero volviendo a nuestro caso, aun suponiendo lo anterior,

¿Cómo encara el autor de éxito, que querrá seguir escribiendo, la búsqueda del hecho literario en su sentido más puro, sin compromisos, con libertad?,

¿No se trata la literatura de buscar esos huecos oscuros, solitarios y dolorosos para sacar la belleza o llegar a algún tipo de verdad o intentar comprender? ¿Cómo hace el autor de éxito para encontrar esos espacios de sombra en donde el alma se despoja de los elogios, de las luces, de las efímeras e implacables redes sociales?

¿Qué tipo de extrañamiento es necesario para no perder los ojos del niño que mira?

Quizás la clave sea la vuelta a esa época. Ese periodo en el que navegamos en la ceguera. En la que no entendemos nada. En el que todo nos causa estupor.

Y me dicen: “es que el autor no soltó la niñez”.

Y yo digo.

Eso es verdad pero ¿qué es lo que hace a la infancia y juventud tan atractiva para ser narrada?

Y mi respuesta es categórica: los huecos.

El paso del tiempo va dejando pozos oscuros en donde no penetra la memoria. El tiempo pasa y esa superficie se llena de poros por donde se escapa lo que recordamos.

Escribir, hacer literatura es rellenar esos huecos.

Y al mismo tiempo, la distancia transforma la percepción de las cosas. ¿Qué pasa cuando observamos tan de cerca un objeto? ¿Qué pasa cuando nos alejamos? ¿Qué nuevos contornos que antes no veíamos se vuelven nítidos y cuáles desaparecen?

La belleza de las hilachas

Una de las cosas más memorables es el uso temporal. La novela arranca en la vida adulta del personaje pero no es el final ni el comienzo de su vida y luego nos lleva hacia adelante y hacia atrás sin ningún tipo de orden. Y en ese caos, el lector nunca se pierde. No es fácil esbozar esa complejidad y hacerla placentera.

Y justamente lo más destacable de esta obra es que deja cabos sueltos en la trama. No intenta que todas las historias “cierren”. Su narración es una vendaval patagónico de esos que te dejan un poco estúpido.

Habrá quien me diga: “te están manipulando”.  

Ya saben que yo pienso que los escritores en el fondo nos manipulan un poco.

También me dicen.

Es que en el capítulo X, decae.

Y yo digo.

 ¿Cómo no va a decaer una novela de casi 900 páginas? Hay algo en ese componer la historia que tiene que ser espontáneo como la narración oral que no está siempre “arriba” todo el rato. Esa imperfección en el texto, le da textura como al gazpacho que uno lo disfruta más si tiene pedacitos de cosas y no es solo una sopa perfectamente molida. Por favor, autores: no pasen sus obras por el colador. Yo no quiero novelas coladas. Las quiero así, rugositas y con tropezones. Con arenilla.

Porque me gusta tropezar en literatura. Y quedar un poco magullada.

Una traducción de otro planeta

Tengo que hacer un apartado acá para hablar de esto. Normalmente, no es un tema que haya tratado mucho. Pero es necesario que diga algunas cosas. En realidad yo no sé qué escribe el autor porque no sé rumano. Solo accedo a Solenoide a través de los ojos de su traductora Marian Ochoa de Eribe. No sabemos en realidad qué ha escrito el autor pero nos fiamos de ella. ¿Y por qué lo hacemos?

Porque desaparece.

Y dejen que me explique.

Cuando leo a Marian, me olvido de ella. Me olvido de que es española. El lenguaje no interfiere en mi disfrute, todo lo contrario. Nosotros los latinoamericanos, aplaudimos cuando un lenguaje despojado de localismos (cuando es una traducción) nos llega cristalino.

Tan cristalino que ni es tema de conversación.

Ella debe ser buena escritora pero además pienso que un traductor tiene que amar lo que está traduciendo y, al mismo tiempo, dejar de lado el ego porque tiene que intentar llevar la voz  del autor a los lectores.

Repito. Yo no leo rumano.

Pero su voz desaparece.

E ilumina aquella otra voz de alguien, a los que algunos llaman “autor”.

También quiero destacar que leí El verano en el que mi madre tenía los ojos verdes de Tatiana Tibuleac y debo decir que confirma todo lo que expongo aquí.

Hablamos de otra voz. La voz de la autora, que tiene otra forma de narrar.

Otra vez vuelve a desaparecer Marian para que entre alguien a la que llamamos Tatiana.

Y funciona.

¿Una crítica velada al mundo literario?

Habíamos hablado del azar hace un rato. El narrador sitúa su fracaso en el azar. Con la misma lógica, nos está diciendo también que el éxito literario es solo producto de la coincidencia. Al mismo tiempo, otorga una excesiva importancia al Cenáculo. Me deja un poco perpleja como lectora que este sea un tema recurrente, el asunto de la validación por parte de los pares. Parece ser que sigue siendo crucial para la carrera de un escritor, algún tipo de aceptación por parte de ciertas tribus. Grupos de escritores que se recomiendan entre sí y en donde las reseñas y los panegíricos están a la orden del día. No lo juzgo pero pienso que la novela pone de manifiesto cómo algo extraliterario, como puede ser la recomendación de un colega puede cambiar, para bien o para mal, el destino de un escritor. ¿Y la literatura dónde queda en el camino?

Varias lecturas son posibles de lo que expresa Solenoide.

El narrador deja claro que el verdadero escritor es aquel que escribe sin destinatario. El mejor destino de la obra es la hoguera. La mejor obra es que la que sabemos que existió y está condenada a morir.

Aunque luego no muera.

En este sentido, el narrador nos invita a lo imposible.

Crear “como si”.

O acudir al cinismo. Crear con destino a quemar.

Bellísimo artefacto que tuve la oportunidad de ver en Casa de México. Una pluma que escribe con agua. Según se leen las palabras, se evaporan. ¿Será esta la verdadera literatura?

Me topo con Julien Cracq en Nudos de vida que me dice:

“En la actualidad, es una suerte para un escritor no haber estado de moda jamás, sino haber permanecido en una zona de retiro y sombra a la que solo acudían los que tenían verdaderas ganas de conocerle. La iluminación devoradora de la comunicación contemporánea tiene algo de la naturaleza de los rayos X, más que sacar de las sombras, lo que hace es violar el fuero interno sin importar las defensas, y después de una aplicación prolongada esteriliza y roe.”

Y suscribo sus dudas.

Ya he hablado en Arte y economía: una mirada desde la historia y la filosofía, sobre la completa tensión entre el mercado y el arte. Y en cómo el capitalismo subvierte hasta lo más transgresor. Y vuelvo a lo mismo: si el capitalismo abraza lo disruptivo, lo envuelve, lo soba, lo empaqueta y nos dice que es hermoso, ¿Cómo podemos seguir haciendo arte que conmueva, que mueva los cimientos del sistema? ¿Qué nos lleve a otra dimensión?

Solenoide nos dice.

No te cases nunca. Serás inmensamente infeliz.

Y uno, que es más bruto que un arado, se casa igual.

Escribir es de esas cosas que seguramente uno hace por las razones equivocadas. Es un vicio absurdo. Es querer capturar algo. Es como andar en bicicleta con las ruedas pinchadas. Uno transcurre como pisando clavos. Y busca dónde puede estar el pinchazo. Palpa la cubierta con la yema de los dedos. Intuye. Especula. Escribir es todo eso.

Es una batalla perdida de antemano.

El autor de Solenoide dice que teje.

Yo digo siempre que, en realidad, los libros ya están escritos y los llevamos pesados en nuestras espaldas. En nuestra mente. Yo digo que escribir es ese intento por sacarnos de encima esa carga.

Es quitar la morralla. Es limpiar las basuritas. Aunque queden algunas.

Pienso que se parece un poco al trabajo de los arqueólogos o paleontólogos que con una pequeña escobilla van sacando la arenilla y van limpiando con cuidado. De forma lenta. Cuidando los contornos de aquello que van descubriendo. Y se pueden tirar años quitando polvillo. Y descubriendo con maravilla un fósil, una forma. Un vestigio. Algo. 

El narrador dice:

“Todos excretamos, al vivir, los poemas, los cuadros, las ideas, las esperanzas, los deslumbrantes palacios de la música y la fe, las conchas con las que en otro momento protegimos nuestro vientre blando, pero que solo tras nuestra separación empieza a vivir en el aire dorado de las formas puras”. (p.435)

Escribir es una tragedia. Es el fracaso de algo perfecto que nunca pudimos atrapar. Es aceptar que existe la gravedad. Es lidiar con ella. Es tratar de deshacerse de ella. Y, al mismo tiempo, constatar que sin ella, estamos todos muertos.

Es planear por unos segundos. Elevarse del suelo.

Aunque sea unos instantes.

Como el avión de papel que hace mi hijo. Lleno de ilusiones.

Levanta vuelo. Se eleva un instante. Etereo, lo observo.

Y cae. Arrugado.

Otra vez la gravedad.

Y me río.

Bibliografía citada en orden de aparición

Cărtărescu, Mircea. Solenoide. Impedimenta. 2018

Carson, Anne. La belleza del marido. Lumen. 2019

Berardi, Bifo. Futurabilidad. Caja negra. 2019

Cracq Julien. Nudos de vida. Ediciones del subsuelo. 2022

Borges, Jorge Luis. Obra poética. Sudamericana. 2011

Recursos que charlan bien con Solenoide

A continuación detallo algunas fuentes que armonizan y amplian muchos de los temas que se tocan en la novela. Los mejores libros son los que te llevan a otros libros. Los que esperan, y los ya leídos que vuelven con fuerza. Todos ellos fueron candidatos a estar de forma más explícita en este artículo pero, al final, me di cuenta de que este monstruo se transformaría en un ensayo que, en este momento, no estoy en condiciones de encarar. Puede que quede para un futuro o quizás para cuando agarre fuerzas para leer la trilogía de Cegador.

Aquí les dejo algunos puntos de partida para seguir pensando. No es una lista exhaustiva. Solo un camino suceptible de crecer o menguar en el futuro. El mío propio y personal.

Las conversaciones de Fritjof Capra con EF Schumacher, un personaje muy interesante del que hablaré en breve, padre de la Economía budista, de la Economía ambiental y discípulo de Keynes. En este diálogo, profundiza en la idea del cambio del rol de la ciencia que pasa de la sabiduría a la manipulación (Francis Bacon decía: “el conocimiento es poder”). La “ciencia de la comprensión” tiene que ver con la sabiduría mientras que la “ciencia de la manipulación” solo quiere poder. Les recomiendo que lean este diálogo porque entronca muy bien, a mi juicio, con el propósito de la novela. Aparece en Sabiduría insólita (Kairós, 1992).Dentro del mismo libro recomiendo leer el diálogo de Fritjot Capra con Stanislav Grof, autor de Realms of the Human Unconscious en donde esboza una “cartografia de la conciencia”. Allí se explora el uso del LSD como mecanismo de conocimiento de la mente, en el que las drogas serían un especie de microscopio de la conciencia. Recomiendo mucho este diálogo porque entronca muy bien con la idea de la mente como punto de partida de todas las cosas. Un tema que quedó en el tintero para profundizar es el asunto de la fenomenología y las matemáticas. Quiero agradecer una vez más a la gente de La filosofía no sirve para nada, en donde se debaten estos y otros temas. En especial, les recomiendo escuchar este episodio, sobretodo el cruce entre Schulz y la religión y Husserl y las matemáticas. Queda para más adelante un análisis más profundo de este aspecto que atraviesa la obra. Siempre que intento buscar una respuesta acudo a ella: María Popova de The marginalian. En relación a Solenoide, les recomiendo leer Dreams, Consciusness and the Nature of the Universe en donde se explora cómo la imaginación y los sueños contribuyen a hacer ciencia. Y sobre la búsqueda de la belleza en las matemáticas, hay un hermoso artículo titulado Geometrical Psychology: Mathematical Models of Consciousness by the 19th-Century Psychologist Benjamin Betts es una reseña bastante completa de la obra que está bajo dominio público y que se puede descargar online. Muchas de las ideas de Solenoide están contenidas en este libro. Stanislaw Lem tiene al menos dos textos que conversan muy bien con Solenoide, uno de ellos es Un minuto humano aparecido en Provocación (Funambulista, 2005) en donde se trata la idea imposible de contener todo el conocimiento en un solo libro. De El profesor A. Donda (Impedimenta, 2021) saco la bella idea de la ciencia como malentendido. Lo mismo aplica a la literatura. El grupo de Facebook en español: Araña, mariposa y Solenoide: Mircea Cărtărescu en español . Y aprovecho para agradecer a Mihai Iacob por dejarme entrar. Allí hay un repositorio bastante completo de recursos. Se los recomiendo. Aprovecho este espacio para recomendar el podcast de José Carlos Rodrigo porque gracias a El café de Mendel, me terminé de decidir a agarrar Solenoide. Todo lo que recomiendan junto a Jan Arimany es de calidad. Buena literatura. Yo siempre digo que al lector no le importa si los escritores ganan premios ni su currículum literario o si son candidatos a Premio Nobel. Nos dejamos llevar por los buenos recomendadores, gente que no tiene compromisos con las tribus literarias y que no le debe nada a nadie. A Borges, lo nombro porque sino me van a decir: no nombraste a Borges. Ni me gasto en citar. Investiguen ustedes, señores. Para leer másUn paseo por mi Solenoide particular (2)Un paseo por mi Solenoide particular (1)Ser madre y ser hijo: un eco que no se acabaLa guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y KeynesLa biblioteca Keynes

La entrada Un paseo por mi Solenoide particular (2) se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 18, 2022 03:21

May 17, 2022

Un paseo por mi Solenoide particular (1)

H oy hablo de Solenoide de Mircea Cărtărescu, aunque quizás, todo esto es una excusa para hablar de matemática, filosofía y por supuesto, poesía. Primera parte para no cansar al personal.

Unas palabras antes de empezar

Este texto parte de una tragedia. La desgracia que ataca al escritor debutante y al experimentado: la automutilación. Lamentablemente, para dejar este artículo en dos entregas, he tenido que dejar de lado cuestiones y autores muy interesantes. Para mí, es como cortarme un miembro porque en mi cabeza todo me interpela de forma urgente.

Pero luego pienso.

Todo lo que tenga que decir, ya se dijo.

Todo lo que quiera plantear, ya se escribió.

Entonces, me olvido y me pienso estrella de mar porque me corto un brazo sin problemas.

Ya crecerá otro.

Me he cortado varios brazos, señores, para escribir este texto.

Quiero aclarar que lo que viene a continuación, no es una reseña. Yo no reseño libros, ni hago resúmenes ni hago panegíricos de escritores.

Como mucho, esto puede ser la reseña de un libro que no existe.

No soy profesora de literatura. No pertenezco al mundo universitario ni científico. Mi análisis de la obra la hago desde el lugar del “lector común”.

Por qué leí Solenoide

Antes de meterme de lleno, quiero aclarar varias cosas. En general, leo a autores muertos. No es premeditado. Me sucede.

Llegué a esa novela porque me la pasó un familiar que me dijo: “no pude con ella”. Yo miré ese hermoso ejemplar de Impedimenta que probablemente viajó desde España a Buenos Aires y vuelta a Madrid con curiosidad. Qué hermosura.

Corría el año 2018 y me encontraba en un  estado emocional que no me permitió apreciar la obra.

Pero siempre digo que los libros buenos, te esperan.

Y, quieto, se quedó en mi mesa de luz.

Tiempo después, llegó El ruletista (Impedimenta, 2010 ). Lo leí, aprecié que era buena literatura como Solenoide pero no lograba entrar. Me quedaba afuera forcejeando la cerradura.

Pasaron algunos años y el libro seguía durmiendo agazapado entre otra pila de historias que competían y pedían a gritos atención.

Solenoide, hermosa y callada, dormía a mi lado. Quizás me observaba y, mientras tanto, yo me dejaba seducir por otras historias.

Pero sucedió algo.

Un embrujo

Los que me conocen saben que llevo tiempo leyendo, investigando y escribiendo sobre la vida de Maynard Keynes y todo su universo satélite que incluye, al menos, a todo el Grupo Bloomsbury. En febrero, sucedieron muchas cosas y, entre ellas, fue que empecé a leer de forma un poco más seria la vida y obra de TS Eliot, porque este poeta, amigo de Virginia Woolf y de Keynes me conmovió profundamente en un momento en el comenzaba la guerra de Ucrania.

De ahí, salió este diálogo entre Las consecuencias económicas de la paz de Maynard Keynes y La tierra baldía de TS Eliot.

Después de ese round cansador, mi chico trajo una nueva tanda de libros, entre ellos estaba Poesía esencial (Impedimenta, 2021) de Mircea Cărtărescu.

Fruncí el ceño.

Se me arrugó la frente.

En otro momento de mi vida, hubiese dejado descansar el ejemplar en esa pila de libros hermosos y durmientes, pero ahora era diferente. Venía de leer a Eliot, a Dickinson, a Borges.

Andaba ya medio trastocada.

Señores, yo entro a este universo Solenoide por la poesía, no por El ruletista. Allí encuentro la puerta de entrada. La combinación secreta que me faltaba o aquel chispazo que surge a fuerza de poner en contacto dos entes.

Tengo piojos otra vez….

Dio la casualidad, además, que había pasado toda la semana despiojando a mi hija. Y no pude parar de leer.  

Yo pienso que fue un embrujo.

¿Quién escribe el libro?

Esta pregunta me carcome. ¿Realmente el autor es tan importante o son las miles de conexiones que hago en mi cabeza? ¿O el azar de que estuviera despiojando a mi hija cuando empecé a leer?

Por eso no me siento cómoda en el lugar de adoración al autor.

La realidad es:

Nosotros no sabemos quién es el autor.

¿Es un señor que firma autógrafos?

¿Es un señor que está solo y pobre en el mundo?

¿Es un señor que vive en otra década?

¿Es un bot?

¿Quién es ese ser que en algún momento de su vida se puso a escribir?

¿Y quién soy yo que recibo esa obra y le doto de una entidad lejana y desconocida para el autor?

¿No les parece que en realidad la literatura es un gran malentendido?

La matemáticas, un lenguaje que es un camino

La metáfora matemática está muy presente en toda la obra. El punto de partida es el azar. Parece el narrador situar su fracaso como escritor, no en sus dotes literarias, sino en un hecho fortuito como es la validación por parte de un cenáculo de su obra.


“En aquella velada terrible del Cenáculo de la Luna, la trayectoria de mi vida no solo se bifurcó como un tronco en dos ramas enormes, (…) sino que estalló el mundo entero en una mitosis cósmica, una fisión universal que produjo dos realidades  infinitesimalmente distintas al principio pero cada vez más extrañas luego, a medida que se alejaban en el tiempo” (p.535)

Solenoide (Impedimenta, 2018)

El azar es haber nacido humanos y no insectos. Ser producto de mutaciones. De errores. Es no entender. Es la entrega al desconocimiento. Es confusión.

Hay algo de retorno siempre a los mismos temas. La búsqueda de la cuarta dimensión ejemplificada en el teseracto, es un juego de la mente. Yo digo que es la eterna búsqueda de un lenguaje. Pero es solo eso: un lenguaje. Que no deja de ser un medio. Un camino hacia algo.  Un artefacto que inventamos.

El narrador busca el teseracto.

Y yo pienso que crea un lenguaje para entender. La matemática es eso, un lenguaje que intenta, en el mejor de los casos, recortar la realidad y en el peor, hace ficción para llegar a alguna idea de verdad o belleza.

Y aquí cuento una anécdota personal.

Los sueños son el terreno de la matemática y de la poesía

Cuando estudiaba Economía, pasaba muchas horas estudiando matemáticas. Sobre todo, Álgebra y Análisis matemático. El estudio era tan abstracto que a menudo nos preguntábamos si todo eso nos serviría para la vida profesional.

Yo siempre había sido muy mala en matemáticas, tuve profesores particulares durante toda mi enseñanza secundaria y cuando llegué a la facultad, empecé a estudiar una ciencia bastante más abstracta. Aun así, empecé a disfrutar por primera vez esa disciplina pero, al mismo tiempo, crecía mi perplejidad:

¿Para qué estaba haciendo todo eso?

Por momentos, sentía un fuerte extrañamiento hacia todo lo que me rodeaba. Haces algo durante mucho tiempo pero no sabes bien por qué.

Por otra parte, sentía algo cercano al placer. Me gustaba y, según pasaban los años, la cosa se fue complicando. Y pasó lo siguiente:

Empecé a suspender los exámenes.

Yo no era tan buena.

El punto final llegó cuando tuve que intentar entender un libro de Microeconomía avanzada escrito con elementos de topología. Simplemente, no pude más. Para mí, la topología es un lenguaje extraño creado por mentes oscuras.

Por Dios, googleen aquellos símbolos.

Dejé de ver la belleza. La otra cosa que pasó, fue que mi mente estaba tan repleta de símbolos matemáticos que empecé a soñar. Por las noches, soñaba la resolución de las ecuaciones. De los problemas. Las derivadas. Las series. Las integrales. Las ecuaciones diferenciales.

Y eso era bastante incómodo y, al mismo tiempo, hermoso.

Hay algo mágico en esa noción de poder representar toda una idea, un cosmos, con solo un signo.

A mí eso me parece belleza.

Y me dicen. ¡Pero no es realista! Eso no es la realidad.

Y yo les digo, la matemática es un lenguaje que sirve para intentar entender algo. Recorta la realidad. Agarra la tijera y saca un trozo y lo mira fijo.

Hay una suerte de eficiencia en el lenguaje matemático que lo hace bello. Fíjense que uso la palabra “eficiente” que tiene muy mala fama. Nadie espera que las cosas eficientes sean bellas pero yo encuentro bello eso de poder expresar algo con un solo símbolo.  

Pasaron los años y abandoné las matemáticas. Eventualmente, me recibí y trabajé de cosas en las que las matemáticas no eran necesarias.

Y ahora vuelvo a febrero del 2022.

Empecé a soñar con poesía de la misma manera en la que resolvía ecuaciones años atrás. No puedo explicarlo. Es como un puzzle. Unas ansias de que algo, lo que sea, encaje. Porque siempre la poesía es como el alarido de un perro apaleado.

Si la prosa es una casa, la poesía es un hombre corriendo en llamas a través de ella, dice Anne Carson.

Y de noche empecé a ordenar palabras con el mismo furor con el que resolvía ecuaciones. Y esa sensación de urgencia y de belleza en el cuerpo era la misma.

No anoté nada. No me importa.

O sí.


Orama es la voz susurrada sin cuerdas vocales ni aparato fonador que te llama por tu nombre en plena noche.(p. 554)

Solenoide (Impedimenta, 2018)

Es como llegar a una idea. Un concepto.

Y que se esfume.

Viajar entre mundos sin que se note

Pero sigo pensando profundamente qué es lo que más me impactó de esta obra.

Si agarrás los temas que trata, hay quien podría decir.

“No dice nada nuevo.”

“Eso ya se trató.”

“Es pretenciosa.”

A todos los atiendo ahora.

El autor, quien quiera que sea, es capaz de hilvanar los momentos realistas y fantásticos. Su relato es tan bello que hace que lo complejo, parezca simple. Un buen escritor muestra sencillez.

Solenoide es sencilla.

Y eso es bueno.

No nos damos cuenta cuándo pasamos de la vida gris del narrador a los túneles mágicos y sobrenaturales de su ciudad.

Y en efecto, el autor es un excelente escritor de literatura realista. La vida realista del personaje esta tan bien narrada que no parece de este tiempo.

Por momentos, siento que estoy leyendo la narración de un autor que murió hace muchos años.

Y esto es un elogio.

Escribir no ficción literaria con rigor

El narrador me quiere decir algo  y para ello se vale de la vida de personajes que existieron pero que son funcionales a la historia que está contando.   

Esto no es menor, es la manera en que le dotamos de narrativa a personajes históricos. El autor no se limita a escribir una novela biográfica sobre la vida de Boole, de Ethel Lilian Voynich, Nicholas Vaschide, de Hinton y su cubo de Rubik o de Mina Minovici.

Entreteje sus vidas públicas con la pequeña vida del narrador.

Y me detengo en este punto.

Siempre me parece interesante esa mirada que cruza diversos territorios, en este caso el de la vida pública y privada de personajes que son anónimos.

A veces son pasajes largos que requieren de oxígeno. Yo digo que solo un buen narrador te lleva “haciendo perrito” por todo un océano (Yo no soy una buena nadadora).

A veces me parece que no hago pie.

Pataleo un poco. Me quedo sin aliento.

Leer Solenoide, es un ejercicio que recuerda al running: te lo pasas bien pero estás exigido. Hay que economizar fuerzas. Parar. Respirar.

Leer Solenoide es un ejercicio de confianza.

Y volviendo a estos personajes históricos, debo decir que el autor no hace biografía literaria a lo Stefan Zweig.

Ese tipo de libros ya existen.

El autor no se limita a hacer autoficción.

Eso ya existe.

El autor no se limita a publicar sus diarios

Eso ya existe.

El autor no hace ensayo filosófico

Eso ya existe.

El autor hace otra cosa.

No me pregunten qué.

Solenoide es un martín pescador, que según como los observes, puede ser azul, turquesa o verde.

Muta y se transforma en los ojos del que lo lee.

Un diálogo entre varias disciplinas

Ya lo dije antes, desde el Canguro filósofo celebramos las obras que interpelan a diferentes disciplinas. En el mundo actual, estamos todos compartimentados en diferentes saberes. Como ratitas corriendo cada una en su propia rueda. Qué triste.

Fíjate que hasta principios del siglo XX, alguien que ejercía de economista, en realidad venía de estudiar filosofía, matemáticas, probabilidad, literatura, latín, griego. Y allí estaban en contacto con gente de diversas disciplinas. La vida de Keynes y todo su entorno es un ejemplo de esto. Él nunca fue graduado en Economía porque no existía una carrea universitaria como tal. Existían grandes ramas de conocimiento que el alumno iba investigando y deambulando. Lo mismo aplica a otros economistas como TS Eliot que trabajó en un banco muchos años.

Pero, en la actualidad, nos encontramos con que el economista no habla con el poeta, el ingeniero pasa de las humanidades.

Esto no siempre fue así pero lamentablemente estamos yendo a un mundo que divide, que nos separa. Solenoide es una invitación al diálogo y entendimiento entre la ciencia, la literatura, el arte.

La historia del capitalismo de los últimos cien años ha consistido, en parte, en la historia de ese despojo de la enseñanza universal. Ya no se estudia latín y griego en las carreras de humanidades, en Economía apenas sabemos de filosofía y los filósofos no manejan ni entienden las matemáticas.

Bifo Berardi nos dice:

“Preservar la autonomía del conocimiento es la cuestión más importante de nuestro tiempo” (p. 229).

Esa autonomía perdida tiene que ver con esta separación de saberes. El creador está en su atalaya, el ingeniero otro tanto. No hay diálogo entre disciplinas y el salario sigue siendo el principal constreñimiento para esa autonomía. El mismo lenguaje que configura el capitalismo nos limita y como ya he dicho en Cambiar el futuro es cambiar la conversación ¿cómo vamos más allá de esos límites del lenguaje que nos permita imaginar un mundo mejor?

Y Bifo resuena otra vez,


“Sin embargo, lo que veo y lo que sé está lejos de ser la totalidad de lo que existe. Lo que escapa a mi conocimiento, lo que no puedo ver, lo que no puedo imaginar, lo que ni siquiera puedo concebir son los medio de escape”. (p.249)

Bifo Berardi en Futurabilidad (Caja Negra, 2019)

Solenoide es la narración de un escape. El diario de una huida. Es la búsqueda de la belleza, de la verdad. Quizás es la crónica de una quimera. No quiere agradar. No quiere ser redonda ni seducir al lector. Y, sin embargo, los sumerge en un viaje vertiginoso y alocado. No baja linea. No quiere cambiar el mundo ni le dice al lector lo que tiene que hacer. No quiere conformar minorías. Denunciar hechos abyectos. Solo se rinde ante la belleza y la verdad.

Como hace la verdadera literatura.

MAÑANA, LA SEGUNDA PARTE.

Disclaimer: Las referencias y bibliografía aparecerán al final de la segunda parte. Todas juntas.

Para leer másUn paseo por mi Solenoide particular (2)Un paseo por mi Solenoide particular (1)Ser madre y ser hijo: un eco que no se acabaLa guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y KeynesLa biblioteca Keynes

La entrada Un paseo por mi Solenoide particular (1) se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 17, 2022 06:47

May 1, 2022

Ser madre y ser hijo: un eco que no se acaba

Hoy hablamos de lo que significa ser hijo y ser madre. De las sombras y las luces. De lo hermoso y triste de todo el tema. Disfruten.

El mundo visto desde los hijos

Hay muchas formas de ver el asunto. Desde arriba. Desde abajo. De cerca. De lejos. En cualquier caso, las madres nos interpelan porque todos hemos sido hijos en algún momento y eso siempre es un poco inquietante. Tanto si está como si no está, la madre es una presencia.

Extraña. Gigante. Perturbadora. Hermosa.  

Como hijos, las amamos. Las sufrimos. Las anhelamos con fuerza. Están en nuestro pensamiento. A veces sentimos pavor a defraudarlas. A no estar a la altura de su sabiduría. De su elegancia. De sus normas.

Cuando pasa el tiempo, esa figura se aleja. Puede estar presente o no, pero en cualquier caso, siempre está.

Y cuando ya somos adultos y tomamos decisiones, está su voz. Hay gente que alucina con imágenes. Yo siempre lo hago con voces. Hay tonos de voz que son potentes. Se meten en el cerebro y siempre están. A veces me dan miedo. Uno siempre siente que no está haciendo lo correcto. O puede ser dulzura. Esa ternura de una madre también siempre vuelve.

Yo de ella, evoco sobre todo su voz. A veces hay angustia. También su sonrisa en la que podría quedarme a vivir. Como hija pequeña, lo siento como algo adictivo eso de tener una madre al lado todo el rato. No sabemos bien porqué las queremos cerca cuando somos muy chicos. Hay una anhelo de posesión un tanto extraño. Las vemos tan bellas. Tan grandes. Las queremos poseer.

Si pudiéramos, nos la comeríamos.

Les torcemos el cuello para que nos escuchen. Les llamamos la atención para que nos miren. Queremos que su mente y su corazón sea solo nuestro. Y es interesante cómo nuestra visión hacia ellas cambia a medida que pasan los años. Intuyo que las madres siempre nos ven como niños. Pero nosotros, como hijos, sí vemos esa transformación. Esa inocencia que se va perdiendo y nos hace verlas más reales.

En la vida adulta, todo es diferente. Puede no estar cerca. No participar del día a día, pero está presente en lo más cotidiano.

Cuando leo un libro. Cuando me visto. Cuando escribo. Cuando estalla una guerra. Cuando sale una película. Cuando charlo con alguien.

Porque ella está en lo más chiquito. Y en cualquier cosa siempre es enorme.

Todavía lo es. Aparece siempre. Es monumental en mi cabeza. Es lejana y, al mismo tiempo, está pegada a mí. Es el eco de algo que sigue resonando. Y que vuelve, todo el rato.

Su eco sigue llegando.

A veces pienso que el presente es solo el eco del pasado. Y vivimos en esas resonancias de algo que sucedió hace mucho tiempo. O quizás es solo una luz que nos llega ahora de algo que, en realidad, ya se extinguió. Como esas estrellas que ya no existen pero que todavía nos llega su destello.

Tener hijos y ser madre

Y un día nos volvemos madres. Eso es otra cosa. Hay un abismo. Es como si no tuviera pasado. Quizás porque vivo en otro país y no tengo que seguir ningun modelo. Esa libertad me encanta.

Me gusta mucho estar con los chicos porque me regalan cosas que no tienen precio. Aprendo. Los miro. Son mis excusas para seguir intentando comprender la vida. Y también siempre pienso que mi vida es un constante huir de ellos.

O enseñarles a ser felices sin mí.

Me genera mucha felicidad cuando lo pasan bien lejos de mí  o con otras personas. Es como si me quitara una pesada mochila. Porque la carga emocional de llevar sus sentimientos encima de mí, me aplasta muchas veces.

Sé que, haga lo que haga, lo haré mal y eso me libera. Me hacen feliz y sé que además me preparo en todo momento, para saber que un día ya no estarán viviendo conmigo.

Tarde o temprano la gente que quiero ya no estará y pienso que es como una red, una telaraña de gente y amigos que te sostiene o que uno cree que te sostiene. Sabes que están ahí y eso tranquiliza.

Hasta que un día te das cuenta de que esa red tiene agujeros y de que es posible vivir con esos agujeros por donde se escapa la contención.

A veces observo otras madres y otros hijos y otros nietos y pienso que yo podría haber tenido esa vida que llevan esos otros. Pienso en lo que me estoy perdiendo cuando veo esas relaciones cercanas e intensas que yo no tengo. No es pesar, no se equivoquen. Es como una evaluación de lo que hay y lo que no hay. Miro con mucha perplejidad.  A veces encuentro señoras muy simpáticas, modernas, elegantes, encantadoras que andan por ahí, que bien podrían ser la mía, no porque se les parezca, sino porque quizás debe estar bueno eso de ser hija y que te cuiden un poco.

En el fondo, siempre estoy mirando a la gente como vidas que podrían haber sido las mías. Caminos que no tomé. O el azar que jugó y me puso en este lugar. Ya no me peleo con eso.

Ando sola y observo. Y me rodeo de gente que me hace feliz.

Todos estamos solos y, en realidad, no importa.

El amor de los hijos es extraño

Mientras escribo esto, lo escucho a él. Mi pequeño. Callado y rumoroso al mismo tiempo. Coloca las piezas del dominó y hace una columna. Se cae y hace un estruendo que me enoja porque se interrumpe mi tecleo. Suspiro. Nos vemos los ojos. Pone rostro de chanta. Me da ganas de besarlo y, al mismo tiempo, quiero que me deje en paz. Nunca tengo la sensación de culpa o de no hacer las cosas bien con ellos. No porque crea que hago todo perfecto. Paso mucho tiempo con ellos y eso, quizás, me libera un poco.

El niño me mira, dulce y travieso. Implacable con su piel y su olor que es adictivo. Lo olfateo y lo sobo todo el rato. No puedo evitarlo. Y me dice.

Mamá, tu eres mía.

Yo sonrío y recuerdo otro episodio: cuando saludé con un beso a un obrero que había hecho una reforma en casa. Había terminado y me estaba despidiendo. Él jugaba por ahí. Silencioso. Atento pero observaba todo. Y cuando se fue el obrero, me miró mi hijo de 5 años y me dijo:

Mamá, no beses a los constructores.

He llegado a un equilibrio pero tengo claro que este espacio que ocupan en mi vida, se va a ir reduciendo y algo más tiene que haber.

Quizás la vida consista en preparar ese nido para cuando ya no estén.

Ser madre es volverse un poco sorda

Lo que sí he desarrollado es la capacidad para no escucharlos cuando escribo.

Me dicen: Mamá. Y no respondo. Ya lo saben. A veces, les tengo que preguntar varias veces qué dijeron porque tengo la mente tan lejos que no logro escucharlos. Ellos se enojan, obvio, pero he desarrollado esa capacidad de trabajar estando con ellos.

A veces hay gente que dice: con hijos no se puede trabajar. Yo lo desmiento. Con una habitación y una llave, es posible. Incluso con ellos dando vueltas por ahí.

Hoy es el Día del Trabajo y el Día de la Madre y me pasa otra cosa curiosa. Cuando estoy en el ordenador, se enoja mi pequeño. Intuyo que si pudiera, lo tiraría a la basura. No le molesta que su papá se vaya a la oficina, le molesta que su mamá trabaje en casa. Sin embargo, si me pongo a lavar los platos o a ordenar (otra forma de trabajo NO remunerado), se tranquiliza y se empieza a entretener solo. Como si el mismo hecho del trabajo manual y visible, le tranquilizara. Quizás sospecha el misterio que encierra la palabra escrita que no comprende. O necesita saber que mi mente no está lejos. Hay algo en su pequeña cabeza y corazón que alberga sabiduría. Actúa sin pensar en su propio beneficio.

Ponerse un traje de fuerte

Otro asunto. Cuando me enfermo o me ve débil, mis hijos más exigentes se ponen. Qué loco. Hay tanto amor y, al mismo tiempo, unos sentimientos tan bajos, que da un poco de miedo todo esto de la familia.

Se portan peor cuando ven que no los puedes cuidar bien. Y pasa bastante en la vida. Una cosa que aprendí con los años: la gente que te ve débil, va a por ti. Y por eso a veces saco una contundencia que no tengo porque es la única forma de mantenerme a flote.

Es un poco triste pero es así. Es como un traje que me pongo. Y también con los hijos. Ellos tienen que verte fuerte y poderosa y eso mismo que temen es lo que anhelan.  

Estos de las madres es complicado.

Estén o no estén.

Hay unos versos que aparecen en Poesía esencial de Mircea Cartarescu que acuden en este día.


(…) estoy leyendo en la habitación vacía. cuando de repente, una luz azul


ha grangeado mi pijama. me he vuelto hacia la ventana.


la ventana entera estaba cubierta por un ojo gigante.


era el gran ojo de mi madre.


era mi madre agachada en la calle y contemplando la habitación.


era mi madre tan alta como dos edificios de diez pisos


caminando por la calle descalza, aplastando fuentes y pasadizos,


era mi madre tal y como la recordaba, mi madre con sus muelas aterradoras


con su falda de algodón ondeante bajo las estrellas, bajo los diamantes,


arrastrando largas nubes de púrpura transpirando bruma,


encendiendo con un solo roce de los dedos


cualquier hotel como si fuera una bombilla de billones de vatios,


era mi madre alejandose por la carretera con la luna bajo los omoplatos


caminando hacia la plaza victoria, una araña deslumbrante


un amor cegador. (…)

Extracto de “la giganta” en poesía esencial de mircea cartarescu

A veces leo algo hermoso y pienso ¿qué diría ella de este poema?

Y ese silencio es demoledor.

Para leer másSer madre y ser hijo: un eco que no se acabaLa guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y KeynesLa biblioteca KeynesNos faltan padres en la literaturaTu hijo no sabe nada de economía

La entrada Ser madre y ser hijo: un eco que no se acaba se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

1 like ·   •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 01, 2022 04:49

April 12, 2022

La guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y Keynes

Hoy hablamos de dos economistas y sus obras. Nos interesa indagar en cómo dialogan Las consecuencias económicas de paz de Maynard Keynes y La tierra baldía de TS Eliot. Y nos preguntamos por ese vínculo entre la guerra, la poesía y la economía.

El contexto de su lectura ahora

Sucedieron dos cosas anómalas en el mismo mes. Empecé a leer seriamente La tierra baldía de TS Eliot cuando estalló la guerra de Ucrania.

Ya sabemos que no hay palabras para estas cosas. La violencia, la tristeza, la desazón son solo una pequeña parte de la enorme gama de emociones que uno experimenta. Y la vida es muy miserable cuando solo somos eso. Emociones sin control. En mi caso, una nube de angustia me sacudió bastante y me agarró sin demasiadas herramientas para solventar el asunto.

Una vez más, la literatura salió al rescate.

A TS Eliot le vengo siguiendo la pista hace meses por diversas razones. Los que me conocen saben que ando detrás de él, porque tiene varias peculiaridades que me interesa indagar. Quizás son lugares comunes, quizás todo esto ya se dijo. Yo no soy profesora de literatura y tampoco esto es un ensayo exhaustivo sobre el asunto. Apenas, quiero esbozar un par de reflexiones, como dice Virginia Woolf, como lectora común que intenta buscar respuestas.

Las consecuencias económicas de la paz también es un grito de auxilio

Ya les he dicho en varias ocasiones que una de las obras más vendidas, más interesantes y literarias de Maynard Keynes es Las consecuencias económicas de la paz, libro que sale publicado en 1919 después de que el economista abandonara, decepcionado, las conversaciones sobre la paz entre los países europeos que se estaban desarrollando en París. Maynard era parte de la delegación británica y tenía un fuerte desacuerdo con Francia en torno al monto de las sanciones que debían imponer a Alemania. Ofuscado, escribe este pequeño libro en un verano en la casa de retiro de Vanessa Bell, Charleston.

No me voy explayar en su contenido, lo pueden conseguir en cualquier librería por un precio muy barato. Solo quiero señalar que, para mí, fue un antes y después en muchas cosas, no solo en lo que transmite, en lo contemporáneo de sus implicaciones (¿castigamos económicamente a los países malos?) sino por ese costado más literario de Keynes que se refleja en la apasionante crónica que hace de los personajes que asisten a la conferencia de la paz, en la que luego ahonda en Dos recuerdos (Acantilado) y en sus Essays on persusion (Classic House books, 2009). Incluso Virginia lo elogia con ahínco porque sabe que hace retratos precisos de las personas (en general, siempre son hombres pero esa es otra conversación).

De Las consecuencias económicas de la paz, hablé hace poco, a propósito de la interesante y atrapante crónica que contó Ariadne Birnberg sobre su abuela Naomi Bentwich, una de las mecanógrafas del libro y que ofrecí en exclusiva en español aquí.

Mi hilo siguió tejiéndose cuando llegué a TS Eliot, también muy amigo de Virginia y miembro del grupo Bloomsbury. Varias cosas y aspectos quiero destacar e iré desmembrando de a apoco. Pero antes un apunte sobre las diversas traducciones en español que van dando vuelta.

Sobre las distintas versiones de La tierra baldía

La primera versión que llegó a mis manos de La tierra baldía, fue la de Academia Argentina de Letras, un texto que tiene mucho prestigio entre los académicos, pero que, lamentablemente, no está al alcance de mis limitadas dotes intelectuales. Me costó mucho entender el estudio preliminar ya que está pensando más para lectores académicos que lectores comunes como yo.

Edición de La tierra baldía de la Academia Argentina de las Letras, muy erudita pero demasiado elevada para un lector común.

Así, me puse a investigar y me llamó la atención esta edición de Olé libros con traducción de Sanz Irles. No tengo elementos para decir si es la mejor traducción en lengua hispana, pero puedo decir que lo que logra, sea lo que sea, me llegó en lo más profundo.

Está ese velo, como dice él, entre dos lenguas, que el traductor trata de sortear y debo decir que es hermoso lo que logra. De verdad, sé que hay otras traducciones y no soy experta. Pero esta es la versión que usaré para comentar la obra.

Bellísima edición de Olé libros de La tierra baldía.

Sin embargo, también consulté los estudios preliminares que aparecen en Cátedra y Lumen. Me hubiese gustado disponer de más tiempo para indagar en las versiones inglesas más conocidas pero eso lo dejo para los eruditos.

Intertextualidad en La tierra baldía

Sanz Irles, con buen tino, pone de manifiesto lo que todos vemos cuando leemos La tierra baldía, hay numerosas referencias a todo un acervo cultural que nos obliga a viajar a otros textos. En este sentido, sin ser exhaustiva, he indagado en diferentes ediciones, además de la comentada recién, por ejemplo en Lumen y Academia Argentina de Letras, y llama poderosamente la atención que, sabiendo de la fuerte carga de intertextualidad en La tierra baldía, no haya ningún referencia en los estudios preliminares y notas al pie que he leído, a Maynard Keynes y el grupo Bloomsbury. A lo sumo, hay alguna referencia a Virginia que fue la que publica en su editorial el poemario pero ¿cómo podemos obviar estos vínculos? Están presentes en las cartas y diarios de Virginia como en las biografías de Keynes que se basan a su vez en sus Personal Papers (PP), depositados en la Universidad de Cambridge, en los que hay cartas y documentos privados.

Keynes y TS Eliot: dos colegas con profundo sentido estético

De acuerdo a las cartas de Virginia Woolf y a la misma biografía de Keynes escrita por Robert Skidelsky, Virginia después de publicar en Hogart Press La tierra baldía[1], quiere que TS Eliot abandone el banco Lloyds donde trabaja y se dedique a escribir. Por supuesto, Keynes se muestra conmovido por la obra. Hay algo que lo toca. Lo acerca. En el fondo, están hablando de lo mismo. La destrucción. El sinsentido. La muerte. La decadencia de Europa. La destrucción de un mundo conocido.

La economía.

¿Acaso no trata Las consecuencias económicas de la paz de lo mismo? De alguna manera, las dos obras (junto a El mundo de ayer de Stefan Zweig) son un duelo, una despedida, un requiem y un lamento de un mundo que se acaabó en 1914.

Pero volvamos a nuestro asunto. Keynes acababa de comprar el periódico semanal The Nation y sucede lo siguiente. Virginia le ruega que le haga un hueco en la redacción que permita a Eliot abandonar el banco. Ella ama su literatura y quiere que se dedique a escribir. Hay tratativas, Keynes habla con unos y con otros y después de muchas idas y vueltas, logra el puesto para él. Sin embargo, Eliot, está temeroso, sufre muchas crisis nerviosas y no puede olvidar los graves problemas económicos que lo acechaban hasta hacía poco y al final declina la oferta. Hubo decepción por parte de Virginia que incluso había creado una colecta, un “Fondo Eliot”[2], para ayudarlo. La cosa no se concreta pero Eliot sigue escribiendo. Y así se da el lujo de rechazar a Keynes porque no tiene las suficientes “garantías”.[3]

Pero, aun así, TS Eliot sigue estando en la brújula del economista.

La tierra baldía es el lamento de una economía en descomposición

Quiero ir al grano porque no lo entiendo. Llama poderosamente la atención que no se ponga en el foco con más regularidad, el trasfondo económico de La tierra baldía. Al menos en las ediciones que he consultado, que son limitadas. TS Eliot se ganaba la vida como economista y pasaba gran parte de su jornada en la City londinense, uno de los escenarios más fuertes y conmovedores de La tierra baldía:

City irreal

bajo la niebla parda de un alba invernal

por el puente de Londres fluía un gentío; tantos…

nunca pensé que la muerte derrumbara a tantos.

La city es la muerte. Son los cadáveres que quedan a un costado porque se ve el costado sórdido de todo lo que es el comercio. Eliot camina por un páramo, una city que ya está abandonada en la que Abril es el mes más cruel porque llega la primavera pero no hay brotes, solo hay muerte. El invierno nos abrigaba con su nieve.

De los pocos que, últimamente han puesto de manifiesto este nexo entre Las consecuencias económicas de la paz y La tierra baldía, fue Zachary D. Carter en El precio de la paz (Paidós), un título sugerente para una biografía de Keynes. Aunque no es la obra más completa sobre la vida del economista, esboza una idea que algunos sospechábamos. Según él, el poema de Eliot era “una readaptación metafórica y abstracta en verso libre de los temas e ideas que él mismo había expuesto en Las consecuencias económicas de la paz” (p.156).

Es altamente probable que TS Eliot leyera Las consecuencias económicas de la paz y que se sintiera, como muchos lectores, especialmente tocado. No es extraño que ello sucediera, si tenemos en cuenta que fue un libro que, para sorpresa de Virginia y sus amigos, al año de su publicación superó los 15.000 ejemplares vendidos (la primera tirada fue de 5000 ejemplares[4]), de lejos uno de los libros más vendidos del Grupo Bloomsbury. No es de extrañar que Eliot lo leyera no solo por ser miembro del grupo sino en su carácter de economista.

Pero hay más.

Bucha es la city arrasada

Hay una imagen que me destruye. Y son las llaves. En la ciudad de Bucha, hay cadáveres que se amontonan y una mano y una llave. La gente que quiere llegar a casa rápido, saca sus llaves y apresura el paso (en especial, las mujeres. En La tierra baldía, la tierra arrasada también es una mujer). Esa mano y esas llaves se inmortalizan en una imagen, lo urgente de la tragedia. La muerte, otra vez. La violencia que todo lo aplasta. Y luego, la nada.

Si al menos se oyera el sonido del agua

No la cigarra

Ni el canto de la yerba seca

Sino rumor de agua sobre rocas

Allá donde el zorzal  canta en los pinos

Plip plop plip plop plop plop plop plop

Pero no hay agua

¿Ucrania es Cártago?[5]

Uno de los propósitos de Keynes en Las consecuencias económicas de la paz, era justamente probar que un acuerdo a la cartaginesa no era posible. Evidentemente, la destrucción completa de un país, más allá del desastre humanitario, no es negocio para nadie. Keynes lo vio pero, ¿lo estamos viendo nosotros? ¿Hasta dónde pueden llegar las sanciones? (*). A Occidente no le interesa tener un Cártago en sus dominios pero Rusia está acostumbrada a arrasar, a hacer de sus tierras pequeños Cártagos que resurgen como lo hizo Cártago.

Ahora Ucrania puede ser Cártago.

Eliot deambula, como un fantasma, con su uniforme de la City por los vestigios de un imperio que ya fue. Reino Unido empieza a sucumbir como potencia hegemónica por esa tierra arrasada y yerma. Y en su deambular, transita por numerosas ciudades, todas ellas, son lo mismo. En todas ellas, se cierne la muerte y la destrucción.

Luego llegué a Cártago

Ardo ardo ardo ardo

Oh, tú, Señor, me rescatas

Oh, tú, Señor, rescatas

Ardo

Cuando la lógica no alcanza

Hay una diferencia entre la mente de Keynes y la de Eliot. El primero era un eterno optimista e incluso en las horas más oscuras de la guerra, mantenía el buen humor. Virginia, con su fina ironía decía de él:

“Maynard es escurridizo como una gota de mercurio en una tabla inclinada, un poco inhumano, pero muy bondadoso, como suele serlo la gente inhumana. (p.91)[6]

Eliot vivía en la desesperación y la economía no era suficiente. Y busca en la poesía porque está desesperado, angustiado y necesita comprender. Para gran consternación del Grupo Bloomsbury, a Eliot no le alcanza con la poesía, necesita más. Y eventualmente se convierte al cristianismo. Abraza la fe porque está desesperado. Keynes no necesita acudir a ella, tenía los Principia Ethica de Moore que eran su faro, podía vivir sin una religión, sin embargo, Eliot necesita del cristianismo y de su tradición porque la lógica no le alcanza[7]

Y deambula entre los muertos que no lo ven.

¿Quién ese ese tercero que va a tu lado?

Si cuento, solo estamos nosotros, tú y yo juntos

pero al mirar al frente por el camino blanco

siempre está ahí ese otro que camina a tu lado

con capucha, deslizándose envuelto en pardo manto

no sé si hombre o mujer

―¿Quién anda, pues, ahí a tu otro costado?

El economista como adivinador

Hay más referencias económicas clarísimas como el horóscopo y la idea de la predicción, tan presente en la economía. A Madame Sosostris se la considera la más sabia de Europa y es la que predice la “muerte por agua” de Flebas, el fenicio, otra vez esa idea de la muerte y la naturaleza que lo acalla todo, incluso los desvelos, pequeños, efímeros y mezquinos de la vida diaria.

Flebas el fenicio, quince días muerto

olvidó el graznar de las gaviotas y el oleaje de altamar

y las ganancias y las pérdidas.

Una corriente bajo el mar

entre susurros recogió sus huesos. Y subiendo y cayendo

entró en el torbellino

y cruzó las etapas de su vejez y juventud.

¿Hacia dónde vamos entonces?

No quiero seguir pensando en esas llaves. En esas manos y esos cuerpos abandonados. En los escombros. En el frío y en los sepulcros improvisados de lo que vuelven y entierran a sus muertos (¿qué germinará de esos cadeveres enterrados?).

Están siempre. Siempre han estado. Acá en Europa, en África, en Asia. La postal es la misma. Es una misma imagen intertemporal, la de la miseria humana. La devastación del ser humano, de la naturaleza. La barbarie y la ausencia de palabras. Porque las palabras no alcanzan. El lenguaje se queda corto. Es torpe y entonces se fragmenta como La tierra baldía en numorosas voces que recorren los siglos, las culturas.

Ya no sirve la filosofía, ni la teoría política, ni la diplomacia. Y entonces la poesía nos da algo, no sé qué es, es casi un grito desesperado. Es renunciar a la lógica, no baja linea, ni siquiera juzga. Ni siquiera tiene un única voz. No la necesita. Solo establece un rezongo desesperado.

Es desaparecer.

Dice Eliot en El bosque sagrado:


La poesía no consiste en dar rienda suelta a nuestras emociones sino en huir de la emoción; no es una expresión de la personalidad sino un huida de la personalidad.

El bosque sagrado (TS Eliot)

Y yo pienso que quizás no es querer entender. Es una renuncia al entendimiento lógico. Es querer desaparecer ante el horror. No solo sabemos que vamos a morir y que solo quedará la nada. A la constatación de la propia muerte, sumamos la posibilidd de que sea horrorosa. Que puede suceder de forma violenta, tenebrosa y aun así, al universo le dará igual. Y entonces, nosotros, los vivos conocedores de ese destino, vivos y sanos, y espectadores del circo siniestro y danzante de la economía y la guerra, solo podemos apelar a las sabias palabras de Bifo Berardi que me dan una luz y un entendimiento que no me lo da ningun ciencia.


Pero si el lenguaje es un límite, esto implica también que existen otras posibilidades más allá de dicho límite. Llamaría desvinculación a cualquier creación linguistica a la que podríamos llamar “exceso”: la poesía es la actividad linguistica que excede los limites de nuestro lenguaje.

Bifo Berardi en Futurabilidad. caja negra (2019)p. 209

Y en medio de esta hecatompe que es la vida, vuelvo a Voltaire que me invita a lo pequeño, cuidar el jardín. El propio jardin.

Me senté en la orilla

a pescar; detrás de mí la árida llanura

¿Podré al menos poner mi reino en orden? (8)

Para leer másLa guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y KeynesLa biblioteca KeynesNos faltan padres en la literaturaTu hijo no sabe nada de economíaEl más bello Maynard

(*) Robert Skidelsky nos cuenta en este artículo por qué las sanciones económicas no han servido para parar las guerras.

[1][1] La primera tirada de La tierra baldía fue de 450 ejemplares. Hoy se vende en Iberlibro, un ejemplar editado por la Hogarth Press a más de 10.000 euros.

[2][2] Como anécdota, Russell le regala 3000 libras en obligaciones de una empresa que fabricaba armamento. Años después el poeta se las devolvió (Fuente: The autobiography of Bertrand Russel citado en El diario de Virginia Woolf Vol II)

[3][3] Fuente: El diario de Virginia Woolf Vol II (p.385)

[4] Fuente: El diario de Virginia Woolf Vol. II

[5] Para más profundidad sobre La tierra baldía y la paz cartaginesa ver la compilación de Harold Bloom y concretamente el capítulo escrito por Eleanor Cook.

[6] Fuente: El diario de Virginia Woolf Vol. 1

[7] Para más información sobre esto, leer Skidelsky, Robert. John Maynard Keynes. The economist as a saviour 1920-1937. Papermac. (p. 517)

(8) Últimos tres versos de La tierra baldía.

La entrada La guerra, la poesía y la economía: un diálogo entre TS Eliot y Keynes se publicó primero en Silvia Zuleta Romano.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 12, 2022 08:24