Pedro Cayuqueo's Blog, page 17
December 18, 2017
Persistente, optimista y conectado
Sebastián Piñera volvió a conseguirlo. Con decepciones, con esfuerzo y con el apoyo incluso de gente que, rechazándolo, volvió a preferirlo, el ex presidente refutó por segunda vez en la década la tesis sociológica y matemática según la cual Chile es un país de izquierda. A esta ilusión se había aferrado el gobierno aun con mayor vehemencia que el propio comando de Alejandro Guillier. Se trata de un cuento antiguo y persistente: no es que en Chile la derecha gane las elecciones. Lo que ocurre es que las pierde la izquierda. La curiosa conciencia democrática de amplios sectores de opinión asume que si la izquierda fuese algo más inteligente y disciplinada, no tendría cómo ni por qué perder. Vaya, vaya.
Aunque el de anoche fue un triunfo claro, el mandato de Piñera no necesariamente es robusto. Entre otras cosas, porque su votación es heterogénea. Piñera nunca fue de los candidatos que encienden a las masas. El voto suyo es racional y, con frecuencia, bastante escéptico. A él jamás se le dio bien eso que la cátedra llama carisma. Aun así el país volvió a elegirlo. Es el mismo presidente que ganó raspando el 2010, que arañó la gloria con el rescate de los mineros y que, enseguida, cuando su administración se volcaba a fondo a la reconstrucción, fue sometido -por el movimiento estudiantil, por la centroizquierda desbancada del poder y por las emociones del igualitarismo- a la más corrosiva operación de descrédito que mandatario alguno haya enfrentado en democracia. Aunque es evidente que hizo rectificaciones y fortaleció el frente político de su gobierno, nunca se sabrá con exactitud cómo logró salir de ese atolladero y cómo pudo terminar su mandato con las cuentas de la economía muy a su favor, con las de la política muy en contra, pero en un clima de completa estabilidad.
Ahora, Piñera se apronta a iniciar un nuevo gobierno bajo expectativas inciertas. Tendrá que cuidarse del error inicial de su gobierno anterior de subestimar la política. También de creer que recibió un cheque en blanco para cumplir su programa. La sociedad chilena está muy dividida y será fundamental su trabajo para conseguir nuevos consensos.
Es extraña la singularidad de Piñera, el derechista que estuvo con el No. Siendo un magnate en un país donde el resentimiento no es infrecuente, algo tiene que haber en su liderazgo que termina conquistando la confianza de amplios sectores. Si triunfó en la elección de ayer, no fue solo por descarte. Otros factores también jugaron en su favor. La perseverancia, desde luego. Pero también la seriedad de su discurso y la aterrizada sensatez de sus promesas. Se dirá que su candidatura arriesgó poco y es cierto. Pero vaya que es mérito haber advertido que el país no estaba para la aventura, sino más bien para un retorno ordenado a los puertos de la moderación y el sentido común. Bachelet está dejando el aparato público muy estresado y a la sociedad muy dividida como para que el nuevo gobierno siguiera en las mismas. Piñera advirtió antes que nadie que había que salir del túnel, bajar el volumen y corregir los extravíos. El país tiene que volver a ser el que fue, el que estaba creciendo, el que estaba fortaleciendo sus capas medias, el que inspiraba reconocimiento internacional, el que venía corrigiendo sus indicadores de desigualdad y que incluso, durante estos años, logró mejorar la transparencia de sus instituciones democráticas.
La figura de Piñera es más compleja de lo que se cree. La derecha dura lo tiene por blandengue y la izquierda lo ve como un lobo. Inteligente, competitivo a rabiar y algo tieso como candidato, nunca pareciera conectar muy bien con las grandes audiencias. Se le dan mejor las cifras que las emociones, y cuando apela a su retórica de los corazones se lo ve anticuado. Sin embargo, ahí está, indemne y victorioso, como el gran aguafiestas del nuevo ciclo político que Bachelet creyó inaugurar hace cuatro años, como el político mejor evaluado de la centroderecha y como el único presidente de esta sensibilidad que ha sido dos veces capaz de levantar el veto que la ciudadanía impuso al sector durante casi cien años. Porque -todo hay que decirlo- el triunfo de Alessandri el año 1958 apenas superó el tercio de los votos.
A pesar de las “piñericosas”, a pesar de la persistente campaña en su contra, a pesar de ser un político más tolerado que querido, Piñera se entiende mejor con el Chile de hoy de lo que muchos creen. Tiene una conexión potente con la gente en el terreno del esfuerzo personal, en el valor de la meritocracia, en su opción por la familia, en su énfasis por la seguridad pública y en el aprecio a las oportunidades de superación. También la tiene en el optimismo. Piñera no conoce la depresión ni el desgano y su discurso nunca fue apocalíptico ni gimotero.
Clarificada la disyuntiva de ayer, al nuevo presidente le esperan varias otras. El país está complicado no solo por asuntos urgentes, sino también por inexcusables vacíos estratégicos de mediano y largo plazo. Los retos que vienen para él, para su coalición y para todo el sistema político serán muy desafiantes. Desde luego, más arduos que la campaña y también más fastidiosos y largos. Y ni siquiera tendrá derecho a quejarse, puesto que él se los buscó.
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December 17, 2017
Una nueva incertidumbre
“Cualquiera menos Piñera” era el grito de guerra. No fue suficiente. En los sectores altos de Santiago se anima la fiesta. En los barrios populares reina la indiferencia. El dólar bajará y la Bolsa recuperará la normalidad. Así será en el corto plazo. Pero, luego de las primeras semanas las cosas irán cambiando. A mediano plazo, es el triunfo de Piñera el que abre la mayor incertidumbre. Sus propuestas son conocidas; corresponden a las recetas conservadoras tradicionales que ponen el énfasis en el crecimiento y la ampliación de los espacios para los privados y las soluciones de mercado. Aquí, radican las dudas.
La coalición que lo apoya no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras y su influencia en las organizaciones sociales es escasa. Goza, es cierto, del apoyo abrumador del empresariado que siente que esta vez Piñera debe hacer un gobierno verdaderamente de “derecha” a diferencia de su primera administración, considerada como una suerte de “quinto gobierno” de la Concertación. La tensión entre las dos o tres almas de la derecha será especialmente fuerte. Se unieron en torno a la posibilidad de ganar con Piñera pero las broncas y los enconos no tardarán en aflorar.
Durante la campaña, especialmente entre primera y segunda vuelta Piñera debió hacer concesiones importantes. A contrapelo de sus posturas iniciales asumió la gratuidad, la necesidad de fortalecer el pilar solidario del sistema previsional, la AFP estatal, la profundización del Acuerdo de Unión Civil y la crítica a abusos de las Isapres.
¿Simples promesas de campaña ante la posibilidad de una derrota? A lo mejor, pero no le será fácil pasar por sobre los compromisos adquiridos. Las resistencias serán fuertes. A poco andar de su primer gobierno la movilización estudiantil trastocó sus planes y modificó la agenda nacional. Otro tanto puede ocurrir durante este segundo período que se inicia en marzo.
La oposición a Piñera será mucho más social que política. Las fuerzas de centro y de izquierda que gobernaron casi ininterrumpidamente desde 1990 iniciarán su travesía por el desierto. Se anuncia larga. No podrán ahora eludir un debate en profundidad sobre su herencia si quieren recuperar una opción a futuro. Las cuentas por cobrar son numerosas y abultadas. Esto le puede dar un respiro al nuevo gobierno. A la nueva izquierda representada hoy día por el Frente Amplio se le abre la oportunidad de liderar la oposición. Tendrá sí que ser capaz de sacudirse de las acusaciones de que con sus vacilaciones y falta de compromiso con la campaña de Guillier facilitó el triunfo de la derecha. No será tarea fácil.
El gobierno empeñado en la recta final en transformar la elección en un plebiscito sobre su gestión cosecha una severa derrota. El castigo será duro: Bachelet nuevamente terciándole la banda a Sebastián Piñera. A fin de cuentas, un nuevo avatar en la larga, muy larga lucha por un Chile mejor.
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Piñera, un grande
La primera conclusión que se puede sacar del triunfo de ayer es que la derecha tiene un grande en sus filas: Sebastián Piñera. Porque si bien son muchas las razones que se podrán esgrimir para explicar el resultado, todas ellas pasan por él. Este es un triunfo de Piñera. Así de simple, así de claro.
La historia es clara al respecto. Piñera logró algo que nunca la derecha imaginó: ganar dos elecciones. Esto, es inédito en la historia y es un escenario nuevo para todos aquellos que dicen que es muy difícil ganar con ideas de derecha.
Pues bien, Piñera desafió todos los pronósticos y hoy está instalado en La Moneda por segunda vez. Y eso habla de que estamos frente a un personaje político verdaderamente excepcional bajo cualquier punto de vista.
La importancia de esto es vital. Porque la derecha nunca ha querido reconocer esto de Piñera. Por el contrario, muchas de las críticas más ácidas al Presidente provienen de su propio sector. Esto tiene que cambiar. El fuego amigo hizo mucho daño en su primer gobierno y no es deseable que suceda lo mismo en su próximo mandato.
El sector, entonces, tiene que creerse el cuento. Un candidato que gana por la diferencia que obtuvo Piñera merece el respeto de toda la derecha. Ningún otro podría haber logrado aquello, por mucho que algunos digan lo contrario.
Entonces, la primera lección es que hay que cuidar a Piñera. Nadie dice que el hombre es perfecto, pero lo o único cierto es que, gracias a él, la derecha es hoy nuevamente gobierno y eso es suficiente para apoyarlo. En esto, el sector tiene que aprender de la izquierda, que siempre cuida sus candidatos con un celo muy estricto. Incluso cuando piensan que se equivocan. Piñera tiene hoy un apoyo impensado de la gente, lo que habla también de que este país apoya lo que hizo en su gobierno pasado, algo que también a la derecha le cuesta reconocer. Sus críticas son ahora menores, frívolas, por decir lo menos.
El nuevo Presidente demuestra también que el discurso de Bachelet está equivocado. Que su lectura de la primera vuelta, en el sentido de que sus ideas habían triunfado, no era más que una ilusión. Ayer el país votó por las ideas de la derecha que encarna Piñera. Y eso es muy significativo.
Por eso, ésta sería la gran farra de la derecha, sino reconoce el sitial que ya se ganó Piñera en la historia de este país. Basta entonces de pequeñeces, de discursos tibios, de miradas de reojo. Lo que corresponde es aplaudir a una persona que, contra todo pronóstico alcanza por segunda vez la Presidencia.
Muchas personas de derecha estaban aterradas con esta elección. Pensaban que estaba en juego el futuro de Chile. Esos mismos ayer pudieron dormir tranquilos. Bueno, a todos ellos les corresponde ahora que actúen en consecuencia y dejen de lado esa actitud altanera, de sabérselas todo, que es tan desagradable. Ayer el elegido fue Piñera. Lo demás es música.
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La suma equivocada
Los resultados de ayer, reflejan que sumar izquierdas versus derechas no era la más correcta forma de sumar. Había más bien que sumar recambio versus continuidad. Y si así sumamos, la segunda vuelta dio exactamente el mismo resultado que la primera. Chile ha votado en ambas vueltas por el cambio a lo existente. En primera vuelta se impuso categóricamente la discontinuidad, si tenemos la capacidad para sacarnos las anteojeras ideológicas que veían particularmente incompatibles el voto por Piñera y por Beatriz Sánchez. La autorreferencia de la política lo distorsionó todo. “Que los de izquierda somos más”, “que Bachelet es la gran ganadora”, que “todos contra Piñera, que significa la muerte de las reformas”. La segunda vuelta los desautorizó.
La dirección del Frente Amplio, fue incapaz de interpretar a sus propios votantes. No era “el cambio de modelo”, ni “la Asamblea Constituyente”. Era tener una gobernabilidad distinta a la actual. Parte importante de los votantes del Frente Amplio lo hicieron contra el continuismo y no contra Piñera. La ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio perdieron el rumbo. Unos, vendiéndose como continuidad de algo que la mayoría quería cambiar; los otros, abandonando el cambio que los sintonizó con la sociedad, para amancebarse con el continuismo.
Guillier era la opción explícita por el continuismo. Piñera y Beatriz Sánchez eran las opciones que se le ofrecieron a la ciudadanía, para abandonar un presente indeseado.
Todos quedamos con la dura tarea de entender mejor a Chile. Especialmente el mundo político que terminó hablando a un mundo detenido mientras éste vuela. Mirándose el ombligo, le atribuyeron identidades y pertenencias inmutables a esa ciudadanía que en el discurso proclamaban “empoderada” pero en la práctica consideraban sometida a sus lógicas.
Mucho futuro ha quedado pendiente. Curiosamente las opciones que coinciden en la necesidad de cambio que la ciudadanía reclama -Piñera y Frente Amplio – se ven a sí mismas como las más incompatibles y distantes. Sin embargo, algo de ambas le hacen más sentido a la ciudadanía que el continuismo. Si de interpretar a su pueblo se trata, ¿tendrán el coraje, por ejemplo, para concordar una profunda modernización del Estado, como Chile necesita con urgencia? Ambos tienen menos intereses burocráticos que defender y más razones para querer un Estado a las alturas de los desafíos que se le vienen encima.
Los que han representado el cambio y también esos del continuismo tan categóricamente derrotado, están conminados a abrir diálogo sobre el futuro. Las decisiones parlamentarias y presidenciales de la ciudadanía mandatan a la política a construir acuerdos; y al hacerlo así, a interpretar mejor a la “polis” que dejaron de entender. La polarización y el desacuerdo han pasado a ser la impotencia de la política; y el reverso de la voluntad ciudadana de segunda vuelta.
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December 16, 2017
La incógnita
El título no se refiere al resultado de la votación de hoy, que sin duda es imposible de pronosticar, sino a qué sucederá a contar del 11 de marzo en términos de estabilidad y gobernabilidad futura del país. Esto, cuando a consecuencia del cambio del sistema electoral y la división de la izquierda, las fuerzas parlamentarias estarán fraccionadas y que cualquiera de los candidatos que resulte electo no contará con mayoría en el Congreso.
Si bien el expresidente Piñera ya gobernó en minoría y con una oposición que le negó la sal y el agua, la incertidumbre se ve reforzada porque ahora habrá una tercera fuerza en el parlamento, el Frente Amplio (FA), que ha dicho que será opositor a ambos y que por su forma de plantearse, parece dispuesta a negar también el oxígeno.
Pero como suele suceder, del dicho al hecho hay cierto trecho. Desde luego, a pesar de dar un trato que lindó en lo despectivo a Alejandro Guillier -les faltó llamarlo el candidato del 22%-, los principales líderes del FA anunciaron que votarían por él. Lo curioso fue los tres más prominentes lo hicieron invocando burdos pretextos: Beatriz Sánchez se asiló en el magnificado asunto de los votos marcados de Piñera, mientras que Jackson y Boric lo hicieron invocando la necesidad de cerrarle el paso un nuevo peligro: José Antonio Kast. Pretextos que buscaban hacer más digerible el anuncio a sus bases más ultra, pero la cuestión de fondo es que estaban reconociendo que no podían llamar a abstenerse (y favorecer con ello a Piñera) sin molestar y enajenarse al votante de izquierda menos ideológico, que son la gran mayoría. Entonces, resulta que el purismo no es todo y que hay que ser mínimamente razonable, lo que tiene un nombre: “Política”. Es decir, avanzar en la medida de lo posible.
Por lo mismo, no es tan claro que si gana Guillier vayan a ser oposición a ultranza, más allá del discurso, y que se nieguen a toda posibilidad de acuerdo. Pues eso genera el riesgo que al nuevo gobierno no le quedaría otra que llegar a acuerdos con la oposición de centro derecha y hacer solo reformas moderadas, lo que -por lo demás- puede no estar muy lejos del anhelo del ciudadano común. Eso aislaría al FA y lo transformaría cada vez más en un grupo marginal, que al cabo no es capaz de dar gobernabilidad.
Si Sebastián Piñera resulta electo Presidente, la pregunta es si las izquierdas volverán a ser una oposición intransigente. Tampoco es nítido que así sea, porque están divididas y para algunos, como la DC y socialistas, actuar en forma pertinaz sería homologarse y no diferenciarse del FA, mientras que llegar a acuerdos puede resultarles políticamente atractivo, al dar muestras de sensatez y gobernabilidad, lo que nuevamente aislaría al FA.
Lo cierto es que en la etapa política que se abre la mayor complejidad para hallar el tono correcto será para el FA, si no quieren quedarse en el mero testimonio. Al apoyar a Guillier ya anticiparon que la vieja política no cambiará tanto.
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Antes del anochecer
Cualquiera sea el resultado de esta jornada electoral, seremos testigos de un evento notable y que no ocurre en todas las democracias del planeta. En efecto, hoy, y antes de que se ponga el sol, sabremos quién es el próximo Presidente de la República. Y lo que para muchos es una singularidad -especialmente en un país que sigue votando en un papel, con lápiz de grafito, y donde el primer recuento se hace por los propios miembros de la mesa- este logro es el resultado de una reforma electoral que masificó el derecho a sufragio, convirtiéndolo de verdad en un derecho universal.
Fue en 1958, concluyendo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, que se introdujeron una serie de modificaciones al proceso electoral, donde destaca la cédula única. Contrario a lo que muchos creen, no se trata de una idea original. Ya en 1925 se había instaurado por decreto, el que después se dejó sin efecto por la resistencia de la elite política de ese entonces. Otro intento se hizo en 1951, a instancias de varios partidos políticos de centroizquierda, donde se presentó el proyecto “Rogers”, el que sin embargo no logró ser votado favorablemente en el Congreso.
Pero años más tarde y con el protagonismo del entonces presidente de la Democracia Cristiana, Rafael Gumucio, se generó un acuerdo parlamentario conocido como el “Bloque de Saneamiento Democrático”, el que, además de la Falange, incluía al Frente de Acción Popular, el Partido Radical y a representantes del Partido Nacional. El propósito fue constituirse como mayoría parlamentaria para promover exclusivamente tres iniciativas: la reforma electoral, derogar la “ley maldita” y contar con una ley de probidad administrativa.
De todas ellas, fue la reforma electoral, y en particular la cédula única, la que transformó de manera definitiva nuestra democracia. Atrás quedaba el cohecho que de manera masiva se practicó en nuestros campos y en los sectores rurales del país. Se terminaba también con la cédula particular, la que se emparentó con nefastas prácticas como el “sobre brujo” y los “votos doblados”. Y fue así que se consolidó el secreto del sufragio, llevando a lo más alto aquel ideal de una democracia: ese que considera a todos sus hijos iguales al momento de elegir.
Pase lo que pase hoy domingo, cualquiera que sea el ganador, es de esperar que valoremos más lo que tenemos y hemos construido durante tanto tiempo. Ni una derrota, menos tampoco una campaña, valen el desprestigio de nuestras instituciones o el debilitar la fe pública que hemos depositado sobre el proceso de elecciones. Esta noche tendremos un nuevo Presidente de la República electo, el que se habrá ganado la legitimidad democrática para gobernar a partir de marzo próximo.
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Una política adolescente
Hoy es uno de esos días “D” de la historia. Para bien o para mal se toma una decisión más que trascendente, pero que ha sido tratada con liviandad descalificadora.Solo campañas del terror. Hoy compiten realidades con utopías. Políticamente, al parecer, nuestro país es aún un adolescente, lo que no tiene nada que ver con las edades de los políticos, sino con la forma de actuar. Sin duda no es un país adulto y menos un país maduro. Como en la adolescencia, cada tanto tiempo, el país se cuestiona su identidad y juega con la ilusión de “los cambios estructurales” del camino corto, que harán al país mejor, incluyendo la aparición casi mágica de un mejor ser humano.
En la adolescencia se producen grandes transformaciones del ser humano. Ya no somos niños, pero aún no somos adultos. En la adultez la compleja realidad nos sacude una y otra vez, y así vamos aprendiendo y calibrando lo posible en cada momento. El ser humano lamentablemente no es como quisiéramos que fuese, es solo como es; imperfecto. Esa es la palabra difícil de aceptar: la imperfección humana inherente, contra la que nada podemos hacer. Por cierto, hay que tratar de evolucionar, pero nunca podremos borrar la sombra que todos tenemos, como la llamó Jung. La psicología profunda ha hecho aportes significativos en esa línea de entendimiento del ser humano. En la adolescencia eso aún no se entiende, ya que requiere un nivel de consciencia que toma quizás toda la primera mitad de la vida reconocer.
En suma, nuestra política es aún adolescente. El verdadero desarrollo de un país se logra precisamente cuando la política deja de serlo. A Europa le tomó milenios llegar a ser maduros, e incluso así de repente tienen sus caídas. Los australianos y los neozelandeses lo hicieron más rápido, lo que significa que se puede.
La adolescencia es por cierto muy creativa, pero la realidad es siempre más compleja y supera ampliamente las simplificaciones que hacemos de ésta. En esa etapa los adolescentes ya se han encontrado con algunas pocas ideas, científicas, políticas, espirituales y otras que proyectan a la realidad como certezas y verdades reveladas. Pero son apenas simplificaciones extremas. Así como la izquierda es típicamente adolescente en materia política, la derecha tiende a ser anciana, temerosa de cualquier cambio. La izquierda dura aún cree que la sociedad se divide escencialmente en dos clases sociales, una explotada y otra explotadora. Peor aún, creen que el valor se origina solo en el trabajo y que el Estado puede ser una entidad prístina, generosa y equitativa.
Con esas simplificaciones no se entiende la enorme complejidad de la sociedad moderna y de la realidad. ¿Por qué no se sube más el salario mínimo? Y la respuesta políticamente adolescente probablemente será porque los empresarios son egoístas, explotadores y poco solidarios. La solución es simplista siempre. O fijamos por decreto un salario mayor, y hacemos que el Estado se haga cargo de todo y ese sí que será “justo”. Si le ponemos un impuesto a la riqueza extrema -creen-, se resuelven todos los problemas de pobreza y desigualdad.
No sabían que todas las cosas están interrelacionadas y cuando se cambia una parte, habrán siempre otras que cambiarán en otro sentido. No se pueden comparar utopías con realidades, ya que siempre las realidades son opacas y pierden. Las utopías son solo utopías y no pertenecen a la realidad cotidiana y por ello, cuando las tratamos de imponer, los resultados son normalmente catastróficos. Hoy Ud. decide si quiere madurar y avanzar de verdad al desarrollo, o seguir con una política adolescente.
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Lo que queda del día
Llegó la jornada decisiva, la instancia vertiginosa en que los electores empezarán a configurar el curso y la intensidad que adquiera el actual ciclo político. Se pone fin a una campaña de segunda vuelta marcada por la incertidumbre, por la descalificación y el oportunismo, un momento donde muchos de los síntomas del deterioro y la polarización que en la actualidad recorren nuestra convivencia, sirvieron como anticipo de lo que viene: un sistema político donde los acuerdos transversales respecto a los desafíos del país y la manera de abordarlos, seguirá siendo improbable.
En rigor, más que un desenlace de la controversia política que ha marcado los últimos años, lo que se define hoy es la continuidad o el cambio en la correlación de fuerzas que articula este conflicto, si la Nueva Mayoría puede seguir impulsando su agenda de reformas desde el gobierno, o si en cambio la centroderecha consigue provocar un punto de inflexión. La derrota o el triunfo electoral del oficialismo será, entonces, una señal importante respecto a la evaluación que la sociedad hace del proceso de cambios en curso, y de las expectativas que tiene respecto a sus resultados futuros.
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De algún modo, lo que esta segunda vuelta vendrá a ratificar es la significación histórica que posee este desacuerdo, una singularidad que, gane quien gane la justa electoral, dejará otra vez al país dividido en mitades más o menos equivalentes; con el aditamento de que ahora, esta línea divisoria tiene como objeto aspectos centrales de nuestra convivencia, y no solo matices o énfasis distintos, como pareció consolidarse durante el largo ciclo encabezado por la Concertación. A partir de la alternancia producida en 2010, se configuró en Chile un disenso sobre la validez de las “reglas del juego” constitucionales y sobre las bases normativas del modelo económico, que lejos de resolverse hoy, tiene aún un amplio espacio para seguir profundizándose.
La jornada de hoy terminará entonces con una mitad derrotada y otra triunfadora; se evaluarán largamente los éxitos y desaciertos políticos de ambos sectores; y el conjunto de los actores empezará un complejo proceso de reordenamiento. Pero no hay que llamarse a engaño: gane quien gane en esta jornada, los aspectos medulares de la actual tensión política y los factores históricos que le subyacen, están todavía distantes de resolverse.
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Piñera es el mal menor
Las elecciones son como el fútbol, pero la política no. Después del marcador final, de las celebraciones y los abrazos, comienza el verdadero desafío, que es ejercer el poder. Después del fútbol, el ajedrez. Y ahí las cosas se ponen mucho más complicadas.
Un hincha que no quiere que su equipo gane, no es hincha. Pero en política las cosas son diferentes. Ganar sin capacidad para ejercer la autoridad puede ser un acto suicida. Y es que asumir la conducción del Estado es, al mismo tiempo, administrar un gran poder y abrir flancos a los adversarios. Si no se está en condiciones de resistir los embates y mantener una dirección, no conviene exponerse.
Pero hay más. Junto a las consideraciones del hincha y del estratega, están las del ciudadano. La preocupación por el bien común. En política se supone que se actúa buscando la mayor prosperidad posible para la comunidad, antes que simplemente la derrota del adversario. Quien actúa solo buscando lo segundo, no hace buena política.
Cualquiera que pondere sinceramente la decisión electoral de hoy a partir de estas tres dimensiones, se sentirá abrumado. No es claro que a ninguna de las coaliciones le convenga ganar. La derecha puede imaginarse como una oposición fuerte, con liderazgos jóvenes renovados, llevando adelante una implacable avanzada sobre un gobierno de Guillier débil y dividido, con pocos parlamentarios, y con oposición también en su flanco izquierdo. En ese escenario, además el Frente Amplio se podría quebrar definitivamente entre intransigentes y colaboracionistas. La izquierda, en tanto, puede imaginarse un gobierno de Piñera arrinconado por la convergencia antagonista de las dos grandes coaliciones del sector, por el cobro de las promesas oportunistas de campaña, y por un mal manejo político, similar al de su primer gobierno.
Esto nos lleva a la evaluación en un eje del bien común. ¿Qué postulante está en la mejor posición para conducir responsablemente el país?
Es difícil responder esta pregunta. Hay que elegir un punto de referencia. Para mí, son las víctimas del orden social: los niños del Sename, los presos, las familias que viven en campamentos, y también los más frágiles entre la clase media. Considero, entonces, que la mejor candidatura será la que tenga suficiente fuerza como para darle prioridad a los que más lo necesitan, y resistir las presiones de los grupos de interés poderosos.
En esos términos, me parece que la mejor candidatura es la de Sebastián Piñera. ¿Por qué? Porque Guillier es un candidato débil, con poco apoyo parlamentario y capturado por la clientela universitaria del Frente Amplio. Piñera, en cambio, tiene espacio de maniobra como para ordenar las prioridades de su gobierno de manera más justa. Este margen lo convierte en el mal menor para el país. Pero también, de ganar, tiene más que perder. Un mal gobierno de Piñera, entregado al populismo ossandonista o al raspado Chicago-gremialista que conduce la UDI, mataría en la cuna los diversos y valiosos brotes que anuncian una nueva derecha.
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Todos y todas
Este domingo comienza a cerrarse el ciclo Bachelet en la política chilena. Independiente de las simpatías o antipatías que cada uno tenga, resulta imposible desconocer la relevancia de su figura en las últimas décadas.
Seamos francos. Nadie como ella supo leer el nuevo contexto social que emergía detrás de esos chilenos con tarjeta de crédito y estudios universitarios de dudosa calidad. Nadie como ella entendió que se podía avanzar en cambios más radicales sin preocuparse de los detalles ni de las cuentas fiscales ni de los consensos políticos. Porque a nadie, a fin de cuentas, le iba a importar. Bienvenida la gratuidad… ya veremos más adelante cómo la financiamos.
Bachelet se transformó en un factor clave en la reconversión de la izquierda. Destruido el socialismo de antaño (con sus puños en alto y las banderas rojas), ella identificó y popularizó los nuevos elementos que identificaran al sector. Yo lo resumo en una frase: “Todos y todas”.
Comenzar hoy un discurso saludando a “todos y todas” es señal inequívoca que usted es de izquierda. Por el contrario, saludar solo a “todos”, por mucho que la Real Academia de la Lengua lo condecore por su corrección, lo identifica como un simple y recalcitrante conservador.
Pero en esa pequeñez, en esa simpleza, radicó siempre la capacidad de Bachelet. Desde que la vimos arriba del Mowak. ¿Cuántos dirigentes de la izquierda la criticaban en los círculos más reservados por su aparente inexperiencia y escasez de contenidos? ¿Cuántos pensaban que les serviría para llegar a La Moneda y luego manipularla a su antojo?
No pudieron, evidentemente, porque detrás de esas frases simples y de su talento afectivo con los ciudadanos de a pie, se escondía una política capaz de conectar y entender de mejor forma los caminos que emprendía nuestro país. Así que, al final, la necesitaron no una vez, sino dos veces.
Siempre dije a quien me quisiera escuchar (o sea, casi nadie) que Bachelet terminaría este segundo mandato con un nivel de aprobación razonable y así está resultando. Pero será difícil que exista una Bachelet III. No solo porque ella no quiera (con justa razón), sino porque el “todos y todas” ya no es suficiente para interpretar a toda la izquierda.
Ahora se requiere otra bandera y esa es la que está buscando Giorgio.
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