Alejandro Soifer's Blog, page 6

June 26, 2017

Revival de Stephen King (reseña)

[image error]De las historias de terror clásicas, la que más me gusta y más cautivó siempre mi imaginación es la de Frankenstein de Mary Shelley. Recuerdo todavía cuando en 1994 salió la adaptación al cine Mary Shelley´s Frankenstein con Robert DeNiro haciendo del monstruo y Helena Bonham Carter como Elizabeth Lavenza: fuimos con mi papá a verla en un lugar tan inverosímil como el cine del Patio Bullrich y quedé absolutamente fascinado ante el despliegue de la brutalidad de las escenas y la trama algo que unos diez años más tarde, cuando leí por fin la novela original, no encontraría. Porque en la novela de Shelley los aspectos más revulsivos de la invención del Dr. Frankenstein quedan un poco aislados: Víctor hace una breve reflexión acerca de cómo descubre el secreto de la vida, cómo se inmuniza ante la repugnancia de los cementerios y los cadáveres que serán la materia prima de su invención y en un capítulo breve y con poca descripción termina creando al monstruo. Es paradógico que ese momento del chispazo de la vida retornando a la carne muerta sea tan breve, tan poco transitado por Shelley en la voz de Víctor, tan escueto y que al contrario en todas y cada unas de las adaptaciones de la novela tenga un lugar tan preponderante y activo.


Basta ver la escena de la creación en la película que mencionaba antes para ver lo que señalo:



Comparémosla con el momento de la creación en la novela de Shelley:


Durante una destemplada noche de noviembre, pude contemplar el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad cercana a la agonía, puse a mi alrededor todos los instrumentos que me permitirían dar un hálito de vida a esa cosa inanimada que yacía a mis pies. Era la una de la madrugada y la lluvia daba contra los vidrios de las ventanas; la vela prácticamente se había consumido, cuando ante la escasa luz de la llama vi a la criatura abrir sus ojos, amarillentos y sin luz. Inspiró profundo y sacudió el cuerpo con un movimiento compulsivo.


La novela de King, con el imaginario eléctrico que a pesar de todo sí está presente en la novela de Shelley y en las posteriores adaptaciones, aparece ya desde la portada y se irá desarrollando a lo largo de todo el relato, a través de uno de esos personajes inolvidables que el autor sabe crear de tanto en tanto: el pastor Charles Jacobs.


Este personaje que comenzará como un entusiasta evangelista de pueblo chico y que irá consumiéndose y desmoronándose para pasar a la negación de Dios, la vida como vendedor de ilusiones en las ferias ambulatorias del medio-Oeste estadounidense, nuevamente como pastor en carpa ambulante y finalmente como un demacrado villano que antes que villano parece un anti-héroe (y en esto también comparte esencia con Víctor Frankenstein) obsesionado con una “electricidad alternativa” que le ha permitido curar todo tipo de afecciones de salud entre sus fieles, haciéndolos pasar por milagros, durante sus últimos cincuenta años.


Del otro lado tenemos al narrador, Jamie, que era apenas un niño cuando Charles Jacobs llegó como ministro de la Iglesia a la que su familia y todo su pequeño pueblo de Maine asistía y con quién establecerá una relación en la que el pastor será tanto una figura paterna como un amigo y finalmente enemigo íntimo.


La novela no se estructura como una clásica historia de terror de King sino que está planteada como un relato de aprendizaje donde vemos como Jamie pasa de niño a adolescente, cómo descubre el rock and roll y dedica su vida a convertirse en músico profesional, su primer amor y luego su caída en las drogas duras y un camino barranca abajo hasta que se reencuentra con Jacobs siendo él ya un adulto y el ex pastor lo cura de su adicción a la heroína con su “electricidad especial”. Al notar Jamie que su cura no vino sin unos inesperados efectos colaterales se pondrá a investigar las andanzas de Jacobs hasta el momento de volver a confrontarlo.


Al igual que en la novela de Shelley, la confrontación entre el héroe y el villano articula el relato y también como homenaje al texto original se puede encontrar un halo de romanticismo en Jamie en tanto se opone desmezuradamente a la invención y la innovación técnica que propone su antiguo mentor.


A lo largo de toda la novela y por la connotación del título y la obvia intertextualidad ya señalada con Frankenstien esperamos el momento del “revival” del título y cuando este finalmente sucede se produce una de las sorpresas más agradables de la novela de lo que tan solo voy a decir que inserta al relato en la saga de los mitos de Cthulhu y todo el horror cósmico de H.P. Lovecraft. Y si digo que esta es una sorpresa agradable es porque a lo largo de todos los libros de King que leí (varios, aunque lejos de la totalidad inabarcable de su obra) nunca había visto un homenaje y a la vez continuación de la saga del horror cósmico tan directa en su obra.


Al mismo tiempo, ese desenlace que se relaciona con los mitos de los antiguos termina de cerrar varias puntas que parecían abiertas o francamente descuidadas en la trama de la novela cerrando perfectamente todo lo planteado.


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Published on June 26, 2017 11:32

June 14, 2017

Sangre por la herida: Capítulo 04

Todos los miércoles un nuevo capítulo de Sangre por la herida ilustrado por CJ Camba.


Leer Capítulo 01: El .38

Leer Capítulo 02: El charquito

Leer Capítulo 03: Los monoblocks


Resumen hasta aquí

De nuevo con Lucía en su poder Mario Quiroz vuelve al restaurante peruano “El cajamarquino” la guarida de su jefe, Walter “el Inca” Ayala. Sabe que nada bueno puede esperar de ese encuentro. Y sin embargo, todavía le queda una sorpresa en el camino.


 


Capítulo 04: El cajamarquino

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Entramos a la ciudad apenas pasada la medianoche.

— Tengo que reconocerte las agallas — le digo.

Lucía no responde.

El semáforo se pone en rojo. Detengo el auto. Las calles están vacías y oscuras. Me siento inquieto y molesto

— No tengo nada en contra tuyo — le digo.

Reflexiono.

A Lucía le tiemblan los labios.

— Sos un cínico hijo de puta.

— Lo siento — le digo. Estoy siendo sincero.

— Guardate tu lástima.

Trago saliva y estoy a punto de responderle cuando me interrumpe.

— ¡Cuidado! — grita y se arroja encima mío, me baja la cabeza con las manos esposadas. Los disparos atraviesan el parabrisas. Acaba de

salvarme la vida.

Me deslizo abajo suyo, y ya tengo la pistola en la mano.

— Quedate acá abajo — le grito.

Veo el espejo retrovisor. Dos tipos se acercan con pistolas en la mano, uno a cada lado. Atrás suyo una Ford Ranger 4×4 azul marino con los faros prendidos.

Es el tipo de vehículo que suelen usar los de la banda del Loco Bautista. Me pregunto si nos vienen siguiendo o si nos reconocieron porque pasamos por sus calles.

Me acurruco contra el asiento y abro la puerta. Con medio cuerpo afuera del coche disparo a la figura oscura y tenebrosa que se aproxima de mi lado. Las balas repican en el piso pero no le dan. Los tipos corren atrás de la camioneta y disparan. Los cristales de las ventanas caen encima nuestro.

— ¿Estás bien?

— ¡Sí! — grita Lucía.

Más disparos se incrustan en la puerta abierta. Vienen por Lucía. El acompañante de ellos se acerca sigiloso por su lado mientras el otro lo cubre a los tiros. Me arrodillo, el zumbido de las balas es ensordecedor, el tipo que viene por la chica está a pasos del auto.

Apunto, siento el pulso tembloroso, se suponía que era una noche tranquila y ya intentaron matarme tres veces. Disparo, vacío el cargador, y con la última bala que sale de mi vieja Browning el pecho se le tiñe de rojo y se desploma. El otro sigue disparando como si no hubiera pasado nada. Tenemos que salir de acá. El motor todavía está prendido. Bajo la cabeza y me pongo al volante, piso el embrague, pongo primera y estamos andando.

Apenas asomo los ojos por encima del tablero; el parabrisas está todo astillado, con la culata de la pistola barro los vidrios. Segunda, tercera, picamos por las calles.

La Ranger nos persigue, puedo sentirla a metros nuestro nada más. Se pone a tiro y asoma el cuerpo para disparar. Las balas se pierden en vidrieras de negocios, paredes, un cartel de “cuidado colegio”. Las calles están desiertas y las puertas y ventanas de los edificios bien cerradas.

Acelero y cuando llego a la esquina veo la oportunidad. En la intersección con la siguiente calle doy un volantazo violento a la izquierda, la Ranger intenta lo mismo pero demasiado tarde, la camioneta pierde el balance, las gomas patinan sobre el asfalto chirriando y termina con la trompa incrustada de frente contra un árbol carnoso y centenario. Detengo el coche. Cambio el cargador.

— No te muevas — le digo a Lucía.

Bajo y camino hasta donde quedó la Ranger azul estampada contra el árbol. El conductor está contra el volante, enchastrado de sangre que le sale de una herida en la frente. Abro la puerta y lo agarro del pelo, lo tiro para atrás.

Su boca es una masa de sangre y dientes rotos.

Le apoyo el caño de la Browning en la nuca.

— Te mandó el Loco Bautista?

El tipo me mira con los ojos achinados y asiente con un balbuceo.

Aprieto el gatillo dos veces y empujo con furia su cabeza contra el volante.

Vuelvo al coche.

— Me salvaste la vida — le digo a Lucía.

Se levanta con lentitud.

— ¿Ya está?

— Están muertos — me detengo un segundo — ¿por qué lo hiciste?

— ¿Qué?

— Salvarme la vida.

— No sé.

Prendo el motor y arranco. No nos dirigimos la palabra durante el resto del trayecto.

Estaciono frente a la fachada de El cajamerquino, el restaurante peruano de Walter Ayala.

Bajo del auto, abro la puerta del acompañante y la hago bajarse a Lucía.

El restaurante está casi vacío, sólo hay algunos habitués un tanto lamentables y familias con chicos ruidosos que devoran sus anticuchos, ajíes de gallina, esos pollos a las brasas grasosos y la especialidad de la casa: cuy frito con picante de papa. Cuando estoy acá adentro agradezco haber perdido el olfato, pero lo percibo en la nariz fruncida de la chica, que se asquea sin poder evitarlo con el olor a pescado frito, el chillido de la televisión descolorida clavada en un canal andino y la música regional que se acopla desde el equipo de sonido antiguo detrás de la caja. Las paredes de rosa viejo, gastado y sucio, las lámparas de tubo con su luz fría y zumbante y el retrato solitario del inca Atahualpa en la pared del fondo del mostrador completan el cuadro de la fachada legal de Ayala para conducir sus negocios. Saludo con un gesto de la cabeza a Patricio, el encargado de caja, un peruano morocho, petiso y panzón, tan feo como fiero a la hora de sacar borrachos de la cantina.

Caminamos directo hasta el final del ambiente rectangular que termina en una puerta a la cocina, los mozos se hacen a un lado cuando me ven pasar. Las cucarachas andan sin cuidado entre las ollas, las fuentes de plástico blanco ennegrecido que contienen los ingredientes con la que se cocinan los platos: tripas, vísceras, viscocidades de pollo, pescado y arroz precocido.

Al final de la cocina hay una puerta de servicio. Golpeo con los nudillos suavemente, me anuncio y la puerta se abre.

Pasamos a la jaula.

Milton Mamani, un tipo delgado y alto, con una espalda sólida y ancha nos recibe.

— Le traigo su paquete al jefe.

Milton sonríe.

— Esto le va a gustar — posa un dedo roñoso sobre la barbilla de Lucía y la obliga a levantar la vista.

— ¿Te gusta lo que ves? Cagón de mierda — le dice Lucía en la cara.

El tipo dibuja una sonrisa cruel en la boca.

— Espero que el jefe me deje entrarte entre las piernas bien mojaditas antes que se aburra de vos y te deje tirada por ahí — dice Mamani y hace un repugnante sonido con la lengua.

A continuación nos indica que levantemos los brazos y nos pongamos con las piernas abiertas contra la pared a la izquierda, el único espacio que no está recubierto de barrotes de hierro. Me palpa y cuando llega a la sobaquera saca el revolver, lo inspecciona de cerca.

— Lindo juguete.

Lo apoya en la mesa y sigue con Lucía. Le pasa las manos por entre las piernas, aprieta sus muslos, le levanta unos centímetros de la remera y le da una lamida obscena en la espalda, sigue subiendo, y le huele el pelo, con la punta de la lengua le toca el lóbulo de la oreja y entonces Lucía le da una patada en las pelotas. El tipo se lleva las manos a las partes y me apresuro a tirarme sobre el revolver, lo apunto:

— Nos calmamos — digo y la apunto a Lucía ahora, doy unos pasos atrás hasta la puerta que comunica con la cocina — vamos a dejar esto acá y vamos a hacer lo que tenemos que hacer. Nadie quiere terminar con sus tripas esparcidas en los dos metros cuadrados de esta jaula de mierda.

Milton tiene el odio recién despierto en la cara y Lucía sigue indiferente mirando a la pared.

— Ahora vas a abrir la puerta y nos vas a dejar subir para ver al jefe como tiene que ser. ¿Está claro?

El matón gruñe.

— Pregunté si estaba claro.

— Sí — dice en voz baja.

Apoyo la pistola sobre la mesa, levanto los brazos y me pongo al lado de la puerta de la jaula. Mamani busca las llaves en el bolsillo de su pantalón y la abre. La agarro a Lucía del brazo y la hago pasar.

— Esto no termina acá — le dice cuando pasa al lado suyo.

Sigo a Lucía y la conduzco hasta la escalera. Al final de esos escalones está la oficina de Walter Ayala.

— Siempre se vuelve al hogar — dice la chica.

— ¿Qué significa eso?

— Es la triste realidad.

No entiendo a esta pendeja.

— Antes que crucemos esta puerta, ¿puedo preguntarte por qué traicionaste a Wally?

Se alza de hombros:

— ¿Jugando al psicólogo? Por la misma razón por la que me metí con él en primera instancia.

— ¿Pelotudez o inconsciencia?

— Lo dejo a tu criterio.

Hago girar el picaporte y abro la puerta.

Pasamos a un cuarto grande con un sillón de cuero desvencijado justo frente a la puerta, acostado duerme y ronca la masa corporal obesa de Edgar Flores. Al fondo a la derecha la mesa de pool donde juegan William Flores, el otro de los hermanos Flores y Luis “el Boliviano” Choque, un indio feo y malo que habla poco y se emborracha mucho.

— Vengo a verlo al jefe.

— ¡Volviste con el pimpollo! — dice William Flores apoyando el taco sobre la mesa.

Lucía baja la cabeza.

— El Wally te extrañaba Lucía — sigue William — tenía miedo de que te hubieras ido con otro.

— Walter y yo terminamos — dice Lucía.

El Boliviano se traga una risotada.

William Flores sacude la cabeza para señalarme la puerta del fondo:

— Lo encuentran en su oficina. Pueden pasar. Los está esperando.

La llevo a Lucía del brazo y abro la puerta. Atrás de su escritorio y metiéndose una línea de coca desde la punta de un cuchillo está sentado Walter “el Inca” Ayala. Se le forma una sonrisa perversa en los labios. No es bueno estar cerca del tipo cuando se ríe.

¿Conocerá Lucía la historia del Tómbola?


Próximo capítulo: El lápiz labial.



¿Te gustó? Comprá el libro.

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1. Porque así no tenés que esperar una semana más para ver cómo sigue la novela.


2. Porque pagando el libro me estarás ayudando a financiar mi próxima novela (El camino del Inca) así como a los increíbles artistas que colaborarán con ella: CJ Camba en ilustraciones y Yamila Caputo y Carolina Herlein en diseño, maquetado, cubierta y contatapa.


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Published on June 14, 2017 12:23

June 11, 2017

El retobao de Mariano Buscaglia (reseña)

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Jorge Luis Borges se propuso hace un siglo la creación de una literatura argentina que pudiese ingresar en el canon de la literatura universal: en sus cuentos encontramos la reescritura de la gauchesca en clave de tragedias y dramas clásicos que sumados a su manejo preciso de las herramientas formales de la lengua española y sus operaciones político-estéticas que exceden su literatura le permitieron lograr dicho objetivo. La Literatura Argentina se hizo un lugar entre las literaturas nacionales más importantes del mundo de su mano y sus historias de gauchos cuchilleros, decadentes y heroícos, habitantes de las esquinas del Barrio de Palermo en plena transformación y olvido de comienzos del siglo XX fueron el vehículo que permitieron esa proeza. Así como Borges entonces se propuso mezclar estas historias locales producto de un género político-literario típico y prácticamente exclusivo de estas pampas (la gauchesca) con las formalidades de la Gran Literatura universal, más de un siglo después Mariano Buscaglia lo vuelve a proponer para darle a la literatura argentina un lugar ya no en el canon de la Literatura sino en el de la literatura fantástica y de aventuras. Sabido es que la Literatura Argentina tiene una relación conflictiva con los mal llamados “géneros bajos” (fantasy, ciencia ficción, aventura, policial) quizás producto de su fallido desarrollo capitalista que fue siempre la base desde la cual surgieron dichos géneros. Buscaglia nos trae lo que llama “weird-gaucho”, una especie autóctona de western con gauchos que desentierrasn facones mágicos, se enfrentan a lobizones, lloronas, a la luz mala, al mismo diablo de las pampas y a otros mitos y leyendas de la argentina profunda y fantástica. Si por caso J.R.R. Tolkien tomó el folklore europeo para construir una épica monumental que fue el puntapié inicial para el desarrollo del fantasy de espadas y hechicería, Buscaglia arremete con la insolencia y el apuro de quien sabe que tiene que escribir mucho para llenar ese espacio vacío de los géneros populares en la argentina y así nos prodiga con la primera parte de su “Trilogía del Cuchillo” que se completa con “Homo Pampeanus” y “Pampa perra”, lecturas que prometo ejercer lo antes posible.

En conclusión, una lectura altamente recomendable no sólo por su inteligente propuesta y su habilidad para la gauchesca posmoderna sino por el posicionamiento que ocupa en la paciente construcción de una literatura argentina popular.


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Published on June 11, 2017 09:29

June 2, 2017

A Head Full of Ghosts de Paul Tremblay (reseña)

[image error]Llegué a Paul Tremblay por una de esas cadenas de recomendaciones que son tan lindas para nosotros los lectores: primero apareció en un listado de los mejores novelistas de terror contemporáneo y lo anoté en mi lista de escritores a leer. Luego de un tiempo leí un elogio que le prodigó Joe Hill  y como me encanta lo que hace Joe Hill le presté atención, le hice caso y me encargué esta novela y después su novela más nueva, Dissapearance at Devil´s Rock que estoy leyendo actualmente.


En el caso de A Head Full of Ghosts la novela logra varias cosas más que interesantes como ser una historia de terror bien contada, con buen ritmo y capacidad estilística, jugar siempre con las reglas del género fantástico y mantenerse en ese difícil vértice que lleva al lector a preguntarse si hay una explicación lógica y racional a todo lo que sucede o no la hay y por último tiene un final que justifica algunos bajones en el relato y apuestas narrativas que hasta ese momento final parecían errores.


No sólo sale victorioso en el trabajo con el fantásitco sino que logró convencerme dentro uno de los subgéneros del terror que menos me interesan: el de las posesiones demoníacas. La novela nos cuenta la historia de una muchacha que en su pre-adolescencia se hizo famosa junto a su familia porque su hermana mayor parecía estar poseída por el demonio. Sin poder definir la familia si se trataba de una perturbación psicológica o una posesión verídica (particularmente partidario de esta opción era el padre, reciente desempleado y volcado a la religión como vía de escape a sus problemas)  y apremiados económicamente, la familia había aceptado participar de un reality show para mostrar el día a día de la convivencia con la adolescente poseída y el intento de exorcismo. Diez años más tarde, la narradora rememora aquellos años y el relato se va encadenando en forma precisa y sin dejar espacio para ninguna revelación fuera de tiempo.


Nada de lo que aparece en el relato es un error; por el contrario, la narración está perfectamente pensada y logra su justificación final con ese último gran acto final que se sintetiza en un capítulo, quizás demasiado corto teniendo en cuenta que antes lo precedieron 300 páginas, que reconfigura y le da un cierre magistral.


En síntesis, una lectura muy placentera, con una narradora magistralmente construida a la que lo único que le recrimino es que podría haber tenido una pisca más de “picante” pero que nos regala esa escena final magistral.


Un logro narrativo admirable.


Nota aparte merece el bonus que trae esta edición que presento que es la que leí, con una serie de recomendaciones del propio Tremblay de otros libros y películas acerca de posesiones demoníacas. Le hice caso a sus recomendaciones y vi la película Session 9 que está entre sus recomendaciones. Tampoco me decepcionó.


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Published on June 02, 2017 15:48

May 31, 2017

Sangre por la herida: Capítulo 03

Todos los miércoles un nuevo capítulo de Sangre por la herida ilustrado por CJ Camba.


Leer Capítulo 01: El .38

Leer Capítulo 02: El charquito


Resumen hasta aquí

Luego de encontrar a Lucía, la novia de su jefe el capo narco Walter “el Inca” Ayala, acostándose con su amante, Mario Quiroz la lleva por la fuerza al encuentro con el criminal. Pero nada parece fácil esta noche para Quiroz: con una patada certera en la cara del ex-policía, la chica logra escaparse del automóvil donde viaja apresada y se escabulle entre los monoblocks a la vera del camino. Quiroz tendrá que volver a salir de cacería.


Capítulo 03: Los monoblocks

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La noche está pegajosa y húmeda, siento frágiles los huesos, un tirón en el muslo, miro para todos lados: ¿a dónde se fue la pendeja? El tipo que tiene el auto atrás del mío me toca bocina, saca medio cuerpo por fuera de la ventanilla, me insulta. Le muestro la Browning que resplandece bajo las luces de la autopista. Se queda duro un instante, se vuelve a meter a dentro del coche y me hace un gesto con la mano de tranquilidad.

¿En qué estaba? La pendeja. Intento correr pero el cuerpo me pesa, la humedad me estropea.




Detrás de la valla de la autopista hay una pequeña barranca de pasto en bajada que desemboca en un camino descuidado y angosto. Dos oscuras moles tipo monoblock se alzan al costado formando una manzana pequeña que termina en una estación de servicio desolada en la esquina.


El pasto de la barranca está húmedo y distingo pisadas recientes.

Salto la valla de cemento y bajo con cuidado. Cruzo el camino y llego a los pasillos de primer bloque habitacional.


— Lucía vení, no hagamos las cosas más difíciles — grito pero sólo me responde el eco que choca en las columnas de hormigón que sostienen la mole habitacional. Es un laberinto monótono y repetitivo; por lo tanto predecible: columnas, bicicletas amarradas a cualquier cosa que pueda servir como poste, puertas cerradas.

Camino ligero, la pistola apuntando al piso y el oído alerta. El goteo de una canilla, un ladrido lejano, las paredes graffitteadas, las bocinas de los autos en el peaje. Una sombra que se mueve. La veo al fondo detrás de una segunda hilera de columnas. Corro detrás de ella.


— ¡Lucía!


Se escapa. Distingo a lo lejos su melena negra sacudiéndose al viento. Tiene unos cincuenta o sesenta metros de ventaja. Tengo que parar un instante a respirar. Me doblo, el pecho arde, siento como me pincha el aire en los pulmones. “La puta madre”. Vuelvo a caminar a paso rápido, empiezo a trotar. Ahora la veo cruzar al otro monobloque. Su figura está clara durante unos pocos segundos debajo del cielo estrellado sobre el camino que comunica los dos edificios. Veo su imagen como detenida durante un instante en el tiempo: su silueta asustada recortándose sobre el manto plateado del cielo. Una estampa bella y cruel. Corro detrás de su sombra. Ahora la tengo bien a la vista, se mete en los pasillos de la segunda unidad habitacional y cuando cruzo el estrecho la vuelvo a perder. Me detengo un instante más para respirar hondo.


— ¡Lucía! — escupo casi sin aire.


Miro en todas las direcciones, columnas pintadas de verde musgo, todas idénticas, podría estar atrás de cualquiera de ellas.


Puedo escuchar su respiración a mis espaldas. Se cuelga de mi cuello. Como si fuera un mono enloquecido se aferra con los brazos y las piernas acurrucadas contra mis costillas. Me patea desesperada. La humedad me entumece los músculos. Tengo que levantar el brazo y dispararle. Con eso se termina todo.


Balancea el peso de su cuerpo hacia adelante. Se me doblan las piernas. Siento cómo las rodillas tocan el suelo transpirado. Luego sigue el resto del cuerpo. Amortiguo la caída con las manos y en el impacto se me escapa de los dedos la pistola que se desliza dos metros.


Lucía está encima mío, patalea y grita. Intento estirarme, arrastrarme hasta alcanzar la pistola. Mis movimientos la alertan, alza la cabeza, estoy rozando la punta de la culata, un movimiento más y esta noche se termina de una vez. Lucía me empuja la cabeza con ambas manos hasta el suelo, apoya el peso de su cuerpo en sus manos y da un salto hacia adelante. Me gana y cuando me logro volver a poner de pie la veo frente mío apuntándome a la cara. Levanto las manos.


Lucía me mira con odio. La pistola tiembla en sus manos.


— No hace falta que hagamos esto — le digo.


Es una fracción de segundo pero llego a verlo: el dedo posado sobre el gatillo se mueve y ya está hecho. Dispara. Siento como el beso del plomo me raja la mejilla y un hilo diminuto de sangre vuela por los aires. Es todo demasiado rápido y confuso. Tocado.

Durante un instante no tengo control de mi cuerpo; es como si el alma se me hubiera desprendido del cuerpo y se hubiera elevado para observar desde afuera porque me veo en el aire dando un giro de cuarenta y cinco grados y luego, de nuevo, sobre el hormigón húmedo que me recibe como un nicho para el que todavía no estoy hecho.

Lucía corre. Estoy tocado pero no hundido. Ese es el trágico error de Lucía que no sabe que sigo acá, respirando, y que la sangre surcándome el rostro me despertó del letargo.

Acaricio el suelo. Esta noche iba a ser fácil. Solo tenía que sacar unas fotos.


Me revuelco en el piso, apoyo las rodillas y me sostengo con las manos hasta que logro recuperar la fuerza para comenzar a ponerme de pie.


¿A dónde te fuiste Lucía? Tengo un presentimiento. Un brillo metálico en el pasto de la barranca me pone en camino nuevamente. Recojo la pistola que está húmeda de rocío.

Es el segundo error que comete Lucía. El primero fue no asegurarse de que estuviera muerto.


El miedo siempre es el peor enemigo porque es el que te hace cometer los errores estúpidos.


Hay una estación de servicio al final del camino, frente al tercer bloque de monoblocks. Acelero el paso.


Dentro del minmercado de la estación de servicio, las sombras se van aclarando con cada paso que me acerco: hay un tipo detrás de la caja, un playero apoyado sobre el mostrador y una chica vestida de negro.


Lucía me da las espaldas y veo como mueve los brazos agitada. El tipo detrás de la caja y el playero, con sus uniformes naranja y amarillo parecen payasos sin gracia. Las puertas automáticas se abren a mi paso. Levanto la pistola y apunto a la espalda de Lucía que ahora la escucho, está pidiendo a los empleados que llamen a la policía.


Los tipos empalidecen. El cajero me señala con el dedo. Lucía se da vuelta y me ve.


— Llamen a la policía, por favor — suplica una vez más con voz seca y atragantada.


Ellos saben.


El que conoció a un policía conoce a todos los policías.


— Vamos — le digo y muevo la pistola con dirección a la salida. Lucía me sigue. No tiene otra opción y lo sabe.


Subimos a la autopista en un silencio que sólo se ve interrumpido por los sollozos que intenta atragantar.


— Ni se te ocurra intentar otra gracia o te quemo acá mismo.


Mi auto sigue donde lo dejé, en el medio de la vía que ahora ya está vacía. Le indico que entre, subo yo también y busco en la guantera el par de esposas.


— No quería llegar a esto pero no me dejaste opción — le digo mientras en dos movimientos le engancho las muñecas.


— Entonces es verdad — dice Lucía.


— ¿Qué?


— Sos policía.


— Ya no, nena.


Abre la boca pero no llega articular ninguna palabra.


— Sí, ya sé — le digo.


Pongo primera y piso el acelerador a fondo.


 


Próximo capítulo: El cajamarquino disponible el miércoles 7 de junio.



¿Te gustó? Comprá el libro.

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Se consigue en formato digital sin DRM (para cualquier lector de eBooks, incluso un teléfono celular) en Amazon y en formato papel también en Amazon y en CreateSpace. También tengo algunos ejemplares que vendo firmados por MercadoLibre.


¿Por qué comprar el libro si lo voy a ir subiendo a este blog de forma gratuita?


Por dos motivos:


1. Porque así no tenés que esperar una semana más para ver cómo sigue la novela.


2. Porque pagando el libro me estarás ayudando a financiar mi próxima novela (El camino del Inca) así como a los increíbles artistas que colaborarán con ella: CJ Camba en ilustraciones y Yamila Caputo y Carolina Herlein en diseño, maquetado, cubierta y contatapa.


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Published on May 31, 2017 11:55

May 24, 2017

Sangre por la herida: Capítulo 02

Todos los miércoles un nuevo capítulo de Sangre por la herida ilustrado por CJ Camba.


Leer Capítulo 01: El .38


Resumen hasta aquí

Mario Quiroz, un comisario inspector de la Policía Federal que ha sido pasado a retiro se encuentra trabajando ahora como guardaespaldas del capo narco Walter “el Inca” Ayala. Esta parecía ser una noche como cualquiera en su trabajo pero algo fue distinto: el jefe le pidió que siguiese a Lucía, su novia de quien sospechaba un engaño. Así la encontró Quiroz, revolcándose entre las sábanas de una efímera estrella de rock. Quiroz cumplió con su trabajo: consiguió las fotos que atestiguan el engaño, se llevó a Lucía consigo y en el camino dejó el cadáver de su amante. Ahora deberá emprender el viaje de regreso hasta su jefe para reportar lo sucedido y entregarle a la mujer que lo traicionó no sin antes recordar quién es este capo narco y de dónde viene.


Capítulo 02: El charquito

 


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¿Matarías a tu propia madre? Trabajo para un tipo que se dice que lo hizo. El que me está pagando para que le lleve a Lucía.


Se llama Walter Ayala y le dicen “el Inca”.


El Inca Ayala nació hace veintisiete años en Celendín, una ciudad mediana de pintoresca arquitectura colonial asentada en un valle al norte de Perú.


Como en toda región andina empobrecida donde la naturaleza es más gentil en prodigios que en material humano, Celendín se convirtió en las últimas décadas en un centro de producción de hoja de coca. Los peruanos la cultivan, producen la pasta base y la meten en nuestras fronteras donde se termina de procesar y se despacha para afuera directo a las fosas nasales de jóvenes de buenas familias en otras partes del mundo.

Ayala es un tipo que no genera miedo de entrada: tiene complexión liviana y aspecto inocente pero las apariencias engañan y el peruano es un depredador. Dicen que no nació exactamente en Celendín, que su madre lo fue a parir al monte bajo un rito chamánico y que eso es lo que le da la fuerza y la inteligencia sobrehumana que lo caracterizan. La realidad es que apenas es el hijo de una prostituta que lo parió en una de las callejuelas de tierra laterales que salen a la plaza de armas, una noche solitaria bajo el pálido reflejo de la luna sobre las cúpulas azules de la Catedral. ¿Acaso no es esa una imagen de sórdida belleza? La leyenda y el hombre se confunden.


Quizás fue eso lo que llevó a Lucía a caer en su trampa. No fue la única. Antes estuvo Natalí, pero ya estaba muerta cuando lo conocí. Algunas mujeres huelen el poder y el dinero con el enamoramiento con el que las moscas huelen la mierda.

¿Conocerá Lucía la historia del Tómbola? A mi me tocó conocerlo y despedirlo durante mi primer día en este trabajo.


¿En que se parecen las mujeres a los cangrejos?


¿La respuesta?


En que son solo piernas y en el cerebro tienen porquería.


¿No causa gracia? Diría que hay que preguntarle al Tómbola a ver qué le pareció. Se lo puede ir a buscar a tres metros bajo tierra.


Ayala reía tras contar el chiste junto a los hermanos Edgar y William Flores, sus dos manos derechas, y un poco más alejado de la ronda estaba Ángel Quispe. Le decían El Tómbola y era uno más de la banda de Wally Ayala. Fiel y cumplidor, había estado siempre con él desde el comienzo y nunca lo había traicionado. Al menos eso era lo que todos creían. Pero El Inca no creía lo mismo. En este negocio saber o no saber algo puede significar la diferencia entre vivir una noche más o no.


Ese día Quispe no se rió con el chiste de Walter y eso no le gustó al capo.

Lo encaró al Tómbola.


— ¿Qué pasa? ¿te molestan mis chistes?


— Es que no estoy de humor.


El que no estaba de humor era El Inca. Se rumoreaba que el Tómbola había traicionado a Walter con un viejo enemigo, el Samurai.


No respondió a la provocación del grandote. Al menos no lo hizo con palabras. La siguiente escena se sucedió a partir del impacto de su puño cerrado contra la nariz del Tómbola. Recuerdo el ruido de su tabique rompiéndose, la sangre salpicando para todas partes como si lo estuviese viendo y escuchando ahora mismo. Ángel Quispe se tambaleó atontado pero sin perder todavía el equilibrio, era robusto, le sacaba una cabeza a Wally Ayala. El jefe no lo dejó reaccionar y conectó de inmediato un derechazo que le descolocó la mandíbula y lo mandó contra la pared. Los puños del Inca se movieron como una ráfaga que convirtió la cara del pobre diablo en una masa sanguinolienta irreconocible.

Cuando estuvo muerto en el piso, Ayala se volvió hacia los hermanos Flores y dijo:


— ¿Saben por qué las mujeres son electrizantes?


William y Edgar alzaron los hombros sin respuesta.


— Por lo corriente — dijo Ayala y rieron todos juntos.


Vuelvo a mirar a la chica un instante. Tiene la cara estropeada de maquillaje corrido, la ropa arrugada, el pelo revuelto y sucio.


— Sabés quién soy — afirmo.


No me responde, pero me dedica una mirada desafiante.


Ayala creció en los barrios bajos de Celendín. Su madre nunca dejó la prostitución y cuando el futuro capo tuvo edad de entender por qué tantos hombres distintos pasaban por la casilla precaria donde convivía con ella sintió un asco tal que lo llevó a irse. Durmió en las calles una semana, viviendo de limosna, pidiendo frente a la Catedral. Una tarde su madre lo encontró y lo llevó de vuelta de las orejas a ese cuarto dividido por una cortina que hacía de mampara.


Lo que pasó después también se perdió en la nebulosa de la leyenda y lo que Ayala oculta de su propia vida. La versión más difundida dice que la madre borracha le apuntó a la cabeza con una pistola.


— ¿Por qué me dejaste? ¿acaso no entiendes el sacrificio que hago por nosotros?


El chico lloraba.


— Ahora voy a tener que disparar. Si tan solo me hubieras dado otra posibilidad…


Entonces lo hizo. Le disparó a su propio hijo en la cabeza, pero el arma estaba descargada.


Una línea líquida serpenteó por los pantalones del chico y terminó en un charquito debajo de sus piernas.


— ¡Te measte! — gritó la madre envuelta en la alegría de una carcajada sádica.


Todo el cuerpo de Walter temblaba. Su madre le tomó la mano con delicadeza, la apoyó contra una mesada, la acarició y sin aviso le descargó un culatazo en el dedo meñique que fracturó el hueso.


Durante dos meses el chico vivió encerrado en la casa de dónde su madre no lo dejaba salir ni siquiera para ir a la escuela hasta que volvió a encontrar la oportunidad para huir. Supo que tenía que intentar algo diferente si no quería que su madre volviera a llevarlo de las orejas.


Atravesamos a toda velocidad el asfalto de la autopista. El tablero indica 120 km/h.

Walter Ayala tenía doce años cuando se perdió en el cerro escapando de su madre.

El hambre y la sed lo atormentaron durante dos días pero cada vez que estaba a punto de rendirse y regresar a su casa se miraba el dedo meñique. Había tardado dos meses en volver a soldarse el hueso. Había quedado torcido a pesar de todo y la humedad en la altura del cerro le aguijoneaba en el centro exacto donde su madre se lo había partido.

¿Habrá sido ese momento en el que decidió que tenía que matarla?


— ¿Por qué te enganchaste con un tipo como Walter? — le pregunto a Lucía.


— ¿Y a vos qué mierda te importa?


— ¿Valió la pena al menos?


— Andate a la puta que te parió.


Tiene carácter la pendeja.


Walter, agotado y deshidratado, sintió que estaba a punto de morir. Desparramado en el pasto, los insectos comenzaron a posarse sobre él, alimentándose de su sangre todavía caliente.


Lo despertó la punta de un palo sobre las costillas. Lo dieron vuelta. Quedó de cara al cielo y vio a un tipo sosteniendo una pistola que apuntaba a su cara.


Lo levantaron del piso, lo llevaron al campamento en la jungla y se lo presentaron a Don António.


El capo tomó una larga caña de bambú y sin mediar palabra le dio un golpe al chico en las costillas. Luego otro y otro. Y siguió. En las piernas, en los brazos, en la cabeza. Walter no reaccionaba. Recibía el castigo en silencio, como si nada de todo eso estuviese sucediendo, como si nada fuese real o no sintiera dolor en absoluto.


—¿De dónde sacaron a este niño? — dijo cansado el brasilero al tiempo que arrojaba la caña de bambú a un costado.


Sus hombres le explicaron.


Don António observó al muchacho detenidamente. Tenía ahora el cuerpo llagado, envuelto en sangre que le había extraído a puro golpe.


— ¿Qué quieres con nosotros?


Walter alzó la cabeza y sin dudar dijo:


— Agua. Comida. Un lugar donde dormir.


El brasilero entendía un poco de español, un poco de lengua indígena brasilera—peruana, buen portugués pero mucho mejor entendía el idioma de la violencia.


— ¿Y qué eres capaz de hacer para nosotros? apenas eres un niño — extendió un dedo ennegrecido en el mentón del chico y acarició su rostro con el filo de la uña larga y amarillenta.


En ese momento Walter Ayala decidió su futuro.


Atravesamos en silencio los siguientes dos kilómetros de autopista. El tránsito está ligero y por un mínimo instante pienso que quisiera que no fuera así, que se retrasara todo porque una vez que entremos a la capital voy a tener que llevar a Lucía con Walter Ayala. El tipo que mató a su madre.


— ¿Cómo puedes demostrarnos que vales que te tengamos aquí? ¿por qué deberíamos alimentarte y confiar en ti?


— Yo sé cómo.


Y lo hizo. Esa fue la prueba con la que le mostró su valía al jefe narco brasilero.

Lo hicieron engordar una semana y le pusieron sobre la mesa una 9 mm. Walter Ayala bajó de vuelta al pueblo. Una lluvia tropical barría las calles desiertas y embarradas. Empapado como estaba, se dirigió a la casa de su madre. Los sonidos del sexo se escuchaban desde la calle, supo que ella estaba allí adentro.


Entró con precaución, los gemidos detrás de la cortina eran intensos. Vio las sombras entrelazadas. Eran tres cuerpos. Sintió asco, esa repulsión que lo había llevado a a irse la primera vez. Corrió la cortina. Su madre se encontraba en el medio de dos hombres gordos, peludos, grasientos con sus pequeños penes morados en la mano.


Disparó sin pestañear. Descargó el cargador. Los cuerpos se amontonaron uno encima del otro. Salió a la calle. La lluvia corrió la sangre que le había empapado la cara, se diluyó en un pálido morado sobre los charcos de barro.


El peaje nos detiene. Una larga fila de autos tocan bocina. Debería haber tomado el camino lateral.


— Vamos a tener un rato para conversar — le digo a Lucía y giro la cabeza para mirarla.


Me responde con cariño: la planta de su zapatilla se estampa contra mi cara. Veo estrellas mientras ella abre la puerta y se arroja afuera del auto. Primero se tambalea, luego recobra el equilibrio y corre, salta la valla y ya está lejos.


Tardo en reaccionar. Estoy viejo, pienso de vuelta. Me palpo el pecho hasta que encuentro la Browning en la sobaquera. Está ahí, donde tenía que estar. La saco de su estuche, abro la puerta y salgo corriendo detrás de Lucía.


Próximo capítulo: Los monoblocks disponible el miércoles 31 de mayo.



¿Te gustó? Comprá el libro.

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Se consigue en formato digital sin DRM (para cualquier lector de eBooks, incluso un teléfono celular) en Amazon y en formato papel también en Amazon y en CreateSpace. También tengo algunos ejemplares que vendo firmados por MercadoLibre.


¿Por qué comprar el libro si lo voy a ir subiendo a este blog de forma gratuita?


Por dos motivos:


1. Porque así no tenés que esperar una semana más para ver cómo sigue la novela.


2. Porque pagando el libro me estarás ayudando a financiar mi próxima novela (El camino del Inca) así como a los increíbles artistas que colaborarán con ella: CJ Camba en ilustraciones y Yamila Caputo y Carolina Herlein en diseño, maquetado, cubierta y contatapa.


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Published on May 24, 2017 12:13

May 19, 2017

Los chicos que faltan parte III

En esta tercera reseña de mi propuesta de seis análisis de novelas de género policial con temática de niños que son raptados o tienen un destino funesto me voy a meter con Sharp Objects (traducida al castellano como Heridas abiertas y editada por Random House) la primera novela de Gillian Flynn de fama mundial por su tercera novela, Gone Girl (Perdida)


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La trama y el desarrollo son simples, directos y están bastante bien pulidos lo que transofrma la lectura en una melodía fácil de transitar y como no podía ser de otro modo tiene como protagonista y narradora a una de las típicas mujeres dañadas que se presentan en todas las novelas de Flynn y que como también dijimos hace un tiempo, parecen haberse extendido a buena parte de los trhillers escritos por mujeres de los últimos tiempos (pueden repasar mi reflexión acerca del rol de la mujer en el género policial y en particular el pasaje acerca del “nuevo rol de la mujer en el policial” donde analizo este tipo de personajes aquí): desde la famosa Amy Dunne de Perdida a Rachel de La chica del tren y por qué no Louise de Behind her eyes de Sarah Pinoborough que también viene haciendo olas, todas estas mujeres se encuentran dañadas de algún modo por la vida y son alcóholicas o no pudieron superar su divorcio o tienen algún tipo de problema mental o sufrieron algún trauma tremendo de pequeñas. Esta última variable con la que Flynn parece sentirse particularmente cómoda a juzgar por su novela Dark Places (La llamada del Kill Club) donde Libby fue testigo del asesinato de su madre y sus hermanos menores por parte de su otro hermano también se encuentra en Sharp Objects con la narradora, Camille quien nunca pudo superar el fallecimiento de su hermana menor producto de una enfermedad poco especificada. 


La novela comienza entonces con Camille, ahora periodista viviendo en Chicago en un exilio auto-impuesto para alejarse de Wind Gap, el pueblito rural de Missouri donde nació y creció a la sombra del matadero de chanchos de su madre. Camille también acaba de salir de una internación producto de años de autoflagelaciones a la que lo llevó el trauma de su hermana fallecida y una madre que nunca la quiso. Pero entonces, el descubrimiento del cadáver mutilado y al que se le han extraído los dientes de una niña pequeña en su pueblo natal y la desaparición de otra niña también allí llevan al editor del periódico para el que trabaja a enviarla como corresponsal para investigar el caso y conseguir así la primicia.


Camille muy a su pesar volverá a su pueblo y con una narración que alterna los ritmos pausados con algunas otras explosiones de acción nos va enredando en los mismos fantasmas que la atormentan y que vuelven a ella una vez que comienza a convivir nuevamente con su madre, el esposo de esta y su hermanastra a quien apenas conoce, tiene la edad de su hermana de sangre muerta y un carácter difícil de congeniar.


La novela se mueve entre el southern-gothic (la mansión de la madre de Camille y su matadero de chanchos contribuyen a ese clima agobiante de aristocracia sureña y podrida) y el country-noir (pueblo chico, inferno grande; etc.) lo que le proporciona al relato su mayor hondura. Por otra parte, como historia policial quizás decepcione a algún lector: los sospechosos aparecen apenas delineados y al intentar retratar todo un pueblo y su gente en menos de 300 páginas muchos personajes terminan siendo apenas un nombre sin un desarrollo demasiado exhaustivo.


Al poco tiempo de llegar a Wind Gap, Camille descubrirá el cadáver de la segunda niña desaparecida y se irá enredando en la investigación policial, un lugar en el que obviamente nadie la quiere. Sus relaciones tóxicas con la gente que la rodea y consigo mismo la llevarán a cometer errores fundamentales hasta el desenlace que si bien interesante no destaca por lo sorpresivo.


De las tres novelas publicadas de Gillian Flynn, sin embargo, esta es una de las más sólidas y la encuentro al mismo nivel que Perdida en cuanto a construcción de mundo y de una trama donde lo que importa son algunos pocos personajes y sus relaciones interpersonales, sus fantasmas, sus terrores y sus falencias.


Como decía al comienzo, se trata de una novela acerca de personajes dañados y en ese sentido Flynn se mueve como pez en el agua, es el juego que mejor sabe jugar.


Para concluir, de las tres novelas que llevo leídas y analizadas en este subgénero de “niños que faltan” de momento esta es la que más me interesó.


 


Como me tengo que mudar y no puedo llevarme mis libros estoy vendiendo toda mi biblioteca: si te interesó esta novela y la querés, la tengo en venta muy económica en MercadoLibre. Click aquí.


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Published on May 19, 2017 13:42

May 17, 2017

Sangre por la herida: Capítulo 01

Todos los miércoles un nuevo capítulo de Sangre por la herida ilustrado por CJ Camba.


Sangre por la herida

Le coloriaron las motas

con la sangre de la herida

y volvió a venir furioso

como una tigra parida.

El gaucho Martín Fierro, Canto VI, versos 1219-1222


Capítulo 01: El .38

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Nada como tener el caño de un calibre .38 apuntándote directo a la cabeza para replantearte un trabajo.

Esperaba una noche tranquila. Una noche más de trabajo. No esto.

El adicto que me apunta me grita y en el grito escupe baba y mueve el brazo nervioso, el pecho desnudo, la espalda encorvada, el pelo sobre la cara, el cejo fruncido en una expresión de furia, los ojos inyectados en sangre, los calzoncillos rotos y sucios, las medias blancas con las que pisa el pasto mojado ennegrecidas.

La chica está adentro, del otro lado de la ventana. También grita. Se tapa el cuerpo desnudo con las sábanas que no disimulan sus curvas. Esta mierdita que me apunta no la merece. Y no es suya.

Siento algo de pena por este infeliz. Cometió dos errores: se acostó con la mujer de mi jefe y me está apuntando al parietal derecho.

Trato de pensar con claridad pero no puedo sino recordar cómo es que llegué acá.

Imágenes de la noche: un bar decadente lleno de borrachos melancólicos; una banda de rock donde el tipo que me apunta y me grita cantó unas baladas desgarradas y deprimentes, un par de mesas alrededor del escenario y Lucía, la morocha que ahora llora detrás de la ventana y que se tapa los pechos con las sábanas desparramada sobre la cama, tomando algo, relajada, asintiendo con placer ante las melodías, la única interesada en el triste espectáculo de la banda.

Después la pelea cuando un borracho arrojó una botella, la salida del escenario de los músicos y Lucía que se levantó y siguió hasta el fondo a Charly Brun, el tipo a quien ahora le quedan apenas unos minutos de vida aunque no lo sepa.

Si yo estuviera del otro lado sosteniendo la .38 también me creería el dueño de la situación. Pero este nene de papá no me conoce, no sabe de lo que es capaz Mario “la Iguana” Quiroz.

Cosas del trabajo. ¿Mi trabajo? Guardarle las espaldas a Walter Ayala. Una pequeña basura peruana que vino a este país para exprimirle billetes a los adictos al polvo blanco.

El trabajo paga bien, a veces tiene vértigo, como esta noche pero más que nada me permite olvidarme de mi otra vida, cuando fui Policía. Una vida que se terminó hace un año.

Entonces me tranquilizo. La adrenalina destapa mis sentidos, me vuelve rápido, ágil, despierto, me hace olvidar.

Es fácil saber cuando una persona nunca antes le disparó a otro hombre: su pulso es tembloroso, su cuerpo se sacude al ritmo de los nervios, la transpiración corre por su cara y su voz vacila. Una persona que nunca mató a otra prefiere amenazar antes que disparar. Más cuando tiene mucho que perder.

Este chico tiene todo para perder. Esta casita sencilla de barrio residencial tranquilo, cercano a las vías de comunicación rápida con la ciudad, el esfuerzo de toda una vida de trabajo y sacrificio; su banda de rock, sus amigos, las seguidoras que se arrastran a su cama. Como Lucía. Estoy seguro de que Charly no sabe quién es Lucía.

—Estoy trabajando, no te pongas así.

—¡Dame la cámara!

Hay un momento en el que hay que decidir si vale la pena arriesgarse. Hasta qué punto se puede tensar la cuerda. En qué momento el que nunca le disparó a otro hombre se siente dispuesto a ensuciarse las manos por primera vez. Mi trabajo muchas veces consiste en aprovecharme de las dudas de los tipos como él.

La casa gana, el cliente pierde.

—Vendo las fotos.

Está por disparar.

—A una revista de espectáculos.

Afloja los músculos un milímetro.

Soy un mercenario, en eso no miento.

La tranquilidad se disipa pronto, apenas le di un poco de ánimo. “Sí, a mí” piensa “llegué a las revistas”. Pero por muy drogado, borracho y empapado de lujuria que esté, todavía le queda algo de seso en esa cabeza rapada que sólo parece servirle para transportar la cara con la que no oculta una mezcla de egolatría y miedo.

—A mi no me vas a cagar, dame la cámara.

—No puedo.

Tiembla. Duda. Podría intentar terminar con esto acá, pero todavía necesito a la chica. Y las fotos, claro. Necesito mostrarle a Wally Ayala que su novia estuvo revolcándose con este tipo.

No hago preguntas. Ese no es mi trabajo. Yo ejecuto órdenes. Esta noche el peruano me ordenó que la siguiera, que sospechaba que estaba con otro y que lo comprobara para él. Y acá estoy.

Casi nunca hay sorpresas. No existe tal cosa como “la sospecha de una infidelidad”. Existe la certeza y la necesidad de no creerlo. Para eso estamos los detectives privados: por una retribución hacemos el trabajo sucio de confirmar eso que el damnificado niega en su cabeza para no tener que aceptarlo.

—Hagamos esto simple: bajá el arma, salgo de tu propiedad y nos olvidamos del asunto.

Mira para todos lados. La etapa paranoica después del subidón.

—Vamos, podemos dejarlo acá.

—Callate —grita.

La chica llora más fuerte. Lucía. Es una hermosa mujer y me gustaría que no se encontrara en esta situación. Ella sabe lo que va a pasar. Conoce lo suficiente al Inca Ayala.

Entonces veo que la .38 se agita acelerada en la mano temblorosa de Charly Brun. Subestimar una situación es el error que más vidas se cobra entre los que estamos en este negocio. Y en este momento siento que la situación se me está escurriendo entre los dedos.

Tengo que recuperar el control.

—¿Por qué no nos tranquilizamos un poco? Hablemos, haceme pasar a tu casa, nos sentamos, te muestro las fotos que saqué…

Duda.

—¿Vas a borrar las fotos?

—Las que vos me digas.

—Mostrame.

—Vamos adentro y te las muestro con tranquilidad. No vas a querer que algún vecino nos vea acá, así como estás.

Vuelve a dudar. Piensa que en su territorio, en su casa, puede tener mejor control.

—Entrá —dice sin dejar de apuntarme.

Paso por la puerta con los brazos en alto. Lucía corre hasta el living con la sábana atada al cuerpo.

—¿Qué hacés? ¿Cómo lo dejaste entrar?

—CALLATE —le grita.

Lucía se abalanza encima suyo intentando manotearle el revolver.

—¿Estás loco? ¿No sabés quién es? Trabaja para el Inca.

El tipo le cruza la cara con el revés de la mano con la que sostiene la .38. La chica cae al piso con un hilo de sangre rajándole la comisura de los labios.

Lucía. Que hermosa sos Lucía. La sábana que la cubre parece una mortaja que envuelve su cuerpo pálido. Sus ojos son dos pequeñas piedras de jade en medio de las manchas negras del rimmel barato corrido por las lágrimas y la transpiración.

Le paso la cámara encendida al tipo.

La toma entre sus manos y empieza a pasar las fotos. Charly Brun en su mejor hora; su mejor performance. La .38 especial ya no me apunta, mira al techo.

Toda una noche de trabajo en fotos: Lucía saliendo de un departamento, entrando al bar donde tocó la banda, la salida acompañada, el viaje en auto hasta acá, cuando aspiraron la coca, sus cuerpos desnudos y el sexo hasta el momento en que él se levantó de la cama y salió de la escena. Entonces son fotos de Lucía sola, fumando, satisfecha hasta que apareció el infeliz en el jardín a los gritos con su Smith & Wesson modelo 19 especial calibre .38.

—Esto es lo que vamos a hacer —me dice —voy a borrar estas fotos, me voy a quedar con la cámara por la molestia y la próxima vez que te vea por el barrio te voy a meter un cuetazo en una rodilla —levanta la vista con una sonrisa de triunfo entre los labios.

Su cara cambia de expresión en el instante mismo en el que ve que ahora soy yo el que lo apunta con una Browning Hi-Power Mark III de 9 mm. Soy un sentimental pero a la hora de confiar mi vida a una pistola prefiero la fría precisión de una semiautomática belga.

Disparo. Una bala directo al pecho. Cae de espaldas al piso.

—No —le digo.

Lucía grita. Me llevo el dedo índice a los labios para que se calle. Llora. Se arrastra por el piso desnuda.

El tipo se agita en un charco de su propia sangre. Parece como si fuese un pez al que se acaba de sacar del agua, intentando que le entre aire a los pulmones agujereados. Su pecho sube y baja en un último esfuerzo desesperado por seguir respirando, sus ojos suplican piedad, intenta decir algo, abre la boca y escupe sangre.

Me paro al lado suyo con cuidado de que su sangre no manche mis zapatos.

—Principante —digo y le meto un tiro en la cabeza.


Próximo capítulo: El charquito disponible el miércoles 24 de mayo.



¿Te gustó? Comprá el libro.

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Se consigue en formato digital sin DRM (para cualquier lector de eBooks, incluso un teléfono celular) en Amazon y en formato papel también en Amazon y en CreateSpace.


¿Por qué comprar el libro si lo voy a ir subiendo a este blog de forma gratuita?

Por dos motivos:


1. Porque así no tenés que esperar una semana más para ver cómo sigue la novela.


2. Porque pagando el libro me estarás ayudando a financiar mi próxima novela (El camino del Inca) así como a los increíbles artistas que colaborarán con ella: CJ Camba en ilustraciones y Yamila Caputo y Carolina Herlein en diseño, maquetado, cubierta y contatapa.


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Published on May 17, 2017 11:40

May 15, 2017

Sangre por la herida – Novela

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Amigos: finalmente está disponible Sangre por la herida mi novela spin-off de la saga Rituales.


Para poner las cosas en claro: la novela transcurre entre el final de Rituales de sangre y el comienzo de Rituales de lágrimas y verán que hay algunos personajes de ambas como protagonistas.


Pero lo bueno es que cualquiera puede leer esta novela como un stand-alone, es decir, no hace falta haber leído las otras dos novelas para disfrutarla y/o entenderla porque es una novela en sí misma, con una historia particular y concreta. Obviamente los lectores de las otras novelas podrán encontrar personajes conocidos y hacer algunas conexiones entre los relatos (les adelanto acá algo muy chiquito: van a poder saber por qué Mario Quiroz empieza Rituales de lágrimas viviendo en Bariloche).


Sangre por la herida es una novela hard-boiled pura y dura. Esto significa que es casi toda acción sin descanso y pulso nervioso, con un protagonista atormentado y otros rasgos del género que podrán reconocer con facilidad.


Además intenté hacer una novela que tuviese la estructura de un folletín o un serial, con cada capítulo terminando en un cliffhanger.


También pensando en su serialidad es que cada capítulo viene acompañado por una ilustración especialmente pensada y dibujada por CJ Camba. La cubierta también fue pensada como homenaje al ilustrador de pulp fictions hard-boiled Rafael De Soto como pueden ver el proceso aquí debajo.


Haga click para ver el pase de diapositivas.
¿Cómo conseguirla? ¿Cómo leerla?

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Todos los días miércoles, durante las siguientes semanas, iré publicando un capítulo de la novela en este mismo blog por lo que el que quiera la va a poder leer aquí mismo totalmente gratis.


Por otra parte, la novela se puede conseguir en Amazon en formato digital (sin DRM, es decir que se puede leer en cualquier dispositivo, no necesariamente Kindle) y papel. También está disponible en CreateSpace en papel y yo mismo traje algunos pocos ejemplares que estoy vendiendo por MercadoLibre a menos del costo de producción (apenas si cubro el costo de haberlos traído acá).


Además de mi proceso de escritura la novela le dio trabajo a CJ Camba que hizo las ilustraciones, Yamila Caputo (Ponderosa Design) que se encargó del diseño de marca, cubierta y contratapa y Carolina de Estudio Azulejo que hizo el maquetado. Todos estos increíbles artistas cobraron por su trabajo. La compra de la novela me va a ayudar a poder sacar la siguiente (El camino del Inca que es una precuela de Sangre por la herida) y seguir dándole trabajo a ellos.


Este miércoles entonces, el primer capítulo.


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Published on May 15, 2017 16:07

April 25, 2017

Los chicos que faltan parte II

Continuando con el análisis y reseña de novelas policiales con tramas que implican la desaparición de niños, reseña de In Bitter Chill de Sarah Ward.


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Encontré esta novela a través de una recomendación de BookDepository y no me pude resistir. Como ya es costumbre en el género, es la primera novela de una saga. Además, su autora es una gran reseñista de novelas policiales, por lo que tiene ese interés especial de saber uno que está leyendo a alguien que realmente ama el género.


La novela en sí tiene buenas intenciones, un buen misterio y una más que razonable resolución pero que sin embargo falla en la construcción del momento en el que se produce la revelación final.  El misterio es acerca de dos niñas que desaparecieron hace veinte años. Una de ellas regresó y nunca supo qué fue lo que sucedió más allá de que una mujer las secuestró y las subió a un automóvil a ambas y a la otra nena nunca la encontraron. A partir del suicido de la madre de la nena que nunca encontraron en el presente narrativo (es decir, pasados esos veinte años) se desencadena una investigación que va por dos carriles: la policía y la nena que sí volvió. La premisa es poderosa y le permite al relato sostenerse bastante bien, aunque tiene sus fallas.Si una novela fuese un edificio diría que esta tiene buenos cimientos pero que una vez establecidos los constructores optaron por hacer las paredes con durlock: son eficientes, el edificio se sostiene pero la calidad podría ser mejor.

Quizás el problema fue un exceso de ambición, un intento de abarcar demasiado en un debut novelístico que insisto, como thriller tiene buenas herramientas que lo convierten en un “page-turner” fenomenal, pero que produce el efecto de esas películas que mientras uno las está viendo le parecen intensas e inteligentísimas pero que con el correr de las horas desde que la pantalla funde a negro empiezan a mostrar sus agujeros y sus baches. Lo mismo sucede con esta novela: intensa lectura, muy entretenida, buenos personajes que quedan establecidos para la continuación de la saga pero el modo en el que estos buenos personajes van descubriendo la trama oculta resulta necesariamente forzada y exige un grado de “suspension of disbelief” que supera lo tolerable.

Ese coqueteo con el exceso se ve claramente en el prólogo y en el epílogo, de una página o dos cada uno: están escritos en un estilo mucho más barroco que el resto de la novela y también mucho más pretencioso. Es una lástima que partiendo de un misterio inquietante y una buena idea la narrativa termine diluyéndose en una investigación policial y amateur demasiado forzada.


¿Te interesó? Vendo esta novela usada aquí.


 


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Published on April 25, 2017 07:56