Hugo García Michel's Blog, page 232

February 11, 2015

D

De entre mis amigas más entrañables, ella es sin duda una de ellas y, en este momento, una de las más importantes. Es una mujer joven, hermosa, llena de talento e inteligencia, llena de creatividad y entusiasmo por todo lo que hace. Es la suya una personalidad que fascina y contagia, un ser bellísimo en todos los aspectos. Siento un enorme amor por ella y aunque nos vemos poco, cada vez que viene es como si una bocanada de aire fresco invadiera grata y vivificante mi vida. Hoy estuvo aquí y la pasamos de maravilla. Hay planes para hacer diversas cosas juntos. Es alguien de verdadera excepción que no quiero que se vaya jamás de mi vida.[image error]
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Published on February 11, 2015 20:30

February 10, 2015

Iraida y su fuerte fragilidad

En un país como el nuestro, nada tiene de extraño que la música más elemental y deleznable sea al mismo tiempo la más popular y difundida. Años y años de deseducación artística han hecho mella en el gusto de las masas y por eso las máximas estrellas musicales suelen ser personalidades (es un decir) dedicadas a producir basura. Esto sucede en México y en la mayor parte del mundo; digo, tampoco vamos a presumir de semejante exclusividad.
  Debido a esta circunstancia es que las obras musicales de verdadero valor, aquellas que se hacen como una necesidad creativa, como un deseo de expresión y una manera de volcar hacia fuera lo que los autores e intérpretes tienen en su alma y en su mente, esa música auténtica, alejada del consumismo industrial y de los medios masivos, esa música, por desgracia, llega a y es apreciada por muy pocos. Al decir esto, no quiero caer en romanticismos baratos o en cursilerías políticamente correctas. Nada más alejado de mis intenciones (también hay música muy mala que se disfraza de alternativa o subterránea). Sólo busco señalar que, por ejemplo, hay discos que de vez en cuando logran una extraña y afortunada amalgama de virtudes, sensibilidad, inventiva, humor, gracia, frescura y gran estatura artística. Es el caso de Frágil, la más reciente obra de la cantante y compositora mexicana Iraida Noriega, esta vez al lado de la cantautora Leika Mochan (Muna Zul) y la poetisa Edmeé García, cuya desenfadada poesía en spoken word es una grata sorpresa.
  Fragil no es un álbum de jazz, tampoco de folclor o de world music. Es todo eso y más, mucho más. Las tres mujeres que lo produjeron supieron crear un trabajo originalísimo y variado, con composiciones tan austeras como riquísimas en las que las voces de Noriega y Mochán brillan en toda su plenitud. Baste escuchar temas como “Ajedrez”, “Tibio”, “Roto corazón”, “Sigo intentando” o los covers de “La muñeca fea” de Cri Cri y “Frágil” de Sting”.
  Una maravilla que además puede descargarse de manera gratuita en https://soundcloud.com/iraida-noriega/sets/fragil
  ¿Qué más se puede pedir?

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)[image error]
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Published on February 10, 2015 15:25

February 9, 2015

El blues del solitario

“Yes I’m Lonely / I wanna die”.
John Lennon, “Yer Blues”
Sé muy bien lo que se siente ser un solitario. Lo fui a lo largo de muchos años, sobre todo durante mi niñez y mi adolescencia. Ese sentimiento de estar solo y ser un incomprendido muchos lo hemos experimentado, aunque algunos con mayor vehemencia. Uno mira a su alrededor y se topa con gente que no lo entiende, que posee otros valores, que busca otras cosas, que mira la vida de manera muy distinta. Y esa gente es mayoría, por lo que la desolación, la sensación de hallarse solo en el mundo, aumenta y se agrava.
  Soy el segundo de cinco hermanos. Mi padre falleció cuando ya era yo un adulto y mi madre aún vive, saludable a sus noventa y tres años. No conocí a mis abuelos, pero sí a mis dos abuelas. Siempre estuve rodeado de tíos y tías, de primos y primas, tanto del lado de mi familia paterna como de la materna. Amigos he tenido muchos. En pocas palabras, no me puedo quejar de falta de gente a mi alrededor y, no obstante, muchas veces me sentí solo y falto de comprensión.
  Supongo que ese saberme solitario hizo que me volviera más creativo y que me inventara juegos en los cuales yo era el único participante. Luego encontré dos refugios: el de la música y el de la lectura que, por ahí de mis doce, trece o catorce años, se transformarían en mis primeros textos escritos y mis primeras composiciones musicales. Escribí una novela corta a los diecisiete años y mi primera canción la hice a los catorce. Quizá si no hubiera sido tan retraído e introvertido, jamás me hubiera dado por la música y las letras.
  Pero sí hubo una seria desventaja en eso de ser un solitario: las mujeres no me hacían caso. Nunca tuve novia de adolescente, a pesar de haber estado perdidamente enamorado de cinco o seis chavas. Mi primera relación sentimental se dio hasta mis diecinueve marzos y fue con la mujer que habría de ser la madre de mis hijos, con quien permanecería dieciocho años. Estuve casado, tengo dos vástagos y aun así, el sentimiento de ser un solitario no me abandonó del todo.
  Dirá el lector que qué carajos le importa todo este largo preludio autobiográfico y lo comprendo. Pero el punto al que voy es el de cómo la soledad puede marcarnos y determinarnos de manera dramática, pero también servirnos como una fuerza realizadora y creativa.
  Estamos educados bajo la equivocada idea de que ser un solitario es algo malo, una cosa indeseable. El instinto gregario parecería indicarnos que la felicidad está del lado contrario, en la compañía y la convivencia con los demás; que sólo en sociedad podemos alcanzar la dicha y que reivindicar la individualidad es una postura reprobable. Creo que habría que romper con esos estigmas.
  Estar solo puede ser una circunstancia fatal que nos impone eso que solemos llamar el destino, pero también puede ser una elección válida. Si uno se siente bien consigo mismo, si uno se cae bien y prefiere vivir solo, alejado de la muchedumbre, no es una determinación negativa. Además, estar solo no implica necesariamente estar en soledad o en un aislamiento misántropo.
  Me explico y vuelvo a recurrir a mi caso personal: llevo quince años solo en un apartamento. Mucha gente me pregunta si no quisiera vivir con alguien otra vez y mi respuesta es siempre la misma: no. Por diversos convencionalismos, piensan que estar así es cosa triste, deprimente, y no dudo que en muchos casos lo sea, pero también puede resultar algo divertido, sin conflictos, lleno de paz y, sobre todo, muy creativo (con la ventaja de tener visitas diversas, en especial femeninas).
  John Lennon se quejaba de la soledad en algunas composiciones (“Yer Blues”, Isolation”) y hay miles de canciones que hablan del tema de manera quejumbrosa. Pienso que hacen falta elegías para los seres solitarios, que se cante a las ventajas y la dicha –sí, la dicha– de vivir solo y satisfecho. Que “El blues del solitario” se convierta en “El himno a la soledad feliz”.
  Es un buen tema para una nueva canción.

(Mi columna "Bajo presupuesto" de este mes en la revista Marvin)[image error]
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Published on February 09, 2015 15:00

February 7, 2015

Nuestros fundamentalismos (I)

Dice el filósofo francés Yves Michaud, en una reciente entrevista publicada en El País, que si de 1920 a 1985 el marxismo y el capitalismo polarizaron la vida política del mundo, hoy en Occidente “tenemos el desafío de las culturas islámicas: son valores incompatibles con los nuestros” y más adelante hace una observación tan interesante como inquietante: “Hace un mes, en Argel, vi que hay una generación de gente de más de cincuenta años, cultivada, con mujeres que llevan el pelo suelto; y las nuevas generaciones son islamistas”.
  Michaud ha observado de cerca el comportamiento de los jóvenes musulmanes que viven en Francia y se ha encontrado con el hecho de que son mucho más conservadores e inflexibles que sus propios padres, más dados al dogma y a las ideas preestablecidas, en este caso religiosas, y lo explica del siguiente modo: “Los jóvenes musulmanes buscan reglas, porque la libertad (les) da miedo… Un taxista me dijo el otro día que procuraba no escuchar música porque la consideraba como una droga que hace olvidar las plegarias y los principios. Me decía que lo bueno que tiene la ‘verdadera’ religión es que hay reglas para todo: para comportarse en familia, con los amigos, con los enemigos; hay plegarias antes de comer, antes de entrar al baño; es una vida enmarcada, uno está a gusto así. Era un hombre inteligente, pero no había posibilidad de argumentar: yo era un infiel”.
  ¿Hasta qué punto ese fundamentalismo se ve reflejado en el comportamiento de muchos jóvenes en México? No me refiero al fundamentalismo religioso, sino al fundamentalismo político que, a fin de cuentas, se le parece bastante.
  Lo hemos visto desde 2006 y aunque diversos analistas lo celebran como un despertar democrático de la juventud, yo no estoy tan seguro de ello. Más bien me encuentro (y eso es fácil de ver en las redes sociales) con una cerrazón dogmática y maniquea, fundamentalista, que ve en el otro a un enemigo irreconciliable, con el que no se puede (e incluso no se debe) dialogar, un enemigo exterminable.
  Pero la falta de espacio se impone y es menester seguir con el tema dentro de ocho días.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)[image error]
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Published on February 07, 2015 19:09

February 6, 2015

Lou Reed/John Cale / Songs for Drella (1990)

A raíz de la muerte de Andy Warhol, Reed y Cale hicieron a un lado viejas rencillas y diferencias para escribir juntos este set de canciones en homenaje a su legendario padrino y promotor de la época de Velvet Underground. Songs for Drella es un álbum lleno de hermosura, emotividad y amor sincero por el artista pop más importante de la historia.

Mejor tema: “Smalltown”

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Published on February 06, 2015 16:19

February 4, 2015

Muscle Shoals

Vi este fabuloso documental de Greg Camalier (2013) que cuenta la historia del pequeño pueblo de Alabama donde surgió el mítico estudio de grabación Fame, regenteado por Rick Hall, el genial productor que reunió a un grupo de músicos blancos (The Swampers) para crear un sonido soul inigualable y tan irresistible que grandes grupos y solistas acudieron a grabar ahí. Gente como Wilson Pickett, Aretha Franklin, Percy Sledge, Arthur Alexander, los Allman Brothers y los Rolling Stones pasaron por ahí o por el estudio gemelo que más tarde pusieron los Swampers y que significó un largo rompimiento con Hall, quien entonces recurrió a músicos negros para seguir trabajando y continuar con la leyenda.
  La película es muy buena, amena e instructiva, llena de buena música y grandes anécdotas, además de una buena cantidad de entrevistas con gente como Mick Jagger, Keith Richards, Bono, Steve Winwood, Greg Allman y varios más, incluidos, claro, los Swampers (como Roger Hawkins y Dave Hood) y el gran Rick Hall, quien lleva la narración principal de la historia.
  Es sorprendente la enorme cantidad de álbumes clásicos que salieron de aquellos estudios, situados en una zona bellísima de bosques casi vírgenes, a un lado del río Tennessee, y más increíble que uno de los sonidos más rasposamente souleros de todos los tiempos haya surgido de un grupo de sesión conformado exclusivamente por músicos blancos y conservadores.
  Un gran documento fílmico, con un pietaje antiguo que deja boquiabierto.[image error]
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Published on February 04, 2015 17:48

February 3, 2015

De los Hermanos Carrión a Zoé

Aunque los actuales grupos mexicanos de rock (o de eso que llaman rock y que en realidad es una ensalada indefinible de géneros y subgéneros que van del pop más comercial a la cumbia y del ska más pedestre y desafinado a la onda grupera) tiendan a olvidar a sus antepasados, como si no hubiese una línea dialécticamente continua y discontinua entre los Teen Tops y Bengala o entre los Hooligans y Zoé), la verdad es que todos ellos heredaron los pocos méritos y las muchas deficiencias de sus progenitores musicales.
  Lo anterior viene a colación debido al lamentable fallecimiento de Héctor Carrión, integrante del antiquísimo grupo Los Hermanos Carrión, parte no sé si fundamental pero sí importante de la historia del rock hecho en México y quienes son considerados como uno de los conjuntos (como se les decía en ese entonces) pioneros de lo que la más anquilosada mercadotecnia aún llama “la época de oro del rocanrol”.
  Yo recuerdo a los Carrión desde mi niñez, cuando aparecían en el programa (en glorioso blanco y negro) Premier Orfeón A Go-Go, con su inocuo sonido entre country y bolero ranchero. Así como hoy el grupito Little Jesus quiere ser el Vampire Weekend mexicano, los Hermanos Carrión pretendían convertirse en la versión nacional de los Everly Brothers, por lo que no sólo hacían versiones de algunas de sus canciones (“Adiós amor”, “Creo estar soñando”) sino que trataban de imitar sus armonías vocales, lo cual –hay que decirlo– no les salía del todo mal. Además de Gustavo, Lalo y el finado Héctor Carrión, tocaba con ellos Diego de Cossío, quien en aquellos años apantallaba a propios y extraños con sus solos de guitarra (que a decir verdad, eran bastante regularzones).
  Entre los éxitos de los Carrión (puros covers, por cierto) están “Rosas rojas” “Las cerezas”, “Magia blanca”, “Lágrimas de cristal” y “Lanza tus penas al viento” que siguen sonando con cierto ingenuo encanto. Su único hit original fue la muy curiosa y un tanto misógina “Arriba Lalo” (“Arriba Lalo, la despreció / estoy contento, fue lo mejor”).
  Descanse en paz Héctor Carrión.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)[image error]
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Published on February 03, 2015 18:16

February 2, 2015

La negra novela de Chester Himes

Raymond Chandler, Dashiel Hammett y James M. Cain fueron escritores duros, secos, oscuros, contundentes. Sus relatos y novelas, todos ellos dentro de lo que se conoce como el género negro, son en su mayoría piezas de la mejor narrativa (Truman Capote se refería a Chandler como uno de los grandes artistas dentro de la literatura estadounidense). Sin embargo, ninguno de ello provenía realmente de los bajos fondos que retrataban y sus personajes estaban sacados más de la imaginación que de vivencias propias en el campo del delito, de sufrimientos que hubiesen padecido en carne propia.
  Muy otro es el caso de un más que singular colega suyo llamado Chester Himes, gran pluma dentro de la novela negra pero con varias características que lo diferenciaban de sus similares. Porque Himes no sólo conocía los bajos fondos: él mismo había sido un delincuente y se había iniciado como escritor en el interior de las celdas que ocupó en prisión, donde permaneció recluido varios años acusado de robo. No es que hubiera caído ahí por error o siendo inocente: realmente era un ladrón y sabía de violencia y cómo ejercerla. Además era, como él mismo decía, un nigger.
  El mejor escritor negro de novela negra había nacido en Jefferson City, Missouri, en 1909. Hijo de una familia de clase media, todo parecía ir bien en su vida, sobre todo cuando ingresó a la Universidad de Columbus, en Ohio, pero en 1928 se involucró en un asalto a mano armada y fue condenado a veinte años de cárcel. Fue cuando sobrevino el desencanto y se olvidó de cualquier futuro promisorio. Su único consuelo fueron la lectura y la escritura.
  Gran lector de novela negra, en especial de Chandler y Hammett, pronto empezó a escribir también desde su calabozo y logró publicar sus relatos en revistas nacionales como The Bronzeman y Esquire. En 1934, logró la libertad bajo palabra y empezó a relacionarse con gente de la industria editorial. En 1940 publicó su primera novela, Si grita déjalo ir, que logró un inesperado éxito en Europa y eso lo movió a emigrar al Viejo Continente a principios de la década siguiente, donde se establecería en definitiva.
  Vivió en París a lo largo de quince años y en 1969 se mudó a Moraira, al sur de España, junto con su esposa francesa, la editora Lesley Packard.
  La literatura de Himes es tan dura y seca como la de sus mentores, pero desarrollada entre la población negra, especialmente la de Harlem, Nueva York. No es el suyo un estilo militante. Por el contrario, es muy crítico de los ambientes afroamericanos, a los que retrata sin concesiones y hasta con cierta crueldad, tal como se ve en novelas como La banda de los musulmanes, Todos muertos, Empieza el calor o Un ciego con una pistola, entre otras (Bruguera editó varias de ellas en español).
  Sus dos personajes emblemáticos, los detectives Coffin Ed Johnson y Gravedigger Jones, son tan célebres como Philip Marlowe y Sam Spade, pero con un toque más rasposo.
  Chester Himes murió en España a fines de 1984. Es tiempo de revalorarlo y leerlo.

(Publicado el pasado 31 de enero en el suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario)[image error]
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Published on February 02, 2015 20:00

February 1, 2015

Joe Cocker y la generación dorada

Como todo en la naturaleza, las generaciones nacen, crecen, se reproducen y mueren. Es una ley inmutable que también se aplica a las generaciones artísticas, sean de la disciplina que sean, y eso incluye a la música.
  De entre las generaciones musicales más brillantes del siglo pasado, quizá la más trascendente de todas fue la del rock de los años sesenta. Tal vez se me pueda alegar que en la llamada música culta o en el jazz hubo otras de mayor calidad; sin embargo, con el poder de operar un cambio cultural a fondo, esa fue la más notable de todas.
  La mayor parte de quienes formaron parte de ella nacieron en la década de los cuarenta. Hablo de la generación de los Beatles, los Rolling Stones, Bob Dylan, Tom Waits, Jefferson Airplane y un larguísimo etcétera. El rock de esos años dio pie a lo que conocemos como la contracultura y originó la única revolución del siglo XX que realmente marcó un cambio en las mentalidades, las costumbres, la filosofía y hasta la vida cotidiana de la humanidad, sobre todo en el mundo occidental. De ese tamaño es la generación a la que me refiero y de ese tamaño la pérdida, cada vez que uno de sus miembros ha desaparecido del mundo.
  De los grandes músicos de los sesenta, algunos murieron al final de esa década o principios de la siguiente. Los casos son muy conocidos en su mayoría, pero vale la pena mencionarlos: Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Alan Wilson, entre los más destacados. Con el paso de los años, otras grandes figuras nacidas en los cuarenta se irían poco a poco, entre ellas Syd Barrett, John Bonham, Bob Marley,  Keith Moon, John Entwistle, Jim Capaldi, Freddie Mercury, Alvin Lee, Bob Hite, Bon Scott, Richard Wright y, por supuesto, Frank Zappa y los ex Beatles John Lennon y George Harrison.
  En 2014, fueron varios los grandes músicos sesenteros que partieron: JJ Cale, Bobby Womack, Johnny Winter, Ian McLagan, Bobby Keys y, muy especialmente, dos superestrellas de la época: Jack Bruce y Joe Cocker.
  El de este último es el deceso más reciente, ya que acaeció apenas el 22 de diciembre. También fue uno de los más sentidos, quizá porque de quienes fallecieron el año pasado era el de mayor popularidad internacional.
  Cocker es un fiel representante de lo que fue el rock en los sesenta. El cenit de su carrera se dio entre 1969 –con su legendaria participación en el festival de Woodstock, en donde interpretó su genial versión de “With a Little Help from My Friends” de Lennon y McCartney– y 1971 –con la formación del multitudinario grupo Mad Dogs & Englishmen, al lado del cual realizó una gran gira que se vio coronada con la edición de un espléndido álbum doble y un estupendo largometraje. Tres años intensos, delirantes, míticos, en los que se vio rodeado por una troupée de músicos fantásticos como Leon Russell, Chris Stainton, Jim Price, Bobby Keys y dos decenas más, con el propio Joe Cocker como frontman.
  Lo anterior no quiere decir que no haya un antes y un después de aquel singularísimo momentum en la vida y la carrera de este nacido en la ciudad de Sheffield, Inglaterra, en 1944. De hecho, Cocker empezó en la música desde muy joven. Ya en 1963, a los diecinueve años, cuando se hacía llamar Vince Arnold y trataba de ser una versión británica de Elvis Presley, abrió una presentación de los Rolling Stones. No obstante, sería hasta 1966 que formaría a The Grease Band y dos años más tarde haría, con su gran amigo, el tecladista Chris Stainton, aquel arreglo soulero de la ya mencionada composición de los Beatles que lo llevaría al estrellato. Vino la grabación de sus dos primeros discos y luego la consagración en Woodstock y la fama mundial con sus Mad Dogs & Englishmen, producto de lo cual son otras grandes versiones (su muy afortunada especialidad) de canciones como “The Letter” (de los Box Tops), “Girl from the North Country” (de Bob Dylan), “Bird on the Wire” (de Leonard Cohen) y “Let’s Go Get Stoned” (de Ray Charles, su gran influencia como cantante), entre muchas otras.
  Más de cuatro décadas duraría aún su carrera, llena de altibajos pero casi siempre afortunada, hasta su reciente muerte, a los setenta años de edad. Su legado es grande, ya que su estilo de interpretar y de reinventar canciones ajenas para hacerlas suyas marcó una época. Jamás se le olvidará.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 4XX)[image error]
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Published on February 01, 2015 16:12

January 31, 2015

“Justicia en Ayotzinapa”

De unos días para acá, en las redes sociales ha vuelto a pulular esta frase. Tres solas palabras: “Justicia en Ayotzinapa”. ¿Alguien podría oponerse a semejante demanda? En primera instancia, no. La mayoría de los mexicanos queremos que se haga justicia en este y otros muchos casos. El problema está en que quienes enarbolan esa frase a manera de consigna o de mantra religioso no son claros sobre sus propósitos reales.
  ¿Qué es exactamente lo que entienden por justicia en el caso Ayotzinapa? ¿Qué el gobierno federal, por medio de la Procuraduría General de la República, se ponga a investigar el crimen, lo esclarezca, dé con los culpables, los capture y los ponga a disposición del poder judicial para que se les procese y se les mande a prisión? En una palabra, ¿que resuelva el caso? Pues hasta donde hemos visto, eso es exactamente lo que la PGR ha hecho. Es decir, se está haciendo justicia en el caso de Ayotzinapa. ¿Entonces?
  Pues no. Eso no es lo que quieren los que piden “Justicia en Ayotzi” (como le dicen con conmovedora cursilería). Quieren, exigen, justicia a su modo: no que se castigue a los culpables intelectuales y materiales de ese horror, sino que se castigue… al Estado (y en el paquete han añadido al Ejército, sólo porque un físico de la UNAM se inventó la patraña de que a los cadáveres de los normalistas los habrían quemado en hornos militares). Sin embargo, por otro lado repiten el otro lema, el de “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, con lo que el absurdo y surrealista entuerto termina por convertirse en un delirante callejón sin salida.
  Repetir “Justicia en Ayotzinapa” desde las redes sociales, ponerlo en el muro del feis o como hashtag en Twitter, pues sí, está padrísimo y uno se siente bien con su conciencia. Es como volverse vegano o estar en contra del uso de animales en los circos. Cosas súper cool que nos hacen ver como personas políticamente correctísimas. No importa, tal parece, que sea un hueco eslogan, mera consigna que a final de cuentas significa absolutamente nada. La trivialización de la tragedia.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)[image error]
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Published on January 31, 2015 20:30

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Hugo García Michel
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