Hugo García Michel's Blog, page 203

December 3, 2015

The Police

A pesar de su discutible calidad, el rock de los ochenta provoca nostalgia en mucha gente. Aquella música elaborada a base de sintetizadores y cajas de ritmos, aquel modo de vestir tan artificioso y francamente ridículo, aquella actitud de falso glamour andrógino y sensualidad burda y –valga la paradoja– asexuada; todo ello hizo de los ochenta una década que debería ser musicalmente olvidable y que, sin embargo, muchísima gente añora como si se tratara de una era dorada y llena de aportaciones artísticas. The Police fue un grupo contemporáneo del rock pop ochentero. No obstante, aunque pudiera tener algunos puntos de contacto con éste, en realidad fue un proyecto muy diferente que apostó por otra clase de música y otra clase de letras, incluso por otra clase de actitud. Más emparentados con el punk que con el glam, más con el rock de garage que con el rock de sintetizadores, más con el jazz y el reggae que con el pop de peinados estrambóticos y ropajes estridentes, más músicos que payasos, los integrantes de este singular trío apostaron por una propuesta que en el fondo resultó profundamente rocanrolera. De ahí su mérito, de ahí su trascendencia. Los Sex Pistols y The Clash tienen mucho más que ver con The Police que, digamos A Flock of Seagulls, ABC o Wang Chung. Antes de unir voluntades e ideas, Sting, Stewart Copeland y Andy Summers contaban con una sólida formación musical, lo cual trajo consigo una fusión de estilos individuales que se tradujo en un sonido único y característico que trascendió a su época y hoy día es un clásico. Con tan sólo cinco álbumes en estudio, producidos a lo largo del mismo número de años, The Police fue capaz de dejar un legado que a más de veinte años de distancia sigue sonando fresco, espontáneo, emotivo. Sus tres peculiares miembros continuaron con carreras prolijas y afortunadas, pero lo que hicieron juntos durante el lustro que va de 1978 a 1983 queda ahí, para ser escuchado, disfrutado e incluso recreado por las generaciones que les siguieron.

(Prólogo que escribí para el Especial No. 25 de La Mosca en la Pared, publicado en noviembre de 2005, hace diez años).
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Published on December 03, 2015 18:30

December 1, 2015

La soledad universal de Jeff Lynne

Tengo una amiga que me visita muy esporádicamente y que, cada vez que lo hace, me dice que mi hogar le produce una gran tranquilidad porque siempre permanece igual, sin cambios en el mobiliario y los decorados, como si estuviera estacionado en el tiempo. La verdad, no sé si tomarlo como un gran halago o una aguda y velada crítica, pero me acordé de ese comentario de mi querida amiga al escuchar Alone in the Universe (Big Trilby Records, 2015), el nuevo disco de Jeff Lynne.
  Porque este flamante álbum suena al Lynne de siempre, al de sus años al frente de Electric Light Orchestra (ELO) y sus trabajos como solista. Es ese mismo sonido tan conocido, con tantas reminiscencias de la música de los Beatles en sus melodías, sus armonías y sus arreglos; es ese mismo estilo que Jeff Lynne ha practicado durante cuatro décadas y que, sí, provoca una gran tranquilidad y nos hace sentir estacionados en el tiempo.
  Hay que advertir que a pesar de ello estamos ante un gran disco. Realmente bueno, firmado por cierto como Jeff Lynne’s ELO (muy posiblemente para diferenciarse del ELO Part II de su ex compañero Bev Bevan, quien suele salir de gira bajo esa denominación para tocar las viejas canciones del grupo, en su mayoría de la autoría de Lynne (algo así como lo que hace el fraudulento Creedence Clearwater Revisited con la música de John Fogerty).
  Alone in the Universe es, pues, una obra de enorme belleza y sensibilidad. Con un rock pop de primerísima línea e instrumentaciones impecables que no rehuyen el uso de la orquesta como tampoco esas guitarras que tanto recuerdan a George Harrison. Con canciones espléndidas como “When I Was a Boy”, “Dirty to the Bone”, “Love and Rain”, “I’m Leaving You” o la homónima y concluyente “Alone in the Universe”, Lynne nos mete de lleno en atmósferas nostálgicas y conmovedoras, evocadoras e irresistibles que también remiten a los Traveling Wilburys y de pronto hasta a la etapa disco de ELO.
  A punto de cumplir 68 años de edad, Jeff Lynne continúa en plenitud de forma artística. Alone in the Universe es la prueba irrefutable de ello.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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Published on December 01, 2015 12:30

November 30, 2015

Mi catolicismo

Con mi mamá, durante mi primera comunión, en 1962.
Atrás, mi hermano Sergio. 
Nací en el seno de un hogar muy católico y, por parte de mi familia materna, provengo de un sector franca y abiertamente ultracatolicista del estado de Jalisco (mi tío Javier, por ejemplo, fue guerrillero cristero y peleó, con las armas en la mano, contra el gobierno de Plutarco Elías Calles). Mi madre trató de educarnos, a mis hermanos y a mí, dentro de la doctrina más ortodoxa y conservadora de la iglesia romana, mas para su desgracia le salió el tiro por la culata, ya que ninguno de nosotros cinco es hoy un católico practicante que vaya a misa y esas cosas (yo no he asistido a una en los últimos treinta años). Sin embargo, aunque no siga los dogmas y mandamientos de la religión católica, debo reconocer que en lo más profundo de mi ser llevó arraigadísimo lo mejor y lo peor del catolicismo. Con esto quiero decir que muchas de mis actitudes, reacciones, sentimientos y maneras de ver la vida están regidas por mi inconsciente católico. Pasé mi educación primaria en colegios de monjas (de primero a cuarto) y de sacerdotes salesianos (quinto y sexto). De pequeño, era yo real y sinceramente un católico convencido y a los diez u once años no sólo leía libros de religión para niños y la historieta Vidas ejemplares de Editorial Novaro, sino que uno de mis pasatiempos favoritos (lo juro) era jugar a que oficiaba misa. Yo mismo armaba una especie de altar, me ponía una especie de túnica y de la manera más solemne iba siguiendo cada paso de dicha ceremonia.
  Pero llegaron la adolescencia,  la escuela secundaria (en un plantel oficial, dadas las estrecheces económicas de mi familia a mediados de los sesenta que -afortunadamente para mí- ya no pudo pagarme la colegiatura en una escuela confesional) y las lecturas liberales y socialistas (desde Los supermachos y luego Los agachados de Rius, hasta diversos libros de tendencia izquierdista) y vino un cambio radical en mi mentalidad (apoyada por mi hermano mayor, Sergio, quien me influyó mucho al respecto). Dejé la religión católica y abracé la ideología marxista-leninista, sin darme cuenta de que se trataba de una nueva religión a la que empecé a seguir con tanto o más fervor que el que le otorgué al catolicismo. Me volví comunista y ateo. Me convencí de que la religión era el opio del pueblo, sin reflexionar en que la ideología puede ser igualmente opiácea. Era yo un socialista converso que admiraba de la manera más obtusa a Carlos Marx, Federico Engels, Lenin, Stalin (sí, Stalin), Mao Tse Tung, Fidel Castro y el Che Guevara -mis nuevos santones-, lo mismo que a la URSS, China, Cuba y todo el bloque soviético. Así estuve durante largos años, hasta que los golpes de la realidad histórica y la propia reflexión crítica y autocrítica me fueron abriendo los ojos. A fines de los ochenta, primero con el movimiento Solidaridad en Polonia y más tarde con la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética y todos sus países satélites de Europa Oriental, me desengañé de lo que había sido mi segunda religión: el comunismo. Saber de los horrores genocidas cometidos por el propio Stalin, por la llamada Revolución Cultural china, por el sanguinario Pol Pot en Cambodia o por el sátrapa Nicolae Ceausescu en Rumania; conocer la terrible vigilancia policiaca a la que eran sometidos los ciudadanos de Alemania del Este, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, etcétera, -algo que sigue sucediendo hoy en Cuba y en Venezuela, por no hablar de Corea del Norte-, fueron cosas que terminaron por descubrirme una verdad contundente y que me hicieron dar cuenta de que el dogma comunista puede ser tan fanatizante y enceguecedor como el dogma católico apostólico romano.
  No puedo decir que he logrado quitarme de encima la influencia de mi temprana educación católica (un verdadero adoctrinamiento). Por ejemplo, aún persiste el dominio del castrante sentimiento de culpa que mi madre inculcó de un modo terriblemente hondo en mi psique. Sé que no lo hizo con perversidad, sino todo lo contrario: ella siempre ha querido que mis hermanos y yo seamos buenas personas y sus intenciones han sido las mejores. El problema está en la religión católica misma, al menos en la que me tocó padecer desde muy chico, esa que te obliga a temer a un Dios vigilante, castigador y omnipresente y a creer como un fanático, sin reflexión, sin cuestionamientos, con una aceptación absoluta a sus dogmas y una obediencia total a la jerarquía eclesiástica, desde el Papa de Roma hasta el más humilde sacerdote.
  No soy católico. Sin embargo, llevó en mi cerebro todavía mucha de la formación y la información de esa forma tan cerrada de pensamiento. Tampoco soy ateo (mi relación con lo espiritual es muy particular y no requiere de intermediarios). Mi lucha cotidiana, hoy día, es por no caer en actitudes y posiciones beatas, sean religiosas, políticas o ideológicas. En eso estoy empeñado.
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Published on November 30, 2015 18:30

November 28, 2015

¡Hasta la catafixia siempre!

Sólo el PRI puede competirle a Chabelo en aquello de la longevidad. El personaje de Xavier López ha sido presencia omnímoda a lo largo de medio siglo. Es una institución con más credibilidad y firmeza que el Senado, la Cámara de Diputados, el INE y la Femexfut. Es nuestro Dorian Gray, ese hombre que jamás envejece, mientras los demás nacemos, crecemos, maduramos y nos vamos. ¿Buena o mala influencia para la niñez? ¡Qué importa! Lo real es que hemos tenido Chabelo durante cinco décadas y ya forma parte de la historia no sólo de los espectáculos, sino de la cultura, la idiosincrasia y hasta la política del país.
  Ahora que el niñote dejará de hacer su eterno programa dominical y mañanero En familia (quién diga que nunca lo ha visto es porque jamás tuvo televisor), me gustaría rememorar a mi propio Chabelo, un Chabelo anterior a dicho programa, un Chabelo subterráneo y más antiguo, el Chabelo que aún no inventaba el verbo catafixiar (¿qué espera la RAE para incluirlo en su mamotreto?), el Chabelo de la tele en blanco y negro, el Chabelo del canal 5 a mediados de los años sesenta.
  Ese fue el Chabelo que me tocó en la niñez, el de mi generación, la primera generación de hijos del Canal 5. El de los martes y los jueves a las cinco y media de la tarde. El de las secciones “La conciencia y yo” y “Lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer”, tan llenas de moralina ultraconservadora como delirantemente divertidas (sobre todo los sketches de “lo que no se deba hacer”), al lado de Genaro y Rogelio Moreno, El Pecas, Chayito y el tío Gamboín (que aún no era el personaje equívoco y orwelliano en el cual se convertiría más tarde y quien cada fin de año presentaba sus Juguelotes).
  Mi infancia fue muy influida por aquel Chabelo y por todo lo que representaba el Canal 5 en los años en que el PRI era omnipresente y Gustavo Díaz Ordaz el presidente. Épocas francamente siniestras, pero en las que los niños la pasábamos bien y sin tantas complicaciones. De hecho, aquel Chabelo se fue hace mucho. Era el Chabelo underground, antes de convertirse en institución.
  ¡Hasta la catafixia siempre!

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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Published on November 28, 2015 16:45

November 27, 2015

Phil Manzanera / Listen Now (1977)

El guitarrista de Roxy Music emprendió una fructífera carrera alterna y simultánea como solista y líder de su propia banda, 801. Éste es su cuarto disco y en el mismo se plasma la sofisticación de su estilo con temas de un rock que incluso hoy suena sumamente vanguardista.

Mejor tema: “City of Lights”




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Published on November 27, 2015 16:26

November 26, 2015

Moi, a la nuit

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Published on November 26, 2015 20:30

November 25, 2015

Los diez latinos más cotizados

Que no le digan, que no le cuenten:  he aquí la lista de los diez latinos más reconocidos del planeta.

1. Virgilio.
2. Ovidio
3. Horacio
4. Catón
5. Propercio
6. Sulpicia
7. Calpurnio Sículo
8. Manlio
9. Lucrecio
10. Cayo Valerio Catulo
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Published on November 25, 2015 15:25

November 24, 2015

Eagles of Death Metal

Lo primero que hay que decir es que Eagles of Death Metal no es, ni por asomo, un grupo de heavy metal, mucho menos de death metal. El nombre es más que nada una gracejada de sus dos fundadores, Josh Homme y Jesse Hughes, amigos desde sus años de adolescencia en Palm Dessert, California, por allá de 1979.
  Compañeros en un equipo de futbol soccer, habían seguido caminos distintos (Homme el de la música, con agrupaciones tan importantes como Kyuss y Queens of the Stone Age; Hugues el de la academia y el periodismo), hasta que en 1998 decidieron –más por diversión que por otra cosa– hacer un proyecto, con el primero en la batería y el segundo en la guitarra, al que denominaron Eagles of Death Metal. Pero su música no era el metal sino el rock de garage, un poco en la vena de The Cramps más un toque de los Rolling Stones, siempre con un sentido muy irónico y desmadroso. Grabaron un EP y se olvidaron un tanto del asunto, hasta que lo retomaron en 2004 con la grabación del magnífico álbum Peace Love Death Metal, al que seguirían Death by Sexy (2006), Heart On (2008) y el flamante Zipper Down, aparecido en octubre pasado.
  Hasta antes de este 13 de noviembre, Eagles of Death Metal se mantenía como una especie de grupo de culto y era poco conocido en el mundo. Sus integrantes jamás imaginaron que el infortunio y el haber estado en el lugar equivocado a la hora equivocada los convertirían en una malhadada celebridad. En efecto, se trata del cuarteto que en la noche de ese viernes 13 se encontraba en el escenario del salón Bataclán, en París, cuando cuatro terroristas islámicos irrumpieron para asesinar a más de ochenta espectadores.
  Ninguno de los músicos sufrió daños físicos, pues alcanzaron a correr hacia la parte trasera del lugar (Jesse Hughes estaba ahí; no así Josh Homme, quien no participaba en la gira europea del grupo). No obstante, un miembro de su equipo, Nick Alexander, y tres representantes franceses de su disquera (Thomas Ayad, Marie Mosser y Manu Pérez) fueron abatidos por las balas.
  Un tétrico episodio en la historia de la agrupación… y de la humanidad entera.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).
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Published on November 24, 2015 18:00

November 23, 2015

Sticky Fingers, ¿el mejor álbum de los Stones?

A pesar de su aparente bajo perfil con respecto a sus dos antecesores, a mi modo de ver es este el mejor disco de la gran tetralogía stone y, por ende -para mí-, el mejor álbum en la historia del grupo. Cierto que no contiene piezas tan impresionantes como “Sympathy for the Devil” o “You Can't Always Get What You”, pero posee una mayor uniformidad cualitativa en el nivel de las canciones, todas ellas excelentes.
  Obra marcada por el tema de las drogas –no hay composición que no hable de ellas o al menos haga alguna referencia al respecto-, Sticky Fingers (1971) termina tal como empieza: sin dar tregua, ya sea en los cortes rítmicos o en los más pausados. La intensidad campea de principio a fin y no da pausa alguna. Desde la inicial “Brown Sugar” -con su sonido grasoso y espeso, su riff irresistible y su letra llena de ironía sexista- hasta la concluyente y bellísima “Moonlight Mile” –con su épica elegancia y su misterioso sonido “oriental”-, el disco va por diferentes pasajes que lo mismo recorren la nostalgia folk en la maravillosa “Wild Horses” que la sensualidad desafiante en la candente “Can’t You Hear Me Knocking” (con su cachonda coda instrumental de influencia santanesca), la brutal misoginia en la irresistible “Bitch” que el blues más sentido en la profunda “I Got The Blues”, la terrible historia de adicción en la escalofriante “Sister Morphine” que la casi cándida alegría country en la festiva “Dead Flowers”.
  Con Sticky Fingers, los Rolling Stones alcanzaron su punto más alto. Nunca sonaron tan consistentes, tan sólidos, tan compenetrados.
  Y por si fuera poco, el arte de la funda (debido a Andy Warhol) correspondió a la calidad de la grabación.
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Published on November 23, 2015 21:26

November 22, 2015

Memorias de mis yoyos tristes

Nunca fui un buen jugador de yoyo. Jamás pude realizar suertes como “El columpio”. “El perrito” medio me salía y al tratar de hacer “La vuelta al mundo”, varias veces me llevé tremendos yoyazos en la cabeza (o la choya, como le decíamos cariñosamente a la tête en esos mis tiempos de niño y adolescente).
  Aparte estaba lo de la situación económica de mi familia. Pertenecíamos a una clase media bastante venida a menos y muchos de los juguetes que sus papás regalaban a mis amigos y primos de mayor capacidad económica, para mí se quedaban en el mundo de los sueños incumplidos y los anhelos frustrados. Esto quiere decir que los yoyos que llegué a poseer eran aquellos baratones y chafitas que vendían en la mercería de la esquina. No recuerdo haber tenido aquellos maravillosos yoyos de las marcas Ledy o Duncan (también la Coca Cola sacaba unos) que se anunciaban en la tele en blanco y negro y que eran carísimos. Recuerdo el yoyo Mariposa o el Majestic, aquel modelo transparente en colores rojo o azul. Si llegué a tenerlos en mis manos y sentir su delicioso deslizar por la cuerda, fue porque algún amigo o primo me lo prestaba “un ratito”.
  Cada año era temporada de yoyo y hasta se hacían concursos a nivel nacional. Había tremendos yoyistas (¿o yoyeros?) y uno se quedaba boquiabierto al verlos en la tele e ilusionarse con que algún día sería capaz de realizar tan fantásticas suertes y hasta ganar un viaje a Disneylandia o algún súper juguete de la juguetería Ara.
  Sueños guajiros.
  No voy a decir que mi afición por los yoyos fue muy grande o que me duró mucho tiempo. Digo, tampoco fui bueno con el balero o con las canicas (me criticaban porque tiraba “de uñita” y de todos modos lo hacía mal). Tal vez por eso fui más dado a inventar mis propios juegos, bajo mis propias reglas y que jugaba solo y mi alma. Eso sí que era un yo-yo.
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Published on November 22, 2015 14:00

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Hugo García Michel
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