Hugo García Michel's Blog, page 170

October 27, 2016

El jugador como héroe mítico (II)

La élite de los ídolos
A lo largo de la historia, ha habido decenas, quizá cientos de miles de jugadores profesionales en los cinco continentes. De ellos, sin embargo, un porcentaje mayoritario ha quedado en el más completo olvido. Fueron futbolistas del montón, con cualidades suficientes para alcanzar un determinado estatus, pero sin la brillantez suficiente para ingresar a la élite de los grandes, los inolvidables, los fenómenos, los ídolos. Miles y miles de nombres, apellidos y apodos dejaron de ser recordados y se perdieron en el anónimato del cual salieron. No obstante, hubo unos cuantos que trascendieron a su época y forman parte del panteón mitológico del futbol mundial. Serán mil, tal vez quinientos o quizá menos de eso. Son los Cruyff, los Di Stefano, los Puskas, los Charlton, los Rivera, los Beckenbauer, los Fontaine, los Yashin, los Casarín. Y claro, los Pelé y los Maradona. Son esos nombres de leyenda que despiertan emociones y recuerdos casi oníricos. Son los individuos que llevaron al futbol a la altura del arte. Los Da Vinci y los Picasso, los Bach y los Mozart, los Shakespeare y los Cervantes de un deporte que parece tan simple y que es capaz de sublimar al máximo el espíritu humano.

La masa de los anónimos
Pero dejémonos de idealizaciones y vayamos al futbolista común, al jugador profesional promedio, quien en su momento también es capaz de despertar, aun cuando sea a pequeña escala, las mismas emociones que sus grandes antecesores. ¿Qué se necesita para ser un buen balompedista? En primer lugar, una habilidad innata. Quienes practicamos el futbol de niños o adolescentes sabemos que en los equipos llaneros había compañeros de muy distintas capacidades. Si se me permite ejemplificar con mi caso personal –y como no puedo aguardar a que se me permita, tendré que hacerlo–, citaré aquí al conjunto del cual formé parte y fui incluso capitán cuando jugué al fut a principios de los setenta. El equipo se llamaba Don Bosco y elegimos ese nombre por una razón tan sencilla como estúpida (si bien en esos momentos nos pareció inteligentísima): una de las canchas donde se desarrollaba el campeonato se llamaba “Deportivo Don Bosco” y de ese modo pretendíamos afectar a los rivales con el efecto psicológico (sic) de aparecer nosotros como locales y ellos como visitantes. Sobra decir que tal efecto jamás surtió el efecto buscado, pues durante los dos o tres años que duró el equipo, siempre estuvimos en los últimos lugares, si  no es que en el último, de los torneos en que participamos. El uniforme del Don Bosco era idéntico al de la selección alemana, es decir, camiseta blanca con vivos negros, calzoncillos negros y medias blancas. Muy bonito en verdad. De hecho aún conservó mi camiseta con el número 11 de extremo izquierdo, posición de juego que si bien coincidía en el nombre con mi posición política de aquel entonces –a mediados de la misma década ingresaría al Partido Mexicano de los Trabajadores–, nada tenía que ver con la militancia y sí mucho con la presunta consecución de goles. No voy a hablar de mí como jugador, pues aunque tenía buen toque de balón, era pésimo para driblar y muy miedoso para cabecear aquellos balones duros como piedras con los cuales jugábamos. Sin embargo, era el capitán del Don Bosco. ¿Por mi fuerte personalidad? ¿Por mi capacidad de líder? ¿Por mis talentos futboleros? No. Tan sólo porque le caía bien al patrocinador de la escuadra, el arquitecto Max Olivares, y él lo decidió así. A decir verdad, tengo la sospecha de que no era muy buen capitán, ya que padecía el síndrome de Charlie Brown, el personaje de Peanuts, la tira cómica del genial Charles M. Shulz. No me refiero a su enamoramiento perenne por la niña pelirroja (yo también, ¡ay!, suelo enamorarme de mujeres imposibles), sino a que su equipo (en su caso de beisbol) siempre perdía y la única ocasión en que él no pudo jugar, por encontrarse enfermo, por fin ganó. Eso me sucedió exactamente, un día que caí víctima de una fuerte fiebre, y se siente muy feo.
  Pero ya me desvié del tema y de lo que quería hablar era del futbolista llanero. En aquel Don Bosco había jugadores malísimos (la mayoría éramos malísimos), pero había dos o tres verdaderamente buenos, con un talento que pudo llevarlos a ser profesionales. Recuerdo muy especialmente a un compañero a quien apodábamos Teto, brillante mediocampista que lanzaba pases kilométricos con precisión milimétrica, ejecutaba tiros de castigo con mágica puntería y anotaba goles de todos colores y sabores. Pero no se cuidaba, bebía mucho gran problema de los jugadores llaneros, cultivadores de la adoración a las caguamas (y usted, lector, sabe que no me refiero a las tortugas marinas)– y jamás se convirtió en el futbolista de primera división que hubiera podido ser. Dejé de verlo muchos años y luego supe que había muerto, atropellado por un microbús en la lateral del Periférico, mientras ayudaba a empujar un carro descompuesto.
  ¿Cuántos futbolistas llaneros hay en el mundo? Millones, de todas las edades, desde niños de cuatro años hasta adultos cincuentones que a duras penas logran correr diez metros sin sofocarse, mientras sus prominentes barrigas se bambolean con un burdo movimiento gelatinoso. Muchos de ellos se organizan en ligas de aficionados y otros juegan en parques o en las calles (¿quién no disfrutó alguna vez de unas “coladeritas” o de un “el que mete su gol, para”). Estoy cierto de que en la mente de cada uno de ellos (y de ellas también, ya que cada vez hay más mujeres que practican este deporte), en el fondo de su corazón, abriga o abrigó alguna vez la ilusión de convertirse en profesional y jugar en un estadio. Sin embargo, como es imposible que todos lleguen a cristalizar ese sueño, la mayoría lo sublima identificándose con alguna estrella del fut (o del pambol, como lo llaman algunos que lo desprecian).

(Segunda parte del primer capítulo de lo que hace unos diez años iba a ser un libro sobre futbol para una editorial cuyo nombre ya no recuerdo. Continuará).
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Published on October 27, 2016 20:30

October 26, 2016

El jugador como héroe mítico (I)

Millones de seres humanos han tenido el mismo sueño. Antes de querer ser médicos, ingenieros, cantantes, actores o narcotraficantes, el ideal es ser futbolista profesional. ¿Por qué? ¿Qué tiene de fascinante pertenecer a un equipo, entrenar cinco días a la semana, enfundarse un colorido uniforme, jugar un partido cada sábado o domingo, escuchar a una multitud que lo vitorea o lo abuchea –eso depende– a uno? Pues exactamente todo ello. Lo fascinante de ser jugador de futbol es la enorme parafernalia que lo rodea, ese entorno que mucho tiene de sacro y guerrero; pero sobre todo, lo que lo hace más seductor es la práctica misma del juego.
  Esta fascinación se da también en otros deportes, claro está. En los Estados Unidos, por ejemplo, se produce lo mismo en el beisbol que en el basquetbol y el futbol americano, las tres actividades deportivas reinas en ese país. Desde pequeños, los norteamericanos son adoctrinados en ellas y empiezan a practicarlas en la escuela elemental para llevarlas al máximo –a nivel amateur– en las famosas ligas colegiales o universitarias. En su novela El lamento de Portnoy, el escritor norteamericano Philip Roth narra lo siguiente: “… recuerdo un domingo por la mañana, lanzándole a mi padre la pelota de beisbol y esperando luego en vano verla pasar volando a gran altura por encima de mi cabeza. Tengo ocho años y como regalo de cumpleaños, he recibido mi primer manopla, una pelota y un bat reglamentario para manejar debidamente el cual carezco aún de la fuerza necesaria”.
  Los estadounidenses aman al beisbol como ningún otro pueblo en el mundo –no en vano llaman a su final profesional, con mal disimulada arrogancia,  Serie Mundial– e igualmente aman al baloncesto y al futbol americano. Por eso los trasladan a la literatura y al cine, en narraciones que mucho tienen de épico, moralista y edificante. En cambio, desprecian en su mayoría al futbol soccer, lo consideran ajeno, exótico e incomprensible. Y aun cuando de algunos años a la fecha se practica cada vez más en las escuelas primarias, aun cuando son dueños ya de una buena liga profesional y su selección varonil ha avanzado a pasos agigantados y su selección femenil es una de las mejores del planeta, a pesar de eso sigue siendo un deporte minoritario al que se mira con desdén (hay un célebre capítulo de la serie televisiva de dibujos animados Los Simpson en la cual se presenta al soccer como la cosa más aburrida y sin sentido que pueda existir).

Héroes de humilde linaje
Pero retornemos al tema central: el jugador. Cuanta la tradición que los jugadores de balompié provienen en su gran mayoría de los barrios bajos de las ciudades. Esto es especialmente notorio en los países tercermundistas y en los de Hispanoamérica cobra tintes de leyenda. Naciones como Argentina y Brasil tienen como héroes populares a futbolistas surgidos de paupérrimas barriadas, donde estos personajes padecieron de niños toda clase de privaciones y a duras penas lograron ir a la escuela. Desnutridos, pobres, ignorantes, sobrevivientes de un medio hostil y violento, cruel y desesperanzador, estos chicos tuvieron en el futbol la única vía de escape para no caer, como otros de sus congéneres, en la delincuencia, la drogadicción o la muerte. Gracias a ese deporte, practicado en la calle, con los pies descalzos y a veces con latas vacías o trapos amarrados en lugar de pelotas, estos jovencitos consiguieron hacer realidad sus fantasías y llegar, tras gigantescos sacrificios, a ser profesionales, a formar parte del equipo de sus sueños y a jugar en los grandes estadios de sus países y del mundo entero.
  Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, y Diego Armando Maradona son los dos ejemplos más conocidos de estos miserables muchachitos iberoamericanos transformados en superhéroes del futbol. Sus historias individuales son ampliamente conocidas, aunque sus destinos finales hayan sido tan distintos. Ambos surgieron de barrios marginales, ambos destacaron como jugadores desde muy jóvenes, ambos triunfaron en sus equipos, ambos llegaron a sus selecciones nacionales y jugaron (y ganaron) campeonatos mundiales y ambos triunfaron hasta obtener ganancias millonarias y convertirse en semidioses adorados en el orbe todo. La diferencia consistió en que mientras Pelé (“O Rey”) supo administrarse y convertirse en un exitoso hombre de negocios y experto en relaciones públicas, Maradona cayó en el vicio, se volvió adicto a las drogas, engordó y acabó refugiado en Cuba, cantando alabanzas a Fidel Castro. Día y noche. Cielo e infierno. Luz y oscuridad. Blanco y negro (aunque en este caso el blanco sea el negro y viceversa). Para la opinión pública establecida, Pelé es el tipo ejemplar a quien todos deberíamos seguir y Maradona su contraparte, el pibe malcriado y disipado que, víctima de sus contradicciones, lo echó todo por la borda (aunque en Argentina, a pesar de los pesares, lo siguen considerando un dios).
  Lo anterior no significa por supuesto que todos los jugadores brasileños sean como Pelé y todos los argentinos terminen como Maradona. De hecho, hay casos como el de Garrincha, el fenomenal extremo derecho del equipo Botafogo y de la selección de Brasil, quien fuera liquidado por el alcoholismo, en tanto que Jorge Valdano, estupendo delantero de la selección de Argentina y del Real Madrid de España, llegó a ser presidente de este, uno de los clubes más importante del mundo, además de buen escritor y dueño de un pensamiento claro y una cultura envidiable. Digamos que en medio de los arquetipos Pelé y Maradona, existe una infinita variedad de futbolistas cuyos rasgos resultaría muy engorroso y complicado clasificar y definir.

(Primera parte del primer capítulo de lo que hace unos diez años iba a ser un libro sobre futbol para una editorial cuyo nombre ya no recuerdo. Iré subiendo en partes lo escrito, para que al menos no se pierda, ya que el proyecto abortó muy pronto).
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Published on October 26, 2016 16:49

October 25, 2016

Un Nobel honorario para Leonard Cohen

Leonard Cohen ha culminado (¿o no?) su trilogía discográfica final –conformada previamente por los extraordinarios discos Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014)– con la aparición, apenas este viernes 21, del impresionante You Want It Darker (2016).
  A sus 82 años recién cumplidos (nació en Montreal, Canadá, el 21 de septiembre de 1934), Cohen declaró hace poco a The New Yorker que estaba preparado para morir, aunque al ver la reacción de alarma de sus seguidores, lo matizó más adelante con un “me propongo vivir hasta los 120 años”. Sin embargo, al escuchar las letras de las canciones de los tres álbumes mencionados y en especial del más reciente, es claro que el decirse preparado para la muerte es la frase central de su estado de ánimo actual.
  You Want It Darker es un disco filosófico y profundo en su poesía, y austero y espléndido en su música (el sentido melódico de Cohen sigue siendo exultante). Las nueve composiciones que lo constituyen no tienen desperdicio: todas poseen algo trascendente que decir, todas brillan desde una oscuridad lírica y musical que conmueve y quita el aliento. No es sin embargo una obra pesimista o desencantada. Yo diría que es más un ajuste de cuentas con una vida fructífera pero difícil, tan llena de creatividad y de felicidad como de momentos duros y complicados en lo profesional, lo artístico, lo amoroso, lo religioso.
  Por eso, temas como (nombrémoslos todos) “You Want It Darker”, “Treaty”, “On the Level”, “Leaving the Table”, “If I Didn’t Have Your Love”, “Traveling Light”, “It Seemed the Better Way”, “Steer Your Way” y “String Reprise/Treaty” poseen una riqueza espiritual y una crudeza humana que sólo Cohen podría expresar como lo expresa.
  ¿Disco testamento? ¿Trilogía discográfica de despedida? No lo sabemos. Leonard Cohen tiene problemas de salud (parte del disco lo grabó sentado, debido a sus dolores de columna), pero su mente y su espíritu al parecer se mantienen incólumes.
  Merece un Nobel honorario.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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Published on October 25, 2016 17:15

October 24, 2016

Mi diploma de la Alianza Francesa


Ya han pasado casi cuarenta años desde entonces, pero esta es la imagen del diploma de la Alianza Francesa (estudié en el plantel de San Ángel) que acredita que estudié ocho semestres (en realidad, estudié todavía un semestre más).
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Published on October 24, 2016 17:30

October 23, 2016

The Who Sell Out

La primera obra maestra de The Who y su primer disco con sentido conceptual (una de las obsesiones de Pete Townshend). The Who Sell Out (1967) es un álbum espléndido por donde quiera que se analice. Homenaje a las estaciones radiales piratas que tanto apoyaron al grupo en sus inicios y que fueron prohibidas en Inglaterra y precariamente sustituidas por la BBC 1, este trabajo no sólo contiene grandes composiciones –“I Can See for Miles”, “Mary Anne with the Shaky Hand” (todo un canto irónico a la masturbación al igual que sucede en “Pictures of Lily”), “I Can’t Reach You”, “Odorono”, “Tattoo”, “Relay”, “Armenia City in the Sky”, “Rael” (otra mini ópera, en dos partes)–, sino una hilación progresiva en la cual los cortes van unidos por falsos anuncios promocionales de Radio London, una de las emisoras piratas a las cuales se rinde tributo.
  Inscrito en plena etapa psicodélica, Sell Out muestra que los Who eran mucho más que una bandita británica del montón, de esas que surgieron durante la llamada Ola Inglesa y que, por el contrario, se trataba de una agrupación que podría trascender y que se encontraba en un nivel paralelo al de los Beatles, los Rolling Stones y los Kinks. Poderoso y melódico, fuerte y armónico, entusiasta y dulce, The Who Sell Out permanece como uno de los grandes álbumes de los sesenta.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared, dedicado a The Who y publicado en marzo de 2008)
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Published on October 23, 2016 17:18

October 22, 2016

Bob Dylan y la polaca mexicana

Hace unos días, la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel  de Literatura a Bob Dylan y para conmemorar este hecho, he aquí una lista de algunas de sus canciones y la manera como podemos relacionarlas con protagonistas y acontecimientos de la política mexicana reciente.

– “It Ain’t Me, Babe” (No soy yo, nena): El affaire Andrés Roemer y su voto equívoco como representante de México en La Unesco.
– “She Belongs to Me” (Ella me pertenece): La manera obsesiva como Andrés Manuel López Obrador contempla la presidencia de la república.
– “On the Road Again” (En el camino otra vez): El anhelo de Luis Videgaray mientras permanece en la banca.
– “Gates of Eden” (Las puertas del Edén): La forma como ven su futuro todos los presidenciables.
– “It’s All Right Ma (I’m Only Bleeding)” (Todo está bien, Ma, sólo estoy sangrando): Todos los implicados en el desafortunado enredo de la visita a México de Donald Trump.
– “It’s All Over Now, Baby Blue” (Ya todo terminó, niña triste): Lo que quisiera decirle Ricardo Anaya a Margarita Zavala.
– “Like a Rolling Stone” (Como una piedra que rueda): La carrera política de José Antonio Meade.
– “Ballad of a Thin Man” (Balada de un hombre delgado): Ciertamente no la canción de Agustín Carstens.
– “Desolation Row” (Hilera de la desolación): La que formarán los candidatos perdedores después de las elecciones de 2018.
– “If Not for You” (Si no fuera por ti): La canción que le canta Don Peje a la mafia en el poder.
– “Forever Young” (Por siempre joven): Lo que piensa Porfirio Muñoz Ledo de sí mismo.
– “The Idiot Wind” (El viento idiota): Nuestra actual seudo izquierda.
– “Slow Train” (Tren lento): La justicia mexicana.
– “Where Are You Tonight?” (¿Dónde estás esta noche?): Lo que todos nos preguntamos sobre el paradero de Javier Duarte y Guillermo Padrés.
– “I and I” (Yo y yo): Andrés Manuel.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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Published on October 22, 2016 19:58

October 21, 2016

Michelle Shocked / Short Shape Shoked (1988)

¿Anti folk? ¿Alt folk? ¿Punk folk? Cualquiera que sea la definición que se le dé a lo que hace Michelle Shocked, se trata de música de alto octanage, llena de fuerza, inteligencia y un tono siempre desafiante. Es este el segundo disco de la nativa de Dallas, Texas, y no tiene desperdicio a lo largo de sus once cortes, todos ellos extraordinarios.

Mejor tema: “When I Grow Up”


Nov '88 "When I Grow Up" released as a single on Polygram (Universal) from Michelle Shocked on Vimeo.
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Published on October 21, 2016 20:12

October 20, 2016

Los 90 de Chuck Berry

Músico, poeta y loco, personaje delirante y genial, el gran pionero del rocanrol llega a sus nueve décadas de vida.

La escena es ya un clásico del cine. En Volver al futuro de Robert Zemeckis (1985), el personaje de Marty McFly (interpretado por Michael J. Fox) toca en la guitarra “Johnny B. Good”, con su famoso riff introductorio (“Voy a tocar un oldie..., bueno, es un oldie en el lugar de donde vengo”) y un joven de color (negro, dirían Les Luthiers) corre a un teléfono atrás del estrado para hacer una llamada (“¡Primo Chuck, soy Martin, Martin Berry! ¿Recuerdas el sonido que estabas buscando? ¡Pues escucha esto!”) y acto seguido pone el auricular en dirección a la música. McFly de pronto se aloca y, ante el azoro del público, termina por tocar al estilo de Jimi Hendrix y Pete Townshend. Se interrumpe y les dice: “Creo que aún no están ustedes listos para esto, pero a sus hijos les encantará”.
  Es un divertido y emotivo homenaje al autor de esa y otras muchas canciones que dieron forma, sentido y sustancia a lo que el locutor radiofónico Alan Freed llamaría rock n’ roll, un tributo al creador de todo un estilo de escribir, tocar y cantar llamado Chuck Berry.
  Berry cumplió 90 años de edad este 18 de octubre. Nació en 1926, en Saint Louis, Misuri, con el nombre de Charles Edward Anderson Berry y aunque ya se encuentra retirado, hasta hace relativamente poco tiempo seguía presentándose en concierto. De los pioneros del rocanrol es el más longevo (Fats Domino tiene 88 años, Little Richard 83 y Jerry Lee Lewis 81).
  Tedioso sería repetir aquí la archiconocida biografía del creador de “Maybelline”, “Sweet Little Sixteen”, “Carol”, “Roll Over Beethoven” y tantos himnos generacionales o repetir frases hechas como que es el padre del rocanrol o que sin él la historia de la música popular habría sido muy otra, etcétera.
  Habría que hacer énfasis, sí, en algo de lo que se habla menos, aunque John Lennon insistía mucho en ello: que las letras de las canciones de Chuck Berry son poesía pura, lírica brillante y rica en descripciones sobre la juventud estadounidense de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Un retratista de su época (aunque no sé si le alcanzaría para el premio Nobel, como Bob Dylan).
  También habría que referir sus raíces blueseras. Si bien Berry amalgamó muy bien el blues con el country & western y con ello hizo el mejor rock n’ roll (incluido su famoso paso de pato), hay grabaciones suyas en las que interpreta el blues de manera estupenda. Blueses propios que escribió también y tan bien.
  De carácter difícil (baste ver ese documental llamado Heil Heil Rock n’ Roll!, de 1987, en el que mientras se prepara un concierto en homenaje suyo, promovido y organizado por Keith Richards, atestiguamos la arrogancia despótica de la que solía hacer gala y sus roces constantes con el guitarrista de los Rolling Stones, quien en varias ocasiones a lo largo del filme está a punto de mandarlo al diablo.
  También es conocida la avaricia del músico, quien no tenía empacho en declarar que estaba en el negocio de la música por el dinero y a quien era necesario pagarle en efectivo y antes de cada presentación. De hecho, con frecuencia viajaba a las ciudades solo con su guitarra y pedía que músicos locales lo acompañaran. De ese modo, se ahorraba el sueldo de sus propios instrumentistas.
  Mujeriego y apostador, piso la cárcel en 1959, cuando se le relacionó sexualmente con una joven apache de 14 años (aunque el músico juraba que ella le había dicho que tenía 21). Pasó dos años tras las rejas.
  Chuck Berry vino a México a principios de los noventa, para presentarse en un concierto en el viejo Auditorio Nacional, en un programa triple nada menos que con B.B. King y Ray Charles. Me tocó estar ahí en esa ocasión. Fue una actuación discreta la de Berry. Austera. Con tres músicos mexicanos que lo acompañaron. Al menos eso es lo que registra mi memoria. Pero haber visto “en vivo” a esa leyenda del rock (al igual que a King y a Charles), no tiene precio.
  Noventa años cumple ya Chuck Berry. Es un mito viviente. Celebrar sus nueve décadas de vida es lo menos que podemos hacer. Festejar con una sonrisa y un paso de baile al amo de la rock n’ roll music.
 
(Publicado el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)
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Published on October 20, 2016 20:00

October 19, 2016

El álbum debut de los Kinks

Aunque hay quienes aseguran que el álbum debut de los Kinks es un disco mediocre y prescindible, yo me permito discrepar de ello. The Kinks (1964) no sólo es un trabajo solidamente rocanrolero, sino que muestra con gran claridad lo que habría de ser este grupo con el transcurso de los años. Cierto que en el plato abundan los covers, pero cierto también que en el mismo hay algunas composiciones de Ray Davies que alcanzarían la inmortalidad, como “Stop Your Sobbing” y, sobre todo, la genial “You Really Got Me”, piedra de toque en la historia del rock y, para muchos, con el primer riff metalero de todos los tiempos. Sin embargo, hay otros temas que destacan, interpretados con gran desenfado y sentido irónico, algo que se convertiría en sello de la casa. Cortes como “So Mystifyng”, “Just Can’t Go to Sleep”, “I Took My Baby Home” o “Revenge” e incluso covers como “Beautiful Dalilah” y “Too Much Monkey Business’” de Chuck Berry o “Cadillac” de Bo Diddley responden a la música que se hacía en 1964 y aun cuando no redondean el sonido clásico de los Kinks que hoy conocemos, sí lo empiezan a configurar.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 43 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2007)
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Published on October 19, 2016 19:59

October 18, 2016

Dylan para principiantes

No se preocupe usted, querido lector. No le voy a dar aquí los pormenores de la vida de Bob Dylan. Para conocer su biografía basta con acudir a Wikipedia, a AllMusic.com y a tantos sitios donde seguro hallará extensos datos al respecto.
  El título de la columna se debe a que entre quienes han criticado la controvertida decisión de la Academia Sueca que otorga a Dylan el Premio Nobel de Literatura de este año, me he encontrado argumentos francamente asombrosos y que, en muchos casos, bordan el límite del ridículo y demuestran un verdadero desconocimiento sobre la obra del autor de “Desolation Row” y la trascendencia que ésta ha tenido, a lo largo de más de medio siglo, para la cultura del mundo.
  Desde cosas tan burdas como “Le dieron el Nobel a un cantante para drogadictos” (juro que lo leí en las redes), hasta citas mal traducidas de las letras de las canciones más sencillas del compositor (incluidas algunas que él no escribió), a fin de demostrar “su baja calidad poética”, la metralla de los exquisitos en contra del buen Bob no ha parado desde que se dio a conocer la noticia.
  Por supuesto, hay quienes han argumentado a favor. Cito al escritor mexicano Óscar Aparicio: “Ginsberg, Kerouac, Yeats, T.S Eliot, Pound, Tennyson, Coleridge, Wordsworth, Poe, Conrad, Carroll, Blake, Dante, Crane, Whitman, Rimbaud, Baudelaire, Joyce y muchos más habitan el orbe dylaniano. Hemos leído tanto sobre él que a veces lo obviamos y olvidamos. Dylan es lo más parecido que tenemos a Shakespeare y a Joyce. Sus canciones remiten lo mismo a una batalla de la guerra civil, una huelga de 1955, Vietnam, Nueva Orleans, Madrid, Mississippi, Nueva York. Una forma de atemporalidad fílmica en viñetas de tres u once minutos”.
  O a Joaquín Sabina: “Llevo diciendo por lo menos veinte años que Dylan es el mejor poeta de América y de la lengua inglesa actual y también el que más ha influido en varias generaciones”.
  Pero ni así se convencerán los cultos detractores.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" en la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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Published on October 18, 2016 18:58

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