Roberto Martínez Guzmán's Blog, page 5

May 26, 2015

Descarga gratis desde ahora en Amazon.

Hola a todos: 
MUERTE SIN RESURRECCIÓN comienza así y, para los que todavía no la habéis leído, desde hoy y hasta el sábado puede descargarse gratis como ebook en todos los Amazon. 
"Poco más había que decir. La mujer remató su serena exposición y permaneció en silencio, como queriendo dar tiempo a que el joven sacerdote asimilara todo cuanto acababa de oír. Para ello, fueron necesarios algunos segundos y que este se acomodara nervioso en su asiento un par de veces. Cuando por fin tomó consciencia de que aquella mujer había acabado, no supo qué decir. Cierto que se había sentido incómodo algunas veces dentro del confesionario, incluso en ocasiones había tenido que soportar proposiciones sexuales, pero lo de hoy era muy diferente. Notaba como la sangre corría helada por sus venas y el cálido aroma a incienso y laurel de la iglesia se había transformado dentro de su pequeño recinto en un macabro olor a muerte. Una sensación tan indescriptible como repulsiva.Finalmente, balbuceó varias veces y luego solo acertó a decir tímidamente:—No puedo darle la absolución. Al menos, no de momento.—Lo entiendo.Acabada la confesión, el sacerdote levantó la mirada a través de la rejilla y pudo ver como la mujer empezaba a ponerse en pie, al tiempo que formulaba una última pregunta:—¿Puedo contar con usted?El joven sacerdote dudó un momento. No porque quisiera pensarse la respuesta, sino más bien por el puro desconcierto en el que estaba inmerso.—Sí, allí estaré. Exactamente dentro de una semana... —contestó finalmente, intentando buscar una confirmación.Pero no hubo respuesta. Tampoco hubo más preguntas. La mujer acabó de levantarse y, con ello, su imagen desapareció de la rejilla.El sacerdote abrió ligeramente la parte superior de su confesionario y, por la pequeña ranura, la siguió con la mirada. Sus rasgos eran redondeados, como creados según un modelo establecido. Su pelo, negro y recogido en una coleta. Nada la diferenciaba de las demás personas que se concentraban en aquellos momentos en la iglesia y, a pesar de las bonitas curvas que podían adivinarse debajo de su pantalón vaquero y de una discreta camiseta, nadie reparó en ella.En pocos segundos, se deslizó por la nave lateral, dirigiéndose discretamente hacia la puerta de salida. No se paró a orar, ni a hacer penitencia, ni siquiera se quedó al final de la eucaristía. Simplemente, se fue.El joven sacerdote ladeó de modo inconsciente la cabeza intentando seguirla más tiempo, pero acabó por resultarle imposible entre la multitud que abarrotaba el templo. Una vez que aquella mujer había desaparecido por completo de su reducido campo de visión, no pudo evitar santiguarse con rapidez, de un modo compulsivo, como si acabara de ver al mismísimo diablo. Un diablo real, de carne y hueso, y que incluso le había dicho su nombre, Emma.Estaba seguro de que ya no se olvidaría de él."


Os recuerdo que los links de descarga están en el lateral derecho de este blog distribuidos por países.Gracias y un saludo.Roberto.
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Published on May 26, 2015 03:14

May 25, 2015

Novela gratis durante cinco días

Hola a todos.
No he dicho en la entrada anterior que, aprovechando los 100mil seguidores en Twitter, he propuesto allí la opción de leer el inicio de "7 libros para Eva" o poder adquirir gratis durante cinco días "Muerte sin resurrección para celebrar en cierta manera ese número simbólico.
Al final ha ganado la segunda opción (un libro entero siempre es un libro entero) y, pro lo tanto, MUERTE SIN RESURRECCIÓN estará gratis como ebook en todos los Amazon desde mañana, día 26, hasta el sábado 30 (ambos inclusive).


Los links de descarga, si os fijáis, están en el lateral derecho de este blog.Saludos a todos y, por supuesto, se agradece toda difusión.
Roberto.

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Published on May 25, 2015 05:46

May 22, 2015

Retorno (y novedades)

Hola a todos.Hace tiempo escribía a menudo en este blog pero reconozco que en los últimos meses lo he tenido bastante abandonado. El motivo es que tengo abiertas muchas redes sociales y, atender a todas, cada vez me roba más tiempo, por lo que tuve que priorizar si quería seguir escribiendo (que es de lo que se trata en el fondo). Lo que pretendo decir es que estos meses no he estado parado y me han dado para poner al día muchas cosas.
- He traducido y publicado "Muerte sin resurrección" en otros idomas.
- He acabado de de escribir una nueva novela "Café y cigarrillos para un funeral" que se podrá leer el mes próximo dentro de un proyecto literario del que os hablaré muy pronto.- Estoy ultimando "7 libros para Eva" que saldrá antes de que acabe el año seguro.- He abierto y puesto a rodar un perfil en Twitter en inglés que funciona mucho mejor de lo que esperaba en un principio.- Y, por último y que me acuerde ahora mismo, mi otro perfil de Twitter (el que uso desde siempre), ayer ha alcanzado los 100 mil seguidores.

Reconozco que he querido que mi vuelta a blogger coincidiera con este momento y no me voy a resistir a subir la captura de pantalla.

También os dejo esta otra en la que he descubierto que estoy incluido en 648 listas. Dicen los expertos que es lo que de verdad le da valor a una cuenta de Twitter pero la verdad es que no sé si son muchas o pocas.

Si alguien entiende más de esto, que me lo aclare. 
Por supuesto, gracias por vuestra paciencia a los que no os hayáis marchado y prometo atender esto con muchísima más asiduidad. 
Roberto.
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Published on May 22, 2015 04:40

February 26, 2014

CAPERUCITA MALÚ (cuento incluido en "El día que Blancanieves cogió su guitarra")


Versión libre del cuento “Caperucita roja” de Charles Perrault

Este cuento hace referencia a los inicios como cantante de Malú, una de las mejores voces de España. O, al menos, una de las que más seguidores tiene. Pero cuando comenzó en esto de la música, siendo sobrina de quién es (Paco de Lucía), no tuvo problemas no solo para firmar con una gran discográfica (Sony) sino que incluso provocó que tanto Alejandro Sanz como Miguel Bosé se disputaran más o menos privadamente su apadrinamiento musical. No sabemos si por subir enteros en su discográfica, por simple peloteo a su tío o por la belleza de la chica, que también es posible. Al final, he de decir que fue Sanz el que se llevó el gato al agua, al menos, musicalmente hablando. Del resto, si algo hubo, nada se supo.

Dice este cuento que había una vez, en un lugar no muy lejano, una niña muy guapa llamada Malú, que se pasaba todo el día cantando. Como todavía era una niña muy pequeña, su madre le había hecho una capa roja muy graciosa para que no pasara frío al salir de casa. Era tan graciosa, que muchas veces Malú dejaba de cantar para mirarse al espejo a escondidas, y se veía tan guapa y estaba tan orgullosa de su capa, que casi no la apeaba. La llevaba tan a menudo que todo el mundo en el pueblo acabó por llamarle "Caperucita Malú".
Pero un día su madre, viendo que cada día que pasaba le gustaba más cantar, le pidió que le llevara unos ricos pasteles a la abuelita Sanz, que vivía en el otro extremo del bosque Sony. Tenía la confianza de que, agradecida por el regalo, decidiera escribir para Malú alguna canción. La abuelita Sanz era una vieja solitaria que, recluida en su casa solía agudizar su imaginación para componer grandes canciones, de tal manera que en el bosque era conocida por el éxito que cosechaba siempre cada una de sus composiciones.
Eso sí, antes de salir Caperucita Malú, su madre le recomendó que por nada del mundo se parara en el camino, pues aunque este bosque era muy bonito, también era muy peligroso, puesto que en él habitaba un lobo muy fiero y, siendo como era una niña pequeña y desvalida, podría ser fácilmente atacada por él.
Una vez oídas todas las advertencias de su madre y muy ilusionada, cogió la cesta con los pasteles y se puso en camino a la casa de la abuelita Sanz. Caperucita Malú tenía que atravesar todo el bosque, desde un extremo al otro, pero a pesar de todo lo que le había dicho su madre no le daba miedo porque sabía que allí también se encontraría con muy buenos amigos: los pájaros, las ardillas, las mariposas... pero además, como ya había llegado la primavera, el bosque lucía especialmente bonito, el camino estaba rodeado de flores de embriagadora fragancia y los árboles ya habían acabado de renovar sus hojas y elevaban sus ramas como si quisieran tocar el cielo con ellas.
Iba Caperucita Malú disfrutando de todo esto cuando, de repente, vio al enorme y fiero lobo Bosé parado delante de ella, y mirándola fijamente:
—¿A dónde vas, niña? —le preguntó el lobo con su ronca voz.
—A casa de mi abuelita —apenas pudo balbucear Caperucita Malú, sintiendo como el miedo la paralizaba.
No está lejos su casa, pensó el lobo. Luego, la miró fijamente durante un segundo y, sin mediar más palabra, se dio media vuelta y se marchó por donde había venido.
En cuanto se repuso un poco del susto, Caperucita Malú reemprendió la marcha y como quiera que, pese a no entender su reacción, estaba segura de que el lobo se había marchado, incluso decidió coger algunas de las preciosas flores que la rodeaban porque sabía que la abuela Sanz se pondría todavía más contenta si, además de los pasteles, también le llevaba un bonito ramo de flores.
—El lobo se ha ido —se dijo—, ahora ya no tengo nada que temer.
Pero lo que no imaginaba Caperucita Malú es que mientras ella recogía aquellas bonitas flores, el lobo Bosé se había ido a casa de la abuelita Sanz. Cuando llegó, llamó muy suavemente a la puerta y la anciana, abstraída en la nueva canción que estaba componiendo en esos momentos, le abrió sin imaginarse quién era.
El lobo Bosé no perdió tiempo ni en cerrar la puerta. Primero, devoró a la abuelita Sanz de un bocado y, acto seguido, se puso la ropa de la desdichada anciana, se metió en su cama y cerró los ojos haciéndose el dormido, con la seguridad de que su próxima víctima no tardaría mucho en llegar.
Ciertamente en pocos minutos llegó Caperucita Malú toda contenta y cargada con los pasteles de su mamá, y con las hermosas flores que había estado recogiendo. La niña, viendo la puerta abierta, entró y buscó a la abuelita por toda la casa. Cuando la vio en la cama, se acercó pero enseguida notó que su abuela estaba muy cambiada.
—Abuelita, abuelita... ¡qué ojos más grandes tienes! —le dijo Caperucita Malú extrañada.
—Son para verte mejor —respondió el lobo Bosé tratando de imitar la voz de la abuela con bastante poco éxito.
La niña no quedó muy convencida con la respuesta y continuó preguntando:
—Abuelita, abuelita… ¡pero qué orejas más grandes tienes!
—Son para oírte mejor —dijo ahora el lobo.
Pero Caperucita Malú, como cada vez estaba menos convencida, siguió insistiendo:
—Ummmm… abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
—Son para… para… ¡para comerte mejooooooor!
Y diciendo esto, el malvado lobo Bosé se abalanzó sobre nuestra pequeña e indefensa niña y también la devoró de un solo bocado, como ya antes había hecho con la anciana.
Mientras esto sucedía, un leñador que había visto llegar al lobo a casa de la abuelita Sanz, y sospechando de las malas intenciones del lobo se había quedado por allí, decidió que era hora de entrar a ver si todo iba bien en la casa.
Se encontró con que la puerta estaba abierta, y una vez que llegó a la habitación, descubrió al fiero lobo Bosé tumbado en la cama y profundísima dormido de tan harto que estaba. Haciendo el menor ruido posible, Pacodelucía, que así se llamaba el astuto leñador, sacó un enorme y afiladísimo cuchillo y rajó el vientre del lobo de un tajazo tan fino que el Lobo Bosé ni siquiera se despertó.
La abuelita Sanz y Caperucita Malú, al instante, salieron de dentro de la barriga del lobo, ¡vivas!, porque era tanta la glotonería del Lobo Bosé que ni siquiera se había parado a masticarlas... ¡¡¡se las había tragado enteras!!!
Para castigar al malvado lobo, y una vez que Caperucita y la abuelita se pusieron a salvo, el cazador le llenó el vientre de piedras y lo volvió a cerrar con mucho, mucho cuidado. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Pero como las piedras pesaban mucho, al inclinarse para beber, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y a su abuelita, en el fondo, no sufrieron más que un gran susto, pero la niña había aprendido la lección. Prometió solemnemente no fiarse nunca de ningún desconocido que se encontrara en su camino. De ahora en adelante, siempre seguiría las juiciosas recomendaciones que su mamá y de la abuelita Sanz, que en agradecimiento por el riesgo que había corrido para llevarle comida y en honor a la lección que ese día había aprendido Caperucita le escribió una canción muy significativa... "Aprendiz", con la que pronto Caperucita Malú comenzó a ser conocida como cantante.

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Published on February 26, 2014 03:22

February 18, 2014

EL ÁGUILA PITBULL Y LA ZORRA USHER (cuento incluido en "El día que Blancanieves cogió su guitarra")



Versión libre de la fábula “El águila de ala cortada y la zorra” de Esopo

Dice este cuento que cierto día, en un país muy lejano, un pequeño granjero loco y borracho llamado Joncito capturó, después de mucho esfuerzo, a la imperial águila Pitbull. Siendo consciente desde el primer momento de la fuerza y el poder que tenía aquel animal, y sabiendo que se iría de su lado en cuanto pudiera, decidió cortarle las alas antes de soltarla en su corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila Pitbull, quien antaño fuera poderosa, ahora bajaba la cabeza y pasaba sus días casi sin comer, sintiéndose como un rey destronado y encarcelado.Pero un día pasó por allí otro granjero, con los bolsillos llenos y el oportunismo por bandera, que la vio, se apiadó de ella y decidió comprarla. En cuanto la tuvo en su poder, Kike Catedrales, que así se llamaba este hombre, le arrancó las plumas cortadas sabiendo que pronto le crecerían otras nuevas y podría volar libre; sin importarle que, llegado el momento, se marchase de su lado. Y así fue. Un día, el águila Pitbull, ya repuesta, alzó el vuelo sin esfuerzo. Agradecida, no tardó en apresar su primera liebre, con la intención de llevársela a su salvador como pago por haberle devuelto su poder.Pero por el camino sobrevoló a la zorra Usher, que temerosa de que a partir de ese momento tuviera que conformarse con las peores liebres, maliciosamente la intentaba mal aconsejar:—Pitbull, Pitbull —le gritaba desde el suelo—, no le lleves la liebre a quien te liberó sino al que te capturó, pues el que te dio la libertad ya es bueno sin necesidad de premiarlo. Mejor procura ganarte al otro, porque puede ser que te atrape de nuevo y te deje definitivamente sin alas.
Quizás por eso Pitbull, después de cantar casi en exclusiva y con bastante poca repercusión junto a Lil'Jon (el rey del crunk, estilo minoritario así definido al contraer las palabras inglesas crazyy drunk, loco y borracho, para describir la forma en que se baila), decidió alejarse de este para emprender su carrera en solitario y también trabajar con otros artistas. Así, su primera colaboración relevante a nivel mundial fue en la canción "I like it", de Enrique Iglesias. Pero una vez alcanzada cierta fama, y después de trabajar también con Usher, retorna por sorpresa con Lil'Jon (Pequeño Juan, como él le llama) para grabar juntos "Watagatapitusberry", con muy escaso éxito. Eso sí, una vez que se olvidó de todos ellos, se convirtió de inmediato en uno de los gurús de la música actual.

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Published on February 18, 2014 05:18

January 13, 2014

LA PRESUMIDA RATITA RIHANNA (cuento incluido en "El día que Blancanieves cogió su guitarra")


 
Versión libre de“La ratita presumida” de Charles Perrault
Hace unos años, cuando Pitbull todavía era el rey del crank cantando asiduamente con su amigo Lil´John, Timbaland el gurú de las colaboraciones y David Bisbal comenzaba a despuntar en la música, Rihanna se separaba del prometedor rapero Chris Brown a raíz de un violento ataque de celos de este último. Con el paso del tiempo, la sociedad americana dictó sentencia, y mientras Chris Brown cosecha fracaso tras fracaso desde aquel día, Rihanna siguió con su exitosa carrera artística. Aunque yo siempre he tenido otra teoría. En realidad, creo que lo que ocurrió fue que Chris Brown convenció a las mujeres americanas de que era el más fiel ejemplo de marido que ninguna querría tener aunque seguramente muchas de ellas si tienen... mientras Rihanna, merced a una colaboración de dudoso gusto con Eminen, su promoción de múltiples juguetes sexuales de no pocos miles de dólares y una morbosa cara de fíjate que buena soy, pero si me miras más de diez minutos seguidos, me verás hacer cosas muy, muy malas, ha conseguido colarse discretamente en los más prohibidos y perversos sueños de todos los maridos de la siempre particular sociedad americana.
Dice este cuento que había una vez una ratita muy, muy presumida, que se llamada Rihanna. Vivía nuestra pequeña amiga en una bonita isla del Caribe, en donde era famosa por su exótica belleza, por su gran afición a cantar… pero, sobre todo, era archiconocida entre sus vecinos por su insoportable coquetería. Se creía Rihanna digna de una mejor vida, en la que gozaría de la admiración de hombres y mujeres, disfrutaría de los más grandes lujos y por qué no... también tendría el amor de un guapo marido que la halagara a diario en la medida que ella creía merecer. “Solo necesito salir de aquí para volar hacia las más altas metas...”, pensaba a menudo nuestra ratita.
Así un día, estaba cantando en su humilde casita cuando, de repente, Rihanna vio algo en el suelo que brillaba... “¡¡¡una moneda de oro!!!”. Inmediatamente y muy ilusionada, la recogió con cuidado y se puso a pensar en las cosas que podría comprar con esta moneda:
—Ya sé, me compraré caramelos —dijo en alto—. Huy no, que me quedaré sin dientes. Ummm… mejor, mejor, me compraré unos ricos pasteles... huy no, no, que engordaré y perderé mi fina silueta. Ummm… ya lo tengo, me compraré un billete de avión… quizá sea suficiente para irme a vivir a un país grande y famoso desde donde todo el mundo pueda admirar mi linda voz y mi inigualable belleza…
Sin perder tiempo, la ratita se guardó su moneda en el bolsillo, y muy decidida, se fue al cercano aeropuerto de su pequeña isla. Confiando en su buena suerte, pidió que le vendieran un billete de avión con destino al más grande y más rico de los países que hubiera en el mundo. Preocupada como siempre estuvo por cuidar su imagen y por sus ansias de gloria, no sabía Rihanna que ese país estaba casi al lado de su pequeña isla, la cual ahora ya empezaba a ver hasta fea y vulgar.
Una vez que tuvo el ansiado billete en sus manos, volvió a su casita, pues el avión no salía hasta el día siguiente. Esa noche apenas pudo dormir un par de horas con la emoción, pero en ese tiempo, soñó que se convertía en una famosa cantante, que todo el mundo admiraba su belleza cada vez que salía a un escenario y, por descontado, que era la envidiada esposa del mejor y más dulce marido que cualquier mujer pudiera desear. Sí, definitivamente, su suerte había cambiado, pensó aquella noche.
Al día siguiente, nada más amanecer, nuestra presumida ratita se levantó muy temprano, eligió su mejor vestido y, sin perder tiempo, se fue al aeropuerto con su flamante billete en la mano. Efectivamente, el viaje era corto por lo que, al poco tiempo de despegar, ya estaba aterrizando en su nuevo país.
Allí se sentía feliz, todo eran posibilidades y enseguida sus canciones comenzaron a sonar con fuerza en las principales radios. La gente las bailaba en todo el mundo, los críticos musicales la incluían entre las más grandes artistas del momento y, paralelamente a ello, Rihanna se fue convirtiendo en la soltera más deseada del panorama musical. Muchos cantantes famosos querían casarse con ella y algunos hasta se atrevían a pedirle solemnemente matrimonio, pero nuestra ratita, como era muy presumida y pensaba que se merecía a alguien muy especial, al mejor marido que pudiera existir en el mundo, no dudaba en poner déspotamente a prueba a cuanto pretendiente llamaba a su puerta.
Por eso, cuando llegó para cortejarla un gallo llamado Bisbal, se acercó hasta ella y le dijo muy ilusionado:
—Ratita, ratita... tú que eres tan bonita y cantas tan bien, ¿te quieres casar conmigo?
—No sé, no sé, no sé —le respondió ella con cierta indiferencia—. ¿Tú en nuestras noches de amor, cómo me cantarías?
Y el gallo, sin pensárselo dos veces, tomó aire y se arrancó a cantar con todas sus fuerzas:
Bulería, bulería...
Rápido lo cortó la ratita:
—Ay no, no, cállate... contigo no me casaré, me asustas... y cómo gritas... no te soporto.
Según se fue el gallo triste y cabizbajo, apareció raudo y veloz el perro Pitbull para intentar aprovechar su oportunidad:
—Ratita, ratita... tú que eres tan bonita y presumida, ¿querrás casarte conmigo?
Pero la ratita no se impresionó por el ímpetu de su nuevo pretendiente y le dijo:
—No sé, no sé, ¿tú en nuestras noches románticas, cómo me cantarías?
No se hizo esperar el perro:
Culo... ella tiene un tremendo culo...!!!
La ratita al oírlo, y casi ofendida, respondió:
—Ay no, contigo no me casaré... no me gusta la letra de tus canciones. Y además, no las has escrito para mí, porque todo el mundo sabe que mi culo no es grande sino fino y sensual... ¡¡¡Márchate!!!
Se fue Pitbull con cara de no entender nada pero, al instante, ya apareció el cerdo Timbaland todo decidido:
—Ratita, ratita, tú que cantas tan bien y eres tan presumida, ¿te quieres casar conmigo... yo soy el animal más admirado del mundo?
Pero la ratita lo miró de la cabeza a los pies y le dijo:
—No sé, no sé, ¿y tú por las noches cómo me cantarías?
Eink, eink... eink, eink…
Se arrancó Timbaland para crear ambiente pero, cuando iba a comenzar a rapear, ya la ratita lo había cortado:
—Ay no, cállate, cállate… contigo no me casaré, que ese ruido es muy simple… y además no me gustas.
Desapareció el cerdo Timbaland por donde vino y llegó sigilosamente el gato Chris Brown, que viendo cómo se comportaba Rihanna con todos sus pretendientes, se acercó lentamente a nuestra presumida ratita y le dijo con voz aduladora:
—Ratita, ratita, tú que eres tan bonita, tan sensual y cantas mejor que nadie, ¿querrás casarte conmigo?
—No sé, no sé, ¿tú cómo me cantarás en nuestras noches de amor?
Y el gato con su voz más suave y dulce le cantó, casi susurró, al oído:
Oh girl!... I don´t want nobody else,... without you, theres no one left then,...
—Ay sí, contigo sí me casaré... que tu voz es muy dulce y tu cara muy bonita.
Temiendo los peligros que le acecharían en el bosque de noche, decidió que tenía que tomar unas raras hierbas con las que estaría a salvo. Ya las había tomado otras veces y sabía que, con ellas, conseguiría que se agudizaran enormemente todos los instintos y sentidos que tienen los gatos... porque, al fin y al cabo, él era un gato —no nos olvidemos—, y un gato no teme ni a la noche, ni a los bosques oscuros. Efectivamente, Chris tomó muchas, muchas hierbas y consiguió alcanzar la casa sano y salvo, siendo el gato más gato de todos los gatos:
—Mi vida vale más que nada y nadie en el mundo, no puedo arriesgarme a ser vulnerable en un bosque lleno de tinieblas y peligros —se había dicho en el bosque.
Así fue como la presumida ratita Rihanna, en una noche que estaba guapa y radiante esperando a su amado, cruelmente descubrió el fatal error que había cometido en su elección. Porque cuando Chris entró en casa, después de haber sorteado con destreza los grandes peligros del bosque, no pudo reprimir su agudizado instinto y se lanzó a la cruel caza de nuestra presumida ratita Rihanna. Afortunadamente, y después de una dura lucha, pudo esconderse y ponerse a salvo, y hasta escapar poco después a su preciosa isla natal durante una temporada para recuperarse del susto. Pero, sin duda, había descubierto de la peor manera posible que, cegada por su soberbia, había elegido como marido ideal al mayor enemigo que siempre puede tener todo roedor… un gato.


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Published on January 13, 2014 03:54

January 8, 2014

Sorteo de cinco ejemplares de EL DÍA QUE BLANCANIEVES COGIÓ SU GUITARRA

Hola a todos.
Ya sé que tengo una entrada pendiente sobre MUERTE SIN RESURRECCIÓN (para los que seguíais la novela por este blog), que la haré dentro de unos días, pero hoy quiero hacer esta entrada así en un minuto para anunciar un gran sorteo que organiza Pedro, del blog EL BÚHO ENTRE LIBROS, sobre mi nuevo libro. 




Primero publicó su reseña (muy completa y recomendable), que os invito a leer en este link: 
http://elbuhoentrelibros.blogspot.com.es/2014/01/el-dia-que-blancanieves-cogio-su.html
Y durante este mes sorteará CINCO eBooks de EL DÍA QUE BLANCANIEVES COGIÓ SU GUITARRA. Os dejo el enlace al sorteo (que es donde hay que apuntarse) y así también veis allí los requisitos para participar:
http://elbuhoentrelibros.blogspot.com.es/2014/01/sorteo-de-5-ejemplares-de-el-dia-que.html
Gracias por anticipado y mucha suerte!!!
Saludos.
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Published on January 08, 2014 04:40

December 10, 2013

El día que Blancanieves cogió su guitarra (a partir del 20 de diciembre)


Corría el año 2010 y "ListaMusical50" era uno de los blogs musicales más prestigiosos del momento en España. Un día, entre risas, su administrador "Yomismo", me propuso tener una sección semanal en él. Una sección literaria en un blog sobre música, pensé. Después de descartar la opción de escribir una novela ambientada en el mundo de la música, decidí que lo ideal sería publicar un cuento cada semana.
El reto consistiría en imaginar algunos de los cuentos y fábulas más conocidas colocando como protagonistas a cantantes de primera fila, y como medio para satirizar determinados momentos de su vida o su carrera, siempre cargados de mucho humor negro.
Dos semanas después salía publicada la primera entrada y, lo que en un principio había comenzado como un juego, pronto se convirtió en la sección más visitada del blog. También cuando los publiqué en mi perfil de Facebook, un año después, acabaron por ser las entradas más visitadas y comentadas en los cinco años que lleva activo.


Ahora he querido recopilarlos, reescritos y actualizados, en EL DÍA QUE BLANCANIEVES COGIÓ SU GUITARRA. Primero, por su valor sentimental, pues fue lo primero que escribí para ser leído por el público, y segundo, porque son los responsables directos de que me animara a entrar en este mundo de la literatura. 
Os animo a leerlo, espero que os guste y, apartir del día 20, estará en todos los Amazon. 
Gracias y un saludo!!!
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Published on December 10, 2013 05:27

December 2, 2013

Muerte sin resurrección: Capítulo VEINTICUATRO


SÁBADO SANTOCapítulo Veinticuatro


La orden era clara. Una patrulla de la Policía debía vigilar día y noche la casa de Isaac. Y con relevos cada cuatro horas, a fin de evitar la fatiga. El objetivo: conseguir a toda costa que Emma fracasase en su plan de colocar la sexta pelota de golf encima de un cadáver.
En la comisaría de Ourense, la madrugada del viernes al sábado nadie tenía la menor duda de que aquella llamada de Emma a Isaac reclamando su presencia en Ourense significaba que él sería la siguiente víctima. Todavía faltaba conseguir el nombre asignado a la séptima pelota, pero en eso se afanarían Eva y Antón las próximas veinticuatro horas. Para ello, confiaban en la información que pudiera proporcionarles el propio Isaac y, sobre todo, en el atestado de la Guardia Civil. Después de la explicación de Javier, tenían la esperanza de que pudiera revelar alguna pista sobre el séptimo ocupante.
Sin embargo, esta se desvaneció pasadas las ocho de la mañana, en cuanto el esperado informe llegó hasta las manos de Eva vía fax. La inspectora lo miró durante medio minuto, luego apretó los labios haciendo un gesto de contrariedad y, finalmente, se lo acercó a Antón.
—Tíralo —dijo en el momento que dejaba caer el folio sobre la mesa de su compañero.
Este no tardó en comprobar que aquel informe calificaba el accidente de Emma como una vulgar salida de vía sin causa justificada. Incluso, al final, se apuntaba que el motivo del accidente bien pudiera ser un despiste al volante, el resbaladizo estado de la carretera o, simplemente, la somnolencia del conductor.
Pocos minutos antes de que el reloj de la comisaría marcase las diez, Eva decidió que era el momento de acercarse al tanatorio de Seixalbo, lugar donde se velaría a lo largo del día el cadáver de Sandra. Todavía faltaban más de dos horas para la hora indicada por Isaac, pero antes tomarían un café rápido. La noche había sido larga y las horas de sueño pendientes empezaban a acumularse. Eva también aprovecharía para telefonear a Ramón. En momentos como este, siempre quedaba de manifiesto que su amor por ella era sincero, su comprensión, admirable y su paciencia, infinita. Llevaba tres días sin pisar su casa.
A las diez y media, Eva y Antón aparcaron en la explanada del tanatorio, con la placa perfectamente a la vista. No pasaron desapercibidos. Nada más bajarse, alguien se dirigió a ellos desde un impecable Audi A5 aparcado a escasos metros de donde se encontraban.
—Me alegro de verla, señorita Santiago —dijo desde el interior del coche un hombre de marcada raya en el peinado y corbata mal anudada.
Los dos policías se dieron la vuelta de inmediato, sorprendidos.
—Soy Isaac Calvo Merino —se presentó, a la vez que se bajaba del automóvil.
Ahora sí, Eva reconoció aquella voz. Esperó inmóvil a que se acercara, con Antón a su lado. Isaac cerró la puerta del vehículo tras él, y se dirigió hacia ellos con parsimonia.
—Creo que hemos estado hablando por teléfono esta madrugada —añadió mientras caminaba, al tiempo que accionó el cierre centralizado del coche.
De inmediato, un agudo pitido resonó en la plaza y las luces intermitentes del automóvil se encendieron y apagaron varias veces, vertiginosamente, como anunciando su presencia. Todos los allí presentes miraron al unísono. También Javier, apoyado en la puerta del velatorio, a algunos metros de distancia.
Desde el momento en que aquel hombre había pronunciado su nombre, Eva no pudo dejar de imaginárselo como el sexto cadáver. Había guardado silencio durante toda su representación pero ahora, una vez acabado el espectáculo de luz y sonido, decidió contestar:
—Me había dicho que no llegaría hasta las doce —dijo.
Isaac esbozó una cínica sonrisa.
—Bueno, la hora que le dije era aproximada. En el fondo, sabía que llegara a la hora que llegara, usted me estaría esperando —se vanaglorió.
—¿Todavía no ha entrado usted al velatorio?
—Sí, pero los velatorios me aburren. He entrado un momento, he hecho lo que venía a hacer y, en cuanto pude, he salido afuera a esperarla. Sin duda, su belleza merece tal honor.
Eva prefirió obviar el último comentario.
—¿El velatorio de la madre de su hijo también le aburre? —preguntó en cambio.
Antes de contestar, el hombre aumentó su sonrisa, junto con la carga de cinismo que contenía.
—Sandra y yo tuvimos una relación hace años. Ahora, ya no. Seguramente Javier se la haya descrito como una mujer maravillosa, pero esa apreciación nunca fue del todo exacta. De hecho, últimamente solo me llamaba cuando necesitaba dinero. Para eso, Toni era una excusa perfecta.
—¿No estaban ustedes enamorados hace seis años?
—No —dijo él casi ofendido—. Hace seis años lo nuestro era solo sexo, puro sexo. Ya sabe, mucho y muy bueno.
—¿Me está diciendo que solo les unía el sexo? —soltó Eva extrañada.
—Claro, como a todas las parejas. El noventa por ciento de una relación es sexo. Pero, en nuestro caso, era el cien por cien —especificó—. Yo era insaciable, lo sigo siendo, y a Sandra le gustaba complacerme en todo. Fuese lo que fuese. Una situación ideal para mí, por supuesto, de no ser porque pronto le empezó a hacer cada vez más ilusión la idea de casarse. Ya sabe, vestido blanco, una iglesia bonita, sentirse la reina del banquete. Lo normal en una mujer.
Eva permanecía en silencio, asimilando con esfuerzo las explicaciones de Isaac. Él continuó:
—La cuestión es que se tiró una temporada insoportable con aquella ocurrencia. Exactamente, hasta que un día descubrió que a mí me gustaban las mujeres. Así, en plural. No en singular, como ella misma había querido creerse hasta ese momento. Pretendía que le fuera fiel simplemente por el hecho de que, de vez en cuando, le decía que la quería. El caso es que un día me cansé de sus exigencias y decidí poner tierra por medio. Ahora estaba con ese —señalando sin disimulo la figura de Javier—, aunque no era feliz.
—Pero ustedes tienen un hijo en común.
—Bueno, eso fue fruto de que cada vez que le decía que la quería, ella se ponía muy cariñosa y, evidentemente, no siempre teníamos preservativos —contestó haciéndole un guiño a Antón, que no se inmutó.
Luego continuó:
—Sandra siempre fue una mujer muy... digamos que especial. Siendo Toni un bebé, después de que hubiésemos roto, estuvo un tiempo dando tumbos de cama en cama, mientras yo empezaba ya a trabajar. En el fondo, esperándome, aunque nunca lo hubiese reconocido. Al final, supongo que acabó por convencerse de que yo no iba a regresar y decidió fichar a un padre. Ya sabe, alguien que no pida respuestas y pague facturas.
—¿Lo sabe usted desde Barcelona?
—Lo supe desde siempre —contestó riéndose con suficiencia—. Fíjese en él —Eva miró hacia Javier—. ¿Usted confiaría sus noches a alguien con esa cara de imbécil?
Eva ya había vuelto la cabeza hacia Isaac antes incluso de que este acabara de hablar.
—Pues ese hombre con cara de imbécil puede que le esté salvando la vida —respondió ella con el tono de una madre que regaña a un hijo impertinente—. Pienso que no estaría de más un poco de respeto por su parte. Eso, por no decir directamente agradecimiento.
Oyéndola, Isaac se puso serio por un momento. Cuando la inspectora acabó de hablar, él recuperó su sonrisa. Esta vez, mucho más cínica que cualquiera de las que había exhibido hasta ese momento.
—No, no... Ya sé que a las mujeres os enternecen mucho los perdedores —dijo—, pero no se engañe, mi vida me la salvo yo solo. No necesito que nadie me cuide el culo. Usted habrá venido aquí pensando que ese hombrecito me ha hecho un favor, un noble acto en momentos de rabia y dolor por parte de alguien que, en realidad, debería querer verme muerto. Enternecedor, sin duda. Pero se equivoca. Como todo lo que él hace en la vida, su confesión, probablemente hecha en el mismo tono trascendental que pone siempre al hablar, en realidad no sirve para nada. Podría habérsela ahorrado. Pero claro, entonces no se sentiría como un héroe. Un héroe a costa de echar mierda sobre los demás —concluyó.
—¿Conducía usted uno de aquellos coches? —preguntó Eva por sorpresa.
Isaac, ahora sí, rió abiertamente.
—No sea ingenua. ¿Piensa usted que le voy a decir que sí cuando seguramente le han contado unos hechos que constituyen un delito?
—No me importa lo que hubieran hecho en aquel momento. Yo ahora investigo cinco asesinatos, y le aseguro que si esa mujer le ha llamado ayer, es porque tiene un plan perfectamente diseñado para que hoy usted muera.
—Ya, y yo me tengo que creer que usted pasaría por alto una posible implicación mía en otros asesinatos... No, no, mi vida actual es estupenda, y no lo dude, lo seguirá siendo.
—Es usted un estúpido pretencioso —. La paciencia de Eva estaba al límite—. Mucho más estúpido y pretencioso que cualquiera de sus amigos muertos, y muchísimo más de lo que jamás me habría podido imaginar.
—Y yo creo que usted es demasiado guapa para ser policía —la cortó él con decisión.
Luego la miró fijamente, desafiante:
—Pues dígame usted, sagaz policía de genio afilado: ¿cree que alguien como yo se pierde las mejores fiestas? ¿Piensa que el resto de la pandilla era capaz de mear recto en determinados momentos sin que una voz le indicase cómo hacerlo?Isaac hizo una pausa, esperando una respuesta. Eva prefirió no contestar.
—Haga usted su quiniela sobre quién viajaba en aquellos coches —continuó Isaac ante el silencio de ella—, meta en ella a quien quiera, pero la habrá hecho usted, no yo. Mañana tomo el camino de vuelta a Barcelona, otras diez horas de coche y, hasta entonces, no pienso moverme de mi casa de Covadonga. Solo descansar y relajarme, allí puedo hacerlo. En el fondo, nada me retiene aquí y Ourense me aburre. Pero no se lo diga a nadie —dijo bajando el tono de su voz e inclinándose levemente hacia ella—, la gente aquí es muy suspicaz y se sentirían ofendidos.
Cuando acabó de hablar, volvió a erguirse y siguió riendo, mientras se iba delante de la atenta mirada de los dos policías. Antes de entrar en el coche, se dio la vuelta y les gritó:
—Cuiden ustedes del hombrecito, no vaya a ser que la justiciera se equivoque y vaya también a por él. Sería una pena para todos —murmuró al final.
—He ordenado que tenga usted protección mientras permanezca en la ciudad —le replicó Eva desde su posición—. Espero que, al menos, colabore y no nos lo ponga difícil.
—Pues si a usted le hace ilusión, por mí, perfecto. Pero si de verdad necesitase protección, me pagaría unos buenos guardaespaldas privados.
Se tomó un respiro y miró a su alrededor. Luego continuó:
—No señora, no me hacen falta sus funcionarios. Yo soy agente financiero, invierto en bolsa, asumo riesgos increíbles todos los días, y le aseguro que no estaría donde estoy si me asustara de una niñata jugando a hacer justicia.
Una vez acabado su discurso, el espectáculo de intermitentes y sonido se repitió en la explanada. Todo el mundo seguía mirando. Pocos segundos después, desapareció Isaac, metido en su coche, y aquel lugar recobró su fúnebre normalidad.
Entonces, Eva se acercó discretamente hasta la posición de Javier, que por fuerza habría tenido que oír parte de la conversación:
—No le tome en cuenta lo que ha dicho —intentó consolarlo ella—, aunque supongo que usted lo conoce mejor que yo.
—No se apure, él es siempre así —dijo sin mostrarse afectado—. Con el tiempo, acabas acostumbrándote.
—Lo peor es que no está por la labor de soltar quién más iba en aquellos coches —se lamentó Eva—. Porque aun en el supuesto de que Isaac sea uno, si nuestras conclusiones son correctas, todavía nos queda otra futura víctima por identificar.
—No sé quién más viajaba con ellos —la cortó Javier—. Hasta hace dos días, yo ni siquiera conocía esta historia, y anoche Sandra simplemente me dijo que eran dos coches. Y que Isaac conducía uno. Ella iba en ese.
—¿Usted cree que Isaac es consciente del peligro que está corriendo aquí?
Javier se pensó la respuesta.
—Creo que solo ha venido a solucionar el futuro de Toni —dijo por fin—. Dentro, me ha dicho que pase el lunes por el despacho de su abogado a firmar los papeles de acogida. Ya ve, Isaac es capaz de poner su vida en peligro con tal de sacarse a su hijo de encima cuanto antes.
—¿Cuidará usted de Toni?
—Claro. Para mí, siempre ha sido como mi hijo.

En su interior, y al margen de indeseables, Eva pensó que aquella era la primera buena noticia del día. Estupenda para Javier y para Toni. Ojalá hubiese más.


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Published on December 02, 2013 04:50

November 29, 2013

Muerte sin resurrección: Capítulo VEINTITRÉS (II)


VIERNES SANTOCapítulo Veintitrés (II)



Apenas siete minutos después, los tres policías ya esperaban frente al portal de Javier. Eva pulsó el interfono.
—Policía, abra gritó a través del aparato.
La puerta se abrió al instante. Arriba, la del piso, también les esperaba abierta. Eva entró primero, seguida por la psicóloga y, por último, Antón. Javier aguantaba la puerta, por cortesía. Al fondo del pasillo, en el salón, se veía de refilón la pequeña cabeza de Toni, aparentemente sentado sobre un gran sofá. Javier se adelantó y, viendo la presencia de la psicóloga, los encaminó hacia donde estaba el pequeño.
—¿Vienen a hablar otra vez con Toni? —preguntó entrando en el salón—. Les ruego que no lo agobien demasiado. Es muy pequeño, acaba de perder a su madre.
—Soy la inspectora Santiago —lo cortó Eva enérgicamente—. A mis compañeros creo que ya los conoce. Y no se preocupe, es con usted con quiero hablar.
Luego se inclinó para dirigirse a Toni, que permanecía sentado.
—Hola cariño, ¿quieres ir a jugar un momento con esta chica con la que has estado hablando antes?
El niño dijo a duras penas que sí, poco convencido, sin hacer intención de levantarse. Eva acercó su boca al oído del pequeño, de manera que nadie pudiera oír qué le decía. Al cabo de unos segundos, Toni esbozó una sonrisa y salió de la mano de la psicóloga.
—Siéntese, por favor —le dijo al padre.
Ella también se sentó. Antón, después de cerrar la puerta, se acomodó a su lado.

—Siento mucho la muerte de su esposa —empezó diciendo Eva—. ¿Sabe usted qué motivos podía tener su mujer para suicidarse?
El hombre pareció pensar un momento, más en la pregunta que acababa de oír que en la respuesta que por fuerza estaba obligado a dar.
—Pero no, no se ha suicidado —dijo.
—¿Por qué piensa usted que no se ha suicidado? —insistió ella mientras ojeaba los folios de su carpeta—. Dos testigos sólidos sostienen que se tiró ella sola a la vía, sin que nadie la hubiese empujado.
—No, no. La asesina de la pelota de golf la empujó a tirarse al tren, la obligó —dijo el hombre, al borde del enfado—. Fue un asesinato, tienen ustedes que investigarlo. No pueden cerrar el caso como un suicidio.
—Entonces, ¿debemos suponer que era usted consciente de que su mujer estaba en peligro?
Javier inclinó la cabeza, sin responder. Eva quiso formular la pregunta de otra manera:
—¿Sabe usted cuál es la razón por la que han matado a Sandra? Porque, de no existir una razón, su caso no será más que un simple suicidio.
El hombre levantó los ojos hacia Eva, durante un breve segundo, pesaroso. Luego se encogió de hombros y perdió la mirada en el suelo.
—Sí, sí lo sé —balbuceó finalmente.
Su afirmación sonó a confesión. Los dos policías guardaron silencio, dándole tiempo. El hombre, cuando se sintió preparado, comenzó a desgranar palabras, sin dejar de mirar al suelo:
—Ayer, cuando salió la noticia en el periódico, con todos los nombres, Sandra se puso muy nerviosa. Volvió del trabajo irascible, todo se le caía de las manos y parecía incapaz de centrarse en algo. Yo me di cuenta del cambio y le pregunté qué ocurría. Verá, ella nunca fue una mujer de guardar secretos. Cualquier cosa que le preocupase, enseguida lo contaba. Fuese buena o mala. Tras la cena, me confesó que aquella noche pasó algo que nunca debió haber pasado.
—¿Qué noche? —preguntó Eva.
—La madrugada del sábado al domingo, durante la Semana Santa de hace seis años.
Javier se pasó la mano por la cara, después por la nuca y luego continuó:
—Esa noche, pasados de alcohol y drogas, se desplazaban por la carretera de Cea. Siempre salían con dos coches y, en aquella época, los piques al volante eran habituales dentro de la pandilla. Los días de fiesta tomaban a menudo esa carretera para evitar los controles de la Guardia Civil, no solía haber tráfico de madrugada por ella. Tenga en cuenta que hoy está arreglada, pero entonces era un laberinto de curvas entre barrancos sin quitamiedos, espeluznante en noches de lluvia. Pero a ellos les gustaba el riesgo, supongo que les daba morbo. El caso es que esa noche en pleno pique, yendo los dos coches en paralelo, se encontraron de frente con otro vehículo. No frenaron, ni variaron su rumbo lo más mínimo. El otro automóvil tuvo que echarse fuera de la carretera para evitar el impacto, pero ellos siguieron con su carrera. Cuando llegaron a la meta acordada, entre gritos de júbilo y vaciles, decidieron volver sobre sus pasos. Aquel automóvil debería haber caído a la cuneta, pero encontró un árbol en su camino. Así estaba cuando ellos llegaron, echando humo y empotrado contra un pino, con un barranco de cincuenta metros a su lado. Dentro, un bebé lloraba en su silla, el padre estaba inconsciente sobre el volante, y la madre, atrás, malherida, con la cara deshecha.
El hombre movió la cabeza de un lado a otro, con un tremendo fatalismo. Luego suspiró, tomó aire y continuó:
—Anoche, Sandra me confesó que nunca había podido olvidar cómo aquella cara desfigurada los miraba con los ojos bañados en sangre. Esa imagen la recordaba a la perfección. Los chicos habían parado al lado. Se bajaron todos, pero nadie era capaz de pensar con claridad y cundió el nerviosismo. En esa situación, los más arrogantes tomaron la iniciativa. Aquello no estaba en sus planes, nunca debía haber ocurrido, pero tenían claro que si avisaban a la Guardia Civil, de un modo u otro, se verían involucrados en el accidente. Entonces, tomaron una mala decisión: agarraron el coche entre todos y lo empujaron barranco abajo. Imagínese, cincuenta metros de caída, dando vueltas de campana. Imposible sobrevivir, y muy difícil de localizar. Pensaron que, en el fondo, nadie los había visto, no había rodadas porque ni siquiera habían frenado... y los muertos no hablan.
Javier lanzó un nuevo suspiro, sin levantar la mirada. En esa posición, siguió con su relato:
—Supongo que nada fue lo mismo entre ellos desde aquel día. Sandra pensó, al leer la noticia, que la asesina de la pelota era la chica que iba dentro. No se equivocaba. Por alguna razón, se salvó. Según me dijo, ayer a la tarde estuvo en la biblioteca, para consultar los periódicos de aquel día, y todos confirmaban que la mujer había salido con vida. El hombre y el bebé, no. Milagrosamente, por puro azar, los habían encontrado al día siguiente. Es curioso —razonó, en tono de conclusión—, pero creo que ninguno de ellos se preocupó entonces de saber si habían encontrado el coche, ni qué suerte había corrido aquella gente. Al menos Sandra no lo sabía hasta ayer. Ya ve cómo era mi mujer —murmuró al final.
Después de eso, el hombre paró de hablar y la habitación se quedó en silencio, un silencio espeso, sepulcral, difícil de digerir. Al cabo de un instante, Eva lo rompió:
—¿Sabe usted quiénes eran los ocupantes de esos dos coches?
—No con exactitud —dijo abriendo las manos a modo de excusa—. Básicamente, los que ha ido matando. Sandra solo estaba preocupada por ella.
—¿Por qué una pelota de golf, qué significado tiene para ellos?
—Eso mismo le pregunté yo. Una pelota de golf porque el coche que despeñaron era un Golf, un Volkswagen Golf.
El hombre, ahora sí, dejó escapar una sonrisa antes de continuar:
—Le parecerá tonto —añadió—. A mí, sí, al menos. Pero le aseguro que fue muy efectivo. Cuando Sandra leyó los nombres de los muertos junto con el detalle de la pelota, ya no tuvo dudas. Supongo que si solo aparecieran los cadáveres de los chicos, podría ser por otra razón porque malos rollos no le faltaban a ninguno, pero ¿apareciendo con una pelota de golf al lado de cada uno? Sandra no tenía dudas de que también iría a por ella.
Eva lo miró largo rato, mientras parecía pensarse la siguiente pregunta.
—¿Le dice algo el nombre de Isaac? —soltó de repente.
—Sí. Isaac...
Javier hizo una pausa, como si estuviese repasando las palabras que iba a pronunciar.
—Él era el conductor de uno de los coches —dijo finalmente—. Es el padre de mi hijo.
Eva arqueó las cejas ante aquella afirmación. El hombre desgranaba las palabras con esfuerzo, se notaba que Isaac no era un tema de su agrado, pero se dio cuenta al instante de la incongruencia que acababa de decir y pareció sentirse en la necesidad de aclararla:
—Toni no es hijo biológico mío —dijo—. En esos años, Sandra e Isaac salían juntos y ella se quedó embarazada. Por lo que pude saber después, él nunca pensó en hacerse cargo del niño, ni siquiera lo quería tener. Aguantó más o menos un tiempo con ella, pero cuando acabó la carrera, la dejó con un bebé en brazos y se fue a trabajar a Barcelona. Supongo que tenía planes muy ambiciosos para su vida, y ni Sandra ni Toni entraban en ellos. Yo la conocí más tarde, cuando Toni ya tenía casi dos años. Nosotros nos casamos a los pocos meses.
El hombre ahora levantó sus ojos del suelo, como buscando comprensión.
—Como ve, mis expectativas eran mucho más modestas —dijo después.
—Siento mucho que se haya visto metido en esto y créame que no quisiera hacerle esta pregunta, pero es mi obligación.
—No se preocupe —dijo sinceramente, debió pensar que ya no quedaba nada inconfesable por contar.
—¿Sabe usted cómo podemos ponernos en contacto con Isaac?
Javier tardó en reaccionar. Pestañeó varias veces, se frotó la nariz, luego la frente y, finalmente, se levantó en silencio. Cogió un viejo móvil del fondo de un revuelto cajón de la biblioteca y volvió a sentarse en el mismo sitio. Marcó el pin y, una vez activado, buscó en la agenda. Luego se lo ofreció a Eva. En ese momento, quizá pudo más su conciencia que la humillación de traspasar la línea de lo que nunca querríamos admitir.
—Es su número de móvil —dijo—. A veces, se llamaban —confesó a continuación.
Eva miró el número y lo anotó, junto con una dirección: Calle Saturno, en Covadonga. Por eso no lo habían encontrado, pensó. No vivía en O Vinteún, sino al lado, en Covadonga.
También comprobó las llamadas, y algunos de los mensajes. Todas para Isaac, todos de Isaac. Después del tercero, no quiso seguir leyendo. Apagó el teléfono y se lo ofreció a Javier.
—¿Pasaban ustedes apuros económicos? —le preguntó.
Él negó con la cabeza mientras cogía el teléfono, sin levantar la mirada.
—Lo siento mucho. Es usted un gran hombre—añadió ella al tiempo que le daba un pequeño golpe de complicidad en la espalda.
Javier pareció no oírla. Apretó el pequeño aparato entre sus manos y permaneció en silencio, sin llorar. Sus sensaciones eran encontradas y su futuro, incierto. En la habitación de al lado le esperaba Toni. Pronto tendría que explicarle muchas cosas.
Cuando los policías salieron de la habitación, Eva ya estaba marcando el número que había apuntado. Varias veces, insistentemente. A pesar de sonar, nadie descolgaba. La psicóloga se unió en el pasillo. Antes de irse, Eva hizo un alto en su empeño y se agachó para despedirse de Toni con un beso. El pequeño seguía sonriendo.
—¿Qué decían los mensajes? —preguntó Antón ya dentro del coche.
—¿Te lo tengo que explicar todo? —contestó molesta.
—Pues si no lo entiendo, sí.
—Nada bueno —apuntó la psicóloga desde el asiento trasero, y que sin duda había estado escuchando toda la conversación desde el pasillo.
Eva pareció no querer revelarlos. Pero cuando ya nadie lo esperaba, contestó:
—Concepto de padre de Isaac: si necesitas ayuda económica para la manutención de mi hijo (que dicho sea de paso, me importa una mierda), me llamas y sin problemas. Eso sí, previo paso obligado por mi cama. Concepto de esposa de Sandra: trato hecho.
No hubo más preguntas en el coche.


Entrada la noche, y estando Eva en comisaría, por fin alguien descolgó aquel teléfono.
—¿Quién es? —gruñó una voz masculina desde el otro lado.
—¿Isaac? Soy la inspectora de Policía Eva Santiago. Solo dígame una cosa: ¿piensa usted viajar a Ourense próximamente?
—Inspectora de Policía... —repitió el hombre con lentitud.
—Sí, ¿en dónde se encuentra usted? —insistió Eva inquisitiva.
Isaac se tomó su tiempo antes de contestar, parecía querer medir cada una de las palabras que pronunciaba en sus respuestas.
—Pues ahora mismo, en una zona de descanso de la autopista —respondió—. Como usted bien ha dicho hace un momento, voy de camino a Ourense.
—¿Tenía previsto de antemano desplazarse hoy hasta aquí?
—No. Pero mi antigua pareja, Sandra, ha muerto esta mañana y una amiga suya me ha avisado de inmediato. Además, tenemos un hijo en común.
—¿Una amiga de Sandra? ¿Conoce usted a esa amiga?
—No, no la conocía hasta hoy.
Eva ató cabos con rapidez. Tanta, que daba la sensación de que aquella situación era, con exactitud, la que se había estado imaginado durante toda la tarde mientras intentaba que alguien contestara a sus llamadas.
—Sandra no ha muerto —dijo enérgicamente—, ha sido asesinada brutalmente. Por eso, me estoy poniendo en contacto con usted. Sospechamos que esa mujer que le ha avisado es la misma que despeñaron ustedes hace seis años cerca de Cea, la misma que ha matado durante esta semana no solo a Sandra sino también a Marc, Javi, Sebas y Miguel, y exactamente la misma que ahora le ha llamado a usted con la única finalidad de que venga a la ciudad para poder asesinarle. ¿Me permite usted que, en nombre de la policía, le recomiende que desista de su viaje?
Se hizo un largo silencio entre los dos, quizá el tiempo que aquel hombre necesitó para asimilar lo que Eva le acababa de contar.
—¿Está usted ahí? —preguntó ella al cabo de unos segundos.
—Sí, descuide, sigo aquí —reapareció Isaac—. Señorita, por supuesto que le permito a usted que me recomiende lo que quiera pero, desgraciadamente, no le voy a hacer caso. Ya he recorrido cuatrocientos kilómetros, mi hijo se acaba de quedar huérfano y, por otro lado, me apetece ir al funeral de mi antigua pareja. Le aseguro que ninguna llamada puede hacerme cambiar de idea.
—¿Cuándo llegará usted? —preguntó Eva después de una pausa.
—Pues no lo sé. Es un viaje largo y, seguramente, pararé más veces.
—Me gustaría hablar con usted y, asimismo, asignarle protección durante el tiempo que permanezca usted en la ciudad.
El hombre soltó una gran carcajada al otro lado del teléfono. Luego respondió:—Pues si quiere hablar conmigo, mañana sobre las doce me podrá encontrar en el tanatorio de Seixalbo. Por supuesto, estaré encantado de que nos podamos conocer.
—Allí le veré.
Eva colgó, quedándose durante un tiempo con su mano apoyada sobre el aparato, meditando. Luego exclamó:
—¡Idiota!


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Published on November 29, 2013 05:24