Roberto Martínez Guzmán's Blog, page 3
May 28, 2016
CARTAS DESDE EL MALTRATO: Prólogo
Corría el año 2010 cuando publiqué por primera vez Cartas desde el maltrato. Por aquel entonces, era una autopublicación y la ilusión que puse en sacarla a la luz, contrastó de inmediato con la intolerancia de algunos que veían en mí más un blanco a quien atacar en el ámbito personal que un autor que solo pretendía publicar un libro que creía interesante. No fue una experiencia memorable, pero tengo que reconocer que algo bueno sí me dejó y fue comprobar que la manera de entender las tramas que tenía desde pequeño, y que nunca me había atrevido a presentar a los lectores, resultaban mucho más atractivas de lo que yo siempre había creído.Poco después, la relación con la protagonista se rompió y nunca más volví a saber de ella. En ese momento, me desvinculé por completo del libro y decidí seguir mi vida como escritor de intriga, que era lo que siempre me había gustado hacer desde pequeño. No me fue mal desde entonces. He publicado dos novelas, que han encabezado listas de ventas y conseguido una buena aceptación por parte de la crítica, y en unos días presentaré la tercera.Quizá pensando en ello, varias personas del mundo literario y editorial me han aconsejado que no reedite este libro. Los últimos días he oído que no es una publicación oportuna, que no me prestigia como autor de ficción y que me somete como persona a un juicio muchas veces interesado y tendencioso. Es posible que todo sea cierto en mayor o menor medida, pero como suelo guiarme por mi ética y mis criterios, yo he creído que debía emprender esta empresa. ¿Por qué? Pues porque no conozco otro libro que de manera tan directa nos acerque el diario personal de alguien que ha sufrido un maltrato y no voy a ser yo quien lo guarde en un cajón cuando los derechos de autor y de difusión me siguen perteneciendo pese a haberlo ofrecido a todas las personas interesadas a lo largo de estos años. Quizá por su dureza, quizá por ser una historia real o quizá porque toca en profundidad un tema nunca exento de polémica y reivindicaciones, en el fondo, tengo la sensación de que si ahora lo edito, es porque nunca nadie se ha atrevido a firmarlo con su nombre.Respecto a la historia en sí, no voy a decir que sea objetiva, porque es indudable que en este mundo no hay nada más subjetivo que un diario, pero sí que estoy convencido del interés que encierra poder conocer la visión que tenía, en el mismo momento que la estaba sufriendo, alguien que ha vivido una situación así. Para mí, sin duda, esa es la grandeza del libro y lo que hace que sea especial, el cuándo fue escrito el diario y lo íntimas y personales que son las apreciaciones que encierra. Y también quiero decir que desde ese punto entendí el planteamiento del libro, pensando que mi aportación en él no debía ser la de juez de la historia, sino más bien la de notario, para así dejar en manos de cada lector, de una manera intencionada, las consideraciones que creyese oportunas hacer. Espero haberlo conseguido. Gracias anticipadas por su lectura.
ROBERTO MARTÍNEZ GUZMÁNMayo, 2016
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Published on May 28, 2016 09:46
CAFÉ Y CIGARRILLOS PARA UN FUNERAL en el blog: completo y gratis
Hola a todos.
Puesto que "Café y cigarrillos para un funeral" se puede descargar gratis en todas las aplicaciones de lectura, he pensado que también debería leerse gratis aquí en el blog.
Os dejo los enlaces y, por supuesto, os invito a leerlo.
PRÓLOGO LA DENUNCIA LA ENCUESTA LA ESPERA LA VERDAD
Saludos y gracias.Roberto.
Published on May 28, 2016 05:59
CAFÉ Y CIGARRILLOS PARA UN FUNERAL: IV. La verdad
«Lo único que sabemoses lo que nos sorprende:que todo pasa, comosi no hubiera pasado»(SILVINA OCAMPO)
Lunes, 10:30 horas Una ambulancia paró en el margen izquierdo de la concurrida Rúa da Saínza, a la altura del número 108. Llegó al lugar sin prisa, sin haber accionado la sirena ni los farolillos. En cuanto el motor cesó en su sonido, un técnico descendió por la puerta del acompañante, el conductor hizo lo propio por la suya, y ambos, uno por cada lado del vehículo, se dirigieron hacia la parte posterior. El primero abrió el portón trasero y esperó a que descendiera la mujer que viajaba atrás. A continuación, subió al compartimento, liberó las ruedas de la silla que trasladaba al enfermo y la colocó en la plataforma hidráulica. Mientras tanto, otra mujer les esperaba sobre la acera, justo en el borde, sin perder detalle de la operación. Nada más acabar su descenso aquel mecanismo, el conductor cerró el portón y los cinco entraron en el edificio. Los sanitarios delante, trasladando al enfermo, mientras las dos mujeres parecían ejercer de guardaespaldas. Con esa misma distribución, se repartieron en los dos ascensores. Cuando todos estaban frente al piso, una de las mujeres avanzó un paso y abrió la puerta. El técnico entró empujando la silla, con su compañero al lado, y se dejó guiar por ella. Una vez que habían pasado todos, la otra mujer cerró la puerta a sus espaldas y los siguió. Al llegar al salón la improvisada fila india, los dos sanitarios dudaron qué hacer por un instante, buscando con la mirada una indicación. Fue el propio enfermo quien se adelantó a cualquier respuesta:—Déjeme aquí, estoy bien, puedo estar sentado —dijo desde la silla, volviendo ligeramente la cabeza hacia ellos.El hombre se levantó con cierta dificultad y se sentó en el centro del sofá que parecía presidir el amplio salón. La primera mujer dejó su bolso encima de la mesa, le acercó una manta que esperaba en un sofá auxiliar y le ayudó a que acabase de acomodarse ante la atenta mirada de todos. Al terminar, acompañó a los dos sanitarios de vuelta a la puerta. Durante su ausencia, la mujer que les había esperado en la acera se agachó frente al enfermo:—¿No prefiere acostarse un rato? —dijo.—No, estoy bien, y no descansaré hasta que arreste a quien me ha hecho esto.Ella lo miró con empatía, con la complicidad que solo puede ofrecer quien está en disposición de conceder un deseo intensamente esperado por su interlocutor.—Hoy será —añadió mientras se erguía.Cuando la primera mujer volvió a la estancia, también se acercó al hombre. En este caso, para darle un beso en la cabeza, a la altura del pelo, acompañándolo de una lenta caricia. La segunda, al lado, observó la carantoña hasta el final, sin interrumpirla. Luego se dirigió a la mujer:—Necesito su colaboración por última vez. Esta asintió al instante, con decisión, sin el menor atisbo de duda en su respuesta. En ese momento, los ojos del hombre se iluminaron.
Lunes, 13:00 horas Apenas tres horas después y cuando las manecillas del reloj estaban a punto de alcanzar la primera hora de la tarde, una anciana mano de dedos estilizados y piel moteada por el paso del tiempo pulsó la tecla de un vetusto contestador de mesa. «Papá, ven en cuanto puedas. Tengo malas noticias», se oyó en el aire. Nada más escucharlo, el anciano esbozó una discreta sonrisa horizontal. Sin abandonarla, posó el pequeño bolso que colgaba de su hombro en el suelo, se cambió de chaqueta en el dormitorio y hasta perfiló la marcada raya de su pelo delante del espejo del baño. Apenas unos minutos después, la puerta de la entrada a su domicilio se cerró y toda la estancia quedó en silencio, como había estado durante toda la semana anterior.Tan solo veinte minutos más tarde, sonó el timbre en casa de Yolanda.—¿Por qué malas noticias? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó el anciano en cuanto se abrió la puerta de entrada.Yolanda se mostró hermética.—Malas noticias —respondió ofreciéndole la espalda—. Ven.Los dos avanzaron a lo largo de un estrecho pasillo en forma de L, al final del cual podía adivinarse la sala de estar con la puerta abierta. La mujer cruzó el umbral y avanzó un paso, echándose a un lado. Detrás, el hombre se dispuso a atravesar el mismo umbral, al tiempo que volvió a preguntar:—¿Qué pasa?Pero no hubo respuesta alguna, aunque enseguida dejó de esperarla. Se quedó delante de aquella puerta mirando fijamente hacia el sofá situado en el centro mismo del habitáculo. En él, la figura de Delfín permanecía sentada, serena, con una expresión contenida y las piernas tapadas por una manta, como un vecino indiscreto que se ha colado en una fiesta familiar a la que no está invitado. Como un hecho inevitable, los ojos de los dos hombres se encontraron por un momento. Tan solo un breve instante, hasta que el anciano apartó la mirada para dirigirse a su hija:—¿Qué hace él aquí? —preguntó con energía.Fue el propio Delfín quien contestó desde su posición:—Yo también me alegro de verle —dijo, sin poder disimular un cierto tono irónico.El doctor Frontela aparentó no oír aquella respuesta, o podría decirse que quiso ignorarla de manera deliberada. En cambio, se fijó en la pelirroja chica que asistía a la escena justo desde detrás del mismo sofá.—¿Quién es usted? —preguntó con aire altivo.—Alguien que se encarga del cuidado del doctor Sánchez.El hombre parecía desconcertado con la situación, con los invitados inesperados, con la tensión del ambiente, también con las respuestas que había obtenido hasta ese instante, pero no hizo más preguntas. Buscó en toda la sala algún detalle, alguna clave que le permitiese recuperar el terreno que parecía evidente que los allí presentes le llevaban de ventaja.—¿Qué está pasando aquí? —acabó por preguntar una vez más ante el silencio de todos.Un silencio que duró hasta que Eva decidió tomar la iniciativa. Sin prisa, avanzó desde detrás del sofá y colocó un pequeño artefacto sobre la mesa del salón. Los ojos del anciano se posaron de inmediato sobre el pequeño objeto.—¿El hecho de que no esté dentro de su cuerpo le sirve como explicación a sus preguntas? —preguntó la inspectora.El doctor Frontela, el antiguo doctor Frontela le dirigió una mirada interrogativa a Eva:—Soy la inspectora Santiago. Dígame una cosa, ¿hay alguna posibilidad de que este marcapasos acabase dentro del cuerpo de su yerno salvo que usted se lo implantara?El hombre no contestó.—Doctor Frontela, ¿nos lo va a poner fácil o tendremos que hacer las pruebas pertinentes para demostrar que este marcapasos y solo este ha sido manipulado e instalado por usted en el cuerpo del doctor Sánchez con el objeto de que el sábado, justo a las siete de la tarde, hiciese que su corazón latiera a cuatrocientas pulsaciones por minuto?El hombre siguió en silencio, como recluido en un caparazón imaginario, a la vez que el brillo de su mirada se iba apagando al ritmo que Eva desgranaba sus preguntas. —Doctor Frontela —insistió ella—, el hombre que contrató en Sevilla le ha reconocido esta mañana por fotos. Hoy, porque ha estado todo el fin de semana de juerga en Madrid a costa del dinero que usted le envió. También hemos podido comprobar la transferencia. A esta hora, ya hemos podido situarle al menos en ocho de las ciudades desde donde fueron enviados los anónimos a Delfín y pronto tendremos el resto. Doctor Frontela, su propia hija recordó que alguien con acento andaluz...—Ella no ha tenido nada que ver —la cortó él.Eva hizo un alto debido a la interrupción. Luego continuó:—Que un hombre con acento andaluz le había llamado a la clínica recientemente; también de haberle visto manipular un marcapasos días antes de operar a su marido; y fue ella misma, doctor Frontela, la que dio la voz de alarma el sábado por la tarde de manera que, por suerte, ha podido ser intervenido de urgencia pocos minutos antes de que se cumpliese la fatídica hora.—¿Cómo pudiste hacer algo así? —reprochó Yolanda desde su posición.La pregunta desconcertó al anciano. Se llevó la mano a la frente y murmuró una mala explicación, aunque una buena confesión:—Era fácil, seguro y constituía mi mejor herencia, no creo que me queden muchos años de vida —añadió con voz lastimosa.—¿Tu herencia?—No quería dejarte una clínica compartida con él, sería como no dejarle nada.—¿Y por eso matas a una persona? —replicó de nuevo Yolanda—. A la mierda el dinero, una vida vale más que todo el dinero del mundo.—No es una persona, es él.La indignación de Yolanda, contenida en un primer momento, se mostraba ahora desbocada y su intensidad amenazaba con crecer a cada segundo.—¿Por qué no dices que nunca te pareció suficiente para mí? Querías alguien con aspiraciones, con ambición y siempre te pareció un pobre médico limitado a sus enfermos. ¿Crees que no me daba cuenta de que nunca te gustó? Mamá ponía la cara, pero en el fondo, los dos estabais de acuerdo. Ni un gesto amable, ni atisbo de respeto por ser mi marido, ni siquiera por ser el padre de tu nieto.—No podía consentir que hubiese otra persona en la clínica. He visto cómo sufrías hace dos años con cada desaire de su amiga, con cada desprecio suyo, ¿pretendes que además tengas que compartir la clínica con cualquier desconocida que quiera meter en su vida? No, ese día me prometí que o salía de tu vida de manera definitiva, o no iba a permitir que cumpliese cincuenta años.Los ojos de Yolanda amenazaban con salir proyectados hacia el anciano.—No has entendido nada —dijo moviendo la cabeza a ambos lados.El hombre reculó un paso, se apoyó en el borde de la puerta y perdió su mirada en el mismo sofá que ocupaba Delfín. En esa posición, retomó su explicación, pero ahora sin esperar respuesta ni pretender ser entendido.—El día que murió tu madre se lo prometí solemnemente y al día siguiente, ya me había puesto a ello. Durante aquellos meses pensé en mil maneras de hacerlo, sopesé posibilidades, riesgos, eficacia, incluso contacté con un sicario, pero nunca me decidí a dar el paso, porque en todas dejaría rastro. Por eso, cuando me dijiste que necesitaba un marcapasos, supe que esa era mi oportunidad, y no pensaba desaprovecharla. Su corazón se pararía y certificarían su muerte como un nuevo infarto, nada fuera de lo normal. —¿Por qué el día de su cumpleaños? —interpeló Eva. Él se encogió de hombros.—¿Y por qué no? Tenía que elegir una fecha y esa me pareció buena —se explicó. —¿Y los anónimos?—Lo de los anónimos no fue premeditado, no estaba en el guion. Empezó como un juego y creo que acabó yéndoseme de las manos. En el fondo, pensé que también sería una buena manera de devolverle todos los malos ratos que le ha hecho pasar a lo largo de su vida, que no han sido pocos. Y total, aunque alguien los descubriese en algún momento, ustedes apuntarían hacia un paciente que nunca encontrarían, por lo que acabarían por archivar el caso.El hombre hizo un alto.—No creí que supusiera un riesgo —resumió.—¿Y no se le ocurrió pensar que podría descubrirse en la autopsia?—No, fíjese en el aparato —dijo sonriendo, henchido de orgullo por su creación—, solo es un poco más grande de lo normal. El temporizador va dentro y la gente que hace las autopsias no son unos expertos. Señorita, es una obra de arte, una obra de ingeniería, demasiado perfecta para que pueda ser descubierta por alguien que no sea un especialista.Yolanda escuchaba a su padre con atención. Cuando este acabó de hablar, toda su indignación se había transformado en desprecio, absoluto desprecio concentrado en una simple mirada.—Eres un demente —dijo como resumen a mil frases que pasaban por su mente.El hombre bajó la cabeza ante aquella acusación, quizá también intuyó todo lo que Yolanda no había dicho. Luego miró un breve instante a Delfín, antes de dirigirse a su hija con aire temeroso, con ese tono insoportable que solo posee una pregunta cuando es formulada sabiendo de antemano que es la última.—¿Vas a quedarte con él?—Cuando yo elijo a alguien es porque sé que volvería a elegirlo cada día, y ante todos. Mamá me lo enseñó, no sé por qué nunca lo asumisteis en mi caso. Luego tomó aire, como si lo necesitase para que su última frase tuviese un tono más bajo, pero un significado más contundente:—Creo que he hecho mi elección hace años, y el sábado la reafirmé.Yolanda se dio la vuelta esquivando la derrotada mirada de su padre y se situó al lado del sofá que ocupaba Delfín. En este momento, Eva se acercó al anciano.—Doctor Frontela, tenemos que irnos.El hombre no se resistió, tan solo se volvió hacia la inspectora con timidez. Durante unos segundos, echó un último vistazo a toda la estancia, despacio, nostálgico. Al acabar, abandonó el salón del brazo de la inspectora.—Sí, es hora de que me vaya.
Lunes, 17:00 horas Antón esperaba sentado frente a Eva, apoyado en la propia mesa de despacho sobre la cual esta tecleaba el informe del caso.—¿Cómo supiste que Yolanda no mentía?—No lo sabía —respondió ella sin alterar su escritura.—Podía querer sacarlo de allí para matarlo.—Sí, podía.—Era una posibilidad… —insistió él a la espera de una respuesta más concisa.Esta se produjo en cuanto Eva acabó de firmar el informe.—Antón, la cuestión era sencilla, o apostaba por una opción o apostaba por la otra. Es decir, o le hacía caso a Yolanda y lo metíamos en el quirófano, o no le hacía caso y lo mantenía en la casa. Una lo salvaba y otra lo condenaba.La inspectora se tomó un segundo de reflexión, a la vez que abría las manos intentando reafirmar su explicación. —Pues decidí elegir la menos arriesgada. Además, la versión de Yolanda tenía sentido.—¿Y si mentía y solo quería matarlo?—En realidad, si quería matarlo, quizá no perdiésemos tanto. Porque en ese caso, creo que el propio Delfín sería el que se querría morir al descubrirlo.Antón se tomó un tiempo para acabar de ordenar el puzle en su cabeza. Eva le ayudó:—Algunos sentimientos entre dos personas son tan grandes, que por mucho que se disfracen, jamás logran disimularse.
FIN
Published on May 28, 2016 05:16
CAFÉ Y CIGARRILLOS PARA UN FUNERAL: III. La espera
«Descansa bajo un arco el moribundo solY, tal enorme sudario rezagado, hacia Oriente,Oye, querida, oye cómo avanza la Noche.Antes de que el crepúsculo en noche se convierta,y se duerma la calle y se entorne la puertaa solas con mi pobre madurez inexperta,quiero que mi demanda se encuentre con tu oferta.»(MARIO BENEDETTI)
Sábado, 8:00 horas La irreverente luz del sol de julio, disparando sus rayos desde el albor, marcó el inicio del día tantas veces anunciado en aquellos anónimos. Eva, después de pasar por la comisaría, se citó con Delfín a las ocho para desayunar en la cafetería Titanic. Mientras, tres policías, disfrazados de improvisados electricistas, inspeccionarían a fondo su vivienda.En la terraza de la cafetería, Eva colocó su cara intentando recibir en ella los primeros rayos de sol del día. Delfín, en cambio, se sentó de espaldas, quizá porque a él aquella mañana le parecía un atardecer. Un ocaso prolongado, macabro y que estaba poniendo a prueba su resistencia. Pese a no haber podido conciliar el sueño en toda la noche, se presentó a la cita con la inspectora perfectamente afeitado e impecablemente vestido. El café, solo y cargado, lo despejó aún más:—Como se imagina no he podido dormir —dijo nada más sentarse—. Pero no me importa, prefiero estar despierto. Pueden ser mis últimas horas en este mundo y quiero vivirlas conscientemente.Su discurso sonaba tranquilo, sosegado, impregnado de un aplomo sorprendente.—No se imagina la de cosas que es capaz de pensar una persona en su última noche, la de momentos que es capaz de revivir, la de personas que te das cuenta que te han sobrado en la vida, y la de ellas que te faltan…Eva escuchaba con empatía, quizá por ello supo mantenerse en silencio cuando el hombre necesitó hacer un alto para buscar nuevas palabras.—Sabe, en esta vida los sentimientos más fuertes siempre se nombran con palabras cortas y se firman con actos grandes. Esta noche, pensando, me he dado cuenta de que los mayores errores de mi vida siempre han sido motivados por hablar mucho y actuar poco. Y ahora que me gustaría cambiarlo, creo que ya es tarde.—No, quizá no lo sea.—Inspectora, la vida es como un sueño. Nadie te pregunta si quieres tenerlo, ni si es ese el que quieres tener, pero después deseas que nunca suene el despertador. El problema es que en mi caso, creo que alguien me ha retrasado el reloj con toda la mala leche del mundo y todavía nadie ha encontrado la manera de desconectarlo.—Debemos ser optimistas —apuntó la inspectora.—No soy optimista ni pesimista, solo realista. Y aunque puede intentar convencerme de lo contrario, no me negará que la cosa está difícil. Si hubiesen detenido a mi asesino, me habrían llamado de noche. He estado esperando esa llamada, pegado al teléfono toda la noche.Delfín revolvía el café con desgana mientras hablaba. Cuando acabó la última frase, le dio un pequeño sorbo a la taza y sacó un cigarrillo.—¿Sigue fumando?—¿Por qué no? —se defendió él a medio camino entre la suficiencia y la ironía—. ¿Acaso teme que me dé otro infarto en las próximas once horas?Eva pensó que había llegado el momento de exponer con claridad la situación, sin falsas expectativas ni tampoco dramatismos absurdos. Quizá eso le ayudase a ver la realidad desde un punto de vista un poco más objetivo. —Teresa y Jaime siguen perdidos, y no quiero engañarle, creo que va a ser difícil que consigamos situarlos a lo largo del día de hoy. De todos modos, si llegan hasta aquí, los estaremos esperando. A Yolanda, a Fernando y a su madre, los tenemos bajo control. En cuanto al doctor Frontela, hemos comprobado que a esta hora está a miles de kilómetros de distancia. Pero como con el resto de sospechosos, hemos montado guardia en su casa por si regresa antes de lo previsto. Cualquier otra posibilidad que pudiese existir, al igual que la opción de que hayan contratado a un sicario, no hemos podido cubrirlas previamente, por lo que deberemos estar alerta. De todos modos, de producirse alguna de ellas, sería una sorpresa para todos.—¿Teresa o Jaime? No sabría elegir. Se me hace difícil imaginar a cualquiera de los dos como mi asesino.—Hay otra cosa, un rayo de esperanza —anunció ella como colofón—. Hace un día que identificamos al chico de Sevilla, el que encargó las flores en la floristería y que todo nos indica que también ha sido quien contactó por teléfono con el dueño de la funeraria. Es una persona muy conocida entre la policía de allí, pero todavía no han conseguido localizarlo. Deberían haberlo hecho ya, pero parece que se lo haya tragado la tierra. —Sevilla es grande.—No se crea, para él quizá no lo sea tanto.
Sábado, 14:00 horas La casa de Delfín es una coqueta construcción de planta baja situada en Cudeiro, localidad anexa a la ciudad regada por cientos de viviendas unifamiliares edificadas en la falda del monte del mismo nombre y que están unidas por una estrecha carretera a lo largo de varios kilómetros de curvas imposibles. A su lado, un pequeño alpendre colocado a la derecha de la vivienda hace las funciones de garaje. Delante, diez metros de improvisado aparcamiento de tierra la separan de la carretera.Antón tomó posición a las doce en una zona elevada de la montaña, por encima de todas las viviendas. Desde su ubicación no solo se divisaba la casa de Delfín sino también los alrededores y varios kilómetros de aquella carretera. Una carretera poco utilizada durante la semana pero que ahora el carácter ocioso de cualquier sábado había hecho incrementar su tránsito de manera considerable. Sin duda, ello dificultaba el control de acceso a la casa.Eva, por su parte, llegó a la vivienda un par de horas más tarde. Llamó al timbre, esperó con aire impaciente y, cuando el hombre abrió la puerta, lo saludó de manera amistosa. Apenas unos minutos antes, se habían retirado los electricistas.—¿Le gusta la comida china? —preguntó luciendo una enorme sonrisa en su cara.Delfín hizo un gesto ambiguo. Ante él, la inspectora avanzó hasta el interior de la vivienda a la vez que la puerta de entrada se cerraba a su espalda. Luego esperó en el salón y acabó por sentarse en el sofá principal cuando el hombre llegó a su altura. —Quiero que cierre de manera hermética todas las ventanas de las habitaciones —dijo—, hasta el fondo. En las de la cocina y en las de esta sala, deje las ranuras abiertas para que entre alguna luz. Asegúrese de que podemos ver aquí pero sin que desde afuera se nos vea a nosotros.Delfín obedeció. Mientras escuchaba cómo el hombre recorría una a una todas las estancias, Eva marcó el número de Antón.—Ya estoy dentro. Todo en orden —dijo por el micrófono.—Espera un minuto.A través del teléfono, se oyó otra conversación, casi imperceptible. Al poco rato, Antón regresó con la inspectora.—Eva, te cuento, dos novedades. Una buena y una mala.—Primero la buena, por favor. Vamos a empezar con una alegría.—La buena, han localizado a Jaime. Y creo que podemos descartarlo. En efecto, está en Barcelona de vacaciones con unos primos. Consiguieron averiguar la dirección y, al ir a buscarlo, acabaron por encontrárselo en la calle. Cuando llegaron al sitio, vieron salir a un hombre que cojeaba, le pidieron que se identificara y… ¡bingo! Se han quedado de guardia, a controlarlo, pero dudo que pueda estar aquí a las siete de la tarde.—¿La mala?—Hemos perdido a Yolanda. Al menos, de momento.—¿Cómo?—Salió con el niño y no ha regresado. Al parecer, el chico estaba apuntado para un campamento y fue a dejarlo, pero eso lo supieron después. Es una zona de bosque y no quisieron seguirla dentro del recinto para no descubrirse. Resultó que había dos salidas y se fue por la otra. Se han montado controles en la carretera, y siguen haciendo guardia en su casa, pero por el momento está perdida.—Fantástico…Delfín había acabado el encargo y se había sentado en el sofá situado frente la inspectora. —Todo cerrado como me indicó —dijo cuando vio que esta había terminado la llamada.Eva asintió con la cabeza, sin palabras. Luego se recogió el pelo en una especie de moño mal perfilado, se tomó un instante para pensar y comenzó a hablar en un tono que más parecía que estuviese dirigiéndose a alguno de sus subordinados que a una víctima inocente.—La situación a esta hora es la siguiente —dijo—. Jaime, Fernando y su madre, están localizados. Sí, Jaime, también, y casi descartado. Por el contrario, a Teresa y a Yolanda, las tenemos perdidas. Siguen buscando al chico de Sevilla, y el doctor Frontela, no nos consta que haya regresado de Nueva York.El hombre hizo un gesto de extrañeza. —¿Yolanda no está en Bueu de vacaciones, no la estaban vigilando?—Sí, pero esta mañana se ha zafado de los agentes.—No me puedo creer que sea ella quien quiere matarme —dijo después de manera lastimosa.—Doctor Sánchez, ya se ha acabado el tiempo de hacer suposiciones, de pensar quién puede ser o no. En su momento hemos seleccionado unos nombres y son con los que tenemos que trabajar, todos por igual. Y ahora mismo, la realidad es que a su exmujer le han perdido la pista en circunstancias bastante extrañas. Por lo tanto, debemos considerarla como una candidata porque, si nuestros cálculos no fallan, es muy posible que una de las dos se presente a lo largo de la tarde en esta casa con las peores intenciones.Delfín bajó la cabeza y se tomó un tiempo para asimilar aquella información. Cuando pareció haberlo hecho, razonó:—Una de las dos… muerto probablemente a manos de una mujer. ¿Es cierto que una mujer es mucho más cerebral que un hombre a la hora de matar? —Ella hizo un gesto de tímida aprobación—. Bueno, supongo que eso complica el asunto —acabó por mascullar para sí.Después de escucharlo, Eva se recolocó en su asiento y, al acabar, su cara había adquirido una seriedad todavía mayor que hasta entonces.—Doctor Sánchez, atiéndame —dijo golpeando el cristal de la mesa con la punta de uno de sus dedos a fin de reclamar toda la atención posible a su interlocutor—. Durante toda la mañana mis compañeros han comprobado de manera minuciosa su vivienda y los alrededores. Puedo asegurarle, sin temor a equivocarme, que no hay bombas, ni micrófonos, ni cámaras. Han tomado muestras de agua, de comida y hasta de aire. También han comprobado las flores y las bases de las coronas en busca de productos químicos o incluso de algún artefacto, y no han encontrado nada. A pesar de todo, las han puesto en el alpendre anexo a esta casa —dijo señalando la puerta que daba al garaje—. Eso supone que todo peligro, por fuerza, debe de venir desde afuera. Antón, mi compañero al cual ya conoce, está en la cima de la montaña, desde una posición en la que se divisa la carretera, esta casa y todos los alrededores. Otros dos compañeros, vestidos de paisano, se han situado uno a un kilómetro siguiendo la carretera hacia arriba y otro, un kilómetro en dirección a Ourense. ¿De verdad cree que el asunto, como usted le llama, está complicado? ¿Complicado para quién, para nosotros o para la asesina? Piense que cualquier persona que quiera acercarse a usted, incluido un asesino profesional, debe pasar necesariamente ante nuestros ojos, aunque ella no se dé cuenta. Como mucho podrá camuflarse dentro del tráfico hasta la puerta, pero cuando pretenda entrar en la casa, ya la estaremos esperando. También hemos tenido cuidado de que quien le ha enviado esos anónimos, no sospeche que estamos aquí. De lo contrario, podría abandonar la idea de matarle hoy a las siete de la tarde e intentarlo cualquier otro día, a cualquier otra hora, y entonces nosotros no podríamos protegerle. En estos momentos, creo que esa sería su mejor baza y no estamos dispuestos a concedérsela. Delfín la escuchaba impasible.—Hoy es el día, el que ha elegido su enemigo y en el que nosotros queremos que se desarme —sentenció ella al final.—¿Y por aire?Eva le dirigió una mirada sorprendida, y a continuación cambió el rictus de seriedad que había mantenido los últimos minutos.—No hay misiles en Ourense, doctor Sánchez, por lo que la posibilidad de un ataque aéreo se me antoja más propia de una película de ficción que de la vida real.Delfín no parecía convencido. Ella insistió:—¿Sabe cuántas personas han muerto en Ourense en los últimos cincuenta años por un ataque aéreo? Cero, y dudo que usted vaya a tener el honor de ser el primero.Después debió pensar que aquella posibilidad no merecía ni un minuto más de su tiempo y decidió dar por finalizada la conversación, antes de que el propio miedo del hombre le pudiera llevar a aferrarse a ella. —Voy a familiarizarme con la casa.
Sábado, 15:00 horas —No me ha respondido a lo que le he preguntado antes —rompió Eva con inusual énfasis el espeso silencio que presidía la espera justo antes de que el reloj de la sala marcase las tres. Y si con ello pretendía captar la atención del hombre, lo consiguió de lleno.—¿Le gusta la comida china? —desveló al instante.Pero Delfín no respondió, ni siquiera hizo ademán de ello. Ante su atenta mirada, Eva abrió los paquetes de comida que había traído, la extendió sobre la pequeña mesa de salón y puso un par de bebidas a su lado. A continuación, se acercó a la cocina, tomó varios cubiertos, dos servilletas y el mismo número de vasos.Cuando regresó a la sala, Delfín permanecía sentado, inmóvil.—Tiene que comer algo —dijo ella en un tono casi maternal—. Puede fiarse, no está envenenada, la he comprado yo misma.Pero antes de que alguno de los dos hubiera metido el primer bocado en la boca, el móvil de Eva vibró sobre la mesa, abortando aquel forzado intento de almuerzo.—Eva, hay una chica dentro de una furgoneta que ha parado frente a vuestra casa. No es alguien que conozcamos pero todo apunta a que va para ahí.La voz de Antón se oyó más allá del propio teléfono. Los dos se levantaron como un resorte. La inspectora le hizo un breve gesto con la mano a Delfín para que esperase. A continuación, se dirigió a la puerta de la entrada. Por la mirilla, observó una furgoneta blanca, con los portones traseros abiertos. Detrás de ellos, pronto apareció una chica rellenita, vestida con una bata de trabajo gris y portando una gran corona de flores. Eva llamó con una seña a Delfín, indicando a la vez por donde debía acercarse, fuera del alcance de la puerta. —¿Cuántas coronas ha recibido? —le susurró cuando este llegó a su altura.—Ocho, el viernes. Y ayer… tres.La inspectora se tomó un instante para pensar.—Antón dijo doce. ¿Por qué una hoy?El hombre se encogió de hombros, justo en el momento que sonó el timbre por primera vez. Eva volvió a mirar por la mirilla. La chica había dejado la pesada corona en el suelo y permanecía a la espera frente a la puerta, inmóvil. La inspectora se apartó hacia atrás y volvió a tomarse un instante para pensar, hasta que el timbre sonó por segunda vez. Luego movió a Delfín hasta el lugar donde ella había estado inicialmente. —Cuando yo le indique —le dijo al oído—, abra desde esta posición, sin moverse, y deje la puerta franca, para que yo pueda ver a la chica en todo momento.A continuación, desenfundó su pistola y se retiró a la sala, colocándose detrás del sofá y asentando contra él su arma, que quedó lista para disparar sin posibilidad de error. En ese momento, el timbre sonó por tercera vez. Delfín buscó con la mirada a la inspectora y, tras la seña de esta, de un impulso franqueó la puerta de par en par.—Traigo una corona para Delfín Sánchez —anunció la recién llegada con cierta desgana.—De acuerdo.La chica dudó qué hacer ante la pasividad del hombre.—¿Se la coloco en algún sitio?Delfín señaló al lado de la puerta, sin mover más que un brazo y lo imprescindible.—¿No quiere que se la arregle en donde vaya a quedar? En el velatorio, me refiero.—No, no es necesario. Gracias.La chica hizo gesto de no entender nada, dejó las flores en el lugar indicado y, al acabar, le ofreció el albarán de entrega junto a un bolígrafo.—¿Me firma?En cuanto tuvo la rúbrica necesaria, hecha sin apenas mirar el papel, se dio media vuelta y se despidió con un escueto gracias. Debió pensar que aquel era uno de los clientes más raros con los que se había topado. Quizá coleccionara coronas fúnebres o quizá, quién sabe, acabase de ver al propio cadáver puesto en pie.Por su parte, en cuanto la chica se dio la vuelta, Delfín cerró la puerta sin acompañarla, inmóvil como había permanecido todo el tiempo, y buscó a Eva con la mirada. Esta ya se acercaba con la pistola en una mano y el teléfono en la otra. Volvió a mirar por la mirilla, a la vez que subía el aparato a su boca.—Antón, todo normal. Se va.—Sí, lo estoy viendo. El coche es de la floristería y el encargo estaba pendiente de entregar desde ayer, pero no les quedó tiempo. Acabo de llamar al establecimiento ahora. También me han descrito a la chica con exactitud. De todos modos, la pararemos por el camino.—Perfecto.Eva colocó la pistola en el cinturón y el teléfono en el bolsillo y fue a por un cuchillo a la sala. Con él en la mano, se agachó junto a la corona y olió las flores, revolvió los tallos y hasta rajó la base, comprobando el relleno minuciosamente en busca de algo sospechoso.—Nada —dijo ante la atenta mirada del hombre—. Pero vamos a ponerla con las demás. Será una cosa menos de la que preocuparnos.—Deje, ya voy yo.Delfín unió la corona recién llegada con las otras en el garaje mientras Eva regresaba a la sala.—Vamos a comer algo con calma, la mesa sigue puesta —dijo cuando él volvió.El hombre se dejó caer en su sofá y tomó aire intentando tranquilizarse. Durante un tiempo centró su atención en los recipientes que ella le estaba colocando delante, aunque su pensamiento parecía cada vez más alejado de aquella mesa. —Mi última comida —razonó—. ¿Se da cuenta de que esta puede ser la última vez que coma en este mundo? En una ridícula mesa de salón, en compañía de una desconocida… y esperando mi muerte. Una muerte que nadie sabe muy bien de dónde va a venir, ni cómo se va a producir, ni tan siquiera si será o no dolorosa. Bonita comida de despedida a cincuenta años de triste existencia.—Doctor Sánchez, su vida no es triste. Luego interrumpió por un momento lo que estaba haciendo.—Delfín, he estado en su consulta, todo el mundo le aprecia. Estos días nos hemos fijado en dos pacientes descontentos, pero apostaría a que hay cientos, miles que le estarán eternamente agradecidos. Su propia enfermera lleva años con usted, le adora y respeta. He hablado con ella y puedo asegurarle que no ha salido una sola palabra de su boca que no destilara respeto, cariño y admiración hacia usted. Y esas son tres cosas que no se compran, esas se ganan a lo largo de los años, día a día.—Pues está claro que hay alguien con quien no me lo he ganado.—Siempre hay personas impermeables a sus semejantes. La envidia y el odio ajeno son filtros que transforman en algo malo todo lo bueno que nosotros podamos o queramos ofrecerles, pero no debemos permitir que ellos gobiernen nuestra existencia, y mucho menos, que decidan sobre nuestra vida. Por eso estoy yo aquí y por eso están mis compañeros ahí fuera.—De todos modos, no tengo hambre —dijo el hombre, impermeable a las palabras que acababa de oír—. Voy a por café —añadió luego.Eva no tardó ni un segundo en levantarse de su asiento por puro instinto.—No tema, si estuviese envenenado ya estaría muerto. Está hecho desde primera hora de la mañana y ya he tomado más de una taza antes de que usted llegase—comentó camino de la cocina—. Digamos que los últimos días bien podría parecer que estoy llevando un régimen a base de café, y lo estoy cumpliendo a rajatabla. ¿Quiere uno?—No.Delfín regresó con un gran tazón de café humeante entre las manos, que colocó sobre la mesa a la vez que encendía un cigarrillo.—No sé si le molesta, pero creo que es un privilegio que puedo tomarme teniendo en cuenta las circunstancias. Considérelo como el último deseo que se concede a todo condenado a muerte.—No me molesta.
Sábado, 15:30 horas De nuevo, el teléfono de Eva vibró en medio de los dos.—Dime. —Hemos parado a la chica y la hemos identificado a conciencia. —¿Y?—Es una repartidora, una vulgar repartidora. Además, lleva tiempo en la empresa. Creo que se ha llevado el susto de su vida. —Mejor. Aquí seguimos esperando.—Cualquier novedad, te aviso —se despidió Antón.—¿Por qué no le pregunta por el chico de Sevilla? —comentó Delfín nada más dejar Eva el teléfono sobre el cristal—. ¿Sigue en paradero desconocido, como si se lo hubiera tragado la tierra?La inspectora asintió con la cabeza.—Quizá mi verdugo haya entrenado con él, ¿no ha pensado en esa posibilidad?Ella no respondió esta vez.—Tengo oído que es difícil matar por primera vez. De este modo, yo sería el segundo.—Vamos a pensar que no es así, y también que pronto lo encontrarán.—Bueno, esto abre una nueva posibilidad —continuó Delfín con su monólogo—, que después de haberlo hecho una vez, le haya resultado tan horrible que no quiera repetirlo.—Doctor, me gustaría que se concentrara en cosas reales.—Se da cuenta, mi vida en manos de las sensaciones de un loco.Eva tomó aire, una bocanada enorme, quizá por agotamiento o para buscar la paciencia necesaria ante aquella situación. Una dosis extra de oxígeno que pareció darle fuerzas de inmediato para tomar el mando de la conversación:—Olvídese del chico de Sevilla. Si aparece es posible que nos solucione muchas cosas pero eso no está en nuestras manos, como no lo está el saber si es una broma o no. Así que debemos descartar esas opciones y concentrarnos en lo que tenemos aquí. Y aquí, la realidad es que estamos esperando que alguien llegue por esa puerta. Por eso, me gustaría que intente olvidar durante unas horas todos esos pensamientos negativos. Fume todo lo que quiera, tome el café que desee, pero le necesito alerta y centrado. Y no me creo que una persona como usted se dé por vencido sin luchar hasta el final. He visto como se ha ido derrumbando estos dos últimos días, progresivamente, y no digo que no lo comprenda, pero si quiere permanecer con vida no es un lujo que ahora mismo pueda permitirse.Delfín miró hacia Eva durante un segundo. Luego se concentró en el suelo, pensativo, y permaneció así durante un buen rato. Quizá la mujer tuviese razón.
Sábado, 17:00 horas Toda espera tiene el curioso don de volverse insoportable con el paso del tiempo y, la que se mantenía en casa de Delfín a medida que avanzaba la tarde, comenzaba a adquirir un marcado tono dramático. Aquellas llamadas, esperanzadoras al inicio de la tarde, ahora suponían un sobresalto mayor cada vez que se producían. Cuando faltaban poco más de dos horas para cumplirse el fatídico instante vaticinado en las amenazas, de nuevo la misma vibración sobre la acristalada mesa decidió el final de una conversación, en este caso intranscendente, y atrajo la atención de los dos al momento. Eva descolgó sin dejar de mirar a Delfín.—Dime —dijo al aparato.Luego transcurrieron unos segundos, en los que la cara de la inspectora cambió de manera ostensible dejando entrever que nada seguía como hasta entonces. La llamada acabó con un seco entiendo y los segundos posteriores comenzaron con un temeroso e impaciente qué pasa pronunciado por Delfín.—Yolanda viene en esta dirección. Está en la carretera y es de suponer que se dirige hacia aquí.Los dos se quedaron parados.—Es imposible —se anticipó Delfín, como si eso le confiriese un mando en la situación que hacía mucho tiempo ya que no tenía.Luego preguntó temeroso:—¿Va a detenerla?La inspectora se tomó un momento para pensar.—No, por desgracia, primero necesitamos que se descubra. En el fondo no tenemos nada con que incriminarla.—No puede ser ella…—Escuche, va a actuar igual que ha hecho antes con la repartidora, solo que esta vez yo le estaré cubriendo desde la cocina. Déjela entrar, pero reténgala en el salón, manténgase a cierta distancia y nunca se coloque usted entre ella y la cocina, ¿de acuerdo?Él no respondió.—¡Despierte! —lo arengó la inspectora con un grito contenido—. Puede abrir esa puerta y descerrajarle un tiro, puede sacar un cuchillo y rajarle el cuello o puede usar cualquier veneno, y entonces nada importará lo que usted crea o desee. Así que despierte de una vez y luche por su vida.El timbre sonó atronador por primera vez en el aire. Delfín dudó. Ella lo agarró por los hombros y lo sacudió con fuerza, a la vez que volvió a chillarle con el sonido de un susurro:—¡Póngase en guardia!En cuanto lo soltó, el hombre se dirigió con pesadez hacia la puerta y se colocó en la misma baldosa que había estado hacía poco más de una hora. A su espalda, Eva se dirigió a la cocina y buscó una ubicación discreta, arrimó la puerta sin cerrarla y colocó una silla detrás. Un chasquido de dedos marcó el momento de abrir, justo cuando el timbre retumbaba por segunda vez en toda la casa. Cuando la puerta de entrada se abrió de par en par, la recién llegada avanzó hacia el interior de la vivienda desgranando frases que no diferirían de cualquier saludo rutinario, incluso amistoso. Delfín seguía en su posición, rígido, con la puerta abierta y la respiración contenida. —Feliz cumpleaños, cariño —dijo al final la mujer.Luego se quedó mirando la petrificada figura de su exmarido.—¿Qué te ocurre?—Nada.Ahora sí, el hombre cerró la puerta, esquivó sin disimulo la figura de Yolanda y se dirigió a la sala, mirando de reojo un par de veces a la mujer.—Estaba tomando café —dijo a modo de excusa.Yolanda lo siguió con cara de no entender muy bien qué estaba pasando. Sobre la mesa, permanecía la comida servida y sin empezar.—Bueno, también iba a comer —añadió en un pobre intento de perfeccionar la primera excusa.La mujer se fijó en la mesa, en la comida, en los tenedores y es posible que también en los dos vasos y otras tantas servilletas.—Creo que he llegado en mal momento —dijo—. Lo siento, no era mi intención interrumpir —añadió luego.Después se tomó un tiempo para pensar, unos pensamientos que fueron ensombreciendo poco a poco su semblante.—Veo que no has empezado la comida, y que has puesto dos servilletas y dos vasos, pero no recuerdo haber visto ningún coche afuera cuando llegué —razonó—. Apostaría a que has quedado con alguien para comer y que finalmente no ha venido. Luego hizo un alto y respiró con fuerza antes de continuar:—También veo que con el plantón se te han quitado las ganas de comer y has decidido pasar directamente al café. Porque tazas, solo has puesto una.El hombre hizo intención de volver a explicar desde el principio la situación, pero no debió encontrar las palabras adecuadas.—Solo venía a traerte un regalo de cumpleaños. No se cumplen cincuenta años todos los días, el niño tiene campamento este fin de semana y pensé que podía ser una buena idea… En fin, déjalo.Cuando acabó de hablar, Delfín había abandonado cualquier intento de explicación y permanecía inmóvil al lado de la mesa. Delante de él, Yolanda extrajo un alargado paquete del bolso, envuelto en papel de regalo, lo colocó sobre el cristal con cuidado y se dio la vuelta en dirección a la puerta de entrada, aunque sin avanzar, quizá esperando esa explicación que todavía no había escuchado. Él miró el paquete fijamente, con una intensidad que bien pudiera deducirse que intentaba atravesar el envoltorio con la mirada. Luego se produjo un largo vacío entre los dos, uno de esos silencios de atmósfera espesa que solo pueden surgir entre dos personas que han compartido muchas cosas cuando una no sabe qué decir y la otra si va a escuchar algo.—¿Por qué? —se lamentó él—. ¿Por qué quieres matarme? Yo no te molesto, nunca te he molestado.—¿Qué dices?Delfín pareció no haber escuchado. Se sentó, se derrumbó en el sofá antes ocupado por Eva como solo un hombre vencido por completo puede hacer, y abrazó su cabeza con ambas manos, mientras Yolanda permanecía de pie ante él.—¿Vas a negarme lo que es del todo evidente, vas a negar que solo has venido hasta aquí para matarme, que me has estado enviando una carta cada mes con tus amenazas?—No sé de qué me hablas.—Pero lo que más me duele es tu crueldad. ¿Por qué has querido torturarme anunciándolo durante todo un año? Eso no lo entiendo.—Delfín, ¿te están amenazando? —preguntó ahora Yolanda, con evidente cara de incredulidad. —Siempre te he querido y no te has dado cuenta, yo siempre he pensado que algún día podíamos volver a intentarlo, que podíamos estar bien los tres juntos cuando estuviésemos los tres solos, que solo era cuestión de que los dos quisiéramos...—No entiendo nada de lo que estás diciendo, ¿qué te pasa?—Ya no hace falta que disimules. Lo sé todo, todo… —gritó el hombre hasta que un ahogado sollozo acabó por cortar su voz, como si con aquel grito se hubiese agotado.—De verdad, no sé de qué me estás hablando.—¿Por qué no me matas ya? —dijo intentando sobreponerse a sus lágrimas—. ¿Tienes que esperar necesariamente a que sean las siete de la tarde?—¿Esperar a las siete, para qué? Me puedes explicar de una vez qué te pasa, ¿te están amenazando? ¿Es eso lo que ocurre?Pasaron tres minutos largos, agónicos, en los que Yolanda tenía demasiadas preguntas y Delfín ya ninguna respuesta. Tres minutos que finalizaron de manera brusca cuando Eva irrumpió en la sala sin haber enfundado todavía su arma y ante la atónita mirada de la pareja.—Señora, lo que ha dicho su exmarido, es verdad —dijo con una serenidad abrumadora—. Alguien se ha tomado la molestia de enviarle innumerables anónimos durante el último año, anónimos anunciando su muerte, y también de preparar un funeral para hoy y a su nombre.—¿A mi nombre?—Sí, señora, a su nombre. El semblante de la mujer, que antes había pasado de la decepción al desconcierto, ahora tan solo dejaba entrever temor, un temor que parecía no haber alcanzado su techo. La inspectora no se dejó impresionar y continuó:—No sabemos si es una broma o si las amenazas se ejecutarán. Pero hay indicios claros de que será la segunda opción y he de decirle que, si hace una hora usted estaba en nuestra lista de sospechosos, viniendo aquí en estos momentos, se ha colocado la primera destacada.—¿Es usted policía?—Sí, señora, soy inspectora de policía. Yolanda se sentó en el sofá más cercano, pensativa, para acabar abriendo los dos brazos a la vez en señal de improbable descargo, mientras Eva parecía querer procesar cada uno de sus gestos.—¿Y qué puedo hacer yo para demostrar que nada de eso va conmigo —dijo Yolanda—, que no tengo nada que ver en ello, que me acabo de enterar de todo esto? Puede registrarme, vaciar mi bolso, incluso desnudarme si quiere, pero no encontrará nada que sirva para matar a alguien.Luego señaló el paquete.—Es una tablet, nada especial. Pensé que le haría ilusión. Ábralo, desármela si quiere, pero no encontrará nada dentro. Es una simple tablet, como hay miles.Después dirigió sus ojos hacia Eva:—¿Ustedes no tienen manera de comprobar cuándo una persona es inocente? La inspectora no contestó, se limitó a abrir el paquete y examinar cada elemento que había dentro. En efecto, era una tablet, con su caja, su libro de instrucciones, su cargador, también un adaptador, pero solo una tablet. Después cogió el bolso de la mujer y repitió la operación, vaciándolo sobre la mesa. Finalmente, se dirigió a Yolanda: —Levántese y venga conmigo.Las dos entraron en la cocina. Allí la cacheó de un modo minucioso, más incluso de lo que antes había hecho con sus pertenencias. Cuando salieron, ambas parecían algo más relajadas. Yolanda, delante; Eva, a su espalda.—Creo que será mejor que se vaya —dijo la inspectora al llegar a la sala—. Permanecer en esta casa puede ser peligroso y mis compañeros necesitarán hacerle unas preguntas. En cuanto salga ya la abordan.La mujer no se inmutó:—No voy a irme. Mi sitio está aquí, entiéndalo —balbuceó con timidez.Luego se movió hasta situarse frente a Eva.—Inspectora, comprendo el peligro que corro —dijo con decisión—, pero no voy a marcharme. Ya me ha registrado, puede volver a hacerlo, más a fondo si lo desea, las veces que necesite, pero se lo ruego, permítame que me quede. Sus palabras sonaban a petición sincera, casi a súplica, a pesar de la firmeza que intentaba imprimir a su tono.—He compartido con él la mayor parte de los años de mi existencia, es el padre de mi hijo y él está presente en los mejores momentos de mi vida. Si alguien quiere matarlo aquí y ahora, tendrá que pasar por encima de tres personas. Además recuerde que soy médico.Luego se produjo un instante de duda, de decisiones necesarias entre opciones equilibradas, de valoraciones rápidas y evidentes apuestas arriesgadas. Un instante tan solo interrumpido por la vibración del teléfono en el bolsillo de Eva.—Espera un minuto —dijo sin escuchar.A continuación, miró a Yolanda, de arriba abajo, varias veces; de manera fugaz a Delfín, sentado, abatido en el sofá; y de nuevo a la mujer. Esta vez a los ojos:—Está bien, puede quedarse.Yolanda hizo además de sentarse al lado de su exmarido, pero no llegó a materializar su intento.—A partir de ahora —dijo Eva anticipándose—, Delfín estará aquí. Usted y yo —señalando a la mujer—, esperaremos en la cocina.Yolanda se encaminó hacia allí, cogió su teléfono de entre los objetos que había esparcido la inspectora sobre la mesa y se fue sin poner objeciones. Eva se dirigió a Delfín: —Encienda la televisión y baje el volumen. Es necesario dar sensación de normalidad y estar más atentos que nunca. Del resto, me ocupo yo.El hombre obedeció con esfuerzo. Cogió el mando y eligió un canal al azar, programó un volumen apenas perceptible y escondió de nuevo su cabeza entre los brazos, como quien tiene su propia calavera en las manos y no sabe qué hacer con ella.Cuando Eva llegó a la cocina, Yolanda la esperaba impaciente.—¿No puede ser una broma?—Es una posibilidad.La inspectora marcó el teléfono de Antón, sin dar más explicación.—¿Qué ha pasado? —respondió este sin esperar ni un solo tono.—Aquí, todo bien, bajo control. Delfín está en el salón viendo la tele y he decidido que Yolanda se quede. Estaremos en la habitación de al lado, en la cocina.—¿Estás segura?—Sí, todo lo segura que puedo estar. ¿Alguna novedad por ahí?—Una importante —anunció eufórico desde el otro lado—, hemos localizado a Teresa. Sí, los compañeros de Madrid, ha vuelto a su casa. En efecto, estaba de vacaciones, pero en París, nada cercano a Sevilla. La abordaron en la calle y todavía traía el equipaje con el franqueo del aeropuerto.—De todos modos, hay que seguir controlándola.—Sí, pero creo que podemos ir tachándola.—¿Algo más?—No, los demás no se han movido.—Estate atento a todo.Luego dejó el teléfono sobre la mesa.—Gracias por permitir que me quede —dijo Yolanda desde el otro lado de la mesa.—No me las dé. Si no se ha ido todavía es porque prefiero tenerla controlada yo de primera mano.La mujer pareció acusar el golpe. Eva la miró fijamente.—Dígame, ¿tiene idea de quién puede querer matar a Delfín?—No, no salgo de mi asombro. Delfín es un buen hombre, no me imagino que alguien desee hacerle daño. Es una de estas personas con las que puedes enfadarte, tener diferencias, incluso no entenderte en algún momento, pero es imposible que llegues a odiarle. Tan fuerte a la hora de tratar a un enfermo como débil cuando se trata de sí mismo, no hace falta más que verlo —dijo mirando de reojo hacia la sala. Luego se atrevió a preguntar:—¿Aparte de mí, sospechan de más gente?—Sí —contestó estoicamente la inspectora, sin dejar de mirarla a los ojos—, pero acaba de caerse la última opción.—¿Eso me convierte otra vez en sospechosa?—No, yo no he dicho eso.Yolanda no pareció convencida con la respuesta, pero quizá pensó que intentar un nuevo descargo podría resultar inútil y quizá hasta sospechoso. Eva comprobó la hora en su móvil, las 17:40. Después razonó en alto:—Puede ser que una de las personas a quien controlamos nos haya descubierto y haber desistido por el momento; o bien puede venir alguien en quien no hayamos pensado; y claro, también puede ser una broma, una broma tan cara como macabra. Pero los anónimos eran metódicos, nada improvisado, y dejaban clara la intención de que fuese hoy y a las siete de la tarde, justo cuando Delfín cumpla cincuenta años.Yolanda permanecía atenta a la inspectora.—¿Su padre está en Nueva York? —preguntó esta.—Sí… claro. —A continuación, hizo memoria, con evidente cara de sorpresa—. Me llamó a mediodía desde allí —añadió—, desde una cabina, nunca lleva móvil cuando va de vacaciones porque lo siguen llamando constantemente, por su trabajo. Tengo la llamada registrada en mi teléfono, mire.La mujer desbloqueó su teléfono, pulsó llamadas recibidas y se lo colocó delante a Eva.—La última —dijo.La inspectora comprobó por encima el aparato y dejó escapar un gesto contrariado. Acto seguido, cogió el suyo y marcó:—Antón, ¿sabemos algo del chico de Sevilla?—No, ayer no fue a trabajar donde suele ponerse, no está en su vivienda y nadie lo ha visto desde hace dos o tres días. Me han dicho los compañeros de allí que ya no saben dónde buscar. Es más, empiezan a temerse lo peor.—Mierda, teníamos que haberles pedido una foto —exclamó con fastidio. —Sí, deberíamos, pero ahora ya es tarde para eso.—Porque digo yo, ¿este cabrón no estará de visita turística en Ourense?Antón se tomó un breve tiempo al otro lado.—¿Que le hubieran contratado un pack completo? —preguntó luego.—Exacto.—Bueno, es una posibilidad. Habrá que estar atentos.—Sí, una más.Eva colgó y volvió a centrar su mirada en Yolanda, a medio camino entre el análisis y la búsqueda de inspiración. Esta aguantó durante unos segundos y luego preguntó con timidez, como si la ciudad que acababa de oír en la conversación le resultase del todo extraña:—¿Qué pasa en Sevilla?La inspectora no tuvo problema en aclararlo. Quizá buscando la clave que todavía no había encontrado.—Las últimas llamadas y movimientos se han hecho desde allí, por un chico a quien sospechamos que le pagaron. Ya sabe, un chapero fácil de comprar. Lo están buscando.Yolanda se quedó pensando, profundamente, como si esa ubicación ya no le resultase tan extraña.—Cuénteme algo que no sepa —inquirió Eva, atenta al cambio.Pero no dijo nada. En cambio, dejó perder la mirada en el suelo mientras su cara se fue cubriendo de un terror imposible de describir. —Dios mío —balbuceó de manera instintiva.Luego se puso en pie y recorrió toda la cocina con una nerviosa mirada en círculo. Desde la distancia, se centró durante un breve momento en Delfín, aunque su atención parecía seguir lejos de allí:—Dios mío, no puede ser —repitió sin dejar de estar ausente.Cuando sus ojos se encontraron con los de Eva, ya de pie frente a ella, su recorrido se detuvo por un momento.—No puede ser.—¿Qué es lo que no puede ser…? —insistió la inspectora.Luego siguió observando a la mujer, más aun si cabe. Esta volvió a sentarse, dubitativa, horrorizada.—Es terrible —dijo para sí—. Dios mío, tenemos que irnos.Después, miró su reloj, a continuación de nuevo a Eva, y repitió, esta vez convencida y de un modo desesperado:
—Tenemos que irnos. Tenemos que irnos ya.
Published on May 28, 2016 05:14
CAFÉ Y CIGARRILLOS PARA UN FUNERAL: II. La encuesta
«A todas partes que me vuelvo, veo las amenazas de la llama ardiente, y en cualquiera lugar tengo presente tormento esquivo y burlador deseo» (FRANCISCO DE QUEVEDO)
Viernes, 10:00 horas El edificio Santa María Nai luce como un gran rectángulo blanco enclavado en la zona norte del Complejo Hospitalario de Ourense. Es el edificio más especializado, el que más pacientes aglutina y el auténtico centro neurálgico de la atención sanitaria de la ciudad. En él, en la planta baja, se ubica la oficina de Atención al Paciente, lugar a donde van a parar todas las reclamaciones. A pocos metros, y ya en un primer piso al que se accede subiendo unas cómodas escaleras o después de conseguir engancharse a alguno de los escasos ascensores, se encuentran las consultas de las distintas especialidades. El trasiego de pacientes y personal por los anchos pasillos de todo el edificio un viernes a las 10 de la mañana es continuo.A esa hora, Eva, portando varios folios enrollados en su mano, subió las escaleras hacia la consulta del doctor Sánchez entre dos personas de considerable edad que, pese a sus limitaciones físicas, no estaban dispuestas a esperar por uno de aquellos ascensores de funcionamiento desesperante.Desde las ocho y media había estado seleccionando sin descanso nombres de pacientes en la oficina de Atención al Paciente. Poco antes de esa hora había visitado el despacho del Director Médico, a fin de conseguir el conveniente franqueo para los ordenadores del centro. Una visita breve en el tiempo y curiosa en su desarrollo a un hombre de modales toscos e igual tamaño en ancho y altura. —¿Y eso lo investiga la policía? ¿No tienen nada mejor que hacer en la comisaría? —dijo primero, tan pronto la inspectora le manifestó el motivo de su visita con la placa en la mano y una autorización judicial sobre la mesa, aunque sin querer revelar la magnitud exacta de las amenazas.El hombre apenas prestó atención a cualquiera de las dos cosas más allá de su primer comentario. Quizá tampoco a la posterior explicación de la inspectora. Se limitó a dar por terminada la visita en cuanto pudo:—Mire lo que quiera, pero no pierda mucho el tiempo. Seguro que eso es cosa de algún loco que se aburre, tenemos muchos por aquí —dijo con un marcado aire de suficiencia.A la salida, desde la puerta, Eva no pudo dejar de analizar una vez más a aquel hombre y recordar lo que había dicho la noche anterior Delfín. Unos médicos aspiran a curar enfermos, y otros a ocupar cargos directivos.Por suerte en la oficina de Atención al Paciente todo el mundo había sido más cordial con Eva y, tras algo más de una hora de búsqueda, había conseguido recopilar once reclamaciones y una demanda contra Delfín, en los últimos diez años de profesión. También más de doscientas solicitudes de apremio de cita, algo ajeno a su responsabilidad por otra parte. Desde luego no era una mala estadística, pensó Eva mientras sumaba escalones camino de su consulta. O como mínimo, estaba claro que el doctor Sánchez tenía un funcionamiento mucho más diligente que la propia Administración sanitaria. De los primeros, dos nombres había subrayado de manera especial en sus notas, Jaime Nogueira y Fernando Valenzuela. Los mismos que puso en conocimiento de Antón en cuanto encontró un rincón aislado en la primera planta para hablar por teléfono.—Perfecto, espero que en unas horas podamos tenerlos controlados —respondió este desde el otro lado de la línea.—El primero vivía en Ourense ciudad y le puso una demanda —explicó Eva—. El segundo, era de Celanova y solo presentó una reclamación, no llegó a más. Del resto de pacientes, no hay nada relevante. La verdad es que Delfín parece un médico eficiente y hasta me atrevería a decir que una persona bastante apreciada en el centro.—Yo todavía estoy por su vecindario, pero tampoco he encontrado a alguien que pueda resultar sospechoso. Alguna envidia encubierta, alguna habladuría, pero poca cosa. Buscaré un rato más, aunque creo que salvo que me encuentre con alguna sorpresa de última hora, me voy a ir pronto. —¿A Teresa y Yolanda las habéis localizado?—A las dos, no. Te cuento. Teresa vive ahora en Madrid. No sabemos por qué, pero está domiciliada allí y, de momento, todavía están tratando de encontrarla. Segundo, Yolanda. Está en Bueu, como nos dijo Delfín, junto con el niño. Ya está un coche de la Policía Local vigilando sus pasos con discreción.—Que no se arriesguen a ser descubiertos porque si nos precipitamos, es posible que después nos cueste recopilar pruebas contra el culpable.—No te preocupes, eso ya se lo he remarcado a todos. Otra cosa, al doctor Frontela hemos tenido que llamarle y no responde. En principio, debemos fiarnos de Delfín, pero trataré de asegurarme mejor si está en Nueva York o no.—¿Has vuelto a hablar con la policía de Sevilla?—Sí, y esta es la buena noticia. La gente de allí se ha movido con rapidez, ya han conseguido visionar las imágenes y han reconocido al chico de la floristería de inmediato. Resulta que es un chapero muy conocido entre ellos, un pobre diablo con facilidad para meterse en líos y al que han detenido en más de una ocasión. Aseguran que, como muy tarde, esta noche lo localizarán y no tienen ninguna duda de que les dirá quién lo contrató.—¿Y cómo pueden estar tan seguros?—Bueno, creo que al chico no es muy difícil sacarle las palabras.La inspectora se tomó un tiempo para distribuir en su cabeza toda la información y, al cabo de unos segundos, dedujo en voz alta:—Desde luego, conseguir saber quién lo ha contratado nos daría un buen impulso en la investigación. ¿Les has dicho que necesitamos que lo encuentren cuanto antes?—Sí, están al tanto y en estos momentos lo buscan sin descanso. Le han concedido prioridad absoluta al caso.—Perfecto. Pero de todos modos, y hasta que tengamos un nombre en nuestras manos, vamos a actuar como si esa vía no existiera.Antón pareció estar de acuerdo con la estrategia.—¿Tú que has sacado de los anónimos? —preguntó luego.—Los he estado estudiando a fondo durante la noche. Las oficinas de remisión no nos dicen nada, es como si las hubiesen elegido al azar por toda España. Sobre el contenido, quien los envió tiene claro desde el inicio qué día y a qué hora nació Delfín y apuesto también a que es una persona con un buen nivel cultural, porque en todos la ortografía es perfecta y la redacción, más que correcta. Había pensado en la posibilidad de que hubiese contratado a un asesino a sueldo, pero dudo que alguno pueda escribir así. También porque, de usar a un sicario, le encargaría todos los pasos y no buscaría a un miserable para las gestiones en Sevilla. De todos modos, es una opción que siempre debemos tener presente. Lo que no me acaba de encajar es que no se aprecia un odio especial en sus palabras, y eso significa que o bien es una persona muy comedida o bien es otro interés el que le mueve. Imagínate que, en este sentido, incluso no me sorprendería que acabase siendo una broma de algún gracioso.—¿Pero cómo alguien va a hacer algo así? Lo habría desmentido antes.Eva sonrió con malicia, una de esas sonrisas que se perciben incluso a través de un teléfono.—Hay muchos idiotas sueltos, y nunca infravalores la capacidad de empeño y dedicación de un idiota —acabó por decir como cierre a aquella conversación.Nada más guardar su teléfono, la inspectora buscó las consultas de Traumatología y se sentó como una paciente más en la sala de espera colocada como un apéndice del propio pasillo. Se fijó que las puertas estaban numeradas con código extraño y, en el centro de la sala, había un indicador que señalaba desde qué consulta se requería al siguiente paciente de la lista de ese día. Al lado de la puerta de cada médico, había otra perteneciente a Enfermería.Al cabo de unos minutos, la puerta de la consulta del doctor Sánchez se abrió y salió una paciente, a la vez que su código se iluminó en el marcador. Una señora apoyada en una muleta se levantó enfrente de Eva, ayudada por la que semejaba ser su hija, y se encaminó hacia la entrada. La inspectora siguió con atención su recorrido. Cuando la puerta de la consulta se había cerrado de nuevo, Eva dejó su asiento y se acercó a la de Enfermería. Con discreción, la golpeó con los nudillos, dos veces. No tardó en asomar una enfermera de canas abundantes y peso casi tan escaso como su estatura.—Soy la inspectora Santiago —se presentó.La mujer la miró de la cabeza a los pies y no dudó en franquearle la entrada.—Pase y espere aquí —dijo señalando la que con toda probabilidad fuese su propia mesa de trabajo.Sin más explicación, esperó a que Eva estuviese sentada para dirigirse hacia la consulta de al lado.—Espere aquí, voy a avisar al doctor Sánchez —repitió con un tono cortés. —Dígale al doctor que en cuanto acabe con la paciente, me gustaría que me dedicase unos minutos. Pero no hay prisa. Mientras tanto, me gustaría hablar con usted un momento.La enfermera abrió la puerta interior entre consultas. Con ella abierta, se oyó un leve cuchicheo entre ellos. Eso fue todo. Apenas unos segundos más tarde ya estaba de vuelta frente a la inspectora.—El doctor todavía va a tardar unos minutos, ¿puedo ayudarla en algo? —Siéntese un momento, por favor —le indicó Eva—. ¿Cuántos años lleva usted trabajando con el doctor Sánchez?La mujer pensó un momento.—Dieciséis —dijo dubitativa—, casi diecisiete.—Entonces estará al corriente sobre si ha tenido o tiene algún enemigo aquí…—No, nunca ha tenido enemigos. Al menos que fuese de dominio público.—¿Y sin que fuera de domino público? A veces, la envidia es mala consejera y la ambición mucho peor, ¿nadie envidia su puesto o lo considera un rival a la hora de optar a un puesto superior? —insistió Eva.—Pues le repito lo mismo que antes, que yo sepa, no. Él nunca ha ambicionado un cargo directivo, ni siquiera dentro de la unidad, cuanto más a nivel del centro. A decir verdad, es un hombre tranquilo que disfruta con el trato a los enfermos y no suele tener frentes abiertos con nadie.Eva se dio por satisfecha con la respuesta.—Y siendo un hombre tan tranquilo, ¿sabe cuál fue el motivo de su separación?—No, no lo sé. O al menos, no como para que usted pueda hacerse una idea… —La mujer pareció dudar durante un momento de las palabras que debía emplear— una idea exacta, o que usted pueda fiarse de lo que yo diga al cien por cien, ¿me entiende?—No se preocupe, no consideraré su respuesta como un dogma de fe.—En realidad, solo sé que tenían problemas con las familias —dijo bajando el tono de voz de forma considerable—. Pero no con la de uno u otro, sino con las dos. Ya sabe, nueras, yernos, suegras, no suelen llevarse bien. Pero no me pregunte de quién era la culpa, porque eso no sabría decírselo.Eva se quedó pensando un momento.—¿El padre de la doctora Frontela era un elemento de discordia en el matrimonio de su hija?—No, creo que la cosa iba más entre las dos madres.La inspectora seguía enlazando cabos dentro de su cabeza.—¿No han muerto ya?—Sí, las de los dos. Hará tres o cuatro años, poco después de la separación del doctor, y en el plazo de unos pocos meses.—¿Y no sabe si ha habido algún acercamiento entre ellos, algún intento de reconciliación? Porque deduzco que si el problema eran las madres, y por lo que sé ninguno ha logrado rehacer su vida, no creo que sea una idea descabellada.—Pues se ve que no han querido volver —razonó la mujer—, o quizá haya cosas que no se perdonan, no lo sé. Señorita, entiéndame, yo no le pregunto al doctor por su vida privada. Todo lo que le estoy diciendo es por lo que veo o intuyo.—No se preocupe, me vale con lo que me ha dicho.La mujer hizo un gesto de alivio al oír esta frase. Eva decidió cambiar de tema:—¿Desde cuándo sabe usted que está amenazado?—Pues a decir verdad, desde hoy. Me lo confesó al llegar, cuando me avisó de que vendría usted.—¿Nunca le había dicho nada?—No —dijo con un aplomo enorme—. Sí me había fijado que a veces estaba más preocupado de lo normal o más irascible, pero no sabía por qué. Pensé que la soledad era mala compañera en la vida, o incluso que deseaba volver con la doctora y esta no le daba ocasión, ya ve qué cosas piensa una, pero nunca me imaginé que pudiera ser por algo así.—¿Por qué dice lo de la soledad?—Porque desde que se separó no he vuelto a ver un brillo especial en sus ojos. Ya sabe, las mujeres quizá nos enamoremos con más facilidad pero a un hombre se le nota mucho más —dijo con una sonrisa—. Ellos lo ocultan peor.Luego su tono se volvió serio, incluso melancólico:—Y la única vez que creo que intentó rehacer su vida, sospecho que no le quedaron muchas ganas de repetir…—¿Lo dice por Teresa?—Sí.—¿La conoce?—Tuvo una relación con el doctor durante algún tiempo, hará dos años o así, y solía venir por aquí algunos días.Eva guardó silencio esperando que la mujer continuara con el tema.—Mire, no me gusta hablar mal de nadie y mucho menos señalar a una persona en una situación como esta, pero Teresa era cuanto menos especial. Ella era una de tantos visitadores médicos que vienen por aquí a menudo. Mientras sus visitas fueron solo profesionales, todo iba bien, pero cuando su relación se hizo también personal, entonces pareció como si se hubiera transformado. Creo que se celaba de todo y todas, incluso de mí, que ya ve, después de tantos años trabajando juntos, a buenas horas… El último día que vino por aquí discutían de manera acalorada y el doctor la echó sin miramientos. ¿Sabe lo que ha hecho usted de llamar a la puerta y decirme que le avisara de que estaba aquí?La inspectora asintió con la cabeza.—Pues Teresa acostumbraba a esperar a que saliese un paciente y luego entraba a la consulta sin más, muchas veces dando voces, y al doctor eso le ponía de los nervios.—¿El doctor Sánchez tiene mal carácter?—No —contestó con tono sorprendido, alargando sin reparos la última letra de su respuesta—. Es exigente con el trabajo, como es normal, pero no tiene mal carácter en absoluto —recalcó—. Ni con los enfermos ni conmigo. Con Teresa… bueno, con ella era diferente, no podía consentir que convirtiese su consulta en un mercadillo.—Y la doctora Frontela, ¿se parece más al doctor o a Teresa?—A Teresa hay poca gente que se parezca —dijo sonriendo por segunda vez—. La doctora, pues no he tenido mucho trato con ella. De todos modos, puedo decirle que no tiene fama de ser mala persona.—¿No acostumbra a venir por aquí?—No, no suele venir mucho. Mientras estaban casados, me parece que separaban bastante su vida privada de la profesional. Y ahora, pues quizá sí venga algo más que antes, pero será porque tienen un hijo en común.—¿Discuten cuando se ven?—No, nunca les he oído discutir.—De acuerdo. Eso es todo.La enfermera se levantó y se encaminó a la sala de consulta. Antes de abandonar la sala, Eva la requirió a su espalda:—Una cosa más. ¿Sabe si la doctora Frontela tiene o ha tenido alguna relación sentimental dentro de este centro? —No se le conoce ninguna —dijo, ya con la mano sobre la cerradura de la puerta.—¿Y que no sea oficial? Ya me entiende, habladurías, rumores, o algo así.—No, nunca he oído nada.—Gracias por sus respuestas, y cuando esté libre el doctor, dígale que me gustaría hablar con él.Ahora sí, la mujer abrió la puerta con cuidado y luego la cerró desde el otro lado. En su silla, Eva se recostó ligeramente, cogió los folios que tenía enrollados y comenzó a anotar algunas de las respuestas de Sara en el reverso. Pocos minutos después, la misma puerta entre consultas se abrió y apareció Delfín. Antes de cerrarla, se volvió hacia la otra sala un momento:—Sara, puede irse a tomar un café —dijo—. Diez minutos o un cuarto de hora.Luego se sentó frente a Eva.—Jaime Nogueira y Fernando Valenzuela —lo recibió esta colocando sus reclamaciones sobre la mesa.—Dos pacientes…, digamos, descontentos. Y exactamente los dos en los que he pensado yo como posibles candidatos.—Pues cuénteme algo de ellos que no sepa.Delfín arqueó las cejas, como intentando ordenar en su cabeza toda la información que tenía sobre ellos.—El primero, Jaime —dijo—. Ingresó por un accidente de trabajo. Era albañil y se había caído de no sé qué piso en una obra en la que trabajaba. El caso es que llegó con los tobillos deshechos. Bueno, las piernas en conjunto, y también sufría un traumatismo craneoencefálico grave, pero sobre todo los tobillos estaban muy mal, incluso con riesgo de amputación. Le operé varias veces y conseguí que volviese a andar, pero no pude lograr que recuperase la movilidad de los pies, porque tenía materia necrosada. Era imposible del todo, pero él no lo acabó de asumir. Con el paso del tiempo y a medida que se iba recuperando, fue albergando ilusiones de que quedaría bien de todo y ya le digo que eso era imposible. Evidentemente, no pudo volver a trabajar y el seguro que tenía en la obra no le cubría todo lo que sería deseable en un caso así. Supongo que influyó en que me culpase de su desgracia y acabó por demandarme a mí, y al centro, claro. No sacó nada y, en la misma sala del juzgado, prometió que se vengaría de mí, aunque recuerdo que entonces me lo tomé como un arrebato momentáneo.—¿Ha vuelto a saber de él?—No, nunca más volvió. No sé dónde está ni qué fue de su vida. He intentado averiguarlo, pero no lo sé.—Ya lo estamos buscando nosotros —contestó ella con suficiencia—. ¿Fernando Valenzuela?—Fernando era un chico joven, veintipocos años. Jugaba en un equipo de fútbol aficionado. Una noche un malnacido lo atropelló y se dio a la fuga. Ingresó de madrugada muy grave, y la verdad, nadie apostaba porque consiguiese salvar su vida. Lo había arrollado un todoterreno y tenía lesiones por todo el cuerpo, innumerables, pero por fortuna, como el anterior, se fue recuperando. En estos casos, la juventud y el hecho de que fuese un deportista, fue determinante. Primero salió del coma, después logramos que salvase la visión de un ojo, que parecía imposible, hubo que operarlo de una fractura en una vértebra, y qué sé yo cuantas cosas. Ya le digo, parecía un cromo. Debido a la gravedad de las otras lesiones y a que al principio estaba inconsciente, no reparamos en que también tenía los ligamentos de la rodilla derecha destrozados. El caso es que cuando llegó a mi consulta, se habían unido de mala manera y, aunque lo operé tres veces, nunca más pudo volver a jugar al fútbol. Sí puede hacer vida normal, pero no deporte de competición.—¿No lo entendió?—Pues la verdad, jugar era su ilusión y el no poder hacerlo, lo llevó muy mal. Pero yo creo que él sí lo entendió. La realidad es que, aunque hubiesen reparado en esa lesión, poco más se podría hacer porque para quedar bien deberíamos haberle operado en los primeros días. Y en esos primeros días, precisaba intervenciones mucho más urgentes. Al principio, para salvar su vida, y después, para salvar órganos vitales. Por eso se desestimó su reclamación, que no fue solo contra mí sino contra todos los que lo atendimos.—¿No se supone que lo había entendido?—El chico sí, pero no su madre. Estuvo a su lado en todo momento, como es normal, pero se empeñó en que no nos habíamos preocupado como debíamos por su hijo... ¡pero si le salvamos la vida! Al final, cuando se le dio el alta, había acumulado broncas con casi todo el personal del centro, y un día llegó un abogado y puso una reclamación en su nombre. Después debió pensárselo mejor y una vez que el hospital desestimó la reclamación, no siguió en los tribunales.—Dígame una cosa, ¿qué nivel cultural tenían?Delfín hizo un gesto de extrañeza ante la pregunta.—Los chicos y la madre —insistió ella.—Medio. Bueno, no, quizá bajo. Jaime era un obrero. Fernando, aparte de jugar al fútbol, creo que trabajaba de camarero. Y su madre era ama de casa. Ninguno tenía grandes estudios pero tampoco es que fueran unos patanes. Medio bajo —concluyó convencido.—¿Existe alguna posibilidad de que se enterasen en qué día y a qué hora nació usted? Él se encogió de hombros levemente, como con desgana.—También he pensado yo en eso —puntualizó antes de responder—. Supongo que no pero, en todo caso, es algo que se puede investigar. En mi partida de nacimiento figura, por ejemplo, y cuando usted mete abogados por el medio, pueden averiguar cualquier cosa. Incluso es posible que alguno hubiese contratado un detective para el juicio o para interponer la reclamación, no lo sé. —¿Ha pensado en algún candidato más?—No, como le he dicho, son las dos personas que había barajado yo.Eva guardó silencio durante un momento. Después cambió de tema y también de tono.—Explíqueme una cosa, ¿por qué nadie en el centro está al corriente de sus amenazas? ¿Ha pensado que quizá el responsable esté dentro de este recinto?—Pues porque nunca quise alarmar a nadie —dijo, como quien se está excusando por un error—. Inspectora, le parecerá extraño pero soy una persona discreta. Además, la gente aquí ya tiene bastante con sus problemas. Los enfermos con sus dolencias y el personal con el trabajo, y con su vida en general. Y tampoco quiero que nadie me compadezca o se aleje de mí por pensar que está en peligro, o que me trate como a un bicho raro.—¿Y por qué no ha venido antes a denunciarlo?—He ido cuando llegaron las coronas. Dígame una cosa, ¿antes de ese detalle lo hubieran investigado? Sí, ya sé, lo habrían tenido en cuenta, abrirían un expediente y demás. Pero no me refiero a eso, me refiero a intentar averiguar quién está detrás de todo esto, a colocar a un inspector a tiempo completo como ahora. Dígame, ¿lo habrían hecho?—Lo investigaríamos según los protocolos.—O sea, no.Después Delfín bajó su cabeza hasta amenazar con tocar su regazo con ella. La inspectora decidió que era el momento de dejar de pedir explicaciones.—No hay mucha gente que quiera matar a otra persona si no la conoce, y está claro que su acosador le conoce, porque de lo contrario no podría saber a qué hora nació usted. Tampoco hay mucha gente con un nivel cultural apreciable, con posibilidad de viajar o contactos en otras ciudades, o que tenga un cierto poder adquisitivo. Y con las cuatro condiciones a la vez, muchas menos. Buenos argumentos que, sin embargo, no hallaron respuesta.—Doctor Sánchez —insistió ella—, ¿me está usted escuchando?Delfín levantó la cabeza durante un instante, con los ojos llorosos, intentando no perder su dignidad en ello:—Tengo miedo —balbuceó.Eva cambió su tono de voz por completo.—Confíe en nosotros.—Nos lleva mucha ventaja.—Pero la cuestión es si nos lleva la suficiente. E intentaremos que eso no suceda.Aquello no pareció consolar al hombre.—Hace un rato vino a verme el dueño de la Funeraria Vilamarín —dijo con la mirada perdida entre los pies—. Dice que alguien con acento andaluz ha encargado por teléfono mi funeral para este lunes, supuestamente en nombre de mi exmujer. Ya se imagina, tanatorio, iglesia y demás. El hombre estaba en el sótano por una defunción, comentó mi muerte con un celador y, como este le aseguró que me había visto a primera hora, vino a comprobarlo. Nos conocemos porque su padre es paciente mío —explicó al final.—Lo investigaremos —dijo ella con una sobriedad enorme, sin querer concederle una importancia mayor que la necesaria.—Supongo que no cambia demasiado la situación. Pero al menos para mí, por si aún cabía alguna duda, es la confirmación definitiva de que las amenazas van en serio.Cuando acabó la frase, sonó un pequeño bip en la sala y Delfín respondió con una pequeña mueca. Echó la mano al bolsillo de su bata y puso un busca delante de sus ojos, entre ellos y el suelo. Después de guardarlo, hizo un segundo intento de levantar su cabeza, que esta vez tenía que ser definitivo. Quizá debido al esfuerzo, se irguió su cuerpo antes de acabar de enderezar su cuello. De pie, acabó por decir:—Si he de morir, quiero que sea con las botas puestas. Vocación extrema podría llamarse… o afán por equilibrar la demografía del planeta salvando una vida en previsión de mi propia muerte.Luego se excusó, en general:—Lo siento, me llaman para una urgencia.—No se preocupe. Ya había acabado.—Puede quedarse en el ordenador de mi despacho, revisando los datos de mis pacientes. Al lado de sus historias clínicas están mis impresiones personales tras cada consulta, porque siempre apunto alguna. Lo que escribí sobre estos dos es lo que le he contado, pero puede verlas si quiere.—No será necesario, ya me voy a la comisaría.El hombre escribió una nota para Sara y la colocó encima de la mesa. Al terminar, acompañó a la inspectora, cerró la puerta desde afuera y se deslizó por el pasillo a buen paso sin esperar a Eva, que se quedó unos metros rezagada escribiendo un mensaje a su compañero: «Que controlen también a la madre de Fernando, fue ella la que puso la reclamación», decía.Mientras guardaba su móvil, buscó a lo lejos con la mirada a Delfín y vio cómo su silueta desaparecía al final del pasillo, entre la gente, en medio de aquella amalgama de médicos, pacientes y acompañantes. Pensó, que de fallar en sus cálculos, poco más de un día le quedaría de vida a aquel hombre.
Viernes, 23:30 horas Aquella noche y cuando poco más se podía hacer que esperar noticias, Eva se retiró a descansar durante un rato. A la mañana siguiente revisarían la casa de Delfín, y luego ella misma permanecería a su lado durante toda la tarde, alerta, a la espera de cualquier movimiento. Por eso pensó que le vendría bien dormir un par de horas en su casa, así estaría más despejada y, además, podría volver a repasar los anónimos en la intimidad de su dormitorio, lugar personal de inspiración ambientado por el leve respirar de los primeros sueños de Ramón emergiendo en la soledad que reinaba en todo el piso de madrugada. Cuando el reloj marcaba la una, Eva se recostó en su sillón con los papeles en la mano. Miró cada uno con detalle, a la luz del escaso flexo de su escritorio, releyéndolos sin prisa. Había algo en ellos que la desconcertaba pero, por más que se esforzaba, las conclusiones seguían siendo las mismas: buen conocimiento de la víctima, disponibilidad para viajar y sin atisbos de amor o de odio, mensajes bien redactados y fruto de una mente fría y calculadora, o de una máquina que los escupiera al azar. Como el trabajo que firmaría un sicario, pero sin sicario. Entre otras cosas, porque la existencia del chico de Sevilla parecía descartarlo.Dos veces repitió la operación y otras tantas llegó al mismo final. Antes de comenzar por tercera vez, sus ojos se cerraron sin poder evitarlo. Dentro de su cabeza, aparecieron tres hombres sin rostro. Al poco, sonaron disparos infinitos, balas que silbaban a su lado sin rozarla en medio de una sensación de impotencia insoportable que la mantuvo casi conectada a la realidad en todo momento. Una secuencia de aroma mafioso a la que asistía como espectadora privilegiada, y en la que no conseguía encontrar su pistola dentro de la cartuchera y Delfín acababa por convertirse en una víctima cubierta de sangre de manera irremediable. Cuando retomó de nuevo su plena lucidez lanzó un suspiro a la habitación y se encaminó a la cocina, con el teléfono móvil en la mano. Antón había quedado de guardia a la espera de noticias. —Acabo de hablar con Sevilla —dijo nada más descolgar—, aún no han encontrado al chico. De todos modos, me llamarán en cuanto lo tengan. Esperemos que vaya esta noche a trabajar.—¿Hay alguna novedad sobre los dos pacientes?—No, más o menos lo que ya sabíamos. Jaime se trasladó a Huesca hace un año. No está en casa. Los vecinos insisten en que suele viajar a Barcelona a menudo, a visitar a familiares, pero no saben la dirección y es como buscar una aguja en un pajar. Fernando y su madre siguen en Celanova, en la casa familiar, tranquilos. Los están vigilando.—¿Las chicas?—Teresa sigue en paradero desconocido. En teoría, de vacaciones. Unas personas nos dicen que en un sitio y otras que en otro, seguiremos indagando. Yolanda, sin novedades, con su hijo. Y su padre, en Nueva York. Hemos conseguido localizar la agencia de viajes que le ha gestionado el billete, ida y vuelta de lunes a lunes, y también hemos comprobado que se ha subido al avión y está alojado en el hotel que tenía reservado. Esperemos que no quiera regresar antes de tiempo.—Si encuentran al chico, llámame, ¿vale? Sea la hora que sea, en cuanto lo tengan.Eva volvió a la habitación, programó el despertador para las seis de la mañana y se metió en cama. Allí, se abrazó a la espalda de su marido, le dio un largo beso en el cuello y comenzó a acariciarle el pelo con mimo. En esa posición, intentó hacer recuento en su cabeza. Dos pacientes, uno en Barcelona y otro a escasos kilómetros, con una madre que además parecía querer unirse a la fiesta. El primero, sin localizar. Los segundos, aparentemente bajo control. Por otro lado, una exnovia sin control alguno y una exmujer localizada, con un padre perdido entre rascacielos.Pensó que tenerlos vigilados no implicaba su inocencia. Pero en este caso, los más difíciles de controlar también parecían los más sospechosos. Por un momento, se imaginó tirando una moneda al aire. En ella, Teresa sería la cara, Jaime, la cruz; y la peor opción era el canto, inverosímil, pero que abarcaba a cualquier persona que no hubiesen contemplado en sus previsiones, incluido el hipotético sicario. Unas posibilidades que tampoco podían descartar. De ser así, necesitarían suerte, esas grandes dosis de suerte que cuando se unen se conocen con el nombre de milagro.—Cariño —le susurró a Ramón al oído—, escucha, dime una cosa, ¿qué crees que hace que una persona envíe anónimos durante un año, fechando el día y hora de la muerte de otra a la que tiene intención de matar, el odio o el desamor?Él balbuceó entre sueños:—El dinero.A continuación respiró como si le fuera la vida en ello, como queriendo tomar un sorbo de consciencia a través del aire que entraba en sus pulmones.—Siempre el dinero —repitió—. El odio mata por venganza, no lo anuncia, aunque puede dilatar el sufrimiento. En el desamor existe la esperanza de que cambie la situación y solo mata en un arrebato, cuando esa esperanza ya se ha hecho muy pequeña. Solo el dinero es capaz de hacer urdir planes minuciosos con un final mortal. Y de no ser el dinero, el odio. Luego suspiró con fuerza y acabó por añadir como final:—O ambos.Eva se apretó más fuerte contra su espalda, siguió acariciando su pelo, más fuerte ahora si cabe, y pensó en lo que acababa de decir. Ramón podía estar semidormido, es posible que desconociera los detalles del caso, pero nadie mejor que él entendía cómo funcionaba la naturaleza humana. Dinero, odio, desamor, por ese orden. De tener razón, la cruz de su moneda empezaría a imponerse a la cara, ambas iluminadas a la perfección, solo a la espera de decidir el resultado al día siguiente. El canto, por su parte, continuaba oscurecido, en una penumbra enorme, a expensas de la claridad que pudiera arrojarle un chapero.
Tras un último beso, Eva dejó de acariciar el pelo de su marido ya dormido y colocó el suyo sobre la almohada. Un beso final marcó el momento de cerrar los ojos.
Published on May 28, 2016 05:11
CAFÉ Y CIGARRILLOS PARA UN FUNERAL: I. La denuncia
«Ángel lleno de gozo, ¿sabes lo que es la angustia,La culpa, la vergüenza, el hastío, los sollozosY los vagos terrores de esas horribles nochesQue al corazón oprimen cual papel aplastado?»(CHARLES BAUDELAIRE)
Viernes, 2:00 horas Faltaban pocos minutos para las dos de la madrugada del viernes día diecinueve cuando un coche se detuvo al lado de la comisaría de Ourense. Para ser exactos, el automóvil entró por el desvío que da a la fachada principal, dio la vuelta al toparse con la barrera que delimita la zona de seguridad, se reincorporó a la vía principal y, por último, acabó por tomar la calle lateral. Allí se acercó a la acera, incluso subió las dos ruedas del lado derecho encima de ella, en una zona de aparcamiento prohibido. Un detalle que a su ocupante no pareció importarle. Posiblemente, a aquella hora de la noche, tampoco le importase al resto de la ciudad. Nada más cesar el ruido del motor, un punto rojo con forma de colilla salió del interior del vehículo por la ventanilla del conductor. Tras esto, el lugar quedó en completo silencio durante unos segundos. Al poco rato se bajó un hombre de mediana edad, de pelo negro y andar erguido. Vestía camisa elegante y pantalón a juego, combinados con unos discretos mocasines de marca. Muchos euros invertidos en un atuendo que pretendía ser informal. Dentro de su impoluta imagen, tan solo parecía desentonar una visible barba de dos días, aunque sin conseguir borrar un aspecto distinguido. El hombre descendió las breves escaleras que dan a la puerta de guardia y se paró frente a ella. Allí encendió otro cigarrillo, con mano temblorosa. Expulsó la primera bocanada de humo y echó una ojeada hacia el interior. Un vistazo fugaz, sin pretensiones, sin definir ningún foco de atención. Su siguiente mirada fue hacia una pequeña carpeta con folios que portaba en su mano derecha, justo antes de acercar la izquierda hacia la boca para aspirar la segunda calada. Tras esta, vinieron la tercera, la cuarta y la quinta, seguidas, mientras arrimaba su hombro derecho contra la pared. Apoyado, dio varias más a aquel cigarrillo que, al poco rato, se convirtió en un segundo punto rojo que volaba por el aire. Su aterrizaje en el suelo marcó el momento de pulsar el timbre. En el interior de la cercana garita, el agente de guardia se levantó al instante y colocó su cara junto al interfono, al tiempo que inspeccionaba al visitante a través de los cristales.—Quiero, necesito hablar con un inspector —dijo este.—¿Motivo?Inmóvil frente a la puerta, el hombre dudó un segundo. Bajó la cabeza, buscando un rayo de inspiración en la acera, y luego la levantó con decisión, casi con orgullo, como quien pretende tomar plena consciencia de las palabras que va a pronunciar.—Algún loco me va a matar —dijo.Una frase que ejerció de perfecto salvoconducto para franquear la entrada. Una vez dentro, el agente lo recibió con otra pregunta.—¿Por qué cree que lo quieren matar? ¿Ha recibido amenazas? —preguntó con tono rutinario.—Algo más que amenazas…Tras dedicarle un par de segundos a observar la cara del recién llegado, el policía debió pensar que él no era quién para indagar en ese algo más y cogió el teléfono sin mediar palabra. Cuando lo colgó, salió de la garita y se hizo acompañar por el recién llegado. Unos pocos pasos después, le señaló un despacho a la izquierda con la puerta abierta, sin acabar de acompañarlo. El hombre se detuvo en la entrada.—Pase —le indicó una voz femenina desde dentro.El hombre entró como quien entra en una casa a estrenar, echando un rápido vistazo en círculo a medida que avanzaba, y tomó asiento frente a la mujer.—Soy Eva Santiago, la inspectora de guardia. Dígame qué ocurre.—Van a pensar que estoy loco, pero llevo varios días que no duermo —balbuceó nervioso mientras reparaba en otro policía sentado en una mesa cercana. —¿Su nombre? —lo interrumpió ella recostándose hacia atrás sobre el respaldo de su sillón.—Me llamo Delfín Sánchez, soy traumatólogo en el Complejo Hospitalario.—Y bien, doctor Sánchez, ¿puede saberse qué es eso que hace que no duerma por las noches?—Me quedan dos días de vida. He recibido cartas, cartas anunciándolo —el hombre levantó la carpeta, hasta ese momento refugiada en su regazo, y la colocó encima de la mesa—. Dos días, o uno, si tiene en cuenta que ya es viernes.—Vamos a pensar que aún es jueves por la noche —intentó centrar la conversación la inspectora—. Pero vaya, entiendo que lo que está intentando decirnos es que ha recibido amenazas de muerte…—Sí, amenazas muy serias.—Y quiere presentar una denuncia…—No, no, no quiero denunciarlo, no se trata de eso. Estoy convencido de que me van a matar, quiero que lo evite.Un instante de silencio se hizo entre los dos. —Doctor Sánchez, mucha gente recibe amenazas y, si como dice, es usted médico, no creo que sea algo tan excepcional. La mayoría de ellas no pasan de ser fruto de un arrebato momentáneo. Un paciente disconforme, puede ser una opción…—Sí, eso pensaba yo hasta esta semana, que eran fruto de un loco o de un paciente incapaz de aceptar que su recuperación no puede ser todo lo buena que desearíamos, incluso pensé que sería alguien con ganas de gastarme una broma. Pero verá, llevo recibiendo estas cartas desde hace un año, una cada mes. Antes de seguir con su explicación, el hombre abrió la carpeta y se la ofreció a la inspectora. La primera hoja era un folio con signos de haber sido doblado más de una vez, con una fecha como encabezamiento, texto escueto y un espacio en blanco como firma. Debajo de este primer folio, se adivinaban varios más. Eva comenzó a leer el primero, sin tocarlo, bajo la atenta mirada del hombre, que se había inclinado hacia delante como si quisiera asegurarse de que la inspectora entendía la importancia de aquellos papeles: —He recibido una carta cada día veinte de cada uno de los meses del último año —dijo—. Durante este mes de julio, una cada día. Todas anuncian mi muerte para este sábado.—Este sábado que es… veinte de julio —comprobó ella en un pequeño calendario de oficina—. ¿Qué tiene de particular ese día?—Cumplo cincuenta años.Eva dejó escapar un gesto de escepticismo.—Es más, anuncian mi muerte para este sábado a las siete de la tarde —añadió él. En su silla, la policía se recostó de nuevo hacia atrás, como si pretendiese tomar distancia con aquel hombre.—Supuestamente, esa es la hora a la que nací. La cara de la inspectora semejaba la de alguien a quien le están gastando una broma macabra, incapaz de articular una palabra.—Ya sé que resulta increíble —dijo el hombre revolviéndose en su silla—, y no sé por qué alguien tiene interés en matarme el día de mi cumpleaños, ni a la hora en que nací. Pero lo cierto es que todas lo indican con claridad, todas señalan ese día como el último de mi vida. —¿Y no cabe la posibilidad de que solo sea alguien que quiere gastarle una broma?Delfín lanzó un suspiro antes de retomar su explicación. Luego, su cara adquirió un tono más transcendental si cabe.—Verá, al principio, no les di importancia, incluso pensé eso, que se trataba de una broma. Deduje que, de ir en serio, no me mandarían un anónimo fijando una fecha y hora concreta, y menos todavía anunciándolo con tanta antelación. Confiaba en que la cosa parase en cualquier momento, pero no fue así. Cada mes, cada día veinte, veintiuno a lo sumo, allí estaba la carta en mi buzón. Te quedan ocho meses de vida, siete, seis, cuatro… Siempre el mismo sobre, el mismo tono, la misma amenaza… Desde la mesa contigua, el otro policía, Antón, desplazó su silla hasta situarla al lado de la inspectora. El hombre continuó tras hacer una breve pausa:—Cuando recibí la carta este último día veinte, entonces sí me empecé a preocupar. Era evidente que no se habían terminado. Pero mucho más aún cuando al comenzar este mes, los anónimos se convirtieron en diarios. Uno cada día, descontando mi tiempo. Hoy ha sido el peor día de mi vida y la prueba evidente de que debía hacer algo, de que esto iba en serio de verdad. A lo largo de la tarde no dejaron de llegar flores a mi domicilio: de mis compañeros, de mis amigos, del colegio médico…, coronas y coronas de flores fúnebres para mi entierro.Al acabar, la sala se quedó en silencio durante un rato que pareció eterno. Eva observando al hombre, que ahora tenía la cabeza gacha, y Antón mirando a su superiora. —No creo que sea difícil saber quién ha encargado las flores —dijo este en dirección a Eva, que pareció no oírle—. Voy a ver si consigo algo por teléfono —añadió a la vez que se ponía en pie—. Si no, habrá que ir allí.El hombre reaccionó:—Si quiere, puede ahorrarse el trabajo —dijo—. Todas fueron contratadas en Sevilla, a través de Interflora, por un hombre joven, alto, pago en efectivo, buena propina, sin señas. Los dos policías parecieron sorprendidos.—Supongo que la telefonista notó la desesperación en mi voz —se excusó.—De todos modos, tendremos que comprobarlo —le indicó Eva a su compañero—. Vamos a ver si esa propina compraba anonimato o solo discreción a la hora de revelar datos.—Entonces, ¿también creen que va en serio? ¿Van a hacer algo? —El hombre miraba de manera alternativa a los dos policías, en busca de alguna respuesta.Eva captó su atención.—Lo que creo es que si finalmente alguien le está gastando una broma, se está tomando demasiadas molestias —dijo—. Muchas molestias y mucho dinero —recalcó—, las flores no son baratas. ¿Cuántas coronas ha recibido?—Siete. No, ocho.La inspectora miró a su compañero en busca de una opinión, más bien una confirmación. —Voy a ver qué averiguo por teléfono —dijo este a la vez que se encaminaba hacia la sala de al lado.A su espalda, Eva abrió el primer cajón de su mesa y buscó unos guantes. Luego se dispuso a estudiar los folios de la carpeta que había colocado Delfín ante sus ojos.—Todos tenemos fantasmas en nuestro pasado, doctor Sánchez, aunque por suerte, la mayoría solo cobran vida cuando nos acordamos de ellos. En su caso, se ve que uno desea hacerse notar por iniciativa propia.El hombre hizo un gesto de resignación.—¿Ha comprobado los matasellos? —preguntó la inspectora tras examinar el primer anónimo.—Los sobres están a continuación de las cartas, por orden. Están franqueados en ciudades distintas, todas de España, pero no veo relación entre ellas. Las de esta semana son casi todas de ciudades andaluzas. Llegaron una por día, de lunes a viernes.—¿Conoce a alguien en el sur?—No.—¿A alguien que pueda estar estos días en el sur?—No, pero supongo que cualquiera puede estar en un lugar determinado si se desplaza hasta él. Eva seguía comprobando las cartas, parándose a leer el texto de alguna de vez en cuando, al tiempo que iba anotando en un bloc por orden el lugar desde dónde había sido franqueada cada una de ellas. Sin levantar la vista, también seguía desgranando preguntas con un tono rutinario.—¿Alguien que pueda o quiera gastarle una broma pesada?—No soy hombre de muchas bromas. —¿Sus compañeros…?—Sí, ellos son más bromistas, pero nunca harían algo como esto. Ya no son unos críos.—¿Alguna persona interesada en darle un buen susto?—¿Con qué intención?—Buena pregunta —masculló ella.Luego dejó las cartas por un momento, sin duda intentando captar aún más la atención de su interlocutor, y se centró en este.—Doctor Sánchez, hay muchas razones por las cuales una persona puede querer asesinar a otra, pero en el fondo, todas se pueden agrupar en tres básicas: por amor, por odio o por interés. Y las amenazas de muerte, sin consumarlas, no son más que un peldaño previo generado por esas mismas razones. No sé si quien le ha enviado todo esto quiere matarle o solo pretende asustarle, eso no lo sé, pero en cualquier caso, quiero coger a esa persona. Nosotros podemos protegerle durante el sábado, no lo dude, pero lo ideal sería que nos anticipáramos y lográsemos desenmascarar a ese o esa anónima que se ha tomado tantas molestias. Y para ello, no tenemos mucho tiempo. Así que ahora quiero que respire hondo, se tranquilice todo lo que pueda y después piense quién puede quererle tanto como para llegar a matarle, quién le odia y quién puede desear algo que usted tiene.Delfín se quedó pensativo durante un rato, el mismo que necesitó Eva para acabar de comprobar los últimos anónimos y el que tardó Antón en volver a entrar en la sala.—Dos novedades —dijo con buena voz apenas había cerrado la puerta—. Una —señalando a Delfín—, ha recibido usted ocho coronas. He de decirle que todavía restan por llegar otras cuatro. La segunda es que no solo corrió el dinero para omitir datos en el pedido sino que casi seguro que también para encargar el trabajo a otra persona. Según la chica que me ha atendido, lo realizó un hombre alto y de unos veinticinco años que llevaba todo apuntado en un folio y que apenas sabía pronunciar algunos nombres, como si no conociera ni al destinatario ni nada de lo que tenía que poner en las cintas. También me he puesto en contacto con la policía de Sevilla para que mañana revisen las grabaciones de las cámaras de un banco cercano, a ver si localizan al chico en cuestión. Con un poco de suerte, puede ser alguien fichado.Eva le ofreció la hoja de bloc con las ciudades desde donde se habían enviado los anónimos.—¿Ves algún punto de relación entre ellas? —dijo.Antón se quedó mirando el papel con el semblante de quien debe descifrar un jeroglífico y no sabe por dónde empezar. La inspectora se dirigió ahora a Delfín, a la vez que cogía otra hoja:—Doctor Sánchez, la cuestión es: ¿quién puede estar interesado en verle muerto?—Nadie —contestó con decisión—. Lo he repasado cada noche, año a año, toda mi vida. Primero empecé por la actualidad, luego he ido retrocediendo año por año, mes por mes. Y se lo aseguro, no sé quién puede querer matarme. Sí, claro que piensas en gente, comienzas a darle vueltas a la cabeza y todo el mundo te parece sospechoso, pero al final nadie en concreto, nadie que digas este es.—Pues está claro que, o se le ha escapado alguien en esas noches o ha menospreciado las habilidades de algún conocido. Delfín no supo contestar, quizá porque él pensaba lo mismo.—Es mejor que haga de nuevo con nosotros ese repaso partiendo desde cero —añadió Eva—, es posible que si miramos su vida con un poco de distancia veamos la posición y las posibilidades de cada persona con más exactitud. El hombre hizo un gesto de conformidad.—Vamos a ver, punto primero: ¿mañana puede facilitarnos un listado con los pacientes que usted ha atendido en los últimos años? —Sí, está todo informatizado. —Me gustaría ver en especial los que hayan presentado alguna reclamación, o una demanda. Estoy segura de que alguno de ellos es digno de ser investigado.Él asintió, al mismo tiempo que Eva trazaba con energía una raya horizontal en su bloc. Al acabar, la inspectora pasó a la siguiente pregunta:—¿Su relación con sus vecinos, familiares y compañeros es buena?—Sí, muy buena. En Traumatología todos nos llevamos bien, no tengo familia cercana y vivo en una casa a las afueras —explicó de un tirón—. Además, créame, no soy una persona biliosa.Eva dirigió una mirada comprobatoria a su interlocutor, instintiva, sin mover la cabeza, durante un par de segundos. —¿No tiene ambiciones profesionales que puedan chocar con las de algún compañero o superior?—No, mi máxima aspiración siempre ha sido el trato con los enfermos. Quizá pueda parecerle raro, pero todavía hay médicos vocacionales, de los que se sienten realizados solo con ver la cara de un paciente satisfecho. No, nunca he tenido aspiraciones directivas ni las tendré. Eso se lo dejo a otros.La inspectora lo escuchó en aquella misma posición, sin perder detalle. Cuando el hombre acabó su breve explicación, trazó una segunda línea en su bloc y siguió con su interrogatorio, casi con el mismo tono que usaría con un detenido:—Sr. Sánchez, ¿está usted casado, divorciado?—Divorciado. Y llámeme Delfín, por favor. Con sinceridad, no creo que mi exmujer tenga interés en matarme, nuestras relaciones son cordiales. Tenemos un hijo en común y nunca hemos tenido problemas a la hora de entendernos. Para nosotros, él está por encima de todo.—¿No han tenido desencuentros sobre su manutención, o con la custodia?—No, hace casi cinco años que nos separamos, la custodia la tiene ella, de común acuerdo, y yo cumplo con la manutención y las visitas con regularidad. Sé que no es muy habitual, pero en nuestro caso siempre ha sido así.—¿Su exmujer tiene nueva pareja?—No, ni tengo constancia de que haya tenido en estos años.—¿Y usted… tiene alguna relación estable en la actualidad? —Ahora, no. Hace algún tiempo tuve una especie de noviazgo que no resultó muy edificante. Se llamaba Teresa. Me molestó en el trabajo, en mi casa y hasta llegó a buscar a mi exmujer con la intención de alejarla de mí. Puros celos, ya se hace una idea. El caso es que cuando decidí poner punto y final, no se lo tomó muy bien. En mi quiniela, la había puesto como principal candidata, pero lo cierto es que esto sucedió hace unos dos años y, conociéndola, no tengo claro que sea una persona capaz de mantener durante tanto tiempo un plan tan elaborado. —Necesitaremos sus datos completos y cómo localizarla. Él volvió a asentir con la cabeza.—Delfín, ¿ha hecho usted testamento?—Sí, pero mi único heredero es mi hijo y tiene ocho años. No creo que busque matarme... Una sonrisa salió de su rostro. La primera de la noche, quizá la primera en mucho tiempo. Aún con ella en la boca, continuó con su relato:—Verá, hace año y medio sufrí un infarto y ya sabe, uno se asusta en estos casos. No tengo grandes propiedades: mi casa, el coche y algún dinero ahorrado, pero nada especial. También tengo una pequeña participación en la clínica de mi exmujer. Digamos que cuando nos separamos, quise conservar en mi poder la parte que me correspondía. Mi exmujer es Yolanda Frontela, es cardióloga en el Complejo Hospitalario. La clínica es privada y la abrieron ella y su padre, el doctor Evaristo Frontela, pero como era un bien ganancial, en el acuerdo de divorcio yo tenía derecho a la mitad de la participación de mi mujer. A pesar de que durante todas las negociaciones su abogado lo pidió con insistencia, yo no acepté renunciar a mi parte. Pero no se equivoque, no lo hice por avaricia. No me meto en nada, ni siquiera reclamo los derechos económicos que me corresponden. Lo hice porque era una manera de estar más vinculado con Yolanda.La mirada de Eva, y un pequeño gesto, semejó reclamar una explicación.—La separación fue más cosa suya que mía. —¿Le había dejado de querer?—No, no creo que fuese eso —confesó—. Seguramente había terceras personas con más influencia de la que deberían —explicó luego con un tono enigmático—. A ella no le gustaba mi madre, y a mí tampoco me gustaba demasiado la suya —acabó por aclarar.Eva se quedó mirándolo con atención durante unos segundos, antes de caer la tercera raya en su bloc. Después pareció querer conceder un minuto de protagonismo a su curiosidad.—¿No es raro que un médico sufra un infarto con 48 años?—No cuando se fuman tres paquetes al día. Después de mi ataque dejé el tabaco, pero esto me puede y he vuelto a fumar. Ya ve qué ironía, si mi asesino no me mata, me matará el tabaco.—Él, o ella.—Sí, o ella...—¿Dónde está su exmujer ahora? Entenderá que es una opción que en ningún caso podemos descartar.—De vacaciones con el niño, en la playa. Por supuesto, no le he dicho nada. Pero sinceramente, no puedo creerme que sea una candidata. Inspectora, somos personas civilizadas y el trato es correcto. De hecho cuando sufrí el infarto fue a visitarme todos los días. Me hicieron una angioplastia y, a los cinco meses, entre el daño en el corazón y la medicación que tomo, se me redujo tanto el ritmo cardíaco que necesité que me implantaran un marcapasos. Se lo digo porque fue su padre quien me realizó la intervención. Era una operación sencilla, él es una eminencia en la materia y en Ourense la única persona que se encargaba de ello. Como le digo, a pesar de la separación, las relaciones siempre han sido cordiales. —De todos modos, necesitaremos un modo para localizar a los dos.—Ya se lo he dicho, Yolanda está en la playa con el niño, en Bueu, y su padre creo que de viaje en Nueva York. Hace casi un año que se ha jubilado, algo más de tres que se quedó viudo, y ahora se dedica a hacer todo lo que no podía mientras estaba en activo. Todavía lo reclaman para dar alguna conferencia o para desarrollar algún modelo de marcapasos, pero no deja de ser alguna colaboración ocasional. Cuando le apetece, coge un avión y nadie sabe de él hasta que vuelve.—¿Usted trabaja mañana?—Sí.—Bien, pues quiero que vaya a descansar un poco y mañana nos veremos en su consulta a lo largo de la mañana. Y como deduzco que no va a dormir mucho, aproveche para pensar también si se nos ha quedado algún candidato olvidado. Luego se dirigió a Antón.—Tenemos trabajo para dos días. Mañana localizaremos a la exmujer, a su padre y a la exnovia. Quiero que tengamos sus pasos controlados. Coge todos los datos, envía agentes y contacta con las otras comisarías si hace falta, para los que están fuera de la ciudad. E insiste con la policía de Sevilla. Cuando acabes, intenta dormir un poco porque quizá no puedas volver a hacerlo en un par de días. Mañana por la mañana, vete a su vecindario a ver qué te cuentan sus vecinos. Yo estaré en el Complejo Hospitalario, filtrando pacientes. Seguro que antes de mediodía tenemos algún nombre más. Esta noche me quedo yo de guardia y así también aprovecho para analizar con calma estos anónimos.Cuando ya se habían levantado todos, dedicó una última frase a Delfín:
—Doctor Sánchez, no se preocupe, conseguiremos saber de qué va todo esto.
Published on May 28, 2016 05:09
May 9, 2016
CARTAS DESDE EL MALTRATO en preventa (con descuento).
Hola a todos.
Como parece que al final todos los derechos van a quedar en mis manos, dado que nadie se ha puesto en contacto conmigo, he decidido reeditar en ebook y mientras no sale "Siete libros para Eva", mi libro CARTAS DESDE EL MALTRATO (Diario de una mujer maltratada). Nunca lo ha estado hasta ahora. En el prólogo explico el porqué de esta decisión, cuando hace poco dije que no lo más probable era que no lo hiciese.
Quiero decir antes de nada, que la portada es de Alexia Jorques. Pero la cuestión es que, mientras termino de maquetarlo, lo he puesto en preventa. Lleva un día, lo tuiteé el fin de semana y hoy amaneció dentro del Top100 de biografías en Amazon. Todo un orgullo.
Si queréis reservarlo, os dejo aquí los enlaces: http://amzn.to/1Yf7xYg (España) http://amazon.com/dp/B01FB95TH8 (USA y Latam)http://amazon.com.mx/dp/B01FB95TH8 (México)
Sale el día 12, me parece un libro único y en preventa tiene un 25% de descuento. Y lo de que sea la 3ª Edición es porque esta es la que refleja mejor cómo yo entendí que debía enfocarse el libro.
Gracias a los que ya lo habéis reservado.
¡Saludos!
Como parece que al final todos los derechos van a quedar en mis manos, dado que nadie se ha puesto en contacto conmigo, he decidido reeditar en ebook y mientras no sale "Siete libros para Eva", mi libro CARTAS DESDE EL MALTRATO (Diario de una mujer maltratada). Nunca lo ha estado hasta ahora. En el prólogo explico el porqué de esta decisión, cuando hace poco dije que no lo más probable era que no lo hiciese.

Quiero decir antes de nada, que la portada es de Alexia Jorques. Pero la cuestión es que, mientras termino de maquetarlo, lo he puesto en preventa. Lleva un día, lo tuiteé el fin de semana y hoy amaneció dentro del Top100 de biografías en Amazon. Todo un orgullo.

Si queréis reservarlo, os dejo aquí los enlaces: http://amzn.to/1Yf7xYg (España) http://amazon.com/dp/B01FB95TH8 (USA y Latam)http://amazon.com.mx/dp/B01FB95TH8 (México)
Sale el día 12, me parece un libro único y en preventa tiene un 25% de descuento. Y lo de que sea la 3ª Edición es porque esta es la que refleja mejor cómo yo entendí que debía enfocarse el libro.
Gracias a los que ya lo habéis reservado.
¡Saludos!
Published on May 09, 2016 05:35
April 20, 2016
SIETE LIBROS PARA EVA ya tiene fecha de publicación
Hola a todos.
Los que me seguís en Twitter sabréis que la pasada semana estuve centrado en la publicación con una editorial de mi próxima novela. La verdad es que para mi fue un orgullo que se interesase por ella y, mucho más, que lo hiciera cuando todavía no la había acabado de escribir. ¿Por qué? Pues porque considero que es la mejor editorial en España de novela negra (si no la que más vende, sí la que mejor trabaja con los autores y sus publicaciones) y que ha supuesto el trampolín perfecto para más de un autor que hoy está en lo más alto de la literatura en España. Sin embargo, tras conocer algunas de las condiciones definitivas de publicación el viernes y pasar un día de tiras y aflojas,
y un fin de semana de descanso para valorar pros y contras,
he decidido NO ACEPTAR LA OFERTA. En estos casos, siempre se puede decir sí o no, y yo he elegido la segunda. No puedo afirmar que haya una razón concreta para ello sino más bien ha sido valorando todas en conjunto. Y no pretendo culpar a la editorial diciendo esto, en absoluto. Como dije antes, interés me llena de orgullo y la decisión ha sido mía. Tampoco voy a decir cuál fue. Entiendo que al no llegar a frutificar el acuerdo no procede y resultaría muy poco elegante por mi parte.
Lo que sí puedo decir es que quizá lo que más me inclinó la balanza para tomar esta decisión fue que el sí definitivo incluía su lanzamiento para 2017 y, en su defecto, una salida previa este año, solo en formato ebook, con portada provisional, escasas correcciones, etc. Puede parecer una razón de poco peso, pero como quiera que siempre dije que "Siete libros para Eva" se publicaría este año,
y lo repetí en más de una ocasión,
y hasta lo prometí con rotundidad para dar la bienvenida al Año Nuevo,
por supuesto, "Siete libros para Eva" saldrá este año y, en ningún caso, será con una edición de segunda fila. Como he dicho antes, entiendo y respeto los intereses de cada uno y, entre dos partes, si se logra alcanzar un punto en común, perfecto, y si no, seguimos el camino como hasta ese momento. Supongo que si no tuviera más opciones, quizá lo viese de otro modo, pero creo que si algo está a mi alcance es dar a conocer una novela a un gran número de lectores. Todos los días publico contenido en redes sociales y llego a decenas de miles de personas sumando Twitter, Facebook, Blogger, Google+, etc. Después, deberéis ser vosotros los que decidáis leerla o no. Pero la cuestión es que , tras esto, la publicación ahora solo depende de mí y será cuanto antes. A día de hoy, necesito un mes o mes y medio para darle una última revisión (corregir, no he dejado de corregirla en ningún momento), decidir la portada y la sinopsis, etc. y, por eso, he pensado fijar como fecha de publicación el:
1 de Julio de 2016
"Siete libros para Eva" saldrá en Amazon el 1 de julio, en principio solo como ebook. Y sí, ya sé que es una fecha peligrosa para lanzar un ebook. Ese día se inicia el "Concurso de autores indie" de Amazon y suelen repartirse reseñas negativas a cualquier novela, participe en él o no (los que publicáis en ebook sabéis de lo que hablo, no?). Así que he pensado que la inscribiré porque, de exponerse a ellas, mejor que sea compitiendo por algo. La parte buena de esto, es que su participación le otorgará mayor visibilidad y, por supuesto, optará a un premio muy apetecible por prestigio y cuantía. Pero antes he dicho "en caso de celebrarse" porque, que yo sepa, no ha salido todavía la convocatoria de este año. En el supuesto de que no lo organicen, la fecha sería la misma. Lo que no sé es cuándo la publicaré en papel (porque no sé si se permite mientras esté vigente el concurso, por ejemplo) y tampoco la promoción qué puedo plantear sin saltarme alguna base. Pero sí saldrá en papel y haré promociones, intentando ser original y abarcando todas las redes sociales.Gracias por vuestro interés y un abrazo.Roberto.
Los que me seguís en Twitter sabréis que la pasada semana estuve centrado en la publicación con una editorial de mi próxima novela. La verdad es que para mi fue un orgullo que se interesase por ella y, mucho más, que lo hiciera cuando todavía no la había acabado de escribir. ¿Por qué? Pues porque considero que es la mejor editorial en España de novela negra (si no la que más vende, sí la que mejor trabaja con los autores y sus publicaciones) y que ha supuesto el trampolín perfecto para más de un autor que hoy está en lo más alto de la literatura en España. Sin embargo, tras conocer algunas de las condiciones definitivas de publicación el viernes y pasar un día de tiras y aflojas,

y un fin de semana de descanso para valorar pros y contras,

he decidido NO ACEPTAR LA OFERTA. En estos casos, siempre se puede decir sí o no, y yo he elegido la segunda. No puedo afirmar que haya una razón concreta para ello sino más bien ha sido valorando todas en conjunto. Y no pretendo culpar a la editorial diciendo esto, en absoluto. Como dije antes, interés me llena de orgullo y la decisión ha sido mía. Tampoco voy a decir cuál fue. Entiendo que al no llegar a frutificar el acuerdo no procede y resultaría muy poco elegante por mi parte.
Lo que sí puedo decir es que quizá lo que más me inclinó la balanza para tomar esta decisión fue que el sí definitivo incluía su lanzamiento para 2017 y, en su defecto, una salida previa este año, solo en formato ebook, con portada provisional, escasas correcciones, etc. Puede parecer una razón de poco peso, pero como quiera que siempre dije que "Siete libros para Eva" se publicaría este año,

y lo repetí en más de una ocasión,

y hasta lo prometí con rotundidad para dar la bienvenida al Año Nuevo,

por supuesto, "Siete libros para Eva" saldrá este año y, en ningún caso, será con una edición de segunda fila. Como he dicho antes, entiendo y respeto los intereses de cada uno y, entre dos partes, si se logra alcanzar un punto en común, perfecto, y si no, seguimos el camino como hasta ese momento. Supongo que si no tuviera más opciones, quizá lo viese de otro modo, pero creo que si algo está a mi alcance es dar a conocer una novela a un gran número de lectores. Todos los días publico contenido en redes sociales y llego a decenas de miles de personas sumando Twitter, Facebook, Blogger, Google+, etc. Después, deberéis ser vosotros los que decidáis leerla o no. Pero la cuestión es que , tras esto, la publicación ahora solo depende de mí y será cuanto antes. A día de hoy, necesito un mes o mes y medio para darle una última revisión (corregir, no he dejado de corregirla en ningún momento), decidir la portada y la sinopsis, etc. y, por eso, he pensado fijar como fecha de publicación el:
1 de Julio de 2016
"Siete libros para Eva" saldrá en Amazon el 1 de julio, en principio solo como ebook. Y sí, ya sé que es una fecha peligrosa para lanzar un ebook. Ese día se inicia el "Concurso de autores indie" de Amazon y suelen repartirse reseñas negativas a cualquier novela, participe en él o no (los que publicáis en ebook sabéis de lo que hablo, no?). Así que he pensado que la inscribiré porque, de exponerse a ellas, mejor que sea compitiendo por algo. La parte buena de esto, es que su participación le otorgará mayor visibilidad y, por supuesto, optará a un premio muy apetecible por prestigio y cuantía. Pero antes he dicho "en caso de celebrarse" porque, que yo sepa, no ha salido todavía la convocatoria de este año. En el supuesto de que no lo organicen, la fecha sería la misma. Lo que no sé es cuándo la publicaré en papel (porque no sé si se permite mientras esté vigente el concurso, por ejemplo) y tampoco la promoción qué puedo plantear sin saltarme alguna base. Pero sí saldrá en papel y haré promociones, intentando ser original y abarcando todas las redes sociales.Gracias por vuestro interés y un abrazo.Roberto.
Published on April 20, 2016 12:08
March 28, 2016
Cien mil visitas al blog. ¡Gracias!
Hola a todos.
La verdad es que en toda la Semana Santa no había entrado aquí y hoy, cuando lo he hecho, me he encontrado con esto.
No es que tenga demasiada relevancia —no es más que un número—, pero me hace ilusión y mucho más cuando a veces paso temporadas sin subir una entrada y lo utilizo solo para recopilar enlaces de mis libros, y tampoco es que sea un número muy alto, pero he pensado que la cifra bien merece al menos una entrada para daros las gracias a todos los que lo habéis visitado alguna vez.
Gracias a todos los que lo habéis visitado, por partida doble a los que también lo seguís y prometo subir más contenido de ahora en adelante.
Un abrazo.Roberto.
La verdad es que en toda la Semana Santa no había entrado aquí y hoy, cuando lo he hecho, me he encontrado con esto.

No es que tenga demasiada relevancia —no es más que un número—, pero me hace ilusión y mucho más cuando a veces paso temporadas sin subir una entrada y lo utilizo solo para recopilar enlaces de mis libros, y tampoco es que sea un número muy alto, pero he pensado que la cifra bien merece al menos una entrada para daros las gracias a todos los que lo habéis visitado alguna vez.
Gracias a todos los que lo habéis visitado, por partida doble a los que también lo seguís y prometo subir más contenido de ahora en adelante.
Un abrazo.Roberto.
Published on March 28, 2016 04:13
March 15, 2016
El siempre curioso mercado editorial.
Hola a todos.
Aunque pocos lo sabéis, en el año 2011 publicaba mi primer libro. Se llamaba "Cartas desde el maltrato", incluía el diario de la que entonces era mi pareja y pensé que era una historia que debía ser publicada, puesto que creo que no hay otro libro similar.
Nunca he hablado de él ni lo he incluido en mi biografía. En aquel año, lo cogió una editorial y, sin mi permiso (ni siquiera recibí la galeradas definitivas), noveló el texto del diario e hizo las reformas necesarias para poder promocionarlo vendiendo que había sido la protagonista quien lo había escrito y yo tan solo había puesto mi nombre como autor. Es posible que pensaran que no tenía más obras obras publicadas, o que no sabía escribir o que no mi nombre no era comercial. Es posible.
Pero la realidad es que yo tenía mi orgullo como escritor y, en vez de pelearme con ellos, decidí seguir escribiendo, ofrecer mis derechos de autor a la editorial y protagonista y no considerar como mío ese texto que no me dejaba a buena altura como persona ni como autor. Lo cierto es que desde entonces he publicado dos novelas y, a pesar de más algunas zancadillas dirigidas, una ha sido líder de ventas en ebook en varios países y la otra, que se lee gratis, también ha encabezado las listas de descargas gratuitas. Este año publicaré la tercera (ya está rematada) y espero que consiga más relevancia todavía. En eso estamos.
Pero si hoy hablo de este libro es porque faltan dos semanas para que a la editorial se le acaben los derechos de difusión (sigue a la venta con mi nombre) y, por lo tanto, ejemplares sobrantes al margen, ese es el tiempo que resta para que si alguien quiere leer el diario de una mujer maltratada, lo que siente, lo que piensa y cómo afronta esa situación mientras la está viviendo, pueda comprarlo. Después ya no estará a la venta porque dudo mucho, pero muy mucho, que yo vaya publicar el libro original por mi cuenta algún día. Lo más probable es que lo meta en un cajón y ahí se quede.
Que conste que, pese a todo lo dicho, a haberse novelado el texto (y eso en muchas ocasiones esconde el estado de ánimo ) y a haberse cambiado el enfoque que yo le había dado, considero que sigue siendo un libro muy digno de ser leído, útil para muchas personas tanto en el plano personal como profesional y que no hay, ni creo vaya a haber, otro similar en le mercado.
Y si alguien piensa que esto lo pongo por un interés económico, he de decir que nunca he recibido un euro por este libro, tampoco lo he reclamado, y es evidente que no lo voy a cobrar. En el fondo, si saco esta nota es porque no quiero que alguien pueda decir algún día que ha publicado un libro con mi nombre y no ha agotado la edición.
A quien le interese, puede conseguirlo en la web de la editorial (Kailas), en Amazon y supongo que también en cualquier librería.
Gracias y un abrazo.Roberto.
Aunque pocos lo sabéis, en el año 2011 publicaba mi primer libro. Se llamaba "Cartas desde el maltrato", incluía el diario de la que entonces era mi pareja y pensé que era una historia que debía ser publicada, puesto que creo que no hay otro libro similar.
Nunca he hablado de él ni lo he incluido en mi biografía. En aquel año, lo cogió una editorial y, sin mi permiso (ni siquiera recibí la galeradas definitivas), noveló el texto del diario e hizo las reformas necesarias para poder promocionarlo vendiendo que había sido la protagonista quien lo había escrito y yo tan solo había puesto mi nombre como autor. Es posible que pensaran que no tenía más obras obras publicadas, o que no sabía escribir o que no mi nombre no era comercial. Es posible.
Pero la realidad es que yo tenía mi orgullo como escritor y, en vez de pelearme con ellos, decidí seguir escribiendo, ofrecer mis derechos de autor a la editorial y protagonista y no considerar como mío ese texto que no me dejaba a buena altura como persona ni como autor. Lo cierto es que desde entonces he publicado dos novelas y, a pesar de más algunas zancadillas dirigidas, una ha sido líder de ventas en ebook en varios países y la otra, que se lee gratis, también ha encabezado las listas de descargas gratuitas. Este año publicaré la tercera (ya está rematada) y espero que consiga más relevancia todavía. En eso estamos.
Pero si hoy hablo de este libro es porque faltan dos semanas para que a la editorial se le acaben los derechos de difusión (sigue a la venta con mi nombre) y, por lo tanto, ejemplares sobrantes al margen, ese es el tiempo que resta para que si alguien quiere leer el diario de una mujer maltratada, lo que siente, lo que piensa y cómo afronta esa situación mientras la está viviendo, pueda comprarlo. Después ya no estará a la venta porque dudo mucho, pero muy mucho, que yo vaya publicar el libro original por mi cuenta algún día. Lo más probable es que lo meta en un cajón y ahí se quede.
Que conste que, pese a todo lo dicho, a haberse novelado el texto (y eso en muchas ocasiones esconde el estado de ánimo ) y a haberse cambiado el enfoque que yo le había dado, considero que sigue siendo un libro muy digno de ser leído, útil para muchas personas tanto en el plano personal como profesional y que no hay, ni creo vaya a haber, otro similar en le mercado.
Y si alguien piensa que esto lo pongo por un interés económico, he de decir que nunca he recibido un euro por este libro, tampoco lo he reclamado, y es evidente que no lo voy a cobrar. En el fondo, si saco esta nota es porque no quiero que alguien pueda decir algún día que ha publicado un libro con mi nombre y no ha agotado la edición.
A quien le interese, puede conseguirlo en la web de la editorial (Kailas), en Amazon y supongo que también en cualquier librería.
Gracias y un abrazo.Roberto.
Published on March 15, 2016 05:52