Nieves Hidalgo's Blog: Reseña. Rivales de día, amantes de noche, page 20

June 29, 2019

Artículo: Bedlam

El "Bethlem Royal Hospital" de Londres es el manicomio más antiguo del mundo. Fue inaugurado por Simon FitzMary en el año 1247 con el fin de albergar a todo tipo de "lunáticos" y enfermos mentales. Sin embargo, gracias a sus métodos brutales, pronto empezó a conocerse como el Hospital de "Bedlam", que en inglés significa confusión o follón. El nombre se lo pusieron los londinenses que escuchaban los gritos que salían del edificio, gritos de locos enjaulados o encadenados a las paredes. El látigo y las cadenas eran el habitual "tratamiento" para los pacientes. 
A principios de siglo XVII Bedlam era el único hospital para enfermos mentales del país. La mayoría de los pacientes eran vagabundos, aprendices y sirvientes. Había unos pocos estudiosos y caballeros. Medio siglo más tarde Bedlam era un lugar muy concurrido, ruidoso y contaminado. El manicomio llegó a estar tan sucio y destartalado que a mediados del siglo XVII, en 1673, se decidió trasladar el hospital a un nuevo y moderno edificio en el Moorfields - lo que hoy es Finsbury Circus. 
A partir del siglo XVIII, se puso de moda entre los caballeros y damas ingleses acudir al hospital de Bedlam para pasar una tarde de diversión. Por apenas un penique, los ingleses adquirían un pase para el gran zoológico humano. La visita de esa casa de locos era una de las grandes diversiones dominicales de los londinenses. Los visitantes pasaban por esas verjas llamadas "penny gates", porque la entrada costaba muy poco. El visitante tenía derecho a recorrer todas las divisiones, las celdas, hablar con los enfermos, y burlarse de ellos. Podían darles de comer o de beber alcohol para estimularles. Las visitas se suspendieron en 1770 "porque perturbaba la tranquilidad de los pacientes". A finales del siglo XVII, el nuevo hospital de Bethlem era tan decadente y desolador que en 1807 se decidió trasladar otra vez al hospital a un nuevo edificio construido entre 1812-1815, en San Jorge Campos en Southwark. Las restricciones y los castigos físicos siguieron siendo la norma (un paciente permaneció encadenado durante 14 años). 
No fue sino hasta mediados del siglo XIX, cuando el hospital fue objeto de la inspección regular del gobierno y la política de tratamiento cambió. Después de las investigaciones, donde fueron muy críticos con el sistema, se empezó a aplicar el tratamiento y no el castigo. Se comenzó a tener ocupados a los pacientes y a darles sedantes, somníferos y fármacos para el corazón. Las estancias fueron adecuadas para hacerlas cómodas y los guardianes sustituidos poco a poco por enfermeras. 
En el hospital de Bedlam no faltaron huéspedes ilustres: James Hadfield, que intentó matar al rey Jorge III. James Tilly Matthews, un comerciante que decía que Inglaterra iba a ser atacada por espías montados en telares voladores controlados por la mente. Louis Wain que estaba obsesionado por los gatos, dibujándolos fumando, tomando el té o jugando al bridge. Richard Dadd estaba obsesionado con las hadas. Mató a su padre con un machete y le encontraron una lista con las personas que iba a eliminar, entre ellas el Papa, por orden del dios egipcio Osiris. Recluido en Bedlam, realizó pinturas que ahora están en la Tate Gallery de Londres.

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Published on June 29, 2019 14:24

June 27, 2019

Un poquito de El Ángel Negro

En esta ocasión os invito a leer unas páginas de unas de mis novelas favoritas, El Ángel Negro. Si aún no la habéis leído, espero que le deis una oportunidad.


EL ÁNGEL NEGRO 
Pero algo se interpuso en su camino. Chocó, se tambaleó y estuvo a punto de caer de espaldas. Unos brazos de hierro la sujetaron y ella enloqueció. Se revolvió, soltó puñetazos, patadas, gritó con todas sus fuerzas. Pero cada vez se estrellaba contra una pared que la retenía y, después de un corto forcejeo, se le agotaron las fuerzas y se quedó desmadejada. Entonces sí. Entonces estalló en un llanto histérico ante la realidad de aquel peligro inminente y sin escapatoria. Y oyó una voz que parecía regresar de la tumba. 
—Los tiburones no son mejores que nosotros, señora. 
Paralizada por el pánico que la oprimía sin remedio, Kelly apenas reaccionó, pero el corazón le comenzó a bombear de forma dolorosa, no podía respirar y temblaba como una hoja. ¡Aquella voz! ¡Aquella voz! ¡No podía ser cierto! A su alrededor, el jolgorio de la turba asaltante espoleaba su orgullo malherido, pero ella se encontraba varada ante aquel pecho granítico que seguía reteniéndola y se sacudía con la risa. Levantó la cabeza. Y sus ojos se toparon con dos lagos verde esmeralda que le provocaron que le diera un vuelco el corazón. Porque su temor cobraba vida, no se había confundido. Ante ella, más avasallador y atractivo que nunca, chorreando agua y fundido con la oscuridad con su vestimenta negra, estaba el hombre que le había quitado el sueño desde que lo conoció. Enderezó el cuerpo y con voz como un latigazo, dijo: 
—Suéltame de inmediato, Miguel. 
Él se quedó petrificado. Sus músculos se tensaron y se aferró con más fuerza a aquel cuerpo femenino que volvía como una ensoñación. No podía apartar la mirada de ella. Aquel rostro, aquellos ojos azul zafiro lo lanzaban de cabeza a la locura. ¿Cuántas veces había soñado con tenerla? ¿Cuántas noches había pasado en vela, recordando sus besos? Todas y cada una de las mujeres que había habido en su vida desde que escapó de Port Royal y se unió a la flota pirata de Boullant se perdieron en la nada. ¿Qué habían significado sino un mero entretenimiento, un simple desahogo? Ninguna de ellas anidó en su corazón, porque éste se lo había robado una inglesa a la que odiaba. ¡Y ahora la tenía allí mismo! 
—¡Eh, capitán! —reclamó el fulano que había sacado a Kelly del camarote—. ¡Yo he atrapado a la hembra! 
Hizo un amago de acercarse y llevársela, pero bastó la actitud de Miguel para disuadirlo. Kelly quiso aprovecharse del momento y se revolvió entre sus brazos, pero sólo consiguió que él hiciera más presión sobre su cuerpo y que una mano masculina la sujetara del cabello, echándole la cabeza hacia atrás. Y ella tembló al mirarlo, porque en los labios distendidos de Miguel vio una sonrisa posesiva y presintió que su destino iba a ser peor de lo que imaginaba. Una voz engañosamente suave le susurró: 
—Volvemos a encontrarnos, miss Colbert.
Sigue leyendo rxe.me/8408005103

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Published on June 27, 2019 11:21

June 25, 2019

Reseña de Brezo blanco


Os invito a que visitéis el blog Crazy readers ladys y a que leáis esta bonita reseña que ha hecho KLIMT de mi novela Brezo blanco. Os dejo un trocito de la reseña y aprovecho para agradecer la opinión y decir que estoy encantada de que lo hayas disfrutado. 
Os dejo un trocito de la reseña:
Algunos de los personajes secundarios me he reído a carcajadas sobre todo, con James, Duncan y Malcom.
La trama es entretenida y el ritmo rápido por sus capítulos muy cortos que te hacen devorarlos uno tras otro. Además, cuenta con esos pequeños toques tan característicos de la autora que te dejan con una sonrisa y satisfacción 100% y que, a mí me encantan.
Es una novela que recomiendo 100% por todo los que nos cuenta en ella y que nos hace sentir.

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Published on June 25, 2019 07:10

June 23, 2019

Artículo: Cómo limpiaban la ropa

De todos es sabido que no siempre existieron las comodidades de las que hoy disfrutamos para lavar la ropa. Antaño, esta larga, cansada, incómoda y tediosa tarea se realizaba en el río golpeando la ropa contra las piedras, restregándola y frotándola con arena para arrancar la suciedad. La mente humana, ingeniosa ella, desde siempre ideó mecanismos que facilitaran esta labor. Se sabe, por ejemplo, que los antiguos egipcios ya usaban unos batidores de madera con los que golpeaban las ropas contra las piedras. 
En la época en la que transcurren muchas de nuestras novelas esta labor era algo muy trabajoso, pues hasta que no aparecieron las primeras lavadoras toda la ropa había que lavarla a mano. Esta tarea suponía un trabajo tan agotador que se consideraba causa de numerosas enfermedades. 
Hasta el siglo XVIII, incluso en los hogares ricos, se lavaba la ropa cada cuatro o seis semanas. El mal olor de las ropas se paliaba con perfumes y colonias. Pero para algunos esto no significaba suciedad, dejadez o falta de higiene, pues las clases socialmente altas tenían suficiente ropa como para poder cambiarse tan a menudo como quisieran. 
El día de lavado en una noble casa victoriana era un acontecimiento importante. La mano de obra que para tal efecto era necesaria era una de las razones de hacerlo con tan poca frecuencia y para que así fuera económicamente más viable. 
Las casas grandes y pudientes tenían su propio espacio dedicado al lavado de ropa, mientras que los hogares más pequeños debían contentarse con usar sus cocinas o los patios para tal efecto. Antes de que las casas tuvieran agua corriente, esta, a menudo, debía ser traída desde cierta distancia. Se intentaba almacenar el agua de lluvia y las comunidades rurales usaban el agua de ríos y arroyos para el lavado. 
Las familias con buenos ingresos económicos tenían una criada específicamente para hacer frente al lavado doméstico, pero el resto de casas tenían que valerse por sí mismas o emplear para la ocasión los servicios de una lavandera. Las lavanderas, a veces, iban a las casas a lavar la ropa, sin embargo, lo que a menudo hacían era llevarse la colada y lavarla en sus propios hogares. Esta, para una mujer casada, era una forma inestimable de conseguir unos ingresos extras para su familia, y para una mujer soltera o viuda, algo que podía ser crucial para sobrevivir. Sin embargo, siempre fue un trabajo agotador y difícil. Las mujeres trabajaban seis días a la semana y en muchos casos era el trabajo de toda su vida. 
El proceso de lavado se prolongaba durante la mayor parte del día, habitualmente los lunes, y había que comenzar muy temprano. Se lavaba en tinas hechas por lo general de madera. El lavado se hacía con un palo con un extremo en forma de cono o terminado en un pequeño taburete de tres patas. La ropa se sumergía en agua hirviendo y con el palo se agitaba la ropa. 
El jabón estaba elaborado con grasa animal y hervido con lejía y restregaban y frotaban las prendas sobre una tabla. A la ropa blanca también se le añadía blanqueadores y añil. Para preservar los tejidos y sus colores usaban, por ejemplo, sal para la lana y para mantener el color azul, y alumbre o vinagre para los verdes oscuros. Las sábanas y la ropa de cama se cubrían con agua tibia y un poco de soda y luego se dejaban en remojo durante la noche. La ropa grasienta se sumergía en una solución de media libra de cal viva por cada seis litros de agua. La ropa manchada de cera de velas y del aceite de las lámparas se limpiaba con trementina mezclada con tierra de batán. La tinta se quitaba con jugo de limón, y las manchas de fruta con leche caliente. Se lavaban primero las mejores prendas de vestir, después la ropa íntima y para el final se dejaban las cosas más mundanas, tales como los paños de cocina, bayetas y, finalmente, los trapos utilizados para limpiar los orinales. 
Para la ropa de cama, delantales, cuellos y las camisas de los hombres se utilizaba almidón de patata o de harina de arroz, y las prendas con volantes se sumergían en agua a fuego lento en una especie de gelatina formada por una mezcla de almidón, bórax fundido y cera diluida. 
Hasta mediados del siglo XIX las tablas, las tinas y los demás útiles para la colada eran principalmente de madera. Para que fueran resistentes al agua, la madera se dejaba secar durante 18 meses antes de usarse. Posteriormente, las nuevas tablas de lavar, de zinc, hierro o vidrio, tuvieron una excelente acogida. 
Hacia el siglo XIX las lavanderías privadas tenían el suelo de piedra, pilones de ladrillo y un canal de desagüe. La colada se hacía en tinas de madera, algunas con grifos de agua caliente y fría. Durante el invierno, la ropa se colgaba en tendederos de madera y se dejaba secar en una habitación calentada por un horno. En las zonas rurales podía verse la ropa colgada en los campos segados. 
Los lunes se clasificaba la ropa en montones de blanco, color y lana. Los lazos, encajes y botones, demasiado delicados para sobrevivir al lavado, eran retirados por las doncellas. Posteriormente, se frotaban las manchas de grasa con lejía y se dejaba la ropa a remojo en agua tibia con sosa. 
Los martes se encendían las calderas. La ropa blanca se lavaba al menos tres veces por separado, con jabón y en agua muy caliente, todo lo caliente que las manos pudieran soportar; la ropa de color y la de lana se lavaban en agua fría para evitar que destiñera o encogiera. 
Las mujeres escurrían la colada con sus propias manos. Una vez escurrida, la ropa se colgaba en tendederos. 
George Jee, en 1779, diseñó la escurridora. La ropa pasaba entre dos rodillos accionados por una manivela. Los rodillos eliminaban el exceso de agua y daban a la ropa un primer estirado. En 1850 estas máquinas se vendían en todas partes. Cuando la ropa estaba casi seca se planchaba sobre una superficie cubierta con una manta, con planchas de hierro calentadas al fuego. 
Los primeros inventos para aliviar esta dura tarea aparecieron en 1691, cuando en Inglaterra se patentó la primera máquina de lavar. Sin embargo no se sabe si alguna vez llegó a fabricarse. Sí hay constancia, sin embargo, de diversos diseños de lavadoras manuales a lo largo de todo el siglo XVIII. Estas máquinas constaban básicamente de un tonel con paletas en su interior. El tonel se llenaba de ropa y una manivela hacía girar las paletas. Sin embargo, estas máquinas se estropeaban enseguida y destrozaban frecuentemente la ropa. 
A finales del siglo XVIII, al bajar el precio de la tela con la Revolución Industrial, la gente corriente pudo entonces cambiarse de ropa más a menudo, lo que también hizo que aumentase el volumen de la colada. Las mujeres usaban como mínimo tres capas de ropa interior y lo normal era lavarlas una vez a la semana. Resultaba más económico hacer la colada en casa, si bien las lavanderías siguieron floreciendo en las grandes ciudades. 
La agotadora tarea de lavar la ropa apenas cambió durante mucho tiempo hasta que aparecieron las primeras lavadoras eléctricas. Sin embargo, la proximidad del agua y la electricidad hizo que en un principio resultasen peligrosas y fueran miradas con prevención por sus usuarias. 
-Robinson de Lancashire en 1780, patentó una máquina para lavar y escurrir la ropa. 
-Henry Sidgier en 1782, creó una lavadora para utilizar manualmente. Estaba compuesta por un tonel de madera y una manivela. 
-Hamilton Smith en 1858, le agregó un tambor de engranaje que permitía que rotara en ambos sentidos. 
-En 1880, en Ucrania, con el fin de lavar la ropa en los hospitales, se creó una máquina que además de cumplir su misión de lavado también secaba la ropa. 
-La primera lavadora eléctrica fue creada por Alva J. Fisher en el año1901, aunque hasta 1910 no patentó su invento. Su uso se generalizó cuando la electricidad ya no era un privilegio. Esta lavadora tenía un motor que hacía rodar un tambor metálico. 
Dos empresas se disputan la lavadora automática que conocemos hoy: Bendix Corporation (1937) y General Electric (1947). Recién creadas estas máquinas tenían un costo muy alto y su seguridad era mínima, había que sacar las prendas a través de dos rodillos que se hallaban en la parte superior. Solamente después de la Segunda Guerra Mundial despegó la venta de lavadoras. 
En los años 60 se empezó a innovar con este artefacto tan amado por las amas de casa puesto que tanto facilitó su trabajo a la hora de realizar la colada. Se incorporó un tambor mecánico, se añadió el centrifugado y un control temporizador. Mucho después, con los sistemas informáticos, se le agregó un microprocesador que es el que da las diferentes opciones de lavado.
**Gracias a Rocío DC por sus aportaciones para realizar este artículo.

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Published on June 23, 2019 14:06

June 20, 2019

Unas páginas de Brumas...

Te invito a que leas unas páginas de mi novela Brumas, si no la has leído aún, espero que te incite a hacerlo, si lo has hecho, ojalá que te traiga recuerdos de los buenos ratos pasados con ella.



BRUMAS 

A Lea se le paró el tiempo cuando se encararon en la distancia. Aquellas pupilas quemaban y una desazón incómoda corcoveó por su columna vertebral. Pero el hechizo se rompió: una dama se acercó a Ormond y posó la mano en su brazo. Ellis pareció perder su interés e intercambió algunas palabras con ella. Surgió en Lea una repentina y estúpida animadversión hacia la mujer, que aumentó al auparse para susurrarle brevemente al oído, levantando apagados murmullos. Ormond encogió un hombro, ahuecó de su brazo la mano de la dama, desanduvo sus pasos hacia el anfitrión y dirigió su vista a Lea. El conde de Westtin escudriñó a su alrededor, la miró directamente y cuchicheó algo al duque. Éste asintió, se volvió ligeramente para verla una vez más, como lo hiciera antes, y a ella le sobrevino la sensación de que la estaba desnudando en público. Un leve rubor le cubrió las mejillas, aunque nunca había sido propensa a las muestras de timidez. Pero, a pesar de la comezón, se mantuvo firme, sin desviar su atención de él. Se propuso tratarlo con el mismo descaro y así lo hizo. La incomodaba sobremanera ser el centro de atención, pero sacó fuerzas de flaqueza y elevó el mentón. Él parecía un lobo entre ovejas. O algo peor, se dijo Lea. Un ángel caído entre devotos creyentes. ¿Fue fruto de su imaginación o el duque le hizo una ligera inclinación de cabeza? 
Lea no reaccionó cuando él se hubo ido, pero sí cuando Tina se la colgó del brazo. 
—¡Te ha mirado! ¡Oh, Dios, te ha mirado, Eleanor! 
—Me haces daño. 
—¡Dime que no le conoces! 
—Pues claro que no le conozco, Tina. ¿Qué es lo que te pone tan nerviosa? 
—¡Oh, Señor...! 
—Por cierto, ¿quién era esa mujer? 
—¿Qué mujer? 
—La que ha estado hablando con él. 
—Amelia Hossman. Es viuda de un aristócrata austríaco, aunque nunca ha vuelto a utilizar el título desde que murió su esposo. Seguramente es la única amiga de Ormond y se rumorea que mantuvieron un romance. Ella parece estar lo bastante loca como para insistir en volver a conquistarlo. 
Lea rastreó a la dama, que se perdía ya entre los bailarines que ocupaban de nuevo la pista. El demonio se había ido y los mortales retornaban a la actividad, se dijo. 
Durante el resto de la velada no hubo otro tema de conversación que no fuera la corta e inquietante visita, y Lea escuchó tantas historias disparatadas que acabó hartándose y decidió abandonar la fiesta. 
Mientras el carruaje que la devolvía a casa de los Bermont traqueteaba por las oscuras calles londinenses, no pudo dejar de pensar en Ellis. ¿Realmente era un asesino?, se preguntaba. Lea no se dejaba influenciar fácilmente por comentarios maliciosos. Para hacerse un juicio de valor siempre intentaba conocer las dos partes. Sin embargo, algo le decía que cuanto más lejos estuviera de Ormond, mejor para su tranquilidad.
Sigue leyendo: rxe.me/8408101730

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Published on June 20, 2019 10:39

June 19, 2019

June 16, 2019

Artículo: Los Bow Street Runners

Los Bow Street Runners fueron los percusores de la policía metropolitana. 
Hasta el año 1821 en Inglaterra existía el código de Winchester de 1285 que afirmaba que cada ciudadano de entre 15 y 60 años tenía que poseer un arma para garantizar la paz. 
En el Londres del siglo XVIII no existía un cuerpo de policía como tal. En la década de 1750 la organización encargada de establecer el orden en Inglaterra estaba en un estado terrible: los vigilantes eran a menudo viejos e ineficaces, los alguaciles tenían cada vez más dificultades para mantener la ley en los pueblos y ciudades, y los caminos estaban infestados de salteadores. 
El primer paso para hacer una reforma vino de la mano, en 1753, de Henry Fielding que era el Juez del Paz de Westminster. Al principio reclutó un grupo de sólo seis hombres, los Bow Street Runners, que actuaban como detectives profesionales persiguiendo a los delincuentes en el corazón de Londres. Tuvieron tanto éxito que fuerzas similares se establecieron muy pronto en los tribunales de otros magistrados. 
Con los Bow Street Runners se consiguió una gran mejoría, pero fue Sir Robert Peel, ministro del Interior, quien con su proyecto de ley de Mejoramiento de la Policía Metropolitana de 1829 instó a crear un cuerpo de policía en Londres que cubriera la totalidad del área metropolitana. Esto marcó el inicio de la Policía Metropolitana. 
A los policías se les llama Bobbys por ser diminutivo de Robert (por Robert Peel) y se comenzó a llamar Scotland Yard porque la ubicación de la sede original de la Policía Metropolitana estaba en el 4 de Whitehall Place, en donde había una puerta trasera que daba a la calle Great Scotland Yard.

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Published on June 16, 2019 23:02

June 15, 2019

June 13, 2019

¿Has leído ya Dime si fue un engaño?

Un pequeño aperitivo de la novela DIME SI FUE UN ENGAÑO


Pero era él, no le cupo ninguna duda. Vestía de modo informal, completamente de negro, y se lo veía distante, amedrentador, y mucho más fascinante y soberbio que como lo recordaba. 
—Creía que... —Carraspeó porque se le atascaban las palabras—. Creía que habías muerto. 
El vizconde de Basel se encogió graciosamente de hombros, miró la botella que había a un lado de la mesa, la cogió, olió el contenido y preguntó: 
—¿Puedo? 
Ella asintió y él bebió directamente del envase. Phillip necesitaba un buen trago de ron negro, pero el suave vino adulterado le sirvió para calmar los erráticos latidos de su corazón, que parecía querer salírsele del pecho al tenerla tan cerca. También él se tomó su tiempo para valorar los cambios en Chantal. Ya no era la muchachita de apariencia frágil que él había conocido años atrás; ahora se había transformado en toda una mujer, dueña de una belleza más serena, que, mal que le pesara, le quitaba el aliento. Su oscuro cabello le caía en ondas sobre los hombros, espeso y brillante, sólo un poco más largo de como lo solía llevar antes, y sus ojos habían perdido la inocencia de la juventud, aunque seguían siendo los más hermosos que él había visto nunca. Se encontró mirándola sin rencor y, cuando se dio cuenta, un destello de ira se activó en su interior. 
—Has cambiado —le dijo. 
—Y tú. Supongo que lo último que esperabas era que volviéramos a encontrarnos después de tanto tiempo. Una sorpresa desagradable, ¿verdad? 
Su comentario, que destilaba mordacidad, hizo reaccionar a Chantal. Abandonó su asiento y le dio la espalda para armarse de valor, enfrentándosele después. Apoyó las palmas de las manos en la mesa y se inclinó hacia él, mientras la atravesaba un torbellino de furia. 
—¡¿Por qué no te has puesto en contacto conmigo, Phillip, maldito seas?! —le gritó—. ¿Por qué no me has hecho saber que estabas vivo? 
—Querida, tú habrías sido la última persona a la que hubiera dicho que seguía en este mundo —repuso él con un retintín que la hizo estremecer. 
—Yo... 
—Phillip Villiers murió cuando me traicionaste. ¿O es que ya no lo recuerdas? 
—Yo no te... 
—El hombre al que te refieres ya no existe —volvió a interrumpirla él—. Su cuerpo fue pasto de los peces, y sus huesos, si es que aún queda alguno, abonarán el fondo del mar. Ni siquiera pudiste encontrar una excusa plausible para tu felonía, así que ni se te ocurra echarme nada en cara. 
La expresión de Phillip era pura hiel y Chantal se dio cuenta de ello. Sentía que se le iba la vida al volver a oír sus palabras, haciéndola otra vez culpable de un complot que sólo existía en su cabeza. En el pasado la había acusado de ser su perdición, de haberlo vendido, de haber mentido sobre el amor que le profesaba, y ahora, en el presente, demostraba que ni el tiempo ni la distancia habían cambiado su convencimiento. Sabía que era inútil volver a negarlo, pero aun así, le dijo: 
—No te traicioné. Lo creas o no, yo no... 
—Dejemos eso —la cortó Phillip expeditivo. 
—¿Cómo es que me has encontrado? Nadie sabe que estoy aquí salvo... 
—Damien. 
Chantal se estremeció. Damien Moreau, sí. De no ser por él, ahora estaría en una tumba olvidada. Les debía mucho a ese hombre y a Estelle, pero esa afirmación arrojaba en su alma la sombra de la duda. Si Damien había sabido durante todos esos años que Phil estaba vivo, ¿por qué no la había sacado a ella del doloroso infierno de creerlo muerto? ¿Por qué no le había dicho nada? Posiblemente, Phillip lo habría puesto como condición. ¿No acababa de decirle que ella sería la última persona a la que le habría hecho saber que estaba vivo? No podía culpar a Moreau por guardar silencio, a fin de cuentas, era su amigo y ella sólo la mujer que, incluso para el sobrino de Estelle, lo había traicionado. Intentó calmarse y razonar. La enorme sorpresa de volver a ver al hombre al que amó, la exultante alegría de saberlo aún vivo y la zozobra que agitaba su espíritu al comprobar que su odio hacia ella no había remitido, la dejaban indefensa. Hubiera querido echarse en sus brazos, besarlo hasta saciarse de su boca, decirle cuánto lo había echado de menos, cuántas noches había llorado su ausencia... Pero también ella tenía orgullo y cuentas que saldar. Y no iba a ponerse de rodillas ante un hombre que la había echado de su vida, que la miraba despectivo, a la defensiva, como si de una serpiente se tratara. Hasta ahí no quería ni debía llegar, por mucho que siguieran encendidas en su corazón las ascuas de un amor pasado. Demasiado había sufrido ya durante aquellos años, creyéndolo muerto, intentando vengarse del engaño perpetrado por Chevalier, indagando en sus trapacerías para llevarlo ante la Justicia, como para rebajarse más. Si Phillip tuviera una idea, una somera idea de las cosas que había llegado a hacer para obtener información... Por supuesto, no pensaba contárselo, sólo serviría para afianzar en él la idea de que era una ramera, como la había llamado antes de irse.
Sigue leyendo rxe.me/XM1K6IK 

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Published on June 13, 2019 10:27

June 10, 2019

Artículo: El cabello femenino en las distintas épocas


Vamos a dar un breve paseo por la historia a través de los distintos peinados de las mujeres. 
Desde el siglo V hasta el XI lo llevaban largo, cuanto más mejor, y trenzado, dejando descubierta la frente que cubrían con cintas, flores o piedras preciosas. Dado que el cabello suponía una muestra de erotismo, las mujeres que estaban casadas lo cubrían con velos. También se usaba recoger las trenzas en rodetes sobre las orejas que adornaban con redecillas doradas o de seda. 
En los siglos XIII y XIV la moda pasaba por cuatro trenzas unidas en la coronilla y cubiertas por una redecilla con adornos múltiples. La Iglesia fue la principal causante de que se cubriesen el cabello tanto solteras como casadas, ya que decían que era pecaminoso y exhortaba al varón al pecado. 
En el siglo XVIII los peinados eran ostentosos y mayormente artificiales. Se pusieron de moda las pelucas extravagantes. El uso de las pelucas se impuso durante el reinado de Luis XIV de Francia, conocido como El Rey Sol. Francia iba a la cabeza de la moda y toda Europa les imitó. Se dice que Luis XIV tenía decenas de peluqueros para diseñar sus pelucas. Las de los hombres solían ser blancas, pero las de las mujeres llegaron a ser altísimas (cuanto más altas, más importante era la dama en la sociedad), y de colores tan extravagantes como el rosa, el morado o el azul. Sobre 1715 la moda era llevarlas empolvadas de polvo blanco (de arroz o de harina de trigo), aunque también había polvos en tonos rosas, azules o grises. A bailes y actos importantes, muchas mujeres llevaban pelucas y postizos que también empolvaban. 
Durante el Imperio Napoleónico/Regencia, se llevaba el cabello recogido, con rizos en la frente y sobre las orejas, normalmente atado con un rodete en la nuca. Nada de cabello suelto. Y para la calle se usaban gorros para cubrirlo. 
A partir de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial se impuso mostrar la distancia con los excesos de la Corte, por lo que las pelucas, adornos y abalorios dejaron de usarse. 
Con el triunfo del capitalismo en el siglo XIX y al mejorar la higiene, aparecieron nuevas profesiones, una de ellas, los peluqueros, que atendían a las clientas de las clases burguesas en muchos casos yendo a su domicilio. Estos expertos en el cabello lavaban y peinaban a cambio de remuneración económica. Se diferenciaron así de los antiguos "peluqueros" de la Corte que en su mayoría eran doncellas o sirvientes. 
Las mujeres más humildes sujetaban sus cabellos principalmente con moños, ya que esa era la forma más decorosa del momento. Las burguesas adoptaron, por su sencillez, también este tipo de peinado. Para salir a la calle, cubrían sus moños sujetos a la nuca con horquillas y redecillas, con los adecuados sombreros.
Os dejo un vídeo muy interesante sobre la moda del cabello a través de las distintas épocas:

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Published on June 10, 2019 13:52

Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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