Vanesa Paredes's Blog, page 9
November 22, 2018
¿ Sabías que Sofía es la única persona que puede ver y oír a Gabriel?¿Quieres saber cómo fue su primer encuentro?
…Mientras seguíamos al guía, mis amigas y yo nos entreteníamos debatiendo cuál de las salas del palacio merecía la máxima condecoración en belleza. Entre todas ellas, la sala maura resultaba la más hermosa en opinión de Alina y Emma, pero para mí la sala florentina, de la que cuelgan las lámparas más bonitas de Rumanía, es la que merece, sin duda, el primer puesto. “Entre 1893 y 1914 el arquitecto checo Karen Limen otorgará al castillo su característico estilo neorrenacentista, gracias a las numerosas torres puntiagudas y los ornamentos tallados en madera…”
Continuamos por los pasillos y al entrar en la sala de armas, descubrí con sorpresa que el grupo anterior se había demorado en su visita y les habíamos dado alcance. Era un grupo bastante numeroso, de chicos y chicas más o menos de la misma edad que nosotros. Había una chica rubia con el pelo tan largo que casi le llegaba a las rodillas, pero teñido de un color tan artificial que le robaba toda la gracia. Entonces, la melena rubia de la muchacha dejó de centrar mi atención … Junto con el otro grupo, a pocos metros de mí, estaba el chico más impresionante que había visto jamás. Tenía el cabello de un castaño brillante y unos grandes rizos perfectos que caían graciosamente sobre ambos lados de su cara, dejando entrever unos ojos casi dorados, tan hermosos que no parecían de este mundo. No sólo sus ojos, sino todo su escultural cuerpo tenía alrededor un aura de luz que le hacía diferente, maravilloso y extraordinario… con toda seguridad superaba el metro ochenta de altura y hubiera jurado que la proporción entre sus hombros y su cintura debía corresponder exactamente a la que Leonardo Da Vinci había determinado en sus notas sobre el hombre de Vitruvio. Me pareció que él también se había fijado en mí, pero no estaba demasiado segura, las ganas que tenía de que realmente fuera así podrían estar jugándome una mala pasada. Quise darle un codazo a Alina para que no se perdiera aquella increíble visión, pero estaba completamente paralizada, y terminó siendo ella la que tuvo que empujarme hacia delante para que despertara de mi ensoñación. Me volví hacia ella con un disgusto evidente.
—¿Qué te pasa? El grupo está avanzando —dijo Alina mirándome sorprendida.
—¿No le has visto? —contesté—. El chico del pelo rizado que iba con el otro grupo.
—Creo que no —respondió Alina indiferente—. ¿Por qué, me he perdido algo?
—Te has perdido la mejor visión que tendrás en tu vida. —Vale, vale, estaré más atenta. Pero date prisa, que se va nuestro grupo.
A ver si les alcanzamos otra vez, pensé. Mi adorado palacio había dejado de interesarme; sólo pensaba en acelerar el paso y conseguir salir de allí lo antes posible con la esperanza de localizar el autobús del otro grupo y averiguar, al menos, a qué escuela pertenecía. Necesitaba saber dónde podría volver a verle y conseguir que se percatara de mi existencia de cualquier modo. A cada paso, se apoderaba de mí una sensación de desasosiego ¿Y si no podía alcanzar al otro grupo y no conseguía averiguar dónde localizarle?
—Alina, por favor, vamos a salir fuera ya.
—Pero ¿Qué dices? ¿Te encuentras mal? —preguntó preocupada. Entonces lo vi claro: tenía que decirle a mi profesor que no me encontraba bien, que debía haberme sentado mal el desayuno, para lograr que me dejara salir al exterior.
—Sí —contesté lo más convincentemente que pude, poniendo cara de mareo—. Creo que no me ha sentado bien el desayuno.
—¿Quieres salir fuera? Se lo diré al profesor. No te preocupes, yo te acompaño.
—Gracias —respondí esperando que Alina se hubiera olvidado por completo de mi mención sobre aquel chico y descubriera mis verdaderas intenciones.
—Vamos, ya se lo he dicho —susurró Alina mientras avanzaba hacia mí con una sonrisa.
—Gracias, de verdad. Pero si quieres quédate a terminar la visita, puedo arreglármelas yo sola —aseguré.
—No te preocupes, no es la primera vez que vengo. Si luego estás mejor, entramos otra vez.
Abandonamos al resto del grupo mientras Emma nos miraba sorprendida. Había estado chateando por el móvil con su “amigo” y se había perdido toda nuestra conversación anterior.
—Ahora volvemos —le dije en voz baja.
Al salir fuera recobré cierto color en mi rostro, según me aseguró Alina. Mi estratagema había resultado más creíble de lo que había esperado, porque, al parecer, me había quedado algo pálida al haber visto al misterioso y maravilloso joven…
November 20, 2018
¿ Sabías que el castillo Peles fue el primer edificio de Europa en disponer de luz eléctrica y de ascensor?
[image error]
El Castillo de Valea Peleș es un palacio situado en Sinaia, Rumania, construido entre 1873 y 1914 por el arquitecto Karel Liman. Antigua residencia de verano de los reyes, actualmente es un museo. Fue construido en la época del rey Carlos I de Rumania y se convirtió en uno de los monumentos más importantes de Europa del siglo XIX. El castillo de Peleș fue el primer edificio de Europa en tener electricidad y ascensor.
El castillo Peleș es uno de los más importantes edificios típicos de Rumania, considerado único histórica y artísticamente.
Peleș tuvo una gran importancia para la historia de Rumania, en este castillo nació el futuro rey Carlos II de Rumania, el primer rey de la dinastía nacido en ese país.
El castillo será la residencia de la familia real hasta 1948, cuando este es conquistado por los comunistas. En 1953 el castillo se convierte en museo, pero hasta 1990 no es abierto al público.
Fuente: WIKIPEDIA.
Sofía y Gabriel se encuentran por primera vez en el castillo Peles, un encuentro un tanto inusual, que ligará sus vidas para siempre:
… Continuamos por los pasillos y al entrar en la sala de armas, descubrí con sorpresa que el grupo anterior se había demorado en su visita y les habíamos dado alcance. Era un grupo bastante numeroso, de chicos y chicas más o menos de la misma edad que nosotros. Había una chica rubia con el pelo tan largo que casi le llegaba a las rodillas, pero teñido de un color tan artificial que le robaba toda la gracia. Entonces, la melena rubia de la muchacha dejó de centrar mi atención … Junto con el otro grupo, a pocos metros de mí, estaba el chico más impresionante que había visto jamás. Tenía el cabello de un castaño brillante y unos grandes rizos perfectos que caían graciosamente sobre ambos lados de su cara, dejando entrever unos ojos casi dorados, tan hermosos que no parecían de este mundo. No sólo sus ojos, sino todo su escultural cuerpo tenía alrededor un aura de luz que le hacía diferente, maravilloso y extraordinario… con toda seguridad superaba el metro ochenta de altura y hubiera jurado que la proporción entre sus hombros y su cintura debía corresponder exactamente a la que Leonardo Da Vinci había determinado en sus notas sobre el hombre de Vitruvio.
Me pareció que él también se había fijado en mí, pero no estaba demasiado segura, las ganas que tenía de que realmente fuera así podrían estar jugándome una mala pasada. Quise darle un codazo a Alina para que no se perdiera aquella increíble visión, pero estaba completamente paralizada, y terminó siendo ella la que tuvo que empujarme hacia delante para que despertara de mi ensoñación. Me volví hacia ella con un disgusto evidente.
― ¿Qué te pasa? El grupo está avanzando ―dijo Alina mirándome sorprendida.
― ¿No le has visto? –contesté―. El chico del pelo rizado que iba con el otro grupo.
―Creo que no ―respondió Alina indiferente―. ¿Por qué, me he perdido algo?
―Te has perdido la mejor visión que tendrás en tu vida.
―Vale, vale, estaré más atenta. Pero date prisa, que se va nuestro grupo.
A ver si les alcanzamos otra vez, pensé. Mi adorado palacio había dejado de interesarme; sólo pensaba en acelerar el paso y conseguir salir de allí lo antes posible con la esperanza de localizar el autobús del otro grupo y averiguar, al menos, a qué escuela pertenecía. Necesitaba saber dónde podría volver a verle y conseguir que se percatara de mi existencia de cualquier modo. A cada paso, se apoderaba de mí una sensación de desasosiego ¿Y si no podía alcanzar al otro grupo y no conseguía averiguar dónde localizarle?
―Alina, por favor, vamos a salir fuera ya.
―Pero ¿Qué dices? ¿Te encuentras mal? –preguntó preocupada.
Entonces lo vi claro: tenía que decirle a mi profesor que no me encontraba bien, que debía haberme sentado mal el desayuno, para lograr que me dejara salir al exterior.
―Sí ―contesté lo más convincentemente que pude, poniendo cara de mareo―. Creo que no me ha sentado bien el desayuno.
― ¿Quieres salir fuera? Se lo diré al profesor. No te preocupes, yo te acompaño.
―Gracias ―respondí esperando que Alina se hubiera olvidado por completo de mi mención sobre aquel chico y descubriera mis verdaderas intenciones.
―Vamos, ya se lo he dicho ―susurró Alina mientras avanzaba hacia mí con una sonrisa.
―Gracias, de verdad. Pero si quieres quédate a terminar la visita, puedo arreglármelas yo sola ―aseguré.
―No te preocupes, no es la primera vez que vengo. Si luego estás mejor, entramos otra vez.
Abandonamos al resto del grupo mientras Emma nos miraba sorprendida. Había estado chateando por el móvil con su “amigo” y se había perdido toda nuestra conversación anterior.
―Ahora volvemos ―le dije en voz baja.
Al salir fuera recobré cierto color en mi rostro, según me aseguró Alina. Mi estratagema había resultado más creíble de lo que había esperado, porque, al parecer, me había quedado algo pálida al haber visto al misterioso y maravilloso joven.
Escudriñé con la mirada ansiosa en busca de algún rastro de él, observando con atención a cada uno de los grupos de personas que se encontraban en los jardines exteriores del castillo sin ningún éxito. Mi desesperanza aumentaba a cada segundo y Alina se dio cuenta de que no estaba precisamente preocupada por mi estómago, sino por encontrar de nuevo al chico que había visto dentro.
―Te veo mejor ―dijo con agrio sarcasmo.
―Perdona, pero es que necesitaba ver a dónde iba.
Mi tono debió sonar a verdadera disculpa, porque Alina me sonrió demostrando que no estaba enfadada.
― ¿No le ves? –dijo con cierta diversión.
―No, ayúdame a buscarle, por favor. Necesito hablar con él.
―Pero si yo no le he visto antes ―me recordó.
Eso mermaba mis posibilidades, pero estaba segura de que podría reconocerle en cuanto le viera. No debían haber bajado aún a los autobuses, ya que sólo nos llevaban unos minutos de ventaja en la visita. Tenía que estar por allí, seguro.
Comencé a andar, cada vez a mayor velocidad, alrededor de los jardines, fuentes y estatuas del exterior del palacio, pero no conseguía verlo por ninguna parte.
― ¿Tanto te gusta? ―preguntó Alina casi jadeante.
―Tú no le has visto. Si no, no preguntarías eso.
Entonces, salió el resto de nuestro grupo y el profesor dio quince minutos para hacerse fotos o ir al baño, y nos citó en el mismo punto a la una y diez, hora límite para mí, que se me antojó en exceso inoportuna.
―Voy al baño con Emma ―dijo Alina―. ¿Vienes?
―No puedo, ya sabes ―respondí con ansiedad.
―Vale, ahora volvemos.
Ambas se giraron y me abandonaron a mi suerte.
¿Qué pasaría si no conseguía localizarle? Tenía que aprovechar el tiempo y decidí dar vueltas de nuevo por todas partes, en un último intento desesperado. Estaba dispuesta a hacer todo lo posible, pero conforme avanzaban las agujas del reloj hacia la fatídica hora, se iba apoderando de mí el desaliento. No quería rendirme, pero el destino no estaba de mi parte.
Cuando llegó la hora indicada por el profesor, consideré la posibilidad de que estuviera en el área de estacionamiento de autobuses, lo que me hizo recobrar cierta esperanza.
Sin embargo, tampoco iba a tener suerte allí. Cuando por fin llegamos al aparcamiento, después de una bajada que me pareció eterna, los dos únicos autocares que quedaban pertenecían a los dos grupos de mi instituto que habían ido a la visita. Mi última opción se había esfumado.
El camino de vuelta en el autobús se convirtió aquel lunes en el más amargo que había tenido jamás; no quedaba ninguna esperanza de volver a verle. Mis amigas fueron comentando anécdotas de la visita, por lo que no se percataron de que nos les prestaba demasiada atención. No podía borrar de mi mente al chico que acababa ver, pero para mi desdicha, lo único que sabía de él era que vivía en algún lugar de Rumanía, quizá no muy lejano. Me resultaba enormemente injusto que, al menos, no hubiera contado con la posibilidad de acercarme a él y preguntarle de dónde venía su grupo, porque para eso sí habría sido valiente; después sólo había que continuar con cualquier excusa la conversación… Sin embargo, todo ello ya no iba a ser posible, no había modo de localizarle, a no ser… sí, todavía me quedaba Facebook.
Al llegar a casa, ansiosa por descubrir si las redes sociales estarían de mi parte, subí las escaleras de dos en dos tan rápido como pude, saludando a mi atónita hermana, que estaba viendo la televisión apalancada en el sofá del salón. Sin quitarme el abrigo ni la bufanda, me arranqué los guantes y me senté frente a mi portátil. Sólo en ese momento, me di cuenta de que no conocía ni siquiera su nombre, lo que iba a dificultar, o más bien impedir, mi investigación. El abatimiento logró apoderarse de mí unos instantes… Abrí el ordenador y conecté Internet; aunque fuese algo estúpido, quería intentarlo.
Podía acotar la búsqueda si sabía su nombre o su apellido, la ciudad en la que vivía o el instituto en el que estudiaba, pero no tenía la menor idea de ninguno de esos datos, por lo que todo lo que escribiera en el buscador carecería de sentido.
Conjeturé entonces un nombre que estuviera de acuerdo con su belleza, como Ion o Marius, pero todos resultaron ser meras suposiciones que, como era de esperar, no me ayudaron en absoluto a conseguir mi objetivo. Había asumido una actitud irracional muy poco propia de mí, que me invitaba a continuar con una búsqueda imposible, a pesar de mis continuos fracasos, imaginando que en alguna de las páginas que obtenía como resultado apareciera, resplandeciente, su foto.
Las redes sociales estaban llenas de nombres y apellidos que desconocía. Era más que absurdo confiar en la casualidad o la suerte, y, aun así, lo hice: confié en mi suerte durante horas, absorta en la idea de que podría hallar algún rastro de él en Internet. No me quité el abrigo hasta que noté demasiado calor. Me olvidé por completo de que no había comido.
El tintineo de las llaves de mi madre, mientras abría la puerta de mi casa, me despertó de mi obcecación, para recordarme que no había preparado la cena, y que había descuidado por completo la redacción sobre Peles que nos había encargado el profesor de Arte para el viernes. Al mirar la hora en el ordenador descubrí que eran más de las 8 y media de la tarde. ¡Había pasado más de seis horas frente a la pantalla de mi portátil!
Hábilmente, utilicé de nuevo la excusa que se me había ocurrido durante la visita al palacio y le dije a mi madre que no me encontraba bien desde por la mañana; algo que, por otra parte, tampoco era mentira, y que había estado tumbada toda la tarde. Mis enormes ojeras contribuyeron amablemente a mi coartada.
El hecho de que mi madre viniese aquel día de buen humor, algo que no sucedía con demasiada frecuencia, me ayudó también a librarme de la bronca por no tener la cena preparada todavía.
Creo que aquella noche dormí poco más de dos horas. Soñé todo tipo de estupideces que, frente a todos mis deseos, no tuvieron nada que ver con alguna nueva y maravillosa visión del chico. No pude verle más que estando despierta, así que soñé más despierta que dormida, dispuesta a mantenerle cerca, al menos, en mi mente.
Al día siguiente no fui capaz de levantarme a tiempo, y mi madre aceptó con desgana que no fuera a clase, convencida de nuevo por la persuasión de mis cada vez más profundas ojeras. Agradecí poder dormir un poco y que mi hermana se marchara sola al instituto. Sin embargo, aquel día no fue mucho mejor que el anterior: la silenciosa soledad de mi habitación, que me resultaba placentera normalmente, se me hizo más pesada de lo que había imaginado y no me gustó nada tener que pasar tantas horas sola. Al final tuve que conformarme con buscar en Internet cosas que me mantuvieran entretenida y con enviar algún mensaje a mis amigas para decirles que mi estado de salud no había mejorado todavía.
Mi hermana regresó de clase empapada casi hasta la rodilla, maldiciendo la nieve, el frío y la entrada de nuestra casa. En su compañía la tarde se hizo más amena. Llegó la hora de cenar y de acostarse sin apenas darme cuenta.
Por la noche regresaron las estúpidas pesadillas a mi cerebro, pero al menos, aquella noche sí que pude verle en mis sueños: corría detrás de él, a través de los pasillos de Peles, gritando todo lo que me resultaba posible, pero mis pies parecían tan pesados que nunca lograba alcanzarle; después desaparecía y no conseguía encontrarle por ninguna parte. Me despertaba sudando y descubría cómo mis peores pesadillas se habían hecho realidad en aquella fatídica excursión. No volvería a verle nunca, sin embargo, no podía dejar de pensar en él día y noche.
El resto de la semana transcurrió del mismo modo, en una confusión de pesadillas nocturnas y diurnas que me impedían descansar. El jueves, por fin, logré dormir a ratos, convenciéndome a mí misma de que continuar con aquello era más que absurdo, y que faltar durante tantos días a clase no era lo más conveniente en época de exámenes.